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miércoles, 22 de agosto de 2018

Carta al Pueblo de Dios e informe Pensilvania

Foto atarifa CC
El capítulo "Pensilvania" de los abusos por parte de personas del entorno eclesiástico ha llevado al papa Francisco a escribirnos este pasado 20 de agosto una carta llamando a la conversión de todos los que formamos parte del Pueblo de Dios, mediante la oración y el ayuno, dicho muy resumidamente.

No tengo nada que quitar ni añadir a esta Carta, y sí mucho que meditar y concretar personalmente y como miembro de a pie de este Pueblo.

Dicho esto, como comunicador, me ha interesado también un documento que me han enviado por lo menos dos personas, cuya insistencia agradezco.

Al principio lo rechacé, y advertí a los que me lo enviaban que, estando muy bien, aparentemente, convenía que el autor se identificase (un científico amigo de los remitentes, de lengua española y prestigio internacional). Como anónimo no me parecía que se pudiese difundir, porque, entre otras cosas, obligaba a comprobar la información que proporciona.

El documento ha regresado, perseverando en el anonimato; pero con las referencias y fuentes para que se pueda difundir.

La primera mitad del escrito (4 de 8 páginas), abunda sin complacencias en el enfoque de la Carta papal. Pienso que es aún más fuerte en su denuncia: "Las piedras de molino pesaban una tonelada y media. Lejos de todo "buenismo" y de cualquier osito de peluche, Jesús manda a quienes provocan escándalos a hundirse en el mar con esas piedras enroscadas en sus cuellos (Mt 18, 6)".

La segunda mitad tiene interés porque entra a analizar el famoso informe del Gran Jurado de Pensilvania. Como su sola lectura requiere esfuerzo, y como el anónimo catedrático añade un enfoque que no se ha tenido en cuenta en los medios de comunicación, transcribo algunas de sus aportaciones. Porque algunos medios aprovechan para reiterar ataques a la Iglesia, el celibato sacerdotal, la moral cristiana..., sin entrar en los matices y extralimitándose, alimentando el discurso laicista.

"El informe de Pensilvania contiene 884 páginas llenas de historias escabrosas que claman al cielo y demandan la aplicación rigurosa de la justicia. Pero, lamentablemente, parece más un producto de la industria del entretenimiento (y los erróneos derroteros que ahora ha tomado) que un análisis serio y riguroso. No se trata de un documento que sea operativo y cuantifique adecuadamente los hechos y los comportamientos. Lo que no se puede medir no se puede afrontar ni corregir. Desafortunadamente, el Gran Jurado ha escrito una novela, no un informe profesional".

"Podrían haber hecho algo similar a la investigación de Australia sobre el mismo tema. También sacó a la luz historias de horror similares sobre sacerdotes abusadores y obispos que silenciaron los desmanes. Pero las pruebas obtenidas en Australia sí se presentaron de manera racional, organizada y cuantitativa. (...) El informe de Australia tiene 17 volúmenes y 1,2 millones de páginas. El informe australiano cuida el lenguaje de acuerdo con principios jurídicos básicos (presunción de inocencia) y habla de "presunto autor" para describir a las personas acusadas de delitos, en vez de usar el término "delincuente", que parece ser el preferido por el jurado de Pensilvania. Al cubrir 7 décadas hay mucho margen de error en la memoria de los testigos, y un mero relato de un testigo, sin más pruebas, puede que no sea fidedigno".

Fuentes a las que remite el escrito:

1. Gabriele Kuby's The Global Sexual Revolution: The Destruction of Freedom in the Name of Freedom
2. Carta del Papa Francisco al Pueblo de Dios
3. Vatican News. Abusos en Pensilvania. El Papa: erradicar este horror, las víctimas son la prioridad
4. Carta del arzobispo de Denver sobre la crisis de abuso sexual
5. Damning report slams sex abuse in Pennsylvania by Catholic priests

Puedo enviar el documento completo (8 folios en letra grande) a quien esté interesado.


martes, 22 de mayo de 2018

La Iglesia y la educación


foto atarifa CC
Un poco de historia.
Durante siglos, la educación ha sido privada y para élites. Patronatos reales, nobleza, gremios (FP). La Iglesia ha tenido un protagonismo enorme y es la primera en ocuparse de los pobres, sin olvidar las élites: crea escuelas, universidades, etc.

Es muy reciente el interés del Estado por la educación, y aún entonces la Iglesia ha seguido teniendo un papel protagonista, completando además los huecos que dejaba el Estado.

Es de hoy mismo el afán del Estado por copar la educación, fase prioritaria del laicismo.

La Iglesia cumple con su misión de enseñar. El Estado con su misión de que la educación llegue a todos. No se trata de competir, sino de colaborar.

Sin embargo, se acusa a la Iglesia de:
1. No aceptar el sistema público y querer imponer su doctrina
2. Querer que todos financien la educación católica.
3. Que haya clase de Religión en los colegios públicos.
4. Discriminar en la contratación de profesorado.
5. Segregar por sexo.

Marco
Las escuelas religiosas dividen y agrandan las divisiones sociales, propician mentalidades intolerantes y perpetúan roles patriarcales. Como pueden hacer selección, discriminan en la admisión de alumnos.

Reformulación
Son un oasis de diversidad y tolerancia; difunden una fuerte filosofía de servicio al interés general; fomentan un sentido de identidad que es precisamente lo que lleva a formar a personas con mente abierta y dialogante. Seleccionan según criterios religiosos y no sociales, lo que explica la variedad de perfiles,  mayor que en otros colegios.

Mensajes clave para un debate
- Los colegios son prolongación de la familia, no del Estado. La dimensión religiosa no puede ser excluida del ámbito de los conocimientos, hábitos y virtudes en que consiste la educación.
- Servir a los desfavorecidos ha sido siempre aspecto preferencial para la Iglesia, y las escuelas católicas son las más sociales y diversas.
- Los datos muestran la calidad de estos centros y la demanda de las familias.
- Necesitan autonomía en la selección y contratación para poder mantener su identidad y su genuina aportación. Esta autonomía es parte de la libertad religiosa e ideológica amparada por la Constitución.
- Los conciertos no son un privilegio de la Iglesia sino un derecho de los padres a elegir la educación de sus hijos, que pagan con sus impuestos, como todos los demás.
- La educación religiosa (católica, protestante, musulmana, judía) en los colegios es un derecho de los alumnos, decidido por sus padres y tutores mientras son menores de edad. El Estado debe garantizar esa educación para los que libremente la piden (laicidad positiva).

jueves, 24 de noviembre de 2016

“La religión ha movilizado a millones de personas contra regímenes autoritarios”

El catedrático Rafael Navarro-Valls, vice-presidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, ha participado en el VIII Simposio San Josemaría los pasados días 18 y 19 de noviembre en el Palacio de Congresos de Jaén. Su aportación al tema del simposio ―Diálogo y convivencia― se refiere a la difícil avenencia habitual entre los Estados y el de las Iglesias o confesiones religiosas. A su juicio, estamos asistiendo a un proceso lento en que la versión anticlerical y combativa de la laicidad deja paso a una laicidad moderada más favorable al libre mercado de las convicciones.

Entrevista de José María Garrido Bermúdez, publicada en Ideal de Jaén, el 16 de noviembre de 2016.

― Usted es especialista en las relaciones entre el Estado y las Iglesias, ¿por qué resulta tan difícil delimitar los ámbitos de actuación de uno y otro?

Es un asunto complicado. Este difícil equilibrio práctico se debe, en parte, a que, en el plano de las convicciones ―incluidas las religiosas― existe una doble patología bastante extendida: la fundamentalista y la relativista. La persona fundamentalista racionaliza una verdad ―para él universal―, y de esta racionalización deduce el derecho de imponerla a los demás. La relativista hace también una afirmación universal: toda es relativo. Y de ahí su deseo de difundir el escepticismo. Me parece que lo difícil es una postura política práctica que admita la unidad entre verdad y libertad. La libertad del hombre tiene una necesidad interior de reconocer la verdad, allí donde la encuentra. Pero, por otro lado, no es posible imponer la verdad, hay que proponerla, que es algo muy distinto.

― ¿Piensa que el cristianismo ha propuesto algo a nuestra sociedad laica?

Desde luego. Muchos valores democráticos tienen un profundo aroma cristiano: la igualdad; la equidad; el concepto de soberanía; los derechos del hombre, especialmente la libertad religiosa; la dignidad de la mujer; el Derecho penal, el de familia, el valor de los compromisos al margen de su forma externa; la intrínseca justicia de la ley no procedimental, etc. Se puede decir que, en buena medida, estos son valores cristianos que se han hecho civiles en su evolución histórica y cultural.
Por otra parte, y como han demostrado Shah y Toft, la religión ha movilizado a millones de personas contra muchos regímenes autoritarios, para que inaugurasen transiciones democráticas, apoyando los derechos humanos. En el siglo XX, los movimientos religiosos ayudaron a poner fin al Gobierno colonial y a acompañar la llegada de la democracia en Latinoamérica, Europa del Este, el África subsahariana y Asia. La Iglesia católica posterior al Concilio Vaticano II jugó un papel crucial, oponiéndose a los regímenes autoritarios y legitimando las aspiraciones democráticas de las masas, lo cual fue especialmente evidente en España.

― ¿Cuál sería para usted el sentido valioso de la laicidad del Estado?

Coincido con William McLoughlin, en que su sentido original no fue tanto “el de hacernos libres de la religión como el de hacernos oficialmente libres para su práctica”.
Pero este sencillo concepto, que habría debido orientar como una estrella polar las relaciones Estado/Iglesias, pronto evolucionó hacia una tendencia del Estado a crear, junto a zonas de libertad en otros campos, una especie de “apartheid religioso.” Algo así como volver a meter a Jonás en el vientre oscuro de la ballena, confinando poco a poco los valores religiosos en las catacumbas sociales.

