Mostrando entradas con la etiqueta Jaime Rodríguez-Arana. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Jaime Rodríguez-Arana. Mostrar todas las entradas

martes, 20 de mayo de 2008

Ideologización

Por Jaime Rodríguez-Arana, Catedrático de derecho administrativo , en Análisis Digital, hoy 20 de mayo de 2008

El panorama intelectual en el viejo continente, en unos países más que otros, aparece hoy dominado por el llamado pensamiento ideologizado, por el pensamiento bipolar más o menos cainita o maniqueo según los casos y las cuestiones.

Que esto sea así no es sino la consecuencia del progresivo proceso de desmantelamiento de los valores fuertes de la democracia y de la entronización de un nuevo pensamiento único que, es lo más paradójico, ha encontrado el terreno abonado por una izquierda sin referentes morales entregada al más radical individualismo insolidario y a los más capitalistas hábitos burgueses.

Desgraciadamente, como consecuencia de la llegada del carril único, los que se atreven a expresar sus puntos de vista son condenados de inmediato, previa campaña de linchamiento cuando no de descalificación global, a las tinieblas exteriores del paraíso de lo único, de lo uniforme, en el que habita la tecnoestructura que nos domina . El escenario es bien sencillo: a través de campañas perfectamente orquestadas en la opinión pública, que no siempre defiende la libertad de expresión y de pensamiento, se inicia un proceso de culpabilización, de criminalización del sentido común, de lo normal. Luego, a través del ejercicio alternativo de la compasión se construye una idea de la igualdad instrumental al servicio de determinados objetivos a la que se da carácter absoluto. Quien no comulgue con tales afirmaciones, fuera, fuera del escenario democrático. Es la desnaturalización de la democracia, el imperio de la tiranía de la mayoría que en su día denunciaron Tocqueville o Stuart-Mill. No sólo no se respeta la opinión contraria, sino que se demoniza, incluso se llega a tachar de comportamiento enfermizo a quien ose desafiar el pensamiento dominante.

El pensamiento ideologizado nada quiere saber de ciencia ni de nada que no sea dividir a los mortales entre los que están a favor o en contra. Por supuesto, los que están en contra, de persistir en sus puntos de vista puede ser que se prevean privados de su derechos ciudadanos por atreverse a atentar contra el sacrosanto dogma de la imposición nueva y decente verdad revelada por el nuevo Estado confesional laico.

Si hace falta destruir conceptos, instituciones o realidades construidos siglos atrás y que conforman la esencia de la tradición liberal y democrática, no pasa nada porque el poder bien justifica lo injustificable. Si Maquiavelo levantara la cabeza se quedaría sorprendido de la cantidad de discípulos que tiene en el presente. Y no digamos si Hobbes saliera de la tumba, seguramente disfrutaría contemplando tantos dirigentes obesionados con flotar y con mantenerse como sea en el poder, sea económico, partidario o institucional, aunque sea a través de la fuerza.

La ideologización, el monolitismo y la unilateralidad que hoy sirven de púlpito para la prédica de los nuevos sacerdotes del Estado confesional laico deben dejar paso, otra vez, a la libertad y a la pluralidad. El camino será largo porque los destrozos son inmensos y, como se sabe, es más fácil destruir que construir. El camino será largo, sobre todo, porque el grado de confusión es grande y porque tanto consumismo, tanto hedonismo y tanta penalización del pensamiento libre causa estragos.

A pesar de todo, la causa de la libertad siempre triunfa aunque entrañe esfuerzo, tesón y sufrimiento. Hoy hay que resistir con paciencia los embates de tanto desmán y tanta arbitrariedad disfrazada de democracia. Llegará un momento en el que se caerá todo este artificial entramado que no es más que la versión más elitista y antisocial del deseo de unos pocos por mantener y acrecentar el poder, la riqueza y la posición, cuándo no de pretender que todos aplaudamos la conversión de la racionalidad y la normalidad en esta gran farsa en que hoy se está convirtiendo el solar del viejo continente.

