martes, 29 de enero de 2008

Retórica y verdad

Lo más preocupante del engaño de Zapatero es que no ha extrañado a nadie que esté al tanto de las vicisitudes políticas


Alejandro Llano en La Gaceta de los Negocios, el 19 de enero de 2008

ENTRE los derechos humanos básicos se encuentra el derecho a la información. Negar a los ciudadanos la información que se les debe es un contrafuero más injusto aún que privarles de los bienes materiales que también les son necesarios para desarrollar dignamente su vida en sociedad. Porque nuestra mente se nutre de conocimientos y sin ellos se reseca y se agosta. Ahora bien, la manera más negativa de escatimar a otros los conocimientos debidos es la mentira, que constituye la mayor de las injusticias. Pero lo peor no es decir mentiras, lo peor es vivir en la mentira. Porque hacer del escamoteo de la verdad un modo estable de comportarse constituye, como dice Montaigne en sus Ensayos, un vicio maldito, el cual, por cierto, no lleva muy lejos.

Antes se coge al mentiroso que al cojo. La mentira ofrece un recorrido muy corto. Ciertamente, no es fácil de detectar, ya que, así como la verdad tiene un sólo camino, la mentira es polifacética, presenta mil caras: todas menos la faz de la verdad. Pero, antes o después, el mentiroso acaba por delatarse. Cae en su propia trampa y perece víctima de su incoherencia. Ya sabemos que no es posible engañar a todos continuamente.

Lo más preocupante del engaño de Zapatero, recientemente confirmado por él mismo, es que no le ha extrañado a nadie medianamente al tanto de las vicisitudes de nuestra vida política. Es más, quien haya tenido la paciencia de leer completa tan desmesurada entrevista —¡ocho horas!— habrá captado el aire de irrealidad que recorre de punta a cabo las respuestas del presidente del Gobierno. Estamos ante un ejercicio retórico en supuesto provecho del entrevistado y no ante un empeño por informar a la ciudadanía sobre sus planteamientos y proyectos. Ya en el diálogo Gorgias advirtió Platón que, cuando la retórica pretende ser el arma decisiva, no está al servicio de la verdad, sino al servicio del poder. La realidad se convierte entonces en algo prescindible y su lugar resulta ocupado por las apariencias. Pero lo malo de la realidad es que termina siempre —más pronto que tarde— por comparecer.

La retórica se convierte en sofística. La verdad se funcionaliza y deja de ser un valor fundamental. Ya conocemos, por su propia boca, cuál es la elemental filosofía de Zapatero: no es la verdad la que nos hace libres, es la libertad la que nos hace verdaderos. Lo cual, traducido al rampante pragmatismo de la política socialista, significa que se da por verdadero aquello que más nos conviene en cada caso. Aunque Marx ya quede muy lejos, todavía recordamos una de sus Tesis sobre Feuerbach, según la cual la verdad separada de la praxis es una cuestión puramente escolástica. También el pensamiento alemán del siglo XX se ocupó del tema. Martin Heidegger mantuvo que la libertad es el fundamento de la verdad, mientras que Karl Jaspers sostuvo lo opuesto: que la libertad se fundamenta en la verdad. No es de extrañar que el primero derivara al totalitarismo y se alineara con los verdugos, mientras que el segundo fue un impecable demócrata y se puso de parte de las víctimas.

La vida pública española necesita un coeficiente de transparencia mucho más alto; y una perentoria exigencia ética respecto a sus gobernantes. Quien mienta, se descalifica. Porque no lo hará una o dos veces, sino que seguirá ocultando y confundiendo la realidad de las cosas. En este lamentable caso, el engaño respecto a las relaciones con ETA ha sido pertinaz y continuado. ¿Quién podrá creer la promesa, repetida hasta la saciedad en la dichosa entrevista, de que nunca jamás se negociará políticamente con la banda terrorista? Siempre habrá, para volverlo a hacer, una disculpa plausible: la interrupción del reguero de sangre, las presiones internacionales, la cultura de paz… Y, pasando a algo de mayor actualidad todavía, ¿cómo estar seguros de que, desde el Gobierno, se nos va a dar una información económica cierta, precisamente en fase preelectoral?