― ¿No le parece que habría más tolerancia en un Estado plenamente laico, que solo permitiese la práctica religiosa en la esfera privada?

Un Estado plenamente laico, como usted dice, no es un Estado laico radical. Un Estado laico radical es lo que propugnó Francia en sus orígenes revolucionarios. Pero, como ha estudiado Jeremy Gunn, la historia real de la laicidad francesa está llena de ejemplos de grupos religiosos que son disueltos por el Estado, de líderes religiosos arrestados por una alegada falta de lealtad al Estado, de propiedades de estos grupos que son incautadas por el Estado, y de denegaciones de personalidad jurídica a las congregaciones religiosas.
Me parece que esta es una visión desenfocada de la laicidad, que genera tantas injusticias como su contrario, una versión del Estado que pretende imponer una religión mediante decretos. Michael Burleigh ha hablado de los “periodos oscuros” del laicismo europeo, de un genocidio “en nombre de la Razón”, por parte de algunos laicistas radicales. E incluso ha llegado a decir que, si las personas religiosas fuesen más consciente de esto, no serían tan timoratas cuando practican su propia fe.

― ¿No tiene el Estado derecho a defender una visión ética, desmarcada de Dios, en pro de la convivencia y del diálogo, de la que se habla en este simposio?

En concreto, el problema estriba en que algunos sectores políticos entienden que el Estado debe resumir en sí todas las verdades posibles. En vez de garante de la legalidad de los actos y de la legitimidad de los poderes públicos, debería transformarse ―dicen― en custodio de un determinado patrimonio moral (que suele coincidir con los llamados “nuevos valores emergentes”) y que le confiere poderes ilimitados.

― ¿Ha habido, entonces, alguna evolución en la historia de la laicidad desde esos orígenes revolucionarios que señalaba?

Sí, hay una laicidad renovada que tiene más en cuenta el valor de la religión. La nueva laicidad abandona sus resabios arqueológicos para reconocer en la dimensión religiosa de la persona humana puntos de encuentro en un contexto cada vez más multiétnico y pluricultural. Régis Debray, nada sospechoso de clericalismo, apunta a esta visión cuando, en materia de educación religiosa, preconiza el paso de una laicidad de incompetencia o de combate a una laicidad de inteligencia. Una visión en la que el Estado comienza a tomar conciencia de que necesita de energías morales que él no puede aportar en su totalidad. Se trata de una “laicidad moderada”, contrapuesta a la visión “radical” de la laicidad francesa menos reciente. Su punto de partida es la convicción de que la opinión pública en las democracias suele ser una mezcla de sensibilidad para ciertos males y de insensibilidad para otros. La laicidad positiva no se opone ―al contrario, anima― a fuerzas sociales como son las Iglesias a contribuir a despertar la sensibilidad dormida en materia de valores más o menos olvidados, alertando acerca de carencias espirituales y culturales que fortalezcan el tejido social.

― ¿Qué hitos señalaría en el camino hacia esta versión renovada de la laicidad?

La “ moderación” del concepto y su versión “positiva” es un fruto de tres poderosas fuentes: la jurisprudencia de la Corte Constitucional italiana, del Tribunal Constitucional Federal alemán y del Tribunal Supremo Federal de Estados Unidos. Corrientes que han venido a converger en el Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Pero, por resumir, mencionaré solo por encima la de EE. UU., la del Tribunal Europeo y, si quiere, algo de España. En general, la jurisprudencia norteamericana sobre la neutralidad religiosa del Estado se ha movido en torno a dos posicionamientos: por un lado, reconoce el fuerte papel de la religión y de la tradición religiosa a lo largo de la historia de ese país y, por otro, advierte que la intervención gubernamental en asuntos religiosos puede poner en peligro la misma libertad religiosa. Esta conceptuación ha desembocado en la sentencia Walz vs. Tax Commission. El principio general deducible de estas disposiciones y de la doctrina sentada al respecto por el Tribunal Supremo es que no se puede tolerar la existencia de confesiones religiosas oficiales, como tampoco la interferencia estatal en el ámbito de la religión. Al margen, por tanto, de tales actos prohibidos, hay espacio ―concluye el Tribunal― para una “neutralidad benevolente” que permite el libre ejercicio de la religión sin respaldo y sin interferencias gubernamentales.

― Dar libertad al ciudadano, no interferir…

Así es. Y ya que estamos en el entorno de un simposio sobre San Josemaría, le diré que él lo expresaba con fuerza cuando decía que “es un tesoro que no apreciaremos nunca bastante”. Pues bien, el goce de este tesoro, en su vertiente política implica redefinir las funciones respectivas de los gobernantes y de los gobernados.

― Hay algún síntoma de esa versión nueva de laicidad en España. A mí me cuesta verla…

Sí la hay. Esa caracterización positiva de la laicidad está influyendo en el Tribunal Constitucional español. Puede verse, por ejemplo, en la sentencia 101/2004 de 2 de junio con sus referencias al art. 16.3 de la Constitución. Se reconoce el factor religioso de la sociedad española y se ordena al poder público a cooperar con la Iglesia católica y demás confesiones, no a ignorarlas o acorralarlas. Por otra parte, la Constitución armoniza sin estridencias jurídicas, junto con esa cooperación, una estricta distinción entre Estado e Iglesias.

― Y, ¿en Europa?

El Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha admitido que la laicidad puede coexistir con una cooperación entre el Estado y las confesiones religiosas, incluso cuando esa cooperación no se lleva a cabo de acuerdo con criterios estrictamente igualitarios. El principio de igualdad (artículo 14 del Convenio Europeo) debe aplicarse rigurosamente a la libertad, pero no necesariamente a la cooperación. Ni siquiera las situaciones de colaboración privilegiada entre el Estado y una determinada iglesia, en forma de una velada confesionalidad del Estado (como en Grecia), o en forma de iglesias de Estado (como en Inglaterra o en algunos países escandinavos), se han considerado contrarias al Convenio Europeo. Lo importante —desde el punto de vista de la Corte— es que las relaciones de colaboración privilegiada no produzcan, como efecto secundario, ninguna restricción injustificada a la libertad de actuar de que deben gozar el resto de los grupos e individuos en cuestiones religiosas e ideológicas.
En resumen, no se pretende establecer criterios uniformes para las relaciones Iglesia-Estado en los países miembros del Consejo de Europa, ni, aún menos, imponer un forzoso secularismo. El telón de fondo de este planteamiento es la convicción de que la actitud del Estado hacia la religión es una cuestión primordialmente política, y es el resultado, en gran medida, de la tradición histórica y de las circunstancias sociales de cada país.

― A su juicio, ¿cuál sería la misión fundamental o las garantías que debería ofrecer un Estado laico respecto a las convicciones morales o religiosas de los ciudadanos?

La misión del Estado laico, entiendo, es custodiar un “libre mercado de ideas y religiones”. Ha de renunciar a un intervencionismo dirigido a modificar el panorama sociológico real con la pretensión de construir un arquetípico pluralismo. Como ha indicado Martínez-Torrón, la intervención estatal se limitaría a garantizar una protección del consumidor en el ámbito religioso, como protege en el ámbito económico, evitando que se formen monopolios dañinos para los pequeños grupos, y procurando evitar igualmente el fraude de grupos pseudo-religiosos. Además, creo que este punto de vista es el más congruente con la redacción del artículo 16.3 de nuestra Constitución.
La vida pública es una plaza abierta donde cualquier ciudadano puede ejercer la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión en un clima de respeto por los demás y de servicio al bien común. La idea del “espacio público civil” ―que ha nacido en Norteamérica― entronca con la Primera Enmienda a la Constitución de EE.UU., que prohíbe el Estado confesional y garantiza el libre ejercicio de la religión. O sea, ni “espacio público sagrado”, donde el monopolio de una religión acaba excluyendo a las demás, ni “espacio público vacío”, donde las creencias secularistas terminan imponiéndose a las religiosas.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Métodos estalinistas en la catedral de Córdoba

Comunicado del Cabildo de la Catedral de Córdoba

Córdoba, 28 de noviembre de 2014.
Tras los acontecimientos acaecidos esta mañana en el interior del recinto de la Catedral de Córdoba, antigua Mezquita, el Cabildo desea comunicar lo siguiente:

- En la mañana del viernes 28 de noviembre varios representantes de la formación política Izquierda Unida* han llevado a cabo sin autorización previa un acto electoral en el interior del recinto de la Catedral de Córdoba, antigua Mezquita. Este acto se ha organizado sin haber realizado ninguna notificación previa ni comunicación oficial al Cabildo. Pese a las reiteradas peticiones del personal de seguridad para que dieran fin al acto propagandístico, han permanecido en el interior del Patio de los Naranjos, negándose a suspender el acto político.

- Se trata de una grave falta de respeto hacia la Catedral y, especialmente hacia los cordobeses, ya que el único fin de este acto de provocación es el de generar división y enfrentamiento en la sociedad cordobesa, utilizando un lugar de convivencia y encuentro para ofrecer un acto político.

- Cabe recordar que desde el Cabildo se realiza una intensa actividad cultural de manera constante con todo tipo de instituciones y organizaciones, se colabora en una amplia lista de proyectos benéficos y de ayuda social y, en definitiva, se trabaja al servicio de toda la sociedad cordobesa, siempre dentro de un clima de armonía y respeto.

