viernes, 31 de agosto de 2007

¿Talibanismo católico?

POR JAVIER MARTÍNEZ-TORRÓN en ABC Sevilla, el martes 28 de Agosto de 2007

HACE no demasiado tiempo, una sentencia unánime del Tribunal Constitucional sobre la enseñanza de la religión católica desató airadas críticas por parte de personas vinculadas a determinados sindicatos. Se llegó a declarar, con ligereza, que la sentencia ofrecía residuos de «nacionalcatolicismo», y que avalaba un «retorno a la Inquisición» o un «talibanismo católico». Significativamente, esas mismas voces han guardado silencio cuando, hace poco, el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha rechazado el recurso presentado contra la sentencia del Constitucional, considerándola «manifiestamente infundada» y no merecedora de entrar en el fondo del asunto.

Como se sabe, el problema arrancaba de la decisión del obispo de Canarias de no renovar el contrato a una profesora de religión católica en un colegio público por mantener abiertamente una conducta personal en clara contradicción con aspectos importantes de la moral católica: en concreto, por vivir en relación afectiva con un hombre distinto de su esposo, del que estaba divorciada.

El Tribunal Constitucional, en febrero pasado, sostuvo la posición de la jerarquía católica interpretando los vigentes acuerdos con la Santa Sede a la luz de los derechos constitucionales -derecho a la educación, libertad religiosa- y del principio de cooperación del Estado con las confesiones religiosas. Su posición se resume en dos afirmaciones principales. Primero, las normas concordadas y la legislación en materia de educación religiosa en centros públicos son plenamente constitucionales. Segundo, dentro de ese sistema, las iglesias -no sólo la Iglesia católica- tienen amplias facultades para decidir quiénes están cualificados para impartir clases de religión. Además, no resulta arbitrario fundamentar ese juicio de idoneidad sobre opciones personales de vida, pues la docencia de la religión puede implicar no sólo una docencia abstracta de principios y reglas, sino también la transmisión de determinados valores que se asumen como propios.

Debe advertirse que, en España, la enseñanza de la religión católica en la escuela pública no se concibe como una enseñanza «objetiva» o «pluralista» sobre la religión. Se trata propiamente de una enseñanza confesional, de una educación en la religión católica, que sólo reciben quienes voluntariamente optan por ella. Lo mismo sucede con otras religiones, en concreto la protestante, judía o islámica. Es un sistema bastante extendido en Europa y que, en el caso español, encuentra su apoyo legislativo -además de en los acuerdos con la Santa Sede- en la propia Constitución, que impone al Estado el deber de cooperar «con la Iglesia Católica y las demás confesiones», entendiendo que así se contribuye a facilitar el ejercicio de la libertad ideológica y religiosa (art. 16.3 CE). La Ley Orgánica de Libertad Religiosa precisa que parte de esa cooperación consistirá en adoptar «las medidas necesarias para facilitar... la formación religiosa en centros públicos». Además, el art. 27.3 de la Constitución reconoce a los padres el derecho a que «sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones».

Es verdad que hay quienes abordan ese derecho fundamental con cierto cinismo, como el escritor inglés Charles Lamb, quien afirmaba: «Estoy decidido a que mis hijos sean educados en la religión de su padre, siempre que puedan averiguar cuál es». Para muchos padres, sin embargo, se trata de una opción importante, quizá persuadidos de lo que creía Einstein: «La ciencia sin religión está coja, y la religión sin ciencia está ciega». Lo prueba el hecho de que más del 70 por ciento de los alumnos de centros públicos recibe enseñanza católica por elección de sus padres. Esas personas confían a la Iglesia Católica, y no al Estado, la educación religiosa de sus hijos en la escuela y, por tanto, la decisión sobre sus contenidos y sobre las personas idóneas para llevarla a cabo. Pretender que los poderes públicos puedan interferir en materia tan delicada -recordaba el Constitucional- sería olvidar que el principio constitucional de neutralidad «veda cualquier tipo de confusión entre funciones religiosas y estatales».

Cuando el Tribunal de Estrasburgo confirma la sentencia del Constitucional español no hace sino seguir su propia doctrina, que desde siempre ha defendido, como consecuencia necesaria de la libertad religiosa, la autonomía de las iglesias para ocuparse de sus propios asuntos, libres de la intervención del Estado, aunque ésta se produzca con la loable intención de evitar «tensiones sociales» (p. ej., casos Serif, Agga o Hasan y Chaush). La jurisprudencia de Estrasburgo también ha dejado claro que la libertad religiosa no ampara posiciones de heterodoxia en el interior de una comunidad religiosa estructurada jerárquicamente, siempre que la pertenencia a esa organización sea voluntaria. Y, desde luego, enseñar religión católica en nombre de la Iglesia es una opción voluntaria y libre. Cada cual está en su derecho de considerar equivocada o excesiva la decisión del obispo de Canarias de retirar a la profesora divorciada la licencia para enseñar religión. Pero es a la jerarquía eclesiástica, y no a los funcionarios del Estado, a quien corresponde decidir en esa materia. Cuando el Estado ofrece instrucción religiosa confesional en el entorno de la escuela pública, lo hace con la finalidad de facilitar el ejercicio de derechos fundamentales de los ciudadanos, y no para privilegiar a ciertas iglesias. La función del Estado se limita a cooperar con ese modelo educativo, cuyo control queda esencialmente en manos de los padres, cuando eligen educación religiosa para sus hijos, y de las iglesias, cuando deciden los contenidos y las personas que se ocupan de esa enseñanza.

