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martes, 10 de noviembre de 2020

El feminismo contra la "ley trans"

Este blog nació para proponer una laicidad positiva y luchar, con argumentos, contra el laicismo. Sin olvidar este objetivo, la controversia cultural-social y sus derivaciones políticas y legales nos impulsaron a ampliar el objetivo a la argumentación contra la ideología de género

Como se veía venir, parte de la argumentación contra esta ideología de género y sus absurdas consecuencias, viene del feminismo. Es lo que han hecho ocho feministas históricas en una carta dirigida recientemente al Gobierno de mi atribulado país, para debatir el proyecto de la llamada "ley trans". Estas mujeres, que han elevado la misiva al ámbito público para que quien quiera la suscriba en Google Docs, acusan al Ministerio de Igualdad de querer «borrar» a la mujer de la lucha feminista. 

El pasado sábado, en una interesante noticia en mi diario de cabecera, Doménico Chiappe recogía buena parte de la argumentación feminista anti trans, básicamente por desligar y luego confundir sexo y género; es decir, en el fondo, por el motivo principal de los que consideramos la ideología de género como profundamente deshumanizadora. 

"Parece un contrasentido pero, según se desprende de los argumentos de las firmantes, desarrollar la idea de que el género se puede elegir, sin nada más que la voluntad del momento, inicia una peligrosa senda de invisibilización hacia lo que es el «sexo» femenino. 

Diferenciar los conceptos «género» y «sexo» es la primera cuestión que desarrollan Freixas, Ángeles Álvarez, Marina Gilabert, Alicia Miyares, Rosa María Rodríguez Magda, Victoria Sendón de León, Juana Serna y Amelia Valcárcel, algunas de ellas con carrera política en el socialismo. 

La Ley Trans «minimiza» la «opresión para las mujeres, hace el juego a la visión patriarcal y misógina, y perpetúa la opresión», alertan quienes han pedido «una y otra vez» una reunión con la ministra de Igualdad Irene Montero, sin éxito. 

Recomiendan las firmantes evitar la «confusión» de conceptos. El sexo, dicen, es la «realidad biológica constatable», mientras que el género es una «construcción jerárquica de los estereotipos sexuales que ha fundamentado la desigualdad y la opresión». Las feministas explican que ellas no van contra el sexo, que es la naturaleza del cuerpo. Van contra el género, una imposición cultural. Mientras que las leyes Trans, tanto la que abandera Montero, como otras «aprobadas en diversas comunidades autónomas», parecen combatir el sexo." 

A continuación viene uno de esos ejemplos de cómo, cuando subviertes la naturaleza de las cosas y de las personas; aunque sea un poco, se cumple inexorablemente la ley de la pendiente resbaladiza, hasta llegar a situaciones surrealistas. 

"Ante la estrategia de entremezclar a las personas trans con las mujeres, se denuncia la existencia de una «neolengua» que «invisibiliza» y «borra a las mujeres con la excusa de la inclusividad». Empieza por proscribir el uso del vocablo «mujer», sustituido por 'cuerpos feminizados' o 'cuerpos menstruantes'. En ese léxico, se tiene como una «ofensa» hablar de vaginas, reglas y embarazos, y a las madres se les llama 'progenitor gestante' y al sexo, 'género sentido'. 

«El sexo es un dato objetivo en sus aspectos genético, gonadal, hormonal, anatómico y genital. No puede hablarse de 'autodeterminación del sexo' como ejercicio de la libre voluntad»." 

Aunque el feminismo radical mantiene muchos de sus desvaríos, se da cuenta de los riesgos para la mujer, que ahora vienen "del otro lado", y de sus consecuencias. 

"«Pretender que el ser mujer u hombre es una mera elección desdibuja la realidad material del sexo, justo aquello que determina el género en que se nos socializa». 

Se muestran preocupadas por las consecuencias futuras de «encaminar» a los menores hacia «bloqueadores de pubertad», una vez que se les etiqueta como «niños y niñas trans» a aquellos que disienten con la normativa de género. «Creemos necesario un acompañamiento que contemple acciones de apoyo y autoafirmación». «Es preciso investigar los efectos a largo plazo de la hormonación y medicalización, así como prever un posible cambio de parecer en el futuro, con el añadido de la imposibilidad de revertir acciones quirúrgicas y hormonales agresivas». 