- El Cabildo recuerda que desde hace más de 775 años la Catedral es un lugar abierto a todos y al que que los cordobeses pueden acceder de manera gratuita. No obstante, las normas son iguales para todos, por lo que sorprende que algunos políticos que aspiran a representar a los ciudadanos se consideren por encima de los procedimientos que garantizan la convivencia ciudadana y que cumplen todos aquellos ciudadanos o entidades que solicitan utilizar el Patio de los Naranjos para diferentes actividades culturales y nunca para actos políticos partidistas.

- El Cabildo hace un llamamiento a la responsabilidad a los representantes políticos, a las organizaciones de la sociedad civil y a los medios de comunicación para trabajar juntos en el bien de la sociedad cordobesa.

* Comunistas, para entendernos.

Que me borren ya de la financiación pública de los partidos.

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lunes, 20 de mayo de 2013

Un poco de doctrina social

Por Juan Manuel de Prada, en XLSemanal, sábado 11 de mayo de 2013

Escribía Chesterton que el mundo moderno había sido invadido por las viejas virtudes cristianas que se han vuelto locas. A simple vista, parece tan solo una frase eufónica; pero creo que es el diagnóstico más certero y sintético que se puede ofrecer de nuestra época. Las virtudes se vuelven locas cuando son aisladas unas de otras, cuando son desgajadas del tronco común que les da sustento. Este aislamiento de las virtudes lo podemos contemplar por doquier: así, por ejemplo, la justicia sin misericordia no tarda en corromperse y volverse crueldad; y la misericordia sin justicia acaba degenerando en laxitud y buenismo.


Si analizamos las ideologías modernas (que alguien definió como «herejías cristianas»), comprobaremos que todas ellas son producto de esta escisión de las virtudes cristianas: la libertad sin verdad, la justicia sin caridad, etcétera. Pero la invasión de las virtudes locas no es un fenómeno propio tan solo del mundo secular, sino que extiende también su gangrena en el propio ámbito católico. Benedicto XVI lo denunció en diversas ocasiones, refiriéndose a la «esquizofrenia entre la moral individual y la pública» que aqueja a muchos creyentes, de tal modo que «en la esfera privada actúan como católicos, pero en la vida pública siguen otras vías que no responden a los grandes valores del Evangelio».

Según esta esquizofrenia propia de un mundo invadido por las viejas virtudes cristianas que se han vuelto locas, un empresario podría ser amantísimo esposo y padre de familia y, al mismo tiempo, defraudar el jornal de sus trabajadores. Y así ocurre con muchos; solo que quien defrauda el jornal al trabajador acaba también engañando a su mujer y a sus hijos, tarde o temprano. Sobre este peligro ya advertía Juan XXIII en su encíclica Mater et Magistra, cuando señalaba que «la doctrina social profesada por la Iglesia católica es algo inseparable de la doctrina que la misma enseña sobre la vida humana»; y es que, en efecto, poco sentido tendría defender la vida y la familia si al mismo tiempo no se defendiera una concepción del trabajo que permita a las personas criar dignamente a sus hijos.

El trabajo nos recordaba Juan Pablo II en su encíclica Laborem Exercens es una condición para hacer posible la fundación de una familia, ya que esta exige los medios de subsistencia, que el hombre adquiere normalmente mediante el trabajo. Defender la vida y la familia y, al mismo tiempo, callar ante la depauperación de las condiciones de trabajo es esquizofrénico.

En los últimos años he estudiado mucho la doctrina social de la Iglesia en torno al trabajo, para descubrir que sus enseñanzas han sido olvidadas incluso por los propios católicos. Esto es un triunfo del mundo invadido por las viejas virtudes cristianas que se han vuelto locas; y también una causa evidente de que la doctrina católica sobre la vida humana se haya vuelto ininteligible, incluso inhumana, a los ojos de muchos. Pues, ciertamente, resulta arduo combatir por ejemplo el aborto cuando no se combaten las condiciones laborales indignas que a mucha gente le impiden o dificultan tener más hijos.

Escribía Juan Pablo II en su encíclica Centesimus Annus: «La obligación de ganar el pan con el sudor de la propia frente supone, al mismo tiempo, un derecho. Una sociedad en la que este derecho se niegue sistemáticamente y las medidas de política económica no permitan a los trabajadores alcanzar niveles satisfactorios de ocupación no puede conseguir su legitimación ética ni la justa paz social. Así como la persona se realiza plenamente en la libre donación de sí misma, así también la propiedad se justifica moralmente cuando crea, en los debidos modos y circunstancias, oportunidades de trabajo y crecimiento humano para todos».

El propio Juan Pablo II, en Laborem Exercens, recordaba que es obligación de los cristianos «recordar siempre la dignidad y los derechos de los hombres del trabajo, denunciar las situaciones en las que se violan dichos derechos y contribuir a orientar estos cambios para que se realice un auténtico progreso del hombre y de la sociedad». Y añadía que la mayor verificación de su fidelidad a Cristo la muestra el cristiano en su compromiso con los pobres, que «aparecen en muchos casos como resultado de la violación de la dignidad del trabajo humano: bien sea porque se limitan las posibilidades del trabajo -es decir, por la plaga del desempleo-, bien porque se deprecian el trabajo y los derechos que fluyen del mismo, especialmente el derecho al justo salario, a la seguridad de la persona del trabajador y de su familia». Quien tenga oídos para oír que oiga.

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jueves, 3 de enero de 2013

El cristianismo como disidencia

Por Manuel Bustos. En Málaga Hoy, 2 de enero de 2013
LA TRIBUNA

C/ Virgen de Montserrat, Granada, foto Alberto Tarifa
DESDE el corazón mismo del siglo XIX se nos ha transmitido la idea de una Iglesia y una religión cristiana asociadas al inmovilismo y a los poderosos, y contraria a la modernidad y a la ciencia moderna. De poco habrían servido en este sentido los importantes servicios prestados por ambas a los marginados de toda índole a lo largo de la historia, así como al desarrollo de la cultura y de las tareas científicas.

Tras el Concilio Vaticano II se hizo en la Iglesia un esfuerzo considerable de denuncia de las situaciones de injusticia en nuestro mundo, de preocupación por la libertad y los derechos humanos, de promoción social y de apoyo a la ciencia. Fruto de todo ello fue el desvanecimiento temporal de la imagen heredada. Mas a medida que nos hemos ido acercando al presente, y particularmente en las últimas décadas, esa vieja imagen ha reaparecido con una fuerza inusitada. El cristianismo en general y la Iglesia católica en particular han pasado de ser héroes a villanos. Y no es porque se haya producido un giro sustancial en ninguno de los dos; más bien al contrario, la apertura al mundo secularizado les ha pasado factura con frecuencia.

El cambio de actitud debe buscarse en la profunda mutación que está experimentando la cultura de nuestro tiempo, una mutación de claro sesgo antropológico; de aquí su hondura y riesgos. Resumiendo mucho las cosas por falta de espacio, diríamos que dicha transformación pretende construirse sobre tres pilares clave: la universalidad o globalización, la ideología de género y el relativismo. Otros caracteres del momento actual, como la crisis económica, la crisis política o la emergencia nacionalista, poseen estrechos vínculos con ellos.

La presencia de la globalización hace que las dos restantes alcancen un eco mucho mayor del que les pertenecería si se tratara de un marco meramente local o nacional. El inusitado poder de los medios de comunicación, especialmente de Internet, de las redes sociales y de la televisión, le han otorgado un alcance extraordinario.

Ideología de género y relativismo conforman el sustrato de nuestra cultura en las últimas décadas, e inciden en los graves problemas que hoy nos afligen, y, en parte, en la debilidad de Europa. Actúan como disolventes de vínculos fundamentales y, en particular, de las bases cristianas de la sociedad occidental y del concepto mismo de lo humano.

Partiendo de grupos muy minoritarios, ambas corrientes han logrado alzarse, aprovechando el vacío moral, gracias a su organización, determinación y beligerancia, así como al apoyo institucional y de los medios, hasta imponer una auténtica dictadura de pensamiento en todos los ámbitos de la vida cotidiana. Han nacido con pretensiones de ingeniería social para conformarla a su imagen y semejanza, proyectándose sobre ámbitos esenciales, como son la naturaleza del ser humano, la relación hombre-mujer, la familia, el matrimonio, los hijos, o sobre las bases morales que sirven de orientación e integración a los miembros de una sociedad.

Frente a esta deriva, pocas disidencias más importantes, pocas luchas más denodadas en defensa de la ley natural y de la dignidad de la vida humana que las del cristianismo y, a pesar de sus limitaciones, de la Iglesia. No viene de los partidos, sean estos de derecha o de izquierda, la disidencia frente a dicha dictadura, sino de la propia religión y, en particular, de una de las instituciones fundamentales en que toma cuerpo. Y esto es así, porque sólo ellos son capaces de presentar una verdadera concepción del hombre alternativa a la que se pretende imponer. Movimientos con un claro componente ecologista y antisistema están fuertemente contaminados a este respecto por ambas corrientes, aunque se presenten también como valedores de una cultura alternativa.

Todo esto, unido al previo calentamiento de la opinión en las anteriores décadas, explica la saña y, en algunos casos, la persecución crecientes con que se emplean los grupos que sostienen esta cultura emergente y sus albaceas. Sólo así se explica también la caza de brujas suscitada sucesivamente, entre otros, contra el parlamentario italiano Buttiglione, el primer ministro húngaro Viktor Orban y su constitución de inspiración cristiana o, entre nosotros, el juez Ferrín Calamita.