La devaluación de la verdad todo lo contamina y acaba por afectar al aspecto más decisivo de la vida social: la educación. Si bien se mira, el factor común de las nuevas ordenaciones educativas, desde la universidad a la enseñanza primaria, no es otro que la instrumentalización del conocimiento. Ya no se anima a los niños y jóvenes a que busquen el saber por sí mismo, justo porque la verdad constituye la perfección del ser humano. No, hay que dejar de lado los despreciables contenidos y poner toda la agitación didáctica que prescribe la burocracia pedagógica al servicio de las competencias, las habilidades y las destrezas. Y, entonces, sólo cabe preguntarse con Antonio Machado: ¿Dónde está la utilidad de nuestras utilidades? Y recordar su inapelable respuesta: volvamos a la verdad, porque todo lo demás es vanidad de vanidades. La verdad es el único camino abierto a la esperanza, la sola vía por la que discurre el optimismo.

sábado, 19 de enero de 2008

La revolución silenciosa

Autor: Jesús Trillo-Figueroa
Libroslibres. Madrid (2007). 308 págs. 20 €.
Firmado por Agustín Alonso-Gutiérrez en Aceprensa, 16 de enero de 2008

Después de publicar La ideología invisible, en la que trataba de analizar el pensamiento que informa la izquierda dominante en el panorama político español, Jesús Trillo-Figueroa (Cartagena, 1955) disecciona el feminismo que triunfa en esa izquierda con su nuevo libro de pensamiento político, Una revolución silenciosa.

A pesar del subtítulo (La política sexual del feminismo socialista) y de su llamativa portada, está lejos de ser un análisis efímero de la coyuntura política en un espacio concreto, en este caso España. Uno de los capítulos está, sí, dedicado a las “políticas de igualdad” del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Pero no supone ni una décima parte de la obra y se pone en conexión con las ideas de fondo expuestas anteriormente. El resto es una sistematización documentada de los movimientos feministas, con especial atención al feminismo del último medio siglo, cuya influencia social y política ha sido tan profundaCuando se habla de feminismo, tanto defensores como detractores de este movimiento tienden a pensar en una corriente única, en una ideología monolítica y claramente definida. La realidad, como demuestra Una revolución silenciosa, es que no existe un solo feminismo, aunque sí hay una manera de entenderlo –feminismo socialista, lo llama Trillo-Figueroa– que ha sido la hegemónica recientemente.

Al estudiar el movimiento social y político feminista, el autor acude a sus fuentes intelectuales. Conocemos así las ideas y las obras ensayísticas que alimentaron el feminismo de la revolución sexual, entendemos quiénes eran esos ideólogos e ideólogas, y podemos saber qué es, de dónde viene y qué quiere la ideología de género, cuyos tambores de guerra llevan años sonando en Occidente.

El análisis que ofrece Una revolución silenciosa es especialmente oportuno ahora que contamos con una mínima perspectiva para conocer los frutos del feminismo sesentayochista, entre cuyos objetivos prioritarios estaba la conversión del sexo en asunto político, y precisamente cuando las legislaciones de diferentes países han dado forma a sus principales aspiraciones.

La verdad os hará libres

Por Juan Manuel de Prada en XLSemanal, 19 de enero de 2008

Llama la atención que en los Evangelios no se haga denuncia alguna de la esclavitud; y que, sin embargo, ya entre los primeros cristianos fuese costumbre manumitir a sus esclavos. Resulta casi imposible detectar en las palabras de Jesús alusiones que lo liguen a las contingencias de su tiempo; pero la esclavitud no era, desde luego, una mera contingencia, sino una realidad oprobiosa sobre la que se sostenía un orden social injusto. Jamás la condenó Jesús; y, sin embargo, sus seguidores más coherentes se distinguieron enseguida combatiéndola. ¿Cómo podemos explicar esta aparente contradicción? Hay una frase de Jesús que vale por todo un tratado abolicionista; una frase que ha propiciado las más diversas interpretaciones tergiversadoras, pero que en su escueta simplicidad incorpora un inequívoco mandato: «La Verdad os hará libres». Esa Verdad a la que Jesús se refiere es Él mismo: abrazándola, el hombre se libera de toda esclavitud; e, inevitablemente, quien la abraza no puede soportar que quienes están a su lado sigan sujetos a ella. Jesús se convierte así en el gran libertador; pero la libertad que promete es una libertad que se funda sobre un vínculo (y quienes hayan estudiado latín saben que `vínculo´ significa cadena): el cristiano es libre, y cree en la libertad de los demás, porque está encadenado a Jesús.

