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sábado, 21 de noviembre de 2020

Una nueva tiranía

Hace mucho que dejé de leer los artículos semanales de Juan Manuel de Prada en XLSemanal, porque hace mucho que dejé de leer este semanario, por la sencilla razón de que otras lecturas desplazaron a esta.

Sin embargo el pasado 14 de noviembre hojeé la revista y me atrajo el título del artículo, "Una nueva tiranía", porque rápidamente me recordó su serie de artículos de muy parecido título, "La nueva tiranía", que escribió a comienzos de 2007.

Ha llovido mucho; pero la tiranía sigue acechando y estrechando el cerco, ahora con renovadas artimañas. El artículo que transcribo es, efectivamente, una puesta al día de este proceso, agravado por el perfeccionamiento de las tecnologías de control -los big data y todo eso- y la amputación de las inquietudes espirituales de las personas, que están teniendo su campo de experimentación en la pandemia del virus Covid-19.

Lean, lean, porque parte importante del contra ataque consiste en recuperar la religión. Y es urgente.

Una nueva tiranía

Por Juan Manuel de Prada.

A nadie se le escapa que la plaga del coronavirus está facilitando la instauración de lo que Michel Foucault llamaba ‘biopolítica, una nueva forma de tiranía que no se impone con cachiporras, sino con instrumentos mucho más sofisticados que alcanzan el dominio sobre las personas mediante el control de los espacios que habitan, de sus relaciones personales, de sus conductas y afectos y hasta de sus pensamientos y anhelos más secretos. Los ‘estados de alarma’, ‘toques de queda’ y demás ‘restricciones de la movilidad’ que tanto inquietan a los espíritus más toscos sólo son maniobras de despiste. Mucho más sutiles (y eficaces) son, por ejemplo, las tecnologías de vigilancia masiva que rastrean nuestros movimientos y manipulan nuestras decisiones, llegando incluso a predecirlas; tecnologías que una mayoría social acata mansamente, mientras trastea con sus teléfonos móviles, convencida de que el poder las utiliza para garantizar nuestra seguridad personal y proteger nuestra salud. 

Pero, paralelamente, se produce otro fenómeno no menos evidente, que casi nadie detecta, pues nuestra generación, ahíta de ideologías a la greña, ha sido amputada por completo de inquietudes espirituales. Y tal fenómeno es la supresión de la inquietud religiosa, que desde que estallase la plaga del coronavirus se ha mostrado en todo su apabullante esplendor. Cuando leemos cualquier crónica sobre las plagas que en épocas pasadas han diezmado a la humanidad descubrimos que la inquietud religiosa de las sociedades que las han padecido se agudizaba enormemente; pues, confrontadas con la omnipresencia de la muerte, volvían a hacerse las preguntas que la bonanza y el disfrute de los placeres materiales tienden a silenciar. Pero esta plaga se está distinguiendo, precisamente, por una orgullosa falta de inquietud religiosa, que se palpa incluso en las situaciones más extremas (la tranquilidad con que hemos aceptado que nuestros viejos mueran abandonados, sin atención espiritual de ningún tipo), pero sobre todo en el clima social imperante, en los medios de comunicación, en el debate intelectual, en la expresión artística, que lejos de confrontarse con el misterio de la muerte, lo soslayan u ocultan, empleando las más diversas triquiñuelas escapistas. 

Y, aunque nadie se atreva a decirlo, ambos fenómenos están íntimamente ligados. En su Discurso sobre la dictadura, Donoso Cortés explica una ley de la Historia infalible, que vincula el descenso de la religiosidad con el ascenso de la tiranía. La religión brinda a los hombres una «represión interior» que ordena su vida moral; y, a medida que esa ‘represión interior’ desciende, aumenta inevitablemente la «represión exterior» o política. Donoso repasa las distintas fases de la Humanidad, desde una sociedad plenamente religiosa –la que formaban Jesús y sus discípulos– en la que la libertad era completa (pues no existía otra ley que la del amor), hasta las formas cada vez más evolucionadas de represión política, que permiten a los gobiernos dotarse de un millón de brazos –los ejércitos–, de un millón de ojos –la policía–, de un millón de oídos –la burocracia administrativa–, hasta llegar a un punto en que necesitan también «hallarse a un mismo tiempo en todas partes». Un apetito de ubicuidad que Donoso ejemplifica –pronuncia su discurso en 1849– en la invención del telégrafo; pero que los avances de la tecnología han perfeccionado hasta extremos vertiginosos. Donoso hace aquí una pausa temblorosa, amedrentado ante la expectativa de una sociedad en la que el termómetro religioso continúe bajando hasta situarse «por bajo de cero»; pero finalmente se atreve a augurar el surgimiento de «un tirano gigantesco, colosal, universal, inmenso» que ya no se enfrentará a resistencias físicas ni morales, porque para entonces todos los ánimos estarán divididos y todos los patriotismos, muertos. 

Y contra esta nueva forma de tiranía que entonces se empezaba a consolidar, Donoso considera que no hay otro antídoto que una «reacción religiosa». Pero, a continuación, lanza esta perturbadora reflexión que el paso del tiempo no ha hecho sino confirmar: «¿Es posible esta reacción? Posible lo es; pero, ¿es probable? Señores, aquí hablo con la más profunda tristeza: no la creo probable. Yo he visto, señores, y conocido a muchos individuos que salieron de la fe y han vuelto a ella; por desgracia, señores, no he visto jamás a ningún pueblo que haya vuelto a la fe después de haberla perdido». Lo que está sucediendo ante nuestros ojos, con la plaga del coronavirus al fondo, no hace sino confirmar los augurios funestos de Donoso. Los nuevos tiranos ya pueden hacer con nosotros albóndigas. _______________________________

Foto: atarifa CC

lunes, 21 de marzo de 2016

Los torquemadas del lobby LGTBI

El verdadero valor se necesita hoy para ir contra corriente y oponerse a la nueva tiranía de género. Por eso he agradecido que me enviaran este artículo de Joan Font publicado en El Mundo Baleares, titulado Los torquemadas del lobby LGTBI.

