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lunes, 28 de mayo de 2012

La identidad católica de las instituciones educativas

Ciudad del Vaticano, 5 mayo 2012 (VIS).-La cuestión de la educación religiosa y la formación en la fe de la próxima generación de católicos en Estados Unidos fueron los temas elegidos por el Santo Padre en el discurso que dirigió a los prelados de la Conferencia de Obispos Católicos de Estados Unidos (regiones X-XIII), al final de su quinquenal visita “ad limina”.

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El Papa reconoció, en primer lugar, los progresos de los últimos años en la mejora de la catequesis y de la revisión de textos para que sean conformes al Catecismo de la Iglesia Católica. También elogió los esfuerzos en la adopción de medidas encaminadas a “preservar el gran patrimonio de las escuelas católicas, primarias y secundarias, de Estados Unidos, que han sido profundamente afectadas por los cambios demográficos y el aumento de los costos; y a garantizar, al mismo tiempo, que la educación que proporcionan permanezca al alcance de todas las familias, cualquiera que sea su situación financiera”.

Por lo que se refiere a la educación superior, diversos obispos habían señalado al Papa que los colegios y universidades católicas reconocen cada vez más la necesidad de reafirmar su identidad distintiva, en la fidelidad a sus ideales fundacionales y a la misión de la Iglesia al servicio del Evangelio. “No obstante -comentó el Santo Padre- aún queda mucho por hacer, especialmente en áreas tan básicas como el cumplimiento del mandato establecido en el Canon 812 para los que enseñan disciplinas teológicas. La importancia de esta norma canónica, como expresión concreta de la comunión eclesial y de la solidaridad en el apostolado educativo de la Iglesia, se hace aún más evidente si tenemos en cuenta la confusión creada por los casos de disidencia aparente entre algunos representantes de las instituciones católicas y el liderazgo pastoral de la Iglesia: discordias como ésas perjudican el testimonio de la Iglesia y, como demuestra la experiencia, pueden ser explotadas fácilmente para comprometer su autoridad y su libertad”.

No es exagerado decir que proporcionar a los jóvenes una buena educación en la fe representa el desafío interno más urgente para la comunidad católica en vuestro país”, observó el Papa que, a continuación, sugirió algunas claves para hacer frente a ese reto.

En primer lugar -dijo- la tarea esencial de una auténtica educación (…) no es simplemente la transmisión de conocimientos, por muy esencial que sea, sino también la de dar forma a los corazones. Hay una necesidad constante de equilibrar el rigor intelectual en la comunicación (…) de la riqueza de la fe de la Iglesia con la formación de los jóvenes en el amor de Dios, la praxis de la moral cristiana y la vida sacramental, y no menos importante, del cultivo de la oración personal y litúrgica”.

Por eso, la cuestión de la identidad católica, también en ámbito universitario, “implica mucho más que la enseñanza de la religión o la mera presencia de una capellanía en el campus. A menudo, da la impresión de que las escuelas y colegios católicos no han logrado que los estudiantes se reapropien de su fe haciéndola parte de los emocionantes descubrimientos intelectuales que marcan la experiencia de la educación superior. El hecho de que tantos nuevos estudiantes se sientan disociados de la familia, la escuela y los sistemas de ayuda comunitaria que antes facilitaban la transmisión de la fe, debe impulsar a las instituciones católicas de enseñanza a crear nuevas y eficaces redes de apoyo

En todos los aspectos de su educación, subrayó el Santo Padre “los estudiantes deben ser alentados a articular una visión de la armonía entre fe y razón, capaz de guiarles a lo largo de toda la vida en la búsqueda del conocimiento y la virtud . En efecto, la fe por su propia naturaleza, exige una conversión constante y universal a la plenitud de la verdad revelada en Cristo (…) El compromiso cristiano con la enseñanza, que hizo nacer las universidades medievales, estaba basado en la convicción de que el único Dios, como fuente de toda verdad y bondad, es también fuente del deseo apasionado del intelecto por saber y del anhelo de la voluntad de realizarse en el amor”.

Sólo desde este punto de vista podemos apreciar la contribución distintiva de la educación católica, comprometida en una ‘diaconía de la verdad’ e inspirada por una caridad intelectual, que sabe que transmitir la verdad es, en última instancia, un acto de amor. Una fe que reconoce la unidad esencial de todo el conocimiento, ofrece un baluarte contra la alienación y la fragmentación que derivan de un uso de la razón separado de la búsqueda de la verdad y la virtud. En este sentido, las instituciones católicas tienen un papel específico que desempeñar para ayudar a superar la crisis actual de las universidades”.

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viernes, 14 de octubre de 2011

Benedicto XVI en el Reichstag

Hace poco destaqué en cambiaelmundo (Benedicto XVI ante el Reichstag alemán) lo más significativo, para mí, del discurso del Papa a los políticos alemanes. Aquí quiero enlazar, con la más autorizada y completa opinión de Andrés Ollero, catedrático de Filosofía del Derecho y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Su artículo, Una doble lección, puede leerse en Aceprensa.


El Papa, actuando como viejo profesor, no dudó en dar una doble lección. Su discurso en el Bundestag ha acaparado la máxima atención, pero cobra aún más significado si se lee en paralelo al dirigido el día siguiente a los quince representantes de las comunidades musulmanas presentes en Alemania.

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sábado, 3 de septiembre de 2011

JMJ y futuro

Por Manuel Atencia Robledo, en Málaga Hoy, el 28.08.2011

ESTA semana escribía el dirigente socialista  Francisco Vázquez que le sorprendía el afán de amplios sectores del autodenominado progresismo español en desacreditar a Benedicto XVI, presentándolo como un integrista impulsor de un retroceso reaccionario en el pensamiento y la acción de la Iglesia. A mí también me sorprende porque el que se acerca a su vida y a su obra descubre todo lo contrario de ese estereotipo erróneo e injusto.

 El que haya seguido la JMJ de Madrid, habrá visto que Benedicto XVI no es ni integrista ni reaccionario. Al ver y escuchar a este hombre de 84 años, de gesto dulce y de mirada viva, se comprueba la profundidad de su pensamiento, expuesto siempre desde un profundo respeto y tolerancia hacia las ideas de los demás, lo que no impide su firmeza en la defensa de los valores de la fe católica.

