sábado, 21 de noviembre de 2020

Una nueva tiranía

Hace mucho que dejé de leer los artículos semanales de Juan Manuel de Prada en XLSemanal, porque hace mucho que dejé de leer este semanario, por la sencilla razón de que otras lecturas desplazaron a esta.

Sin embargo el pasado 14 de noviembre hojeé la revista y me atrajo el título del artículo, "Una nueva tiranía", porque rápidamente me recordó su serie de artículos de muy parecido título, "La nueva tiranía", que escribió a comienzos de 2007.

Ha llovido mucho; pero la tiranía sigue acechando y estrechando el cerco, ahora con renovadas artimañas. El artículo que transcribo es, efectivamente, una puesta al día de este proceso, agravado por el perfeccionamiento de las tecnologías de control -los big data y todo eso- y la amputación de las inquietudes espirituales de las personas, que están teniendo su campo de experimentación en la pandemia del virus Covid-19.

Lean, lean, porque parte importante del contra ataque consiste en recuperar la religión. Y es urgente.

Una nueva tiranía

Por Juan Manuel de Prada.

A nadie se le escapa que la plaga del coronavirus está facilitando la instauración de lo que Michel Foucault llamaba ‘biopolítica, una nueva forma de tiranía que no se impone con cachiporras, sino con instrumentos mucho más sofisticados que alcanzan el dominio sobre las personas mediante el control de los espacios que habitan, de sus relaciones personales, de sus conductas y afectos y hasta de sus pensamientos y anhelos más secretos. Los ‘estados de alarma’, ‘toques de queda’ y demás ‘restricciones de la movilidad’ que tanto inquietan a los espíritus más toscos sólo son maniobras de despiste. Mucho más sutiles (y eficaces) son, por ejemplo, las tecnologías de vigilancia masiva que rastrean nuestros movimientos y manipulan nuestras decisiones, llegando incluso a predecirlas; tecnologías que una mayoría social acata mansamente, mientras trastea con sus teléfonos móviles, convencida de que el poder las utiliza para garantizar nuestra seguridad personal y proteger nuestra salud. 

Pero, paralelamente, se produce otro fenómeno no menos evidente, que casi nadie detecta, pues nuestra generación, ahíta de ideologías a la greña, ha sido amputada por completo de inquietudes espirituales. Y tal fenómeno es la supresión de la inquietud religiosa, que desde que estallase la plaga del coronavirus se ha mostrado en todo su apabullante esplendor. Cuando leemos cualquier crónica sobre las plagas que en épocas pasadas han diezmado a la humanidad descubrimos que la inquietud religiosa de las sociedades que las han padecido se agudizaba enormemente; pues, confrontadas con la omnipresencia de la muerte, volvían a hacerse las preguntas que la bonanza y el disfrute de los placeres materiales tienden a silenciar. Pero esta plaga se está distinguiendo, precisamente, por una orgullosa falta de inquietud religiosa, que se palpa incluso en las situaciones más extremas (la tranquilidad con que hemos aceptado que nuestros viejos mueran abandonados, sin atención espiritual de ningún tipo), pero sobre todo en el clima social imperante, en los medios de comunicación, en el debate intelectual, en la expresión artística, que lejos de confrontarse con el misterio de la muerte, lo soslayan u ocultan, empleando las más diversas triquiñuelas escapistas. 

Y, aunque nadie se atreva a decirlo, ambos fenómenos están íntimamente ligados. En su Discurso sobre la dictadura, Donoso Cortés explica una ley de la Historia infalible, que vincula el descenso de la religiosidad con el ascenso de la tiranía. La religión brinda a los hombres una «represión interior» que ordena su vida moral; y, a medida que esa ‘represión interior’ desciende, aumenta inevitablemente la «represión exterior» o política. Donoso repasa las distintas fases de la Humanidad, desde una sociedad plenamente religiosa –la que formaban Jesús y sus discípulos– en la que la libertad era completa (pues no existía otra ley que la del amor), hasta las formas cada vez más evolucionadas de represión política, que permiten a los gobiernos dotarse de un millón de brazos –los ejércitos–, de un millón de ojos –la policía–, de un millón de oídos –la burocracia administrativa–, hasta llegar a un punto en que necesitan también «hallarse a un mismo tiempo en todas partes». Un apetito de ubicuidad que Donoso ejemplifica –pronuncia su discurso en 1849– en la invención del telégrafo; pero que los avances de la tecnología han perfeccionado hasta extremos vertiginosos. Donoso hace aquí una pausa temblorosa, amedrentado ante la expectativa de una sociedad en la que el termómetro religioso continúe bajando hasta situarse «por bajo de cero»; pero finalmente se atreve a augurar el surgimiento de «un tirano gigantesco, colosal, universal, inmenso» que ya no se enfrentará a resistencias físicas ni morales, porque para entonces todos los ánimos estarán divididos y todos los patriotismos, muertos. 

