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domingo, 24 de enero de 2021

Esterilización de incapaces

«La víctima ya no será la persona del incapaz, sino la concebida y no nacida y el plan B pasa por eliminarla» 

Salvo para los esforzados opositores, creo que ha pasado desapercibida la última reforma del Código Penal. Me refiero a la del artículo 156, publicada en el BOE el pasado mes. ¿Qué significa? Pues, muy en resumidas cuentas, lo siguiente: que vuelve a ser delito la esterilización de incapaces que adolezcan de graves deficiencias psíquicas. 

En efecto, hasta tal reforma el artículo 156 preveía que, para no ser delictiva, la esterilización del incapaz la promoviese su representante y la autorizase el juez tras oír al fiscal, recabar el parecer de expertos y explorar al afectado, todo siempre atendiendo al mayor interés del incapaz. En lo sustancial, esta regulación no era nueva: la incorporó el vigente Código Penal de 1995 tomándola del anterior Código de 1973, en el que se introdujo por ley de 1989. 

¿Y por qué se legalizó la esterilización de incapaces? Se partía de que la esterilización voluntaria y libremente consentida, aun siendo una modalidad de autolesión, no es punible, luego tratándose de incapaces los representantes legales suplen su falta de autodeterminación y deciden por ellos. En definitiva: el legislador partía de la premisa de que el representante instaba la esterilización porque se presumía que quería el incapaz y, en todo caso, porque era por su bien. 

Lógicamente aquello llegó al Tribunal Constitucional, que declaró conforme a la Constitución la reforma y rechazó que fuese contraria al derecho fundamental a la integridad física y moral de la persona. Entendió que la intervención judicial garantizaba la esterilización, siempre en supuestos de deficiencias graves, a petición del representante legal y atendiendo al interés del incapaz. Era, por tanto, una medida individual y excepcional, ajena a cualquier tentación de política eugenésica acordada por los poderes públicos. Pero la sentencia no fue pacífica y tuvo los votos discrepantes de dos antiguos magistrados del Tribunal Supremo; uno del siempre recordado José Gabaldón y otro de Rafael de Mendizábal

Con diferente estilo y lenguaje, ambos alertaban de que la Historia muestra trágicos episodios de políticas eugenésicas y, ya en lo jurídico, alertaban de que se trataba de privar de capacidad genésica a una persona, con lesión de un derecho innato: el derecho a la integridad física del incapaz, que es un ser humano. Advertían que se sustituía su voluntad de forma desproporcionada y sin buscar un fin estrictamente curativo, sin que pueda haber justificación en un hipotético fin socio familiar cuando lo que se esconde es otro eugenésico, más lograr la tranquilidad y comodidad –el egoísmo, según Mendizábal– de los guardadores. 

¿Por qué al cabo de los años se ha derogado? Por razones de dignidad de la persona y para cumplir con la Convención sobre los derechos de las personas con discapacidad, vigente en España desde 2008 pero hasta ahora ignorada. La reforma afirma que la permanencia en nuestro ordenamiento de la esterilización de incapaces «más de una década después de la entrada en vigor del Tratado internacional …constituye una grave anomalía en términos de estrictos derechos humanos». Bienvenida sea, por tanto, una reforma que da la razón a aquellos solitarios magistrados discrepantes. 

No comparto la idea que la actual mayoría parlamentaria va mostrando sobre la dignidad humana, pero reconozco que ha sido quien realmente ha cumplido con la Convención. Con todo, la ideología pesa, de ahí que la censura que hace la reforma a estos años de incumplimiento tenga cierto tufillo de ideología de género: denuncia que España «siga permitiendo que se vulneren los derechos de las personas con discapacidad por mitos tales como “el bien de la familia”, “la incapacidad de las mujeres con discapacidad para ser madres” o “por su bien”». 

Esto no pasaría de ser una concesión a la retórica feminista, pero hay algo más: repenalizada la esterilización, la eugenesia es contumaz y tiene un «plan B» contrario a la dignidad humana. Ahora la víctima ya no será la persona del incapaz, sino la concebida y no nacida y ese «plan B» pasa por eliminarla. La propia reforma anuncia otra de las leyes de autonomía del paciente y del aborto para favorecer el acceso de los incapaces a los servicios propios de la salud sexual y reproductiva, léase, para abortar. 

