miércoles, 30 de noviembre de 2011

“La santidad es toda la vida cotidiana: la familia, el trabajo, la justicia y la integridad personal”

Discurso de investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Navarra de Joseph Weiler, catedrático de la Universidad de Nueva York. Sábado 5 de noviembre de 2011.

Joseph Halevi Horowitz Weiler es un hombre peculiar, extraordinario casi. Un judío errante que nació en Sudáfrica y ha vivido en Israel, el Reino Unido, Italia y EEUU. «Nunca he estado más de 10 años en un mismo sitio», afirma con una voz extrañamente parecida a la de Leonard Cohen. Sus pobladas cejas le confieren un aspecto fiero que se esfuma al hablar: su sentido del humor supera al entrecejo. Hijo y nieto de rabinos, por sus venas corre sangre de sionistas polacos y rusos. Su madre nació en el Congo belga y se educó en un convento católico, «¡donde decía Moisés en vez de Jesús!». Dirigió una unidad de 11 tanques en Israel, y ahora da clases en la Universidad de Nueva York. Está considerado como uno de los mayores expertos del mundo en la Unión Europea, pero su pasión es la literatura. «Mi mejor libro es una novela», afirma en referencia a Der Fall Steinmann, unbestseller en Amazon. Ahora prepara la segunda: «La literatura es el acceso más profundo a la condición humana, por eso la amo». De la entrevista en el diario El Mundo, sábado 5 de noviembre de 2011.

Discurso de investidura como Doctor Honoris Causa por la Universidad de Navarra de Joseph Weiler

“[…] En tan solemne ocasión, me gustaría referirme brevemente a la relación que existe entre el Derecho —la disciplina objeto de mi investidura— y la santidad. Me resulta consolador hallarme e incorporarme a una institución académica en la que la palabra santidad no resulta en modo alguno extraña o fuera de lugar, sino próxima y cercana.

¿Acaso el Derecho, la ley, con sus legalismos, no constituye realmente la antítesis de la santidad? Occidente es la Cristiandad y ese antónimo ley-santidad está profundamente enraizado en nuestra civilización. El antinominalismo paulino es un valor compartido tanto por creyentes como por no creyentes. Entendámonos bien: no sostengo que el Cristianismo haya abolido la Ley sino que la revolución paulina abandonó la ley ritual mosaica —la cáscara— para quedarse con el núcleo moral —la pulpa—. Nada tiene de inmoral comer carne de cerdo; ¿por qué mantener entonces la prohibición?

Quiero recordar en este momento las conocidas palabras del evangelista: no es lo que entra por la boca lo que contamina al hombre; sino lo que sale de la boca. Todos consideramos que el Estado de Derecho en su sentido más amplio, el denominado rule of law, es un elemento constitutivo de nuestro paradigma de valores democráticos. Sin embargo, difícilmente vemos en él un valor espiritual y mucho menos la santidad.

Si esto es así, ¿cómo se explica que nosotros, los judíos, seamos tan obsti…, quiero decir, tan persistentes, tan testarudos? Por supuesto que hemos mantenido la ley moral —No matarás—, pero ¿por qué mantener también las normas alimenticias, la comida kosher? No sólo el cerdo está prohibido, también los mariscos, el caviar; la leche y la carne ni siquiera se pueden mezclar. A veces pienso: si algo es bueno, ¡seguro que no es kosher! Por otra parte, ¿Qué tiene de malo conducir, o ver la televisión, o usar un ascensor en sábado? ¿Por qué no se pueden llevar lana y lino juntos? ¿Es realmente necesario que marido y mujer no compartan lecho doce días al mes?...y, lo que es más importante, ¿qué tienen que ver todas estas leyes —y cientos más como ellas— con la santidad? ¿Cuál es la razón de ser de esta esclavitud a la que nos somete una Ley aparentemente sin sentido?

Piense cada uno de ustedes en un acontecimiento de su vida al que tenga asociada la idea de santidad. Probablemente fue un momento muy especial, memorable, quizás de gran silencio interior, de profunda emoción, incluso de gran belleza, sublime, rodeado de misterio. En esa clase de momentos, en los que sentimos lo inefable, la presencia de nuestro Creador, creemos experimentar la santidad. De manera similar, pensamos en la santidad cuando estamos en presencia de personas muy especiales, únicas, mártires que han alcanzado la perfección moral después de un gran sacrificio. Creemos que estas personas están particularmente cerca de nuestro Creador y son, por tanto, santas.

Pocos libros han llegado a dominar tanto un área de investigación como el estudio del teólogo luterano alemán Rudolf Otto sobre la idea de lo santo (Das Heilige) con su concepto central de lo “numinoso” No sorprende que el mysterium tremendum, el “temor y temblor” kierkergaardiano, y el mysterium fascinans, que atrae al hombre a lo divino, se encuentren en el centro de la argumentación que Otto ofrece de la idea de lo santo, y que tanto éxito e influencia ha tenido.

Lo numinoso fue la forma de articular qué significa ser, y no solamente sentir, la santidad. En suma, santo es lo numinoso.

Permítaseme contrastar este concepto de santidad con otro, enraizado propiamente en lo jurídico más que en lo numinoso. Esta visión alternativa es la que encontramos en Levítico xix, un capítulo de la Escritura que, a su manera, resulta también sobrecogedor. Aquí es, por ejemplo, donde hallamos el mandamiento Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Lo he escogido porque este capítulo trata directamente el tema de la santidad. Veamos algunos pasajes.

1Entonces habló el Señor a Moisés, diciendo:
2Habla a toda la congregación de los hijos de Israel y diles: “Seréis santos porque Yo, el Señor vuestro Dios, soy santo.
3“Cada uno de vosotros ha de reverenciar a su madre y a su padre. Y guardaréis mis días de reposo (…)
18“No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo; Yo soy el Señor.
[LA GRAN MORAL PERO VEAMOS LO QUE VIENE INMEDIATAMENTE A CONTINUACION…]

19 n[o] te pondrás un vestido con mezcla de dos hilos. (…)
[¿RECUERDAN EL LINO Y LA LANA?]

¿Qué podemos aprender de estas frases del Levítico?

En primer lugar, la santidad es un desiderátum, algo a lo que uno ha de aspirar, procurar y mantener. Nadie nace santo; uno se hace santo.

En segundo lugar, se trata de un proyecto conjunto, comunitario, y no sólo individual. No está reservada a un orden sacerdotal determinado, sino que es para todos.

En tercer lugar —y este es el aspecto más importante—, es un estado que se logra, no mediante la meditación, el silencio, el éxtasis o el trance, sino a través del cumplimiento de la Ley, del mandato, del Nomos.

Muchas son las cosas que merecen ser consideradas a partir de aquí.
El proyecto de santidad es omnicomprensivo, cubre todas las esferas de la vida. La santidad no es algo reservado para el Templo, la iglesia o la sinagoga, sino parte integrante de la vida en todos sus ámbitos.

Probablemente no existe un mandamiento con mayor reconocimiento universal que el de Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Sin embargo, lo más significativo en el contexto del proyecto de santidad son las dos cualidades de esta norma. En primer lugar, su yuxtaposición. Este gran imperativo moral es seguido por lo que a primera vista podría parecer una mera expresión ritual:

(…) ni te pondrás un vestido con mezcla de dos hilos.

Paradójicamente, aquellas cosas que se hacen porque Dios lo manda –y que de otra manera no se harían–, son las que nos hacen sentir su presencia de una forma más directa. “¿Por qué no debo mentir?”, me pregunta mi hijo. “Porque es inmoral”. “¿Por qué no debo comer carne de cerdo?”, “¿Por qué no debo comer carne los viernes?”, pregunta el niño católico. “Porque Dios lo manda”. Es la especificidad del mandamiento ritual lo que determina que la persona se sienta mandada, sometida y cercana al Creador incluso en las situaciones más banales.

El mandamiento ético es una condición necesaria para la santidad, pero no suficiente; lo ritual, el servicio del Rey de Reyes, es igualmente necesario. Sólo combinados son entonces suficientes.

Volvamos a examinar nuestra reacción inicial, acuérdense: el abandono de todas las leyes rituales relativas a qué se puede comer, cuándo se debe trabajar, qué ropa se puede llevar, etc. Es posible que ahora se entienda mejor: esos cientos de leyes, éticas pero también meramente rituales, conforman una vida en la que la santidad no está limitada al lugar o al tiempo de culto, sino que es parte integrante de nuestro actuar cotidiano, desde que uno se levanta hasta que se acuesta: nos vestimos según sus normas, desayunamos según sus normas, vamos al trabajo según sus normas…

¿Y qué hay de la esclavitud a la que nos somete la ley? No, damas y caballeros. La ley de Dios no nos esclaviza sino que nos libera. Si siguiéramos todos nuestros deseos, si comiésemos todo lo que nos apetece, si entregásemos nuestra vida al trabajo, entonces seríamos esclavos de nuestra condición sexual, de nuestros apetitos humanos, esclavos de nuestras carreras. Nuestra libertad sería algo meramente ilusorio. Cuando, por el contrario, nos sometemos a Dios Todopoderoso, más allá de este mundo, nos hacemos dueños y soberanos en este mundo. Y esto también es parte de la santidad.

En suma: La idea de lo santo que encontramos en el Levítico es prácticamente la opuesta a lo numinoso de Otto. La del Levítico se trata de una idea jurídica. Se vive a lo Divino obedeciendo Su Ley, en la que se combina lo racional y ético con lo inefable y ritual. Es una idea omnicomprensiva, un proyecto de vida.

¿Me equivoco si pienso que esta idea de santidad no resulta tan sorprendente en esta Universidad, donde servir en la obra de Dios es, aquí también, lo que da pleno sentido a la totalidad de la vida? En hebreo existe una frase muy habitual que define nuestra relación con Dios – Avodat Hashem. Obra de Dios. Significa dos cosas: que la Creación, el Cielo y la Tierra, es obra de Dios pero también que estamos en este mundo para hacer la obra de Dios. Avodat Hashem: Opus Dei. Muchas gracias”.

Mostrar a tus contactos de XING

sábado, 29 de octubre de 2011

En la tierra debe haber sitio para todos. También para Dios [El creador en el ordenamiento jurídico]

Artículo de Rafael Domingo, catedrático de la Universidad de Navarra e investigador del Straus Institute de la Universidad de Nueva York. En El Mundo, miércoles 26 de octubre de 2011

En las últimas décadas, el resurgimiento de un constitucionalismo teocrático, especialmente en el mundo islámico, que sitúa la religión en el corazón de la esfera pública y del debate político, ha coincidido con el desarrollo de un secularismo liberal beligerante que mira con escepticismo cualquier aproximación a una realidad trascendente y trata de relegar la religión al terreno de lo privado.

