domingo, 23 de diciembre de 2012

Feliz Natividad del Señor

A todos, también a los que quieren convertir estas fiestas en no se sabe qué, a los que se ponen tristes estos días por el motivo que sea, a los que no van más allá de las costumbres superficiales, a los que sienten vagamente el sentido espiritual de la Navidad, y, en especial, a los que vivimos la Encarnación de Dios en el Niño que nace en el portal de Belén con toda la intensidad, emoción, asombro y alegre agradecimiento. A todos:

¡Feliz Navidad!

Portada del Nacimiento. Sagrada Familia. Barcelona

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domingo, 14 de octubre de 2012

Imparcialidad, religión y Tribunal Constitucional

Es un tanto largo y alguien diría que pasado de agenda; pero es actual como la vida misma, porque la sentencia está por salir y porque la cuestión de fondo es eterna.

Por Juan Antonio García Amado
Análisis Digital, 21 agosto, 2012 Por Manuel Cruz

foto Alberto Tarifa
Se ha armado un poquito de polémica porque Andrés Ollero va a ser el ponente de la sentencia del Tribunal Constitucional sobre la constitucionalidad o no de la vigente ley que declara jurídicamente lícito el aborto dentro de ciertos plazos. Andrés Ollero ha tomado posesión hace muy poco de su cargo de magistrado del Constitucional, es catedrático de Filosofía del Derecho, fue durante un buen puñado de años diputado del PP y portavoz de Justicia de dicho partido en el Congreso de los Diputados. Eso ocurrió hace unas cuantas legislaturas y durante los últimos tiempos se ha dedicado a su cátedra en la Universidad Rey Juan Carlos. Ha publicado diversos trabajos muy críticos con la permisión jurídica del aborto voluntario y pertenece al Opus Dei.

Antes de entrar en materia, añadiré tres pequeños datos que me conciernen. Uno, que tengo una buena relación académica y personal con Andrés Ollero. Este mismo año ha aparecido un libro que recoge una polémica nuestra a propósito del positivismo jurídico, libro editado por la Fundación Coloquio Jurídico Europeo y que corresponde a un debate organizado en Madrid por dicha Fundación, ligada al Colegio de Registradores de la Propiedad. Ollero me pidió que fuera contraponente y discutidor de sus tesis y la experiencia fue personalmente gratificante y académicamente estimulante. Dos, que ni soy creyente de religión ninguna ni simpatizo especialmente con el Opus Dei, organización católica con la que aquí mismo he sido bien crítico más de una vez.

Tengo compañeros del Opus con los que me llevo de maravilla y otros que me caen regular; igual que me pasa, como a cualquiera, con compañeros ecologistas, conservadores, izquierdistas, liberales, feministas, machistas, nadadores, abstemios, borrachines, aficionados al fútbol o coleccionistas de sellos. Por último, he de decir que el asunto del aborto me parece extremadamente difícil y que no tengo una postura completamente definida sobre cómo conviene tratarlo en Derecho. Me desagradan tanto la hipocresía de la derecha que se conforma con el simbolismo jurídico y no repara demasiado en las consecuencias de los abortos clandestinos o en las mil maneras de hacer la trampa a la ley restrictiva, como el ancha es Castilla de alguna izquierda, que trata el abortar como si de extirparse una espinilla estuviéramos hablando.

Permítaseme que, en lo que sigue, haga toda la abstracción posible sobre el asunto jurídico y moral de fondo y que no hable de si aborto sí o aborto no, sino de los tribunales constitucionales y las condiciones de su decidir.

El problema de Ollero en relación con la sentencia del TC sobre el aborto estriba, según ciertos medios y muchas reacciones, en que él es católico confeso y declarado miembro del Opus y que, por tanto, se sabe con bastante certeza que no le hace ninguna gracia la tolerancia jurídica de la interrupción voluntaria del embarazo. Sobre esa base, se conoce o se sospecha con buen fundamento o con algún fundamento que es probable que proponga la inconstitucionalidad de la norma legal en cuestión y que así vote en el seno del Tribunal.

Ahora bien, con parecida certeza o convicción podríamos adivinar el voto de Ollero por otras razones, reales o supuestas. Por ejemplo, si fuera o hubiera sido miembro de algún grupo defensor del aborto libre y despenalizado y hubiera firmado escritos con tales propuestas. O por ser o haber sido militante y destacado diputado del PP, que además es el partido que ha propuesto inicialmente su nombramiento como magistrado. De hecho, lo que la experiencia enseña hasta ahora y con muy limitadas excepciones es que los magistrados propuestos por el PP votan en el Tribunal lo que el PP propugna y los que fueron respaldados por el PSOE votan de acuerdo con lo que al PSOE le interesa.

¿Preocupa en los medios políticos y en los periódicos que son sus voceros la imparcialidad de los magistrados? ¿Proviene la inquietud de que los magistrados puedan no meramente tener su precomprensión o su opinión previa de asuntos tan delicados y polémicos como este -lo cual es inevitable entre gente que reflexiona sobre los grandes asuntos del Derecho y el Estado-, sino de que puedan algunos ser meras correas de transmisión de partidos políticos, asociaciones ideológicas de cualquier tipo o confesiones religiosas? Es decir, ¿se teme que en razón de su adscripción política, ideológica o confesional algunos magistrados no razonen en su labor con la debida ponderación e imparcialidad?

Me parece que no es esa la tónica general de este debate, por desgracia. Si de tan elevada preocupación se tratara, los diversos medios y grupos que tercian en la discusión invocando el prejuicio posible de algunos magistrados harían completa abstracción de la índole de tal prejuicio presunto. O sea, que el antiabortismo de Ollero o el proabortimo anterior de un hipotético magistrado inquietarían por igual a El País o Público que a ABC o La Razón. Creo que no es el caso. O que un magistrado haya tenido o tenga estrechos vínculos con un partido que interviene en el debate sobre la ley importaría lo mismo al margen de cuál sea ese partido, el PP o el PSOE, por ejemplo. Tampoco es el caso, en mi opinión. Una cosa es desear que los magistrados sean imparciales y no estén predeterminados por la disciplina o los postulados de ningún grupo “ideológico” y otra es querer que ganen “los nuestros” al precio que sea. El que solo se inquieta por la parcialidad de una parte es parcial por definición, por mucho que enarbole la bandera de la imparcialidad y jure que vive al lado del auditorio universal o de la comunidad ideal de hablantes. De muchos de los colegas de mi gremio que más aprecio y respeto puedo adivinar con el mismo grado de probabilidad que con Ollero lo que en este caso votarían si ellos fueran los que estuvieran en el Tribunal Constitucional. Lo sé por lo que les he leído, lo que les he escuchado y porque conozco con bastante certeza su legítima adscripción ideológica o de partido. No son ni peores ni mejores que Ollero por militar en otros partidos o en otras “iglesias”.