Creo que fue Chesterton quien definió a los católicos como esa gente que se había puesto de acuerdo sobre los catorce puntos del Credo, para poderse sentir libre y disentir en todo lo demás. Se trata de una libertad fundada sobre el vínculo que entablamos con la Verdad en la que creemos, muy distinta de la libertad que nos ofrece nuestra época, que es básicamente una incitación a desprendernos de cualquier vínculo, esto es, una incitación insidiosa a la esclavitud. La verdadera libertad es aquella que nos libera de la contingencia, aquella que nos ata a un algo permanente, como el náufrago se ata al mástil; la libertad a troche y moche que proclama nuestra época es en realidad el extravío del náufrago que ni siquiera tiene una tabla a la que agarrarse y se deja arrastrar por las corrientes: queremos ser libres para envilecernos, libres para hacer con nuestra vida lo que nos dé la gana, libres para destruirnos.

Leonardo Castellani, un escritor argentino hoy olvidado, formidable detractor del liberalismo, escribió en cierta ocasión: «La verdadera libertad es un estado de obediencia. El hombre se liberta de la corrupción de la carne obedeciendo a la razón, se liberta de la materia sujetándose al perfil diamantino de una forma, se liberta de lo efímero atándose a un estilo, de lo caprichoso adaptándose a los usos; se liberta de su infecundidad solitaria obedeciendo a la vida, y de su misma vida caduca y mortal se liberta, a veces, perdiéndola en obediencia a Aquel que dijo: `Yo soy la Vida´. (...) La máxima libertad nace del máximo rigor, dijo Leonardo da Vinci: porque el hombre es más libre a medida que es más fuerte, y la obsesión de la libertad es la prueba de la máxima debilidad, que es la debilidad de la mente».

La libertad se ha convertido en uno de los talismanes más hinchados de nuestra época: la invocan a porrillo los políticos de izquierda y de derecha; la anteponen a cualquier otro principio, quizá porque carecen de principios. Más sorprendente me resulta que este lenguaje haya contagiado a muchos católicos españoles; pues la libertad en el católico es el corolario natural de una adhesión a la Verdad, nunca un apriorismo sobre el que se pueda fundar la vida. Ahora entre los católicos españoles se está poniendo de moda proclamarse `liberal´ o `neoliberal´, que es tanto como presumir de doncella y regentar un burdel. Y lo que caracteriza a estos católicos liberales o neoliberales es, precisamente, la conformidad en aquello en lo que deberían disentir, según la definición de católico que aportaba Chesterton, esto es, en lo que afecta a lo contingente, a la cetrina política. A veces me pregunto si esos católicos que tan unánimes se muestran en lo que deberían porfiar y discutir no habrán extraviado el sentido de obediencia y adhesión a la Verdad.

Concluiré este artículo citando otra vez a Castellani: «El filósofo Santayana soñó una vez que veía pasar cuatro caballeros en cuatro caballos, negro, alazán, bayo, y el último era blanco. Los vio pasar empenachados y armados y les dijo: `¿Adónde van?´. `Vamos a libertar a los pueblos´, le contestaron. `¿Libertarlos de qué?´, les gritó el filósofo. El hombre coronado del caballo blanco le dijo: «De las consecuencias de la libertad».

jueves, 17 de enero de 2008

La izquierda anacrónica

Por JOSÉ ANTONIO ZARZALEJOS, Director de ABC, el 13 de enero de 2008

EL pasado mes de agosto falleció en París su arzobispo emérito, el cardenal Lustiger. Fue un hombre importante de la Iglesia en Francia y en Europa. Nicolás Sarkozy, a la sazón de vacaciones en los Estados Unidos, regresó a la capital francesa para asistir a las honras fúnebres del prelado de origen judío y se fotografió al pie del féretro. Estaba allí, junto al ataúd de un cardenal, el presidente de la República laica por definición, la francesa. En el Reino Unido de la Gran Bretaña -cuyo himno comienza con las palabras «Dios salve a la Reina»- la soberana es la cabeza de la Iglesia anglicana, y ni conservadores ni laboristas -ahora en el Gobierno- han puesto en duda, de una parte, la separación nítida y neta entre la Iglesia y el Estado, y, de otra, la continuidad de esta fórmula tradicional que personaliza el régimen constitucional consuetudinario de los británicos.