 Como defendió Juan Pablo II, la Iglesia no quiere imponer, solo proponer. La Iglesia de Benedicto XVI ni quiere imponer sus ideas ni busca situaciones de privilegio, pero no debe obviarse que donde existen unas raíces en las que el cristianismo ocupa un lugar preeminente, como en España, la Historia y la singularidad como pueblo no se pueden comprender sin la aportación de la Iglesia.

 La JMJ de Madrid ha demostrado la vitalidad de la Iglesia Católica y la capacidad de convocatoria de Benedicto XVI al reunir en pleno mes de agosto a millón y medio de jóvenes de todas las nacionalidades, consecuentes con su fe e identificados con el mensaje del Papa, que una vez más los ha invitado, a ellos y a todos, a la búsqueda de la verdad como único camino capaz de dar contenido a sus vidas. Esa presencia masiva de jóvenes alegres, naturales, cívicos, consecuentes y sacrificados, también rompe tópicos e imágenes artificiales de la juventud y de los cristianos, y nos propone un futuro esperanzador.

 En la JMJ se ha comprobado la viva realidad de la Iglesia que tanto cuesta reconocer a los que están empeñados en ignorar la vital importancia que el hecho religioso tiene en nuestra sociedad y en nuestra cultura. Una vez más, se ha demostrado que son inútiles los intentos de reducir la religión al ámbito privado. Los valores de la fe son principios compartidos por millones de personas y determinan la posición de los católicos ante los problemas políticos, económicos y sociales.

 La Iglesia, como se ha destacado estos días por muchas personas no creyentes, es el gran baluarte de la defensa de la dignidad humana y los valores que profesa y defiende contribuyen a mejorar la sociedad. En este mundo en crisis, la Iglesia y Benedicto XVI pueden ofrecer respuesta y orientación a muchas de las demandas de la sociedad de hoy y, especialmente para los más jóvenes, puede llenar de contenido el vacío de pensamiento actual.

 Después de escuchar al Papa y ver a esos millones de jóvenes ilusionados, miro al futuro con más esperanza si cabe.

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lunes, 27 de septiembre de 2010

La valentía de Benedicto XVI

No es que yo sea un fan del diario La Vanguardia (Barcelona), tal y como es en la actualidad; pero ha sido el periódico con el que he echado los dientes en esto de la comunicación y, de vez en cuando, te sorprende, como con este editorial del día 19 de septiembre de 2010, que debieron encargarle a quien yo me sé.

La valentía de Benedicto XVI

EL papa Benedicto XVI acaba de realizar un valiente viaje a Inglaterra. El Papa alemán (el "pastor alemán", tituló un tabloide inglés poco después de la elección de Joseph Ratzinger como pontífice), el papa de Roma, ha visitado durante cuatro días el país que se enfrentó a muerte a Alemania en la Segunda Guerra Mundial; el país que hace cuatrocientos sesenta y siete años rompió puentes con la autoridad pontificia romana, promoviendo una iglesia nacional, coincidente en el tiempo con la reforma luterana.

Claves del viaje. Comencemos por la dimensión histórica que acabamos de citar. Ha sido la primera visita oficial del papa de Roma a Inglaterra desde que Enrique VIII decretase en 1534 el Estatuto de Primacía (Acts of Supremacy) que declaraba a la corona de Inglaterra como "única cabeza suprema en la tierra de la Iglesia de Inglaterra, llamada Ecclesia Anglicana". Un anterior viaje de Juan Pablo II no tuvo carácter oficial. La reaproximación de Roma a Inglaterra es un hecho histórico de primer orden que ninguna persona que tenga una mínima noción de los fundamentos europeos puede ignorar o minimizar. Por debajo de la confusa espuma de los días, las capas tectónicas de Europa se están moviendo.

La segunda clave podríamos decir que es de orden intelectual. Benedicto XVI ha sido la tercera personalidad extranjera invitada a hablar ante las autoridades británicas en el Westminster Hall, lugar de las primeras sesiones del Parlamento inglés. Antes lo hicieron Charles de Gaulle y Nelson Mandela. En su discurso, que conviene releer, el Papa realizó una decidida defensa del papel de la religión en la vida pública, tomando como referencia la figura de Tomás Moro, condenado a muerte en aquel lugar por defender sus ideas ante el dictado de la autoridad política. "Para los legisladores la religión no debe ser un problema que resolver, sino un contribuyente vital a la conversación nacional", dijo Benedicto XVI. En ese importante discurso, Joseph Ratzinger alertó contra la irrupción de un laicismo agresivo que pretende borrar las huellas de la religión en el espacio público. Dijo el Papa en Westminster: "Cada generación debe preguntarse ¿cuáles son los requerimientos que los gobiernos pueden imponer razonablemente a sus ciudadanos?". Los anglicanos escucharon con mucha atención las palabras del Papa. Estaban presentes en Westminster, David Cameron, Gordon Brown, Tony Blair y Margaret Thatcher. Tercera clave: el diálogo ecuménico con la Iglesia Anglicana, en el marco de la lenta pero posible reaproximación de las diferentes confesiones cristianas. El sector anglicano contrario a la ordenación de mujeres y homosexuales ya ha llamado a la puerta de Roma. Y por último lugar, aunque no lo último -en absoluto- la radical autocrítica por los casos de pederastia en la Iglesia y su encuentro con víctimas de las agresiones sexuales. La Iglesia católica se halla ante un grave asunto que está dañando su credibilidad y su autoridad moral. Esa es la realidad, pero sólo desde la más absoluta mala fe puede afirmarse o sugerirse que Benedicto XVI sea cómplice de tal situación. Al contrario, el mundo hoy conoce lo que ha pasado gracias a la firme determinación del Papa de reparar el grave pecado cometido por ministros de la Iglesia.

Un viaje valiente que ayuda a entender la importancia de la próxima visita de Benedicto XVI a Barcelona.

viernes, 24 de septiembre de 2010

En Westminster Hall

Por Jorge Hernández Mollar, en Málaga, el 24 de septiembre de 2010

La visita del Papa al Reino Unido nos ha dejado, en particular a los católicos, todo un legado doctrinal sobre los complejos y conflictivos debates que sobre materias éticas o morales, se producen en el seno de las sociedades democráticas occidentales.