Les esperan, pues, tiempos difíciles a los cristianos en los próximos años, de difícil convivencia con una legislación que puede arrinconarlos y una ideología que ha calado a través de los medios en una previamente abonada población civil. Será preciso que, frente a ello, sean capaces de defender su derecho, en una sociedad democrática, a tener su propia voz y a obrar de acuerdo con su conciencia, sin ser tildados por ello de machismo, homofobia o fundamentalismo, por citar sólo algunas de los epítetos más frecuentes que se les suelen aplicar


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lunes, 28 de mayo de 2012

La identidad católica de las instituciones educativas

Ciudad del Vaticano, 5 mayo 2012 (VIS).-La cuestión de la educación religiosa y la formación en la fe de la próxima generación de católicos en Estados Unidos fueron los temas elegidos por el Santo Padre en el discurso que dirigió a los prelados de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (regiones X-XIII), al final de su quinquenal visita “ad limina”.

foto atarifa
El Papa reconoció, en primer lugar, los progresos de los últimos años en la mejora de la catequesis y de la revisión de textos para que sean conformes al Catecismo de la Iglesia Católica. También elogió los esfuerzos en la adopción de medidas encaminadas a “preservar el gran patrimonio de las escuelas católicas, primarias y secundarias, de Estados Unidos, que han sido profundamente afectadas por los cambios demográficos y el aumento de los costos; y a garantizar, al mismo tiempo, que la educación que proporcionan permanezca al alcance de todas las familias, cualquiera que sea su situación financiera”.

Por lo que se refiere a la educación superior, diversos obispos habían señalado al Papa que los colegios y universidades católicas reconocen cada vez más la necesidad de reafirmar su identidad distintiva, en la fidelidad a sus ideales fundacionales y a la misión de la Iglesia al servicio del Evangelio. “No obstante -comentó el Santo Padre- aún queda mucho por hacer, especialmente en áreas tan básicas como el cumplimiento del mandato establecido en el Canon 812 para los que enseñan disciplinas teológicas. La importancia de esta norma canónica, como expresión concreta de la comunión eclesial y de la solidaridad en el apostolado educativo de la Iglesia, se hace aún más evidente si tenemos en cuenta la confusión creada por los casos de disidencia aparente entre algunos representantes de las instituciones católicas y el liderazgo pastoral de la Iglesia: discordias como ésas perjudican el testimonio de la Iglesia y, como demuestra la experiencia, pueden ser explotadas fácilmente para comprometer su autoridad y su libertad”.

No es exagerado decir que proporcionar a los jóvenes una buena educación en la fe representa el desafío interno más urgente para la comunidad católica en vuestro país”, observó el Papa que, a continuación, sugirió algunas claves para hacer frente a ese reto.

En primer lugar -dijo- la tarea esencial de una auténtica educación (…) no es simplemente la transmisión de conocimientos, por muy esencial que sea, sino también la de dar forma a los corazones. Hay una necesidad constante de equilibrar el rigor intelectual en la comunicación (…) de la riqueza de la fe de la Iglesia con la formación de los jóvenes en el amor de Dios, la praxis de la moral cristiana y la vida sacramental, y no menos importante, del cultivo de la oración personal y litúrgica”.

Por eso, la cuestión de la identidad católica, también en ámbito universitario, “implica mucho más que la enseñanza de la religión o la mera presencia de una capellanía en el campus. A menudo, da la impresión de que las escuelas y colegios católicos no han logrado que los estudiantes se reapropien de su fe haciéndola parte de los emocionantes descubrimientos intelectuales que marcan la experiencia de la educación superior. El hecho de que tantos nuevos estudiantes se sientan disociados de la familia, la escuela y los sistemas de ayuda comunitaria que antes facilitaban la transmisión de la fe, debe impulsar a las instituciones católicas de enseñanza a crear nuevas y eficaces redes de apoyo

En todos los aspectos de su educación, subrayó el Santo Padre “los estudiantes deben ser alentados a articular una visión de la armonía entre fe y razón, capaz de guiarles a lo largo de toda la vida en la búsqueda del conocimiento y la virtud . En efecto, la fe por su propia naturaleza, exige una conversión constante y universal a la plenitud de la verdad revelada en Cristo (…) El compromiso cristiano con la enseñanza, que hizo nacer las universidades medievales, estaba basado en la convicción de que el único Dios, como fuente de toda verdad y bondad, es también fuente del deseo apasionado del intelecto por saber y del anhelo de la voluntad de realizarse en el amor”.

Sólo desde este punto de vista podemos apreciar la contribución distintiva de la educación católica, comprometida en una ‘diaconía de la verdad’ e inspirada por una caridad intelectual, que sabe que transmitir la verdad es, en última instancia, un acto de amor. Una fe que reconoce la unidad esencial de todo el conocimiento, ofrece un baluarte contra la alienación y la fragmentación que derivan de un uso de la razón separado de la búsqueda de la verdad y la virtud. En este sentido, las instituciones católicas tienen un papel específico que desempeñar para ayudar a superar la crisis actual de las universidades”.

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domingo, 23 de mayo de 2010

Dialéctica de enfrentamientos eclesiales

Por Salvador Bernal, en Religión Confidencial, Tribunas, lunes, 17 de Mayo de 2010

La semana pasada leí el comentario de la defensora del lector del diario El País. Reconocía el amplísimo espacio dedicado a los escándalos sexuales: 141 noticias y reportajes desde principio de año. Y eso en un periódico que no tiene en sentido estricto información religiosa. Pero han debido de ser más numerosas aún las quejas de los lectores, especialmente ante los titulares empleados, más escandalosos aún que los hechos relatados.

Muchos de las excusas caían por su base unos días después, cuando se presentaba un comentario profundo del Papa sobre la vida de la Iglesia, como “dura condena de Benedicto XVI a la actitud de la curia ante los abusos”. Al leerlo, recordé la arcaica tendencia del fundamentalismo laicista a enfrentar a unos creyentes con otros, como si se tratase de juegos políticos, en la línea del “amigo y enemigo” de Karl Schmitt.

Y me vinieron a la memoria –cosas de la edad- los tiempos del Concilio Vaticano II. Las confrontaciones dialécticas eran casi diarias, no sólo en el terreno doctrinal de fondo. Casi siempre había una especie de jefes de fila que se oponían a otros. Si no eran los de la periferia contra Roma, era un obispo de Brasil contra un cardenal de Europa.

Ciertamente, a lo largo de la Iglesia hubo tristes y duros enfrentamientos, a pesar de ser la unidad una de sus notas. Casi desde el primer momento, el Concilio de Jerusalén tuvo que moderar las exigencias de los judaizantes, tan presentes luego en las cartas de san Pablo. El propio Saulo debió resistir en público a Pedro en Antioquía, como relata en Gálatas 2, 11 ss. También tuvo discrepancias con Bernabé, hasta el punto de separar sus caminos (Hechos, 15, 37 ss). Y no digamos de enemistades hoy difícilmente comprensibles como la que san Cirilo de Alejandría manifestó durante años hacia san Juan Crisóstomo.

Pero, en los tiempos que corren, observo con pena que se vuelve a reproducir la simplificación reductiva ante problemas o realidades de la Iglesia que ofrecen su propia complejidad. El aparente enfrentamiento del arzobispo de Viena, Christoph Schönborn, contra el anterior secretario de Estado, Cardenal Angelo Sodano, evoca las supuestas y antiguas querellas entre Franz König y Sebastiano Baggio.

En el fondo, se intenta dar la impresión una vez más de que el Papa no controla la curia vaticana. O de que se opone a los criterios vividos por Juan Pablo II. Como si pensase en eso cuando comentaba en el avión camino de Portugal que los ataques a la Iglesia no proceden sólo de fuera, sino que muchos sufrimientos vienen del interior, del propio pecado de sus miembros. De ahí la necesidad de conversión, tema central en Fátima, con un calado espiritual completamente ajeno a politiquillas de menor cuantía.

Desde luego, la comunicación resulta siempre mejorable. Pero Benedicto XVI está sufriendo cierto fariseísmo que emplea varas de medir insuficientes juzgar hechos de importancia teológica y pastoral de entidad, como la actitud ante los tradicionalistas de Lefebvre, o el diálogo con musulmanes y judíos. Ahora, su coraje ante los escándalos sexuales está sirviendo para enfrentarlo con obispos de aquí o allá, que formarían, en frase asombrosa aparecida en El País, “una jerarquía corrupta, inmoral y podrida”.

Ante estas cosas, parece como si hubiera caído en desuso el viejo principio de que los hechos son sagrados, y las opiniones libres. Acabaría teniendo razón aquello de Nietzsche de que “no hay datos, sólo interpretaciones”. Y seguiremos leyendo adjetivos y verbos que prejuzgan el contenido de las afirmaciones: el “prestigioso” teólogo que se opone al celibato sacerdotal; el “polémico” documento del Papa, calificado así antes de leerlo, cuando no titulado con un “arremete” contra…

A mi juicio, corresponde al fundamentalismo laicista la “aproximación anacrónica a la sociedad contemporánea” que suele reprochar a la Jerarquía. Desde luego, ésta no tiene ya ninguna “forma autoritaria de control de las conciencias”, ni se caracteriza por “referencias apocalípticas sobre el mundo moderno”. Acusan a la Iglesia de no cambiar. Pero sin argumentos: sólo con clichés y estereotipos.

jueves, 20 de mayo de 2010

Las cruces nos persiguen

Por Rafael Navarro-Valls, Catedrático de la UCM y Académico numerario de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. En Análisis Digital, el 12 de mayo de 2010

Entiéndaseme bien, me refiero a los juristas. Quiero decir que, después de la discutible sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos sobre los crucifijos en Italia (caso Lautsie), dos pronunciamientos judiciales simultáneos coinciden en considerar la cruz latina como algo más que un símbolo religioso. La coincidencia tiene interés porque la primera proviene de un contexto anglosajón: la emite el Tribunal Supremo Federal de Estados Unidos; la otra, más modesta, se elabora en un juzgado aragonés, es decir, en una cultura continental europea. Un breve análisis de ambas puede ayudar a centrar la polémica sobre simbología religiosa en lugares públicos, de modo que ayudemos a calmar algo más las pasiones, sin dejar de satisfacer -en la medida de lo posible- las inteligencias.