En Italia, el Papa es considerado un referente para unos y otros, como quedó demostrado el jueves cuando Benedicto XVI recibió en audiencia al alcalde de la ciudad eterna -Walter Veltroni- llamado a suceder en el liderazgo de la izquierda a Romano Prodi. El Papa habló ante el edil romano -homosexual según su sincera declaración- en los mismos términos que utilizó el siete de enero ante el Cuerpo diplomático acreditado cerca de la Santa Sede y el 30 de diciembre pasado con motivo de la concentración en defensa de la familia celebrada en la plaza de Colón de Madrid. Como el viernes recordaba en esta misma página el eminente jurista Manuel Jiménez de Parga, el ex presidente Bill Clinton declaró, con motivo de la presentación del mapa oficial del genoma humano, lo siguiente: «Hoy estamos aprendiendo el lenguaje con el que Dios creó la vida. Estamos llenándonos aún más de asombro por la complejidad, la belleza y la maravilla del más divino y sagrado regalo de Dios». Por fin, Angela Merkel, en su imparable ascensión al liderazgo de los critianodemócratas alemanes, pronunció un memorable discurso en el que reivindicó la vigencia de los valores morales del cristianismo como criterio ético para el ejercicio de la responsabilidad de gobierno.

Todos estos países son democracias avanzadas en las que el anticlericalismo ha desaparecido -y es, además, despreciado- como recurso de agitación y propaganda. Sus gobiernos en ningún caso entran en polémica pública e institucional con la Iglesia, a pesar de que los prelados -como ocurre en España- tanto en instrucciones pastorales de las Conferencias respectivas como a título individual critican -y lo hacen con diafanidad- decisiones políticas, legislativas y administrativas de los poderes públicos.

Sin embargo, la izquierda española, recurriendo a la peor de sus tradiciones, precisa de arremeter contra la Iglesia -cuya jerarquía, se esté o no de acuerdo con sus mensajes, no ha dejado de decir las mismas cosas desde siempre- para legitimar medidas que quiebran el esquema de valores cívicos mayoritarios en nuestro país que son de extracción confesional católica. Y es que este es el problema: que, a diferencia de lo que sucede en otras democracias, la izquierda en el Gobierno de la nuestra se comporta con un nihilismo camuflado en una supuesta tolerancia que se formula así: «¿Y por qué no?».

Cuando no hay un sustrato cívico, un proyecto ético comunitario, cuando se transmite el falso dogma de que lo «democrático» moraliza cualquier tipo de decisión, sucede lo que aquí ocurre: que nuestra sociedad no está vertebrada por un sistema común de criterios y principios. Y ese vacío de proyecto se sustituye con comportamientos reactivos y de agitación social ante el discurso -formulado en alguna ocasión con mayor o menor fortuna dialéctica- de la jerarquía eclesiástica. Es lo que hacía la izquierda de hace muchos años; pero no es la práctica de las izquierdas europeas que mayoritariamente recelan del aventurerismo ético y social del Gobierno de Rodríguez Zapatero.

domingo, 13 de enero de 2008

En honor de Dios

Cebrián pretende que los obispos no puedan emitir opiniones sobre la moralidad de las leyes

Por Ignacio Sánchez Cámara, en La Gaceta de los Negocios, el 10 de enero de 2008

Juan Luis Cebrián publicó ayer en El País un artículo titulado “El honor de dios” (si se le disputa la existencia, no es extraño que se le confisque la mayúscula). Los académicos son inmortales, pero no, desde luego, infalibles. El autor puede adherirse al laicismo radical, pero no invocando la Constitución española. Nuestra Carta Magna no instituye el laicismo; ni siquiera lo menciona. Ni tampoco la “separación” entre el Estado y la Iglesia (o las iglesias). Lo que establece es esto: “Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. (artículo 16.3).

El artículo de Cebrián arranca con un descubrimiento sorprendente. “Sabemos que el cardenal Rouco Varela no es partidario del divorcio”. Bueno, ni el Papa, ni el resto de cardenales y obispos, ni Jesucristo (se lo puede decir el teólogo José Blanco), ni la tradición de la Iglesia, ni el Código de Derecho Canónico lo son. La verdad es que en esto monseñor Rouco no es nada original. También se equivoca el periodista por lo que se refiere al entusiasmo del cardenal por un divorcio concreto, el de la princesa Letizia, que le permitió oficiar la ceremonia religiosa de su boda con el Príncipe de Asturias. Lo cierto es que, aunque no se hubiera divorciado, habría podido contraer matrimonio canónico, ya que su matrimonio anterior fue sólo civil. A efectos canónicos era soltera, no divorciada.