No solo por el valor; sobre todo, porque sirve de aviso de lo que está pasando, casi sin darnos cuenta. Por eso lo traslado a este blog -dedicado a defender la libertad frente a las tiranías contemporáneas-, por si ayuda a reaccionar. ¿O ya es demasiado tarde?

El Mundo 12/03/2016
Joan Font Rosselló

foto atarifa CC
Decía Chesterton que «atacar cosas caducas y anticuadas no supone ningún coraje, no supone más que el que se necesita para agredir a su propia abuela. El hombre realmente valiente es aquel que desafía tiranías jóvenes como el alba, supersticiones frescas como las primicias en flor». Cito estas bellas palabras de Chesterton para felicitar a Agustín Buades, hasta hace poco presidente del Instituto de Política Familiar de Baleares, por su valentía a la hora de denunciar en solitario este calamitoso proyecto de ley que ha entrado en la Cámara balear y que tiene por objeto «garantizar los derechos de lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales». Buades ha publicado una serie de artículos muy acertados donde ha puesto los puntos sobre las íes y en los que ha expuesto lo que piensan muchos y que pocos se atreven a decir, por la estigmatización que supone situarse contra el poderosísimo lobby gay.

Las posiciones del lobby LGTBI están tan intrínsecamente unidas a la corrección política dominante que, en su toma de consideración en el Parlament, se leyó como aperitivo al debate -otorgándole un carácter de institucionalidad sin venir a cuento- un manifiesto del colectivo de marras donde se afirmaba que «rechazar esta ley era homofobia, bifobia y transfobia» y no sé si me olvido de alguna fobia más. Observamos, por tanto, que la actitud de este colectivo es de censura. Son los nuevos inquisidores de una nueva tiranía, que diría Chesterton, la religión LGTBI, la única verdadera, que nos dicen a los demás lo que debemos pensar y aceptar so pena de caer en la estigmatización social. Me recuerda a los filólogos de la UIB para quienes la no utilización de un correcto estándar por parte de los personajes públicos debería ser motivo de «reprobación social». El colectivo-víctima LGTBI no quiere discrepancia, no quiere debate público, sólo sometimiento y censura. Por eso, y por su ferocidad, el silencio en torno a estas cuestiones es atronador.

Los argumentos de Agustín Buades son impecables. La lucha contra la discriminación es la lucha por el respeto y la dignidad de aquel que es diferente a mí, sea homosexual, musulmán, leninista o nacionalista. Esta dignidad, sin embargo, no nace por el respeto o adhesión -nula- que me puedan merecer la ideología de género, el Islam, el leninismo o el nacionalismo, sino por el hecho de ser personas de carne y hueso. Les respetamos no porque sean homosexuales, musulmanes, leninistas o nacionalistas, sino porque son personas como nosotros. De ahí, por ejemplo, que no sean lícitos en democracia los ataques personales (al destruir la dignidad del otro) y en cambio sí lo sea atacar las opiniones ajenas, puesto que el debate plural de ideas es la esencia de la libertad de expresión y de conciencia.

Como apunta Buades, «una cosa son las personas, otra su conducta sexual y otra sus opiniones sobre la sexualidad. A la persona hay que respetarla siempre; y respecto a ella no caben discriminaciones de ningún tipo. Las conductas sexuales, por el contrario, son respetables si no incurren en materia delictiva -como la pederastia- pero no es discriminatorio un juicio crítico sobre ellas. Respecto a las opiniones en materia de sexualidad, se aplica la libertad de pensamiento e ideológica sin más límites que los generales de estas libertades». En cambio, el lobby LGTBI pretende imponer socialmente una determinada visión de la sexualidad y blindarla institucionalmente, identificando cualquier rechazo a la ideología de género como una «discriminación» al colectivo LGTBI. Hasta aquí podíamos llegar.

Ya sé que ciertos matices y distinciones son difíciles de entender para quien ha interiorizado ser una víctima de la sociedad. El gigantesco movimiento del resentimiento que está haciendo furor en España pretende convertir ahora al colectivo LGTBI en un colectivo-víctima con derechos especiales, como si pertenecer a él te diera una identidad distinta que te determinara por completo como persona y, en consecuencia, te hiciera acreedora de una serie de privilegios. ¿Cuáles? El proyecto de ley obliga a educar a los niños considerando la homosexualidad y la bisexualidad, al margen de la libertad religiosa y del derecho de los padres a elegir el tipo de educación para sus hijos. Contempla la censura y un rosario de sanciones administrativas para el discrepante. Las denuncias por homofobia (recordemos que la homofobia ya está penada en España) no deben ser demostradas por el denunciante sino que debe ser el denunciado el que demuestre su inocencia, invirtiéndose la carga de la prueba y convirtiendo estas denuncias en un mecanismo de chantaje en todos los ámbitos, incluso en el lugar de trabajo. Como siempre, después de la mística viene la política.