La Ley Trans genera una conducta «coactiva» del Estado contra la infancia y los profesionales de la salud, acusan. Además, peligran derechos que las mujeres de su generación han conquistado: «la defensa de las mujeres, el mantenimiento de los espacios reservados, las cuotas, las ayudas, la diferenciación por sexos en competiciones deportivas, o los datos desagregados por sexo para analizar el comportamiento social o tomar medidas frente a las desigualdades entre los sexos», enumeran. Y concluyen. «Negar la relevancia del sexo y encaminarnos hacia una supuesta autodeterminación de éste según el género elegido, colisiona con las leyes de igualdad y de violencia de género».

 ¿Sería mucho pedir que, además, las feministas sacaran consecuencias de cómo su feminismo "de género" perjudica también, no solo a las mujeres, sino al ser humano en su totalidad, hombre y mujer, joven y anciano, niño y niña?
   
Cuanto antes aceptemos el cuerpo sexuado, femenino y masculinos, como un don recibido para cuidar y perfeccionar, y dejemos de jugar a ser el doctor Frankenstein, mucho mejor.
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Foto: atarifa CC 
La negrita del texto citado es del original.

viernes, 10 de febrero de 2012

Las Mujeres y la Cultura de la Vida

Ya he dicho en anteriores ocasiones que soy un rendido admirador de Mary Ann Glendon, -abogada. profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad de Harvard y presidenta de la Pontificia Academia de Ciencias Sociales, entre otras muchas cosas-, desde que la descubrí por su artículo La hora del laico.

En los dos siguiente artículos, trata con su clarividencia habitual un tema de lo más actual, y como siempre, contra corriente: Las Mujeres y la Cultura de la Vida. En el primero -Feminismo y dogmatismo- sienta las bases ideológicas de la ideología dominante y de su revisión. En el segundo -Un nuevo feminismo y una nueva cultura del trabajo- y el tercero -El nuevo feminismo y el papel del laicado-, expone su propuesta para un auténtico y positivo nuevo feminismo.

Como ella misma resume al comienzo de la serie:

  1. Un "nuevo feminismo para el siglo XXI" debe evitar el dogmatismo excesivo que caracterizó al viejo feminismo del siglo XX;
  2. La llamada a un "nuevo feminismo" en Evangelium Vitae se debe considerar conjuntamente con la llamada para "una cultura auténtica del trabajo" en Centesimus Annus; y
  3. La llamada para un "nuevo feminismo" se debe considerar conjuntamente con las llamadas recientes para que el laicado esté a la vanguardia de la nueva evangelización.

Vale la pena dedicar los 25 minutos que puede costar leer los tres artículos.

Fuente: ConoZe.com

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jueves, 9 de julio de 2009

Feminismo radical y cultura de la muerte

Acabo de leer La ideología invisible. El pensamiento de la nueva izquierda radical, de Jesús Trillo-Figueroa (Libros Libres 2005), que además de interesarme muchísimo y explicarme muchas cosas, me ha dejado verdaderamente aterrado ante el sesgo destructor de la ideología que subyace en la cultura hegemónica en Europa y en gran parte de la acción política, principalmente en España. Algunas citas sacadas de este ensayo:

Es necesario establecer una gran alianza entre feminismo y socialismo que abarque todas las áreas del pensamiento y de la acción política (María Teresa Fernández de la Vega, marzo de 2005).

El interés por la sexualidad es lo que diferencia al feminismo radical (). Para ser radicales no se trata sólo de ganar el espacio público (igualdad del trabajo, la educación o los derechos civiles y políticos), sino que también es necesario transformar el espacio privado(Nuria Varela, Feminismo para principiantes, 2005).

Una de las ideas más radicales del feminismo contemporáneo es su pretensión de que el espacio privado del hogar y la familia debe estar sujeto al escrutinio público (Mary Evans, Introducción al pensamiento feminista contemporáneo, 1997).