El articulista sostiene que la concentración religiosa de la plaza de Colón en defensa de la familia fue un acto político porque se expresaron críticas al Gobierno. Es su criterio, pero, en ese caso, también lo habría sido aunque se hubiera apoyado al Gobierno e incluso aunque no se hubiera dicho nada al respecto. Lo que se pretende es que los obispos no puedan emitir opiniones sobre la moralidad de las leyes, que es lo que han venido haciendo, entre otras cosas, desde los orígenes del cristianismo. La crítica a los poderosos se remonta a los profetas de Israel y llega hasta Benedicto XVI, pasando por la Escuela de Salamanca. Se diría que el académico quisiera abolir tan larga tradición crítica, en beneficio de los poderosos de la tierra. Tampoco puede reprimir su adhesión a la marea crítica contra la Transición. Y no parece que tenga muy claras las ideas acerca del fundamentalismo. Pretender que la moral cristiana influya en las leyes no es rasgo fundamentalista. Si cualquier organización puede opinar sobre ellas, no se ve por qué si es la Iglesia la que lo hace incurre en fundamentalismo. No es, por eso, muy feliz su comparación entre las madrazas islámicas y las escuelas católicas, ya que lo que puede resultar intolerable en aquéllas no es su carácter religioso, ni su aspiración a influir en la moral social y en las leyes, sino sus eventuales ataques a los principios fundamentales del orden público. No parece, por lo demás, que el Islam haya contribuido tanto como el cristianismo a la civilización democrática y liberal. Su afirmación de que la Iglesia española es el ariete intelectual y el instrumento de propaganda del Partido Popular, que cuenta poco más de dos décadas de existencia, da un poco de risa. De ser cierto, que no lo es, sería más bien al contrario.

Pero claro, la cuestión fundamental es ¿quién manda? Y, ciertamente, si hablamos de mando o poder político, hay que contestar que el Gobierno (aunque no sólo él, si es que estamos en una verdadera democracia liberal). Pero una cosa es el poder político y otra la autoridad espiritual. Y ésta la tiene no quien decide el Gobierno o la mayoría parlamentaria, sino quien la tiene. Pero el Ejecutivo actual parece inútilmente empeñado en que a él le corresponde también la autoridad moral. Por lo demás, hay que exhibir una inmensa ignorancia acerca de los escritos de Ratzinger para atribuir al Santo Padre la consolidación de “las corrientes integristas y retrógradas dentro de la institución”. En caso de duda, puede Cebrián consultar a Habermas, y le corroborará el intenso y fecundo diálogo filosófico-teológico que Ratzinger ha promovido entre el cristianismo y la modernidad. Por cierto, Ortega y Gasset afirmó que la modernidad era el fruto tardío de la idea de Dios. Es muy probable que la Iglesia española se equivocara en su adhesión al franquismo, pero quien critique esa posición haría bien en recordar también la atroz persecución que acababa de sufrir. No es esto una justificación, pero sí una verdad. Sobre la democracia interna de la Iglesia, baste decir que la democracia es un principio válido para regir los asuntos políticos, pero ni Dios es un jefe de gobierno ni la Iglesia una organización política. Hay que dar a Dios lo que es de Dios y al César lo que es del César. Eso no significa, ciertamente, que el César tenga legitimidad para derogar el Decálogo o el sermón de la montaña. De lo que ahora se trata, al parecer, y nada tiene que ver ni con la Biblia ni con la democracia liberal, es de fingir un poder político que ha comido del árbol de la ciencia del bien y del mal, de fabricar un César sin Dios.

miércoles, 9 de enero de 2008

Cuando el Estado mata la responsabilidad

Tomado de la Fundación Burke:

La cuestión que plantea la Heritage Foundation es clara: cuándo alguien tiene un problema, ¿quién se ocupa de ayudarle? La respuesta, por desgracia, es también sencilla, al menos entre los países occidentales: el Estado.