Para los constitucionalistas teocráticos, toda comunidad política tiene el derecho de abrazar una religión concreta, hasta el punto de considerarla incluso fuente legal de su propio ordenamiento jurídico. La comunidad política sería así una extensión de la comunidad religiosa, y el mismo derecho una destilación de la religión.

De acuerdo con esta posición, el famoso muro jeffersoniano de separación entre la Iglesia y el Estado no pasaría de ser una ligera cortina de un vestuario de playa.

Para los secularistas liberales, la religión como tal no tiene, no debe tener, sustantividad propia, y el derecho a la libertad religiosa se trata más bien de una mera concreción de un derecho más general a la autonomía individual en cuestiones éticas. La religión como fenómeno cultural o social no es, en modo alguno, generador de valor público, por lo que debe quedar totalmente aislada del debate político.

Como afirma Thomas Nagel en su último libro, la religión es una «cuestión temperamental». La religión puede ser tu problema, pero nunca nuestro problema. La libertad religiosa, entonces, en un estado tolerante secular de estas características, implicaría tan sólo el derecho a tener ese temperamento y el consiguiente deber, para los demás, de soportarlo como se soporta un mal olor de una habitación poco ventilada.

Los ecos de la reciente visita de Benedicto XVI a España y la presencia en nuestro país del famoso jurista judío Joseph Weiler, con ocasión de recibir mañana el doctorado honoris causa en la Universidad de Navarra, constituyen un buen acicate para abordar el tema de la libertad religiosa, sin miedos ni tapujos. Y hablar de libertad religiosa es hablar de religión.

Es hora, en mi opinión, de fijar un paradigma global de libertad religiosa, basado en la dignidad de la persona humana, compatible con los diversos modelos constitucionales y sobre la base de un desacuerdo generalizado en cuestiones religiosas, como es el que realmente existe en nuestro planeta.

Porque, de la misma manera que no hay un ordenamiento jurídico ideal, tampoco existe un modelo constitucional perfecto para proteger la libertad religiosa. Cada modelo, como cada ordenamiento jurídico, es producto de la historia, la cultura, la tradición, el consenso público y, tantas veces, la propia religión. Pero si bien cada ordenamiento debe proteger la libertad religiosa de acuerdo con su propia identidad, no cabe duda de que existe un quid común a todos ellos, que justifica la abstracción.

El paradigma que voy a ofrecer sólo rechaza aquellos modelos constitucionales que promueven o toleran cualquier clase de fanatismo religioso o que desprecian la propia libertad religiosa, olvidando que se trata de una de las grandes aportaciones de Occidente a la Humanidad.

En este sentido, es más abierto que el elaborado por el padre de la libertad religiosa, John Locke, que excluyó a los ateos por desconfianza y a los católicos por una cuestión de doble jurisdicción,
o del recientemente propuesto por el filósofo estadounidense Ronald Dworkin, que ningunea la tradición monoteísta.

El modelo que ofrezco considera la libertad religiosa un patrimonio irrenunciable de toda comunidad pluralista y democrática, compuesta por creyentes y no creyentes. Pero parte de la idea, a diferencia del modelo de Dworkin, de que la religión como tal tiene una justificación intrínseca, es decir, se trata de un valor en sí mismo, de gran relevancia social. Esto es precisamente lo que permite que exista un derecho específico a la libertad religiosa.

En efecto, de la misma manera que no se puede regular adecuadamente el derecho a la vida partiendo de la base, aunque a veces sea cierta, de que vivir es la mayor fuente de males y desgracias sin mezcla de felicidad alguna, o el derecho al trabajo desde el presupuesto de que trabajar es el mejor modo de contribuir a la expansión del mal en el mundo, así tampoco se puede proteger ni regular la libertad religiosa partiendo de la presunción de que la religión es un producto obsoleto de sociedades ancestrales y cavernícolas o un fruto maligno de la superstición.

Quienes piensen así, también han de tener cobijo bajo este derecho humano básico, pero esta aproximación conceptual no puede agotar el contenido mismo del derecho de libertad religiosa.

El paradigma que ofrezco está basado en tres argumentos, que son como tres reglas de juego. El primero se centra en la misma idea de religión; el segundo, en la idea de libertad; el tercero, en la idea de derecho. Los voy a formular en términos negativos porque el aspecto positivo de la libertad religiosa (búsqueda libérrima del sentido de lo transcendente) debe sustentarse sobre una base negativa (inmunidad de coacción).

Tres argumentos
Los tres argumentos son los siguientes:

Primero, ningún sistema jurídico o modelo constitucional democrático puede proteger el derecho de libertad religiosa sin estar de alguna manera abierto a la transcendencia, reconociendo, al menos implícitamente, la posibilidad de la existencia de Dios, en el sentido abrahámico del término. No me estoy refiriendo aquí, por supuesto, a que Dios deba tener un estatus jurídico propio, ni a que las constituciones deban contener mención alguna a Dios (que decida el pueblo si procede o no), sino más bien al hecho de que el ordenamiento reconozca de alguna forma las consecuencias jurídicas implícitas en el hecho de que los ciudadanos sujetos a dicho ordenamiento puedan creer en Dios y puedan vivir, en privado o en comunidad comunidad, su propia religión.

Así, la existencia de Dios vendría a ser un presupuesto social, y por tanto un presupuesto legal. Desde este presupuesto nació el mismo derecho a la libertad religiosa, y pienso que sigue siendo irrenunciable. En otras palabras, en una sociedad construida sobre la idea de que Dios no existe, no cabe, en mi opinión, un pleno respeto a la libertad religiosa.

Utilizando terminología cristiana diré que para poder «dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios», es necesario que el César reconozca al menos implícitamente la posibilidad de la existencia de Dios. Y hablo de Dios y no de dioses porque desde el punto de vista jurídico la identificabilidad de un Dios como fuente y fundamento de moralidad tiene mucha mayor relevancia que el reconocimiento de muchos dioses de difícil identificación, o el no reconocimiento de dios alguno. Por lo demás, me estoy refiriendo a un Dios, el de las religiones reveladas monoteístas, en el que cree más de la mitad de la población de la Tierra.

El segundo argumento defiende que ningún ordenamiento jurídico o modelo constitucional puede proteger adecuadamente la libertad religiosa sin la existencia de una estructura dualista que garantice la autonomía necesaria tanto de la comunidad política como de las comunidades religiosas. Esta estructura se basa en la idea de que las comunidades políticas, en razón de sus fines, pueden ser cuasicompletas (Navarra, Galicia, por ejemplo), completas (España, Alemania) o incompletas (la Unión Europea o la comunidad global), pero las comunidades religiosas, al menos desde la perspectiva política, son siempre incompletas.

La razón es que el fin de una comunidad religiosa no es la satisfacción de todas las necesidades humanas (o al menos de la mayor parte de ellas), sino tan sólo de aquellas de tipo espiritual o religioso.

Este argumento limita sustancialmente la posibilidad de la existencia de las llamadas teocracias, pero no las excluye completamente, siempre y cuando se constituyan conforme a criterios y procedimientos democráticos y garanticen la libertad religiosa de todos los ciudadanos.

El tercer argumento es una consecuencia del anterior: ningún ordenamiento jurídico o modelo constitucional puede proteger adecuadamente la libertad religiosa sin el necesario poder para regular aquellas materias religiosas que afectan al orden público, o a los derechos de los ciudadanos, creyentes o no creyentes. Este argumento permite la colaboración entre las comunidades políticas y religiosas y protege a los ciudadanos de una comunidad pluralista de posibles contaminaciones religiosas en la esfera pública (la denominada freedom from religion).

Sin el reconocimiento teórico y práctico del derecho a la libertad religiosa, el Estado, cualquier Estado, por democrático que sea, se totaliza. La Historia nos muestra experiencias muy amargas. El problema es complejo. Pero tiene solución. Mejor dicho, soluciones. Todas ellas confluyen en la misma idea: en la Tierra, debe haber sitio para todos. También para Dios.

Mostrar a tus contactos de XING

viernes, 14 de octubre de 2011

Benedicto XVI en el Reichstag

Hace poco destaqué en cambiaelmundo (Benedicto XVI ante el Reichstag alemán) lo más significativo, para mí, del discurso del Papa a los políticos alemanes. Aquí quiero enlazar, con la más autorizada y completa opinión de Andrés Ollero, catedrático de Filosofía del Derecho y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Su artículo, Una doble lección, puede leerse en Aceprensa.


El Papa, actuando como viejo profesor, no dudó en dar una doble lección. Su discurso en el Bundestag ha acaparado la máxima atención, pero cobra aún más significado si se lee en paralelo al dirigido el día siguiente a los quince representantes de las comunidades musulmanas presentes en Alemania.

Mostrar a tus contactos de XING

domingo, 11 de septiembre de 2011

Presencia de la Religión en el espacio público

Entrevista al catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad ey Juan Carlos, Andrés Ollero Tasara, en Radio COPE, septiembre 2011



Mostrar a tus contactos de XING

sábado, 10 de septiembre de 2011

Charlotada

TERCIO DE QUITES

Por Andrés Ollero Tassara. catedrático Ideal Granada, 8 de septiembre de 2011

Los manifestantes insultaron de forma insistente a todo peregrino que veían, a los que era fácil identificar por su atuendo y sus mochilas” (de la prensa diaria)

No todo lo que encuentra acogida en una plaza de toros merece el calificativo de taurino. Edificios tan singulares y de tan costosa manutención, llamados a cumplir su estricta función en momentos muy señalados, acaban siendo escenario de espectáculos diversos. Inicialmente se trataba de fórmulas parataurinas, entre las que la charlotada gozó siempre de arraigada tradición, sirviendo más de una vez para acercar a la fiesta -a través de la parodia- a los tiernos infantes. Luego acabaron sirviendo para todo: conciertos de rock, mítines políticos, ópera (Carmen, con rejoneo y todo) y hasta Copa Davis. Por último, la oración se volvió por pasiva. En Vista Alegre, aparte de baloncesto o tenis, puede haber hasta toros. Ahora los grandiosos contenedores multiuso, donde juegan los futbolistas del Bayern o el Schalke, se llaman “Arena”; sin necesidad de que llegue a correr la sangre (Mouriño aún no apareció por allí…).

