jueves, 29 de marzo de 2007

Ciudadanía y valores

La concepción de ciudadanía no se concibe sin relación con la cultura a la que se pertenece

Por Javier Paniagua, en La Gaceta, el 28 de marzo de 2007

Ha nacido la Fundación Ciudadanía y Valores, que preside Andrés Ollero, antiguo parlamentario del PP durante más de 17 años, miembro y portavoz de las Comisiones de Justicia y Educación en el Congreso de los Diputados. Debatí con él en Comisión y el Pleno desde el Grupo socialista, sobre proposiciones y leyes. A veces las discusiones fueron muy contrapuestas, pero he de reconocer que Ollero, como parlamentario, tenía grandes dotes. Su manera de razonar era contundente y fundamentada y es de justicia admitir que sus argumentos tenían solidez. Era preciso pertrecharse con buenos razonamientos para responderle, y a fe que en algunas ocasiones desde un recuerdo ya desvaído, la cosa terminó en empate. He seguido, aunque ya ambos estamos fuera de la vida parlamentaria y con un cierto distanciamiento del partidismo vigente, manteniendo una relación que ha fructificado en amistad, sin que por ello hayamos renunciado a nuestras propias trayectorias. Pero eso es precisamente el valor de la ciudadanía: entenderse desde la discrepancia. No se trata de ser tolerante, por cuanto se tolera lo que no se comparte, sino aceptar que existen, a pesar de todo, bases de convivencia compartidas en nuestra sociedad. Y así esta fundación, en la que participan personas de trayectorias y perspectivas ideológicas diferentes, pretende hacer factible que los hombres y mujeres que conviven en sociedad se entiendan y dialoguen por encima de sus creencias.

Existe, por tanto, una voluntad determinante por establecer un espacio de encuentro para dar cuenta de que los seres humanos participan de valores comunes con la fraternidad de que forman parte de una misma comunidad. Aquellos ideales de los estoicos y los primitivos cristianos vuelven a replantearse a tenor de los cambios que experimentan las sociedades en un mundo que se universaliza económicamente pero que no extiende de igual modo los valores ciudadanos. La humanidad no es sólo una suma de culturas o una suma de individuos aislados, sino la totalidad de los habitantes del planeta Tierra. Y así, la fundación pretende organizar diversas actividades, como las jornadas sobre Emigración e Integración que se celebraron en Madrid en el complejo Eurobuilding.

En los últimos decenios —finales del siglo XX y principios del siglo XXI— la ciudadanía se ha convertido en un concepto central del debate político. Si en los años 60 del siglo pasado su análisis se reducía prioritariamente al ámbito de los estudios sobre la Revolución Francesa, en las últimas décadas la ciudadanía experimentó una renovación de sus fundamentos intelectuales, porque no sólo fue concebida como exponente de una serie de leyes que determinaban los derechos y deberes. Además, llevaba aparejada los valores que le dan contenido, ya que constituye un aspecto del ser humano no sólo remitirse al individuo, a los derechos y deberes de cada uno, sino que éstos han de concebirse en relación con los demás, con los otros seres de la misma especie, sea cualesquiera su condición. Naturalmente que las relaciones abarcan diversas parcelas de la vida humana, desde la religión, la política, el arte, el deporte, la economía, la jurisprudencia, la identidad nacional, la relación afectiva, la cultura y otras muchas. El tema está en determinar cuáles de todas ellas pueden ser sustantivas en la construcción de la ciudadanía para que se extienda a todos los colectivos humanos por encima de sus diferencias.

Y no basta con que aludamos a la Declaración Universal de los Derechos Humanos porque en muchos casos al amparo de ellos las mayorías se imponen a las minorías, y éstas a su vez reclaman un espacio que no les es satisfecho con la simple alusión a la libertad de expresión. La concepción de ciudadanía no se concibe sin relación con la cultura a la que se pertenece. Y eso nos lleva al problema de las minorías y su imbricación dentro de los derechos humanos, pero tampoco puede alegarse la condición de elemento exclusivo de derecho por el hecho de constituirse en minoría cultural: no parece tolerable que los talibanes impongan sus reglas de represión contra las mujeres, ni se aplique la ablación en niñas de 14 años.

Los límites de las creencias nos conducen ineluctablemente a que el término ciudadanía debe estar cargado de valores concretos para saber cuáles son los parámetros por los que nos regimos a fin de corregir aquellas prácticas que no deben admitirse. Y a la vez, trasmitirlos para que toda cultura los incorpore, sean cuales sean sus costumbres. El derecho a la igualdad, a la libertad de creencias, a la expresión de las mismas, a la participación en las decisiones colectivas y a la justicia social son, entre otros, valores irrenunciables hacia los que no cabe una actitud pasiva. Luchar por ello cada día merece la pena si se consigue un mundo más justo.

domingo, 25 de marzo de 2007

50 Aniversario de la Unión Europea

El Papa avisa que la crisis demográfica y ética lleva a Europa a «despedirse de la Historia»