Todos nosotros somos multidimensionales, somos la suma de todas nuestras dimensiones -entre las que se incluye nuestra orientación sexual y, naturalmente, nuestra opinión sobre la sexualidad-, no seres unidimensionales y absolutamente determinados por una sola dimensión humana, sea ésta el sexo, la orientación sexual, el estrato social, la lengua o una determinada forma de pensar. Las ideologías convierten cada una de estas dimensiones en la premisa sobre la que construyen una visión del mundo parcial y una identidad excluyente, olvidándose de que la persona es algo más que su orientación sexual, su sexo, su lengua o su estrato. El hecho de que el colectivo LGTBI haya estado discriminado históricamente y siga estándolo en otros países no les da ningún derecho a imponer su punto de vista sobre la sexualidad a los demás. Como homosexuales y demás, necesitan reconocimiento, respeto e igualdad ante la ley, no derechos especiales como colectivo. La experiencia nos enseña que es muy difícil que, una vez logrado el reconocimiento que se merecían en sociedades democráticas, este tipo de movimientos no acaben deslizándose por la pendiente de la revancha y el sectarismo. Ha ocurrido con los catalanistas y las feministas, por poner dos ejemplos señeros de esta evolución donde las iniciales y justas demandas de reconocimiento son dejadas de lado una vez han sido aceptadas socialmente para aspirar, en un segundo estadio, a dominar la sociedad. Un dominio ideológico al que quieren llegar gracias al Estado, al que quieren hacer creer que su obligación, en una especie de venganza diferida, es resarcir «aquí y ahora» el daño causado por la sociedad «en el pasado o en otras latitudes».

Que unos paguemos lo que hicieron otros nunca ha sido justicia y nos lleva a un espiral de agravios pretéritos sin fin. Una locura en la que andan enfrascados los de Podemos, un compendio de todas las ideologías sustentadas en la envidia y el resentimiento, de ahí que estos demagogos rebobinen continuamente el pasado en su afán por ajustar cuentas con todos nosotros. Y aunque «el triunfo de las demagogias sea pasajero, las ruinas son eternas», como decía Charles Peguy.

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lunes, 24 de agosto de 2015

Ideología de género y persona

El mes pasado me pidieron que diera una más charla que conferencia sobre esa corriente cultural de gran fuerza en Occidente que algunos llamamos "ideología de género", a un grupo selecto y variado de profesionales con formación universitaria y amplios intereses.

Escogí como guión la conferencia "Ideología de género y persona. Voluntarismo y dominio", que el profesor Francesco D’Agostino, de la Università de Roma Tor Vergata, pronunció en la reunión para docentes e investigadores universitarios, que organiza cada año la Fundación RUI en Castello di Urio (Lago de Como), del 13 al 15 de junio de 2014 (texto publicado en la revista Studi Cattolici, n. 643, septiembre 2014, pp. 580-584).

Tras un nada fácil -para mí-, proceso de desentrañamiento de las ideas expuestas por el profesor D'Agostino, llegué al siguiente esquema para mi propia exposición:
  1. Tú me dices el yo.
  2. La identificación del yo en tres planos: distinción entre identidad sexual, orientación sexual e identidad de género.
  3. Corrientes culturales de fondo:
    1. Feminismo radical: Toda diferencia es discriminación: leyes anti discriminación.
    2. Autodeterminación: toda persona puede o debería poder configurarse según sus propios deseos, sin ninguna predeterminación cultural o biológica. Aquí late el “seréis como Dios” de la primera tentación (Gen 3,5).
  4. Cuando uno pierde las raíces de su identidad (familia, patria, Historia, cultura) queda a merced del poder que tiraniza haciendo creer que uno hace lo que quiere (Juan Manuel de Prada).
  5. Juan Pablo II: relativismo, sin el timón de la referencia de la verdad, se hace imposible una referencia objetiva al bien en la conducta individual y social, y la nave va a la deriva.
  6. Cuando uno queda en el aire, sin raíces para su identidad, se lo lleva cualquier viento.
1. Tú me dices el yo.

Cuando nace una criatura, todo el mundo se hace dos preguntas fundamentales. La primera es: ¿es niño o niña? La segunda: ¿qué nombre se le ha puesto? Cuando se nos dirige la pregunta ¿quién eres? y damos una respuesta, estamos recurriendo, aunque no nos demos cuenta, al otro y a su providencial ayuda (y éste es el sentido profundo del auspicio del rey Lear; Who is that can tell me who I am?), no porque la palabra del otro sea infalible, sino porque ponernos a su escucha hace activa en nosotros la conciencia de que es indispensable que la respuesta sea conforme a la verdad, y no según nuestro arbitrio. Lo que Pedro Salinas expresa tan poéticamente: Posesión tú me dabas de mí, al dárteme tú.

2. La identificación del yo en tres planos: distinción entre identidad sexual, orientación sexual e identidad de género.

El primero es el plano de la identidad sexual, que tiene una objetividad natural: la presencia de los cromosomas XY o XX. QUÉ SOY.
El segundo plano es el de la orientación sexual, y se refiere a la atracción pulsional, que puede dirigirse hacia personas del propio sexo. o a otros objetivos. QUÉ SIENTO
El tercer plano, es el de la identidad de género. Este se refiere a cómo se identifica una persona a sí misma en su propia mente, o más propiamente, a cómo una persona decide identificarse. QUÉ DECIDO SER.

El primer y segundo plano se refieren a una dinámica de hetero-determinación o, por emplear una expresión enfática, al destino; el tercer plano se refiere a la autodeterminación o, si se prefiere, a la elección.