Es previsible que las decisiones del Constitucional español y de Estrasburgo no gusten a quienes ven en la enseñanza de la religión en la escuela pública un modus vivendi personal más que una actividad del Estado para promover el ejercicio de derechos constitucionales. Personalmente, no me parece muy razonable defender la enseñanza religiosa -o vivir de ella- y negar a los representantes oficiales de una religión su competencia para organizar esa enseñanza. Se comparta o no, resulta más coherente la posición de quienes se oponen del todo al actual sistema de enseñanza religiosa en los centros públicos, por considerar que la instrucción religiosa ha de realizarse fuera del espacio público, o al menos fuera del horario lectivo y sin financiación pública. Siempre, naturalmente, que no traten de imponer una interpretación excluyente de la Constitución: es decir, declarar anticonstitucional todo aquello que no se adapte a las propias posiciones políticas.

En esto, como en tantas cosas, nuestra Constitución es flexible y permite diversos modelos. Muchos ciudadanos tienen dudas sobre si el sistema español de enseñanza religiosa, en sus concretos perfiles, es el más adecuado (para el Estado y para la Iglesia). Es legítimo disentir, y propugnar los cambios legislativos pertinentes, pero respetando la legalidad vigente y sin atribuirse dogmáticamente el monopolio de la interpretación de la Constitución.

martes, 28 de agosto de 2007

Lecciones del tardolaicismo

Por ARMANDO SEGURA NAYA, CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA DE LA UNIVERSIDAD DE GRANADA, en IDEAL Granada


PARA el que se sitúe en el clima cultural y social de los años treinta en España puede ser comprensible pensar en el protagonismo político de la jerarquía eclesiástica. La CEDA, la Acción Católica Nacional de Propagandistas, la misma Acción Católica, los partidos tradicionalistas etc. solían considerarse la 'longa manu' de la jerarquía y no solamente lo asumían sino que se ufanaban de ello.

Gregorio Peces Barba refleja en su artículo 'En torno a la Educación para la Ciudadanía', (El País, 7-8-2007) esta situación. Han pasado tres cuartos de siglo desde entonces y todo el contexto y sus elementos básicos han variado.

La guerra civil y la Dictadura nos han enseñado sobre la verdadera naturaleza de la acción política de los católicos: las situaciones fáciles generadas por el confesionalismo son no sólo contraproducentes sino lesivas para los derechos humanos, especialmente para los que afectan a la política y a las relaciones laborales.

La historia reciente nos ha proporcionado la figura de Juan XXIII que con la 'Pacem in terris' alegró la conciencia del mundo (creyente o ateo) proponiendo una Declaración de Derechos Humanos semejante a la de las Naciones Unidas. Por otra parte, el Concilio dejó claras muchas cosas que estaban antes nebulosas como la llamada universal a la santidad y la autonomía de los laicos en su actividad política, así como la acentuación de la doctrina del sacerdocio común de los fieles, algo olvidada desde la Reforma.

Ninguna de estos esclarecimientos son novedades sino recuerdos de los que siempre ha sido doctrina de la Iglesia aunque no siempre se ha practicado correctamente. ¿Y quién puede tirar la primera piedra?

Si un millón de personas se manifiestan a favor de la familia, contra el aborto o en pro de la libertad de enseñanza, no es siguiendo las consignas de los obispos porque en todas las materias que no sean estrictamente de fe, de moral, y de culto, a los obispos se les hace muy poco caso. No nos va que nos den consignas políticas. Nos vale el sentido común que es el nombre práctico de la conciencia moral y nos vale nuestra propia iniciativa. Cada palo aguante su vela.

Al sr. Peces Barba le molesta, le parece 'insufrible' que alguien proclame 'verdades superiores'. Decir la verdad es 'arrogante' y 'desafiante' de la legítima autonomía del Estado. Es ésta una vieja cuestión, que bien analizada, sin prejuicios históricos y a la luz del Concilio se desmonta solo.

Una verdad es superior porque hay verdades inferiores. Por ejemplo la matemática es una verdad casi absoluta y nadie se siente ofendido porque se proclame la verdad matemática. Hasta el punto que si un Ministro no supiera sumar y restar (cosa impensable) no se le perdonaría. Peces Barba en su bien conocida modestia, no dudamos que distinga el bien del mal y que asuma que el matrimonio es mejor que el divorcio y tener hijos mejor que liquidarlos. Son verdades superiores que no desafían a la autonomía del Estado porque el Estado o las da por supuestas o queda automáticamente deslegitimado.

Para saber estas cosas no nos hacen falta los obispos ni el Papa, porque cada uno sabe donde le aprieta el zapato.