Acertadamente escogió el Palacio de Westminster, lugar donde fue juzgado y condenado santo Tomás Moro por oponerse a Enrique VIII para no traicionar su conciencia. El contenido de su discurso no era otro que hacer unas profundas reflexiones sobre el vasto campo de la política y la incardinación o, mejor dicho, la proyección personal de las creencias religiosas en esa noble y secular actividad del ser humano.

Lo primero que hizo el Papa fue elogiar el parlamentarismo del que Gran Bretaña es ejemplo y referencia universal, como "democracia pluralista que valora enormemente la libertad de expresión, la libertad de afiliación política y el respeto por el papel de la ley…". No caben, pues, en esa loa a la democracia, a las libertades y a la propia ley, signos de autoritarismo doctrinal ni radicalismo conservador en la mente de quien, por su suprema autoridad, está obligado a defender los principios doctrinales y morales sobre los que se asienta la sociedad humana.

Benedicto XVI plantea como reto para la democracia si el consenso social es suficiente para avalar los principios éticos que sostiene el proceso democrático. La vida política no es un valor absoluto. La persona no puede perder su "individualidad" en su actuar político, en aras de aquellas decisiones colectivas que no tengan un sustento moral o ético aunque cuenten con el consenso social.

El nudo gordiano de la cuestión radica, pues, en una pregunta central: "¿Dónde se encuentra la fundamentación ética de las deliberaciones políticas?". Aquellos que excluyen al individuo como ser integral capaz de proyectar sus principios, sus pensamientos, sus convicciones religiosas en su trabajo ordinario sea la política o cualquier otra, pretenden que su conciencia personal se supedite y se diluya en favor de lo social, lo colectivo, en definitiva en favor del Estado.

El discurso del Papa en Westminster Hall clarifica cuál es el papel de la religión en estas cuestiones: "El papel de la religión en el debate político no es… proponer soluciones políticas concretas, algo que está totalmente fuera de la competencia de la religión. Su papel consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos".

En definitiva, no hay contraposición entre razón y moral, razón y religión. Las dos se necesitan e incluso se corrigen en determinados supuestos. Tan distorsionador, según algunas reflexiones del Papa, es la razón cuando es manipulada por las ideologías como cuando la religión se deforma bajo fórmulas de sectarismo y fundamentalismo. Una y otra pueden actuar de elementos correctores para paliar sus excesos.

Sus palabras alcanzan también al creciente laicismo que, desde la llegada al poder del actual Gobierno socialista, se detecta en la sociedad española: "Desde este punto de vista no puedo menos que manifestar mi preocupación por la creciente marginación de la religión, especialmente del cristianismo, en algunas partes, incluso en naciones que otorgan un gran énfasis a la tolerancia. Hay algunos que desean que la voz de la religión se silencie o al menos que se relegue a la esfera meramente privada".

Huelga decir que recientes debates de la vida política nacional han provocado declaraciones de políticos de la izquierda socialista y comunista en este sentido. Se trata de silenciar a los católicos y que dejen al salir de casa colgadas en el ropero, sus ideas, sus creencias y sus principios y que acepten sin rechistar la aplicación de las leyes que, aun siendo moralmente injustas, tienen la legitimidad de una mayoría que se hace portavoz de un consenso social sin más fundamento que un relativismo materialista y consumidor en todas sus acepciones.

Vale la pena pues, que no sólo los católicos, leamos y estudiemos los discursos y reflexiones de un Papa que, como Benedicto XVI, tratan sólo de aportar serenidad, sensatez y profundidad teológica a las grandes cuestiones que hoy preocupan y angustian a la sociedad en el mundo: los pecados y errores de la propia Iglesia, la crisis económica y moral, los movimientos migratorios y la pobreza, el terrorismo y el fundamentalismo integrista, los conflictos bélicos, las catástrofes medioambientales, etcétera.

domingo, 19 de septiembre de 2010

La dimensión ética de la política

Lo he explicado en cambiaelmundo: como uno siga el viaje del Papa Benedicto XVI al Reino Unido por la mayoría de los medios de comunicación, le habrán escamoteado todo lo verdaderamente importante, por ejemplo, el Encuentro con exponentes de la sociedad civil, del mundo académico, cultural y empresarial, con el Cuerpo Diplomático y con líderes religiosos en el Westminster Hall (City of Westminster), el 17 de septiembre pasado.

Es un discurso importante, en el que el Papa hace un servicio impagable a la moderna sociedad occidental, yendo a la raíz de los males y de las esperanzas de nuestra convivencia. Leerlo, meditarlo, tomar nota y traducirlo en acción política, cultural y religiosa en su más amplio sentido, es la gran aportación que los católicos y las personas de buena voluntad de Gran Bretaña, de Europa y de occidente, comprometidos con la mejora del mundo, pueden hacer.

Copio algunas frases:

En particular, quisiera recordar la figura de Santo Tomás Moro, el gran erudito inglés y hombre de Estado, quien es admirado por creyentes y no creyentes por la integridad con la que fue fiel a su conciencia, incluso a costa de contrariar al soberano de quien era un “buen servidor”, pues eligió servir primero a Dios.

La tradición parlamentaria de este país debe mucho al instinto nacional de moderación, al deseo de alcanzar un genuino equilibrio entre las legítimas reivindicaciones del gobierno y los derechos de quienes están sujetos a él.

Si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que el mero consenso social, entonces este proceso se presenta evidentemente frágil. Aquí reside el verdadero desafío para la democracia.

Ya que “toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral” (Caritas in veritate, 37), igualmente en el campo político, la dimensión ética de la política tiene consecuencias de tal alcance que ningún gobierno puede permitirse ignorar.

La tradición católica mantiene que las normas objetivas para una acción justa de gobierno son accesibles a la razón, prescindiendo del contenido de la revelación. En este sentido, el papel de la religión en el debate político no es tanto proporcionar dichas normas, como si no pudieran conocerlas los no creyentes. Menos aún proponer soluciones políticas concretas, algo que está totalmente fuera de la competencia de la religión. Su papel consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos.

jueves, 10 de junio de 2010

Hombres sin tradición

Al hilo del pasado discurso del Papa Benedicto XVI a los intelectuales reunidos en Lisboa, De Prada continúa desarrollando su tesis -que comparto- del desarraigo, labor con la que la Nueva Tiranía persigue dominar al Hombre, convertido en un pelele incapaz de explicar el mundo y a sí mismo al quedar desligado de la Tradición, la cultura de la que procede.

