Mostrando entradas con la etiqueta Manuel Bustos. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Manuel Bustos. Mostrar todas las entradas

jueves, 3 de enero de 2013

El cristianismo como disidencia

Por Manuel Bustos. En Málaga Hoy, 2 de enero de 2013
LA TRIBUNA

C/ Virgen de Montserrat, Granada, foto Alberto Tarifa
DESDE el corazón mismo del siglo XIX se nos ha transmitido la idea de una Iglesia y una religión cristiana asociadas al inmovilismo y a los poderosos, y contraria a la modernidad y a la ciencia moderna. De poco habrían servido en este sentido los importantes servicios prestados por ambas a los marginados de toda índole a lo largo de la historia, así como al desarrollo de la cultura y de las tareas científicas.

Tras el Concilio Vaticano II se hizo en la Iglesia un esfuerzo considerable de denuncia de las situaciones de injusticia en nuestro mundo, de preocupación por la libertad y los derechos humanos, de promoción social y de apoyo a la ciencia. Fruto de todo ello fue el desvanecimiento temporal de la imagen heredada. Mas a medida que nos hemos ido acercando al presente, y particularmente en las últimas décadas, esa vieja imagen ha reaparecido con una fuerza inusitada. El cristianismo en general y la Iglesia católica en particular han pasado de ser héroes a villanos. Y no es porque se haya producido un giro sustancial en ninguno de los dos; más bien al contrario, la apertura al mundo secularizado les ha pasado factura con frecuencia.

El cambio de actitud debe buscarse en la profunda mutación que está experimentando la cultura de nuestro tiempo, una mutación de claro sesgo antropológico; de aquí su hondura y riesgos. Resumiendo mucho las cosas por falta de espacio, diríamos que dicha transformación pretende construirse sobre tres pilares clave: la universalidad o globalización, la ideología de género y el relativismo. Otros caracteres del momento actual, como la crisis económica, la crisis política o la emergencia nacionalista, poseen estrechos vínculos con ellos.

La presencia de la globalización hace que las dos restantes alcancen un eco mucho mayor del que les pertenecería si se tratara de un marco meramente local o nacional. El inusitado poder de los medios de comunicación, especialmente de Internet, de las redes sociales y de la televisión, le han otorgado un alcance extraordinario.

Ideología de género y relativismo conforman el sustrato de nuestra cultura en las últimas décadas, e inciden en los graves problemas que hoy nos afligen, y, en parte, en la debilidad de Europa. Actúan como disolventes de vínculos fundamentales y, en particular, de las bases cristianas de la sociedad occidental y del concepto mismo de lo humano.

Partiendo de grupos muy minoritarios, ambas corrientes han logrado alzarse, aprovechando el vacío moral, gracias a su organización, determinación y beligerancia, así como al apoyo institucional y de los medios, hasta imponer una auténtica dictadura de pensamiento en todos los ámbitos de la vida cotidiana. Han nacido con pretensiones de ingeniería social para conformarla a su imagen y semejanza, proyectándose sobre ámbitos esenciales, como son la naturaleza del ser humano, la relación hombre-mujer, la familia, el matrimonio, los hijos, o sobre las bases morales que sirven de orientación e integración a los miembros de una sociedad.

Frente a esta deriva, pocas disidencias más importantes, pocas luchas más denodadas en defensa de la ley natural y de la dignidad de la vida humana que las del cristianismo y, a pesar de sus limitaciones, de la Iglesia. No viene de los partidos, sean estos de derecha o de izquierda, la disidencia frente a dicha dictadura, sino de la propia religión y, en particular, de una de las instituciones fundamentales en que toma cuerpo. Y esto es así, porque sólo ellos son capaces de presentar una verdadera concepción del hombre alternativa a la que se pretende imponer. Movimientos con un claro componente ecologista y antisistema están fuertemente contaminados a este respecto por ambas corrientes, aunque se presenten también como valedores de una cultura alternativa.

Todo esto, unido al previo calentamiento de la opinión en las anteriores décadas, explica la saña y, en algunos casos, la persecución crecientes con que se emplean los grupos que sostienen esta cultura emergente y sus albaceas. Sólo así se explica también la caza de brujas suscitada sucesivamente, entre otros, contra el parlamentario italiano Buttiglione, el primer ministro húngaro Viktor Orban y su constitución de inspiración cristiana o, entre nosotros, el juez Ferrín Calamita.

