viernes, 31 de julio de 2020

La dignidad perdida

Siempre hay que escuchar a los sabios, más aún  en tiempos de confusión como los actuales. Salvador González Barón es uno de ellos, y no le escucho lo que debiera. Hace poco tuve la suerte de estar con él, conversando de su último proyecto, la Asociación Euvita, que preside, dedicada a promocionar los cuidados paliativos, combatir la eutanasia y, sobre todo, a difundir la práctica del otorgamiento del documento de voluntades anticipadas.

Salvador es un gran baluarte de la dignidad humana, Euvita señala como su primer fin "Informar a la opinión pública y a los ciudadanos sobre la importancia de prestar una atención y unos cuidados de calidad, a las personas que se encuentren al final de su vida, acordes con su dignidad y desde el respeto a su vida hasta el momento de su muerte natural".

Ayer fue suya -al alimón con su hermano Manuel, que es quien firma- la "Tercera" de ABC: La dignidad perdida. Junto con precisos ejemplos de la más rabiosa actualidad, intercala una serie de frases sobre el sentido de la dignidad que quiero destacar:

He pasado muchos años defendiendo la dignidad de los pacientes, frente a terceros y frente a ellos mismos, cuando han querido atentar contra su propia dignidad. Hoy no me centraré en la dignidad ontogénica, la que tenemos todos los seres humanos por naturaleza, sino sobre la dignidad adquirida, aquella que ganamos a lo largo de nuestra vida y que crece en función de nuestros actos, elevándonos como hombres o mujeres, o enterrándonos en abismos insospechados, haciendo que la perdamos, llevándonos a la indignidad. 

Esta degradación se produce cuando atentamos contra sus pilares básicos: la libertad, la verdad, la justicia, y el amor. 

La libertad, que implica elección y cuya meta es la felicidad natural, requiere vivirla con responsabilidad. Todo intento de oprimirla o sojuzgarla denota una deshonra. Una realidad constatable en todas las ideologías totalitarias y una tentación en algunos modos de gobernar han sido cercenar las libertades individuales y sociales. 

En resumen, la dignidad no se pierde por la ignorancia sino por la tergiversación de la verdad y por el mal uso de la libertad. La verdad se fundamenta en la realidad, en datos verídicos y contrastados, y no en un relato articulado, que por muy repetido que sea acaba siendo siempre propaganda. 

El amor es lo que dignifica a la persona. La libertad, la verdad y también la justicia son expresiones del amor. El afán de poder no es amor y el amor propio mal gestionado es egoísmo, egocentrismo, soberbia, fatuidad y lleva al vacío. 

Una sociedad democráticamente avanzada demanda líderes dignos de respeto, que amen la libertad de opinión, que sepan escuchar y actuar desde otras perspectivas, Líderes veraces, que no permitan la difamación del otro, que amen a su pueblo y su Historia, y que tengan el coraje de retirarse cuando sean incapaces de encontrar soluciones justas. 

Volviendo al comienzo, la dignidad resulta difícil de definir o incluso de comprender sin una visión trascendente de la vida. Me he encontrado personas que no la entienden, la usan como un término coloquial, sin profundizar en su grandeza o su degradación (nunca llega a perderse totalmente). Y nada es más edificador que verla como la puede ver el Cristianismo. En definitiva, para un cristiano la dignidad es algo divino porque hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y estamos llamadas a ser sus Hijos. 

Pero hay esperanza, la dignidad adquirida y perdida puede recuperarse con el ejercicio renovado -por los líderes y el común de los mortales- del respecto a la libertad, la verdad, la justicia y el amor. 

"Ni la riqueza, ni la popularidad, ni la prensa, pueden dar marchamo de dignidad". John H. Newman.

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Foto atarifa CC