Por JUAN MANUEL DE PRADA, ABC, 15 de mayo de 2010

EN su breve discurso a los «cultivadores del pensamiento, la ciencia y el arte» congregados en Lisboa, Benedicto XVI acierta a definir la tragedia más honda de nuestra época, que no es otra sino la ruptura con la tradición, con todo ese acervo de sabiduría acumulada que, revitalizado por cada generación, se entrega a la generación siguiente, para ayudarla a descifrar el mundo. «En efecto -ha señalado el Papa-, en la cultura de hoy se refleja una «tensión» entre el presente y la tradición, que a veces adquiere forma de «conflicto». La dinámica de la sociedad absolutiza el presente, aislándolo del patrimonio cultural del pasado y sin la intención de proyectar un futuro». Y un presente desgajado del acervo cultural que lo explica acaba arrojando a sus hijos a la intemperie; o, todavía peor, los recluye en las mazmorras donde los aguardan los tiranos disfrazados de mesías que saben que los pueblos sin traditio (los pueblos que ya nada tienen que entregar, puesto que nada han recibido) son los más vulnerables a la ingeniería social.

Esta ruptura con la tradición se nos vende, por supuesto, como una suerte de liberación mesiánica. Absolutizando el presente -por emplear la expresión papal-, los hombres llegan a creerse dioses; y olvidan que las ideas nuevas que les rondan la cabeza (que, por supuesto, son ideas inducidas por el tirano de turno, que ha modelado a su gusto la esfera interior de sus conciencias) son repetición de los viejos errores de antaño, esos errores que sólo a la luz de la tradición se delatan. Porque la tradición nos conecta con un depósito de sabiduría acumulada que sirve para explicar el mundo, que ofrece soluciones a los problemas en apariencia irresolubles que el mundo nos propone; problemas que otros confrontaron antes que nosotros, que otros discurrieron antes que nosotros, que otros dilucidaron antes que nosotros. Y cuando los vínculos con ese depósito de sabiduría acumulada son destruidos, cualquier intento de comprender el mundo se hace añicos, se liga fatalmente a impresiones contingentes, se zambulle en un carrusel de aturdimiento y banalidad. Y así, subidos a lomos de ese carrusel, nos quieren los nuevos tiranos, para que nuestra orfandad sin vínculos con la tradición se convierta en el terreno de cultivo de sus consignas ideológicas, que actúan a modo de implantes emocionales en nuestros cerebros y en nuestras almas.

A nadie se le escapa que en este rechazo de la tradición subyace un aborrecimiento de la verdad; esto es, un intento de negar la existencia de una naturaleza humana objetiva, dotada de racionalidad ética. «Este «conflicto» entre la tradición y el presente -proseguía Benedicto XVI en su discurso lisboeta- se expresa en la crisis de la verdad; pero sólo ésta puede orientar y trazar el rumbo de una existencia lograda, como individuo o como pueblo. De hecho, un pueblo que deja de saber cuál es su propia verdad, acaba perdiéndose en el laberinto del tiempo y de la historia, sin valores bien definidos, sin grandes objetivos claramente enunciados». Quien defiende hoy en Occidente la verdad que puede orientar el rumbo de una existencia lograda, para los individuos y para los pueblos, es la Iglesia católica; quien resguarda el legado de la traición, en medio de las invasiones bárbaras que arrojan al hombre a un laberinto sin salida de ideologías nefastas, es la Iglesia católica; quien no declina en su misión prioritaria de «llevar a las personas a mirar más allá de las cosas penúltimas y ponerse a la búsqueda de las últimas» es la Iglesia católica. Por eso se le niega la condición de interlocutor en un mundo ensordecido por la repetición de viejos errores; en un mundo que quiere a sus hijos arrojados a la intemperie, o todavía peor, recluidos en la mazmorra de los pueblos lobotomizados que han renunciado a su tradición.

domingo, 6 de junio de 2010

Laicismo empobrecedor y discriminatorio

Capítulo de la ponencia presentada por Andrés Ollero Tassara en la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, el martes 25 de mayo de 2010, titulada La crítica de la razón tecnológica. Benedicto XVI y Habermas, un paralelismo sostenido.

Analizar la dimensión reaccionaria del laicismo nos encaminaría a Regensburg. Resulta obvio que “en el mundo occidental está muy difundida la opinión según la cual sólo la razón positivista y las formas de la filosofía derivadas de ella son universales. Pero las culturas profundamente religiosas del mundo consideran que precisamente esta exclusión de lo divino de la universalidad de la razón constituye un ataque a sus convicciones más íntimas. Una razón que sea sorda a lo divino y relegue la religión al ámbito de las subculturas, es incapaz de entrar en el diálogo de las culturas”[34]. La propuesta laicista, que pretende fundar la comunicación intercultural sobre una incomunicación con las religiones, no parece resultarle demasiado coherente. Benedicto XVI lo tiene tan asimilado que no le cuesta mucho improvisarlo, ya el 11 de mayo de 2010 en pleno vuelo hacia Lisboa, ante periodistas: “una cultura europea que fuera únicamente racionalista no tendría la dimensión religiosa trascendente, no estaría en condiciones de entablar un diálogo con las grandes culturas de la humanidad, que tienen todas ellas esta dimensión religiosa trascendente, que es una dimensión del ser humano. Por tanto, pensar que hay sólo una razón pura, antihistórica, sólo existente en sí misma, y que ésta sería la razón, es un error”.

No tiene la menor duda de que “escuchar las grandes experiencias y convicciones de las tradiciones religiosas de la humanidad, especialmente las de la fe cristiana, constituye una fuente de conocimiento; oponerse a ella sería una grave limitación de nuestra escucha y de nuestra respuesta”. De ahí que haya que mostrar “la valentía para abrirse a la amplitud de la razón, y no la negación de su grandeza”[35].