Les esperan, pues, tiempos difíciles a los cristianos en los próximos años, de difícil convivencia con una legislación que puede arrinconarlos y una ideología que ha calado a través de los medios en una previamente abonada población civil. Será preciso que, frente a ello, sean capaces de defender su derecho, en una sociedad democrática, a tener su propia voz y a obrar de acuerdo con su conciencia, sin ser tildados por ello de machismo, homofobia o fundamentalismo, por citar sólo algunas de los epítetos más frecuentes que se les suelen aplicar


Mostrar a tus contactos de XING

lunes, 14 de mayo de 2007

Totalitarismos de nueva generación

Por Manuel Bustos Rodríguez, catedrático de Historia Moderna, en Granada Hoy, el 7 de mayo de 2007

Los totalitarismos no han desaparecido; se han vuelto más sofisticados. Ya no es necesario un general que los inaugure, ni un grupo revolucionario que asalte el “Palacio de Invierno”; ni tan siquiera el golpe de un partido para hacerse con el poder. Hoy se manejan otros hilos; se introducen en la sociedad de forma menos aparatosa. Utilizan la psicología de masas, el intervencionismo social y los poderosos medios de comunicación que la tecnología pone al alcance de la mano. Son el verdadero cáncer de las sociedades contemporáneas, aunque éstas puedan mantener externamente formas democráticas. Lo más novedoso es que se expanden sin que los ciudadanos se percaten fácilmente de ello. Veamos algunos puntos de apoyo en que se basan.

Un camino fecundo y muy actual para su implante es el que se vale de la desvertebración social y cultural. Para ello es preciso ahondar en el rabioso individualismo de las sociedades desarrolladas, atacando o ridiculizando las formas clásicas de cohesión entre los individuos (la familia, la religión, las raíces culturales, la patria, etc.) y sus expresiones. Suele ir acompañado de un paralelo vaciamiento moral, gracias al cual los miembros de la sociedad no son capaces de discernir entre lo bueno y lo malo, la verdad y la mentira. Es lo que se ha dado en llamar la “dictadura del relativismo”: puesto que no hay verdades absolutas, es más, la Verdad no existe, cualquier verdad parcial o, simplemente, la mentira disfrazada de verdad puede llegar a sustituirla sin gran problema.

Este fenómeno tan irracional, para que sea digerible, debe presentarse con el aval de la tolerancia, que, como una buena capa, todo lo tapa. De esta forma, la inconsistencia se convierte en virtud y, de paso, cualquier propuesta “vendida” desde el Poder puede colar, siempre que se la presente así. En contraposición, se rechazará como fanático e intolerante a quien tenga convicciones sólidas y enjuicie desde ellas las cosas, aunque no esté en su deseo imponerlas. Éste es el peor sambenito que hoy te pueden echar. Ciertamente, las personas o instituciones que, como la Iglesia, pretender decir algo con valor normativo son atacadas en su nombre, sin mediar contemplaciones y, a veces, con virulencia.

Se trata a continuación de inducir unos determinados tópicos sustitutorios (a veces muy simplones) y comportamientos, que el “consumidor” asumirá sin darse cuenta ni percibir de manera cabal sus implicaciones. Conviene, sin embargo, que con ellos pueda regalársele el oído y le proporcionen al adoptarlos una sensación de utilidad. De esta forma, el camino para la instauración de un totalitarismo silencioso se realiza más fácilmente. Se entiende así que ideas erradas, sin una mínima base crítica, incluso destructivas para la persona, vayan afianzándose socialmente.

El impulso desde el Poder, aprovechando los medios a su alcance (enseñanza, discriminación en el ejercicio de su protectorado cultural o el control de los medios de comunicación al servicio del mismo), resulta, cómo no, de una ayuda inestimable. No se trata tan sólo de que las informaciones ofrecidas sean sesgadas, sino de que utilicen métodos modernos (mover la sensibilidad, no hacer autocrítica, primar lo excepcional sobre lo corriente, etc.) para ganar el asentimiento de las masas a ciertos temas considerados prioritarios por los estrategas del totalitarismo.

Puede completarse el cuadro con la satanización del opositor, del disidente. Tras provocarle, se le atribuyen reacciones exageradas, ideas intolerantes y actitudes peligrosas, tales como la crispación, el juego sucio o, sencillamente, el ir contra la democracia. Se le convierte así, automáticamente, en un enemigo del pueblo, en un fascista, xenófobo o reaccionario, según los casos, con claro provecho del acusador.

Por último, englobándolo todo, importa promover, como un factor importante, el miedo a posibles represalias de distinta índole (acoso personal y/o familiar, amenazas, obstáculos para el reconocimiento y la promoción, anulación y, en casos extremos, muerte) a cargo de quienes representan las posiciones exclusivistas. Los totalitarismos clásicos añaden también una red de “espías”, asalariados o espontáneos, que trabajan para el Poder convencidos de la bondad del sistema o por ser beneficiarios del mismo, actuando en operaciones de “limpieza”, denuncia y vigilancia.

Tal es el panorama que puede presentársenos, si los ciudadanos no apostamos por la libertad de espíritu y de conciencia día a día, a pesar de su, a veces, elevado coste. La democracia no está asegurada del todo.