3. Corrientes culturales de fondo.

Algunos estudiosos, incluso simpatizantes con los Gender Studies, comienzan a pensar que el del género es un modelo de transición, cuya función, en el momento histórico actual, podría reducirse fundamentalmente a desquiciar la idea tradicional según la cual el género humano se cualifique a partir de una obligada vocación genealógica. El objetivo último de los Gender Studies consistiría por tanto en cancelar la imagen del hombre como animal familiar. Según el parecer de estos estudiosos, la desestructuración y la desimbolización de la diferencia entre los sexos, potenciada por la banalización de las nuevas posibilidades de procreación asistida y sobre todo por la producción de embriones constitutivamente sin padres, vaciarían desde dentro el triángulo padre/madre/hijo y abrirían una nueva e irreversible fase de la autocomprensión histórica del hombre.

Esos días cayó en mis manos un reportaje (MAGAZINE, 29 de julio 2015) en el que el afamado Luis Rojas Marcos aventuraba que dentro de cincuenta años "sin duda habrá desaparecido la institucionalización legal y cultural del matrimonio (...). Las relaciones entre las personas serán más variadas y abiertas. La institución matrimonial como existe ahora no va con la con la mentalidad del ser humano, con sus cambios y etapas de vida". Cosa que me recuerda a esa nueva concejalía del ayuntamiento barcelonés llamada Ciclo de Vida, Feminismos y LGTBI.

La afirmación de un yo asexuado (o bien de un yo libremente polisexuado, que es esencialmente lo mismo) sería la frontera de la completa liberación social de la subjetividad y del eros, a lo que seguiría el comienzo de la nueva era.

Casualmente, recuperé poco antes dos fichas que conservo medios traspapeladas entre mis notas y papeles sobre laicismo. Son de 2004, y en ellas se apunta ya el largo aliento de algunas medidas políticas concretas:
La imagen de España en el mundo ha cambiado en estos 6 meses. El reconocimiento del matrimonio de homosexuales es un cambio histórico, de concepción de la sociedad, de valores, y eso tiene un potencial transformador muy importante. Estamos cambiando muchas cosas y lo mejor está por venir (José Luis Rodriguez Zapatero entrevistado por Jesús Ceberio, El País, 17 de octubre de 2004).
 Este gobierno ha presentado todos los cambios como una suerte de revancha a nivel social. Son iniciativas legales que llevan a crear una nueva conciencia social, como ocurrió con las leyes del aborto y del divorcio. Este es el efecto deseducativo de las normas (José Luis Requero, Vocal del Consejo General del Poder Judicial, Alfa y Omega, 21 de octubre de 2004).
4. Cuando uno pierde las raíces de su identidad (familia, patria, Historia, cultura) queda a merced del poder que tiraniza haciendo creer que uno hace lo que quiere (Juan Manuel de Prada).

Recomiendo leer la serie de artículos sobre La Nueva Tiranía.

5. Juan Pablo II: relativismo, sin el timón de la referencia de la verdad, se hace imposible una referencia objetiva al bien en la conducta individual y social, y la nave va a la deriva.

Si la determinación del Gender es voluntarística, puesto que no puede invocar en su propia justificación ninguna determinación naturalista, queda sin resolver el problema de cómo pueda ser reivindicada individualmente como absoluta y no negociable: como no hay un querer verdadero que pueda (sólo en cuanto tal) imponerse sobre un querer falso, y lo que cuenta –como había comprendido perfectamente Nietzsche– es solo cuál de los dos quereres se revele al final como el más fuerte, como capaz de imponerse al más débil, es muy dudoso que en sistemas de complejidad social siempre creciente, en lo que se refiere a la determinación de la identidad sexual, acaben prevaleciendo las voluntades de género de tipo individual, frente a las pretensiones reguladoras sobre el género que puedan imponerse desde el poder.

6. Cuando uno queda en el aire, sin raíces para su identidad, se lo lleva cualquier viento.

Así acabé mi exposición, dejando sola en el aire una pluma y soplando fuertemente sobre ella.

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martes, 2 de diciembre de 2014

El muro y el anillo

Por JUAN MANUEL DE PRADA
En XLSemanal

Los sucesivos aniversarios de la caída del muro de Berlín sirven al Nuevo Orden Mundial para organizar tediosos saraos que conmemoran el ocaso del comunismo, aquella ideología que quiso ejercer un control omnímodo sobre las conciencias aplicando a rajatabla una estremecedora consigna atribuida a Lenin: «Contra los cuerpos, la violencia; contra las almas, la mentira». El Nuevo Orden Mundial ha hallado en la caída del muro de Berlín un fetiche muy apropiado para su mitología, que a la vez que infunde entre las masas cretinizadas horror a aquella tiranía siniestra les hace olvidar que están siendo aplastadas por una forma de tiranía mucho más sibilina que ya no se acompaña de violencia sobre los cuerpos; pero cuyo control sobre las almas sigue siendo implacable, y acaso mucho más eficaz.

