
La novedad de Cristo no es su doctrina moral: es su anuncio del Reino de Dios. ¡Claro que incluye, por supuesto, una doctrina moral! En cuestiones de justicia hay que ser tan exigente –o más- que el que más, pero con la condición –si es que queremos actuar como cristianos- de dejar claro que hay otra cosa que está por encima y se llama caridad. «Está por encima» no quiere decir que se oponga a la justicia. Exigiendo la justicia tanto o más que el que más, yo tengo que hablar de caridad, de amor al prójimo por amor a Dios. Entonces estoy hablando como un cristiano. ¿Qué quiere decir esto? ¿Qué como soy cristiano debo hablar sólo de la caridad, y no de lo otro? No; de ninguna manera, porque Cristo es verdadero Dios y verdadero hombre, y en Él lo sobrenatural y lo natural están unidos. Pero si están unidos en Él, también deben estarlo en mi conducta y en mi actuación.
Digo esto porque veo cierta propensión a que en nuestros escritos y en nuestro hablar con los demás casi parece como que ocultamos que somos cristianos. Hablamos de valores humanos, de los cuales hay que hablar, evidentemente. Si no lo hacemos estamos edificando en vano. Sí, pero si queremos edificar no nos podemos contentar con los cimientos: hay que poner algo más. Y si no lo ponemos, esos cimientos ¿de qué son cimientos, cristianamente hablando, se entiende?
Contemplata aliis tradere, dice Santo Tomás: hay que transmitirlo visto por la gracia a quienes no han recibido el mensaje (quizá lo desconocen sin culpa, pero lo pueden conocer).
Yo temo que pueda haber un cierto pudor malentendido en los cristianos de hoy, de manera que, bajo un pretexto -propiamente no es que sea pretexto, pues casi llegamos a creérnoslo- de que como hay que dialogar con los no creyentes, no se debe meter para nada ninguna alusión a la revelación. Y yo diría: de ninguna manera hay que dejar de dar todos los argumentos científicos, filosóficos, humanos, naturales, etc., que hay que dar (y, por consiguiente, hay que conocerlos, porque eso es doctrina también, y más para un cristiano). Un cristiano no es un señor que admite sólo lo sobrenatural; admite también lo natural. El sí más grande que se le ha dado a la humanidad se llama Cristo, que es también un sí a Dios; pero un sí consistente en que es las dos cosas a la vez. Entonces, además de todas esas razones naturales, yo diría que en medio de un razonamiento de esos, o al final, donde sea, hay que meter hábilmente -si se me permite la expresión: no quiero decir con ello hipócritamente una referencia a la verdad sobrenatural. De lo contrario, no estaremos hablando como cristianos. No es que estemos hablando como anticristianos, pero tampoco como cristianos. No voy a convencer a un señor hablándole de un Evangelio en el cual no cree, ciertamente. Pero he de hablarle también cristianamente, con algo de habilidad, y no cuidando tan habilidosamente la forma y manera de decírselo, que terminemos por callamos.
1 Barcelona; Herder, 1961, p.163