Si de defensa de la imparcialidad y objetividad del Tribunal Constitucional se tratara, lo que se estaría poniendo en solfa serían los procedimientos de nombramiento de los magistrados y las condiciones para su desempeño. Si la ligazón pasada o presente de un magistrado con un partido político es lo que se cuestiona, habrá que hacer completa abstracción de cuál sea ese partido y habrá que hablar de las reglas generales atinentes a la relación entre magistrados y partidos. Lo que razonablemente y con mínima ecuanimidad no cabe es que ese obstáculo se plantee nada más que para los del PP o para los del PSOE o los de IU o cualquier otro partido. ¿O acaso hay partidos legales que no “contaminan” porque su discurso y su programa se corresponde objetivamente con el Bien, la Verdad y la Justicia, mientras que otros sí dañan porque viven en el error y la impostura y a esos ni agua? ¿Es compatible una tal actitud con la democracia, la Constitución y el Estado de Derecho?

Luego, con matices especiales, está el tema de la religión. A mí las religiones me gustan bien poco, ya lo he dicho, y menos todavía me agradan las confesiones o iglesias que intentan forzar para que la vida social y la organización de los asuntos públicos se adapte, sí o sí, a los imperativos de la moral de sus creyentes o al dogma de sus libros sagrados. Ahora bien, ¿hay una diferencia cualitativa entre una manifestación de católicos contra el aborto y una manifestación de ecologistas contra las centrales nucleares o contra la llamada fiesta de los toros y debe esa diferencia cualitativa plasmarse en menores derechos de los primeros que de los segundos? ¿Debería vetarse el acceso a la magistratura constitucional a los primeros solamente o a todos? ¿Tendría Andrés Ollero que abstenerse en la votación sobre la ley del aborto y debería también abstenerse el magistrado ecologista defensor de los derechos de los animales y conocido antitaurino si se fuera a votar la constitucionalidad de una ley que prohibiera las corridas de toros? ¿Y el magistrado que hubiera escrito un libro argumentando a favor de la inexistencia de todo impedimento moral o constitucional de una ley de plazos para el aborto? Si extremamos esos razonamientos, tendríamos que acabar proponiendo que solo llegaran al Constitucional magistrados que nunca hubieran dicho nada relevante o comprometido sobre ningún asunto que puedan tener que juzgar un día; o deberían abstenerse siempre que les tocara sentenciar sobre temas de los que antes opinaron. Pero todos. Y, por cierto, ¿alguien dudó alguna vez de lo que votaría María Emilia Casas, entre tantos otros de acá o de allá, en cualquier asunto sobre el que tuviera postura muy marcada el PSOE? ¿Duda alguien de lo que votará Pascual Sala sobre el tema del aborto? O fuera máscaras o todos con máscara. Yo preferiría desenmascarar, ciertamente, pero entonces hay que ir a por todos y todas.

En un Estado constitucional, democrático y no confesional, la religión no debe ser favorecida y los creyentes de tal o cual confesión no tienen que contar con ventajas especiales. Pero tampoco se puede suponer que haya base constitucional para su discriminación.

¿Qué tiene de particular la religión como base del juicio moral y político de sus fieles? El dogma, el distinto fundamento para la ética del sujeto. Si yo, ateo, opino que la acción A es moralmente lícita y la acción B es moralmente ilícita y me preguntan por qué pienso así, tendré que buscar razones y razones e intentaré construir una teoría coherente y convincente que respalde mis tesis y las haga aptas para su razonable aceptación por los demás. El creyente también puede razonar así, por supuesto, pero en su fuero interno cuenta con una base de la que yo carezco: en última instancia, lo que está bien está bien porque así lo dispuso Dios por sí o por sus representantes, y lo que es moralmente malo e indebido lo es, en últimas, porque Dios no lo quiere y a Dios ofende. Una ética apoyada en la fe religiosa es una ética que da a quienes la profesan un respaldo de verdad y objetividad del que las demás éticas carecen o que exige una fundamentación mucho más difícil. Donde la razón no alcanza o allí donde sus resultados se vuelven brumosos e inciertos, el creyente tiene el sostén de la divina autoridad y el otro no tiene autoridad a la que acogerse. Al menos en teoría, el católico congruente dudará menos sobre la licitud o ilicitud moral del aborto voluntario, pues de mano ha de partir de lo inmoral y pecaminoso de tal acción.

Pero dos apostillas convine añadir de inmediato. La primera, que, por desgracia, el monopolio del dogmatismo, el grupalismo y los apriorismos no lo poseen las personas religiosas. Vemos cada día a muchos no creyentes o ateos confesos que militan en las más variadas causas morales, políticas y sociales con un fervor perfectamente parangonable al religioso y con nula capacidad crítica o autocrítica. Esto está bien o mal porque sí o, sobre todo, porque así lo proclaman mi líder, mi partido, mi grupo o los de mi cuerda. Por eso son tantos los que siguen a ciegas a los de su camada y tanto cuando la camada o sus dirigentes dicen so como cuando dicen arre.

El segundo matiz es que no hay base para negar que los creyentes religiosos tengan capacidad para la deliberación ecuánime en los asuntos de interés general. Por cierto, creo que Obama no es o no se dice ateo, sino persona religiosa, de confesión protestante. Es perfectamente imaginable y en la historia podemos hallar un sinfín de individuos religiosos que no decidieron temas jurídicos y políticos bien delicados con arreglo a los dictados de su personal conciencia moral religiosamente marcada, sino con atención a los requerimientos del interés general, a los dictados de la ley o la Constitución y diferenciando entre ética personal y ética pública. A un católico coherente, por ejemplo, su moral le impele a no abortar o a no colaborar con un aborto, pero no necesariamente a votar contra una ley que permita bajo tales o cuales condiciones el aborto voluntario.

Veámoslo de otra manera. Dos magistrados, M y N, votan contra la constitucionalidad de la ley que permite abortar cuando se cumple determinada condición. De M sabemos que es ferviente católico, de N conocemos que es ateo. ¿Tiene por definición distinto valor racional el voto de M y N? ¿O habrá que hacer abstracción de esa circunstancia y mirar las razones con las que el voto expresamente se motiva y juzgar por la admisibilidad de esas razones? ¿Excluimos de entrada a M o a N de la comunidad de argumentadores racionales? ¿Y si resultó que M votó a favor de la constitucionalidad de la ley y N en contra? Porque si de lo que nosotros arrancamos es de que la verdad no tiene más que un camino y que ese camino es el que nosotros propugnamos, los dogmáticos al viejo estilo religioso o eclesiástico somos nosotros. Tan nociva o más que las religiones propiamente dichas es la religiosidad secular que abrazan muchos de los que se dicen no creyentes y no son capaces de vivir sin su “iglesia”, su comunidad de fieles, sus ritos, sus mandamientos, su inquisición y sin el hábito de dividir a los humanos en virtuosos y réprobos. El enemigo de la convivencia libre y en igualdad no es la fe, es el dogmatismo; el dogmatismo de muchos que tienen fe y de muchos de los que dicen no profesarla y se piensan progresistas y libérrimos. Ni Hitler ni Stalin ni sus seguidores y secuaces eran gentes de iglesia propiamente dicha, y ya se vio cómo era su catadura. Otros, como Franco y la mayoría de sus partidarios, eran unos meapilas. La diferencia que más importa, pues, debe de estar en otra parte, en otras cosas.

