Las personas con mayor nivel educativo que se declaran de izquierdas son en realidad más conservadoras de lo que parece. Así lo muestra un estudio de la Universidad de Leicester (Reino Unido), que acaba de sacar los colores a los llamados “socialistas de champán”: esos cuya confortable posición les permite difundir estilos de vida en los que la mayoría de la gente no se reconoce.
Firmado por Juan Meseguer
ACEPRENSA: 20 Julio 2010
El estudio, realizado por el profesor James Rockey, del Departamento de Economía de la Universidad de Leicester, se basa en los datos de las cinco primeras oleadas de la Encuesta Mundial de Valores y abarca un período de más de 20 años. A partir de estos sondeos, Rockey examina las ideas políticas de unos 136.000 ciudadanos de 82 países.
De esta manera, trata de discernir entre los verdaderos izquierdistas y los que creen que lo son… pero no lo son tanto. Una de las variables clave del estudio es la percepción que cada individuo tiene de sus ideas políticas; es decir, cuánto de izquierdas o de derechas se consideran ante determinadas cuestiones.
En una escala de 1 a 10, los encuestados tenían que señalar el número que mejor reflejaba sus ideas. Por ejemplo: “Los ingresos deberían ser más equitativos” (1 = la posición más a la izquierda), en comparación con “Necesitamos diferencias de ingresos más grandes como incentivos” (10 = la posición más a la derecha).
La conclusión más sorprendente del estudio es que las personas con mayor nivel educativo tienden a pensar que son bastante de izquierdas, y así lo declaran. Pero si se comparan sus respuestas con las del resto de la población, lo cierto es que piensan cosas que en realidad les sitúan a la derecha.
¿A qué se debe esta falta de realismo? El profesor Rockey apunta dos posibles explicaciones: “Un primer factor es que la gente se compara con los de su entorno, no con la población global. El segundo es que las ideas políticas evolucionan con el tiempo”.
La moda del “marxismo Gucci”
Que las ideas de una persona evolucionan a lo largo de la vida no es un gran descubrimiento. Es conocida la hipótesis formulada en el siglo XIX por el historiador francés François Guizot, y popularizada más tarde por Georges Clemenceau y Bernard Shaw: “Si a los 20 años no eres socialista, te falta corazón. Si a los 40 no eres conservador, te falta cabeza”.
Lo curioso del asunto es que quienes se declaran de izquierdas no reconozcan ese cambio. Al revés, ahora se apuntan a la moda del “marxismo Gucci”; una tercera vía muy prometedora que te permite calzarte unos manolos, mientras sigues pensando que eres aquel rebelde que militaba hace décadas en contra del sistema.
Ahí tenemos a Jaume Roures, dueño de Mediapro, que nos deleitaba hace unos meses con una perla: “Si hay algo que se ha puesto de actualidad con esta crisis es lo que Marx decía hace 150 años: que la avaricia de unos pocos lleva a la pobreza de todos, o que los ricos cada día serán más ricos y los pobres, más pobres”. Completamente de acuerdo.
Por qué se extiende lo progre
En un comentario al estudio de la Universidad de Leicester, el columnista Ed West abunda un poco más en lo que dice Rockey sobre la influencia del entorno social en la configuración de las propias ideas políticas.
En su blog del Telegraph, relata su experiencia: “Conozco a muchos izquierdistas que no tienen ni un solo amigo conservador, ni siquiera les han escuchado explicar directamente o a través de la radio sus puntos de vista, ni tampoco han leído una sola opinión que discrepe de las suyas”.
A West le sorprende que cada vez que entra en una librería de Londres, no encuentra un solo libro representativo de sus ideas. “Los tories siempre llevamos bajo el brazo un puñado de libros de izquierdas. Y no es porque seamos especialmente abiertos de mente, sino porque ésta es la cultura dominante y no tenemos elección”.
West recurre a las ideas de Cass Sustein, profesor en la Escuela de Derecho en Harvard, para explicar por qué los políticos se han apuntando con entusiasmo durante las últimas décadas a las causas más radicales: las creencias extremistas se convierten en ortodoxas, cuando nadie está dispuesto a plantarles cara.
De manera que lo que hace unos años era impensable, termina convirtiéndose en algo de dominio público. “El proceso se acelera por cascada”, dice West. “La gente empieza a pensar de una forma y a expresar sus nuevos puntos de vista, sólo porque presupone que los demás piensan lo mismo”.
En otras palabras, la suposición de que uno vive rodeado de izquierdistas convencidos lleva a los conservadores a no expresar sus verdaderas ideas en público. Esta actitud acomodaticia es lo que alimenta una estructura de corrección política, de la que no conviene discrepar.
Si llevamos la tesis de West (o de Sustein) hasta sus últimas consecuencias, al final queda una pregunta en el aire: ¿no nos habrán metido los conservadores en todo este tinglado progre?