Y si el Estado no es capaz de ayudarle… pues que se las arregle solito. Tal es la perversión que se ha difundido en nuestras sociedades socialdemócratas que han olvidado lo que significa la vida en comunidad. Hemos llegado a la situación en que ya nadie se siente responsable de lo que le ocurre a su vecino; probablemente incluso ni siquiera sepa que aquel con quien vive pared con pared pasa por un apuro que su vecino podría aliviar.

Es tal la transformación cultural que ha llevado a olvidar que en la vida en comunidad tenemos responsabilidades hacia los demás que incluso cuando alguien se preocupa por aquellos con los que convive, lo hace como si fuera una acción filantrópica y no algo a lo que se ve impelido por la responsabilidad que deriva de la vida en comunidad.

El resultado de este nuevo modelo es, por supuesto, la creciente presencia del Estado que debe velar por cuantas necesidades existan (necesidades crecientes hasta el infinito por la moderna concepción de que todo deseo deviene derecho y todo derecho debe ser asegurado por el Estado). Ahora bien, se da la paradoja de que un individualismo extremo que niega toda responsabilidad en el seno de una comunidad provoca un mayor intervencionismo estatal al provocar, aunque sea de modo indirecto, situaciones insostenibles para algunos de los individuos. Una recuperación de lo que significa la vida comunitaria debe ser prioritaria para toda postura conservadora, sabedores de que sólo así se puede poner freno a la invasión estatal en cada vez más ámbitos.

Para leer el informe de la Heritage Foundation, pinchar aquí.

domingo, 6 de enero de 2008

A pesar de todo, Dios existe

Por Alejandro LLano, Catedrático de Filosofía, en La Gaceta, el 28 de diciembre de 2007

Según el filósofo ateo Anthony Flew, el mundo no podría explicarse sin un Espíritu que actuase en su origen.

La conversión de Tony Blair al catolicismo proporciona una buena ocasión para reflexionar sobre el futuro de la religión en la sociedad actual.

El hecho de que el mejor político europeo del cambio de siglo haya dado un paso tan significativo es un dato más que desmiente el anuncio del ocaso del cristianismo, por supuesta incompatibilidad con la implantación de la democracia y con el progreso de la ciencia. Y es que se está produciendo en nuestro país una paradoja cada vez más notoria: la libertad laicista se impone contra la libertad real de los ciudadanos y el cientificismo materialista se prescribe frente a las evidencias de la ciencia. Todo ello como resultado de una manipulación de las mentes que está movida por intereses ideológicos y económicos, y que habría que sacudirse cuanto antes.

Me ha producido vergüenza ajena la lectura de críticas no mayoritarias a la encíclica Spe salvi de Benedicto XVI. Sólo el sectarismo o la ignorancia pueden explicar el bajo rasero conceptual de algunos artículos de prensa y la virulencia de ciertos ataques a un documento de gran aliento espiritual y de un nivel intelectual que, al parecer, no están al alcance de comentaristas que atacan a la Iglesia Católica, siempre con los mismos tópicos, sea cual fuere la ocasión o disculpa. Deben suponer que sus lectores son débiles mentales.

Con ocasión del escándalo provocado por la denuncia de abortos ilegales y crueles en clínicas de Barcelona y de Madrid, se han invocado unos presuntos derechos a la supresión de vidas próximas a nacer, que se presentan como exigencias de la libertad de las mujeres en una democracia madura. Y se acusa a grupos católicos integristas de provocar la denuncia de unos hechos que, por lo demás, nadie niega que estén fuera de la ley.

Parece como si, dada la posibilidad científica y técnica de interrumpir el embarazo con relativa asepsia y bajo un manto de discreción, la liquidación de niños ya viables fuera coser y cantar. Viene al recuerdo lo que decía el científico Oppenheimer a propósito de la bomba atómica: cuando se presenta la posibilidad de un experimento dulce, algo inédito que ya se sabe hacer, eso se acaba haciendo, aunque sus consecuencias sean desastrosas. Es un aviso de navegantes para fanáticos de la biotecnología.

La proximidad de las elecciones motiva que los políticos bajen la guardia y permitan que se hagan, también con ellos, experimentos que no son peligrosos, sino simplemente ridículos. Tal es el caso del libro titulado Madera de Zapatero, en el cual el escritor de cámara Suso de Toro canta las glorias del presidente. Se trata, por lo demás, de un volumen caótico y muy flojo.