El día que acabemos de convencernos de que la decisión de cada magistrado constitucional está plenamente determinada por su adscripción religiosa o de partido nada más que nos quedará una salida, si es que no nos gusta el juego en esos términos de fraude: o cambiamos las reglas del juego y los elegimos de otra manera y bajo otras condiciones o, si pensamos que no hay arreglo por esa vía, imponemos un revolucionario sistema de control de constitucionalidad: a cara o cruz, puro aleas. Eso sería mucho más imparcial. Lo que no tiene presentación es que estemos todo el día en la procesión y repicando: que qué calamidad que los magistrados sean parciales y prejuiciosos, pero que qué bien cuando son de los míos o están en mi onda o de su prejuicio sale el fallo que a mí me gusta. Eso se llama ley del embudo.

Publicado por Garciamado en domingo, agosto 19, 2012

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domingo, 16 de septiembre de 2012

Razones para la fe

Joseph Pierce es uno de mis autores preferidos, como ya he dicho en otras ocasiones. Entre sus obras destaco Escritores conversos. La inspiración espiritual en una época de incredulidad, de la que he sacado estos párrafos que dan razón de una fe alcanzada con tanto esfuerzo como alegría.

pág. 152 Razón para la fe. Carta de Hilaire Belloc a G.K. Chesterton

Tengo por naturaleza una mente escéptica, y también por naturaleza un cuerpo extremadamente sensual. Tan sensual que las virtudes que limitan la sensualidad para mí son sólo frases. Pero tengo por ciertas estas frases y actúo de acuerdo con ellas hasta el punto que puede hacerlo un hombre luchador. Y en cuanto a las dudas del alma, he descubierto que son falsas: un estado de ánimo, no una conclusión. Mi conclusión –y la de todos los hombres que lo hayan visto alguna vez- es la fe. Corporativa, organizada, con personalidad, maestra. Una cosa, no una teoría. Algo.
A ti, que has sido bendecido con un profundo sentimiento religioso, quizá esta afirmación te parezca demasiado seca... Pero tras ella, si salvo mi alma, vendrán en su momento la carne y los huesos: esos que ahora sólo soy capaz de describir y enseñar. Conozco –sin sentimientos (algo extraño en esta relación)- la realidad de la bienaventuranza: la meta de la vida de un católico.

pág. 238 Fe. GKC .-The Well and the Shallows

No podría abandonar la fe sin volver a caer en algo menos pro¬fundo que la fe. No podría dejar de ser católico, a menos que me con¬virtiera en algo más estricto que un católico. El hombre debe reducir su mente para desprenderse de la filosofía universal; todo lo que ha pasado hasta el día de hoy ha ratificado esta convicción; lo que suceda mañana lo volverá a ratificar. Hemos salido de aguas poco profundas y de áridos parajes hacia un pozo profundo; y la verdad está al final de este.

En otro momento, a los escépticos que no habían sabido desentrañar lo más profundo les acusaba de haber hecho un daño inmenso: «Durante cientos de años, la labor del escéptico ha sido muy pa¬recida a la infructuosa ira de un monstruo primitivo: sin ojos y sin cabeza, solo destruye y devora; un enorme gusano que asola un mundo que jamás ha llegado a ver». Aunque expresado en una prosa más poética, este era en esencia el mismo argumento defendido por Arnold Lunn. Era el vuelo desde la razón del mundo moder¬no, el antídoto contra la filosofía perenne de la Iglesia: -

Existe... una influencia que crece de día en día, que nunca menciona en los periódicos ni resulta inteligible a la gente de mente periodística. Se trata del regreso de la filosofía tomista: que es la filosofía del sentido común, en contraste con las paradojas de Kant, de Hegel y del pragmatismo. La religión de Roma es, en sentido estricto, la única religión racionalista.., el regreso de la escolástica es simplemente el re¬greso del hombre juicioso... decir que no hay dolor ni dificultad, ni mal, ni diferencia entre el hombre y la bestia, ni entre una cosa y otra constituye un esfuerzo desesperado por destruir toda experiencia y sentido de la realidad, y la gente estará cada vez mas cansada cuando deje de estar de moda; y buscará de nuevo algo que dé forma a tanto caos y devuelva sus proporciones a la mente humana.


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Malos tiempos para la política

No soy de los que denigran a los políticos por sistema; pero sí pienso que los nuestros, los que nos vemos obligados a elegir, han caído en una especie de mimetismo perverso, que les hace acreedores a las iras mías, muy a menudo.

Por eso, en descargo de mi enfado, les dedico el poema Caídos por la patria de G.K. Chesterton, publicado en Elegy in a Country Churchyard, tras la Gran Guerra:

The men that worked for England
They have their graves at home:
And bees and birds of England
About the cross can roam.
But they that fought for England,
following a falling star,
Alas, alas for England
They save their graves afar.
And they that rule in England,
In stately conclave met,
Alas, alas for England
They have no graves as yet.
...............................
Hombres que trabajaron por su patria
Tienen su tumba aquí, en su suelo natal.
Las abejas, los pájaros, las nubes de su patria
Sobre su cruz vienen y van.
Pero los que lucharon por su patria,
Por su patria siguiendo una estrella fugaz,
Tienen –oh, pobre, pobre patria-
Su tumba en ultramar.
Y aquellos que gobiernan la patria
Siempre reunidos en la oscuridad
Tienen –oh, pobre, pobre patria-
Sus tumbas por estrenar.


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lunes, 28 de mayo de 2012

La identidad católica de las instituciones educativas

Ciudad del Vaticano, 5 mayo 2012 (VIS).-La cuestión de la educación religiosa y la formación en la fe de la próxima generación de católicos en Estados Unidos fueron los temas elegidos por el Santo Padre en el discurso que dirigió a los prelados de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (regiones X-XIII), al final de su quinquenal visita “ad limina”.

foto atarifa
El Papa reconoció, en primer lugar, los progresos de los últimos años en la mejora de la catequesis y de la revisión de textos para que sean conformes al Catecismo de la Iglesia Católica. También elogió los esfuerzos en la adopción de medidas encaminadas a “preservar el gran patrimonio de las escuelas católicas, primarias y secundarias, de Estados Unidos, que han sido profundamente afectadas por los cambios demográficos y el aumento de los costos; y a garantizar, al mismo tiempo, que la educación que proporcionan permanezca al alcance de todas las familias, cualquiera que sea su situación financiera”.

Por lo que se refiere a la educación superior, diversos obispos habían señalado al Papa que los colegios y universidades católicas reconocen cada vez más la necesidad de reafirmar su identidad distintiva, en la fidelidad a sus ideales fundacionales y a la misión de la Iglesia al servicio del Evangelio. “No obstante -comentó el Santo Padre- aún queda mucho por hacer, especialmente en áreas tan básicas como el cumplimiento del mandato establecido en el Canon 812 para los que enseñan disciplinas teológicas. La importancia de esta norma canónica, como expresión concreta de la comunión eclesial y de la solidaridad en el apostolado educativo de la Iglesia, se hace aún más evidente si tenemos en cuenta la confusión creada por los casos de disidencia aparente entre algunos representantes de las instituciones católicas y el liderazgo pastoral de la Iglesia: discordias como ésas perjudican el testimonio de la Iglesia y, como demuestra la experiencia, pueden ser explotadas fácilmente para comprometer su autoridad y su libertad”.