Por JUAN VICENTE BOO, CORRESPONSAL en ROMA de ABC, el 25 de marzo de 2007

Demostrando el coraje de poner el dedo en la llaga, Benedicto XVI denunció ayer el declive demográfico y el vacío espiritual de la Unión Europea, e invitó a superar la crisis de valores para que Europa recupere su unidad y su papel en el mundo. En tono afectuoso pero con palabras muy duras, el Papa advirtió que la caída de la natalidad «podría llevar a Europa a despedirse de la Historia», y que la continua erosión de los valores supone «una apostasía de sí misma, incluso antes que de Dios».
Benedicto XVI -que además de un intelectual de gran envergadura es testigo de los éxitos y fracasos de estos 50 años de la UE-, prefirió exponer la verdad incómoda ante los 400 participantes en un congreso sobre el futuro europeo, en lugar de caer en el triunfalismo de fachada que ha convertido en gélidas las celebraciones oficiales de Roma y las vísperas de las de Berlín.
El Papa es europeísta, pero no al precio de la hipocresía o de cerrar los ojos ante el degrado social o la injusticia contra los más débiles. En su balance de 50 años, celebró que Europa haya conseguido «reconciliar sus dos pulmones -Oriente y Occidente- arbitrariamente separados por un telón de injusticia», pero constató que avanza sólo «fatigosamente» la búsqueda «de una estructura institucional adecuada para una Unión de 27 países que aspira a convertirse en actor global».

El protagonismo perdido
El Papa advirtió que «por desgracia, en el terreno demográfico Europa parece haber tomado un camino que podría llevarla a despedirse de la Historia», perdiendo el protagonismo que ha tenido en el ultimo milenio.
Según Benedicto XVI, la caída de población, «además de dificultar el crecimiento económico puede dificultar la cohesión social y, sobre todo, favorecer un peligroso individualismo. Se podría pensar que el Continente europeo está perdiendo, de hecho, la confianza en su propio futuro».
El Papa denunció la falta de solidaridad en terrenos medioambientales y energéticos «no sólo en el ámbito internacional sino a veces incluso en el nacional», como sucede, por ejemplo, con el agua en algunos países.
Pero su preocupación principal se refería a los derechos de las personas y los valores. Sin necesidad de mencionar explícitamente el aborto o la eutanasia, el Santo Padre reivindicó «el derecho a la objeción de conciencia» y advirtió que «una comunidad que no respeta la auténtica dignidad del ser humano, olvidando que toda persona ha sido creada a imagen de Dios, termina por no ayudar a nadie». Si al pragmatismo o a la ley del más fuerte en la política «se añaden corrientes laicistas y relativistas, se termina negando a los cristianos el derecho a intervenir como tales en el debate público».

«Valores universales»
El Papa acusó a los gobernantes de «haber escrito varios capítulos del proyecto europeo sin tener suficientemente en cuenta las aspiraciones de los ciudadanos», y recordó que la identidad europea, «antes que geográfica, económica o política, es una identidad histórica, cultural y moral: una identidad constituida por un conjunto de valores universales que el cristianismo ha contribuido a forjar». Esos valores «deben permanecer en la Europa del tercer milenio como fermento de civilización». Sin ellos, Europa se desvanece. Guste o no escucharlo la víspera de una fiesta de aniversario.

Texto íntegro de la declaración de Berlín aprobada por los 27 en el 50 aniversario del Tratado de Roma.

jueves, 22 de marzo de 2007

Memoria histórica: Los Cristeros, el documental


Los Cristeros méxicanos, una historia tan tremenda como olvidada; un documental pretende rescatar este capítulo de la Historia, trájico y apasionante. Vale la pena entrar en el post Memoria histórica: Los cristeros, el documental y navegar por sus enlaces, que ofrecen dos resúmenes, uno más breve que el otro, del documental.

martes, 20 de marzo de 2007

Esa marejada de relativismo

"Los tiempos hipermodernos se caracterizan por un relativismo inmoderado y por una moral indolora, según el pensamiento de Lipovetsky. El crepúsculo del deber aligera de responsabilidades o las hace estrictamente superficiales".
Por Valentí Puig, en El Diario Montañés, el 12 de marzo de 2007 (tomado de conoZe.com).

Europa exporta relativismo como comerció con las vacas locas. Si todo es relativo, entonces no somos libres. Tampoco podríamos creer. Al aceptar que nuestro juicio es incapaz de trascender los condicionamientos de nuestra cultura, nos declaramos incapaces de elección y por tanto incapaces de libertad. Inevitablemente, el relativismo cultural lleva al relativismo moral. Perdemos el apego a la tradición del pensar desinteresado, al deber de ecuanimidad. Todo es relativo, luego todo vale. Se ha dicho, en consecuencia, que ya no existen grandes relatos, metarelatos. Pero de hecho la Historia, con sus triunfos y fracasos, rebosa de metarrelatos. Lo es el devenir de la conciencia europea, como lo fueron la lucha contra la esclavitud, por ejemplo o la separación entre Iglesia y Estado.