En fin, hablando de dignidad, poco ha durado la alegría.

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José Luis Requero. Magistrado. En LA RAZÓN • Martes. 5 de enero de 2021 
Image by Arek Socha from Pixabay

viernes, 31 de julio de 2020

La dignidad perdida

Siempre hay que escuchar a los sabios, más aún  en tiempos de confusión como los actuales. Salvador González Barón es uno de ellos, y no le escucho lo que debiera. Hace poco tuve la suerte de estar con él, conversando de su último proyecto, la Asociación Euvita, que preside, dedicada a promocionar los cuidados paliativos, combatir la eutanasia y, sobre todo, a difundir la práctica del otorgamiento del documento de voluntades anticipadas.

Salvador es un gran baluarte de la dignidad humana, Euvita señala como su primer fin "Informar a la opinión pública y a los ciudadanos sobre la importancia de prestar una atención y unos cuidados de calidad, a las personas que se encuentren al final de su vida, acordes con su dignidad y desde el respeto a su vida hasta el momento de su muerte natural".

Ayer fue suya -al alimón con su hermano Manuel, que es quien firma- la "Tercera" de ABC: La dignidad perdida. Junto con precisos ejemplos de la más rabiosa actualidad, intercala una serie de frases sobre el sentido de la dignidad que quiero destacar:

He pasado muchos años defendiendo la dignidad de los pacientes, frente a terceros y frente a ellos mismos, cuando han querido atentar contra su propia dignidad. Hoy no me centraré en la dignidad ontogénica, la que tenemos todos los seres humanos por naturaleza, sino sobre la dignidad adquirida, aquella que ganamos a lo largo de nuestra vida y que crece en función de nuestros actos, elevándonos como hombres o mujeres, o enterrándonos en abismos insospechados, haciendo que la perdamos, llevándonos a la indignidad. 

Esta degradación se produce cuando atentamos contra sus pilares básicos: la libertad, la verdad, la justicia, y el amor. 

La libertad, que implica elección y cuya meta es la felicidad natural, requiere vivirla con responsabilidad. Todo intento de oprimirla o sojuzgarla denota una deshonra. Una realidad constatable en todas las ideologías totalitarias y una tentación en algunos modos de gobernar han sido cercenar las libertades individuales y sociales. 

En resumen, la dignidad no se pierde por la ignorancia sino por la tergiversación de la verdad y por el mal uso de la libertad. La verdad se fundamenta en la realidad, en datos verídicos y contrastados, y no en un relato articulado, que por muy repetido que sea acaba siendo siempre propaganda. 

El amor es lo que dignifica a la persona. La libertad, la verdad y también la justicia son expresiones del amor. El afán de poder no es amor y el amor propio mal gestionado es egoísmo, egocentrismo, soberbia, fatuidad y lleva al vacío. 

Una sociedad democráticamente avanzada demanda líderes dignos de respeto, que amen la libertad de opinión, que sepan escuchar y actuar desde otras perspectivas, Líderes veraces, que no permitan la difamación del otro, que amen a su pueblo y su Historia, y que tengan el coraje de retirarse cuando sean incapaces de encontrar soluciones justas. 

Volviendo al comienzo, la dignidad resulta difícil de definir o incluso de comprender sin una visión trascendente de la vida. Me he encontrado personas que no la entienden, la usan como un término coloquial, sin profundizar en su grandeza o su degradación (nunca llega a perderse totalmente). Y nada es más edificador que verla como la puede ver el Cristianismo. En definitiva, para un cristiano la dignidad es algo divino porque hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y estamos llamadas a ser sus Hijos. 

Pero hay esperanza, la dignidad adquirida y perdida puede recuperarse con el ejercicio renovado -por los líderes y el común de los mortales- del respecto a la libertad, la verdad, la justicia y el amor. 

"Ni la riqueza, ni la popularidad, ni la prensa, pueden dar marchamo de dignidad". John H. Newman.

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Foto atarifa CC