No es exagerado decir que proporcionar a los jóvenes una buena educación en la fe representa el desafío interno más urgente para la comunidad católica en vuestro país”, observó el Papa que, a continuación, sugirió algunas claves para hacer frente a ese reto.

En primer lugar -dijo- la tarea esencial de una auténtica educación (…) no es simplemente la transmisión de conocimientos, por muy esencial que sea, sino también la de dar forma a los corazones. Hay una necesidad constante de equilibrar el rigor intelectual en la comunicación (…) de la riqueza de la fe de la Iglesia con la formación de los jóvenes en el amor de Dios, la praxis de la moral cristiana y la vida sacramental, y no menos importante, del cultivo de la oración personal y litúrgica”.

Por eso, la cuestión de la identidad católica, también en ámbito universitario, “implica mucho más que la enseñanza de la religión o la mera presencia de una capellanía en el campus. A menudo, da la impresión de que las escuelas y colegios católicos no han logrado que los estudiantes se reapropien de su fe haciéndola parte de los emocionantes descubrimientos intelectuales que marcan la experiencia de la educación superior. El hecho de que tantos nuevos estudiantes se sientan disociados de la familia, la escuela y los sistemas de ayuda comunitaria que antes facilitaban la transmisión de la fe, debe impulsar a las instituciones católicas de enseñanza a crear nuevas y eficaces redes de apoyo

En todos los aspectos de su educación, subrayó el Santo Padre “los estudiantes deben ser alentados a articular una visión de la armonía entre fe y razón, capaz de guiarles a lo largo de toda la vida en la búsqueda del conocimiento y la virtud . En efecto, la fe por su propia naturaleza, exige una conversión constante y universal a la plenitud de la verdad revelada en Cristo (…) El compromiso cristiano con la enseñanza, que hizo nacer las universidades medievales, estaba basado en la convicción de que el único Dios, como fuente de toda verdad y bondad, es también fuente del deseo apasionado del intelecto por saber y del anhelo de la voluntad de realizarse en el amor”.

Sólo desde este punto de vista podemos apreciar la contribución distintiva de la educación católica, comprometida en una ‘diaconía de la verdad’ e inspirada por una caridad intelectual, que sabe que transmitir la verdad es, en última instancia, un acto de amor. Una fe que reconoce la unidad esencial de todo el conocimiento, ofrece un baluarte contra la alienación y la fragmentación que derivan de un uso de la razón separado de la búsqueda de la verdad y la virtud. En este sentido, las instituciones católicas tienen un papel específico que desempeñar para ayudar a superar la crisis actual de las universidades”.

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lunes, 14 de mayo de 2012

La segunda bestia

Casualidades de la vida. Al día siguiente de colgar el artículo precedente, Camelo científico, leo en El Apocalipsis, cap. 13:
[11] Y vi otra bestia que subía de la tierra. Tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba como un dragón. [12] Ejerce en su presencia todo el poder de la primera bestia, y hace que la tierra y sus habitantes adoren a la primera bestia, cuya herida de muerte fue curada. [13] Realiza grandes prodigios, incluso hace bajar fuego del cielo a la tierra a la vista de los hombres.
[14] Y seduce a los habitantes de la tierra por medio de los prodigios que le ha sido concedido realizar en presencia de la bestia, diciendo a los habitantes de la tierra que hagan una imagen de la bestia que habiendo sido herida de espada revivió. [15] Se le concedió infundir aliento a la imagen de la bestia, de modo que la imagen de la bestia hable y haga que todos cuantos no adoren la imagen de la bestia mueran. [16] Hace que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos, reciban una marca en la mano derecha o en su frente, [17] para que nadie pueda comprar o vender sino el que tenga la marca, el nombre de la bestia o el número de su nombre. [18] En esto consiste la sabiduría: El que tenga inteligencia que calcule el número de la bestia, pues es número de un hombre. Su número es seiscientos sesenta y seis.

Lo que me llamó la atención no es el texto en sí, famoso por otra parte, sino su interpretación. Según los exégetas, esta segunda bestia será identificada con el falso profeta, ya que, en efecto, su papel es seducir a los hombres para que adoren a la primera bestia. Realiza, con el poder del mal, prodigios semejantes a los de los profetas –como Elías, que hizo bajar fuego del cielo (cfr 1 R 18,38)–, e incluso parece imitar la fuerza del Espíritu que da vida, animando las imágenes de la bestia. Ésta es símbolo de los regímenes e ideologías que rechazan a Dios y exaltan falsamente al hombre.

El Papa Juan Pablo II, en su Encíclica Dominum et vivificantem (n. 56) señala que esta segunda bestia es el materialismo engañoso que «si a veces habla también del “espíritu” y de las “cuestiones del espíritu”, por ejemplo en el campo de la cultura o de la moral, lo hace solamente porque considera algunos hechos como derivados (epifenómenos) de la materia (...). Según esta interpretación, la religión puede ser entendida solamente como una especie de “ilusión idealista”, que ha de ser combatida con los modos y métodos oportunos, según los lugares y circunstancias históricas, para eliminarla de la sociedad y del corazón mismo del hombre».

He aquí el paralelismo que encuentro entre "la religión entendida solamente como una especie de 'ilusión idealista'" y la declaración del neurocientífico de que "Dios es solo una idea construida por el cerebro". La religión como epifenómenos de la materia, a esto nos enfrentamos: a la segunda bestia del materialismo opaco, más aún, enemigo del espíritu.

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martes, 8 de mayo de 2012

Camelo científico

Leyendo el mi diario de referencia del domingo me encuentro con una entrevista a un tal Francisco Mora Teruel, al parecer un sabio neurocientífico de la Universidad de Iowa (que vaya usted a saber cómo anda en los ránquines). Voy a pasar página cuando leo entrecomillado y destacado: "Dios es solo una idea construida por el cerebro".

Vaya, interesante. Sigo leyendo para ver si por fin hay pruebas. El entrevistador pregunta:

- ¿Cómo explica que personas muy inteligentes crean en Dios?
FMT: Hay dos clases de seres humanos, los que nacen con un fuerte componente emocional y los que no lo tienen o lo tienen menos. Los primeros, independientemente de su mayor o menor inteligencia para las cosas del mundo, son proclives a las creencias.

No suena muy científico, la verdad; pero sigo leyendo:

FMT: Todo ser humano alberga en su intimidad ese sentimiento profundo que yo llamo religiosidad. Puede dar lugar a la religión, pero no es religión. La religiosidad es lo que hace alumbrar lo que yo llamo "el dios de cada uno", ese sentimiento caliente que te hace levantar la mirada y lanzar la pregunta: ¿Y todo esto qué es? Y contestarla mirando a los demás. Y al hacerlo "sentir" el impulso de hacerles un bien.