Al final, sin embargo, como siempre ha acontecido, antes o después, pronto o tarde, la libertad termina por derribar este autoritarismo soft en que se están convirtiendo algunos de los sistemas políticos de nuestro entorno.

miércoles, 24 de octubre de 2007

La nueva fuente del derecho

Parecía que el Estado de Derecho eliminaba como fuente del derecho la subjetividad del gobernante

Por Jaime Rodríguez Arana, en La Gaceta, hoy

Los tratados y manuales de derecho al uso suelen citar entre las fuentes del derecho la Constitución, la ley, las normas sin rango legal, la costumbre, los principios generales, la jurisprudencia y la doctrina. Hasta ahora parecía que el tránsito al Estado de derecho desde el Antiguo Régimen había eliminado como fuente del derecho la subjetividad del gobernante, construyéndose toda una magnífica teoría acerca de la motivación, la objetividad y la racionalidad del poder que ha caracterizado el uso y el ejercicio de la potestades públicas en la democracia. Mucho y muy bien se ha escrito sobre la relevancia de la racionalidad y la objetividad como elementos esenciales de las normas y actos de gobierno desde la revolución de 1879. En este sentido, la subjetividad, el puro arbitrio del gobernante había quedado desterrado del mundo de la legitimidad política. Sin embargo, para sorpresa de propios y extraños, por estos pagos y en otras lejanas latitudes, la motivación de algunos fallos judiciales en el cambio de la voluntad política de los gobernantes ha provocado que, también en este punto, en el capítulo del derecho, más aún, de la seguridad jurídica, España también da que hablar.

Los juristas del derecho público hemos aprendido hace algún tiempo que la pura determinación, sin límites, de la voluntad política no sólo no es fuente de derecho sino que constituye un flagrante ejercicio de arbitrariedad. John Locke decía que la arbitrariedad es la ausencia de racionalidad, la ausencia de objetividad, de motivación, algo inherente al ejercicio del mando en un Estado de derecho. Pues bien, el reino de la arbitrariedad suele instalarse en un sistema en dos dimensiones. En la primera nos hallamos cuando aparece el manto de la oscuridad, de la opacidad, del misterio, de la ambigüedad, del enigma, del claroscuro como contexto para actuar políticamente sin límites. Y nos encontramos en la segunda cuando impera la ausencia de objetividad, de congruencia, de buena fe, de confianza legítima, de proporcionalidad; en una palabra, de racionalidad. La racionalidad, bien lo sabemos los profesores de Derecho, es una de las notas características de las normas jurídicas. Quizás hasta sea la más relevante si se engarza adecuadamente en el marco de la justicia. Racionalidad que ha de presidir el entero proceso de elaboración de las normas y racionalidad que también ha de presidir las actuaciones públicas de los gobernantes. Normalmente, cuando se abandona la razón aparecen las quiebras de la coherencia, el cambio injustificado de tratamiento en los asuntos públicos, la discriminación o la desigualdad. El problema, el gran problema que tal fractura del orden jurídico y social trae consigo reside en que se trata de la antesala del autoritarismo, del dominio de unos sobre otros, de la dictadura de lo conveniente o eficaz políticamente sobre lo justo, lo equitativo, lo que reclama la dignidad de la persona y sus derechos fundamentales.

En este contexto, por ejemplo, resulta que una serie de conductas determinadas se califican por la autoridad judicial en una época como delitos, mientras que en otro momento las mismas actitudes no son merecedoras del reproche penal. La explicación de tal dispar calificación rside en que el diálogo político en un caso produce una caracterización jurídica y, en otra, da lugar a una situación totalmente diferente. Sinceramente, ¿es posible que el diálogo político se convierta en fuente del derecho? ¿Es proporcionado, razonable, lógico, que en un Estado de derecho desde un poder del Estado se colabore en el intento, calculado y deliberado de instaurar una nueva ideología del diálogo, de dominio absoluto de la voluntad política, que convierta en bueno o malo, en justo o injusto, lo que convenga en cada momento al gobierno de turno?

Hace unos meses nos llamaban la atención en Europa sobre el grado de seguridad jurídica en materia de operaciones económicas que han provocado el asombro y la perplejidad por la obvia y evidente ruptura de unas reglas jurídicas que han de ser conocidas y aplicadas por las autoridades competentes. Tiempo atrás tuvieron que salir a la calle millones de personas para reclamar libertad educativa, sensibilidad hacia la institución matrimonial o políticas antiterroristas dignas de tal nombre. Y ahora, por si fuera poco, nos topamos con resoluciones judiciales que hacen apología de la ideología del diálogo político cómo fuente dederecho.