Que un Papa afirme todo esto no puede sorprender a nadie, pero el propio Habermas no tendrá tampoco nada que objetar; muy al contrario: se cuestionará si es “la ciencia moderna una práctica que puede explicarse completamente por sí misma” y, sobre todo, si “determina performativamente la medida de todo lo verdadero y todo lo falso”, o si “puede más bien entenderse como resultado de una historia de la razón que incluye de manera esencial las religiones mundiales”[36].

El intento laicista de encerrar toda proyección de lo religioso en catacumbas privadas no implica sólo la discriminación de individuos y grupos sino, más allá, un lamentable empobrecimiento colectivo. Para Benedicto XVI, “la religión cristiana y las otras religiones pueden contribuir al desarrollo solamente si Dios tiene un lugar en la esfera pública, con específica referencia a la dimensión cultural, social, económica y, en particular, política”. Le parece urgente, citando a Juan Pablo II, reivindicar esa “carta de ciudadanía”. No duda en parangonar “la exclusión de la religión del ámbito público” con “el fundamentalismo religioso”, porque ambos impedirían “el encuentro entre las personas y su colaboración para el progreso de la humanidad. La vida pública se empobrece de motivaciones y la política adquiere un aspecto opresor y agresivo. Se corre el riesgo de que no se respeten los derechos humanos, bien porque se les priva de su fundamento trascendente, bien porque no se reconoce la libertad personal. En el laicismo y en el fundamentalismo se pierde la posibilidad de un diálogo fecundo y de una provechosa colaboración entre la razón y la fe religiosa”[37].

Será, sin embargo, Habermas quien abordará las inconsecuencias del laicismo con una desenvoltura que no he encontrado en autor católico alguno. Ya ha habido referencias a ello en esta casa en ocasión anterior y yo mismo las he abordado en el libro aquí recientemente presentado[38]. A su juicio, “el Estado liberal incurre en una contradicción cuando imputa por igual a todos los ciudadanos un ethos político que distribuye de manera desigual las cargas cognitivas entre ellos”. La desigualdad surge ante la obligada “traducibilidad de las razones religiosas” y la “precedencia institucional de que gozan las razones” agnósticas, lo que exige a los creyentes “un esfuerzo de aprendizaje y de adaptación” que se ahorran los que no lo son. No bastaría con admitir “manifestaciones religiosas en la esfera público-política”; habría que asegurarse de que “a todos los ciudadanos se les puede exigir que no excluyan el posible contenido racional de estas contribuciones”. Será, por supuesto, necesaria la “traducción institucional de las razones religiosas”, que da por hecho que -en nuestro contexto cultural- “asumen los ciudadanos creyentes”[39].

No le parece tan seguro que los ciudadanos no creyentes manifiesten similares habilidades; más bien apunta “que está lejos de ser evidente en las sociedades secularizadas de Occidente”. De ahí que les invite a “un cambio de mentalidad que no es menos cognitivamente exigente que la adaptación de la conciencia religiosa a los desafíos de un entorno que se seculariza cada vez más”. Sería una de las tareas pendientes de “una Ilustración que se cerciora críticamente de sus propias limitaciones”: ser capaz de comprender la “falta de coincidencia con las concepciones religiosas como un desacuerdo con el que hay que contar razonablemente”. En conclusión, nos dirá: “la ética democrática de la ciudadanía, en la interpretación que yo he propuesto, sólo se le puede exigir razonablemente a todos los ciudadanos por igual” cuando todos, los creyentes y los agnósticos, “recorran procesos de aprendizaje complementarios”[40].

No sólo las confesiones religiosas poco dadas a proponer ensanchamientos de la razón, implícitamente aludidas con no poco escándalo en Regensburg, habrían pues de cambiar de mentalidad.

domingo, 28 de marzo de 2010

Guerra al Cristianismo

Por Marcello Pera. Corriere della Sera, Milán, 17-03-2010

Esta guerra al cristianismo no sería tan peligrosa si los cristianos la advirtiesen

Por su especial interés damos a conocer una carta al director del periódico Corriere della Sera firmada por Marcello Pera. Pera es Senador de la República Italiana y profesor de filosofía, no es católico. Escribió diversos libros sobre la identidad cristiana de Europa, entre los que destacan: Senza radici, Pera, Marcello y Ratzinger, Joseph, Ed. Mondadori, Milano 2004; Perché dobbiamo dirci cristiani, Ed. Mondadori, Milano 2008, con prefacio del Papa Benedicto XVI.
Una agresión al Papa y a la democracia

Estimado director:

La cuestión de los sacerdotes pedófilos u homosexuales desencadenada últimamente en Alemania tiene como objetivo al Papa. Pero se cometería un grave error si se pensase que el golpe no irá más allá, dada la enormidad temeraria de la iniciativa. Y se cometería un error aún más grave si se sostuviese que la cuestión finalmente se cerrará pronto como tantas otras similares. No es así. Está en curso una guerra. No precisamente contra la persona del Papa ya que, en este terreno, es imposible. Benedicto XVI ha sido convertido en invulnerable por su imagen, por su serenidad, su claridad, firmeza y doctrina. Basta su sonrisa mansa para desbaratar un ejército de adversarios.

No, la guerra es entre el laicismo y el cristianismo. Los laicistas saben bien que, si una mancha de fango llegase a la sotana blanca, se ensuciaría la Iglesia, y si fuera ensuciada la Iglesia lo sería también la religión cristiana. Por esto, los laicistas acompañan su campaña con preguntas del tipo « ¿quién más llevará a sus hijos a la Iglesia?», o también « ¿quién más mandará a sus chicos a una escuela católica?», o aún también « ¿quién hará curar a sus pequeños en un hospital o una clínica católica?».

Hace pocos días una laicista ha dejado escapar la intención. Ha escrito: «La entidad de la difusión del abuso sexual de niños de parte de sacerdotes socava la misma legitimidad de la Iglesia católica como garante de la educación de los más pequeños». No importa que esta sentencia carezca de pruebas, porque se esconde cuidadosamente «la entidad de la difusión»: ¿uno por ciento de sacerdotes pedófilos?, ¿diez por ciento?, ¿todos? No importa ni siquiera que la sentencia carezca de lógica: bastaría sustituir «sacerdotes» con «maestros», o con «políticos», o con «periodistas» para «socavar la legitimidad» de la escuela pública, del parlamento o de la prensa. Lo que importa es la insinuación, incluso a costa de lo grosero del argumento: los sacerdotes son pedófilos, por tanto la Iglesia no tiene ninguna autoridad moral, por ende la educación católica es peligrosa, luego el cristianismo es un engaño y un peligro.