Más que neurociencia, todo esto de "sentimiento caliente", "levantar la mirada" y "sentir un impulso" me suena a Nueva Era y tal. Es martes y aún estoy esperando a que los de Unilaica protesten.

¡Ah!, ya sé, quizá lo entrevistan porque ha venido al pueblo a vender su libro.

Pues que conmigo no cuente.

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miércoles, 11 de abril de 2012

Pilatos, el demócrata

Ya he tratado antes este interesante ejemplo de Pilatos en el inicuo juicio a Jesús, que se ha recordado esta semana pasada, por esto llamada Santa.

Una nueva vuelta de tuerca a la cuestión da Juan Manuel de Prada en su artículo del pasado 1 de abril en XLSEMANAL, advirtiendo del riesgo de fundar la Democracia en el relativismo, porque es causa de la más lacerante injusticia y, al final, se auto destruye.

En la condena del justo hay siempre algo que nos estremece, porque todos tenemos muy arraigada, casi podríamos decir que inscrita en los genes (aunque muchos traten de oscurecerla), una noción natural de la justicia; y si la conculcación de la justicia es siempre aborrecible, cuando sirve para condenar al inocente resulta aberrante. A quienes estudian leyes se les debería proponer el análisis del proceso a Jesús, en el que la injusticia adquiere una densidad rabiosa, pululante de irregularidades que lo convierten en una monstruosidad jurídica: el Sanedrín se reunió en el tiempo pascual, cosa que le estaba vedada; los testimonios contra Jesús fueron falsos y contradictorios; no hubo testigos de descargo, ni se permitió que el reo dispusiera de defensor; la sentencia del Sanedrín no fue precedida de la preceptiva votación; se celebraron dos sesiones en el mismo día, sin la interrupción legal establecida entre la audición y la sentencia; el sentenciado fue después enviado a la autoridad romana, que el Sanedrín no reconocía como legítima y que, además (como el propio Pilatos observa), no tenía jurisdicción sobre delitos religiosos; el delito de conspiración contra el César, que los miembros del Sanedrín promovieron después, no estaba penado con la crucifixión, a menos que hubiese mediado sedición armada, cosa que manifiestamente no hizo Jesús; y, en fin, dejando aparte otras irregularidades, el procurador romano lo mandó a la muerte sin pronunciar la sentencia oficial, cosa que un juez no puede hacer, pues es tanto como abdicar de su oficio.

Son solo algunas de las irregularidades que pueblan este proceso; y cualquiera de ellas bastaría para que se considerase nulo. Pero quizá lo que más nos conturba de este proceso oprobioso no sea la actitud furibunda o fanática de los miembros del Sanedrín, sino la cobarde y frívola del procurador Poncio Pilatos, que tras reconocer públicamente la inocencia del acusado («No encuentro culpa en él») lo manda sin embargo a la muerte, entregándolo para que lo crucifiquen, por miedo a la chusma. Analizando este pasaje evangélico, Hans Kelsen, el célebre teórico del Derecho y pope del positivismo jurídico, concluye que Pilatos se comporta como un perfecto demócrata, al menos en dos ocasiones. La primera, cuando en el interrogatorio primero que hace a Jesús, este le responde: «Todo el que es de la verdad escucha mi voz»; a lo que Pilatos replica con otra pregunta: «¿Qué es la verdad?». Para Kelsen, un demócrata debe guiarse por un necesario escepticismo; las indagaciones filosóficas o morales en torno a la verdad deben resultarle, pues, por completo ajenas. La segunda ocasión en la que Pilatos, a juicio de Kelsen, se comporta como un perfecto demócrata es cuando, ante la supuesta imposibilidad de determinar cuál es la verdad, se dirige a la multitud congregada ante el pretorio y le pregunta: «¿Qué he de hacer con Jesús?». A lo que la multitud responde, sedienta de sangre: «¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!». Pilatos resuelve el proceso de forma plebiscitaria; y puesto que la mayoría determina que lo que debe hacerse con Jesús es crucificarlo, Pilatos acata ese parecer.

La exposición de Kelsen puede parecernos brutal, pero nadie podrá negar que, en efecto, Pilatos es un modelo de político demócrata: escéptico hasta la médula, considera inútil tratar de determinar cuál es la verdad; y, en consecuencia, somete a votación popular el destino de Jesús. Y esta es la encrucijada en la que se debaten las democracias: renunciando a emitir un juicio ético objetivo (renunciando, en definitiva, a establecer la verdad de las cosas), el criterio de la mayoría se erige en norma; y, de este modo, la norma ya nunca más obedecerá a la justicia, sino a las preferencias caprichosas o interesadas de dicha mayoría. Es una solución relativista que está gangrenando las democracias; y que, de no corregirse, acabará destruyéndolas desde dentro, que por lo demás es como han sucumbido siempre todas las organizaciones humanas que no han preservado un núcleo de nociones morales netas; y en las que, inevitablemente, el justo acaba siendo perseguido y condenado, como un criminal cualquiera, para regocijo de los auténticos criminales.

Pero Kelsen tenía razón: Pilatos es un perfecto demócrata; por lo que las democracias relativistas deberían alzarle monumentos en los parques públicos e instituir fiestas –con lavatorio de manos incluido– que celebren su memoria.

Nota: puede interesar también Vigencia social de la religión

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viernes, 10 de febrero de 2012

Las Mujeres y la Cultura de la Vida

Ya he dicho en anteriores ocasiones que soy un rendido admirador de Mary Ann Glendon, -abogada. profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad de Harvard y presidenta de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales, entre otras muchas cosas-, desde que la descubrí por su artículo La hora del laico.

En los dos siguiente artículos, trata con su clarividencia habitual un tema de lo más actual, y como siempre, contra corriente: Las Mujeres y la Cultura de la Vida. En el primero -Feminismo y dogmatismo- sienta las bases ideológicas de la ideología dominante y de su revisión. En el segundo -Un nuevo feminismo y una nueva cultura del trabajo- y el tercero -El nuevo feminismo y el papel del laicado-, expone su propuesta para un auténtico y positivo nuevo feminismo.

Como ella misma resume al comienzo de la serie:

  1. Un "nuevo feminismo para el siglo XXI" debe evitar el dogmatismo excesivo que caracterizó al viejo feminismo del siglo XX;
  2. La llamada a un "nuevo feminismo" en Evangelium Vitae se debe considerar conjuntamente con la llamada para "una cultura auténtica del trabajo" en Centesimus Annus; y
  3. La llamada para un "nuevo feminismo" se debe considerar conjuntamente con las llamadas recientes para que el laicado esté a la vanguardia de la nueva evangelización.

Vale la pena dedicar los 25 minutos que puede costar leer los tres artículos.

