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sábado, 13 de septiembre de 2008

Laicidad positiva

JUAN VICENTE BOO para ABC. París, sábado 13-09-08

Benedicto XVI respaldó ayer ante el presidente de la República Francesa el concepto de «laicidad positiva» propuesto por Nicolás Sarkozy como vía de salida a los antiguos enfrentamientos entre laicistas y clericales, que amargaron la convivencia en su país como la amargan ahora en España. Aunque el protocolo francés prevé que el jefe del Estado espere a sus visitantes en el Palacio del Elíseo, Sarkozy acudió personalmente al aeropuerto de Orly acompañado de su esposa, Carla Bruni, repitiendo el gesto excepcional del presidente Bush el pasado mes de abril en Washington.

El extraordinario recibimiento que los grandes países otorgan a Benedicto XVI se justifica en cuanto el Santo Padre toma la palabra. Ayer, en su primer discurso, el Papa lanzó un mensaje que no sólo mejora el clima de convivencia sino que eleva el patrimonio intelectual de la República Francesa.

Refiriéndose a las satisfactorias relaciones con el Estado, el Santo Padre afirmó que «la Iglesia en Francia goza actualmente de un régimen de libertad. La desconfianza del pasado se ha transformado poco a poco en un diálogo sereno y positivo, que se consolida cada vez más», en un clima «de buena voluntad recíproca».

Como el presidente francés, Benedicto XVI subrayó el papel positivo de la religión en la convivencia civil, aplaudió «la hermosa expresión de «laicidad positiva» que usted ha utilizado para calificar esta comprensión más abierta» y se declaró «profundamente convencido de que en este momento histórico en que las culturas se entrecruzan cada vez más es necesaria una nueva reflexión sobre el verdadero sentido y la importancia de la laicidad».

Según el Papa, «es fundamental insistir en la distinción entre el ámbito político y el religioso, para tutelar tanto la libertad religiosa de los ciudadanos como la responsabilidad del Estado ante ellos. Y, al mismo tiempo, valorar más claramente el papel insustituible de la religión en la formación de las conciencias y su aportación al consenso ético de fondo en la sociedad».

Volviendo a uno de sus temas intelectuales y evangélicos favoritos, Benedicto XVI recordó que el debate sobre obligaciones religiosas y políticas es antiguo y fue ya resuelto por Jesucristo con la fórmula: «Dad al César (al emperador) lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios».

La independencia y a la vez complementariedad de papeles entre la Iglesia y el Estado quedo aún más clara cuando el Papa mencionó su preocupación por el aumento de la distancia entre ricos y pobres. Ante ese problema, «la Iglesia interviene, como tantas otras asociaciones, intentando ofrecer soluciones inmediatas (a los pobres y abandonados), pero es el Estado quien tiene que legislar para erradicar las injusticias».

Raíces cristianas
El Papa escuchó con gran interés el discurso de saludo en que el presidente de la República Francesa reiteró sin ambages que «nosotros asumimos nuestras raíces cristianas. Sería una auténtica locura privarnos de la sabiduría de las religiones. Sería un crimen contra la cultura y contra el pensamiento. Por eso propongo una laicidad positiva».

Aunque Sarkozy es un católico poco practicante, su concepto de «laicidad positiva» gusta a quienes aprecian el hecho religioso mientras que enfada a sus enemigos, que ayer volvieron a criticarle duramente. El presidente galo lanzó la idea en Roma el pasado mes de diciembre cuando acudió a la basílica de San Juan de Letrán en su calidad de canónigo extraordinario, igual que el Rey de España lo es de la basílica de Santa María la Mayor.

La «laicidad negativa»
En aquella visita, Sarkozy afirmó que la ley «de laicidad» de 1905 que limita algunas actividades de la Iglesia se ha quedado muy anticuada, y ha llegado la hora de pasar de esa «laicidad negativa» a una «laicidad positiva» en la que las organizaciones religiosas y el Estado colaboran para solucionar los problemas, cada uno con sus respectivos instrumentos y en sus propios ámbitos de actuación. Según el resumen de un comentarista improvisado, «los políticos no deben predicar y los curas no deben legislar, sino al revés».

En su discurso de ayer, el presidente francés señaló que «la laicidad positiva lleva al diálogo, pues es una laicidad abierta que lleva a un clima de tolerancia», en el que dejan de tener cabida tanto los fanatismos religiosos como los laicistas. Sarkozy recordó que «la democracia es hija de la razón», y subrayó que «la búsqueda de espiritualidad no es un peligro para la democracia».
Aun pregonando su entusiasmo por la decisiva contribución que el cristianismo ha prestado a la cultura francesa, el presidente de la República reiteró que el país acoge con alegría a los musulmanes, cuyos representantes acudieron ayer al Elíseo junto con los principales rabinos de París, algunos de los cuales habían acudido incluso a recibir al Papa en el aeropuerto. Según Sarkozy, «las raíces cristianas de Francia no impiden la vida en común con los musulmanes», igual que tampoco impiden escuchar a otras autoridades religiosas como el Dalai Lama, «que nos ha enriquecido con sus reflexiones», precisamente cuando la sociedad debe afrontar numerosos problemas difíciles, desde la integración cultural hasta las múltiples cuestiones bioéticas abiertas por las nuevas tecnologías.