Asombra la facilidad con que la sociedad europea —sobre todo, sus élites— han asumido como absoluta la noción de que las creencias y pensamientos de los individuos deben ser interpretados en los términos de su cultura ambiental: es decir, contextualmente, comparativamente. De ser así, ¿para qué esforzarnos en saber? ¿De qué sirven las universidades y el magisterio de quienes saben hacia quienes no saben? ¿Qué valor tiene la continuidad de una saber y la transmisión de la experiencia? En el fondo, se trata de que sea impracticable defender la universalidad de algunos de los valores que Occidente ha destilado durante siglos.

Se argumenta que todo valor —todo saber— padece el sesgo de su origen, sobre todo si su origen es Occidente. Así no pueden existir verdades definitivas porque la verdad es algo imposible al depender, al ser relativa a su contexto. Una proposición moral no se refiere a verdades universales sino a circunstancias sociales o antropológicas. El inicio del siglo XXI seguramente está siendo el período de máxima impregnación relativista. La teoría desciende desde las cátedras y las grandes tribunas para saturar los presupuestos más elementales de la vida cotidiana. El pensamiento se hace así caricatura pero logra la inmersión de sociedades enteras— la televisión, las costumbres— al relativizar todo y cualquier valor.

Ese relativismo total —totalitario— llevó al filósofo Michel Foucault a propugnar que el hombre, en realidad no existe. No existió casi nunca, solo existió como invención en un período ilusorio que pronto será estricta arqueología. Esa tesis lleva hasta la imposibilidad absoluta del conocer, hasta el punto de negar que la posible existencia —por ejemplo— de una matemática universal. Es decir: el círculo o la aritmética son también relativos, según la cultura que define o cuantifica.

Los tiempos hipermodernos se caracterizan por un relativismo inmoderado y por una moral indolora, según el pensamiento de Lipovetsky. El crepúsculo del deber aligera de responsabilidades o las hace estrictamente superficiales, sujetas a la ejecución del 'zapping' ético, contextualizado y relativista. El psicologismo le puede a la moral. Ya hemos presenciado el hundimiento del carácter. Ahora el relativismo y la atomización generan ansiosas oleadas de inseguridad.

Una cultura antagónica, apéndice del sistema relativista, desestabiliza el afán de Occidente —la pasión y el deber— a la hora de defender su identidad. Es una identidad puesta en duda, corroída y finalmente negada. Desde el momento que Occidente se autocensura sabemos que el relativismo ha ganado más terreno. Para que eso no ocurra, es esencial asumir con claridad que —dice Marcello Pera— existen los hechos y «el-fuera-de-texto», es decir la relativización por el contexto. De ahí una sociedad desvinculada al máximo, envejecida, de tan baja natalidad, narcisista y relativa. De ahí las religiones del todo a cien, del sírvase usted mismo. De ahí la filosofía del Prozac, la intimidad 'on line'. 'Mutatis mutandi', la crisis de los valores cívicos desarticula la fuerza histórica de la democracia. Sin noción de deber, la idea de bien común es obsoleta. Deja de existir la posibilidad de lo verdadero, en la confusión entre pluralismo y multiculturalismo. Europa se despereza constantemente en digestión interminable de sus abundancias. Asume las culpas que le echan encima el tercermundismo y el indigenismo, olvidando sus grandezas y su participación en la trascendencia.

sábado, 17 de marzo de 2007

Todo el laicismo excluyente

Este artículo es antiguo, lo encontré en forumlibertas, el 16 de junio de 2005, y la proposición no de ley quedó en nada; pero es ilustrativo de lo que muchos de la izquierda española tienen en la cabeza. Izquierda Unida es el Partido Comunista customizado.

Todas las declaraciones y los planteamientos laicistas que hemos conocido en los últimos meses, procedentes de ministros del actual Gobierno (revisar la financiación de la Iglesia católica), de la presidenta del Consejo Escolar del Estado (clase de religión fuera del horario escolar) y de un portavoz parlamentario del tripartito catalán (confiscación de los bienes de la Iglesia), por citar sólo tres ejemplos, están concentrados ahora en una proposición no de ley que acaba de presentar Izquierda Verde (Izquierda Unida e Iniciativa-Verds) en el Congreso de los Diputados. En 8 puntos, este grupo parlamentario, socio del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero,
pide directamente que España se convierta en un Estado laico lo cual es anticonstitucional y desacredita el resto de propuestas. Y en la exposición de argumentos, llega a afirmar que "el laicismo es consustancial al Estado democrático". Por tanto, según Gaspar Llamazares y sus correligionarios políticos, Francia es el único país democrático de Europa.

Esta iniciativa parlamentaria no tiene desperdicio. Daría para un comentario mucho más largo que el que ahora os trasladamos. Pero algunos de los planteamientos dirigidos por Izquierda Unida al Gobierno merecen, como mínimo, una breve réplica cívica:

En el punto 1, se insta al ejecutivo a "denunciar los Acuerdos con la Santa Sede: Concordato franquista de 1953, el Acuerdo General preconstitucional de 1976 y el Acuerdo preconstitucional sobre asuntos culturales y educativos de 1979, negociando unos acuerdos que garanticen la separación total de la Iglesia y el Estado". Los Acuerdos Iglesia-Estado de 1979 no suponen ningún "privilegio", como afirma la propuesta en el preámbulo, y son perfectamente compatibles con la separación de ambas partes, reconocida en la propia Constitución (artículo 16.3): "Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones".