Fuente: ConoZe.com

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miércoles, 8 de febrero de 2012

El bien común: justicia, política y moral

Por Andrés Ollero
Fuente: Profesionales por la ética

Muy recomendable ensayo del catedrático Andrés Ollero que lleva por título “El bien común: justicia, política y moral”. En él aborda las exigencias derivadas del bien común que identifica, en primer lugar, con la justicia objetiva que nos ayuda a dar a cada uno lo suyo, “un mínimo ético innegociable que en ningún caso resultaría disponible ni para el legislador ni, menos aún, para la autonomía de la voluntad en el ámbito privado, marcando así una infranqueable barrera de orden público”.

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martes, 7 de febrero de 2012

Los anti excelentes

Por Luis Alemany
Fuente: El Mundo, 7 de enero de 2012

Dice Wert que el problema de España empezó el día en que nos burlamos del empollón de clase. Un filósofo, un sociólogo y un escritor retoman la idea.

Si el lector es español, seguro que recuerda esta escena: los años del bachillerato, una clase de inglés, un alumno que se esfuerza por pronunciar bien. Sus compañeros le toman el pelo por ello. El alumno bienintencionado no volverá a abrir la boca. Después, tanto él como sus colegas se pasarán media vida adulta tratando de adecentar el inglés que no aprendieron en el instituto.A ese tipo de historias, seguramente, se refería el pasado domingo el ministro de Educación, Cultura y Deporte, José Ignacio Wert, en la entrevista que concedió a EL MUNDO. "La cultura anti empollón genera mediocridad", dijo el ministro. Y aunque sus palabras se dirigían hacia el terreno de la Educación, hay quien piensa que, en realidad, existe un afán de anti excelencia en toda la cultura española. Un sociólogo, un novelista y profesor universitario y un filósofo responden.

La buena vida

César García, profesor universitario en el estado de Washington es el autor del ensayo 'American psique', que, entre otras cosas, habla de la falta de una cultura de la meritocracia en España. De modo que el asunto le toca: "En España suele establecerse una oposición entre lo que significa vivir la buena vida y ser excelente en lo que uno hace, como si fueran cosas incompatibles. Muchos españoles justifican la ausencia de éxito académico o profesional en sus vidas como una elección personal en la que la inteligencia verdadera está del lado del que, como ellos, ha optado por no sacrificarse demasiado"."Donde más aprecio esta actitud", continúa García en un correo electrónico, "es en la ausencia de reconocimiento al trabajo bien hecho que se da tanto en las instituciones educativas como en todo tipo de organizaciones. En la escuela de mi hijo, pública, se realiza una entrega de premios todos los meses a los mejores alumnos. El concepto de excelencia también es abierto, puede ser que el alumno reciba el premio por haber sido un gran estudiante pero también por haber demostrado ser una buena persona con sus acciones. Lo moral y lo académico van de la mano"."En las empresas también se nota mucho. La competencia entre empleados para lograr premios o bonus (muy frecuentes en las empresas americanas) se percibe como algo positivo y nunca como un juego de suma cero o en demérito de los otros que no lo han logrado. Eso, por supuesto, no significa que no haya casos de envidia; los americanos tampoco son perfectos".

Democracia mal entendida

El filósofo Aurelio Arteta, catedrático de Filosofía Política y Moral de la Universidad del País Vasco también tiene un ensayo reciente que tiene que ver con la pereza intelectual: 'Tantos tontos tópicos'. Su respuesta también llega por correo electrónico: "Me extrañaría mucho que, para hacerse un hueco en el mercado de cualquier producto (salvo quizá en ciertas áreas del arte o de la música presentes), sirviera una cultura de la anti-excelencia. Sólo sirve la excelencia, sea para vender automóviles o chupa-chups. En términos de Marx, también el valor de uso condiciona el valor de cambio. Otra cosa puede ocurrir en la factoría educativa en todos sus grados, que produce titulados"."Aquí es donde aparece la figura del anti-empollón", continúa Arteta, "que corresponde a los más débiles o a los más tontos de clase. Estos no hacen más que seguir la principal pasión democrática: todos debemos ser iguales, que nadie sobresalga porque nos humilla, hay que someterse al grupo. Por tanto, el que estudia y saca buenas notas será un empollón, no un tipo inteligente, apasionado o trabajador. Estos últimos, además de cumplir su afición o su deber sin avergonzarse, saben que necesitan un buen expediente para obtener la beca que les permita seguir estudiando".

Y en la cultura

Llamada telefónica a Antonio Orejudo, novelista y profesor de Literatura en la Universidad de Almería. Su última novela, 'Un momento de descanso', habla de las miserias intelectuales de la universidad en España y en Estados Unidos, donde Orejudo fue profesor en un par de 'colleges'. "Es verdad que en España no existe una cultura del mérito. No sobresale el que es inteligente y se esfuerza. Eso lo veo en la universidad igual que en el mundo de la cultura, donde hay grandes talentos esquinados y autores increíblemente sobredimensionados".En 'Un momento de descanso', por ejemplo, aparece retratada una oposición universitaria que empieza por ser un delirio y termina en una escena de tortura bastante 'gore': "En la universidad, el método de las oposiciones es el gran ejemplo de esto. No se elige por méritos sino por camadas. Y sí, supongo que hay una línea que lleva desde el empollón al que acosan en el colegio hasta el catedrático mediocre". ¿Y en Estados Unidos? "La enseñanza universitaria en Estados Unidos tiene otros problemas. Pero ése, no; ojalá fuéramos tan escrupulosos como ellos a la hora de premiar el mérito. El propio sistema hace imposible llenar un departamento de discípulos y amiguetes... Entre otras cosas, porque les va la supervivencia financiera en ello".

El 'nerd'

César García continúa por esa línea: "En la vida americana, el equivalente del empollón seria el 'nerd', un término estereotipado que se utiliza para el chico que obtiene buenos resultados académicos pero quizás es un inadaptado social o poco agraciado físicamente. Sin embargo, en Estados Unidos la expectativa de la gente es que, en último término, el mundo será de los 'nerds' y que estos pueden acabar siendo 'cool'. Ahí tienes los ejemplos de Obama o Bill Gates. En España, el ejemplo del empollón es Mariano Rajoy, denigrado con frecuencia por ser 'un registrador de la propiedad'". Entonces, ¿cuál es el problema? "A mi me parece que la existencia de esta cultura de la anti-excelencia tiene que ver con factores culturales antropológicos y también, digamos, de la cultura política", explica García. "Respecto a los primeros, yo diría que surge como salvaguarda del individuo en una cultura que tiene aversión al riesgo y donde falta confianza entre las personas. Ser excelente, en el fondo, implica asumir algún tipo de riesgo a cambio de una recompensa que puede llegar o no de la misma forma que requiere de un reconocimiento de otros individuos ya que la excelencia tiene un componente subjetivo. Buscar la excelencia supone asumir riesgos y poner a prueba la frágil confianza que tenemos en el juicio de los demás, lo cual en nuestra cultura se antoja complicado. También pienso", concluye García, "que el igualitarismo propio del pensamiento socialdemócrata español, que ha hecho creer a la gente que la igualdad es un fin en sí mismo y no un punto de partida para que las personas, las cuales no son iguales ni mucho menos, cultiven y desarrollen sus capacidades y, si es preciso, marquen diferencias. Curiosamente, en el deporte sí admitimos la diferencia".