El clima de visible aprecio entre líderes políticos y religiosos creaba ayer la impresión de un país concentrado en resolver sus problemas en lugar de crear otros nuevos e innecesarios. El telón intelectual de fondo era la compatibilidad o, mejor dicho, la complementariedad entre la fe y la razón, que el presidente francés mencionó en su discurso de bienvenida, mientras que el Santo Padre lo desarrolló en su encuentro con 700 intelectuales a última hora de la tarde, insistiendo en el carácter racional del cristianismo, pues Jesucristo es precisamente el «logos», la Razón, hecha carne. Por el contrario, el positivismo que ignora el aspecto espiritual del ser humano es «una capitulación de la razón» y supone «el fracaso del humanismo».

Francia, el país abanderado de la libertad y la razón, supo valorar al cardenal Ratzinger durante su etapa al frente de la Congregación de la Doctrina de la Fe mejor que Alemania o España. Mientras algunos periódicos le retrataban como el «panzerkardinal» o como «el gran inquisidor», la Academia Francesa de Ciencias Morales y Políticas le eligió entre sus miembros en 1992 para sustituir nada menos que al físico y premio Nóbel ruso Andrey Sajarov después de su fallecimiento.

Con los jóvenes
Por ese motivo y muchos otros, Benedicto XVI pudo manifestar ayer en París su alegría por volver a una capital «que me es familiar y conozco bien, y donde gozo de buenas amistades humanas e intelectuales».

En su encuentro con los jóvenes en Notre Dame, el Papa les habló, como ya hiciera en Sidney, del Espíritu Santo y de San Pablo. Hoy celebra una misa en la Explanada de los Inválidos antes de viajar a Lourdes.

* Palabras del Encuentro con las autoridades del Estado en el palacio del Elíseo, París, 12 de septiembre de 2008 (en francés)

domingo, 25 de marzo de 2007

50 Aniversario de la Unión Europea

El Papa avisa que la crisis demográfica y ética lleva a Europa a «despedirse de la Historia»

Por JUAN VICENTE BOO, CORRESPONSAL en ROMA de ABC, el 25 de marzo de 2007

Demostrando el coraje de poner el dedo en la llaga, Benedicto XVI denunció ayer el declive demográfico y el vacío espiritual de la Unión Europea, e invitó a superar la crisis de valores para que Europa recupere su unidad y su papel en el mundo. En tono afectuoso pero con palabras muy duras, el Papa advirtió que la caída de la natalidad «podría llevar a Europa a despedirse de la Historia», y que la continua erosión de los valores supone «una apostasía de sí misma, incluso antes que de Dios».
Benedicto XVI -que además de un intelectual de gran envergadura es testigo de los éxitos y fracasos de estos 50 años de la UE-, prefirió exponer la verdad incómoda ante los 400 participantes en un congreso sobre el futuro europeo, en lugar de caer en el triunfalismo de fachada que ha convertido en gélidas las celebraciones oficiales de Roma y las vísperas de las de Berlín.
El Papa es europeísta, pero no al precio de la hipocresía o de cerrar los ojos ante el degrado social o la injusticia contra los más débiles. En su balance de 50 años, celebró que Europa haya conseguido «reconciliar sus dos pulmones -Oriente y Occidente- arbitrariamente separados por un telón de injusticia», pero constató que avanza sólo «fatigosamente» la búsqueda «de una estructura institucional adecuada para una Unión de 27 países que aspira a convertirse en actor global».

El protagonismo perdido
El Papa advirtió que «por desgracia, en el terreno demográfico Europa parece haber tomado un camino que podría llevarla a despedirse de la Historia», perdiendo el protagonismo que ha tenido en el ultimo milenio.
Según Benedicto XVI, la caída de población, «además de dificultar el crecimiento económico puede dificultar la cohesión social y, sobre todo, favorecer un peligroso individualismo. Se podría pensar que el Continente europeo está perdiendo, de hecho, la confianza en su propio futuro».
El Papa denunció la falta de solidaridad en terrenos medioambientales y energéticos «no sólo en el ámbito internacional sino a veces incluso en el nacional», como sucede, por ejemplo, con el agua en algunos países.
Pero su preocupación principal se refería a los derechos de las personas y los valores. Sin necesidad de mencionar explícitamente el aborto o la eutanasia, el Santo Padre reivindicó «el derecho a la objeción de conciencia» y advirtió que «una comunidad que no respeta la auténtica dignidad del ser humano, olvidando que toda persona ha sido creada a imagen de Dios, termina por no ayudar a nadie». Si al pragmatismo o a la ley del más fuerte en la política «se añaden corrientes laicistas y relativistas, se termina negando a los cristianos el derecho a intervenir como tales en el debate público».

«Valores universales»
El Papa acusó a los gobernantes de «haber escrito varios capítulos del proyecto europeo sin tener suficientemente en cuenta las aspiraciones de los ciudadanos», y recordó que la identidad europea, «antes que geográfica, económica o política, es una identidad histórica, cultural y moral: una identidad constituida por un conjunto de valores universales que el cristianismo ha contribuido a forjar». Esos valores «deben permanecer en la Europa del tercer milenio como fermento de civilización». Sin ellos, Europa se desvanece. Guste o no escucharlo la víspera de una fiesta de aniversario.

Texto íntegro de la declaración de Berlín aprobada por los 27 en el 50 aniversario del Tratado de Roma.