En el punto 3, la proposición no de ley pide "que, en la tramitación de la reforma educativa, la enseñanza religiosa quede al margen de la enseñanza obligatoria y fuera del currículo y del horario escolar". Y en el 2, se propone "adoptar las medidas necesarias para hacer efectiva la restitución del IRPF no recaudado por el tesoro público y la modificación de la regulación del mismo impuesto en la perspectiva de la eliminación del impuesto religioso". Sin embargo, en el 6, la iniciativa plantea "habilitar
partidas presupuestarias en los ministerios de Educación y Justicia y canalizadas por las asociaciones laicistas, humanistas y ateas, para promover valores humanistas y laicistas en la sociedad y en las escuelas".

Por un lado, cabe recordar que, en España, no existe impuesto religioso, sino un apartado del IRPF en el que los ciudadanos pueden decidir voluntariamente si quieren colaborar, a través de un 0,52 por ciento de sus impuestos, con el sostenimiento de la Iglesia católica. Y por otro, es realmente inaceptable que políticos demócratas pidan eliminar la religión confesional y, al mismo tiempo, propongan que la administración dé dinero para promover el laicismo en las escuelas. Además, podemos sugerir, a estos legítimos representantes del pueblo español, que lean el artículo 27.3 de la Constitución: "Los poderes públicos garantizan el derecho que asiste a los padres para que sus hijos reciban la formación religiosa y moral que esté de acuerdo con sus propias convicciones". Por cierto, la proposición de Izquierda Verde no pide que se reforme la Carta Magna.

Además de estas frases comentadas, la iniciativa ofrece otras 'perlas' que, sólo reproduciéndolas parcialmente, no necesitan comentarios extensos:

"En la Constitución, y en la práctica, España debe ser un Estado laico que garantice la libertad de pensamiento, que fortalezca la enseñanza pública en los valores cívicos y constitucionales y que respete los distintos credos y religiones". La sociedad no es laica, sino plural. En esta frase del preámbulo de la propuesta, se plantean dos principios incompatibles y radicalmente contrarios: el de Estado laico y el de respeto a los distintos credos y religiones.

"Las creencias religiosas forman parte del ámbito de lo privado". Esto, incluido también en el preámbulo, no es nada nuevo. Pero no está de más denunciar que políticos elegidos democráticamente crean en este principio tan opuesto a la realidad, que incluye la dimensión pública y social del hecho religioso.

Para Izquierda Unida, los profesores de religión "son los únicos a los que la administración les permite educar sin que la propia administración compruebe su preparación para ello". Sobre esto, hay que recordar que la administración no es competente para educar a los ciudadanos. También se llega a decir en la proposición que "es necesario un modelo de Escuela Laica que eduque sin dogmas en valores humanistas, científicos y universales. Una escuela para la formación de la ciudadanía y la educación en la igualdad". Volvemos al mandato constitucional: Los educadores de las personas, desde niños, son los padres; el Estado y las administraciones sólo colaboran, siguiendo el principio de subsidiariedad.

Es curioso que, en el argumentario del preámbulo, el grupo de Izquierda Verde incluye breves referencias al matrimonio homosexual, que implica la adopción, y a la posición de la Conferencia Episcopal Española sobre este tema. Según la iniciativa parlamentaria, que se debatirá próximamente en el Congreso, el hecho de que los obispos defiendan y digan públicamente que el matrimonio es la unión de hombre y mujer es motivo suficiente para que el Gobierno no colabore con la Iglesia católica. Es decir, que los máximos representantes de los católicos sólo pueden decir lo que guste al propio ejecutivo.

No sabemos qué apoyos tendrá esta proposición no de ley que concentra todo el laicismo excluyente en sólo tres hojas. Ya es muy fuerte que una iniciativa así entre en el registro del Congreso. Pero es que, si acaba aprobándose, por ejemplo con los votos del PSOE y Esquerra Republicana, estaríamos ante un mandato parlamentario anticonstitucional y enormemente grave para la credibilidad de la democracia española.

miércoles, 14 de marzo de 2007

Coherencia eucarística

Todo el mundo ha entendido lo ha entendido como lo que es: una llamada a la coherencia de los políticos y los legisladores católicos, entre su actividad pública y sus convicciones.

El párrafo pertenece a la EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL SACRAMENTUM CARITATIS, del SANTO PADRE BENEDICTO XVI, dirigida al episcopado, clero, personas consagradas y fieles laicos sobre la EUCARISTÍA, "fuente y culmen de la vida y de la misión de la Iglesia", hecha pública ayer y dada en "Roma, junto a san Pedro, el 22 de Febrero, fiesta de la Cátedra del Apóstol san Pedro, del año 2007, segundo de mi Pontificado".