Y contra esta nueva forma de tiranía que entonces se empezaba a consolidar, Donoso considera que no hay otro antídoto que una «reacción religiosa». Pero, a continuación, lanza esta perturbadora reflexión que el paso del tiempo no ha hecho sino confirmar: «¿Es posible esta reacción? Posible lo es; pero, ¿es probable? Señores, aquí hablo con la más profunda tristeza: no la creo probable. Yo he visto, señores, y conocido a muchos individuos que salieron de la fe y han vuelto a ella; por desgracia, señores, no he visto jamás a ningún pueblo que haya vuelto a la fe después de haberla perdido». Lo que está sucediendo ante nuestros ojos, con la plaga del coronavirus al fondo, no hace sino confirmar los augurios funestos de Donoso. Los nuevos tiranos ya pueden hacer con nosotros albóndigas. _______________________________

Foto: atarifa CC

martes, 10 de noviembre de 2020

El feminismo contra la "ley trans"

Este blog nació para proponer una laicidad positiva y luchar, con argumentos, contra el laicismo. Sin olvidar este objetivo, la controversia cultural-social y sus derivaciones políticas y legales nos impulsaron a ampliar el objetivo a la argumentación contra la ideología de género

Como se veía venir, parte de la argumentación contra esta ideología de género y sus absurdas consecuencias, viene del feminismo. Es lo que han hecho ocho feministas históricas en una carta dirigida recientemente al Gobierno de mi atribulado país, para debatir el proyecto de la llamada "ley trans". Estas mujeres, que han elevado la misiva al ámbito público para que quien quiera la suscriba en Google Docs, acusan al Ministerio de Igualdad de querer «borrar» a la mujer de la lucha feminista. 

El pasado sábado, en una interesante noticia en mi diario de cabecera, Doménico Chiappe recogía buena parte de la argumentación feminista anti trans, básicamente por desligar y luego confundir sexo y género; es decir, en el fondo, por el motivo principal de los que consideramos la ideología de género como profundamente deshumanizadora. 

"Parece un contrasentido pero, según se desprende de los argumentos de las firmantes, desarrollar la idea de que el género se puede elegir, sin nada más que la voluntad del momento, inicia una peligrosa senda de invisibilización hacia lo que es el «sexo» femenino. 

Diferenciar los conceptos «género» y «sexo» es la primera cuestión que desarrollan Freixas, Ángeles Álvarez, Marina Gilabert, Alicia Miyares, Rosa María Rodríguez Magda, Victoria Sendón de León, Juana Serna y Amelia Valcárcel, algunas de ellas con carrera política en el socialismo. 

La Ley Trans «minimiza» la «opresión para las mujeres, hace el juego a la visión patriarcal y misógina, y perpetúa la opresión», alertan quienes han pedido «una y otra vez» una reunión con la ministra de Igualdad Irene Montero, sin éxito. 

Recomiendan las firmantes evitar la «confusión» de conceptos. El sexo, dicen, es la «realidad biológica constatable», mientras que el género es una «construcción jerárquica de los estereotipos sexuales que ha fundamentado la desigualdad y la opresión». Las feministas explican que ellas no van contra el sexo, que es la naturaleza del cuerpo. Van contra el género, una imposición cultural. Mientras que las leyes Trans, tanto la que abandera Montero, como otras «aprobadas en diversas comunidades autónomas», parecen combatir el sexo." 

A continuación viene uno de esos ejemplos de cómo, cuando subviertes la naturaleza de las cosas y de las personas; aunque sea un poco, se cumple inexorablemente la ley de la pendiente resbaladiza, hasta llegar a situaciones surrealistas. 

"Ante la estrategia de entremezclar a las personas trans con las mujeres, se denuncia la existencia de una «neolengua» que «invisibiliza» y «borra a las mujeres con la excusa de la inclusividad». Empieza por proscribir el uso del vocablo «mujer», sustituido por 'cuerpos feminizados' o 'cuerpos menstruantes'. En ese léxico, se tiene como una «ofensa» hablar de vaginas, reglas y embarazos, y a las madres se les llama 'progenitor gestante' y al sexo, 'género sentido'. 

«El sexo es un dato objetivo en sus aspectos genético, gonadal, hormonal, anatómico y genital. No puede hablarse de 'autodeterminación del sexo' como ejercicio de la libre voluntad»." 

Aunque el feminismo radical mantiene muchos de sus desvaríos, se da cuenta de los riesgos para la mujer, que ahora vienen "del otro lado", y de sus consecuencias. 

"«Pretender que el ser mujer u hombre es una mera elección desdibuja la realidad material del sexo, justo aquello que determina el género en que se nos socializa». 

Se muestran preocupadas por las consecuencias futuras de «encaminar» a los menores hacia «bloqueadores de pubertad», una vez que se les etiqueta como «niños y niñas trans» a aquellos que disienten con la normativa de género. «Creemos necesario un acompañamiento que contemple acciones de apoyo y autoafirmación». «Es preciso investigar los efectos a largo plazo de la hormonación y medicalización, así como prever un posible cambio de parecer en el futuro, con el añadido de la imposibilidad de revertir acciones quirúrgicas y hormonales agresivas». 

La Ley Trans genera una conducta «coactiva» del Estado contra la infancia y los profesionales de la salud, acusan. Además, peligran derechos que las mujeres de su generación han conquistado: «la defensa de las mujeres, el mantenimiento de los espacios reservados, las cuotas, las ayudas, la diferenciación por sexos en competiciones deportivas, o los datos desagregados por sexo para analizar el comportamiento social o tomar medidas frente a las desigualdades entre los sexos», enumeran. Y concluyen. «Negar la relevancia del sexo y encaminarnos hacia una supuesta autodeterminación de éste según el género elegido, colisiona con las leyes de igualdad y de violencia de género».

 ¿Sería mucho pedir que, además, las feministas sacaran consecuencias de cómo su feminismo "de género" perjudica también, no solo a las mujeres, sino al ser humano en su totalidad, hombre y mujer, joven y anciano, niño y niña?
   
Cuanto antes aceptemos el cuerpo sexuado, femenino y masculinos, como un don recibido para cuidar y perfeccionar, y dejemos de jugar a ser el doctor Frankenstein, mucho mejor.
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Foto: atarifa CC 
La negrita del texto citado es del original.