La discriminación que han sufrido tradicionalmente las mujeres en el mundo tiene múltiples manifestaciones, una de ellas es estrictamente lingüística (). En ello consiste el sexismo lingüístico, en el diverso tratamiento que, a través de la lengua, hacemos del individuo en función de los genitales con que ha nacido (María Ángeles Calero Fernández, Sexismo lingüístico, 1999).

La igualdad feminista radical significa () que las mujeres no tengan que dar a luz. La destrucción de la familia biológica que Freud jamás ha visualizado permitirá la emergencia de mujeres y hombres nuevos (Alison Jaegger, Political philosophies of womans liberation, 1977).

Pensamos que ninguna mujer debería tener esta opción. No debería autorizarse a ninguna mujer a quedarse en casa para cuidar a sus hijos. La sociedad debe ser totalmente diferente. Las mujeres no deberían tener esa opción (Christina Hoff Sommers, Who stole feminism?, 1994).

Una sociedad autónoma es una sociedad que se autoconstituye; los individuos autónomos son individuos que se autoconstituyen. () Este tipo de sociedad es la que se determina asimismo plenamente, sin un límite exterior, referencia o finalidad preconstituida (Zygmunt Bauman, En busca de la política, 1999).

Con el referente beauvorista (de Simone de Beauvoir) de fondo , algunos estudios determinan, de manera taxativa, que la madre no nace, se hace y que, por tanto, el amor maternal no es universal, como se pretende desde la retórica ilustrada, sino constituido por nuestro pasado histórico, nuestra sociedad y nuestra cultura (Helena Establier Pérez, La teoría de la maternidad en el contexto crítico español).

El feto es un invasor extraño que le roba a la mujer su individualidad frente al considerado por los médicos como una entidad sagrada para definir la identidad de la mujer. La lucha de esta mujer será por tanto la lucha entre los intereses de la especie y los de la mujer individual (Simone de Beauvoir, El segundo sexo, 1987).

martes, 23 de junio de 2009

Notas sobre "La Ideología Invisible"

Estoy leyendo “La Ideología Invisible. El pensamiento de la nueva izquierda radical” de Jesús Trillo-Figueroa, un ensayo imprescindible para entender de dónde viene, qué es y a dónde nos lleva la ideología de los socialistas que gobiernan España en este momento.

Trillo-Figueroa hace un alarde de conocimiento de autores y textos significativos –a veces con alguna falta de sistematización- con un esfuerzo de divulgación y síntesis, cosa que consigue…, casi siempre. Pero cuando mejores son sus páginas es cuando se suelta y elabora su propio discurso, como por ejemplo, al comentar lo que Enrique de Diego llama “nuevos clérigos” (algunos profesores, periodistas y artistas, pág. 142):
En fin, la característica común de todos ellos es que son buscadores de renta pública. Su interés por lo público se concreta en su interés por la subvención y el gasto público, en su propio beneficio. Es la vieja historia de la cultura subvencionada.
Más adelante, expone su visión de las disyuntivas ética pública-ética privada y espacio privado-espacio público (págs. 187-188):
Otra de las causas fundamentales que, a mi juicio, han conllevado el desprestigio de la política en nuestra sociedad ha sido, sin duda, el intento excesivo de politización de la misma. El socialista Joaquín Leguina, en un viejo opúsculo publicado por la Comunidad de Madrid, "Viejas y nuevas ideas de la Izquierda", a modo de cuasi catecismo de su propio pensamiento ideológico, afirmaba que cada vez más aspectos de la vida cotidiana se convierten en aspectos de dominio público. Según Leguina, “la frase feminista lo personal es político resume la falsa escisión entre lo privado y lo público”.

El socialismo y todas las demás ideologías que conciben la realidad desde la sola óptica de la política consideran que “todo es política”, y esto es radicalmente falso. El gran problema es confundir los dos planos, confundir el plano de lo personal y de lo público. Resulta curioso sin duda que aquéllos que son partidarios de distinguir entre una ética privada y una ética pública –cuando ambas no dejan de ser ética- se empeñen en no distinguir entre esfera privada y esfera pública, pues afirman que todo es política.