EL horizonte es, por tanto, bien sombrío. Muchos ciudadanos no alcanzan a calibrar la magnitud de la operación orquestada sencillamente porque el consumismo imperante y el individualismo feroz que se expende desde las terminales mediáticas de uno y otro signo han sumergido a muchos sectores del pueblo en un profundo sueño del que es difícil salir. El dominio actual de la racionalidad económica unilateral incluso se atreve, porque es consciente de la narcotización social, a mover las voluntades de muchas personas que han renunciado a una vida digna y libre a cambio del puro disfrute del bienestar económico, por lo visto el único género de bienestar que se tolera.

En otros casos, el problema es de pura y dura manipulación política ante una población inerme, sin temple moral o coraje ciudadano.Ante esta situación, muchos son pesimistas y se contentan con lamentos y censuras estériles haciendo el juego a la provocación. Sin embargo, tenemos una gran oportunidad para demostrar que la lucha por las libertades siempre derrota a la tiranía, sea sutil o explícita. Para eso es menester caer en la cuenta de que es necesario rebelarse civilizadamente frente a tanta imposición, a tanto pensamiento único y a tanto miedo al pensamiento plural. Es una tarea apasionante, que aunque llevará su tiempo, esta condenada a la victoria.

martes, 22 de mayo de 2007

La dictadura del pensamiento único

La falacia anti-conservadora consiste en atribuir las posturas morales del adversario a meras preferencias personales

Jaime Rodríguez-Arana. Catedrático de derecho administrativo. En analisisdigital, el 27 de julio de 2005

Es frecuente, muy frecuente en este tiempo, escuchar que todo es relativo, que no se pueden alcanzar verdades objetivas sobre las cosas, qué no se puede imponer ningún criterio moral… Afirmaciones, todas ellas, originadas por esa dictadura del relativismo que, sencillamente, intenta impedir, con uñas y dientes, que mortal alguno pueda tener convicciones morales. Pareciera como si hasta estuviera mal visto el empeño, el intento por buscar la verdad.

En este ambiente de pensamiento único que lamentablemente impera entre nosotros debido a esta sociedad en la que prolifera ese perfil de persona distante, calculadora, fría, que ni siente ni padece, y que sólo aspira, como sea, a alcanzar poder, dinero o notoriedad, encuentra el terreno abonado esa dictadura del pensamiento único que impide a los demás tener convicciones y que justifica la gran convicción: toda vale con tal de que me mantenga en el poder, amase una buena fortuna o procure desarrollar un marketing personal sin límites. Esta es la nueva ideología, no tan nueva me parece, que todo lo permite y que todo lo justifica

Estando pensando sobre estas cuestiones, me topo en el número 77 de Aceprensa de este año con una referencia a un artículo del filósofo Edward Fraser, conocido como comentarista de Robert Nozick, que me abre los ojos sobre lo que este autor denomina la falacia anticonservadora.

Hoy quien se manifiesta de izquierdas presume de que la izquierda es la expresión genuina de la moral, de la ética, porque la gente de izquierdas, qué le vamos a hacer, ha nacido concebida por esa especial gracia que garantiza el acierto en toda circunstancia y espacio. La izquierda siempre tiene la razón. Claro, esta manera de configurar una ideología que, es cierto, ha incrustado en la realidad una relativa sensibilidad social, lleva a descartar cualquier proyecto o propuesta por la sencilla y gran razón de que lo bueno sólo puede venir de esta orilla, pues es metafísicamente imposible que salga algo bueno al margen de esta ideología.

Pues bien, Fraser llama la atención sobre la contradicción que supone negar a los demás la posibilidad de tener y expresar convicciones morales, mientras uno, si es de izquierdas, se puede permitir el lujo de calificar sus decisiones de decentes, morales éticas y no se cuántas lindezas más. Incluso hasta hay quien se atreve a afirmar que ya era hora de que la ética y la moral, por fin, resplandeciera entre nosotros. Ahora bien, si una persona bienintencionada, por ejemplo, replica ante la aprobación del matrimonio para personas del mismo sexo o ante determinadas medidas de discriminación positiva, que tal modo de proceder implica imponer unas ideas, quizás polémicas, hasta quizás no mayoritarias, a los demás, entonces se levantara de inmediato el hacha de guerra contra quien ha osado desafiar al guardián de la moral única y legítima para condenarlo a las tinieblas exteriores, a la más feroz excomunión que jamás humano padeció. Eso sí, sin argumentos, sin razones porque cómo no existen sólo queda el poder de laminar y excluir al adversario. Y, para ello, no se repara en estrategias y tácticas mediáticas alimentadas por el odio y la manipulación.