La primera vez que un Papa pisó estas tierras, sus apoderados se habrían conformado con una plaza de toros; les pareció una temeridad pretender llenar el Bernabéu. La parroquia les acabó dando una lección de fe, aun a costa de que más de la mitad tuviera que quedarse fuera. Ahora ya se sabe de qué va el asunto y hay que comenzar buscando un aeropuerto. Madrid ha servido de escenario de vanguardia. A Habermas lo del laicismo secularizador le parece antidemocrático; hay que ir a una sociedad “postsecular”, en la que -para bien de todos- cada cual pueda expresar lo que lleve dentro, sin más condicionamiento que respetar a los que piensen distinto. Más de un millón de jóvenes han demostrado que no se trata de ninguna irrealizable utopía.

Para algunos, bastaría con eso para que la feria se convirtiera en memorable. Sin embargo, a otros les pareció corto el programa y no se privaron de la charlotada. Creo que han dado igualmente una provechosa lección. No basta con que la fe se pasee a cuerpo y que el Retiro se pueble de confesonarios. Ha sido muy importante que todo el universo mundo se entere de en qué consiste y cuáles son en España las maneras de la pretendida “neutralidad” laicista. Su elocuencia merece un particular agradecimiento; al que le guste tan democrático espectáculo que se apunte a la JMJ de Río de Janeiro; allí saben mucho de carnaval. “Durante más de dos horas los policías se limitaron a intentar interponerse -sin éxito- entre manifestantes y peregrinos y a aconsejar a los participantes en la JMJ, muchos de ellos menores de edad, que abandonaran el lugar para no ser agredidos por los indignados”. Al octogenario Habermas le habría dado un síncope comprobar los escasos progresos de más de un no creyente en ese “proceso de aprendizaje” que, con no poco optimismo, les viene recomendando.

Claro que los misioneros del laicismo no están solos. Para “neutralidad” la de algunos medios de comunicación: un cuarto de kilo para cada uno y todos contentos. A mí el asunto me cogió en Alemania, porque justo en esos días (a quién se le ocurre, ¡con un paso de palio en la calle Alcalá!) teníamos en Frankfurt el Congreso Mundial de mi asignatura. Por la mañana me desayunaba con la televisión y el informativo de turno: un minutito de Papa y otro para los antidisturbios observando atentamente a los indignantes. Pura neutralidad. A mi vuelta, releí prensa de esos días. ABC lo plasmó con elocuencia: una mota situaba a la Puerta del Sol en el océano de Cuatro Vientos. Me acordé del chiste de los náufragos que repasaban ansiosamente la carta de marear, en la que se adivinaba una mota similar: si es una isla, estamos salvados; pero como sea una cagada de mosca…


Mostrar a tus contactos de XING

sábado, 3 de septiembre de 2011

JMJ y futuro

Por Manuel Atencia Robledo, en Málaga Hoy, el 28.08.2011

ESTA semana escribía el dirigente socialista  Francisco Vázquez que le sorprendía el afán de amplios sectores del autodenominado progresismo español en desacreditar a Benedicto XVI, presentándolo como un integrista impulsor de un retroceso reaccionario en el pensamiento y la acción de la Iglesia. A mí también me sorprende porque el que se acerca a su vida y a su obra descubre todo lo contrario de ese estereotipo erróneo e injusto.

 El que haya seguido la JMJ de Madrid, habrá visto que Benedicto XVI no es ni integrista ni reaccionario. Al ver y escuchar a este hombre de 84 años, de gesto dulce y de mirada viva, se comprueba la profundidad de su pensamiento, expuesto siempre desde un profundo respeto y tolerancia hacia las ideas de los demás, lo que no impide su firmeza en la defensa de los valores de la fe católica.

 Como defendió Juan Pablo II, la Iglesia no quiere imponer, solo proponer. La Iglesia de Benedicto XVI ni quiere imponer sus ideas ni busca situaciones de privilegio, pero no debe obviarse que donde existen unas raíces en las que el cristianismo ocupa un lugar preeminente, como en España, la Historia y la singularidad como pueblo no se pueden comprender sin la aportación de la Iglesia.

 La JMJ de Madrid ha demostrado la vitalidad de la Iglesia Católica y la capacidad de convocatoria de Benedicto XVI al reunir en pleno mes de agosto a millón y medio de jóvenes de todas las nacionalidades, consecuentes con su fe e identificados con el mensaje del Papa, que una vez más los ha invitado, a ellos y a todos, a la búsqueda de la verdad como único camino capaz de dar contenido a sus vidas. Esa presencia masiva de jóvenes alegres, naturales, cívicos, consecuentes y sacrificados, también rompe tópicos e imágenes artificiales de la juventud y de los cristianos, y nos propone un futuro esperanzador.

 En la JMJ se ha comprobado la viva realidad de la Iglesia que tanto cuesta reconocer a los que están empeñados en ignorar la vital importancia que el hecho religioso tiene en nuestra sociedad y en nuestra cultura. Una vez más, se ha demostrado que son inútiles los intentos de reducir la religión al ámbito privado. Los valores de la fe son principios compartidos por millones de personas y determinan la posición de los católicos ante los problemas políticos, económicos y sociales.

 La Iglesia, como se ha destacado estos días por muchas personas no creyentes, es el gran baluarte de la defensa de la dignidad humana y los valores que profesa y defiende contribuyen a mejorar la sociedad. En este mundo en crisis, la Iglesia y Benedicto XVI pueden ofrecer respuesta y orientación a muchas de las demandas de la sociedad de hoy y, especialmente para los más jóvenes, puede llenar de contenido el vacío de pensamiento actual.

 Después de escuchar al Papa y ver a esos millones de jóvenes ilusionados, miro al futuro con más esperanza si cabe.

  Mostrar a tus contactos de XING

miércoles, 3 de agosto de 2011

Prohibido criticar a Daniela M.

Artículo de Alejandro Navas, profesor de sociología de la Universidad de Navarra, lunes 30 de mayo de 2011

Nacida en Croacia en 1975, Daniela Matijevic crece en Alemania. Una vez terminada la enseñanza secundaria, se alista en el Ejército, en el cuerpo de Sanidad. En 1999 es enviada a Kosovo, donde pasará cuatro meses. Trabaja de sanitaria, dedicada a labores de rescate, y también de intérprete. Regresa a Alemania, y al cabo de cuatro años de permanencia en el Ejército, abandona la milicia. Marcada por la experiencia de Kosovo, muestra síntomas atribuibles al estrés postraumático: dolores de cabeza, insomnio y dificultades para la concentración. Los diversos tratamientos médicos no consiguen aliviar su sufrimiento. Lógicamente, este cuadro le impide reintegrarse con normalidad a la vida civil. Intenta estudiar Medicina, con la ilusión de llegar a ser anestesista, pero no consigue avanzar. Debe renunciar a su sueño profesional y sigue sin hallar un trabajo estable.

Pasan los años y después de varios intentos por encauzar su vida, Daniela tienta la suerte como escritora. Redacta el borrador de una novela, inspirada en buena medida en su experiencia kosovar. Como es característico en casi todo escritor primerizo, vuelca en su relato gran parte de su propia peripecia biográfica. La editorial le sugiere que convierta la novela en un relato de no ficción, con aire de reportaje. Así lo hace, y en 2010 ve la luz 'Hubiera podido vivir con el infierno'. El libro encuentra un éxito inmediato. Refleja de modo vivo los horrores de la guerra, con escenas terribles. Aparte de los inevitables asesinatos y violaciones de niños, cuenta, por ejemplo, cómo los integrantes de su unidad se vieron obligados a matar un perro y a comérselo, acuciados por el hambre.

La autora se hace muy popular y los medios de comunicación se pelean por entrevistarla. Se convierte enseguida en una visitante habitual de talk shows y magazines. Como escribe el periódico Hamburger Abendblatt: «Posiblemente su libro resulta tan emocionante porque la autora es una mujer, y desde su perspectiva femenina la guerra parece todavía más brutal».

Tanto ruido llama la atención de gente que también estuvo en Kosovo en esa época, que no tarda en denunciar el carácter ficticio de esos tremendos episodios. Además de las fabulaciones, hay en el texto numerosos errores de bulto, como por ejemplo convertir en católica a la población de Serbia. Lo mismo vale para sus alusiones de tipo histórico, que revelan un profundo desconocimiento de la realidad de los Balcanes. Parece que, al final, Daniela no consiguió saltar limpiamente de la ficción a la realidad.

El escándalo debería estar servido, pero las críticas se contienen. En opinión del Frankfurter Allgemeine Zeitung, el diario que se aventuró a denunciar el fraude, este sospechoso silencio se debe a la triple condición de la autora: mujer, inmigrante y lesbiana. Todo el que se atreva a poner en evidencia su montaje se expone, por tanto, al triple reproche de machismo, xenofobia y homofobia: demasiado atentado contra la corrección política. Entretanto, Daniela ha sido desplazada a un segundo plano, no por la verdad, sino por los acontecimientos de Japón y del Norte de África.

La vigencia de esos estereotipos, conformadores de la «corrección política», no resulta exclusiva de Alemania. Se observa de parecida manera en todos los países occidentales. Una especie de ley no escrita indica lo que se puede o no se puede decir. Recuerdo una emisión del programa de TV3, La nit al dia, en la que cuatro humoristas, inconoclastas y rompedores, coincidían en reconocer que ya no hay censura, pero que a la vez no pueden hacer chistes sobre los colectivos homosexuales y feministas: «No puedes hacer chistes sobre ellos, porque luego has de justificar que no estás contra ellos, y te dan toques, y hay una línea editorial.». En cambio, añadían, hace tiempo que no hay problema en meterse con el papa y con los obispos.

Además, empieza a haber leyes que refuerzan ese clima de opinión de mordazas selectivas. Por ejemplo, en esa dirección apunta la 'Ley integral para la igualdad de trato y la no discriminación', que prepara actualmente nuestro Gobierno. El texto del anteproyecto despide un inequívoco tufo censor. Al paso que vamos, atreverse a decir que el rey va desnudo, como en el cuento clásico que adaptó Andersen, puede llegar a convertirse en una gesta heroica.


Mostrar a tus contactos de XING

sábado, 25 de junio de 2011

La libertad de educación (y otras) en peligro

La dictadura de la ideología de género mantiene su programa contra viento y marea, a pesar de la crisis, de todas las advertencias, de todos los flagrantes atropellos. Ahora es la llamada "ley de igualdad", en fase de proyecto, un auténtico atentado a la libertad y, en el fondo, a la auténtica igualdad.

He aquí unos cuantos enlaces a artículos que arrojan luz sobre esta cuestión desde variadas perspectivas.