Dentro de esta verdad superior que es tan fácil como 'decir la verdad', se incluiría el reconocer que la Constitución, coherentemente con la 'non nata' Constitución Europea y la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice literalmente que son los padres y sólo los padres los responsables de la educación de sus hijos, únicos competentes para elegir aquella escuela conforme a sus creencias e ideología. ¿O no es ésta una verdad superior?

La Iglesia resulta una 'lata', piensa el autor del artículo, los obispos y cardenales siempre andan buscando conflictos. Parece que aquí los realmente beneficiados de esa multinacional eclesiástica, dedicada a destruir el Estado, son los obispos y cardenales mientras que el Gobierno tímidamente no hace más que evitar roces, limar asperezas, etc. etc.

No es el aborto, ni el matrimonio gay, ni el control de los medios, ni el divorcio ni la memoria histórica, entre otras muchas iniciativas de estos tres últimos años, modelos de timidez y de prudente contención. Somos el asombro de los países civilizados, Sr. Peces Barba, el país que todos señalan con el dedo como ejemplo de lo que hay que evitar si se quiere alcanzar un cierto nivel de decencia.

La verdad es que ninguno puede hacerse responsable de lo que no ha hecho. La acusación de que la Iglesia tiene buena conciencia por la inocencia del olvido histórico, demuestra la poca consideración con el valor de la persona humana. Sólo las personas individuales son responsables de sus actos. No es la Historia, la Institución, (el socialismo mismo) responsable de nada. Son Vds. y soy yo. Por lo mismo la moral no la vamos a descargar en el Estado ni la educación de nuestros hijos. Al Estado le pedimos que administre bien nuestros dineros y no se meta en nuestra conciencia y en nuestro hogar.

Sorprende que a un buen conocedor de Maritain como Peces Barba le moleste que haya verdades por encima de las mayorías. Los Derechos Humanos están por encima de todo Parlamento y uno de ellos es la libertad de enseñanza.

Cualquiera que honradamente recuerde la historia de la asignatura de Formación del Espíritu Nacional, sabe que dicha asignatura obligatoria en los centros públicos era soslayada en los privados. De hecho yo nunca la estudié. No digo ya en la Universidad donde sin asistir siempre había aprobado general. La Iglesia no condenó la asignatura, se limitaba a orillarla, porque hay verdades superiores que deben salvarse por encima de las ideas políticas: la vida y formación de los niños, la diferencia entre bueno y malo, la bondad del matrimonio, etc.

El artículo en cuestión parece afincado en la literatura romántica del siglo XIX francés, como si no hubiera ocurrido nada, como si se pudiera seguir diciendo sin vergüenza que la Iglesia es enemiga de la ciencia, del progreso y de la humanidad. Como si la Iglesia fuera el Cardenal Cañizares y los demás unos pobres incultos, tan tontos que solemos decir siempre la verdad.

Tardolaicismo. Agua pasada.

sábado, 25 de agosto de 2007

Dawkins, el ATP y Dios

Por Pío Moa, en Libertad Digital, el 27.VI.2007

Dawkins distingue dos clases de agnosticismo: el ATP (agnosticismo temporal en la práctica) y el APP (agnosticismo permanente por principio). El primero sería una actitud apropiada ante problemas científicos no resueltos pero que lo serán cuando se disponga de datos suficientes; el segundo correspondería a problemas cuyo planteamiento mismo impide aportar datos concluyentes.

Dawkins ilustra el ATP con una respuesta «inmortal» de Carl Sagan a la pregunta de qué «sentía visceralmente» sobre la posible existencia de vida extraterrestre: «Bueno, intento no pensar con mis vísceras. En realidad, es correcto reservarse la opinión hasta que haya evidencias».

La existencia o no de Dios entraría, en apariencia, en el ámbito del APP: «Algunos científicos y otros intelectuales están convencidos —con demasiado entusiasmo, en mi opinión— de que la cuestión de la existencia de Dios pertenece a la por siempre inaccesible categoría APP. Como veremos, a partir de aquí a menudo hacen la ilógica deducción de que la hipótesis de la existencia de Dios y la hipótesis de su inexistencia tienen exactamente la misma probabilidad de ser correctas». Él opina de otro modo. La cuestión «pertenece firmemente a la categoría temporal o ATP». «Tanto si existe como si no. Es una cuestión científica; puede que un día conozcamos la respuesta, y mientras tanto podemos decir cosas bastante fuertes sobre la probabilidad».
Lo que en realidad importa no es si Dios es refutable (no lo es), sino si su existencia es probable. Esto es otro tema. Algunas cosas irrefutables se juzgan sensatamente mucho menos probables que otras cosas también irrefutables. No hay razón alguna para considerar que Dios es inmune a la consideración en el
espectro de probabilidades.