Esta guerra del laicismo contra el cristianismo es una batalla campal. Se debe llevar la memoria al nazismo y al comunismo para encontrar una similar. Cambian los medios, pero el fin es el mismo: hoy como ayer, lo que es necesario es la destrucción de la religión. Entonces Europa, pagó a esta furia destructora, el precio de la propia libertad. Es increíble que, sobre todo Alemania, mientras se golpea continuamente el pecho por el recuerdo de aquel precio que ella infligió a toda Europa, hoy, que ha vuelto a ser democrática, olvide y no comprenda que la misma democracia se perdería si se aniquilase el cristianismo.

La destrucción de la religión comportó, en ese momento, la destrucción de la razón. Hoy no comportará el triunfo de la razón laicista, sino otra barbarie. En el plano ético, es la barbarie de quien asesina a un feto porque su vida dañaría la «salud psíquica» de la madre. De quien dice que un embrión es un «grumo de células» bueno para experimentos. De quien asesina a un anciano porque no tiene más una familia que lo cuide.

De quien acelera el final de un hijo porque ya no está consciente y es incurable. De quien piensa que «progenitor A» y «progenitor B» es lo mismo que «padre» y «madre». De quien sostiene que la fe es como el coxis, un órgano que ya no participa en la evolución porque el hombre no tiene más necesidad de la cola y se mantiene erguido por sí mismo.

O también, para considerar el lado político de la guerra de los laicistas al cristianismo, la barbarie será la destrucción de Europa. Porque, abatido el cristianismo, queda el multiculturalismo, que sostiene que cada grupo tiene derecho a la propia cultura. El relativismo, que piensa que cada cultura es tan buena como cualquier otra. El pacifismo que niega que exista el mal.

Esta guerra al cristianismo no sería tan peligrosa si los cristianos la advirtiesen. En cambio, muchos de ellos participan de esa incomprensión. Son aquellos teólogos frustrados por la supremacía intelectual de Benedicto XVI. Aquellos obispos equívocos que sostienen que entrar en compromisos con la modernidad es el mejor modo de actualizar el mensaje cristiano. Aquellos cardenales en crisis de fe que comienzan a insinuar que el celibato de los sacerdotes no es un dogma y que tal vez sería mejor volver a pensarlo. Aquellos intelectuales católicos apocados que piensan que existe una «cuestión femenina» dentro de la Iglesia y un problema no resuelto entre cristianismo y sexualidad. Aquellas conferencias episcopales que equivocan en el orden del día y, mientras auspician la política de las fronteras abiertas a todos, no tienen el coraje de denunciar las agresiones que los cristianos sufren y las humillaciones que son obligados a padecer por ser todos, indiscriminadamente, llevados al banco de los acusados. O también aquellos embajadores venidos del Este, que exhiben un ministro de exteriores homosexual mientras atacan al Papa sobre cada argumento ético, o aquellos nacidos en el Oeste, que piensan que el Occidente debe ser «laico», es decir, anticristiano.

La guerra de los laicistas continuará, entre otros motivos porque un Papa como Benedicto XVI, que sonríe pero no retrocede un milímetro, la alimenta. Pero si se comprende por qué no cambia, entonces se asume la situación y no se espera el próximo golpe. Quien se limita solamente a solidarizarse con él es uno que ha entrado en el huerto de los olivos de noche y a escondidas, o quizás es uno que no ha entendido para qué está allí.

miércoles, 3 de febrero de 2010

En defensa de Benedicto XVI

Domingo 24 de enero de 2010

Bernard-Henri Lévy (Béni-Saf, Argelia, 5 de noviembre de 1948), conocido en Francia como BHL, es un filósofo y escritor francés. Nació en la Argelia francesa en el seno de una familia judía, se trasladó a Francia en 1954. En 1968 entró en la prestigiosa Escuela Normal Superior parisina donde tuvo como profesores a Jacques Derrida y Louis Althusser. En 1971 inició una etapa como periodista de guerra, cubriendo la guerra de independencia de Bangladesh. De vuelta a París, se hizo popular en 1976 como joven fundador de la corriente de los llamados nuevos filósofos (nouveaux philosophes) franceses, como André Glucksmann y Alain Finkielkraut, críticos con los dogmas de la izquierda radical surgida de Mayo del 68. Se convirtió entonces en un filósofo discutido, acusado de «intelectual mediático» y narcisista por sus detractores, y valorado por su compromiso moral en favor de la libertad de pensamiento por sus defensores] Artículo publicado en Le Point (igualmente por Corriere della Sera, pdf) y reproducido también en El País.

“Desde el momento de su elección, el Papa, que ha retomado de forma irrevocable el diálogo judeocatólico, ha sido víctima de un juicio mediático y ha sufrido la continua manipulación de sus textos.

Habría que dejarse de tanta mala fe, de tantos prejuicios y, para no callarme nada, de tanta desinformación cuando se habla de Benedicto XVI.

A Benedicto XVI no se le puede acusar de haber congelado el proceso abierto por el papa Juan XXIII. Nada más resultar elegido, el Papa ya fue objeto de un verdadero proceso mediático en el que se le tachaba machaconamente de "ultraconservador" (como si un Papa pudiera ser otra cosa que "conservador").

Luego vinieron las insistentes alusiones, cuando no las bromas pesadas, al "Papa alemán" y al "posnazi" con sotana, al que, ni cortos ni perezosos, los guiñoles de la tele apodaban Adolf II (y eso porque, como todos los niños y adolescentes de su edad, fue enrolado en las juventudes del régimen).

Más tarde le llegó el turno a la manipulación de los textos pura y dura. Por ejemplo, a propósito de su viaje a Auschwitz en 2006, hubo quien pretendió, y a medida que pasa el tiempo y los recuerdos se vuelven más vagos hay quien sigue pretendiendo -y repitiendo igual de machaconamente-, que el Papa se habría referido a los seis millones de muertos polacos como a víctimas de una simple "banda de criminales", sin precisar que la mitad de ellos eran judíos (en este caso, el infundio es apabullante, pues, en realidad, aquel día, Benedicto XVI habló de los "jerarcas del III Reich" que intentaron "aplastar" al "pueblo judío" y borrarlo de la faz de la Tierra -Le Monde del 30 de mayo de 2006-).