La sentencia Salazar contra Buono (28 abril 2010) decide definitivamente por el TS americano una controversia que ha corrido toda la escala judicial americana, ha obligado a dos intervenciones del Congreso de los EE.UU, y ha durado nueve años. El debate se centra sobre la posible inconstitucionalidad de una cruz de unos 10 pies de altura situada en la reserva natural del desierto de Mojave (California). Fue construida en territorio público el año 1934 para honrar a los caídos de la I Guerra Mundial. El Congreso, para evitar la demolición exigida por Frank Buono -un ex cuidador del parque que aduce lesión de la separación Iglesia/Estado-, declaró la cruz “ memorial nacional”, incluyéndolo en un selecto grupo de monumentos, como el dedicado a Washington o el Jefferson Memorial. Posteriormente, transfiere la propiedad a la asociación privada que erigió la cruz.

Una cruz latina no es sólo una reafirmación de las creencias cristianas

No obstante, Buono sigue exigiendo su demolición, pues -según él - el “memorial” continúa enviando un “mensaje religioso”, en terreno que, de algún modo, sigue conectado con intereses públicos. Por 5 votos a 4, el Tribunal Supremo da la razón al gobierno frente a la pretensión del demandante. Entre otras razones -según la sentencia- porque “una cruz latina no es sólo una reafirmación de las creencias cristianas”. Es un símbolo de uso frecuente destinado, entre otras finalidades, a “honrar y respetar a aquellos cuya heroicidad merece un lugar en la historia de EE.UU“. Para el ponente de la sentencia : “aquí, en el desierto, la cruz evoca algo más que un hecho religioso. Evoca miles de pequeñas cruces en los campos extranjeros que señalan tumbas de estadounidenses que cayeron en combate”.

La sentencia tiene interés por varias razones. La primera, porque continúa una línea argumental que se remonta a la del TS en el caso Van Orden v. Perry (27 de junio de 2005). En ella se declara la constitucionalidad de un monolito situado frente al Congreso de Texas en el que, entre otros elementos figurativos, se recoge el texto de los Diez Mandamientos. Para el fallo, aunque los Diez Mandamientos tienen carácter religioso, también tiene un carácter histórico innegable, es decir secular. La Constitución no obliga al gobierno a retirar del ámbito público todo lo que tenga carácter religioso: eso sería un “absolutismo” incompatible con las tradiciones históricas norteamericanas. La segunda razón de la expectativa que había levantado la sentencia radicaba en comprobar cuál sería la postura de la nueva magistrada (Sonia Sotomayor) nombrada por Obama: ha votado con la minoría contra la cruz de Mojave.

No confundir laicidad con "ausencia de visibilidad de la religión"

Si de un lado del Atlántico saltamos al otro, la sentencia de 30 de abril de 2010 del Juzgado de lo Contencioso-Administrativo número 3 de Zaragoza desestima el recurso del Movimiento Hacia un Estado Laico (MHUEL) planteado contra el Reglamento de Protocolo del Ayuntamiento de Zaragoza. En el recurso se pretendía anular la decisión del alcalde socialista Belloch de mantener el crucifijo en el Salón de Plenos. La sentencia afirma que "el hecho de que exista una neutralidad del Estado en materia de libertad religiosa no significa que los poderes públicos hayan de desarrollar una especie de persecución del fenómeno religioso o de cualquier manifestación de tipo religioso". Y recuerda que el escudo de Aragón, reconocido en el Estatuto de Autonomía vigente, incluye tres cruces: “si se suprimieran habría que convenir que dicho escudo ya no sería el de Aragón”.

Repárese que tanto el TS americano como el Tribunal español coinciden en no confundir laicidad del Estado con “ausencia de visibilidad de la religión”. Es decir, como si la neutralidad fuera una situación artificial que garantiza entornos ‘libres de religión” pero no, como ha precisado Martínez Torrón, “libres de otras ideas no religiosas de impacto ético equiparable”. Esta visión inexacta conviene matizarla, pues con frecuencia, los símbolos religiosos conectan con tradiciones y costumbres que ya se han insertado en el código genético de un pueblo. En este sentido suelo recordar la sentencia Marsh v. Chambers del TS americano que, al declarar constitucional que se diga una oración pública en las sesiones del Senado, calificaba el hecho de “reconocimiento tolerable de las creencias ampliamente compartidas por el pueblo de EE.UU. y no un paso decidido hacia el establecimiento de una iglesia oficial”.

*Rafael Navarro-Valls, Catedrático de la Facultad de Derecho de a Universidad Complutense, Secretario General de la Academia de Jurisprudencia y Legislación y Miembro del Foro de la Sociedad Civil.

martes, 11 de mayo de 2010

Recuerdos y reflexiones

Así se titula el nuevo libro de Joaquín Navarro-Valls (Recuerdos y Reflexiones, Plaza & Janés)

En este libro, Joaquín Navarro-Valls ofrece al lector episodios y experiencias vividos durante todos los años que acompañó a Juan Pablo II, además de su análisis de numerosas y variadas cuestiones de la actualidad. El lector conocerá momentos cruciales de la historia, como los encuentros del Papa con figuras de la importancia de Gorbachov, Fidel Castro, la Madre Teresa de Calcuta y Ronald Reagan. Al mismo tiempo, el autor ofrece su visión acerca de los acontecimientos más relevantes de la historia; reflexiona sobre ética, política, y sobre cuestiones culturales, religiosas y científicas.

domingo, 9 de mayo de 2010

Los laicistas medievales

Por Luis Sánchez de Movellán de la Riva, Doctor en Derecho, Abogado y Escritor, en Análisis Digital, el 6 de mayo de 2010

Asistimos a una especie de retorno al pasado, pero con los papeles cambiados. Hoy nos encontramos oprimidos por la prepotencia de los que combaten al catolicismo con un tono inquisitorial laicista. Y el ariete del presunto pedofilismo de algunos sacerdotes está sirviendo para intentar destruir dos mil años de historia. Los ataques se dirigen especialmente a la bondadosa imagen de Su Santidad Benedicto XVI en un intento de golpear a la cabeza visible de la Iglesia. Con la excusa del 0,03% de sacerdotes presuntamente pedófilos –ya que este es el porcentaje de los viciosos sobre el total de los eclesiásticos- se intenta ensuciar la buena imagen de que siempre ha gozado la institución eclesiástica en sus dos mil años de historia.

El laicismo medieval abandona su esencia de una presunta racionalidad para atacar a la Iglesia con un tono del más exquisito fanatismo inquisitorial: o abjuras o te quemo. La artificiosidad de la polémica sobre los presuntos sacerdotes pedófilos ha venido a demostrar lo anterior. El error de unos pocos sirve para poner en cuestión a la Iglesia entera: el Papa, la jerarquía, el culto, la misión encomendada, el papel que más de mil millones de fieles la atribuyen.

No se hace nada parecido con el Estado, el homólogo laico de la Iglesia. Cada día nos encontramos con funcionarios tentados por el cohecho, políticos corrompidos, jueces que prevarican o militares que olvidan su juramento. Y a nadie se le ocurre decir que el Estado roba, se corrompe, prevarica o abjura. Se debe castigar a los individuos que han delinquido, pero no se abate el edificio. No se debe confundir la parte con el todo como se está haciendo, intencionada y aviesamente, con la Iglesia. El argumento de los anticlericales a la violeta, reza: la Iglesia no es creíble porque predica la castidad y después la infringe. Pues el razonamiento también valdrá para el Estado: el Leviatán impone la legalidad y después la viola. Estamos ante posiciones idénticas con consecuencias opuestas: dureza y castigo para la Una, indulgencia y perdón para el Otro.

Dos pesas y dos medidas para idénticas situaciones, así como una grave intolerancia laicista para cualquier tentativa de autodefensa católica. Cuando un eclesiástico ha tratado de distinguir entre los poquísimos sacerdotes pedófilos y el restante cuerpo sano de la estructura eclesial, se le ha intentado callar multiplicando la polémica. Ha sido el caso del predicador apostólico, el barbado fraile capuchino, Padre Rainiero Cantalamessa cuando dijo: “la transmisión de la responsabilidad de la culpa personal sobre la colectiva nos recuerda los aspectos más vergonzosos del antisemitismo”. El usar un argumento retórico desató sobre el beatífico franciscano un torrente de acusaciones interesadas: citar a propósito la Shoah, sublimar las obscenidades de una iglesia pedófila con la identificación con un drama universal, etc.

Extender al todo –en este caso, la Iglesia- la culpa de una ínfima fracción -los curas pedófilos- es un truco lógico, más viejo que Matusalem, encaminado a aniquilar al enemigo, en este caso a la Iglesia. Es un truco totalitario que sirvió a los nacionalsocialistas contra los judíos y los gitanos, a los soviéticos contra los kulaks, a la Monarquía francesa contra los Templarios, a los jacobinos contra la nobleza, a los turcos contra los armenios. El argumento ha sido siempre el mismo: hacer pagar a todos la presunta culpa de unos pocos, ligando irracionalmente unos con otros con el hilo ignominioso de la responsabilidad colectiva.