En otras palabras, la ciencia todavía carece de pruebas suficientes sobre la existencia o no de Dios, pero muy probablemente las hallará, como ha ocurrido con otros muchos problemas en apariencia irresolubles por principio. Entre tanto, las probabilidades científicas apuntan a la inexistencia de la divinidad. Además, a cualquier efecto práctico es perfectamente posible vivir como si Dios no existiera. Así, expone: «Soy agnóstico en la misma medida en que lo soy respecto de las hadas en el fondo del jardín»; o, citando a otros, considera que «la existencia de Dios no es más probable que la del Ratoncito Pérez. No puedes rebatir ninguna de las dos hipótesis, y ambas son igualmente improbables». «No creo en Dios de la misma forma que no creo en Mamá Oca». Comprometerse con cualquier religión particular «no es ni más ni menos extraño que elegir creer que el mundo tiene forma de rombo y circula por el Cosmos sujeto entre las pinzas de dos bogavantes enormes llamados Esmeralda y Keith».
Una popular deidad en Internet actualmente —y tan irrefutable como Yahvé o cualquier otro— es el Monstruo Espagueti Volador, quien, como muchos afirman,
les ha tocado con su filamentoso apéndice. Estoy encantado al ver que se ha publicado como libro El Evangelio según el Monstruo Espagueti Volador, con gran
éxito. No lo he leído, pero ¿quién necesita un Evangelio cuando simplemente sabes que es cierto? A propósito, debería tener lugar —ya ha tenido lugar— un gran cisma que diera origen a la Iglesia del Monstruo Espagueti Volador Reformada.

Etcétera.
Encuentro divertida la estrategia de responder, cuando me preguntan si soy ateo, que quien me está preguntando es también un ateo con respecto a Zeus, Apolo, Amón-Ra, Mitra, Baal, Tor, Wotan, el Becerro de Oro y el Monstruo Espagueti Volador. Simplemente, yo voy un dios más allá.

Dawkins cita también otro enfoque del asunto, el de la «tetera celeste» de Bertrand Russell:
Muchas personas ortodoxas hablan como si pensaran que es tarea de los escépticos refutar los dogmas recibidos, en vez de que sean los dogmáticos quienes los prueben. Por supuesto, esto es un error. Si yo fuera a sugerir que entre la Tierra y Marte hay una tetera china girando alrededor del Sol en una órbita elíptica, nadie sería capaz de desmentir mi aserción, dado que yo he tenido cuidado de añadir que la tetera es demasiado pequeña para ser descubierta incluso por uno de nuestros más poderosos telescopios. Pero si luego yo digo que, como mi aserción no puede refutarse, es una presunción intolerable por parte de la razón humana dudar de ello, pensarán de mí, con toda la razón del mundo, que estoy diciendo sinsentidos. Sin embargo, si en los libros antiguos se afirmara la existencia de esa tetera, enseñada como la sacra verdad cada domingo, e instilada en las mentes de los niños en la escuela, la duda a la hora de creer en su existencia se convertiría en una seña de excentricidad y harían que un psiquiatra reconociera al dubitativo en una era ilustrada, o un inquisidor en una era anterior.

Espero haber resumido con aceptable claridad los enfoques de Dawkins sobre la cuestión de la divinidad. Conviene ahora hacer algunas observaciones:

Contra la entusiasta opinión de Dawkins, la respuesta de Sagan no es muy buena. Elude la pregunta, la cual no se refiere a su pensamiento, sino a su sentimiento (acaso al sentimiento abrumador ante la posibilidad de estar solos en el inmenso universo). Tampoco es una respuesta muy científica, pues la ciencia progresa elaborando hipótesis que luego confirman o no las pruebas, por lo que el autor podría opinar legítima y provisionalmente sobre la probabilidad de una u otra hipótesis, aun sin datos conclusivos. Y ni siquiera tiene lógica reservarse la opinión hasta disponer de pruebas concluyentes («evidencias»), pues cuando disponemos de ellas salimos de la opinión para entrar en la certeza.

La diferencia entre el terreno de la opinión y el de la certeza suficiente tiene el máximo interés a nuestro efecto, porque si en las ciencias llamadas naturales cabe alcanzar gran número certezas sólidas, la probabilidad de éstas decae en las ciencias sociales (muchos dudan de que puedan llamarse propiamente ciencias, pero aquí eso no importa). El comportamiento humano resulta harto más complejo que el de una masa inerte, y el mundo social difiere del de la física, entre otras cosas, en que los asuntos opinables son muchos y los definitivamente establecidos, pocos. De ahí, también, la tendencia de las ciencias sociales a la ideología. Además, nos vemos compelidos a cada paso a obrar sin consoladoras seguridades, como la que tenemos en la ley de la gravedad. Pues bien, la cuestión de la creencia en Dios, como hecho social e históricamente muy influyente, resulta, de entrada, más afín a las opinables ciencias sociales que a la física o la biología, sobre las cuales tienen tendencia a argumentar hoy muchos ateos.

Aun en el terreno de la ciencia social, la cuestión de la existencia o no de Dios queda resuelta de antemano por la negativa. En cierto modo, se trata de una tautología. La ciencia opera con datos, y la llamada existencia de Dios no se apoya en ninguno. Tampoco hay datos que la nieguen, pero es fácil inventar cosas cuya existencia no pueda ser confirmada ni negada, como la tetera de Russell. Ahora bien, la ciencia dejaría de serlo si se ocupara de tales seudoproblemas. En realidad, el debate en torno a la existencia de Dios no gira en torno a los datos, sino a interpretaciones y razonamientos sobre ellos.