Coherencia eucarística

83. Es importante notar lo que los Padres sinodales han denominado coherencia eucarística, a la cual está llamada objetivamente nuestra vida. En efecto, el culto agradable a Dios nunca es un acto meramente privado, sin consecuencias en nuestras relaciones sociales: al contrario, exige el testimonio público de la propia fe. Obviamente, esto vale para todos los bautizados, pero tiene una importancia particular para quienes, por la posición social o política que ocupan, han de tomar decisiones sobre valores fundamentales, como el respeto y la defensa de la vida humana, desde su concepción hasta su fin natural, la familia fundada en el matrimonio entre hombre y mujer, la libertad de educación de los hijos y la promoción del bien común en todas sus formas.(230) Estos valores no son negociables. Así pues, los políticos y los legisladores católicos, conscientes de su grave responsabilidad social, deben sentirse particularmente interpelados por su conciencia, rectamente formada, para presentar y apoyar leyes inspiradas en los valores fundados en la naturaleza humana.(231) Esto tiene además una relación objetiva con la Eucaristía (cf. 1 Co 11,27-29). Los Obispos han de llamar constantemente la atención sobre estos valores. Ello es parte de su responsabilidad para con la grey que se les ha confiado.(232)
[230] Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Evangelium vitae (25 marzo 1995): AAS 87 (1995), 401-522; Benedicto XVI, Discurso a un congreso organizado por la Academia Pontificia para la vida (27 febrero 2006): AAS 98 (2006), 264-265.

[231] Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal acerca de algunas cuestiones con respecto al comportamiento de los católicos en la vida política (24 noviembre 2002): AAS 95 (2004), 359-370.

[232] Cf. Propositio 46.

martes, 13 de marzo de 2007

La demolición del modelo de sociedad

Hoy el modelo de sociedad vuelve a estar en peligro de una manera más grave y aguda que entonces

Por Josep Miró i Ardèvol, en La Gaceta, el 12 de marzo de 2007

EN los años 80 defender el modelo de sociedad significaba salvaguardar la figura del empresario, proteger el derecho a la propiedad y afirmar el valor insustituible del mercado, para citar tres de los fundamentos entonces cuestionados y ahora asumidos por un consenso incuestionable. Hoy el modelo de sociedad vuelve a estar en peligro de una manera más grave y aguda que entonces. Lo está la vida social y el buen funcionamiento de la economía, la capacidad de generar bienestar y prosperidad. La situación es mucho más apurada, porque a diferencia de entonces las instituciones parecen como aletargadas ante la amenaza, cuando no la niegan en redondo.

La sociedad civil que tanto valoramos no nace de la nada. Para su existencia y buen funcionamiento depende de la red jerarquizada de las instituciones insustituibles socialmente valiosas. Son las infraestructuras sociales donde todo se asienta. De forma parecida a como las infraestructuras físicas articulan el espacio, las sociales articulan la sociedad para su mejor funcionamiento y el de su economía. La cualidad y cantidad del capital humano, la formación y destrucción de capital social, la tasa de progreso técnico y con ella la productividad total, y el Estado del bienestar dependen de ellas. Prácticamente todos los elementos básicos para que un país funcione.

Las infraestructuras sociales no son iguales, sino que por su capacidad generativa y su insustituibilidad se ordenan en tres niveles. El primero está formado por la institución del matrimonio y las generadas por él: la paternidad y maternidad con capacidad educadora, la filiación y fraternidad, el parentesco y su extensión en el tiempo, la dinastía. El matrimonio y sus redes colaterales de ascendentes y descendentes son los núcleos que articulan la sociedad. Son instituciones previas e independientes del Estado, forjadas en la historia, modeladas jurídicamente por el derecho consuetudinario. Por su propia lógica interna y razón de existir, no pueden ser alteradas, sin, al mismo tiempo, trastornar a toda la sociedad. A nadie se le ocurre que una autopista —infraestructura física— sea simultáneamente un circuito de carreras. De la misma manera nadie prudente y mínimamente sabio puede reducir el matrimonio a una simple unidad más de convivencia, como el propio presidente del Gobierno, hombre imprudente y nada sabio, ha reiterado. Esta infraestructura generatriz lo es en la medida que gracias a la alteridad hombre y mujer es capaz de generar descendencia y educarla, y en su estabilidad dar a los cónyuges acompañamiento y atención mutua.

Hay todo un segundo nivel de infraestructuras sociales, estrechamente vinculadas al primero y que dependen de él: son la escuela —la organización para enseñar y educar— y el trabajo organizado, esto es, la empresa. También las confesiones religiosas y la vecindad desde el más próximo al más lejano. Todas ellas son insustituibles y previas al Estado y deben ser autónomas de él. Queda aún un tercer nivel, sustituible e intercambiable, formado por las asociaciones.

Centrémonos en las de primer nivel: el matrimonio y sus instituciones generatrices. De que cumpla sus fines (y no sólo el ser unidad de convivencia, que en todo caso sólo es un medio) depende:

- La viabilidad del sistema público de pensiones, y en una medida importante de la sanidad (por el mayor o menor envejecimiento). La clave es la descendencia.

-La capacidad formadora de todos los ciclos de enseñanza, el mayor o menor fracaso escolar, en la medida en que exista una paternidad educadora, que permita a la escuela dedicarse a instruir.