La conclusión de los que piensan que todo es política es, en definitiva, que todo es competencia del Estado. Y así eliminan la legitimidad de la existencia de una sociedad civil frente al Estado, e infiltran la maquinaria estatal en todos los aspectos de la vida social, de manera que jamás entienden la diferencia entre la sociedad, el individuo y el Estado. Esta es la explicación más clara de una concepción política totalitaria.

martes, 12 de febrero de 2008

SIMONA, TROYANA Y GUERRERA

Escrito por gente sin prejuicios, en el blog Veritas.

El 9 de enero Simone de Beauvoir (1908-1986) hubiese cumplido un siglo, cien años de una de las aventuras intelectuales más revolucionarias de su época, pero también de las más influyentes por el paso del tiempo y por sus propias contradicciones.

Una mujer que vivió toda su vida con la “angustia” de sentirse amada, valorada y diferenciada con respecto al hombre; y por qué no decir, con respecto a su “degenerado” compañero sentimental y amante, Jean Paul Sartre.

Simone de Beavoir es una “realidad activa” ideológicamente en nuestros días, en mi opinión, perversa y degenerante, llena de odio y complejo. No es, por lo tanto, la representación de un “mito ideal” digno de imitar y exaltar como nos hacen y quieren hacer creer muchas feministas radicales.

Lee el artículo completo (vale mucho la pena).

domingo, 3 de febrero de 2008

Un feminismo de otro género

De la lucha por la igualdad a la anulación de las diferencias

Gracias a buena parte del movimiento feminista la mujer es un sujeto de pleno derecho en el mundo occidental. Sin embargo, las mujeres empiezan a no reconocerse en un feminismo radical, que elimina las distinciones entre masculinidad y feminidad, y pretende que el género de las personas sea el que ellas elijan, sin condicionamientos biológicos. Jesús Trillo-Figueroa analiza esta ideología en su libro Una revolución silenciosa: la política sexual del feminismo socialista1. Ofrecemos una selección de párrafos.

Firmado por Jesús Trillo-Figueroa Fecha: 23 Enero 2008. ACEPRENSA

La primera revolución sexual tenía por objetivo la liberación sexual; es decir, la eliminación de todas las represiones que, según los partidarios de la revolución sexual, la sociedad había impuesto a través de normas morales y de prohibiciones a la práctica de la sexualidad, para llegar a conseguir la generalización del amor libre. La sexualidad era básicamente una relación biológica, psíquica y somática, pero una relación natural.
La que llamamos segunda revolución sexual parte de la idea matriz, expuesta por Kate Millet, en virtud de la cual, la sexualidad, la relación sexual, expresa una idea de poder, una relación política. La primera revolución transformó la política en sexo; esta segunda ha transformado el sexo en política, convirtiéndola en política sexual. (...)

Foucault y la represión

Michel Foucault vino a decir que la historia es un “continuo” de prácticas represivas realizadas a través de instituciones creadas por el poder para controlar y dirigir la sociedad. Tales instituciones son el manicomio, la cárcel, o la sexualidad. Para él, “el sexo es algo que ha habido siempre” (...); lo que es una invención reciente es la sexualidad, que en su opinión aparece en el siglo XVIII y debe entenderse como el conjunto de “prácticas, sobreentendidos, palabras, miradas, normas, reglas y discursos relacionados con el deseo, la genitalidad, etc.”.
Foucault rechaza la tesis de la represión porque, en su opinión, “aunque el discurso sea represor, produce materialidades: exacerba el deseo”. (...) En conclusión, al poder le interesa que haya deseo exacerbado y haya delitos, para seguir manteniéndose en el chollo; todo esto es lo que llama “la astucia del poder”. Las tesis de Foucault, desde el punto de vista ético, no son nada nuevas; no son más que una traducción al sexo de la genealogía de la moral de Nietzsche, que estableció el relativismo histórico de la moral. La novedad reside en la ontología, y esto no se debe a Foucault, sino a las feministas.