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sábado, 14 de enero de 2012

Valores relativos

Tercera de Andrés Ollero Tassara, de la real academia de las ciencias morales y políticas, en ABC, viernes 13 de enero de 2012

La exhibición de los precios puede considerarse como un índice de civilización. Hay países en los que se exige que su presentación vaya siempre acompañada de la cantidad adicional destinada al impuesto; en otros se oculta la imposición indirecta, como si se diera por supuesto que sólo pagará impuestos quien no sepa que lo hace. Rimando con ello proliferará la venta sin factura, salvo que alguien la necesite tanto como para estar dispuesto a pagar el IVA. Un escalón más bajo lo ocupará el precio sometido a solicitud de rebaja o, no digamos nada, el fijado tras un laborioso regateo fiel trasunto del juego de las siete y media. En estas versiones siempre será el mismo el que engañe a otro y nunca será fácil saber a qué atenerse. Al final todo acabará costando lo que el incauto de turno esté dispuesto a soportar.

No muy distinta es la situación en el ámbito de los valores, sin que me refiera ahora a los que cotizan en bolsa. Se afirma con no poca frecuencia que sufrimos una crisis de valores, que sería incluso la causante de la catástrofe económica; todo ello como resultado de una auténtica dictadura del relativismo. Mi escepticismo al respecto es difícilmente superable.

Parece obvio que todo un mundo de valores tradicionalmente imperantes se va desmoronando con estrépito. Hablar de valores objetivos o, si alguien se atreve, absolutos es condenarse a un drástico anatema. Es tal desplome lo que tiende a achacarse al relativismo; pero éste, tomado en serio, equivale a suscribir que nada es verdad ni mentira, bueno ni malo. ¿Conoce el amable lector a alguien que afirme que nada de lo que dice es verdad, ni nada de lo que hace es bueno? Mala suerte debo tener porque, a estas alturas, no me he tropezado aún con ningún relativista. Una cosa es que te oculten o discutan el precio y otra, bien distinta, que te regalen la mercancía. A la hora de la verdad, el presunto relativista se limita a negar verdad y bondad a lo que proponga cualquier otro; pero jamás admitirá que lo suyo no sea verdadero o bueno. Cómo, si no, podría defenderlo… Si lo del relativismo prospera será porque, como en todo timo que se precie, quien lo sufre va de listo por la vida.

Ese relativismo bizco, que no se apoya en otra dictadura que la del candor de sus víctimas, es el que alimenta algo que, no contento de presentarse como objetivo, acaba operando como absoluto: lo políticamente correcto.

El presunto relativismo nos instalaría en el reino de la libertad. Si nada es bueno ni malo se podrá optar por cualquier cosa; si nada es más verdadero que falso cada cual podrá sostener lo que le peta. Por otra parte, qué mayor libertad que la ausencia de poder. Todo poder público se asentaría sobre la más estricta neutralidad, utilizando como cimiento rocoso los cascotes de los viejos valores absolutos.

A la joven ministra Ana Mato no le han dado ni cien días de respiro para recordarle que lo políticamente correcto no se decide en las urnas. Para eso hay colectivos que se autoencargan de discriminar dogmáticamente qué términos reúnen o dejan de reunir tan preciada homologación. Por mucha mayoría absoluta que se consiga, lo primero es ser bien hablado. Cómo se le ocurre a la ministra ignorar, a estas alturas, que “familiar” se ha convertido tiempo ha en palabrota que huele a franquismo y curas. Si no pasa por el aro del género, le montarán un número; todo un caso… Viva el relativismo.

En aras de lo correcto habrá que reinventar la urbanidad; nada de palabras malsonantes. Qué es eso de hablar de “aborto”, con sospechosa a de asesinato, cuando es bien sabido que es una minucia, un mero desecho de todo un derecho: la salud reproductiva, con s de sálvese quien pueda.

A unos legendarios grandes almacenes le han reprochado -en nombre de la neutralidad, por supuesto- que se comporte como si el índice de libros prohibidos hubiera desaparecido; debería tener constancia de que en realidad sólo se le han cambiado las tapas. Los colectivos en cuestión no parecen muy leídos, porque la traducción al español del libro vetado lleva en el mercado más de siete años; pero algo habrá que hacer para catequizar correctamente al personal.

El denostado relativismo no es sino la sustitución de unos valores objetivos por otros, defendidos con el dogmatismo que merece lo absoluto; asunto distinto es que no se dé argumentalmente la cara, disfrazándolos de neutralidad, buen rollo y algún que otro toque litúrgico. A ver quién es el guapo de argumentar contra lo no argumentado. Me asombró la gallardía de Luis Prieto Sanchís, poco sospechoso de franquismo y clerecía; en ocasión para mí digna de recuerdo, afirmó sin cortarse un pelo que esa ética pública de que hablan los heraldos de la Educación para la Ciudadanía no es menos privada que la suya. El inefable Luis XIV de “L’Etat c’est moi” se ha visto sustituido por otros, no menos orondos, que con aire de frustrados preceptores de príncipes afirman: “La Ciudadanía soy yo” y se quedan tan anchos. Mucho presumir de laicismo para acabar pretendiendo imponer otra religión; presuntamente civil, sólo por ser la suya.

Reducir todo a la aviesa tarea de algún que otro lobby con apoyo en medios de comunicación sería demasiado simplista. La imposibilidad de ir por la vida prescindiendo de lo verdadero y lo bueno no deja de afectar también a los poco dados a la comedura de coco. El vacío valorativo acabará llenándose por defecto, por recurrir a la jerga informática.

El principal sucedáneo de los valores que venían sustentando nuestra sociedad no son ni por asomo los antojos de los políticamente correctos. Demasiado poco para sustituir a la libertad, la igualdad y la fraternidad, por no remontarnos más lejos. Una libertad que, ajena a la verdad y al bien, degenera en arbitrariedad. Una igualdad incapaz de detectar cuándo comienza realmente la discriminación; porque para eso, según nuestro Tribunal Constitucional, hay que contar con un fundamento objetivo y razonable, impensable sin verdad y bien. Una fraternidad de la que, si se huye de lo religioso, podemos acabar huérfanos de noticia. El auténtico sustitutivo es una ética objetiva, privada y pública, con bastantes siglos a las espaldas, que no necesita de argumentos porque se refugia en el cálculo: el utilitarismo.

Se ha puesto de moda, y no sin razón, sugerir que la crisis económica puede acabar trayendo consigo algunos bienes: poner fin al despilfarro de un aeropuerto en cada manzana, o a reivindicaciones autonómicas hasta ahora irrenunciables desde lo políticamente correcto. Quién nos iba a decir que llegaría a plantearse, desde la periferia, la resistencia a asumir competencias; o que se amagara incluso con su devolución. De ahí a ignorar que la crisis puede acabar suponiendo, también en el plano de los valores, un alto coste va un buen trecho.