-La formación del capital humano, relacionada con las dos funciones precedentes.

-La proporción de personas con carácter empresarial en el conjunto de la población. Motivo: el número de familias numerosas (Marshall et alt).

-La tasa de progreso técnico vinculado a largo plazo a la tasa de natalidad (Kremer et alt).

-La visión del largo plazo y la solidaridad intergeneracional, relacionada con la vivencia dinástica (Fisher et alt).

-El matrimonio estable y la red de parentesco bien definida y vivida, estrechamente ligadas a la generación de confianza y de oportunidades, condiciones básicas para generar capital social.

Hay tres factores clave para el desarrollo del bienestar y la riqueza de las sociedades: Las tres “K“. El capital público es una de ellas. Se expresa en forma de infraestructuras físicas y equipamientos. Pero las otras dos son el capital humano, un atributo individual en términos de educación, y formación, y el capital social, un atributo colectivo generado por el conjunto de la sociedad a partir de sus redes primarias secundarias y terciarias.

La políticas y las leyes del periodo Zapatero, sólo tres años, han quebrantando la red primaria, empezando por su fundamento más estricto, la alteridad complementaria hombre-mujer (debería ser de lectura obligatoria la ley denominada Reguladora de la Rectificación Registral de la Mención Relativa al Sexo de las Personas, en realidad una ley que redefine la identidad sexual de acuerdo con la teoría de género), el matrimonio su misión y estabilidad, el concepto y función del ser padre, madre e hijo, la función educadora de la paternidad, la configuración del parentesco, la importancia de la descendencia. En definitiva toda la infraestructura básica está siendo demolida, el modelo de sociedad. Pero en plan serio, serio, eso no parece preocuparle a demasiada gente, empezando por los empresarios y dirigentes. Extraño país.