Una relación de poder

(...) Según Simone de Beauvoir, la mujer no nace, se hace. En ello estaba implícita la diferenciación entre el sexo, como dato biológico, y el “ser mujer”, la función social asignada por la cultura a las funciones propias de cada sexo, que posteriormente se daría en llamar género. Kate Millet va más allá y dice que una cosa es el sexo biológico, como condición física y corporal de una persona, y otra cosa es el sexo como práctica del deseo sexual, que ya no es una relación amorosa entre hombre y mujer de carácter natural, sino que se convierte en una relación política, es decir, una relación de poder.

La novedad es que el amor, aunque sea en su versión hedonista de “hacer el amor”, ya no es una relación de naturaleza pulsional, libidinosa, gozosa o espiritual, sino un espacio político en el que se manifiesta una relación de poder. En su historia de la sexualidad, Michel Foucault recoge esta tesis y sostiene que el sexo es el producto de un discurso político concreto correspondiente a una época determinada: “La experiencia de la sexualidad está producida por una génesis histórica concreta”.

Dicho de otra forma: la sexualidad es un producto que el poder dominante en cada época histórica utiliza para controlar la sociedad de su tiempo. Para ello, el poder elabora tecnologías del sexo, que son las técnicas de control que desarrolla para asegurar su mantenimiento. (...) Si a ello añadimos la estructura elaborada por el feminismo de sexo-clase, serán las técnicas sexuales que el patriarcado burgués elabora para controlar a las mujeres. Esta es la clave teórica que da lugar a lo que venimos llamando política sexual.

Como filósofo que es, Foucault trasciende la historia y elabora una nueva ontología en torno a la verdad, que las feministas posteriores captan sutilmente para continuar la labor emprendida por Simone de Beauvoir y las feministas radicales americanas. La argentina Esther Díaz lo expresa bien: “Las verdades no valen por sí mismas, necesitan un poder que las sostenga. El poder de la verdad no es una metáfora. Únicamente se aceptan como verdaderas las proposiciones que obtienen poder de las prácticas sociales” (Esther Díaz, La sexualidad y el poder, Almagesto/Rescate, Buenos Aires 1993). Al cabo, la verdad será lo que diga el poder. (...)

Sexo y género

Las consecuencias derivadas de la idea de que el sexo es un invento artificial, de la cultura o de la política, pueden ser infinitas. (...) En general, lo que de manera inadvertida se ha impuesto es el empleo de la palabra género por sexo, lo cual no es inocente, porque constituye el propósito intencionado de la llamada ideología de género.

La palabra género tenía un uso gramatical, para distinguir entre una palabra masculina, femenina o neutra. El que primero utilizó el término género para referirse al concepto de identidad de género, definido como la conciencia individual que de sí mismo tienen las personas como hombre o como mujer, fue el doctor John Money, de la Universidad John Hopkins de Baltimore, en 1950 (John Money, Desarrollo de la sexualidad humana, Morata, Madrid, 1982).
Según Money, la identidad de género del individuo dependía de cómo había sido educado de niño, y podía resultar diversa del sexo biológico. Sostenía que se podría cambiar el sexo de la persona con la educación; y que a los niños nacidos con órganos genitales ambiguos se les podía asignar un sexo diverso del genético mediante una modificación quirúrgica, que en su opinión debería realizarse antes de los 18 meses, pues de otra forma el sexo biológico podría determinar un cierto rol de género impuesto por la sociedad (ver apoyo, pag.4).

Así nació también el concepto de género como “rol”, o conjunto de funciones que la sociedad asigna a cada uno de los géneros. En 1968, el psiquiatra Robert Stoller publicó una obra llamada Sex and Gender. En ella, popularizó las ideas de Money (...): “El vocablo género no tiene un significado biológico, sino psicológico y cultural. Los términos que mejor corresponden al sexo son macho y hembra, mientras que los que mejor califican al género son masculino y femenino, y estos pueden llegar a ser independientes del sexo biológico”.