En efecto, donde el comunismo se servía de métodos coercitivos y represores que arrasaban las conciencias, el Nuevo Orden Mundial, mucho más sofisticado, moldea las conciencias a su gusto, exaltando los deseos de sus sometidos. Tocqueville avizoró esta nueva forma de tiranía en La democracia en América; y sus palabras proféticas poseen hoy una vigencia escalofriante: «Después de haber tomado entre sus poderosas manos a cada individuo y de haberlo formado a su antojo, el soberano extiende sus brazos sobre la sociedad entera y cubre su superficie con un enjambre de leyes complicadas, minuciosas y uniformes, a través de las cuales los espíritus más preciosos y las almas más vigorosas no pueden abrirse paso: no destruye las voluntades, pero las ablanda, las somete y dirige; obliga raras veces a obrar, pero se opone incesantemente a que se obre; no destruye, pero impide crear; no tiraniza, pero oprime; mortifica, embrutece, extingue, debilita y reduce, en fin, a cada nación a un rebaño de animales tímidos e industriosos, cuyo pastor es el Estado». A esta forma de tiranía que ablanda voluntades y convierte a los pueblos en rebaños se refería también el siniestro Gran Inquisidor en Los hermanos Karamazov: «Nosotros les enseñaremos que la felicidad infantil es la más deliciosa. (...) Desde luego, los haremos trabajar, pero organizaremos su vida de modo que en las horas de recreo jueguen como niños entre cantos y danzas inocentes. Incluso les permitiremos pecar, ya que son débiles, y por esta concesión nos profesarán un amor infantil. Les diremos que todos los pecados se redimen si se cometen con nuestro permiso, que les permitimos pecar porque los queremos y que cargaremos nosotros con el castigo. Y ellos nos mirarán como bienhechores al ver que nos hacemos responsables de sus pecados. Y ya nunca tendrán secretos para nosotros».

Quizá el gran hallazgo de esta nueva (¡y benevolente!) forma de tiranía, frente a formas obsoletas que se imponían a través de instrumentos sombríos, es que ha logrado el sometimiento de las almas a través de la exaltación de la libertad. Ha sido, en efecto, tal exaltación la que ha logrado aislar a los individuos, rompiendo los vínculos comunitarios que los hacían fuertes, para convertirlos en átomos aislados dentro de una masa gregaria, engolosinados en el disfrute de placeres que los tornan cada vez más egoístas e incapaces de sacrificarse en defensa del bien común. Por supuesto, el Nuevo Orden Mundial se ha asegurado de que los placeres que sus sometidos consumen los obliguen a trabajar más por menos dinero y, por lo tanto, a entramparse de por vida, convertidos en esclavos de un poder financiero que, a cambio de su sometimiento, corrompe sus almas, suministrándoles entretenimientos envilecedores que estragan su espíritu, avillanan sus sentimientos y debilitan sus escasas defensas contra el abismo de la decadencia humana. Y lo más trágico (y a la vez cómico) es que, a la vez que el Nuevo Orden Mundial nos convierte en piltrafas infrahumanas que desde la escuela comulgan sus paradigmas culturales (de tal manera que ni siquiera sea necesaria la censura), a la vez que nos impone las interpretaciones del mundo que le convienen, a la vez que nos dejan sin religión ni vínculos duraderos, a la vez que nos despoja materialmente y nos convierte en hienas que claman por la satisfacción de sus apetitos más egoístas, ha logrado que nos creamos absurdamente diosecillos omnímodos que ejercitan su libertad sin cortapisas.

Se cayó el muro de Berlín. Pero el Nuevo Orden Mundial no requiere muros para oprimirnos. Le basta poseer aquel «Anillo Único» al que se refería Tolkien: «Un Anillo para gobernarlos a todos, un Anillo para encontrarlos, un Anillo para atraerlos a todos y atarlos en las tinieblas». Y ¡ay del que no pase por el aro de ese anillo!

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martes, 19 de mayo de 2009

La Nueva Tiranía. El libro

Juan Manuel de Prada lleva años escribiendo artículos contra el "Mátrix progre" en el diario ABC y denunciando el emotivismo narcisista en tertulias de radio o en "El gato al agua" de Intereconomía TV. En sus artículos hay una firme apuesta por el hombre necesitado de redención y una crítica a las falacias "progres" y bienpensantes. Ahora publica en LibrosLibres su último título: "La Nueva Tiranía, el sentido común frente al Mátrix progre" que desmonta las falacias de la cultura progre dominante.


Los cuatro artículos recogidos en este blog

lunes, 19 de febrero de 2007

La nueva tiranía (y IV)