Para Fraser el truco dialéctico en que consiste la falacia anti-conservadora es bien sencillo y prospera porque el miedo a la libertad y al pensamiento plural es bien patente en una sociedad plana en la que, en casi todos los ámbitos, resulta gravoso expresar las propias ideas como no sea para buscar el agrado y al aplauso. Veamos: esta falacia suele esgrimirse contra los calificados de conservadores o reaccionarios por los grupos liberales, socialistas y feministas. La falacia, dice Faser, consiste en atribuir las posturas morales del adversario a meras preferencias personales, sin conceder la posibilidad de que sus preferencias deriven de juicios que pueden ser verdaderos y, por tanto, universalmente válidos. Así, sin más, se descartan los criterios del adversario sin rebatirlos y se da por supuesto lo que interesa: que el otro no tiene razones para justificar su postura.

La razón de esta peculiar forma de revelación del pensamiento único brota del convencimiento de que no hay más verdad que la mía y que, lejos de debatir sobre ella –siempre hay miedo al debate libre y mucho apego a la discusión trucada- lo que procede sin más dilaciones es su imposición sobre la realidad cuanto antes. Qué hay manifestaciones de cientos de miles de personas en contra, mejor porque qué pena que la mayoría esté tan ofuscada y engañada sin tener la dicha de encontrar la nueva decencia que todos, absolutamente todos, necesitamos para nuestra realización.

Cuándo se dice que no se puede imponer a los demás mis convicciones o puntos de vista moral sobre determinadas cuestiones, conviene llamar la atención sobre algo que no siempre se tiene presente. Los nuevos defensores del pensamiento único, los adalides de la nueva dictadura del relativismo, parten de la base de que las afirmaciones morales como mucho no son más que meras afirmaciones personales que deberían quedar encerradas en el estrecho reducto de la conciencia personal, porque para dictar los postulados de lo que es bueno o malo, decente, como se dice ahora, está el gran hermano. Es decir, las convicciones no pueden imponerse a quienes no comparten estos puntos de vista, eso sí, salvo que sea la nueva izquierda salvadora del hombre quien deba, de una vez, salvar al género humano del paleolítico de lo conservador. Entonces, cuándo es la izquierda quien manda, entonces sí que se pueden imponer las preferencias morales porque resulta que está en la cúpula la misma expresión de la bondad, de lo benéfico y de la tolerancia y entonces sí que todo vale, todo se justifica, incluso esa imposición de la moral tan denostada cuándo no se está en el poder.

Llegados a este punto sí quisiera hacer una glosa breve del pensamiento socialista para decir que frente a lo que para mí es la mejor tradición del pensamiento socialista, hoy el socialismo dirigente ha preferido la deriva libertaria e insolidaria que lleva al radicalismo egoísta y a la muerte del pensamiento plural. En fin, el recurso a esta falacia tan utilizada en este tiempo parte de la fuerza de la ignorancia, del sueño de una ciudadanía a la que acaricia ese despotismo blando tan de moda hoy que dificulta el pensamiento crítico y que lamina a quien se atreve a opinar en contra de la tecnoestructura como hemos comprobado días atrás en sede parlamentaria por dos ocasiones, y sobre todo, de la gigantesca operación de manipulación y engaño a que se somete a la gente de bien, a esa mayoría a la que se pretende engañar con proyectos y propuestas que llevan el germen de la marginación, de la exclusión y del rechazo a quienes hoy más que nunca hay que defender: a tantos millones de seres que están a punto ser, valga la redundancia, a tantos millones de seres que están a punto de dejar de ser, y a tantos millones de seres a quienes ni siquiera se les pregunta por su futuro en un de los mayores ejercicios de autoritarismo que podemos recordar.

Otrosí digo: si escribo estas cosas en estos términos tan respetuosos con las personas que defienden posiciones contrarias a las mías, es porque la persona, piense lo que piense, me merece todos los respetos. Tengo la convicción de que hoy quienes estamos en minoría defendiendo a quienes no tienen voz para exponer sus argumentos, mañana seremos calificados de progresistas y quienes promueven o amparan estas prácticas que castigan tan injustamente a la dignidad de las personas, serán calificados como los verdaderos retrógrados . El tiempo, que es el mejor juez, será quien lo testifique.