Política sexual

Kate Millet, en su obra Política sexual, utilizó el concepto de género expuesto por Stoller para sus finalidades ideológicas, proporcionando a su convicción existencialista de que la mujer se hace, derivada de la influencia de Beauvoir, una fundamentación “científica”. Millet destaca y acentúa la idea de que no tiene por qué existir una correspondencia biunívoca y necesaria entre sexo y género, y, por tanto, sus desarrollos pueden tomar caminos independientes.

Millet escribe: “Lo que llamamos conducta sexual es el fruto de un aprendizaje que comienza con la temprana socialización del individuo y queda reforzado por las experiencias del adulto”. En principio, el género es arbitrario; es el patriarcado, y las normas impuestas por el sistema patriarcal, quien establece el papel de los sexos, pues según esta doctrina, al nacer no hay ninguna diferencia entre los sexos. (...)

¿Perspectiva o ideología?

El término género, que en principio tan sólo sirve para significar un instrumento analítico de las “funciones o roles” que a cada sexo se le asignan por la cultura, la historia, la sociedad y otros factores, era útil metodológicamente para las investigaciones; pues distinguir entre el sexo, asignado por la naturaleza biológica a cada persona, y el género, entendido como la función que la sociedad asigna a cada sexo, permitiría discriminar analíticamente estas, para corregir muchas injusticias que las mujeres sufrían por la asignación de unas funciones que realmente no se correspondían, o se derivaban de una irracional distribución de las funciones sociales en razón de la condición sexual de cada género.

Pero pronto se utilizó un término equívoco de género, como producto exclusivo de la cultura, que ha supuesto una auténtica revolución cultural. La ideología feminista ha transformado la palabra género en razón de sus intereses estratégicos convirtiéndolo en un concepto valorativo que sirve para desnaturalizar el sexo y convertir el género en el significante, en instrumento o “dispositivo” político de dominación.

Las teorías de Money encontraron un gran apoyoentre las feministas radicales, y el libro de Kate Millet Sexual Politics se convirtió en la difusión política e ideológica de sus doctrinas. A lo largo de la década de los 80, el término género se hizo omnipresente en todos los programas de Women Studies, al punto de que nació la disciplina de Estudios de Género, y la antropología de género pasó a ser una rama con pretensiones de disciplina académica.

A partir de aquí, (...) existe una radical escisión entre sexo y género, y entre naturaleza y cultura. Esta es la acepción de género que ha implantado la ideología de género, en la que podemos englobar todas las tendencias feministas derivadas del feminismo radical de la igualdad, del feminismo socialista, que tuvieron un éxito definitivo al conseguir que la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Mujer celebrada en 1995 en Pekín adoptara una resolución en la que se consagró la llamada perspectiva de género. Desde entonces existe una gran confusión respecto de la utilización del término género, y de lo que significa perspectiva de género. En principio, nada tienen que ver la utilización del género por la ideología de género y el uso dado por la ONU o las instituciones europeas.

Una construcción social

La teoría feminista y la ideología de género consideran como dogmas inamovibles, que implican una nueva epistemología –una nueva forma de conocer la realidad–, el hecho de que la sexualidad está necesariamente desligada de su origen natural –que, en el mejor de los casos, considera al sexo biológico como un mero dato– y en consecuencia la sexualidad es una construcción social. Es decir, las personas humanas, según el dato biológico del sexo, nacen machos o hembras, pero la sociedad, con su actividad, construye la sexualidad, convirtiéndolos en hombres y mujeres, y la cultura engendra las ideas de masculinidad y feminidad.

Todo ello conduce al final al orden al que finalmente pertenece la sexualidad: el orden simbólico, el orden del significante. Por eso, a partir de aquí, la sexualidad humana no es una realidad biológica o derivada de la libido, gobernada por leyes naturales o químicas, sino más bien una idea regulada por las leyes del lenguaje de la representación. Todo esto es lo que se llama el triunfo del “construccionismo de género”; es decir, el artificio o invento creado por la voluntad de alguien; frente al “esencialismo de sexo”, que es la creencia de que el sexo lo determina la naturaleza. (...)