XLSemanal, del 18 al 24 de febrero de 2007. Animales de compañía Por Juan Manuel de Prada A diferencia de otras formas de tiranía más rudimentarias y ásperas, que sólo ofrecían a sus súbditos –a cambio de pasarlos por la trituradora– vagas entelequias irrealizables o delirantes (que si la dictadura del proletariado, que si pomposas ensoñaciones imperiales), la nueva tiranía ha entendido que necesita brindarles una anestesia de efectos inmediatos que sofoque cualquier posibilidad de rebelión. Hemos visto en artículos anteriores cómo esos ‘hombres nuevos’ desvinculados, sin sentido de pertenencia, extirpados de su espíritu, náufragos en un mundo sin cimientos ni asideros, sienten la nostalgia de una vida superior, sienten la amputación que la nueva tiranía les ha infligido como un vacío que de vez en cuando emite un dolor sordo, un dolor que a falta de antídoto puede convertirse en desquiciante y desgarrador. La multiplicación en progresión geométrica de trastornos mentales y demás enfermedades del alma que se ha producido en las últimas décadas (trastornos que afectan a personas de cualquier edad y condición) constituye una expresión contundente de ese dolor; también el crecimiento de los suicidios, elevados ya al rango de una de las principales causas de mortandad en el seno de las sociedades modernas. La nueva tiranía no puede consolar a sus súbditos con visiones de un futuro promisorio, puesto que previamente los ha despojado del espíritu, que es tanto como privarlos de fe en el futuro. A una sociedad escéptica, materialista, configurada como una ‘suma de egoísmos’, que descree del porvenir (y así se explica, por ejemplo, el estancamiento demográfico que ensombrece Occidente, y su incapacidad para defender los valores que fundaron su idiosincrasia) ya no se la puede engatusar con vagas remisiones a un horizonte de grandeza, como hacían las tiranías antañonas; hace falta procurarle paraísos terrenales que la mantengan dócil y adormecida, voluptuosamente entregada a deleites que favorezcan su ensimismamiento. La nueva tiranía sabe que los hombres, cuando reniegan de otras aspiraciones más elevadas, devienen caprichosos y compulsivos, necesitan acallar el hastío de seguir viviendo mediante lenitivos de efecto inmediato, una metadona incesante que les permita acallar su dolor también incesante. Esa metadona que la nueva tiranía administra con generosidad entre sus súbditos se llama dinero; y con esa metadona es posible construir ese paraíso terrenal de consumismo y hedonismo a granel que la nueva tiranía desea instaurar, un reino de satisfacciones inmediatas donde cualquier capricho o apetencia es inmediatamente atendido, inmediatamente renovado, inmediatamente convertido en adicción. La prosperidad económica –una prosperidad orgiástica, capaz de atender cualquier veleidad, capaz de convertir cualquier veleidad en razón constitutiva de una vida sin otros alicientes que la pura bulimia de poseer, la pura ansiedad de mantenernos ahítos– es la gran novedad de esta tiranía contemporánea, el broche de oro que garantiza su permanencia, la coraza que la hace menos vulnerable que cualquier otra forma de tiranía anterior. La prosa periodística suele decir que los centros comerciales son «las catedrales de nuestro tiempo». Bajo esta acuñación, de apariencia tan tontorrona, se esconde una verdad tenebrosa y amedrentadora: el consuelo que los hombres de otras épocas buscaban en el espíritu lo hallan ahora en el trasiego de la tarjeta de crédito. Sólo que, mientras aquel consuelo expandía las posibilidades humanas, éste las empequeñece y aprisiona, hasta convertirnos en gurruños de aburrida carne que se refocilan en deleites puramente materiales. Así nos quiere la nueva tiranía: cerdos satisfechos hozando en la pocilga del consumismo y del hedonismo, felices de su condición porcina, dispuestos a defender esa condición con uñas y dientes ante cualquier amenaza subversiva. Alguna de las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan quizá se pregunte: «Y bien, ¿quién es el tirano que sostiene la tiranía aquí descrita? ¿Hemos de entender que se trata de tal o cual facción política, tal o cual organismo estatal o supraestatal, tal o cual estructura de poder mediático o empresarial?». Yo les respondería que el Tirano al que me refiero abarca tales instancias y otras muchas; es multiforme y adquiere apariencias muy diversas en su unánime, inquebrantable, insomne designio de destruir al hombre. ¿Adivinan ya su nombre?

domingo, 11 de febrero de 2007

La nueva tiranía (III)

XLSEMANAL del 11 al 17 de febrero de 2007. Animales de compañía Por Juan Manuel de Prada Lo hemos llamado ‘fisiologización’, pero también podríamos haberlo denominado ‘despersonalización’. Quizá sea el rasgo más distintivo de nuestra época; y, desde luego, uno de los más arrasadores instrumentos en manos de la nueva tiranía. Su finalidad no es otra que aplastar, anestesiar, negar la dimensión espiritual del hombre. No me refiero tan sólo a la inquietud religiosa –que, desde luego, es tratada como un cáncer que conviene extirpar– sino, en general, a cualquier efusión del espíritu que nos eleve sobre el barro del que procedemos. Esta ‘fisiologización’ es también una expresión de esa ‘desvinculación’ a la que nos referíamos en un artículo anterior: se trata de mantener al hombre entretenido mientras chapotea en el lodazal de sus apetencias más bajunas, negándole cualquier vocación ascendente; se trata, en definitiva, de reducir la existencia humana a una pura experiencia material y de acallar cualquier nostalgia de otra forma de vida superior. Así, hasta lograr que el hombre se convierta en un perro de Paulov que sólo necesita para seguir viviendo satisfacer de forma casi automática sus pulsiones. Todo ello, por supuesto, servido con una apariencia lúdica y risueña que lo haga más fácilmente digerible. La nueva tiranía ha encontrado poderosos medios propagandísticos que le garanticen este proceso de paulatina ‘fisiologización’. Seguramente el más poderoso y eficaz sea la televisión, convertida en divulgadora festiva de nuevas formas de vida que postulan nuestra conversión en pedazos de aburrida carne y halagan nuestros instintos más sórdidos. El otro día, mientras zapeaba, me tropecé con un programa de enormidades titulado Esto es increíble, en el que varias mujeres de aspecto neumático soportaban los embates de una polla de caucho que, instalada en un mecanismo de émbolos, penetraba en sus orificios genitales a un ritmo cada vez más frenético; ganaba el concurso la mujer que resistía durante más tiempo el trasiego. Por supuesto, tan degradante espectáculo era glosado por un locutor que introducía comentarios de discutible comicidad. Sólo un espectador que haya descendido hasta subsuelos de abyección podría contemplar aquel programa sin desasosiego; sólo alguien que niegue la dignidad intrínseca del ser humano podría atreverse a programarlo. A continuación, el programa incluyó un reportaje de parejas sorprendidas en la calle en pleno folleteo, quizá bajo los efectos del alcohol; eran imágenes tristísimas, de una sordidez que encogía el corazón, donde las parejas espiadas eran mostradas como ratas que copulan en una alcantarilla, pero persistían los comentarios pretendidamente cómicos del locutor. Aquel programa no constituye una excepción: a cualquier hora del día o de la noche, el espectador desprevenido se topa con tertulias de chismorreos degradantes, o con concursos de telerrealidad donde los concursantes eructan y defecan y fornican sin rebozo ante las cámaras, como homínidos felices de su condición, erigidos en modelos para las masas que los contemplan desde sus hogares. Así nos quiere la nueva tiranía, rehenes de la pura fisiología, babeantes de flujos, chapoteando satisfechos en el barro de la degradación. Cualquier intento de revitalizar el espíritu es de inmediato escarnecido, vituperado, condenado al descrédito o señalado como subversivo. Y, por supuesto, cuando el cuerpo deja de ser templo del espíritu, se transforma en templo narcisista de sí mismo: en este contexto debe entenderse el miedo del hombre contemporáneo a la vejez y a la decadencia física, la dictadura de la salud como bien absoluto, la exaltación de la cirugía plástica. Cuando la vida deja de tener sentido, cuando no la anima ninguna pesquisa de índole espiritual, el hombre se aferra desesperadamente al espejismo de la eterna juventud. Pero, pese a que la nueva tiranía se esfuerza porque la amputación del espíritu sea indolora y no deje cicatrices, no ha conseguido evitar que el hombre contemporáneo sienta esa ausencia como un vacío que de vez en cuando emite un dolor sordo, como el manco siente en las noches que preludian cambios atmosféricos un dolor en el brazo inexistente, un dolor que en realidad es la manifestación de una nostalgia. También la nueva tiranía cuenta con un recurso para paliar esa nostalgia de una vida superior. Y, de este modo, completa la arquitectura de su dominación. Lo contaremos en el último artículo de la serie.