Y ahora, tras una visita a la sinagoga de Roma -a la que precedieron otras dos a las de Colonia y Nueva York-, la guinda la ha puesto el mismo coro de desinformadores, que esta vez ni siquiera ha esperado a que el Pontífice cruzara el Tíber para anunciar, urbi et orbi, que ni ha encontrado las palabras apropiadas, ni ha hecho los gestos adecuados, y, por tanto, ha fracasado...

Así que, como el acontecimiento es muy reciente, me voy a permitir poner algunos puntos sobre algunas íes.

Al recogerse ante la corona de rosas rojas depositada frente a la placa conmemorativa del martirio de los 1.021 judíos romanos deportados, Benedicto XVI no hizo sino cumplir con su deber, pero lo cumplió.

Al rendir homenaje a los "rostros" de los "hombres, mujeres y niños" arrestados en el marco del proyecto de "exterminio del pueblo de la Alianza de Moisés", Benedicto XVI dijo algo evidente, pero lo dijo.

Hay que dejar de repetir como loros que -cuando reproduce palabra por palabra los términos de la oración que Juan Pablo II pronunciara 10 años atrás en el Muro de las Lamentaciones, cuando pide "perdón" al pueblo judío pogromizado por el furor de un antisemitismo que durante mucho tiempo fue de origen católico, y lo pide, insisto, leyendo el propio texto de Juan Pablo II- Benedicto XVI hace menos que su predecesor.

Cuando declara, tras una segunda estación ante la inscripción conmemorativa del atentado cometido en 1982, en Roma, por unos extremistas palestinos, que el diálogo judeo-católico entablado por el Vaticano II es ya "irrevocable"; cuando anuncia que pretende "profundizar" y "desarrollar" el "debate entre iguales" que representa el debate con esos "hermanos mayores" que son los judíos, a Benedicto XVI se le puede acusar de todo lo que se quiera, pero no de "congelar" el proceso abierto por Juan XXIII.

Y luego, en cuanto al asunto de Pío XII... Si es necesario, me detendré en el caso de Pío XII, que es enormemente complejo.

Me detendré en el caso de Rolf Hochhuth, autor de la famosa obra El vicario, que abrió, en 1963, la polémica sobre los "silencios de Pío XII".

Me detendré, en particular, en el hecho de que este ardiente justiciero es también un conocido negacionista, condenado varias veces como tal, y cuya última provocación consistió en una entrevista, publicada hace cinco años en el semanario de extrema derecha Junge Freiheit, en la que defendía a David Irving, que niega la existencia de las cámaras de gas.

Por ahora, sólo quiero recordar, como acaba de hacer de nuevo Laurent Dispot en la revista que dirijo -La Règle du Jeu-, que, en 1937, el terrible Pío XII, que todavía era el cardenal Pacelli, fue coautor de la encíclica Con viva preocupación, que sigue siendo, aún hoy, uno de los manifiestos antinazis más firmes y elocuentes.

Por ahora, para restablecer la exactitud histórica hay que precisar que antes de optar por la acción clandestina, antes de abrir, sin decirlo, sus conventos a los judíos romanos perseguidos por los sicarios fascistas, el silencioso Pío XII pronunció unos discursos radiofónicos (por ejemplo, los de las navidades de 1941 y 1942) que después de su muerte le valdrían el homenaje de Golda Meir, que sabía lo que significa hablar y no dudó en declarar: "Durante los diez años del terror nazi, mientras nuestro pueblo sufría un martirio espantoso, el Papa alzó su voz para condenar a los verdugos".

Y, por ahora, lo asombroso es que todo el peso, o casi, del ensordecedor silencio que se hizo en el mundo entero alrededor de la Shoah recaiga sobre uno de los soberanos de aquel tiempo que: a) no tenía ni cañones ni aviones a su disposición; b) según la mayoría de los historiadores, no escatimó esfuerzos para compartir con aquellos que los tenían la información de la que disponía; c) salvó -sí, él-, tanto en Roma como en otros lugares, a un gran número de aquellos de los que se sentía responsable moralmente.

Último apunte en el Gran libro de la bajeza contemporánea: ya se trate de Pío o de Benedicto, se puede ser Papa y chivo expiatorio.

miércoles, 13 de enero de 2010

No hay paz sin ecología humana

Los discursos de los Papas al cuerpo diplomático destacado ante el Vaticano tienen siempre un interés particular, pues se aprovechan para exponer ideas con alcance mundial. Así sucedió también con el último de Benedicto XVI, el pasado 11 de enero, analizado por Antonio R. Rubio Plo, Doctor en Derecho y Analista de Política Internacional:



El discurso del Papa al cuerpo diplomático, en 2010, vuelve a insistir en la importancia de la ecología humana, aspecto subrayado tanto en la encíclica Caritas in veritate como en el Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz. Destaquemos algunos incisivos momentos de este discurso. El primero afirma que “Si se quiere construir una paz verdadera, ¿cómo se puede separar, o incluso oponer, la protección del ambiente y la de la vida humana, comprendida la vida antes del nacimiento? En el respeto de la persona humana hacia ella misma es donde se manifiesta su sentido de responsabilidad por la creación. Pues, como enseña santo Tomás de Aquino, el hombre representa lo más noble del universo”. Las palabras de Benedicto XVI son claras.

La Iglesia defiende al ser humano en su integridad, no sólo a ese ser humano fuerte, joven y capaz de decidir por sí mismo que nos presentan como modelo a imitar en las sociedades desarrolladas. A ese arquetipo de persona se le suele atribuir, en el marco de la corrección política imperante, una alta conciencia ecológica, que suele ser más teórica que real, y que en ocasiones obedece a imperativos de las modas o una especie de impulso sentimental. A ese mismo arquetipo se le atribuyen deseos de paz para toda la humanidad, aunque esa paz no tenga contornos definidos. Pero la gran tragedia de nuestro tiempo es que algunas buenas intenciones sobre la paz y el medio ambiente transforman su rostro amable en adusto cuando se habla de protección de la vida humana antes del nacimiento. Un lenguaje político y social de corte orwelliano se difunde a través de una poderosa máquina mediática para decirnos que defender la vida supone un atentado a los derechos humanos, derechos que sólo se miden a través del prisma de una acrítica libertad de elección.