viernes, 9 de marzo de 2007

La democracia laicista

Por Rafael Navarro-Valls, en El Mundo, el 3 de enero de 2007

España está sumergida en guerrillas ideológicas que hacen las delicias de los corresponsales extranjeros. Tras la guerra de las esquelas (dos memorias históricas en tensión), se desencadenó la guerra de los belenes (villancicos contra himnos laicos), la de los documentos (el del PSOE contra el de la Conferencia Episcopal) o la de la financiación de las Iglesias (IU-ICV contra PSOE). Una confrontación en la que algunos de los contendientes se acusan mutuamente de representar al «nacional agnosticismo» o al «nacional catolicismo». Parecemos zambullidos en un intercambio de agravios que, en realidad, son manifestaciones sectoriales de una contienda de más amplio respiro: la de los laicismos. Ahora que el comienzo de un nuevo año suele aquietar las pasiones, intentemos también tranquilizar los entendimientos.
Estas confrontaciones no son nuevas ni tan originales como piensa la prensa francesa o americana. Con motivo de las recientes elecciones estadounidenses, algunos evangelistas radicales parecían pedir contra el laicismo militante una estrategia similar a la de Mac Arthur contra los japoneses durante la Guerra del Pacífico. Según uno de ellos, se hace necesario: «Rodear sus bastiones, sitiarlos, aislarlos, y, por fin, expulsarlos de sus búnkeres con el combate cuerpo a cuerpo». En el otro extremo del espectro, la historia real del laicismo -en toda Europa, incluida España- está llena de ejemplos de grupos religiosos que son disueltos por el Estado, de líderes religiosos que son arrestados por una alegada falta de lealtad, de propiedades de estos grupos que son incautadas por el Estado, y de denegaciones de personalidad jurídica a las congregaciones. Por supuesto, el principal objetivo de estos ataques laicos fueron, en el pasado, como ha demostrado Jeremy Gunn, la Iglesia, el clero y las congregaciones de monjes y monjas católicos.
Hoy en día, algunos objetivos populares del laicismo incluyen también ataques a movimientos religiosos que parecen inusuales, o no estrictamente europeos: desde el velo islámico a la kipá judía. Aunque el objetivo parece más de fondo: neutralizar cualquier inspiración religiosa de las políticas europeas.
No deja de tener razón Michael Burleigh cuando, después de estudiar rigurosamente el fenómeno, concluye: «Dado que en la historia del laicismo europeo hay periodos oscuros, incluido un genocidio cometido en nombre de la razón, quizá las personas religiosas deberían mostrarse menos a la defensiva de lo que suelen frente a los ataques de algunos laicistas radicales».
En efecto, los creyentes europeos -incluidos los españoles- deben ser conscientes de que la derecha moderada y la izquierda razonable -al menos la americana- no rechazan la inspiración religiosa de las actuaciones públicas. Michael Walzer, profesor de Filosofía política en Princeton, uno de los gurús más escuchados de la izquierda americana, ha recordado que a nadie causaba extrañeza «cuando Martin Luther King sostenía que todos habíamos sido creados a imagen y semejanza de Dios, o cuando los abolicionistas movilizaron a la opinión pública protestante contra la esclavitud, o los predicadores del gospel social apoyaron políticas progresistas, o cuando los obispos católicos americanos publicaron declaraciones críticas sobre la disuasión nuclear o la justicia social». La inspiración religiosa de esas propuestas (incluidas las de los temas de familia, aborto, células madre, etcétera) es tan legítima como la inspiración ecologista, liberal o sindical. En el espacio público y en la sociedad civil, los creyentes deben ser bienvenidos y sus argumentaciones deben ser tratadas como las de cualquier otro. Expuestas a la crítica o a la adhesión, a la derrota o al éxito, pero, como observa Aréchaga, no excluidas del debate. Ése es el espíritu de la verdadera laicidad.
Uno de los errores del laicismo español es su tendencia a convertirse en una nueva religión. Su proclividad a sustituir la antigua teocracia por una nueva ideocracia. Una religión tal vez incompleta, sin Dios y sin vida después de la muerte, pero que quiere ocupar en las almas de los ciudadanos el lugar de una fe que entiende desaparecida o en trance de serlo. De ahí los intentos, por ejemplo, de diseñar unas Navidades laicas o sustituir las celebraciones cristianas (bautismo, primeras comuniones, matrimonios etcétera) por celebraciones civiles. Hoy algunos quisieran ejercer a través de la laicidad una suerte de fundamentalismo de la purificación social que arroja fuera del ámbito de lo público todo valor moral o religioso. Algo así -si se me permite parafrasear a Evelyn Waugh- «como un reloj que siguiera dando su tictac en la muñeca de un hombre agonizante».
Hace unos días no pude dejar de esbozar una sonrisa ante la fotografía del secretario de Organización del PSOE, José Blanco, junto a Howard Dean, el más izquierdista de los demócratas y el candidato a la Presidencia americana más laico desde Michael Dukakis. La verdad es que si el primero se refirió en algún momento a las «posiciones casposas» de los obispos, el segundo manifestó un sorprendente entusiasmo por frecuentar su Iglesia en cuanto se caldearon las primarias a las que se presentó. Y si comparamos al presidente Rodríguez Zapatero con el izquierdista Clinton, baste este dato: la ley estadounidense de defensa del matrimonio heterosexual de 1996, que sólo reconoce a efectos federales el matrimonio «como una unión entre hombre y mujer» lleva la firma del segundo; la ley española que autoriza el matrimonio de personas del mismo sexo fue directamente promovida por Rodríguez Zapatero. Si pasamos al tema de la Religión en la escuela, no olvidemos que en 1995 la Administración de Clinton publicó unas directrices que prohibían a los funcionarios escolares impedir que los alumnos rezaran o hablaran de religión en la escuela. La Constitución, decía Clinton, «no obliga a los niños a dejar su religión a la entrada del centro». En fin, la gran esperanza de la izquierda americana para 2008, Hillary Clinton -la «nueva Pasionaria americana», según Micklethwait- es una entusiasta metodista que frecuenta más su Iglesia que el mismo Bush, también metodista, por cierto.
El contraste estriba, me parece, en que unos consideran la laicidad como algo positivo -de ahí su belleza- que garantiza un espacio de neutralidad en el que germina el principio de libertad religiosa y de libertad de conciencia. Para otros, la laicidad es un simple instrumento primordialmente diseñado para imponer una filosofía beligerante por la vía legislativa.
Esta última posición está en franco retroceso. Incluso los laicos europeos -y buena muestra es lo que sucede en Italia- están de vuelta, comenzando a hablar de «una religión civil cristiana» en la que se insertarían, entre otros, «valores cristianos como tolerancia, respeto a la vida humana y solidaridad». Algo que ayudaría a una Europa desgajada de sus raíces a salir de su actual crisis de identidad. Es la evolución que se observó en los últimos años del filósofo Norberto Bobbio, que está latente en Umberto Eco, y que explícitamente suscribe el ex presidente del Senado italiano Marcello Pera. Guste o no, Occidente parece estar redescubriendo las fuerzas que mueven la Historia.
Me da la impresión de que es un error de cálculo -el mismo error que se denunció respecto a los países del Este antes de la caída del muro- pensar que la religión está hoy out y el agnosticismo in. Como han demostrado Timothy Samuel Shah y Monica Duffy Toft, la religión ha movilizado a millones de personas para que se opusieran a regímenes autoritarios, para que inaugurasen transiciones democráticas, para que apoyaran los Derechos Humanos y para que aliviasen el sufrimiento de los hombres. En el siglo XX, los movimientos religiosos ayudaron a poner fin al Gobierno colonial y a acompañar la llegada de la democracia en Latinoamérica, Europa del Este, el Africa subsahariana y Asia. Sin olvidar su verdadera función en política: convencer a los que tienen el poder de que están aquí hoy y no lo estarán mañana, y que son responsables ante los de abajo y también ante El de arriba. Una ocasión espléndida para recordarlo este comienzo del año 2007.
Para evitar malentendidos, añado: soy un fan del Estado laico, precisamente porque es el que garantiza a todos el espacio para proponer libremente su concepción del hombre y de la vida social. Pero si lo que pretende el Estado laico es imponer por vía mediática o legislativa la ideología propia de algunos gobernantes, entonces está dejando de ser laico: se transforma en Estado propagandista. Lo cual es no sólo una contradicción jurídica. Es, sobre todo, un ingenuo error.

martes, 6 de marzo de 2007

La inseguridad moral en España

Por Rafael Vidal Delgado, en Belt Ibérica S.A.


