Mostrando entradas con la etiqueta Salvador Bernal. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Salvador Bernal. Mostrar todas las entradas

domingo, 23 de mayo de 2010

Dialéctica de enfrentamientos eclesiales

Por Salvador Bernal, en Religión Confidencial, Tribunas, lunes, 17 de Mayo de 2010

La semana pasada leí el comentario de la defensora del lector del diario El País. Reconocía el amplísimo espacio dedicado a los escándalos sexuales: 141 noticias y reportajes desde principio de año. Y eso en un periódico que no tiene en sentido estricto información religiosa. Pero han debido de ser más numerosas aún las quejas de los lectores, especialmente ante los titulares empleados, más escandalosos aún que los hechos relatados.

Muchos de las excusas caían por su base unos días después, cuando se presentaba un comentario profundo del Papa sobre la vida de la Iglesia, como “dura condena de Benedicto XVI a la actitud de la curia ante los abusos”. Al leerlo, recordé la arcaica tendencia del fundamentalismo laicista a enfrentar a unos creyentes con otros, como si se tratase de juegos políticos, en la línea del “amigo y enemigo” de Karl Schmitt.

Y me vinieron a la memoria –cosas de la edad- los tiempos del Concilio Vaticano II. Las confrontaciones dialécticas eran casi diarias, no sólo en el terreno doctrinal de fondo. Casi siempre había una especie de jefes de fila que se oponían a otros. Si no eran los de la periferia contra Roma, era un obispo de Brasil contra un cardenal de Europa.

Ciertamente, a lo largo de la Iglesia hubo tristes y duros enfrentamientos, a pesar de ser la unidad una de sus notas. Casi desde el primer momento, el Concilio de Jerusalén tuvo que moderar las exigencias de los judaizantes, tan presentes luego en las cartas de san Pablo. El propio Saulo debió resistir en público a Pedro en Antioquía, como relata en Gálatas 2, 11 ss. También tuvo discrepancias con Bernabé, hasta el punto de separar sus caminos (Hechos, 15, 37 ss). Y no digamos de enemistades hoy difícilmente comprensibles como la que san Cirilo de Alejandría manifestó durante años hacia san Juan Crisóstomo.

Pero, en los tiempos que corren, observo con pena que se vuelve a reproducir la simplificación reductiva ante problemas o realidades de la Iglesia que ofrecen su propia complejidad. El aparente enfrentamiento del arzobispo de Viena, Christoph Schönborn, contra el anterior secretario de Estado, Cardenal Angelo Sodano, evoca las supuestas y antiguas querellas entre Franz König y Sebastiano Baggio.

En el fondo, se intenta dar la impresión una vez más de que el Papa no controla la curia vaticana. O de que se opone a los criterios vividos por Juan Pablo II. Como si pensase en eso cuando comentaba en el avión camino de Portugal que los ataques a la Iglesia no proceden sólo de fuera, sino que muchos sufrimientos vienen del interior, del propio pecado de sus miembros. De ahí la necesidad de conversión, tema central en Fátima, con un calado espiritual completamente ajeno a politiquillas de menor cuantía.

Desde luego, la comunicación resulta siempre mejorable. Pero Benedicto XVI está sufriendo cierto fariseísmo que emplea varas de medir insuficientes juzgar hechos de importancia teológica y pastoral de entidad, como la actitud ante los tradicionalistas de Lefebvre, o el diálogo con musulmanes y judíos. Ahora, su coraje ante los escándalos sexuales está sirviendo para enfrentarlo con obispos de aquí o allá, que formarían, en frase asombrosa aparecida en El País, “una jerarquía corrupta, inmoral y podrida”.