Artículo de Juan Manuel de Prada en ABC. Sobre la ley de igualdad y el derecho al sostenimiento con fondos públicos de los centros de Educación Diferenciada.

Columna de Paco Sánchez en su blog VAGÓN-BAR sobre la exclusión de los centros de Educación Diferenciada de la financiación pública.

El gobierno tendrá que modificar la LOE. El gobierno sigue su “guerra” contra la Educación Diferenciada.

15 razones contra la Ley de Igualdad de Trato.
La Ley de Igualdad de trato y no discriminación prevé su aplicación en todos los ámbitos de la vida política, económica, cultural y social y singularmente en el empleo, el trabajo, la educación, la salud y los servicios sociales, el acceso a bienes y servicios, incluida la vivienda, la participación social o política y los medios de comunicación.

Mostrar a tus contactos de XING

martes, 7 de junio de 2011

Un proyecto de ingeniería social

Por Ignacio Sánchez-Cámara, Catedrático de Filosofía del Derecho, periodista y analista político y cultural, en ABC, el 26 de mayo de 2011

El anuncio de Rodríguez Zapatero de que no se presentará a la reelección como candidato de su partido a la presidencia del Gobierno y su desastre electoral no despejan las dudas sobre la continuidad de su proyecto político, al menos hasta la convocatoria de elecciones generales. Ahora de lo que se trata es de si el PSOE persiste o no en él.

Varias han sido y son las interpretaciones sobre la empresa política y la índole intelectual y moral, valga la exageración, de Zapatero. Entre ellas, el «buenismo», el «pensamiento Alicia», la improvisación permanente, la ausencia de proyecto, la ingenuidad utópica. Algunas aciertan, pero solo en parte. En realidad, sea obra suya o no, y más bien cabe conjeturar lo segundo, existe un proyecto político muy bien definido y, en gran parte, consumado. Sus consecuencias quizá solo en parte serán reversibles.

La naturaleza del proyecto consiste en la transformación moral radical de la sociedad. No se trata de un ingenuo u oportunista improvisador. Está orientado por el relativismo ético, pero acaso se trate de algo aún peor. El relativismo es quizá el medio, pero no el fin. Este fin es más la inversión de la jerarquía natural de los valores que su mera disolución. Al cabo, se trata, en muchos casos, de que lo inferior ocupe el lugar de lo superior, y lo malo el de lo bueno. Si estoy en lo cierto, se trata de un proyecto de ingeniería social, es decir, de conformación de la sociedad a la medida de los valores (o contravalores) del Gobierno. Ignoro si todo su partido lo respalda, aunque lo dudo, pero lo cierto es que los discrepantes son o escasos o silentes.

Los ejemplos son notorios. La crisis económica, solo en este sentido providencial, no ha hecho sino aminorar la intensidad del desmán. La nómina es conocida, aunque demasiadas veces se mire hacia otro lado, como si no se quisiera ver la realidad. La nueva legislación del aborto ha transformado un delito en un derecho de la mujer, solo limitado por un plazo arbitrario. La nueva asignatura de Educación para la Ciudadanía, que muy probablemente contraviene el derecho de los padres a elegir la educación religiosa y moral de sus hijos, entraña una usurpación del Gobierno, cuya misión es garantizar el ejercicio del derecho a la educación, pero no determinar su contenido antropológico y moral. La regulación de la experimentación con embriones y la reproducción asistida asesta un golpe decisivo a la dignidad de la vida. Algo más renuente se encuentra, aparentemente, el Ejecutivo sobre la legalización de la eutanasia. Ha elegido, de momento, una vía vergonzante: la regulación de los cuidados paliativos y la «concesión» de un nuevo derecho: el derecho a la muerte digna. Como si hasta ahora el encarnizamiento terapéutico fuera una exigencia legal y la práctica médica no se preocupara de la administración de los cuidados paliativos; como si la legislación actual nos condenara al deber de una muerte indigna. La consideración como matrimonio de las uniones legales entre personas del mismo sexo ha destruido la concepción tradicional del matrimonio y la familia. La legislación sobre la «memoria histórica» entraña una ruptura de la concordia nacional y un agravio al derecho a la libertad de investigación y de expresión. Y ya está preparado el proyecto de ley de no discriminación e igualdad de trato, de naturaleza totalitaria.

Estos son los elementos principales de este proyecto de ingeniería social, que persigue la modelación de la sociedad y sus costumbres a los dictados del poder político. Un poder que, por cierto, nunca ha obtenido la mayoría absoluta, que sí lograron González y Aznar. Sus raíces ideológicas quizá se encuentren, si es que se encuentran en algún lugar, en el nihilismo derivado del posestructuralismo francés. Y su objetivo es el combate contra el cristianismo y el liberalismo (y no cabe olvidar a este último). Todo proyecto de ingeniería social es enemigo de la libertad. Este lo es también del cristianismo, y, más concretamente del catolicismo. Se trata de derruir los fundamentos católicos de la sociedad española, por más que se invoque solo la aconfesionalidad del Estado y la libertad religiosa.

Y, de manera solo aparentemente paradójica, se ataca a la libertad mientras se reconocen «nuevos derechos». Por lo demás, los derechos no son creaciones ni concesiones del Gobierno, como si se tratara de un nuevo señor feudal democrático que dispensa derechos a sus vasallos agradecidos. Los derechos solo se reconocen y garantizan, pero no se crean. Además, esta apoteosis de los derechos los convierte en enemigos de la libertad. Y no es extraño. Kant afirmó que tener un derecho es tener la capacidad de obligar a los demás. Todo derecho entraña deberes y obligaciones para uno mismo y para los demás. Desde el aborto al aire limpio. Si abortar, contra todo derecho y razón, se convierte en un derecho, generará obligaciones para el personal de la Sanidad y, en general, para toda la sociedad. Si uno tiene derecho a no aspirar humo de tabaco ajeno, se limitará necesariamente el derecho a fumar en espacios públicos. Y así podríamos continuar con otras limitaciones a la libertad, unas justificadas y muchas no, en el nombre de los derechos Los deberes se cobran así su venganza, y el dispensador de derechos se convierte en generador de cargas y obligaciones.

Quizá no exista un síntoma más rotundo de que un gobierno se desliza por la pendiente que conduce al totalitarismo que su pretensión de erigirse en autoridad espiritual. Y esto se manifiesta en su designio de que las leyes por él aprobadas, no por cierto las aprobadas por la oposición cuando estaba en el poder, constituyen la única y verdadera moral exigible a todos. Todo gobernante autoritario pretende que su Derecho se convierta en moral. No quiere rivales. El poder temporal pretende suplantar hoy al poder espiritual. Y esto solo es posible cuando el poder espiritual está vacante.

Ortega y Gasset afirmó en La rebelión de las masas que Europa se había quedado sin moral. Parece que seguimos así, pues, si la hubiera, no podría fabricarla a su antojo el Gobierno. Al final del segundo volumen de La democracia en América, afirmó Tocqueville que las naciones democráticas de sus (nuestros) días no podían evitar la igualdad de condiciones en su seno, pero que de ellas dependía que la igualdad condujera a la libertad, la civilización y la prosperidad, o al despotismo, la barbarie y la miseria. De nosotros, me refiero a los españoles, depende, pero mucho me temo que hayamos emprendido el camino equivocado. Pero el futuro no está determinado, y podemos cambiar el rumbo. Mas conviene advertir que no se trata solo de un cambio de Gobierno, con ser este necesario y urgente, sino de algo mucho más profundo y difícil: la restauración de la moral. Por eso, el único modo de combatir el proyecto de ingeniería social consiste en emprender otro proyecto alternativo de regeneración intelectual y moral. La política, imprescindible, vendrá después y de suyo. Están en juego la libertad, la civilización y la prosperidad.

Mostrar a tus contactos de XING

lunes, 23 de mayo de 2011

Una Constitución innovadora para Hungría

Hungría ha aprobado por una amplia mayoría una nueva Constitución que reconoce el respeto de la vida humana desde la concepción, junto con el valor central de la familia, el matrimonio entre hombre y mujer y la libertad de educación, además del “papel del cristianismo en la pervivencia de la nación”. No es de extrañar que la opinión dominante haya vertido su cólera acusándola de violar los “estándares europeos”.

En ACEPRENSA
Firmado por Gonzalo Orti del Hoyo
Fecha: 18 Mayo 2011

De entrada, el hecho de que Hungría tenga una nueva Constitución debería ser motivo de satisfacción para Europa, pues ha sido el último país del antiguo bloque soviético en desembarazarse de la constitución comunista. El impulsor del texto ha sido el primer ministro Viktor Orbán, líder del partido conservador Fidesz, que tiene una mayoría de dos tercios en el Parlamento. La nueva Constitución húngara, aprobada el pasado 18 de abril de 2011, reemplaza a una carta magna de 1949 llena de parches para adaptarla a la vida democrática. El presidente de Hungría, Pál Schmitt, la ratificó el 25 de abril, y entrará en vigor el 1 de enero de 2012.

Pero cualquiera que haga una búsqueda amplia de noticias sobre el acontecimiento, por ejemplo en Google News, se encontrará con un chaparrón de titulares acusando a la nueva Constitución de “ultraconservadora”, “discriminatoria”, “antidemocrática”, violadora de “los estándares europeos e internacionales, de las libertades individuales y de los derechos del hombre”. También se lee por doquier que “ha sido duramente criticada por algunos socios de la Unión Europea” y por las instituciones europeas.

“Terror” en las cancillerías
Pero si se busca en Google, en varias lenguas, esas declaraciones de escándalo y horror de los líderes europeos, todo es en vano. Lo más que se puede encontrar, por parte de alguna institución de la Unión, es una respuesta de un portavoz de la Comisión Europea en la que espera que “la nueva Constitución sea conforme con los valores europeos”. Según mi larga experiencia de informador en Bruselas, los portavoces son maestros en decir lo que hay (o lo que no hay) evitando enfrentarse a la opinión dominante.

Por parte de “algunos socios de la Unión Europea”, sólo ha llegado a mis ojos una frase insinuante tomada del diario español El País: “La flamante Ley Fundamental de Hungría –actual presidente de turno de la UE– ha levantado ampollas en Bruselas y Berlín, donde un alto funcionario de Exteriores dijo ayer que ‘consolida un concepto de derecho difícilmente compatible con los principios de la UE’ (nótese la precisión a la hora de citar la fuente en la que fundamenta el origen de esas “ampollas”).

Según he leído más tarde en alguna otra fuente, el alto funcionario alemán era Werner Hoyer, un secretario de estado dependiente del Ministerio de Exteriores. Poco después, el 5 de mayo, el primer ministro húngaro, Viktor Orbán, se entrevistó en Berlín con la canciller alemana, Angela Merkel. Y en la cumbre no se trató para nada sobre la nueva constitución húngara.