La nueva tiranía (II)

XLSEMANAL del 4 al 11 de febrero de 2007. Animales de compañía Por Juan Manuel de Prada Tratábamos de exponer en una entrega anterior cómo las tiranías han tratado de corromper cualquier forma de gobierno, desde que el mundo es mundo; por supuesto, la democracia no es indemne a esta gangrena. Y señalábamos que las nuevas formas de tiranía, en su afán por convertir a las personas en una masa amorfa, indistinta y fácilmente moldeable, cuentan con instrumentos poderosísimos. A uno lo llamábamos ‘desvinculación’. Se trata de borrar del ‘disco duro’ del individuo todo sentido de pertenencia, de romper todos aquellos vínculos que le sirven para hacerse inteligible, para entender sus orígenes y su lugar en el mundo. Por supuesto, la primera víctima de este proceso desvinculador es la educación: todas aquellas disciplinas que nos proponen una explicación de la realidad, de nuestra genealogía intelectual y espiritual, que nos proporcionan una explicación unitaria de las cosas son expulsadas de los planes de enseñanza, o condenadas a la irrelevancia. La historia, la filosofía, el latín y, en general, cualquier otra asignatura que postule una forma de conocimiento basado en la traditio (esto es, en la transmisión de saber de una generación a otra) es arrumbada en el desván de los armatostes inservibles. Se transmite a los jóvenes la creencia absurda de que pueden erigirse en ‘maestros de sí mismos’ y convertir sus impresiones más contingentes y caóticas en una nueva forma de conocimiento. Al privarlos de un criterio explicativo de la realidad, la nueva tiranía los condena a zambullirse en la incertidumbre y la dispersión; carentes de un criterio que les permita comprender la realidad, se los condena a ceder ante el barullo contradictorio de impresiones que los bombardea, a dejarse arrastrar por la corriente precipitada de las modas, por la banalidad y la inercia.   La tiranía, sin embargo, presenta esta amputación bajo un disfraz de libertad plena. Sabe perfectamente que las personas a las que no se les proporciona un criterio para enjuiciar la realidad son personas mucho más vulnerables a la manipulación; por ello se esfuerza en presentar esa ‘desvinculación’ como un espejismo de libertad. La nueva tiranía le propone al individuo: «Durante siglos estuviste sometido a códigos de conducta externos, dictados desde instancias represoras; nosotros hemos abolido esas instancias, para que desde hoy seas tú mismo quien elija su destino». Y, para subrayar esa impresión, para que el súbdito de la tiranía se crea borracho de libertad y liberado de enojosas autoridades y castrantes códigos morales que coartan su capacidad decisoria, la tiranía se presenta como un garante de esa libertad recién conquistada. Así no debe extrañarnos que, mientras las disciplinas que explican la realidad e infunden en el individuo una verdadera libertad de juicio y una verdadera libertad de elección son relegadas al ostracismo, se impulsen otras que crean vínculos nuevos, que imponen un nuevo sistema de valores, so capa de reconocimiento de esa ‘libertad ilimitada’ que graciosamente la tiranía nos concede. La misión de la nueva tiranía consiste en administrar y hacer productiva esa ‘suma de egoísmos’ en que, inevitablemente, se convierte cualquier sociedad desvinculada. Así se explica la implantación de asignaturas como la llamada Educación para la Ciudadanía, que bajo una fachada de amable libertad trata de suministrar pienso ideológico a una sociedad atomizada que ha olvidado su genealogía. Pero ya nos advirtió François Revel que «la tentación totalitaria, bajo la máscara del demonio del Bien, es una constante del espíritu humano». En este designio de ingeniería social que anhela la ‘desvinculación’ del individuo, cualquier forma de agrupación humana que proteja a la persona de las injerencias del poder es de inmediato identificada por la tiranía como enemigo a batir. Inevitablemente, la familia, ese ecosistema que crea, sobre la argamasa de los vínculos de la sangre, afectos y lealtades fuertes y –lo que aún resulta más peligroso para los propósitos de la nueva tiranía—transmisión de convicciones que se escapan a la fiscalización del poder, es hostigada, escarnecida, presentada como un reducto de arcaico autoritarismo. Todo lo que contribuya a desnaturalizarla y hacer más quebradizos los vínculos que en su seno se entablan, todo lo que contribuya a su destrucción será aplaudido y auspiciado por la nueva tiranía, en su afán por crear ‘hombres nuevos’ sin sentido de pertenencia, náufragos en un mundo sin cimientos ni asideros. Pero la nueva tiranía aún dispone de otro instrumento muy eficaz para engullirnos en su trituradora. Lo llamaremos ‘fisiologización’ del hombre.