Laicismo a ultranza, educación para la ciudadanía, intento de anulación de la religión imperante, auge de religiones foráneas, y un largo etcétera, todo ello auspiciado desde determinados sectores, están provocando una sensación, en una parte muy importante de la población, ampliamente mayoritaria, de inseguridad moral, porque no se sabe con qué criterios, ni cómo se expondrán las pautas éticas y de comportamiento entre los alumnos de las escuelas españolas.

Parece que se retrocede a la denostada “formación del espíritu nacional”, asignatura de enseñanza obligatoria en el régimen anterior, en donde se intentaba inculcar unos valores partidistas que gracias a Dios los jóvenes de entonces pudieron matizar.

Una enseñanza del laicismo militante e incluso el ataque directo contra las religiones lo encontramos en la Revolución de Octubre de 1917 y los setenta años de dictadura comunista en la Unión Soviética, demostraron su fracaso más total al no poder erradicar la religión de la mente de los ciudadanos, y así, en la Pascua de Navidad de 2006 se vio al presidente Putin, personaje surgido de lo más tenebroso del régimen comunista, asistir a los oficios religiosos con una vela, como símbolo del nacimiento del Creador.

El concepto de educación para la ciudadanía no se encuentra en una asignatura, porque es mucho más amplio para que pueda delimitarse en un libro. La educación para la ciudadanía debe impregnar al niño y al joven en su casa y en el colegio, que son los dos ámbitos educativos.

El comportamiento y la moral externa del profesor; su capacidad para enseñar; el plantear el respeto a las opiniones de los demás; la ayuda a que discierna lo que está bien o está mal; la enseñanza del hecho histórico español sin tergiversaciones ni partidismo; el conocimiento de la literatura española y universal, opinando acertadamente sobre lo escrito; el análisis de la filosofía antigua, medieval, moderna y contemporánea, para ir centrando la evolución de las ideas; la inserción en la civilización en que se vive con absoluto respeto hacia las demás, pero siempre presentando el hecho diferenciado; y por supuesto poniéndose el profesor en la posición de “autoritas”, para que el niño y el joven quiera pertenecer a esa sociedad que tan acertadamente expone el docente.

La Ley Orgánica 2/2006, de Educación (LOE), entra inicialmente en funcionamiento, bien que con un período largo de aclimatación, a partir del curso que viene, y de hecho a finales del año pasado se han dictado por el Gobierno, tres Reales Decretos con los contenidos mínimos en las educaciones infantil, primaria y secundaria, no incluyéndose más que en las dos últimas, la asignatura de “educación para la ciudadanía”.

La lectura detenida del contenido de esta asignatura, deja caer un mar de dudas sobre cualquier padre, porque aceptando la globalidad de lo que debe aprender el joven sobre democracia, derechos humanos, virtudes cívicas, cultura de la paz, y un largo etcétera, el problema es que estas enseñanzas, impartidas a través de un sentimiento ideológico o nacionalista, son forma de adoctrinar a los alumnos, en unos momentos en que su alma está más tierna para la recepción de mensajes.

Mucho mas acertados son los requisitos mínimos para la educación infantil, los cuales encarecen a lo profesores a que dirijan y evalúen a los niños a múltiples aspectos que son verdaderamente “educación para la ciudadanía”, como que aprendan a escuchar y comprender, que presten atención a lo que digan los demás; que guarden su turno de palabra y no interrumpan; que mantengan la mirada; que hagan un uso adecuado del material escolar; que aprendan a comprender los medios audiovisuales, principalmente la televisión y el ordenador; y otra serie de cuestiones que reflejan lo que los padres quieren que asimilen sus hijos en edad tan temprana, preparándolos para ser receptivos en el futuro a todos los planteamientos mas o menos objetivos que se les presenten, pero nunca a través de un adoctrinamiento dogmático.

El ilustre pensador, recientemente fallecido, Julián Marías, hablaba, en su libro “Meditaciones sobre la sociedad española”, de la confusión existente en España entre el estado y la sociedad, debido a que el primero quiere inmiscuirse constantemente en forjar la segunda a la imagen política del que lo gobierna en cada momento, y desgraciadamente así nos va en las relaciones entre los españoles y el contexto internacional.

Se quiere formar a futuros ciudadanos para que perpetúen la ideología que gobierna, sin comprender, e históricamente está demostrado y un ejemplo se ha expuesto al principio de la columna, que eso es un imposible, que los pueblos y civilizaciones tienen alma y para modificarla hacen falta cientos o tal vez miles de año, y ninguna ideología, excepto las religiosas, aguantan tanto tiempo vigentes.

No sé, si dentro de dos, seis o más años, cambiará el signo político de los que gobiernan, pero lo que es seguro que cuando lo hagan, otra revolución educativa aguarda a la sociedad, porque lo que no tiene clara la clase política es la separación entre gobierno y sociedad.