miércoles, 30 de noviembre de 2011

“La santidad es toda la vida cotidiana: la familia, el trabajo, la justicia y la integridad personal”

Discurso de investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Navarra de Joseph Weiler, catedrático de la Universidad de Nueva York. Sábado 5 de noviembre de 2011.

Joseph Halevi Horowitz Weiler es un hombre peculiar, extraordinario casi. Un judío errante que nació en Sudáfrica y ha vivido en Israel, el Reino Unido, Italia y EEUU. «Nunca he estado más de 10 años en un mismo sitio», afirma con una voz extrañamente parecida a la de Leonard Cohen. Sus pobladas cejas le confieren un aspecto fiero que se esfuma al hablar: su sentido del humor supera al entrecejo. Hijo y nieto de rabinos, por sus venas corre sangre de sionistas polacos y rusos. Su madre nació en el Congo belga y se educó en un convento católico, «¡donde decía Moisés en vez de Jesús!». Dirigió una unidad de 11 tanques en Israel, y ahora da clases en la Universidad de Nueva York. Está considerado como uno de los mayores expertos del mundo en la Unión Europea, pero su pasión es la literatura. «Mi mejor libro es una novela», afirma en referencia a Der Fall Steinmann, unbestseller en Amazon. Ahora prepara la segunda: «La literatura es el acceso más profundo a la condición humana, por eso la amo». De la entrevista en el diario El Mundo, sábado 5 de noviembre de 2011.

Discurso de investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Navarra de Joseph Weiler

“[…] En tan solemne ocasión, me gustaría referirme brevemente a la relación que existe entre el Derecho —la disciplina objeto de mi investidura— y la santidad. Me resulta consolador hallarme e incorporarme a una institución académica en la que la palabra santidad no resulta en modo alguno extraña o fuera de lugar, sino próxima y cercana.

¿Acaso el Derecho, la ley, con sus legalismos, no constituye realmente la antítesis de la santidad? Occidente es la Cristiandad y ese antónimo ley-santidad está profundamente enraizado en nuestra civilización. El antinominalismo paulino es un valor compartido tanto por creyentes como por no creyentes. Entendámonos bien: no sostengo que el Cristianismo haya abolido la Ley sino que la revolución paulina abandonó la ley ritual mosaica —la cáscara— para quedarse con el núcleo moral —la pulpa—. Nada tiene de inmoral comer carne de cerdo; ¿por qué mantener entonces la prohibición?

Quiero recordar en este momento las conocidas palabras del evangelista: no es lo que entra por la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca. Todos consideramos que el Estado de Derecho en su sentido más amplio, el denominado rule of law, es un elemento constitutivo de nuestro paradigma de valores democráticos. Sin embargo, difícilmente vemos en él un valor espiritual y mucho menos la santidad.

Si esto es así, ¿cómo se explica que nosotros, los judíos, seamos tan obsti…, quiero decir, tan persistentes, tan testarudos? Por supuesto que hemos mantenido la ley moral —No matarás—, pero ¿por qué mantener también las normas alimenticias, la comida kosher? No sólo el cerdo está prohibido, también los mariscos, el caviar; la leche y la carne ni siquiera se pueden mezclar. A veces pienso: si algo es bueno, ¡seguro que no es kosher! Por otra parte, ¿Qué tiene de malo conducir, o ver la televisión, o usar un ascensor en sábado? ¿Por qué no se pueden llevar lana y lino juntos? ¿Es realmente necesario que marido y mujer no compartan lecho doce días al mes?...y, lo que es más importante, ¿qué tienen que ver todas estas leyes —y cientos más como ellas— con la santidad? ¿Cuál es la razón de ser de esta esclavitud a la que nos somete una Ley aparentemente sin sentido?

Piense cada uno de ustedes en un acontecimiento de su vida al que tenga asociada la idea de santidad. Probablemente fue un momento muy especial, memorable, quizás de gran silencio interior, de profunda emoción, incluso de gran belleza, sublime, rodeado de misterio. En esa clase de momentos, en los que sentimos lo inefable, la presencia de nuestro Creador, creemos experimentar la santidad. De manera similar, pensamos en la santidad cuando estamos en presencia de personas muy especiales, únicas, mártires que han alcanzado la perfección moral después de un gran sacrificio. Creemos que estas personas están particularmente cerca de nuestro Creador y son, por tanto, santas.

Pocos libros han llegado a dominar tanto un área de investigación como el estudio del teólogo luterano alemán Rudolf Otto sobre la idea de lo santo (Das Heilige) con su concepto central de lo “numinoso” No sorprende que el mysterium tremendum, el “temor y temblor” kierkergaardiano, y el mysterium fascinans, que atrae al hombre a lo divino, se encuentren en el centro de la argumentación que Otto ofrece de la idea de lo santo, y que tanto éxito e influencia ha tenido.

Lo numinoso fue la forma de articular qué significa ser, y no solamente sentir, la santidad. En suma, santo es lo numinoso.