La mayoría absoluta que ha salido de las urnas resulta bastante elocuente. Achacarla sin más a la crisis económica sería por parte de los socialistas, si se lo toman en serio, un craso error. Ningún ciudadano ignora que la crisis va para largo y a nadie se le va a ocurrir exigir al nuevo gobierno que la solvente en un plis-plas. Se dan por hecho duros ajustes y todo parece indicar que la ciudadanía está dispuesta a asumirlos, si la seriedad de los nuevos gobernantes deja espacio abierto a la esperanza. Lo que situó al gobierno anterior en caída libre no fue la crisis, sino que su absurda negación se viera acompañada de una frivolidad en los objetivos básicos de política interior y exterior que no podía sino acabar con la afición. Cuando la bolsa suena, el utilitarismo convierte los valores éticos en poesía y anima a mirar hacia otro lado; cuando deja de sonar, los desvaríos no encuentran fácil perdón.

El problema ahora es que el economicismo utilitarista pueda convertirse en nueva religión civil, insensible incluso a la necesidad de desmontar los ridículos ídolos de la etapa anterior. Por supuesto que lo primero es lo primero; pero habría que pararse a pensar si un mero utilitarismo estaría en condiciones de identificarlo. Lo que está por resolver es qué no es lo primero…

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miércoles, 11 de enero de 2012

Una defensa de la Navidad

Pasó la Navidad, Año nuevo, en fin, el rosario de fiestas y celebraciones que acompañan los últimos días de diciembre y primeros de enero de cada año en occidente y muchas partes de oriente. A mí me da pena que acabe este tiempo de luz, color y música, de sentimientos; pero hay personas para los que es un alivio, por distintos motivos. Para algunos, incluso, una liberación del horror.


El artículos de Rafael Nadal -La Vanguardia, 30/12/2011-, pone en evidencia la actitud de esos cenizos que todo lo emborronan.

Algunas personas transmiten siempre buenas vibraciones y otras siempre contagian el mal rollo. El periodista Arturo San Agustín lo comprobó en verano, cuando asistió a la Jornada Mundial de la Juventud, que presidió en Madrid Benedicto XVI. Pensaba encontrarse con un montón de hijos de papá almibarados y acabó atrapado por la vitalidad entusiasta de un millón de jóvenes normales, muchos de ellos trabajadores llegados desde países remotos. "Te sorprendían con cosas sencillas: si una persona mayor tenía que cruzar la calle, la ayudaban; si subía a un autobús, le cedían el asiento. Por unos días, la ciudad era amable y te sentías seguro; parecía Nueva York al día siguiente del 11-S". San Agustín, que es un anarquista conservador y un intelectual insobornable, lo ha escrito en un libro sin prejuicios, que se acaba de traducir al inglés: Un perro verde entre los jóvenes del Papa, la crónica sorprendente de aquella semana en la que los jóvenes católicos transmitían buenas vibraciones y los que protestaban contra el encuentro propagaban el mal rollo.

En Navidad, el fenómeno se radicaliza: algunas personas sólo con su presencia ya contagian las ansias de vivir, y otras se empeñan en amargarnos las fiestas repartiendo pesimismo y mala leche. Algunos intelectuales y periodistas lideran, con indisimulada prepotencia moral, la moda que sostiene que las fiestas son empalagosas, los buenos deseos son blandos, la familia es inaguantable, los amigos son una lata y no hay quien pueda digerir las comidas colectivas. En la intimidad, la mayoría sigue siendo partidaria de las celebraciones, pero en la calle ganan terreno los que empiezan a poner mala cara en el puente de la Purísima y no dejan de quejarse hasta que se desmonta el último pesebre, pasada la Candelaria. Estoy radicalmente en desacuerdo. Entiendo que hay gente que no tiene mucho que celebrar. Respeto a aquellos que se sienten traicionados en sus convicciones morales por los excesos materiales de la Navidad. Aplaudo a quienes hacen una crítica ácida de las muchas hipocresías de estos días. Pero me cansa la burla mediocre de los que necesitan mortificarse y torturar a los demás porque así quedan más intelectuales.

Y me resulta especialmente extraño comprobar que los más activos contra la Navidad son los que siempre reclaman más fiestas y más celebraciones populares. Dicen que están en contra del consumismo, pero acabarán reduciendo la Navidad a una serie de visitas a los grandes almacenes. Hacen lo que pueden para vaciar de sentido la fiesta más trascendente, la más espiritual, y la más simbólica del calendario, que también es la más arraigada, la más sencilla y la más popular. Antes, estos personajes eran los malos del cuento y eran presentados como odiosos, avaros, irritantes, malcarados, violentos y déspotas. Eran el míster Scrooge de la Canción de Navidad de Dickens; ahora los hemos convertido en los héroes de nuestros medios de comunicación.

Dejo a un lado la dimensión religiosa de las fiestas, porque quienes las viven desde la fe no dudan de su significado. Pero me cuesta comprender el odio a la Navidad, incluso desde la más absoluta laicidad. Hace años que no soy practicante, pero estos días no puedo evitar volver a la iglesia y sentirme parte de un colectivo que entierra raíces poderosas en siglos de repetición gestual, con diferentes grados de fe o simplemente de costumbrismo. Generaciones enteras han repetido los mismos actos, las mismas liturgias, los mismos ciclos naturales. Y supongo que eso es importante. Nunca como en estos días me siento tan integrado en esta tierra y en esta comunidad milenaria.

Este año, en nochebuena habíamos decidido buscar una misa del gallo en los alrededores de Girona, y las primeras llamadas resultaron desconcertantes: en Aiguaviva del Gironès no se celebraba; en Vilablareix, tampoco; llamamos a Medinyà, porque tenemos buenos recuerdos de cuando allí predicaba la voz poderosa de mosén Modest Prats: tampoco. Probamos en Sant Daniel, porque algunas navidades nos habíamos acercado al monasterio, andando por el camino que sigue el curso del río Galligants, pero ya hace un par de años que la anularon. Acabamos en Sant Julià de Ramis y fue una buena decisión porque, cuando entrábamos en la iglesia, un coro local cantó Les dotze van tocant y el desconcierto se convirtió en una sorpresa agradable: mosén Sebastià Aupí celebró una misa repleta de canciones tradicionales y de cuadros escénicos de Els pastorets y, al final, en la calle, bebimos chocolate caliente junto a un fuego espléndido.

Era una más de las misas que a aquella hora se repetían en toda Catalunya, como expresión sencilla y poderosa de una fe popular, que respeto y que querría mucho más visible. A menudo recrimino a mis amigos practicantes que cuesta identificarles por su comportamiento ejemplar en el trabajo o en la calle. Deberían confiar más en la fuerza de sus convicciones; como aquella peregrina sevillana, joven y guapa, a la que un día de verano, en Madrid, Arturo San Agustín preguntó por Jesús.

–¿Te gusta mi sonrisa?

–Sí, claro.

–Pues ese es Jesús.

Reconozco que cuesta de creer, pero como imagen es mil veces más estimulante que la mala uva de los pedantes que se pasan el día criticando la Navidad.

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