Ni siquiera en el Parlamento Europeo, que alberga a políticos de todas las tendencias, ha cuajado el intento de debate dirigido a denostar la carta magna húngara y a su gobierno (solo reunió para ello un cuarto del hemiciclo). Otro foro de opinión aún más amplio y variopinto, la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa (que, como se sabe, no es una institución de la Unión Europea) ha contratado a un grupo de expertos para que realice una auditoría a la Constitución húngara. El encargo ha caído, “por casualidad”, en el grupo llamado “Venice Commission”, que ya se encargó de imponer a los legisladores de Kosovo que retiraran de su borrador constitucional la protección al niño no nacido y la distinción entre hombres y mujeres en el matrimonio. Sus conclusiones están, de antemano, cantadas.

Voces críticas
¿De dónde entonces, tantos periodistas sacan esas frases tan aterradoras? Al leer los artículos completos, se observa que sus autores, tras dar la noticia de lo aprobado en Hungría, rellenan las líneas citando al líder del partido socialista húngaro de la oposición, MSZP, y a grupos feministas, gays y defensores de los derechos humanos (la mayor parte de las veces ni los mencionan por su nombre, con excepción de la omnipresente Amnistía Internacional).

Los socialistas –que en las elecciones de 2010 quedaron reducidos a su mínima expresión– denuncian un viraje autoritario por el hecho de que la Constitución no haya sido aprobada con el consenso de todos. En efecto, de los 384 diputados del Parlamento húngaro, “sólo” la aprobaron 262, contra 44 que votaron en contra, uno que se abstuvo y 77 que se salieron sin votar como protesta. Los sondeos de opinión daban también un apoyo mayoritario del país a la reforma.

Es decir, la deriva autocrática del primer ministro Viktor Orbán le viene de haber obtenido su partido una amplia mayoría absoluta en las elecciones: el malo de la película, el culpable, es el votante húngaro. Que lo diga el político que acaba de perder es, si no normal, al menos “lo corriente”; pero que lo repitan indiscriminadamente tantos periodistas, da que pensar.

Por parte de Amnistía Internacional (no está claro si es una opinión oficial o de algún miembro) y del cortejo de asociaciones feministas y gays evocadas, el argumento es que la nueva Constitución implanta unos valores que pueden ir contra sus propios intereses y objetivos, pues amenaza con restringir el “derecho” al aborto y a los matrimonios y adopciones homosexuales. Es decir, atenta contra las libertades individuales y los “estándares europeos e internacionales de derechos humanos”.

Esos estándares internacionales
Es hora, pues, de verificar este último aspecto: la supuesta amenaza de esta carta magna contra los principios de las democracias y de Europa.

El preámbulo reconoce “el papel del cristianismo en la pervivencia de la nación”. Los críticos deben de ver en esto una falta de libertad fundamental: la suya a no oír una opinión que les contraría. En cualquier caso es cierto que resulta, por primera vez en nuestra Europa siglo XXI, una postura decidida de no renunciar a la propia historia ni al origen de los valores que forjaron los actuales.

El texto considera “que la base de la existencia humana es la dignidad humana”, que “la familia y la nación constituyen el marco principal de nuestra convivencia y que nuestros valores fundamentales son la fidelidad, la fe y el amor”. Peligrosos principios, incluso revolucionarios.

La vida del feto deberá ser protegida desde el momento de la concepción”, se lee en la Constitución. ¿Se opone esta frase a la Carta de Derechos Fundamentales de la UE (2000) donde se dice que “la dignidad humana es inviolable” y “será respetada y protegida” (artículo 1) o que “toda persona tiene derecho a la vida”? ¿O al Convenio Europeo para la Protección de los Derechos Humanos y de las Libertades Fundamentales de 1953 (“el derecho de toda persona a la vida está protegido por la ley”)? ¿O a la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948), donde se afirma que “todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”?

Es verdad que la carta magna húngara “innova” al precisar que esa vida humana es protegida desde la concepción, pues los que redactaron los tratados internacionales que fundamentan nuestros valores esenciales no tenían ninguna razón para explicitarlo. Pero esta precisión ya figuraba en la no tan antigua Convención sobre los Derechos del Niño (1989), al tener presente que “el niño, por su falta de madurez física y mental, necesita protección y cuidado especiales, incluso la debida protección legal, tanto antes como después del nacimiento".

Ni estos textos mencionados ni ninguno de los otros numerosos tratados internacionales mencionan la existencia de un “derecho a acabar con la vida del niño no nacido”, que fuera superior al continuamente proclamado derecho de todo ser humano a la vida.

Tras la aprobación de la Constitución, el primer ministro húngaro ha lanzado una campaña institucional para reducir el número de abortos mostrando el valor de la vida por nacer. A pesar de que el texto de los anuncios no es ofensivo para nadie –“Entiendo que no estés preparado para tenerme, pero podrías darme en adopción. ¡Déjame vivir!”–, se ha levantado una campaña feminista para frenarla. Estas asociaciones argumentan que se está diciendo a la sociedad que abortar es un asesinato. Convencer a la sociedad es la forma en que el Gobierno pretende luchar para revertir una práctica, fomentada por los comunistas, en lugar de abrogar directamente la ley que legaliza hoy el aborto a petición hasta la duodécima semana.

La protección del matrimonio
La Constitución húngara establece también que el Estado protegerá “la institución del matrimonio como una comunidad de vida entre un hombre y una mujer y la institución de la familia”. Volvemos a encontrarnos con una patata caliente. En Europa, esta precisión del significado del matrimonio sólo aparece en la Constitución de Polonia de 1997, aunque se desprende de la forma en que están redactados la mayoría de las constituciones y los tratados internacionales. En ellos, la familia (se sobreentiende “de padre y madre”) requiere una protección particular por su función esencial en salvaguardar y continuar la sociedad.

En un repaso rápido por documentos internacionales, resulta que la familia es reconocida como “el elemento natural y fundamental de la sociedad y tiene derecho a la protección de la sociedad y del Estado” por la Declaración Universal de Derechos Humanos y, en términos casi iguales, por el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos de las Naciones Unidas y por la Convención sobre los Derechos del Niño. Esta última expresa la convicción de que “la familia, como grupo fundamental de la sociedad y medio natural para el crecimiento y el bienestar de todos sus miembros, y en particular de los niños, debe recibir la protección y asistencia necesarias para poder asumir plenamente sus responsabilidades dentro de la comunidad”.

Tabla de salvación
En última instancia, lo que aquí se lidia es una batalla entre dos concepciones opuestas de la sociedad: la que han plasmado nuestras constituciones y declaraciones universales de derechos humanos y la que quieren imponer de hecho en el orden internacional y nacional unos grupos de interés que, por desgracia, hoy controlan la opinión pública.

En el fondo, los húngaros no han hecho más que dotarse de una salvaguardia de su país y sociedad. Hungría, que tiene un índice de fecundidad de 1,3 hijos por mujer (el nivel necesario para el reemplazo generacional es 2,1), sólo quiere sobrevivir. Es consciente de que evitar la destrucción de niños no nacidos y proteger el ecosistema natural en que se crean los ciudadanos (la convivencia estable entre hombre y mujer) es la única salida a la crisis demográfica que va a venir. Y de que tampoco la inmigración es una solución a medio plazo.

Aspectos políticos polémicos
Una lectura completa de la Constitución húngara de 2011 ofrece la imagen de un Estado occidental moderno, con instituciones democráticas, división de poderes, separación Iglesia-Estado, respetuosa de las libertades individuales, de los derechos de las minorías y del medio ambiente, y abierta hacia la integración europea y las instituciones internacionales. No obstante, el texto incluye algunos artículos atípicos, aparte de los mencionados en este artículo, que han causado inquietud en ciertos medios:
• Una de las principales preocupaciones del legislador es acabar con el abuso financiero y la corrupción. En este sentido, limita el poder del Tribunal Constitucional en cuestiones presupuestarias y fiscales mientras la deuda pública supere el 50% (actualmente se encuentra en el 80%). Además, el presidente podrá disolver el Parlamento si no se aprueba un presupuesto, y sólo las empresas con estructuras y actividades transparentes podrán recibir contratos públicos.
• Con el objeto de reforzar las medidas adoptadas por el actual gobierno (que, de forma atípica, ostenta la mayoría de dos tercios en el Parlamento), la Constitución establece un rango de leyes orgánicas que requieren esta mayoría para ser modificadas. Éstas afectan, entre otras, a las leyes fiscales y de pensiones, la ratificación de tratados internacionales, y la protección de las familias, así como a cualquier reforma constitucional.
• Otra de sus preocupaciones son las minorías de origen húngaro en otros países europeos. Por eso, el artículo G establece que “todo niño nacido de un ciudadano húngaro será ciudadano húngaro por nacimiento”. Añade que una ley orgánica establecerá otros medios para obtener la nacionalidad húngara. Este artículo ha generado en países vecinos el temor a una posible injerencia extranjera.
• Por la prioridad que se quiere dar a las políticas natalistas, el artículo XXI propone una medida curiosa: “No podrá considerarse una infracción a los derechos de igualdad de voto si una ley orgánica crea un voto adicional para madres de familia con niños menores o, cuando la ley lo prevea, que otra persona pueda disfrutar de un voto adicional”.

Hungría en cifras:
Población: 10 millones.
Indice de fertilidad: 1,3 hijos por mujer.
Crecimiento vegetativo: –0,3.
Esperanza de vida: 74 años.
Mayores de 65 años: 17%.
Religiones: Católicos 52%, Calvinistas 16%, Luteranos 3%, Greco Católicos 2,6%, otros cristianos 1%, otros o no afliados 25,5%.
Partido gobernante: Fidesz (52,7% de los votos en las últimas elecciones).
Primer ministro: Viktor Orbán (desde 29 Mayo 2010).
PIB per cápita: 19.000 dólares (2010).
Tasa de paro: 10,7%.
Sector privado: 80% del PIB.

Mostrar a tus contactos de XING

domingo, 17 de abril de 2011

La Europa del exilio

La Europa del exilio: a modo de epílogo, es el título de la lección magistral que el profesor Andrés Ollero Tassara pronunció con motivo de su investidura como Doctor Honoris Causa de la Universidad "1 de decembrie de 1918" de Alba Iulia, Rumanía, el pasado 19 de noviembre de 2010.

El catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Juan Carlos I expone algunas de las contradicciones en la que se encuentra Europa, con motivo de la pretensión de defender los Derechos Humano por encima de las fronteras que marcan los ordenamientos jurídicos nacionales, mediante el llamado principio de justicia universal, muy presente en la historia judicial europea y, concretamente, española. Todo ello con el recurso de la cita a uno de los textos constituyentes de la Europa del siglo XX: el Dios ha nacido en el exilio, de Vintila Horia (en la foto).

Una interesante lectura, para un ejercicio de reflexión auto crítica muy necesario en nuestro viejo continente.

Mostrar a tus contactos de XING

lunes, 11 de abril de 2011

El crucifijo puede estar en la escuela pública

Con bastante retraso, debido a tantos jaleos en los que estoy metido, enlazo ahora con la noticia de la importante Sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, porque es, sencillamente, un espaldarazo jurídico a la libertad. Para esto, escojo el análisis de Rafael Serrano que ha distribuido la agencia de noticias ACEPRENSA.

Las escuelas públicas italianas pueden seguir exhibiendo el crucifijo en las aulas, sin menoscabo de la libertad religiosa y de pensamiento de los no cristianos, ni de la neutralidad del Estado en materia de religión y creencias. Tal es el juicio definitivo e inapelable del Tribunal Europeo de Derechos Humanos (TEDH), con sede en Estrasburgo, competente en los casos relativos al Convenio Europeo de Derechos Humanos, del que son signatarios los países miembros del Consejo de Europa.
Leer el artículo completo

Mostrar a tus contactos de XING

viernes, 1 de abril de 2011

Basura universitaria

Otra vez en el dominical del grupo Vocento; pero es que es tan certero, tan contundente, tan claro y expresa tan bien lo que pienso que no es que no me importe, es que repito fuente encantado; aunque esta vez es Carlos Herrera. De nuevo, el destacado y la foto son míos.

Por Carlos Herrera, en XLSemanal del 27 al 2 de abril de 2011

Un acopio de energúmenos borrachuzos asaltó la capilla de la Universidad Complutense de Madrid en un muy valiente acto de protesta por la presencia católica en el seno de la misma. Otrosí en la Universidad de Barcelona. Ambos actos, con la sonrisa timorata y cobardona de ambos rectores. En el caso de la de Madrid unas cuantas estudiantes meonas escenificaron la valentía de quedarse en prendas menores junto al altar mientras articulaban danzas tribales. En la barcelonesa desplegaron una pancarta mal redactada en la que reclamaban el carné de católico para poder acceder a la misma. Ambos grupos de futuros parados, que parecen directos herederos de las turbas de los años treinta, exhibieron la vocinglera ignorancia de los fanáticos, la ridícula tendencia a la bufonada que muestran los descerebrados radicales y la violencia extrema de los intolerantes que calientan su temperatura intelectual con calimochos y garrafones.

Toda esa chusma universitaria, la misma que impide a empujones y griterío la libertad de expresión en diversas facultades españolas, decidió violar un derecho fundamental de cualquier ciudadano en cualquier ámbito social: el de reunión y el de culto también. La autoridad, ausente en todo momento, calla como una puta acomplejada y no se atreve a decir ni pío. La turba, hoy orgullosísima de su proeza, justifica su acción con palabras balbucientes y con medias ideas libertarias, mientras se muestra dispuesta a continuar con heroicidades semejantes ante la inacción de quienes deberían, al menos, decirle complacientemente que eso no se hace y que no está bien. Los rectores no sirven ni siquiera para eso. Son unos pobres mierdas.

El anticlericalismo barato, la nostalgia del anarquismo incendiario de los peores años de nuestra historia, ha desembocado en una suerte de delincuencia organizada por un laicismo simplón tan del gusto de alguno de nuestros responsables públicos y en una cobarde reacción de quienes deberían guardar, al menos, la apariencia de garantizar los más elementales derechos. Ya sabemos que no sirven, que están acojonados, que son unos bobalicones y que buscan a diario excusas para no ejercer su autoridad, pero al menos que disimulen algo y aparenten guardar algunas formas. Matones de la peor escoria se dedican a insultar a los estudiantes que dedican unos minutos de su tiempo a acudir a algún oficio religioso de los que se celebran casi clandestinamente en algunas facultades y que no acabo de comprender exactamente en qué molestan a esta compleja mezcla de ignorantes y descerebrados, amigos de escribir en pancartas baratas y en eructar proclamas sectarias y fascistoides. De haber una mezquita en la sede universitaria -que podría haberla sin ninguna objeción-, ninguno tendría huevos de plantarse en la puerta de la misma a escupir cualquiera de sus proclamas. Ahí me gustaría ver a toda esa valiente muchachada comedora de basura ideológica.

Una sociedad que no sabe respetar espacios de libertad de culto y conciencia es una sociedad que no vale la pena, que no es capaz de articular espacios de tolerancia. Una universidad que no sabe reaccionar ante la acción chulesca y bufa de unos colectivos crecidos y desafiantes es una universidad incapaz de formar individuos libres, sujetos que en el futuro deberán comandar una sociedad de emprendedores, liderar el crecimiento colectivo, edificar el progreso y fomentar espacios de libre creación. Si esta excrecencia es la que tiene que edificar la España del mañana, así los coja confesados a los que coincidan con ellos.

Sería deseable que los responsables políticos y sociales que se llenan la boca de libertad y respeto, cuando no de confesionalidad católica, organizaran, si tienen lo que hay que tener, un acto de desagravio y acudieran a algún tipo de oficio con tal de solidarizarse con los pocos o muchos que quieran ejercer su derecho de culto en la Universidad. Y, luego, que los bravos rectores de ambas universidades propongan a los valientes alborotadores que realicen un curso de Erasmus en la Universidad de Teherán. A ver si hay cojones.

Mostrar a tus contactos de XING

El difícil punto medio

No es escritora de mis preferencias, de hecho, casi nunca leo lo que escribe; pero esta vez he tenido premio, por ceder a la curiosidad. Muy bien escrito, muy bien descrito y muy bien razonado, a mi entender: un poco de sentido común en este mundo de locos. Los destacados -y la foto- son míos.

Por Carmen Posadas, en XLSemanal del 13 al 19 de marzo de 2011

Mientras escribo estas líneas, se está debatiendo en Cataluña si es correcto o no ir desnudo por la calle. Primero pensé que el debate consistía en dilucidar si era conveniente regular cierta forma de vestir, como ir por la ciudad sin camisa o en biquini. Pero no. Se trata de una moción presentada por una asociación nudista para que se permita ir en pelota picada. «Es nuestro derecho y vuestra obligación», oigo decir en la tele a un señor muy enfadado -y temerario- porque, para dejar clara su condición, se hace entrevistar en bolas en la calle en plena ola de frío. Con «vuestra» imagino que se refiere a la obligación de todos nosotros, de la sociedad, del resto de los ciudadanos imbéciles y trogloditas que no respetamos sus deseos. «Es lo más natural», dice, al tiempo que se rasca los bajos, supongo que para demostrar que, en efecto, él es supernatural. Por lo visto, la polémica está siendo acalorada porque ¿cómo se nos ocurre coartar la libertad de este colectivo? ¿Acaso no tienen ellos derecho a ir como se les antoje? ¿Quién puede prohibir que cada cual haga lo que le dé la gana? A mí lo que más me sorprende de esta polémica no es que los nudistas reclamen airadamente su derecho a ir en bolas por la ciudad, sino que sus argumentos sean aplaudidos por los mismos que quieren prohibir tantas otras cosas: fumar, ir a los toros, educar a los niños en colegios no-mixtos o en la lengua de elección de los padres... Por lo visto, el argumento de «¿acaso no tiene cada uno derecho a hacer lo que le dé la gana?» sirve para unos, pero no para otros. Y lo mismo ocurre con la premisa de «prohibido prohibir». No se puede prohibir todo aquello que atente contra los derechos de algunos colectivos minoritarios, pero sí contra los de otros amplios como los fumadores (el 30 por ciento de la población), los taurinos (calculo que al menos otro 30 o 40 por ciento) o el de padres que desean poder elegir el tipo de educación que prefieren dar a sus hijos, cuyos porcentajes desconozco, pero calculo rayanos al cien por ciento.

Nunca me he considerado una persona conservadora, pero a base de tanta pseudoprogresía papanatas van a acabar por convertirme en carca. Porque lo que peor llevo de todo este asunto de lo que hay que prohibir y lo que hay que permitir es la falta absoluta de sentido común, la inveterada costumbre de desconocer las virtudes del punto medio. No son difíciles de comprender las razones por las que se ha producido este fenómeno. Se trata de una tardía resaca de lo que fueron las prohibiciones del franquismo. Todo lo que entonces estaba reprimido ha de ser permitido e incluso convertirse en norma. Naturalmente, hay cosas que es lógico que se permitan, pero según y cómo. Por supuesto nadie puede prohibir a alguien ir desnudo por su casa, por ejemplo, ni en los clubs y playas dedicados a tal efecto, pero también aquellos a los que no les gusta esa práctica tendrán algún derecho, digo yo. Derecho a que sus hijos no se encuentren con tipos en bolas en los parques junto a los columpios o el tobogán. Porque ¿nadie ha pensado, por ejemplo, que tal vez a algún pederasta se le pueda ocurrir la «imaginativa» idea de decir que es naturista para acercarse a los niños? Son cosas tan evidentes que da sonrojo tener que escribirlas, pero esta pseudoprogresía que nos infesta no solo es cerril, sino también bastante incongruente. Y es que me apuesto la cabeza a que, si se les hiciese la pregunta de otra manera, ellos serían los primeros en confesarse defensores de preservar ciertos espacios reservados a los niños. Que quede bien claro que no estoy diciendo que los nudistas «ataquen» a criaturas ni nada por el estilo, faltaba más. Lo que digo es que cada cosa tiene su lugar y cada derecho acaba donde empieza el del prójimo. Se trata de algo tan simple y a veces tan extremadamente difícil de entender y de alcanzar como el punto medio.


Mostrar a tus contactos de XING

sábado, 26 de febrero de 2011

Dos caras de la misma moneda. Libertad religiosa y libertad de conciencia

Por Rafael Navarro-Valls
Catedrático de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, y secretario general de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación de España.

La libertad religiosa es la primera de las libertades, pero la libertad de conciencia es la estrella polar que orienta a las democracias. Dos caras de la misma moneda. Baste un ejemplo. No hace mucho, se reunían en Roma el primer líder político del mundo (Barack H. Obama) y la primera autoridad moral de la tierra (Benedicto XVI). El encuentro –en tiempo útil - duró unos veinte minutos. De ellos, ocho se dedicaron a la objeción de conciencia, en el marco de la libertad religiosa.