Permítaseme contrastar este concepto de santidad con otro, enraizado propiamente en lo jurídico más que en lo numinoso. Esta visión alternativa es la que encontramos en Levítico xix, un capítulo de la Escritura que, a su manera, resulta también sobrecogedor. Aquí es, por ejemplo, donde hallamos el mandamiento Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Lo he escogido porque este capítulo trata directamente el tema de la santidad. Veamos algunos pasajes.

1Entonces habló el Señor a Moisés, diciendo:
2Habla a toda la congregación de los hijos de Israel y diles: “Seréis santos porque Yo, el Señor vuestro Dios, soy santo.
3“Cada uno de vosotros ha de reverenciar a su madre y a su padre. Y guardaréis mis días de reposo (…)
18“No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo; Yo soy el Señor.
[LA GRAN MORAL PERO VEAMOS LO QUE VIENE INMEDIATAMENTE A CONTINUACION…]

19 n[o] te pondrás un vestido con mezcla de dos hilos. (…)
[¿RECUERDAN EL LINO Y LA LANA?]

¿Qué podemos aprender de estas frases del Levítico?

En primer lugar, la santidad es un desiderátum, algo a lo que uno ha de aspirar, procurar y mantener. Nadie nace santo; uno se hace santo.

En segundo lugar, se trata de un proyecto conjunto, comunitario, y no sólo individual. No está reservada a un orden sacerdotal determinado, sino que es para todos.

En tercer lugar —y este es el aspecto más importante—, es un estado que se logra, no mediante la meditación, el silencio, el éxtasis o el trance, sino a través del cumplimiento de la Ley, del mandato, del Nomos.

Muchas son las cosas que merecen ser consideradas a partir de aquí.
El proyecto de santidad es omnicomprensivo, cubre todas las esferas de la vida. La santidad no es algo reservado para el Templo, la iglesia o la sinagoga, sino parte integrante de la vida en todos sus ámbitos.

Probablemente no existe un mandamiento con mayor reconocimiento universal que el de Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Sin embargo, lo más significativo en el contexto del proyecto de santidad son las dos cualidades de esta norma. En primer lugar, su yuxtaposición. Este gran imperativo moral es seguido por lo que a primera vista podría parecer una mera expresión ritual:

(…) ni te pondrás un vestido con mezcla de dos hilos.

Paradójicamente, aquellas cosas que se hacen porque Dios lo manda –y que de otra manera no se harían–, son las que nos hacen sentir su presencia de una forma más directa. “¿Por qué no debo mentir?”, me pregunta mi hijo. “Porque es inmoral”. “¿Por qué no debo comer carne de cerdo?”, “¿Por qué no debo comer carne los viernes?”, pregunta el niño católico. “Porque Dios lo manda”. Es la especificidad del mandamiento ritual lo que determina que la persona se sienta mandada, sometida y cercana al Creador incluso en las situaciones más banales.

El mandamiento ético es una condición necesaria para la santidad, pero no suficiente; lo ritual, el servicio del Rey de Reyes, es igualmente necesario. Sólo combinados son entonces suficientes.

Volvamos a examinar nuestra reacción inicial, acuérdense: el abandono de todas las leyes rituales relativas a qué se puede comer, cuándo se debe trabajar, qué ropa se puede llevar, etc. Es posible que ahora se entienda mejor: esos cientos de leyes, éticas pero también meramente rituales, conforman una vida en la que la santidad no está limitada al lugar o al tiempo de culto, sino que es parte integrante de nuestro actuar cotidiano, desde que uno se levanta hasta que se acuesta: nos vestimos según sus normas, desayunamos según sus normas, vamos al trabajo según sus normas…

¿Y qué hay de la esclavitud a la que nos somete la ley? No, damas y caballeros. La ley de Dios no nos esclaviza sino que nos libera. Si siguiéramos todos nuestros deseos, si comiésemos todo lo que nos apetece, si entregásemos nuestra vida al trabajo, entonces seríamos esclavos de nuestra condición sexual, de nuestros apetitos humanos, esclavos de nuestras carreras. Nuestra libertad sería algo meramente ilusorio. Cuando, por el contrario, nos sometemos a Dios Todopoderoso, más allá de este mundo, nos hacemos dueños y soberanos en este mundo. Y esto también es parte de la santidad.

En suma: La idea de lo santo que encontramos en el Levítico es prácticamente la opuesta a lo numinoso de Otto. La del Levítico se trata de una idea jurídica. Se vive a lo Divino obedeciendo Su Ley, en la que se combina lo racional y ético con lo inefable y ritual. Es una idea omnicomprensiva, un proyecto de vida.

¿Me equivoco si pienso que esta idea de santidad no resulta tan sorprendente en esta Universidad, donde servir en la obra de Dios es, aquí también, lo que da pleno sentido a la totalidad de la vida? En hebreo existe una frase muy habitual que define nuestra relación con Dios – Avodat Hashem. Obra de Dios. Significa dos cosas: que la Creación, el Cielo y la Tierra, es obra de Dios pero también que estamos en este mundo para hacer la obra de Dios. Avodat Hashem: Opus Dei. Muchas gracias”.

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