No faltan en él, sin embargo, algunas perlas. En el apartado sobre religión y laicidad —y como una muestra más de la confusión intelectual de Rodríguez Zapatero— se puede leer esta sorprendente afirmación: “El único orden que debemos establecer es el orden que da libertad a todos, no el que da la libertad de cada uno”. Áteme usted esa mosca por el rabo, que diría el Juan de Mairena machadiano. En cualquier caso, nuestro presidente tiene una simplista visión de la historia de España, en la cual se atribuye al catolicismo un papel decididamente negativo: “El catolicismo en España ha condicionado y ha generado enormes vacíos”.

Es el vacío de conocimientos el que conduce a ignorar la indudable realidad de que el cristianismo se encuentra en la raíz de la concepción moderna de la libertad y del progreso, de la ciencia positiva y de la democracia. No es un azar histórico que la modernidad sólo haya medrado en culturas fecundadas por el cristianismo, al que se debe la desacralización de lo terreno. Lo cual se sitúa en los antípodas de la curiosa tesis de Zapatero, según la cual “es el ser humano el que merece adoración”.

Mientras en nuestro país se siguen publicando libros de muy poco calado con mensajes contrarios a toda suerte de trascendencia, nos llega la declaración de Anthony Flew, considerado por muchos como el más conocido filósofo ateo del mundo. Flew ha cambiado su modo de pensar y ahora publica un libro con este contundente título: Dios existe. Según este destacado pensador contemporáneo, Dios ha creado el mundo y la complejidad de los seres vivos, en particular, no podría explicarse sin la acción de un Espíritu que está en el origen de la inteligibilidad de la naturaleza. Y nosotros sin enterarnos.

La libertad de pensamiento y de expresión constituye la gran conquista occidental, que hoy día es patrimonio del mundo entero. Todo intento de constreñir ese pensamiento que se atiene exclusivamente a la evidencia supone un atentado contra la dignidad de la persona humana. Confundir la enseñanza con el adoctrinamiento y la información con la propaganda implica un retroceso en lo que constituye la base de nuestra civilización. Donde está el espíritu, allí se encuentra la libertad.

miércoles, 2 de enero de 2008

Nicolas Sarkozy propone una “laicidad positiva”

Firmado por Aceprensa. Fecha: 24 Diciembre 2007

El discurso pronunciado en la basílica de Letrán por el presidente francés Nicolas Sarkozy marca una nueva interpretación de la “laicidad positiva” tanto en Francia como en una Europa que ha tendido a mirar con reservas sus raíces cristianas. En su discurso del 20 de diciembre, Sarkozy afirmó que Francia solo puede resultar beneficiada por un reconocimiento efectivo del papel de las corrientes religiosas en la vida pública y de su colaboración para iluminar los problemas éticos.

En su toma de posesión simbólica como “canónigo de honor” en la basílica de Letrán, Nicolas Sarkozy hizo una lectura de la historia de Francia asumiendo plenamente “ese lazo tan particular que durante tanto tiempo ha unido a nuestra nación y a la Iglesia”.

Esta especial relación se debe, más allá de los hechos históricos como el bautismo del rey Clodoveo, a que “la fe cristiana ha influido con profundidad en la sociedad francesa, en su cultura, en sus paisajes, en su manera de vivir, en su arquitectura, en su literatura”. Por eso, “las raíces de Francia son esencialmente cristianas”.

A la vez, ha recordado que “Francia ha dado una contribución excepcional a la difusión del cristianismo”. A este respecto Sarkozy ha mencionado tanto a los santos franceses (desde San Bernardo a Teresa de Lisieux) como a hombres de cultura (Pascal, Bossuet, Péguy, Claudel, Bernanos, Mauriac, Maritain, Mounier, René Girard y teólogos como de Lubac y Congar).

Después Sarkozy expuso su modo de entender una laicidad positiva en la actualidad. Por una parte, elogió el régimen francés de la laicidad como libertad de creer o de no creer, de practicar y de cambiar de adscripción religiosa, de no ser discriminado por la Administración por motivos religiosos... En una Francia plural, “la laicidad se afirma como una necesidad y una oportunidad. Se ha convertido en una condición de la paz civil”.