Contra la afirmación de Dawkins, la cuestión de la existencia de Dios no entraría en el ATP, sino en el APP, por emplear su terminología. El concepto de divinidad, al menos en el cristianismo, se refiere al fundamento o causa de la existencia, y a su sentido. Dios se refleja en lo existente, en el mundo, pero permanece fuera y por encima de él; de otro modo habría que concebirlo como un objeto más de lo existente. Y dado que la ciencia se ocupa de lo existente y prescinde de si el mundo tiene o no un sentido, el concepto de Dios queda al margen de ella.

La comparación con el Ratoncito Pérez, la tetera, etc., puede valer como gracieta discutiblemente ingeniosa, pero no como argumento. Dawkins se expresa aquí como un retórico poco afinado. Ni él ni nadie se ocupa realmente de esos absurdos «problemas», y sí, en cambio, del de Dios. Ello obedece a que este último ha originado hechos sociales e históricos de primera magnitud. Reducir la religión a sandeces como la del monstruo espagueti volador parece probar la estupidez de la humanidad a lo largo de los siglos, pero uno puede preguntarse si no indicará más bien la estupidez de quienes plantean el asunto en tales términos.

Tampoco la alusión a dioses antiguos en quienes ya nadie cree vale tanto como supone Dawkins. El punto clave de la cuestión es la divinidad, no las diferentes formas y nombres que le han aplicado los hombres en la historia.

Y ¿es posible, a cualquier efecto práctico, vivir (bien, se entiende) como si Dios no existiera? He aquí un problema que, hasta cierto punto, sí puede plantearse científicamente, a partir de datos: existe una experiencia histórica analizable, la de los regímenes ateos del siglo XX, que llegaron a abarcar a un tercio de la humanidad. Pero, lamentablemente, Dawkins muestra un completo y acientífico desinterés al respecto.

Estas observaciones, y otras posibles, no demuestran que haya un Dios, pero creo que justifican un sano escepticismo hacia construcciones ideológicas ateas con pretensiones científicas, tan en boga en estos tiempos.

jueves, 23 de agosto de 2007

Torpedos contra la democracia

Cada vez hay más dificultades para poder sostener que, efectivamente, vivimos en democracia

Por Ramón Pi, en La Gaceta de hoy.

El conflicto provocado por el intento del Gobierno de imponer obligatoriamente a todos los alumnos españoles de primaria y secundaria una asignatura de adoctrinamiento moral, por encima del derecho de los padres a educar a sus hijos según sus propias convicciones religiosas y morales (CE, 27, 3), y bajo el engañoso título de Educación para la Ciudadanía (EpC), ha vuelto a poner de manifiesto algunas deficiencias graves en cómo se interpreta y se vive la democracia entre nosotros, hasta el punto de que empieza a ser inquietante comprobar que cada vez hay más dificultades para poder sostener que, efectivamente, vivimos en democracia.

Lo que nos ocurre no nace ahora con la EpC. Desde muy pronto, tras la aprobación de la Constitución, se dispararon ya los primeros torpedos a la línea de flotación del sistema. El golpe de Estado frustrado de febrero de 1981 fue el primero y más grave, desde luego, pero estuvo propiciado y ejecutado por gentes contrarias a la Constitución: en cierto modo, los golpistas actuaron como se presumía de ellos. Yo me refiero más bien a los torpedos lanzados por quienes se proclaman constitucionalistas y democráticos, que han actuado, y actúan, justo al revés de como se presume que han de actuar.

La incautación de Rumasa, y la sentencia del TC que hubo de decir que la expropiación no tiene que ver con el derecho de propiedad para justificarla, fue el primer golpe bajo. Eso fue en 1983. Dos años después, la Ley Orgánica del Poder Judicial estableció la designación parlamentaria de todos los vocales del CGPJ aprovechándose de la redacción defectuosa del artículo 122.3 de la CE. Aquel abuso, que todavía padecemos, dio lugar a otra sentencia vergonzosa, contraria al espíritu del constituyente con tal de ser complaciente con el poder. Eso fue en 1985, el mismo año que el TC hizo tristes equilibrios para justificar la legislación abortista, en cuya virtud ya nos acercamos al millón de víctimas humanas de abortos en nombre de la ley. Desde entonces, las trampas, los fraudes de ley y los enjuagues políticos para manosear y pervertir las reglas del juego no han cesado: lo ocurrido en el CGPJ en la primera mitad de los 90 para configurar la composición de la Sala Segunda del Supremo, cuando la amenaza penal se cernía sobre el presidente del Gobierno, fue escalofriante desde cualquier punto de vista merecedor del calificativo de democrático. Todo eso ocurrió con Gobiernos socialistas presididos por Felipe González.

Más recientemente, ya con Gobiernos socialistas presididos por Rodríguez Zapatero, se ha impuesto —de momento— la torpe legislación que expulsa el matrimonio civil de nuestro ordenamiento, para sustituirlo por cualquier clase de coyunda aun entre personas del mismo sexo; y el Estatuto de Cataluña vigente —de momento—, retuerce o incluso contradice abiertamente el Título VIII de la Constitución. Estas dos normas, que están sobre la mesa del TC (que ya veremos cómo sale esta vez del atolladero), son los precedentes inmediatos de la EpC. En este último caso, sin embargo, la novedad estriba en que ningún partido político ha querido hasta ahora acudir al TC en defensa del derecho constitucional que asiste a los padres de familia, y han sido ellos mismos los que han tenido que ir a los tribunales ordinarios y plantear objeciones de conciencia para forzar, cuando menos, una cuestión de constitucionalidad planteada por algún juez.