A la Iglesia hoy se la trata con poco respeto y se la vapulea como un punching ball. Al Papa se le trata como si el pedófilo fuese él o, por lo menos tan cómplice, como para confundirle con el pecador. Una especie de responsabilidad objetiva por ser la cabeza visible de una estructura en la que se integran cuatro delincuentes. Una imbecilidad parecida a acusar a Juan Carlos I, cabeza visible en la Jefatura del Estado español, porque un diputado a Cortes es un corrupto manifiesto, un juez es un prevaricador nato o un maestro nacional castiga a un niño.

Es verdad que el mundo se ha secularizado, pero se exagera y, a este paso, la explosión del laicismo acabará por aplastar la propia laicidad y su noble historia. El triunfo de la prepotencia y la intolerancia laicistas es una pérdida de la libertad. Para todos es un retorno a las épocas más oscuras del Medievo, aunque esta vez la Iglesia es sinónimo de libertad frente a la opresión de los Torquemadas laicistas.

domingo, 28 de marzo de 2010

Nuevo reino del terror

En mi blog cambiaelmundo he dedicado hasta cinco post a situar en su justa medida la campaña de acoso a la Iglesia por el asunto de los casos de abusos a menores. Tras el meritorio trabajo de arrojar luz sobre la manipulación que se está produciendo, los tres post que acabo de traer aquí desenmascaran, en mi opinión, el fondo de todos estos ataques, es decir, una ofensiva mendaz y violenta del laicismo contra la Iglesia.

ROMA, 24 Mar. 10 (ACI).-Elizabeth Lev es una historiadora estadounidense que actualmente trabaja en Roma y que rechaza la campaña mediática actual contra sacerdotes y religiosos. La compara a la de finales del siglo XVIII en Francia cuando los escándalos se magnificaban para hacer creer que esto era endémico en el clero, lo que llevaría años más tarde al asesinato de muchos presbíteros. A partir de la perspectiva de un analista inglés protestante de esa época, la experta explica que la intención de los ataques es destruir la fuerza moral de la Iglesia Católica.

En un artículo titulado "En defensa del clero católico (¿o queremos otro reino del terror?)" publicado en el sitio web Politics Daily, Lev se refiere al clima triunfalista en 1790 en Francia con la revolución y a la postura de Edmund Burke, un protestante miembro del Estado inglés, que en ese año criticaba la campaña anticlerical de los franceses que desenterraban escándalos de décadas e incluso, siglos pasados.

"Viendo el estilo general de las últimas publicaciones, uno podría pensar que el clero de Francia son una especie de monstruos, una horrible composición de superstición, ignorancia, pereza, fraude, avaricia y tiranía. ¿Pero, es cierto esto?", se cuestionaba Burke.

Tras preguntarse sobre lo que Burke habría opinado ante los intentos mediáticos actuales de vincular, a cualquier precio, al Papa con cualquier escándalo de pedofilia, Lev señala que el protestante inglés comentaba en aquel entonces que "no escucho con mucha credibilidad a quien habla del mal de aquellos a quienes van a saquear. Sospecho, en cambio, que los vicios a los que se refieren son fingidos o exagerados cuando se busca solo provecho en el castigo que planean".

Cuando Burke escribía esto, dice Lev, "los revolucionarios franceses estaban alistándose para la confiscación masiva de las propiedades de la Iglesia".

Actualmente, escribe la historiadora, "los salaces informes sobre los abusos sexuales del clero (como si estuvieran limitados solo al clero católico) han sido colocados por encima de las masacres de cristianos en India e Irak. Además, la frase 'abuso sexual del clero' se equipara erróneamente con 'pedofilia' para avivar aún más la indignación. No consideran la perspicacia política de un Edmund Burke que se pregunta por qué la Iglesia Católica es escogida para ser tratada así".

Luego de reconocer que efectivamente es gravísimo el mal producido por una pequeñísima minoría de sacerdotes católicos contra menores, Lev recuerda que son muchísimos más los que "viven santamente en sus parroquias, atendiendo a sus feligreses. Estos buenos hombres han sido manchados por la misma tinta venenosa" de muchos medios.

Seguidamente señala que en Estados Unidos los abusos sexuales de clérigos no llegan al 2 por ciento y que este dato lo presentó el New York Times. Pero al "leer los diarios, parecería que el clero católico tiene un monopolio en acosos a menores".

"Si Burke estuviese vivo hoy día, tal vez habría discernido otro motivo detrás de los ataques al clero católico, además de las propiedades de la Iglesia: principalmente destruir la credibilidad de una voz moral poderosa en el debate público" que se ha hecho evidente, por ejemplo, en la reforma de salud en Estados Unidos.

Ante la posición pro-vida de los prelados, precisa Lev, "y para silenciar la voz moral de la Iglesia, la opción preferida ha sido la de desacreditar a sus ministros".

"A tres años de las reflexiones de Burke, sus predicciones probaron estar en lo cierto. El Reino del Terror llegó en 1793, llevando a cientos de sacerdotes a la guillotina y forzando al resto a jurar lealtad al Estado por encima de la Iglesia. Para Burke estaba claro que la campaña anticlerical de 1790 era 'solo temporal y preparatoria para la abolición última… de la religión cristiana al llevar a sus ministros al desprecio universal'", prosigue la historiadora.

"Uno espera que los estadounidenses tengan el suficiente sentido común para cambiar de curso mucho antes de que lleguemos a este punto", concluye.

Guerra al Cristianismo

Por Marcello Pera. Corriere della Sera, Milán, 17-03-2010

Esta guerra al cristianismo no sería tan peligrosa si los cristianos la advirtiesen

Por su especial interés damos a conocer una carta al director del periódico Corriere della Sera firmada por Marcello Pera. Pera es Senador de la República Italiana y profesor de filosofía, no es católico. Escribió diversos libros sobre la identidad cristiana de Europa, entre los que destacan: Senza radici, Pera, Marcello y Ratzinger, Joseph, Ed. Mondadori, Milano 2004; Perché dobbiamo dirci cristiani, Ed. Mondadori, Milano 2008, con prefacio del Papa Benedicto XVI.
Una agresión al Papa y a la democracia

Estimado director:

La cuestión de los sacerdotes pedófilos u homosexuales desencadenada últimamente en Alemania tiene como objetivo al Papa. Pero se cometería un grave error si se pensase que el golpe no irá más allá, dada la enormidad temeraria de la iniciativa. Y se cometería un error aún más grave si se sostuviese que la cuestión finalmente se cerrará pronto como tantas otras similares. No es así. Está en curso una guerra. No precisamente contra la persona del Papa ya que, en este terreno, es imposible. Benedicto XVI ha sido convertido en invulnerable por su imagen, por su serenidad, su claridad, firmeza y doctrina. Basta su sonrisa mansa para desbaratar un ejército de adversarios.

No, la guerra es entre el laicismo y el cristianismo. Los laicistas saben bien que, si una mancha de fango llegase a la sotana blanca, se ensuciaría la Iglesia, y si fuera ensuciada la Iglesia lo sería también la religión cristiana. Por esto, los laicistas acompañan su campaña con preguntas del tipo « ¿quién más llevará a sus hijos a la Iglesia?», o también « ¿quién más mandará a sus chicos a una escuela católica?», o aún también « ¿quién hará curar a sus pequeños en un hospital o una clínica católica?».

Hace pocos días una laicista ha dejado escapar la intención. Ha escrito: «La entidad de la difusión del abuso sexual de niños de parte de sacerdotes socava la misma legitimidad de la Iglesia católica como garante de la educación de los más pequeños». No importa que esta sentencia carezca de pruebas, porque se esconde cuidadosamente «la entidad de la difusión»: ¿uno por ciento de sacerdotes pedófilos?, ¿diez por ciento?, ¿todos? No importa ni siquiera que la sentencia carezca de lógica: bastaría sustituir «sacerdotes» con «maestros», o con «políticos», o con «periodistas» para «socavar la legitimidad» de la escuela pública, del parlamento o de la prensa. Lo que importa es la insinuación, incluso a costa de lo grosero del argumento: los sacerdotes son pedófilos, por tanto la Iglesia no tiene ninguna autoridad moral, por ende la educación católica es peligrosa, luego el cristianismo es un engaño y un peligro.

Esta guerra del laicismo contra el cristianismo es una batalla campal. Se debe llevar la memoria al nazismo y al comunismo para encontrar una similar. Cambian los medios, pero el fin es el mismo: hoy como ayer, lo que es necesario es la destrucción de la religión. Entonces Europa, pagó a esta furia destructora, el precio de la propia libertad. Es increíble que, sobre todo Alemania, mientras se golpea continuamente el pecho por el recuerdo de aquel precio que ella infligió a toda Europa, hoy, que ha vuelto a ser democrática, olvide y no comprenda que la misma democracia se perdería si se aniquilase el cristianismo.

La destrucción de la religión comportó, en ese momento, la destrucción de la razón. Hoy no comportará el triunfo de la razón laicista, sino otra barbarie. En el plano ético, es la barbarie de quien asesina a un feto porque su vida dañaría la «salud psíquica» de la madre. De quien dice que un embrión es un «grumo de células» bueno para experimentos. De quien asesina a un anciano porque no tiene más una familia que lo cuide.

De quien acelera el final de un hijo porque ya no está consciente y es incurable. De quien piensa que «progenitor A» y «progenitor B» es lo mismo que «padre» y «madre». De quien sostiene que la fe es como el coxis, un órgano que ya no participa en la evolución porque el hombre no tiene más necesidad de la cola y se mantiene erguido por sí mismo.

O también, para considerar el lado político de la guerra de los laicistas al cristianismo, la barbarie será la destrucción de Europa. Porque, abatido el cristianismo, queda el multiculturalismo, que sostiene que cada grupo tiene derecho a la propia cultura. El relativismo, que piensa que cada cultura es tan buena como cualquier otra. El pacifismo que niega que exista el mal.