Es sintomático que, a la hora de destacar un tema que preocupe hoy a los dos núcleos más intensos de poder de la Humanidad, sea precisamente el de los choques entre conciencia y ley, que pone cada vez más de manifiesto los oscuros dramas que se generan en algunas minorías por leyes de directo o indirecto perfil ético. Un modo de decir que no es la objeción de conciencia una especie de ‘delirio religioso’, un subproducto jurídico que habría de relegarse a las catacumbas sociales. Al contrario, es una clara especificación del derecho fundamental a la libertad religiosa y de conciencia.

Esto es precisamente lo que acaba de concluirse en zonas muy diversas de dos continentes. Por un lado, en el marco de la objeción de conciencia al aborto, la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa (Resolución 1763, 2010), ha proclamado vigorosamente la “ obligación de garantizar el respeto del derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión de los proveedores de asistencia sanitaria”, Por otro, Perú promulga su primera ley de libertad religiosa (diciembre 2010), dedicando su artículo 4 a la tutela de objeción de conciencia, cuando alguien se ve constreñido a incumplir una obligación legal «por causa de un imperativo, moral o religioso grave o ineludible.

La razón de esta especie de contra-ataque de los derechos humanos trae su causa en dos razones. Las primera, los vientos de fronda que soplan en algunos países de Oriente contra la libertad religiosa. La segunda, una concepción del poder – sobre todo en Europa- que está convirtiendo la ley en un “simple procedimiento de gobierno, para transmitir consignas ideológicas con precipitación y, a veces, con vulgaridad.

Cuando se pide, en nombre del Papa, a la comunidad internacional que intervenga “de forma fuerte y clara” en la tutela de la libertad religiosa, se está poniendo en juego la primera cara de la moneda, “atónitos ante la intolerancia y la violencia”. Y cuando se denuncia la incontinencia normativa del poder, que intenta imponer por vía legislativa una filosofía beligerante con las conciencias, la moneda es vista desde su otra cara, aquella que legítimamente multiplica las objeciones de conciencia como reacción. Hace tiempo en América se desató la caza de brujas. Uno de sus objetivos fueron los actores de Hollywood. Esta fue su reacción : “hay muchas maneras de perder la propia libertad. Puede sernos arrancada por un acto tiránico, pero también puede escapársenos día tras día, insensiblemente, mientras estamos demasiado ocupados para poner atención, o demasiado perplejos, o demasiado asustados". Tenían razón.

Mostrar a tus contactos de XING

viernes, 18 de febrero de 2011

Laicidad y ciudadanía

Entrevista a publicada en Magisterio Español.
“Si alguien cree que EpC es mala debe ir a la desobediencia civil”
Andrés Ollero, catedrático de Filosofía del Derecho de la Universidad Rey Juan Carlos. Este experto constitucionalista aclara algunos términos sobre la actuación de los objetores ante Educación para la Ciudadanía y en general sobre la libertad de enseñanza y el papel de los padres.

Por José Mª de Moya xjmoya@magisnet.com
Última actualización 26/10/2010

Con el trasfondo de la reciente sentencia del TSJA contra el adoctrinamiento de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, abordamos en esta entrevista algunos aspectos de esta controvertida materia con Andrés Ollero, experto jurista, ex diputado del PP y portavoz de Educación y autor de “Un estado laico. La libertad religiosa en perspectiva constitucional” (Editorial Aranzadi Thomson).

¿Cuáles son los planteamientos de fondo que hay detrás de las dos posiciones en clave política mediática en torno a la Educación para la Ciudadanía?
-Se ha dado un cambio que supone el paso de la laicidad positiva que hay en la Constitución a un planteamiento únicamente laicista. Se ha pasado de una alternativa a la Religión a una asignatura obligatoria que entra absolutamente en terrenos morales debatidos en donde las posturas de la sociedad son particularmente polémicas como es lógico en una sociedad plural. Entonces, lo que no tiene ningún sentido es, en vez de respetar lo que dice la Constitución y que sean los padres los que elijan la formación moral de sus hijos, imponer una determinada formación moral, además obligatoria.

Algunos creen que una alternativa del tipo “hecho religioso” sería perjudicial para los que eligen Religión.
-No, porque los que estudian Religión están estudiando esos mismos problemas desde la óptica de la confesión determinada. La idea de la alternativa es la enseñanza aconfesional del fenómeno religioso. El laicismo se convierte en religión civil, con una intención sustitutiva, aunque, a la hora de la verdad no pueden eliminar la enseñanza de la Religión dado que lo dice la Constitución en los artículos 16 y 27.3 y los acuerdos con la Santa Sede.

Entonces, ¿considera que de algún modo es el PSOE el que ha cambiado?
-Evidentemente sí. Por ejemplo, tendiendo a relativizar el papel de la transición democrática, desmitificándola y, lo que se había presentado como un consenso, ahora es una especie de apaño que no hubo más remedio que tolerar.

En esta línea, la actual portavoz socialista de Educación, Cándida Martínez, nos comentó en una entrevista que ella consideraba que la Concertada era coyuntural...
-El consenso de la transición, lógicamente, obligó a ceder a unos y a otros. Entonces, el punto más crispado –hasta el punto de que Peces Barba se levanta de la mesa de negociación– fue con motivo del artículo 27 [sobre el Derecho a la Educación]. Entonces hubo un intento de los socialistas para provocar sentencias del Tribunal Constitucional que interpretaran esos artículos en la vía en la que ellos lo habían concebido. Ellos tenían la idea, por ejemplo, de que los centros concertados fueran un aspecto más del sector público. Por tanto, no había carácter propio del centro, ni ideario propiamente dicho, sino en todo caso una situación coyuntural que iría cambiando según los padres dijeran blanco o negro, o lo que fuera. Y la solución que da el Constitucional es contraria a esos planteamientos.

Ha comentado antes que ahora mismo el Estado se está metiendo en cuestiones morales, pero hay quien defiende que la escuela tiene derecho a enseñar valores y que no es solamente una transmisión de conocimientos.
-Por supuesto que sí, y está contemplado en la Constitución. Precisamente porque la escuela no sólo puede, sino que debe. ¿Cómo vas a formar sino en valores? Precisamente porque puede y debe ocuparse de los valores, debe ocuparse de los valores como los padres quieran. El problema se plantea en la medida que se hace obligatoria la asignatura, ahí es cuando viene el lío.
Por tanto, podía haber dos caminos: uno, el no hacerla obligatoria; y otro, haberla hecho suficientemente neutra como para no invadir terrenos de la moral.
Se podía haber hecho una asignatura que informara a los jóvenes sobre la arquitectura constitucional, de manera general. Pero entrar en el estudio de todos los temas polémicos morales es un verdadero disparate, sobre todo, marginando lo que los padres opinen.

¿Cree que la Educación sexual que presenta el Gobierno se ha pretendido desvincular de lo afectivo?
-A mí me llamó la atención que el informe del Consejo de Estado dijera que es totalmente constitucional porque la información que se va a dar sobre ese tema es objetiva y científica, cuando eso es sencillamente imposible. O sea, la ciencia no puede dar Educación sexual. La ciencia puede dar anatomía de la relación sexual, o fisiología, pero la Educación no describe elementos físicos, sino que se dedica a exponer su sentido, y eso la ciencia no lo puede hacer.

Volviendo a Ciudadanía, ¿quizá se planteó mal la campaña en contra de la materia cuando en realidad debía haber sido en contra de sus contenidos?
-Lo que alguien tiene que tener claro es que si uno objeta una ley, tiene que estar dispuesto a ir a la desobediencia civil, que consiste en que uno se niega a cumplir una norma, asume la sanción y convierte esa sanción en una especie de revulsivo moral de la sociedad. Entonces, yo creo que lo que ha habido con respecto a Educación para la Ciudadanía ha sido una objeción de conciencia generalizada, pero al parecer, no muy dispuesta a llegar hasta la desobediencia civil de verdad. Un objetor es un ciudadano que pide una excepción para él, pero que no tiene en cuenta la norma, mientras que la desobediencia civil lleva a cuestionar la norma.

¿Qué opina del entramado que ha creado el PSOE para modificar la sociedad?
-Yo creo que es fruto de un planteamiento según el cual el que gana unas elecciones tiene derecho a cambiar el código moral de la sociedad, lo cual me parece un disparate en una sociedad de pluralismo democrático. El intento de utilizar el derecho para imponer pautas de normalidad social, distintas de las que la sociedad viene suscribiendo, es un desastre.

Las frases
-Sobre la conciencia
“La gente espera que le digan qué debe hacer en conciencia, lo cual es totalmente contradictorio con la conciencia”.
-Conciencia y verdad
“La conciencia está vinculada a la verdad y, por tanto, para actuar en conciencia primero hay que tener la preocupación de enterarse de las exigencias de la verdad respecto a un aspecto determinado”.
-Objeción de conciencia
“Decía Mª Teresa Fernández de la Vega que una ley no se puede objetar. ¿Me quiere decir usted entonces qué se puede objetar en una democracia? Si a mí lo único que me vincula en una democracia es la ley. No tiene pies ni cabeza”.
-Desobediencia civil
“Si alguien piensa que Educación para la Ciudadanía, tal y como está planteada, es mala en sí misma para cualquiera, desde luego debería ir a la desobediencia civil, porque lo que está pidiendo es una excepción para él, y el resto que se las apañen. El problema es que, desde el punto de vista práctico, una objeción de conciencia generalizada en el fondo se convierte en una estrategia de desobediencia civil”.


Mostrar a tus contactos de XING

domingo, 6 de febrero de 2011

Los integrismos

Por Rafael Navarro Valls, para la Agencia Zenit

En rápida sucesión, el Senado español (18 enero) y el Parlamento europeo (20 enero) acaban de aprobar dos resoluciones condenando los ataques en Egipto, Nigeria, Filipinas, Chipre, Irán e Irak contra las minorías cristianas. Antes, lo había hecho Francia. Implícita o explícitamente, en esas declaraciones se rechaza la instrumentalización de la religión en conflictos de naturaleza política, al tiempo que se hace una vigorosa defensa de la libertad religiosa.

Los redactores lo que repelen – en mi opinión – es esa visión ingenua del estado de salud de los derechos humanos, que suele tomar la parte por el todo. Creer que, ya que Occidente goza de un aceptable reconocimiento de los derechos humanos, eso acontece en todas partes. Es lo que viene llamándose el «síndrome Internet»: la confortable ilusión de un mundo gratamente globalizado, que ignora que más de la mitad de los habitantes de la tierra desconocen las nuevas tecnologías.