¿De verdad vivimos en democracia? Hugo Chávez, en Venezuela, pretende ser nombrado “timonel vitalicio” de su país. ¿Será democrática una cosa así, aunque se guarden aparentemente las formas? ¿Fue democrático Hitler por haber llegado al poder tras unas elecciones?

martes, 21 de agosto de 2007

Thinking Blogger Award


No esperaba recibir un premio, y menos tan pronto, en este "slow blog", que debe resultar difícil y pesado de leer, y sin embargo, Brisa, espuma y un poco de arena, un blog eminentemente poético y sensible, ha tenido la sorprendente atención de distinguirme con un Thinking Blogger Award, premio a blogs que hacen pensar -o dan que pensar-, y, sobre todo, y más importante, con su atención y aprecio por los contenidos.

Ahora me siento en el compromiso de premiar a otros cinco, solicitando comprensión e indulgencia a cuantos, mereciéndolo tanto o más, se quedan en el tintero.

1. Cartasy artículos, una visión liberal -en el buen sentido del término-, que es muy necesaria en estos tiempos de Nueva Tiranía.

2. Caraacara, una bocanada de aire fresco en este mundo cerrado y unidireccional.

3. Cosasclaras, el eliento del sentido común contra el imperio de lo políticamente correcto.

4. The lecturer, el humor, la ironía y la paradoja de marchamo chestertoniano al servicio de la verdad de las cosas.

5. Pasen y lean, el más sugerente sobre libros, cine, música, ideas..., para personas con alguna inquietud cultural.

Las bases para premiar son estas tres:

1.- Si, y sólo si, alguien te da el premio escribe un post con los 5 blogs que te hacen pensar.

2.- Enlaza el post original para que la gente pueda encontrar el origen del premio.

3.- Opcional, enseña el botón del premio enlazando el post que has escrito dando tu premio.

lunes, 13 de agosto de 2007

Pilatos y la democracia

Es el escepticismo moral el que libera, engañosamente, la conciencia de Pilatos, y no la democracia

Por Ignacio Sánchez Cámara, en La Gaceta de hoy


El relato es sencillo, conmovedor y maravilloso. Pertenece al capítulo XVIII del Evangelio de san Juan. De la casa de Caifás, es conducido Jesús al pretorio, ante Poncio Pilatos, quien, al no ver culpa en Él, pretende que sea juzgado según la ley de los judíos. Y se produce una memorable conversación entre Jesús y el poderoso gobernador romano. En ella, el Maestro afirma que es Rey, pero que su Reino no es de este mundo, y luego declara que ha venido al mundo para dar testimonio de la verdad. “Todo el que es de la verdad, escucha mi voz”. Entonces el gobernador romano pregunta: ¿qué es la verdad? Después apela al pueblo, y lo entrega para que lo crucifiquen después de lavarse, escépticamente, las manos.

La tesis de que la democracia se fundamenta en el relativismo moral es antigua. Al menos, se encuentra ya en el sofista Protágoras. Desde entonces ha reaparecido una y otra vez en el pensamiento occidental, hasta casi prevalecer en nuestros días. El gran jurista, pero pésimo pensador, Hans Kelsen, ha sido uno de sus más tenaces defensores. En su Esencia y valor de la democracia, comentando el inmortal pasaje, afirma que el plebiscito popular fue contrario a Jesús. Y concluye: “Quizás se objetará, objetarán los creyentes, los políticamente creyentes, que precisamente este ejemplo habla antes contra la democracia que a su favor. Y hay que admitir ese reproche; pero sólo bajo una condición: que los creyentes estén tan seguros de su verdad política —que llegado el caso también debe imponerse con la fuerza de la sangre— como lo estaba de la suya el Hijo de Dios”. Difícil es equivocarse de manera más descomunal. El pasaje no habla de la democracia, sino de la verdad. Los creyentes, al menos los cristianos, no están seguros de su verdad política, sino de su verdad religiosa y moral. También se equivoca Kelsen al afirmar que Pilatos, como romano, estaba acostumbrado a pensar democráticamente, y que, por eso, apeló al pueblo. Ni Roma era ya una democracia, ni la apelación a los judíos era un plebiscito democrático. Lo que hace Pilatos es escudarse en el relativismo moral para quitarse problemas de encima y permitir la condena de Jesús. Lo que condena a Cristo no es la democracia sino, más bien, el relativismo moral. Acaso esto mismo ya prueba que no se trata de la misma cosa, ni de que uno sirva de fundamento a la otra. Por lo demás, Kelsen se refiere a Pilatos como a un hombre “de una cultura vieja, agotada, y por esto escéptica”. El escepticismo es algo propio de una cultura decadente. También había afirmado un poco antes que “la democracia aprecia por igual la voluntad política de todos, como también respeta por igual todo credo político, toda opinión política, cuya expresión es la voluntad política”. No; la democracia no respeta por igual todas las opiniones políticas, porque ella misma es una opinión política junto a otras, aunque más conforme a la dignidad y libertad humanas.