La nueva tiranía (I)

XLSEMANAL del 29 de enero al 4 de febrero de 2007. Animales de compañía, Por Juan Manuel de Prada Me pone un poco nervioso esa gente que se refiere a la democracia como si fuera una forma de gobierno superadora de tiranías. La democracia admite una expresión ideal, pero también su degradación en tiranía, como cualquier otra forma de gobierno. La aristocracia que defendía Platón nada tiene que ver con las dictaduras militares que han asolado Hispanoamérica en décadas recientes, por mucho que ambas postulen que el poder sea depositado en manos de unos pocos. Tampoco la democracia, tal como fue formulada en sus orígenes, se parece demasiado a su degeneración actual. Hay personas que identifican la tiranía con los totalitarismos de otras épocas, como si fuese una reliquia de la Historia; actitud que, amén de complaciente y hasta bobalicona, resulta tan disparatada como afirmar que la poesía tiene que escribirse necesariamente en cuartetos de versos alejandrinos monorrimos, como hacían los poetas del mester de clerecía, ignorando que después vino el verso endecasílabo, el verso blanco, el verso libre y lo que te rondaré morena. Las tiranías no constituyen una forma de gobierno específica, sino que se adaptan a la forma de gobierno impuesta por cada época: hace casi un siglo, las tiranías hallaron acomodo en las ideologías totalitarias que entonces triunfaban; hoy, tratan de colonizar la forma hegemónica de gobierno instaurada en Occidente tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, que no es otra que la democracia. Naturalmente, la tiranía se manifiesta de un modo muy diverso según la forma de gobierno a la que se acoge. Si perseveramos en el anacronismo de identificarla con el ascenso de un líder carismático y autoritario que monopoliza la maquinaria del poder, no conseguiremos dilucidar la verdadera naturaleza de la tiranía contemporánea. Mucho más eficaz en esta labor de desenmascaramiento resulta establecer cuál es el rasgo común a todas las tiranías que en el mundo han sido, el objetivo primordial y siempre repetido que las ha delatado. Dicho objetivo no es otro que la ‘construcción’ de un ‘hombre nuevo’, una labor de ingeniería social consistente en uniformizar a los individuos, convirtiéndolos en una masa amorfa, indistinta y fácilmente moldeable. Para ello, la tiranía anula la naturaleza del individuo, la extirpa de aquellos elementos que juzga incompatibles con sus designios y, mediante una labor de adoctrinamiento cruenta o sibilina (dependiendo del grado de sofisticación de la tiranía en cuestión), la introduce en una trituradora ideológica de la que los individuos salen convertidos en lacayos más o menos mohínos o satisfechos, incluso (si la tiranía actúa con perspicacia) orgullosísimos de su condición de lacayos. Antaño, estas trituradoras ideológicas adquirían rasgos pavorosos: campos de trabajo, burocracia policial, torturas, etc.; por supuesto, las tiranías de hogaño han conseguido hacer mucho más presentables y asépticas sus trituradoras de almas, han logrado incluso que tales trituradoras resulten amables, simpáticas, encandiladoras, irresistibles. Las tiranías siempre han mirado con suspicacia la dimensión intelectual y espiritual del hombre. Alguien que se sabe ser pensante y traspasado de trascendencia es más consciente de su vocación de libertad. Pero a la tiranía le interesa el hombre esclavizado: despojado de libertad, en el caso de las tiranías más rudimentarias y antediluvianas; o, mejor todavía, el hombre que ha olvidado que la libertad es una posesión consustancial a su condición humana y que, en su lugar, la considera algo que graciosamente se le concede desde una instancia de poder. Pero para que este espejismo resulte efectivo primero hay que lograr, mediante una minuciosa labor reeducadora, que el hombre reniegue de su libertad intrínseca; y para ello la tiranía contemporánea dispone de poderosas herramientas propagandísticas. En esta labor de mutilación humana, la tiranía emplea dos métodos muy eficazmente quirúrgicos: por un lado, la ‘desvinculación’ del individuo, que lo torna mucho más vulnerable e inconsistente, al obligarlo a romper lazos con toda forma de tradición cultural que sirva para entender sus orígenes, su lugar en el mundo, que en definitiva le sirva para explicarse, para hacerse inteligible; por otro lado, su ‘fisiologización’ salvaje, su conversión en un pedazo de aburrida carne que no tiene otro anhelo sino la satisfacción de unos cuantos apetitos y pulsiones, como un perro de Paulov. Dejaremos para una próxima entrega la exposición de los métodos que la nueva tiranía emplea en su tarea de ingeniería social, hasta convertirnos en ‘hombres nuevos’ y amputados, sin vínculos que nos expliquen ni aspiraciones de índole espiritual.