Esta guerra al cristianismo no sería tan peligrosa si los cristianos la advirtiesen. En cambio, muchos de ellos participan de esa incomprensión. Son aquellos teólogos frustrados por la supremacía intelectual de Benedicto XVI. Aquellos obispos equívocos que sostienen que entrar en compromisos con la modernidad es el mejor modo de actualizar el mensaje cristiano. Aquellos cardenales en crisis de fe que comienzan a insinuar que el celibato de los sacerdotes no es un dogma y que tal vez sería mejor volver a pensarlo. Aquellos intelectuales católicos apocados que piensan que existe una «cuestión femenina» dentro de la Iglesia y un problema no resuelto entre cristianismo y sexualidad. Aquellas conferencias episcopales que equivocan en el orden del día y, mientras auspician la política de las fronteras abiertas a todos, no tienen el coraje de denunciar las agresiones que los cristianos sufren y las humillaciones que son obligados a padecer por ser todos, indiscriminadamente, llevados al banco de los acusados. O también aquellos embajadores venidos del Este, que exhiben un ministro de exteriores homosexual mientras atacan al Papa sobre cada argumento ético, o aquellos nacidos en el Oeste, que piensan que el Occidente debe ser «laico», es decir, anticristiano.

La guerra de los laicistas continuará, entre otros motivos porque un Papa como Benedicto XVI, que sonríe pero no retrocede un milímetro, la alimenta. Pero si se comprende por qué no cambia, entonces se asume la situación y no se espera el próximo golpe. Quien se limita solamente a solidarizarse con él es uno que ha entrado en el huerto de los olivos de noche y a escondidas, o quizás es uno que no ha entendido para qué está allí.

Clima artificial de pánico moral

Por Rafael Navarro-Valls, Catedrático de la UCM y Académico numerario de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. En El Mundo, lunes, 22 de marzo de 2010.

Un tribunal de la Haya decidió en julio de 2006 que el partido pedófilo Diversidad, Libertad y Amor Fraternal (PNVD, siglas holandesas), “no puede ser prohibido, ya que tiene el mismo derecho a existir que cualquier otra formación”. Los objetivos de este partido político eran: reducir la edad de consentimiento (12 años) para mantener relaciones sexuales, legalizar la pornografía infantil, respaldar la emisión de porno duro en horario diurno de televisión y autorizar la zoofilia. El partido acaba de disolverse esta misma semana. Al parecer, ha contribuido decisivamente la “dura campaña” lanzada desde todos los frentes, internet incluido, por el sacerdote católico F.Di Noto, implacable en la lucha contra la pedofilia.

Esta buena noticia - cuyo protagonista es un sacerdote católico- coincide con otra mala, protagonizada también por sacerdotes de esta confesión. Me refiero a la tempestad mediática desatada por abusos sexuales de algunos clérigos sobre menores de edad. Estos son los datos: 3.000 casos de sacerdotes diocesanos involucrados en delitos cometidos en los últimos cincuenta años, aunque no todos declarados culpables por sentencia condenatoria. Según Charles J. Sicluna – algo así como el fiscal general del organismo de la Santa Sede encargado de estos delitos- : “el 60% de estos casos son de ‘efebofilia’, o sea de atracción sexual por adolescentes del mismo sexo; el 30% son de relaciones heterosexuales, y el 10%, de actos de pederastia verdadera y propia, esto es, por atracción sexual hacia niños impúberes. Estos últimos, son unos trescientos. Son siempre demasiados, pero hay que reconocer que el fenómeno no está tan difundido como se dice”.

Efectivamente, si se tiene en cuenta que hoy existen unos 500.000 sacerdotes diocesanos y religiosos, esos datos –sin dejar de ser tristes, - suponen un tanto por ciento no superior al 0.6%. El trabajo científico más sólido que conozco de autor no católico es el del profesor Philip Jenkins, Pedophiles and Priest, Anatomy of a Contemporary Crisis (Oxford University Press). Su tesis es que la proporción de clérigos con problemas de desorden sexual es menor en la Iglesia Católica que en otras confesiones. Y, sobre todo, mucho menor que en otros modelos institucionales de convivencia organizada. Si en la Iglesia Católica pueden ahora resaltar más - y antes- es por la centralización eclesiástica de Roma, que permite recoger información, contabilizar y conocer los problemas con más inmediatez que en otras instituciones y organizaciones, confesionales o no. Hay dos ejemplos recientes que confirman los análisis de Jenkins. Los datos que acaban de facilitar las autoridades austriacas indican que, en un mismo período de tiempo, los casos de abusos sexuales señalados en instituciones vinculadas a la Iglesia han sido 17, mientras que en otros ambientes eran 510. Según un informe publicado por Luigi Accatoli (un clásico del Corriere della Sera), de los 210.000 casos de abusos sexuales registrados en Alemania desde 1995, solamente 94 corresponden a personas e instituciones de la Iglesia católica. Eso supone un 0,045%.

Me da la impresión de que se está generando un clima artificial de “pánico moral”, al que no es ajeno cierta pandemia mediática o literaria centrada en las “desviaciones sexuales del clero”, convertidas en una suerte de pantano moral. Nada nuevo, por otra parte, pero que ahora alcanza cotas desproporcionadas, al conocerse hace unos días los casos ocurridos en Alemania, Austria y Holanda. La campaña recuerda las leyendas negras sobre el tema en la Europa Medieval, la Inglaterra de los Tudor, la Francia revolucionaria o la Alemania nacional-socialista. Coincido con Jenkins cuando observa: “el poder propagandístico permanente de la cuestión pedófila fue uno de los medios de propaganda y acoso utilizados por los políticos, en su intento de romper el poder de la Iglesia católica alemana, especialmente en el ámbito de la educación y servicios sociales”. Himmler charged that "not one crime is lacking from perjury through incest to sexual murder," offering the sinister comment that no one really knows what is going on "behind the walls of monasteries and in the ranks of the Roman brotherhood". Esta idea es ilustrativa, si se piensa en aquel comentario de Himmler: “nadie sabe muy bien lo que ocurre tras los muros de los monasterios y en las filas de la comunidad de Roma…". Hoy también se mezcla la información de datos y hechos con insinuaciones y equívocos provocados. Al final, la impresión es que la única culpable de esa triste situación es la Iglesia católica y su moral sexual.

Dicho esto, es evidente que el problema tiene la gravedad suficiente para abordarlo sin oblicuidades. Vayamos a sus causas. Debo reconocer que me llamó la atención el énfasis que Benedicto XVI puso en la reiterada condena de estos abusos en su viaje a Estados Unidos. Los analistas esperaban, desde luego, alguna referencia al tema. Pero sorprendió que por cuatro veces aludiera a estos escándalos. Y es que, en realidad, esta cuestión hunde sus raíces en los años sesenta y setenta, pero estalla a principios del nuevo milenio con sus repercusiones patrimoniales y de reparación para las víctimas. Algo, pensaba yo, que pertenece al pasado. A un pasado que coincidió con la llamarada de la revolución sexual de los sesenta. Por entonces se descubrió, entre otras filias y fobias, la “novedad” de la pedofilia, apuntando, entre otros objetivos, a la demolición de las “murallas” levantadas para impedir el contacto erótico entre adultos y menores. ¿Quién no recuerda – en torno a aquellos años - a Mrs Robinson y a Lolita…? Si se hurga un poco comprobaremos que algunos de los más inflexibles “moralistas” actuales, fueron apóstoles activos de la liberación sexual de los sesenta/setenta.

Esta revolución ha marcado a una cultura y a su época, dejando una profunda huella, que contagió también a ciertos ambientes clericales. Así, algunas Universidades católicas de América y Europa desarrollaron enseñanzas con una concepción equívoca de la sexualidad humana y de la teología moral. Al igual que toda una generación, algunos de los seminaristas no fueron inmunes y actuaron luego de modo indigno. Contra esa podredumbre se enfrentó decididamente Juan Pablo II, cancelando el permiso de enseñar en esas Universidades a algunos docentes, entre ellos a Charles Curran, exponente cualificado de aquella corriente.

Benedicto XVI, no obstante las raíces antiguas del problema, decidió actuar con tolerancia cero en algo que mancha el honor del sacerdocio y la integridad de las víctimas. De ahí sus reiteradas referencias al tema en Estados Unidos y su rápida reacción convocando a Roma a los responsables, cuando el problema estalló en algunas diócesis irlandesas. De hecho acaba de hacerse pública una dura carta a la Iglesia en Irlanda donde el Papa viene a llamar “traidores” a los culpables de los abusos y anuncia, entre otras medidas, una rigurosa inspección en diócesis, seminarios y organizaciones religiosas. Resulta sarcástico el intento de involucrarle ahora en escándalos sexuales de algún sacerdote de la diócesis que regentó hace años el arzobispo Ratzinger. Sobre todo si se piensa que fue precisamente el cardenal Ratzinger quien, como prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, firmó el 18 de mayo de 2001 la circular De delictis gravioribus (“crímenes más graves”) con duras medidas ejecutivas contra esos comportamientos. El propio hecho de reservar a la Santa Sede juzgar los casos de pedofilia (junto con los atentados contra los sacramentos de la Eucaristía y la Confesión) subraya la gravedad que les confiere, así como el propósito de que el juicio no aparezca “condicionado” por otras instancias locales, potencialmente más influenciables.