En realidad, el integrismo es una sombra amenazante que se extiende en amplias zonas del planeta, erosionando los derechos humanos. Su existencia es tentacular, pues tiene varias versiones. Existe un integrismo supuestamente religioso que, en realidad, es una forma de fanatismo irreligioso. El fanático es irreligioso, en la medida en que recurre a la violencia, que una visión razonable de la religión rechaza y detesta. Por eso mismo, las recientes condenas de Occidente contra los ataques integristas a los cristianos de Oriente no pueden ser interpretadas como formas de islamofobia, precisamente por que lo que se rechaza es la oscura vertiente política de los fanáticos, que suelen ampararse en cortinas de humo supuestamente religiosas. Se entiende así que 70 personalidades musulmanas hayan publicado un manifiesto con el expresivo título «El Islam, escarnecido por los terroristas». Se refiere expresamente a las «atrocidades cometidas en nombre del Islam» contra los cristianos en Egipto y en Iraq. Afirma que «estos asesinos no son del Islam y no representan en absoluto a los musulmanes». Rechaza en concreto la que consideran usurpación de la propia identidad religiosa por parte de «falsarios» que esgrimen la religión como un arma destructiva. El mejor test para evaluar el grado de respeto de los derechos humanos es la libertad religiosa. De ahí que la alarma de Occidente sea justa.

Pero junto al fundamentalismo supuestamente religioso existen otros más subterráneos, que suelen expandirse en zonas de Occidente presuntamente respetuosas con los derechos humanos. No me refiero tanto al fundamentalismo de base freudiana, que disuelve la religión en ilusorias manifestaciones psíquicas, sino al que Jorge Semprún llama «fundamentalismo de la purificación social». Aquel que, si en el día a día tiende a eliminar lo discrepante, en el complejo marco de las relaciones conciencia civil /conciencia religiosa ha decretado dictatorialmente que la segunda es sólo un residuo en un horizonte agnóstico.

Unos y otros fanáticos –los de Oriente y Occidente - son los mismos que han puesto en circulación una especie de policía mental, cuyos agentes se dedican a una caza de brujas, en la que la primera baja es siempre la libertad. Como dijo Holmes hace tiempo: «La mente del intolerante es como la pupila de los ojos, cuanto más luz recibe, más se contrae».

Mostrar a tus contactos de XING

viernes, 28 de enero de 2011

Los mártires de la "cristianofobia

Por Ignacio García de Leániz, profesor de Recursos Humanos de la Universidad de Alcalá de Henares, en EL MUNDO, 25 de enero de 2011.

Tiene el cine la virtud de darnos alguna películas, bien pocas, que ponen ante nuestros ojos el signo de los tiempos en que vivimos y por ello mismo alcanzan también una dimensión profética. Como si actuara en ellas el propio Tiresias, el adivino ciego de la Tebas helénica que hacía de mediador y anticipador entre los dioses y hombres según nos recordaba modernamente Eliot en La tierra baldía. Por eso, ver tales películas supone un ejercicio luminoso y doloroso a un tiempo de necesaria comprensión. Por eso, también, perdérselas le condena a uno a seguir un poco más encadenado a mirar la pared sombría de la caverna de Platón. La obra recién estrenada en nuestras pantallas del francés Xavier Beauvois, tan laureada en Cannes, De dioses y hombres, es ciertamente una de ellas. Y no podía ser más oportuna.

En efecto, la dramática historia que se nos describe -con la luz y espiritualidad de un cuadro de Zurbarán y la angustia de un relato de Bernanos- de los siete monjes cistercienses del monasterio de Nôtre-Dame del Atlas en Tibhirine (Argelia), decapitados en 1996 por el Grupo Islámico Armado (GIA) en plena guerra civil argelina, nos hace caer, así de súbito, en la cuenta de que las persecuciones de cristianos no son de un ayer más o menos remoto. Más bien todo lo contrario, aunque por razones muy diversas -y no siempre claras- los medios y la política occidentales pretendan poner sordina a la dimensión de una tragedia que crece exponencialmente de una década a esta parte.

Ha tenido que ser Benedicto XVI quien en reciente alocución recordara que son en la actualidad los cristianos «el grupo religioso que sufre mayor persecución por motivos de fe». Sin duda, tenía a la vista el estremecedor Informe de libertad religiosa en el mundo 2010 emitido por el Pontificio Consejo Justicia y Paz donde se cifraba en 150.000 (el lector no ha leído mal) el número de cristianos muertos durante el año pasado por animadversión religiosa. A ello hay que sumar 200 millones de cristianos perseguidos y otros 150 millones discriminados por sus convicciones, para poder así determinar correctamente el alcance de la barbarie. A lo que se ve, pues, el derramamiento de sangre de aquellos cistercienses en la cordillera del Atlas no era sino un negro heraldo de lo que estaba por venir: como si hubiesen sido designados «protomártires» -a la manera de un San Esteban- de una gigantesca oleada de nuevos martirios a lo largo del orbe. Una nueva cristianofobia, pues, que nos plantea ante nuestras miradas distraídas algo para lo cual carecemos ya de categorías conceptuales, como entrevió Hannah Arendt en sus últimos años: el misterio y presencia del mal puro y nudo (ese que Kant llamaba «el mal radical»), que se revuelve violentamente ante la mera posesión -no digamos ya ejercicio- de la fe en Jesucristo.

La marea persecutoria amplía por momentos su cartografía, que, como veremos, no sólo incluye el fundamentalismo islámico. En Irak, según ACNUR, los constantes pogroms anticristianos han hecho que los creyentes supongan ya el 40% de los refugiados en países limítrofes siendo así que los católicos de diversos ritos apenas suponen el 5% de la población iraquí. El ataque en octubre del año pasado por parte de una célula de Al Quaeda a la catedral de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro en plena misa dominical, dejó un reguero de 58 mártires y sirvió de siniestro modelo para la reciente masacre de la Eucaristía de Año Nuevo en la iglesia copta de Todos los Santos de Alejandría con más de 21 muertos como testigos de la fe. En Nigeria, Filipinas e Indonesia también se han registrado gravísimos asaltos e incendios de iglesias católicas y protestantes. Todo ello parece palidecer, sin embargo, ante los 1,5 millones de cristianos asesinados en Sudán desde 1984 hasta hoy por la milicia musulmana de Janjaweed, ante la pasividad internacional.

La situación en los territorios palestinos no puede ser tampoco más crítica, según explican en detalle Jonatan Adelman y Agota Kupderman en un esclarecedor artículo, The Christian Exodus from the Middle East: en la actualidad tres de cuatro cristianos nacidos en Belén viven en el extranjero y hay más cristianos oriundos de Jerusalén exilados en Sidney que en la capital de las tres religiones, debido a los hostigamientos y violaciones sufridos por la presión fundamentalista islámica. No creo arriesgado aventurar que en breve los territorios sagrados serán para la cristiandad un erial tal y como ha quedado el Líbano cristiano tras su secuestro y demolición, acontecimiento éste siempre mal y poco explicado.

Pero no solo el fundamentalismo musulmán, que traiciona así el principio islámico clásico de tregua común con los demás monoteísmos, propaga dicha cristianofobia. El extremismo nacionalista hindú en India que encarna el Bharatiya Janata Party (BJP) se correlaciona asimismo con la violencia anticristiana en auge, especialmente en aquellos estados donde gobierna el BJP con el apoyo indisimulado del Sang Parivar (Liga de Organizaciones Nacionalistas). Recuerde el lector cómo solo en 2008 al menos 500 mártires murieron en un pogrom anticristiano en el estado de Orissa. Como se observa, la cartografía de la persecución contra los cristianos rebasa los imprecisos límites del islam radical (quedando excluidos Qatar, Abu Dabi y Kuwait que permiten el culto), para incluir Corea del Norte, Laos, India y China, por ejemplo. Como si el odium fidei que lleva a la persecución y martirio actuales pudiera darse desde tres perspectivas distintas: la atea, la fanática religiosa y la nacionalista.

La situación es tan preocupante que la misma figura del Papa, en tanto que símbolo de la cristiandad, corre el grave riesgo de padecer un atentado martirial por parte de islamistas radicales, como ocurrirá igualmente con su sucesor. Más de una vez los servicios de inteligencia occidentales han logrado abortar un ataque sangriento a San Pedro de Roma, y al lector atento tampoco se le habrán escapado las excepcionales medidas de seguridad y máxima alerta que rodearon la reciente estancia de Benedicto XVI en Santiago de Compostela y Barcelona. Y para no llamarnos a engaño esos mismos servicios tampoco descartan que haya ataques a iglesias y actos religiosos en suelo europeo, exportándose el modelo martirial a nuestro continente en sustitución de los atentados indiscriminados ejecutados hasta ahora. Como se va viendo con angustia creciente en la película que comentamos al inicio, el cerco para el creyente es cada vez más estrecho y de ahora en adelante no sólo en la pantalla.

Así las cosas, con cientos de miles de cristianos que a diario se juegan la vida por su mera fe y otros muchos en lista de espera para afrontar el riesgo de un Coliseo paulatinamente más cercano, sorprende la escasa oportunidad -o gran impertinencia- de los ataques que en la retaguardia de Occidente sufre el cristianismo a manos de lo que Martin Rhonheimer ha denominado la «laicidad integrista». Como si no mereciera compasión alguna -no hablemos ya de respeto y mucho menos de admiración- tanta sangre derramada ayer y mañana.

Los recientes sucesos acaecidos en torno a la suspensión de la misa en la Universidad de Barcelona o la befa y el escarnio constante por parte de medios privados y poderes públicos de la cabeza, creencias y símbolos católicos, señala misteriosamente la otra cara de aquel «mal radical» kantiano que mencionábamos al principio: su espantosa banalidad, que tanto obsesionaba también a Hannah Arendt.

Justo lo contrario de la hondura espiritual y del respeto con que un hombre próximo al Partido Socialista francés como es Xavier Beauvois dirige el drama anticipatorio de los siete monjes cistercienses degollados como corderos. Decía al respecto Spengler que en última instancia era siempre un pelotón de soldados quien salvaba a la civilización. No estoy tan seguro de ello. Es posible en cambio que este mundo atribulado nuestro lo esté redimiendo, sin saberlo, el torrente de sangre de cristianos derramada por la barbarie. Como aconteció en la pequeña comunidad de cistercienses, allá en el Atlas de Argelia, no muy lejos de nosotros y ahora tan próxima en la pantalla. No dejen de verla

Mostrar a tus contactos de XING