Deconstruir el género

A pesar de la teoría y de la corrección política feminista, existe una gran contradicción, porque la realidad es que la teoría feminista anhela un futuro sin género, un futuro sin sexualidad. (...) Se trata de excluir tanto la masculinidad como la feminidad, es decir, de acabar tanto con los sexos como con los géneros: de deconstruir el género mediante la destrucción del sexo y la resignificación del género.

Para ello, existen dos grandes vías en el feminismo de la igualdad: la de la tradición “ilustrada” que, basándose en el existencialismo de Beauvoir y en el igualitarismo radical, opta por suprimir cualquier diferencia entre hombre y mujer, masculino y femenino, y postula lo que llama universalidad, es decir, la total confusión, para desde ahí establecer la sexualidad según el principio de libre elección, en el sentido de que el género de las personas será aquel que elijan libremente en la realización de su existencia; y la de las “posmodernas”, que parte de la tesis estructuralista de que “el sujeto no habla” sino que “es hablado”; es una “posición en el discurso”, “un eslabón en la cadena de significado”, siempre ya constituida; por eso el género será lo que resignifique el discurso.

Por lo tanto ambas posibilidades pasan por la pluralidad de géneros: femenino, masculino, heterosexual, homosexual, lesbiana, transexual, para terminar postulando la desaparición del sexo-género. Para la primera posición, el sexo-género dejará de existir cuando se implanten las condiciones para que la mujer “acceda al estatuto de individuo” y a “la ciudadanía” (...). Para la segunda vía, antihumanista y foucaultiana, el género-sexo desaparecerá “perdido en la parodia” del drag queen y en la transgresión permanente de géneros.
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(1) Jesús Trillo-Figueroa. Una revolución silenciosa: la política sexual del feminismo socialista. Libroslibres. Madrid (2007). 308 págs. 20 €.

sábado, 19 de enero de 2008

La revolución silenciosa

Autor: Jesús Trillo-Figueroa
Libroslibres. Madrid (2007). 308 págs. 20 €.
Firmado por Agustín Alonso-Gutiérrez en Aceprensa, 16 de enero de 2008

Después de publicar La ideología invisible, en la que trataba de analizar el pensamiento que informa la izquierda dominante en el panorama político español, Jesús Trillo-Figueroa (Cartagena, 1955) disecciona el feminismo que triunfa en esa izquierda con su nuevo libro de pensamiento político, Una revolución silenciosa.

A pesar del subtítulo (La política sexual del feminismo socialista) y de su llamativa portada, está lejos de ser un análisis efímero de la coyuntura política en un espacio concreto, en este caso España. Uno de los capítulos está, sí, dedicado a las “políticas de igualdad” del gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Pero no supone ni una décima parte de la obra y se pone en conexión con las ideas de fondo expuestas anteriormente. El resto es una sistematización documentada de los movimientos feministas, con especial atención al feminismo del último medio siglo, cuya influencia social y política ha sido tan profundaCuando se habla de feminismo, tanto defensores como detractores de este movimiento tienden a pensar en una corriente única, en una ideología monolítica y claramente definida. La realidad, como demuestra Una revolución silenciosa, es que no existe un solo feminismo, aunque sí hay una manera de entenderlo –feminismo socialista, lo llama Trillo-Figueroa– que ha sido la hegemónica recientemente.

Al estudiar el movimiento social y político feminista, el autor acude a sus fuentes intelectuales. Conocemos así las ideas y las obras ensayísticas que alimentaron el feminismo de la revolución sexual, entendemos quiénes eran esos ideólogos e ideólogas, y podemos saber qué es, de dónde viene y qué quiere la ideología de género, cuyos tambores de guerra llevan años sonando en Occidente.

El análisis que ofrece Una revolución silenciosa es especialmente oportuno ahora que contamos con una mínima perspectiva para conocer los frutos del feminismo sesentayochista, entre cuyos objetivos prioritarios estaba la conversión del sexo en asunto político, y precisamente cuando las legislaciones de diferentes países han dado forma a sus principales aspiraciones.