Ante estas cosas, parece como si hubiera caído en desuso el viejo principio de que los hechos son sagrados, y las opiniones libres. Acabaría teniendo razón aquello de Nietzsche de que “no hay datos, sólo interpretaciones”. Y seguiremos leyendo adjetivos y verbos que prejuzgan el contenido de las afirmaciones: el “prestigioso” teólogo que se opone al celibato sacerdotal; el “polémico” documento del Papa, calificado así antes de leerlo, cuando no titulado con un “arremete” contra…

A mi juicio, corresponde al fundamentalismo laicista la “aproximación anacrónica a la sociedad contemporánea” que suele reprochar a la Jerarquía. Desde luego, ésta no tiene ya ninguna “forma autoritaria de control de las conciencias”, ni se caracteriza por “referencias apocalípticas sobre el mundo moderno”. Acusan a la Iglesia de no cambiar. Pero sin argumentos: sólo con clichés y estereotipos.

miércoles, 28 de octubre de 2009

Sobre la objeción de conciencia

Por Salvador Bernal, en Religión Confidencial, el 27 de octubre de 2009

En el proyecto de ley que intenta introducir en el ordenamiento español el derecho al aborto en nombre de la llamada salud sexual y reproductiva, no se contempla la objeción de conciencia de los profesionales sanitarios.

La cuestión es importante, porque no es cuestión pacífica en España. Muchos autores entienden que existe ese derecho, con base en la libertad ideológica del art. 16 CE, aunque no esté reconocido por una ley. Para otros, es imprescindible la tipificación en una norma objetiva. En fin, no faltan quienes consideran que corresponde a los jueces dilucidar ante casos concretos: p. ej., rechazo de tratamientos médicos por Testigos de Jehová.

Tal vez, la postura más coherente jurídicamente sea esta última. Pero es inoperante en un país con una administración de justicia tan lenta. Basta pensar en sentencias sobre la intimidad de hijos pequeños de famosos, que alcanzaban firmeza cuando las víctimas habían sobrepasado la mayoría de edad. Y eran casos sin intereses económicos o políticos, como puede suceder con los Albertos o con conocidos presidentes de Diputaciones.

Por si fuera poco, no hay unidad entre el Tribunal Constitucional y el Supremo. Aquél afirmó al comienzo de los ochenta que la objeción “es un derecho reconocido explícita e implícitamente en el ordenamiento constitucional español”. En cambio, recientemente, el Supremo, a propósito de la educación para la ciudadanía considera que se refiere a “materias perfectamente delimitadas: el servicio militar y la posición de los informadores en las empresas informativas”. Craso error, pues la cláusula de conciencia, mencionada en el art. 20 CE es asunto más bien laboral: el periodista puede acogerse al régimen del despido improcedente cuando cambia la orientación ideológica del medio que le contrató.

Hace años publicaron un importante estudio sobre las objeciones de conciencia en Occidente dos conocidos catedráticos de Derecho eclesiástico: Rafael Navarro Valls y Javier Martínez Torrón. El fenómeno ha crecido desde entonces, por la excesiva injerencia del legislador en cuestiones que deberían quedar al libre arbitrio de cada persona. Como reacción ante esa moral de Estado, tienen que intervenir los más altos Tribunales, incluido el Europeo de derechos humanos con sede en Estrasburgo.

Queda claro en ese libro que no se puede hablar propiamente de una objeción, a modo de un derecho unitario, sino de objeciones de conciencia, en plural: diversas en su origen, significado y valor jurídico. Porque se han multiplicado, en relativamente poco tiempo, tanto los supuestos de objeción como sus fundamentos ideológicos, filosóficos o religiosos. En su origen, fue un mecanismo de defensa de la conciencia religiosa frente a la intolerancia del poder. Pero hoy tutelan contenidos éticos no vinculados a creencias. Además, con un carácter expansivo.

Pero, suprimido el servicio militar, no parece que vayamos a llegar a otras objeciones, como la fiscal o la laboral, o el rechazo de obligaciones civiles como el jurado o el voto. Para el aborto, está reconocida en casi todas las legislaciones que lo han despenalizado. En todo caso, el derecho de la mujer no podrá negar la dignidad humana del personal sanitario.