La raíz de su error se encuentra en la pretensión de que la democracia se fundamente en el relativismo moral. Si así fuera, carecería de fundamento consistente. Si la democracia encarna y asume valores, no puede fundamentarse en la inexistencia de valores. Un gran filósofo, Hegel, también se había referido, mucho más certeramente, al memorable pasaje evangélico en su Lógica. Al preguntar ¿qué es la verdad?, Pilatos lo hace como quien sabe a qué atenerse en este punto, como quien sabe que no hay conocimiento de la verdad. “Y así, este abandono de la indagación de la verdad que en todo tiempo ha sido mirado como señal de un espíritu vulgar y estrecho, es hoy considerado como el triunfo del talento. Antes, la impotencia de la razón iba acompañada de dolor y de tristeza. Pero pronto se ha visto a la indiferencia moral religiosa, seguida de cerca de un modo de conocer superficial y vulgar, que se arroga el nombre de conocimiento explicativo, reconocer, francamente y sin emoción, esa impotencia y cifrar su orgullo en el olvido completo de los intereses más elevados del espíritu”. Nada es más falso que esa idea que pretende que nada podemos saber de lo eterno y absoluto. La dignidad del hombre radica en sentirse capaz de alcanzar las altas verdades. “La esencia oculta del universo no tiene fuerza que pueda resistir al amor a la verdad”. ¿Qué es la verdad? Algo que puede ser alcanzado por la razón humana, si acierta a liberarse de la pereza y el prejuicio.

Ni la democracia se fundamenta en el relativismo moral, ni puede ella por sí misma determinar lo que es verdadero o falso. No hay estupidez comparable a la pretensión de excluir de la democracia a quienes pretenden conocer la verdad. Como si la democracia fuera un procedimiento para establecer verdades en el que la condición de la admisión fuera el reconocimiento de carecer de la verdad. Si nada es verdadero o falso en el orden moral, entonces no hay ninguna razón para oponerse a la condena de un inocente. Pero si la condena de un inocente es un mal absoluto, entonces no es lícito condenar a un inocente. Es el escepticismo moral el que libera, engañosamente, la conciencia de Pilatos, y no la democracia.

jueves, 9 de agosto de 2007

Sin acuerdo posible

La EpC puede ser inconstitucional de arriba abajo, por muy padre de la Constitución que sea Peces-Barba

Por Ramón Pi, en La Gaceta hoy


Si Gregorio Peces-Barba no hubiera titulado su artículo del martes en El País, En torno a la Educación para la Ciudadanía, lo más probable es que yo no me hubiera tomado la molestia de leerlo, porque últimamente lleva escribiendo el mismo artículo todas las veces, dedicado a maldecir de la Iglesia católica, especialmente de la Iglesia en España. Como él pasa por ser uno de los principales inspiradores de esta asignatura, pensé que ahora sería distinto, y me equivoqué: era otra vez el mismo artículo, y la Educación para la Ciudadanía (EpC) no era sino el pretexto.

Algo dice, sin embargo, de la materia que me interesaba, aunque sea de forma oblicua: atribuye el liderazgo de la oposición a la EpC a la jerarquía católica, y predice grandes males para los padres de familia que planteen la objeción de conciencia, que “carece de cualquier posibilidad de prosperar”, y augura un futuro negro para el Partido Popular, al que atribuye un “seguidismo inexplicable” respecto de los obispos. De la materia prevista en los decretos ya publicados para la asignatura no dice nada, pero afirma que nos trae “la recta formación democrática de los ciudadanos”.

A este respecto, el Foro Español de la Familia ha hecho un experimento interesante: ha contado, mediante un sencillo programa de ordenador, las veces que aparecen determinadas palabras o conceptos en los citados decretos. El resultado ha sido éste: Padre, padres, profesor, profesores y autoridad, 0 veces; virtud y virtudes, 2 veces; familia, 3 veces. Por el contrario, afectos, afectivo, afectivo-emocional, 23 veces; emocional, 29 veces; sexo, sexualidad, sexista, 34 veces; sentimiento, sentimientos, 41 veces. A eso lo llama Peces-Barba “recta formación democrática de los ciudadanos”. ¿Formación? ¿Democrática? ¿Recta? A mí me parece más bien, por lo que ya se conoce, que es una pura muestra de la agenda homosexual y un intento torpe y totalitario de imponerla.Sé que, a estas alturas, no es sensato pensar en un diálogo con alguna posibilidad de acuerdo entre los que están conformes con la EpC y quienes no lo están. Hay dos abismos infranqueables: uno, de método: los que disienten sostienen que los poderes públicos no son nadie para andar entrometiéndose en la formación moral de los niños por encima de sus padres. El otro es de contenidos: El poder público es menos que nadie para que esa ilegítima intromisión pretenda formar a los niños contra las convicciones de sus padres. Por ambas razones, con mucha probabilidad, la EpC puede ser inconstitucional de arriba abajo, por muy padre de la Constitución que sea Peces-Barba (que ya dio el portazo en la ponencia cuando se discutían los preceptos sobre educación).