Desde luego, en todas partes cuecen habas. Nigel Hamilton ha escrito sobre la presidencia de EE.UU: “En la Casa Blanca hemos tenido a violadores, mariposones, y, para decirlo suavemente, personas con preferencias sexuales poco habituales. Hemos tenido asesinos, esclavistas, estafadores, alcohólicos, ludópatas y adictos de todo tipo. Cuando un amigo le preguntó al presidente Kennedy por qué permitía que su lujuria interfiriese en la seguridad nacional, respondió: "No puedo evitarlo".

Ante el problema, la Iglesia es una de las pocas instituciones que no ha cerrado las ventanas ni atrancado las puertas hasta que pase la tormenta. No se ha acurrucado en sí misma “hasta que los bárbaros se retiren a los bosques”. Ha plantado cara al problema, ha endurecido su legislación, ha pedido perdón a las víctimas, las ha indemnizado y se ha tornado implacable con los agresores. Denunciemos los errores, desde luego, pero seamos justos con quienes sí quieren –a diferencia de Kennedy- evitarlos.

jueves, 12 de febrero de 2009

¿La Iglesia contra el Estado?

Por MARCELO LÓPEZ CAMBRONERO, del INSTITUTO DE FILOSOFÍA EDITH STEIN, en IDEAL Granada, el 11 de febrero de 2009

EN su artículo Causas de discordia, ¿qué hay de especial en las disputas religiosas? Kwame Anthony Appiah, profesor de Filosofía en la Universidad de Princeton, nos cuenta cómo en el mundo premoderno la pertenencia religiosa no era considerada una de las fuentes de identidad causantes de conflicto y cómo, de hecho, no existía en las lenguas una palabra que pudiera traducirse por la moderna palabra 'religión'. Allí donde existía una palabra semejante ('religio', en latín), su significado no era comparable al uso que le damos en la actualidad. Su conclusión es que el fenómeno religioso nunca fue una importante causa de conflictos entre las naciones.

Leído el artículo del profesor Appiah, que podemos encontrar en el número de verano de 2008 de la revista cultural 'La torre del Virrey', no pueden dejar de surgirnos una serie de preguntas relevantes, puesto que la concepción que nos han enseñado de la Edad Media y de las denominadas 'guerras de religión' es radicalmente distinta.

Hemos aprendido de la eternamente recurrente historia que el mundo medieval y los inicios de la modernidad estaban heridos por conflictos religiosos dogmáticamente irresolubles, de tal manera que la única forma de permitir la convivencia entre personas de distintos credos fue, en primer lugar, el principio cuius regio, eius religio que, de facto, eliminaba la diferencia por la vía de la apropiación por parte del estado de la identidad religiosa; y, en segundo lugar, la pretensión de crear un estado neutral bajo cuya capa pudieran vivir todas las religiones siempre que quedaran circunscritas al ámbito de lo privado. Los libros de historia insisten, por lo tanto, en el papel salvador del estado moderno, de la misma manera y con la misma intención que los libros de derecho insisten en la tajante separación entre el derecho y la moral, apoyada en las tesis de Thomasius.

Ambas posiciones, la eliminación de la libertad religiosa y la disolución de la misma al adscribirla al ámbito de lo privado, son incapaces de responder al problema de la pluralidad religiosa con un mínimo de tolerancia.

Sin embargo, si leemos el texto de Appiah, así como si atendemos a otros trabajos contemporáneos como Imaginación Teopolítica de William Cavanaugh o, tal y como él me contó, a su volumen de próxima publicación en Oxford University Press El mito de la violencia religiosa, nos da la impresión de que la pertenencia religiosa como fuente de conflictos es una problemática relativamente reciente, creada por el estado moderno. La modernidad genera crecientes conflictos entre identidades diversas porque construye los parámetros de pertenencia a través de posiciones contrapuestas: se fija el límite de quienes somos nosotros, nuestro grupo, por fuera, es decir, a partir de la comprensión de los que no somos nosotros.

La pertenencia a la Iglesia, en contraste, nunca ha sido excluyente, ni siquiera en aquellos momentos en los que el poder establecido perseguía a una u otra confesión.

Ni lo fue durante el Imperio Romano, ni lo es hoy. El conflicto entre Iglesia y Estado no surgió, pues, porque la Iglesia quisiera determinar de forma excluyente la identidad de los creyentes, sino por el uso que el poder establecido hizo de la pertenencia religiosa en su propio provecho. Así nació el cisma anglicano, y así actuó en Francia Catalina de Médicis en el tristemente célebre día de San Bartolomé, en 1572, cuando convenció al rey Carlos IX de que los hugonotes eran especialmente reacios a aceptar el centralismo político y que había que reducirlos por la fuerza. A partir de ese momento las "guerras de religión" francesas son la batalla entre los protestantes y los católicos juntos, enfrentados contra el rey y su proyecto de una Iglesia Católica Galicana. Desde esos ejemplos, pasando por el regalismo y el cisma de Avignon, el poder, también infiltrándose en el interior de la Iglesia, ha utilizado las creencias para generar conflictos que redunden en su propio beneficio.

Cuanto más sabemos de las 'guerras de religión' más descubrimos que fueron guerras declaradas por los nacientes estados modernos a las confesiones religiosas, y no un conflicto entre distintas confesiones.

Insisto, por lo tanto, en que la pertenencia a la Iglesia no genera identidades excluyentes. De hecho no puede plantearlas, puesto que la comunidad de los creyentes que denominamos Iglesia afirma que Cristo ha muerto por todos los hombres. La pertenencia a la Iglesia es siempre inclusiva, abierta, mientras que las identidades modernas se construyen siempre de forma exclusiva, negativa, es decir, en comparación con los que no son como nosotros.

domingo, 9 de marzo de 2008

Obispos y ayatolás

«Es grave que en mi partido comparen a los obispos con los ayatolás»

Entrevista a Gotzone Mora, en La Razón, 8 de marzo de 2008

-¿Cómo compatibiliza el ser católica y socialista?
-No es fácil. Para mí lo más importante es haber descubierto que Dios es real, no un concepto. Dios se ha encarnado y nos deja la fuerza de la Eucaristía, donde reside el auténtico poder de los cristianos. Entendí que el PSOE era una institución donde como cristiana podía dar la vida para que otros tuvieran vida, como hizo Jesús, y pensé que en este partido era respetada en mi fe, mi libertad religiosa y en mi confesión católica.

-Y, en estos momentos, con un conflicto abierto entre algunos miembros de la cúpula del PSOE y la jerarquía de la Iglesia...
-Se hace muy duro ver que no dejan que tus pastores se expresen en libertad, e incluso son chantajeados por no participar del pensamiento reinante. No se puede afirmar que se irá contra los acuerdos Iglesia-Estado si siguen ejerciendo su libertad de expresión. Y me parece grave que miembros eminentes de mi partido hayan comparado a los obispos con los ayatolás. Ya quisieran en esos países haber tenido las consecuencias culturales y las libertades a las que tanto ha contribuido la Iglesia católica. En este momento no es fácil ser católica y socialista aunque hay muchos católicos en el PSOE. Algunos de ellos me dicen: «Gotzone, ¿que hacemos?» Es una respuesta difícil.

-Con una Constitución que proclama la aconfesionalidad del Estado, ¿cómo debe ser tratada la Iglesia?
-Se debe, ante todo, reconocer la libertad religiosa que, no sólo es un derecho humano, sino en el caso de España forma parte de nuestra configuración cultural. Así lo entienden países como Reino Unido, Suecia, Dinamarca o Italia, porque conceptos como el de persona, o instituciones como la Universidad no existirían ni se comprenderían sin la Iglesia Católica, al menos de la manera que los conocemos.

-¿Por qué se empeña la izquierda en una educación pública y laica?
-Quizá en algún momento, por la contraposición izquierda-derecha y religión pudo tener algún sentido, pero hoy proclamar que la enseñanza sea únicamente laica es participar de la concepción del pensamiento único. Si en la izquierda reconocemos distintos modelos antropológicos, tenemos que reconocer modelos distintos en educación. Si se ponen impedimentos a la libertad de elección de centro, el sistema se puede acabar convirtiendo en una forma de control de la formación de las personas al arbitrio del partido que esté en el poder. Urge un pacto entre todos en este tema, que ahonde en la libertad de pensamiento y de educación.

-¿Se enmarca en este contexto la polémica por la nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía?
-Algunos han dicho que la Iglesia quería tutelar desde la fe a los españoles. Que yo sepa el proyecto católico no se impone a nadie, es para los católicos y para aquellos que libremente quieran optar por él. Sin embargo, Educación para la ciudadanía si que es tutelar la moral de todos los españoles por decreto ley. Es muy peligroso.

-Su oposición a ETA, le ha hecho muy popular, y ahora, militando en el PSOE, trabaja para un ejecutivo autonómico del PP. ¿Cree que la valoran suficientemente?
-Estamos en Cuaresma, no me tiente que soy una pobre mujer. Las gentes buenas me quieren y siento cada día el amor y la ternura de Dios y de mi familia. En todos los sitios hay dificultades, pero en este momento mi deber como católica, responsable política, pero sobre todo madre, esposa e hija, es decir que no se puede votar a José Luis Rodríguez Zapatero, no sólo porque no se llega a final de mes, o porque se ha dejado que el terrorismo tenga ventaja. La gente buena de los distintos lugares de España no se fía de quien falta a la verdad, queriendo provocar tensión y drama para que a él le vaya bien. ¿Quién quiere tener un presidente así? Yo no.

-¿Qué le parece la elección de Rouco al frente del Episcopado?
-En tiempos difíciles hacen falta referentes claros. El cardenal Rouco ha transformado muy positivamente la diócesis de Madrid. Los católicos, a nivel nacional e internacional, miran hacia él. Su palabra es de identidad clara, aliento y esperanza.