Al mismo tiempo, advirtió que “la laicidad no puede ser la negación del pasado. No tiene el poder de separar a Francia de sus raíces cristianas. Intentó hacerlo, pero no hubiera debido. Como Benedicto XVI, considero que una nación que ignora la herencia ética, espiritual, religiosa de su historia comete un crimen contra su cultura, contra esa mezcla de historia, de patrimonio, de arte y de tradiciones populares, que impregna tan profundamente nuestra manera de vivir y de pensar”. Arrancar esa raíz sería “debilitar el cimiento de la identidad nacional”.

Contribución a la moral del país

Frente a los políticos que tienden a enfrentar una moral laica y una moral religiosa, Sarkozy, sin negar su distinción, admitió que “la República tiene interés en que exista también una reflexión moral inspirada en convicciones religiosas. En primer lugar, porque la moral laica corre el riesgo de agotarse o de transformarse en fanatismo cuando no está respaldada por una esperanza que llene la aspiración al infinito. Y también porque una moral desprovista de lazos con la trascendencia está más expuesta a las contingencias históricas y finalmente a ceder a la facilidad”.

“En la República laica, siguió diciendo el presidente francés, un político como yo no decide en función de consideraciones religiosas. Pero importa que su reflexión y su conciencia sean iluminadas especialmente por consejos que hagan referencia a normas y convicciones libres de las contingencias inmediatas. Todas las inteligencias, todas las espiritualidades que existen en nuestro país deben tomar parte en ello”.

Sarkozy expresó su deseo del “advenimiento de una laicidad positiva, es decir, una laicidad que, al mismo tiempo que vela por la libertad de pensar, de creer y de no creer, no considere que las religiones son un peligro, sino más bien una ventaja”.

“No se trata –dijo– de modificar los grandes equilibrios de la ley de 1905”, que rige en Francia la separación de la Iglesia y del Estado. “Se trata, en cambio, de buscar el diálogo con las grandes religiones de Francia y de tender por principio a facilitar la vida cotidiana de las grandes corrientes espirituales en vez de tratar de complicársela”.

Sarkozy expresó su convicción de que “la frontera entre la fe y la increencia no es y no será nunca la frontera entre los creyentes y los no creyentes, porque atraviesa en verdad a cada uno de nosotros. Incluso el que afirma no creer no puede sostener al mismo tiempo que no se pregunta sobre lo esencial. El hecho espiritual es la tendencia natural de todos los hombres a la búsqueda de la trascendencia.”

Sin embargo, reconoció el presidente francés, “la República laica ha subestimado la importancia de la aspiración espiritual”. Y aquí Sarkozy ha mencionado algunas limitaciones que todavía subsisten al reconocimiento de la aportación de la Iglesia a la sociedad en Francia, como el valor de los títulos de los centros católicos de enseñanza superior.

Para crear esperanza

Esto es perjudicial para el país, ha dicho Sarkozy. Hay que evitar toda intolerancia contra el no creyente. “Pero un hombre que cree es un hombre que espera. Y el interés de la República es que haya muchos hombres y mujeres con esperanza. La desafección progresiva de las parroquias rurales, el vacío espiritual de los suburbios, la desaparición de los patronatos, la escasez de sacerdotes, no han hecho más felices a los franceses”.

Para destacar el valor de la esperanza, Sarkozy ha citado la reciente encíclica de Benedicto XVI. Ha recordado que, desde la Ilustración, Europa puso sus esperanzas en las ideologías o en el progreso técnico y económico. Pero ninguna de estas perspectivas “ha podido llenar la necesidad profunda que tienen los hombres y las mujeres de encontrar un sentido a su existencia”. Las cuestiones sobre el sentido de la vida y el misterio de la muerte “son cuestiones esenciales que no han perdido su pertinencia”.

En la parte final del discurso, Sarkozy destacó y agradeció, en tanto que presidente de la República, lo que la Iglesia católica hace en Francia. “Vuestra contribución a la acción caritativa, a la defensa de los derechos del hombre y de la dignidad humana, al diálogo interreligioso, a la formación de las inteligencias y de los corazones, a la reflexión ética y filosófica es importante... Al dar en Francia y en el mundo el testimonio de una vida entregada a los demás y colmada por la experiencia de Dios, creáis esperanza y hacéis crecer los sentimientos nobles”.

En conclusión, Sarkozy afirmó que “en este mundo paradójico, obsesionado por el confort material, pero al mismo tiempo cada vez más deseoso de sentido y de identidad, Francia necesita católicos convencidos que no teman afirmar lo que son y lo que creen”.

Texto íntegro en La Croix.