No pretendo contestar al artículo de Peces-Barba, entre otras cosas porque ese artículo está dedicado a agredir a la jerarquía de la Iglesia, de Benedicto XVI al último párroco, y me parece que para tener muy graves reparos a la EpC no hace falta ser católico. Si se es católico, desde luego que se tienen, como se tienen ante normas que legalizasen el aborto, la tortura o la esclavitud. A lo mejor otro día contesto a sus invectivas contra la Iglesia. Termino con una cita, muy aplicable al Gobierno y los que jalean la EpC y el intento de hacerla obligatoria: “Deben sosegarse y permitir el desarrollo normal de la sociedad civil, sin sus constantes interferencias, sin hostigar a los heterodoxos ni despreciar a las conciencias individuales que no coinciden con sus planteamientos. Deben tener más respeto a los disidentes y evitar maldecir y condenar todo el tiempo”. La cita es precisamente del artículo de Peces-Barba, sólo que él la dirige a los obispos. Desde luego, no hay acuerdo posible.

De Estado aconfesional a laico

La actitud del Gobierno con la Iglesia es más de laicismo que de aconfesionalidad

Por Luis Mª Gonzalo Sanz, en La Gaceta, hoy.

"Laico” es el término que los miembros del Ejecutivo suelen utilizar para indicar la posición del Gobierno con respecto a la Iglesia: nuestro país es un país laico. En cambio, es excepcional que mencionen la aconfesionalidad, que es el que figura en nuestra Constitución. Más de uno se habrá preguntado por qué esta preferencia de los términos laico y laicismo frente a aconfesionalidad. Yo me lo he preguntado y me he hecho las consideraciones que expongo a continuación.

Un término puede ser preferido a otro por alguna de estas cuatro razones: porque etimológicamente es el más apropiado, porque está de moda, porque es el utilizado en otros países, o porque tiene algún matiz que no existe en la expresión equivalente; matiz que, por otra parte, se quiere resaltar.

Etimológicamente, designar como laico a un Estado es poco afortunado. Laico es la expresión que se utiliza para referirse a los individuos que no han recibido las órdenes religiosas. Así se les distingue de los clérigos que sí las han recibido. Como es natural, el Estado no es persona y no se puede “ordenar”, por lo que llamarle laico no tiene ningún sentido. La segunda razón parece de escaso peso, más bien está sucediendo lo contrario: el Gobierno es el que la pone de moda. La tercera y cuarta razón son las de más peso. Veamos. El término laicidad fue acuñado en Francia: allí la Constitución de la IV República se autodefinía como laica, definición que fue asumida por la Constitución de la V República, en 1958. En fin, me parece evidente que el término laicismo expresa algún matiz que se quiera resaltar. Volviendo otra vez a Francia, nuestro país vecino del que tanto copiamos, de allí no sólo se ha tomado el término, sino también su contenido.

En una Carta pastoral de 12 de noviembre de 1945, la Conferencia Episcopal francesa distinguía cuatro acepciones de laicidad: laicidad como autonomía del Estado en el orden temporal; laicidad respetuosamente neutral, en cuanto que el Estado permite que cada ciudadano practique libremente su religión; laicismo agnóstico y hostil, que quiere imponer su concepción materialista y atea de la vida, tanto a sus funcionarios, como en las escuelas del Estado y aun a la nación entera; y, finalmente, laicismo indiferente. Según esta última acepción, el Estado no se somete a ninguna ley moral superior, sino que reconoce como norma de acción la que es adecuada a sus intereses. En el citado documento se decía que las dos primeras acepciones estaban en perfecta conformidad con la doctrina de la Iglesia, mientras que las dos últimas eran inadmisibles.

La Constitución española, que se refiere no a la laicidad del país sino a la aconfesionalidad, parece estar en concordancia con las dos primeras acepciones porque dice: “Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia católica y las demás confesiones”. Ahora bien, si se tienen en cuenta las relaciones del actual Gobierno con la Iglesia y las decisiones tomadas y las previstas, parecen estar más en la línea de las dos acepciones que la Conferencia Episcopal francesa consideraba inadmisibles. Como ejemplo voy a citar algunas: ampliación de la ley del aborto; utilización de las células madre embrionarias, con la subsiguiente supresión de vidas humanas; matrimonio entre homosexuales; divorcio exprés; la enseñanza de la religión, además de opcional, no se tendrá en cuenta en la valoración del expediente académico; suprimir las subvenciones a las organizaciones católicas que, por otra parte, están dirigidas al bien común (beneficencia, enseñanza); amenaza con suprimir el dinero que la Iglesia recibe a través de IRPF, etc.

Estas actuaciones del Gobierno han llevado a un hispanista, Stanley Payne, profesor de Historia en Wiconsin (EEUU), a afirmar sin rodeos que Zapatero busca la destrucción de la España católica, para lo cual promueve un laicismo radical, que recuerda la intención del PSOE en la Segunda República.

Estas consideraciones que acabo de exponer me llevan a la conclusión de que, para la concepción del Gobierno socialista sobre las relaciones Iglesia-Estado, la expresión laicismo es mucho más adecuada que la de aconfesionalidad.