Pero es una incongruencia defender la sacralidad del ser humano, por emplear la conocida expresión de Séneca, y al mismo tiempo considerar que ciertos aspectos o edades de la existencia humana son de libre disposición por otros hombres, eso sí con argumentos, o más bien consignas, que nos hablan de felicidad o de libertad. Esto es, sin duda, una manifestación de lo que también señalaba el Papa: “la vigente mentalidad egoísta y materialista, que no tiene en cuenta los límites inherentes a toda criatura”. Se tiende a considerar en la práctica, aunque no se exprese abiertamente, a la sociedad como un agregado de individuos parapetados en sus derechos. Hay quienes ven esta mentalidad como una expresión de liberación, pero no deja de ser un factor que atenta contra la paz social.

Benedicto XVI lleva la protección del medio ambiente al terreno moral, al resaltar que el egoísmo humano hiere a la creación de muchas maneras y, por supuesto, el hombre forma parte también de esa creación, aunque cierto ecologismo panteísta pretenda olvidarlo. Herir al hombre no sólo es hacerlo físicamente sino que también se le hiere al atentar contra sus creencias o convicciones. En los países occidentales ha renacido un anticlericalismo tan virulento que parece del siglo XIX y esto lo denuncia el Papa como otro atentado contra el ser humano y, en definitiva, contra la paz. Señalaba el Pontífice a los diplomáticos: “Lamentablemente, en ciertos países, sobre todo occidentales, se difunde en ámbitos políticos y culturales, así como en los medios de comunicación social, un sentimiento de escasa consideración y a veces de hostilidad, por no decir de menosprecio, hacia la religión, en particular la religión cristiana. Es evidente que si se considera el relativismo como un elemento constitutivo esencial de la democracia se corre el riesgo de concebir la laicidad sólo en términos de exclusión o, más exactamente, de rechazo de la importancia social del hecho religioso. Dicho planteamiento, sin embargo, crea confrontación y división, hiere la paz, perturba la ecología humana y rechazando por principio actitudes diferentes a la suya, se convierte en un callejón sin salida”.

Benedicto XVI presenta muy bien una mentalidad que no quiere dialogar con actitudes diferentes a la suya. Si el diálogo es expresión suprema de racionalidad, y es la racionalidad lo que debía definir a quienes se consideran continuadores de las ideas de progreso defendidas por la Ilustración, no se entiende esta actitud irracional. Si uno está convencido de la absoluta superioridad de sus convicciones, no teme al diálogo ni a la cooperación con otros que piensan de forma diferente. Sin embargo, esa cerrazón de algunos sectores políticos y sociales existe, y unas veces se manifiesta con rabia y otras, con la sonrisa despreocupada de quien no se considera aludido.

Algunos dirán que no se trata de un discurso ecologista, pero el Papa no hace más que defender el aspecto moral de la ecología, de una ecología que tiene rostro humano. Lo hace, incluso, cuando dedica esta observación a la agresiva ideología de género: “Las criaturas son diferentes unas de otras y, como nos muestra la experiencia cotidiana, se pueden proteger o, por el contrario, poner en peligro de muchas maneras. Uno de estos ataques proviene de leyes o proyectos que, en nombre de la lucha contra la discriminación, atentan contra el fundamento biológico de la diferencia entre los sexos. Me refiero, por ejemplo, a países europeos o del continente americano. Como dice san Columbano, “si eliminas la libertad, eliminas la dignidad”. La realidad es que esta mentalidad que, desde Occidente se pretende exportar al mundo entero, da una visión fragmentada, como pasa en tantas ideologías, del ser humano. Da tanta importancia a la igualdad, que identifica absolutamente con la justicia, que no le importa cercenar la libertad en nombre de un supuesto “bien superior”. No se puede dispensar obligatoriamente la felicidad porque la auténtica dignidad humana se resiente. Por desgracia, a lo largo de la Historia siempre han existido esclavos felices.

domingo, 10 de mayo de 2009

Pasión y derecho

Por Rafael Navarro-Valls, Catedrático de Derecho Canónico de la Universidad Complutense de Madrid.

Fuente: Análisis Dogital, 8 de mayo de 2009.

La admisión a trámite por el Congreso de una propuesta sobre las declaraciones de Benedicto XVI en relación con el preservativo y el SIDA ha desatado una tormenta. Por un lado, los cardenales Cañizares, Amigo, Rouco y Martínez Sistach han “lamentado” una actuación que no representa a España, que supone “un fundamentalista auto de fe”, o que "atenta a la libertad de expresión del Papa”. Por otra parte, algún partido político ha manifestado su extrañeza por la reacción de la Jerarquía española. Es evidente que éste es un tema"apasionante”, en el sentido de que suscita reacciones “apasionadas”.

También lo es para los juristas, en cuanto que en la cuestión se entrecruzan derechos fundamentales (libertad de expresión y libertad de conciencia, entre otros), colisión entre normas (parlamentarias, concordadas, etc.), usos internacionales (desde la cortesía parlamentaria a la ética política ) o convicciones religiosas grabadas en el código genético de millones de ciudadanos. Permítanseme algunas observaciones que introduzcan el tema en la objetivización mediática y en la asepsia del discurso jurídico.

No es cierto que los media occidentales hayan tomado partido en bloque contra el Papa. Basten los ejemplos, entre otros muchos, de The Guardian, Washington Post y Le Monde, que han reaccionado con mucha prudencia frente al tema, publicando trabajos documentados en los que se afirma: 1) Que solamente "han logrado verdadero éxito (contra el SIDA) los programas que han insistido seriamente en el retraso de la actividad sexual de los jóvenes y la monogamia recíproca” (Le Monde); 2 ) Que, en realidad, “el preservativo amenaza la lucha contra la infección en África, ya que estimula comportamientos de riesgo“ (The Guardian); 3) Que “la promoción de la fidelidad sexual ha funcionado como eficaz barrera contra la infección del IHV", como lo demuestra el caso de Uganda (The Washington Post). Por lo demás, frente a cierta “intelligentsia” occidental, ávida de vendettas, contrasta la africana que ha reaccionado masivamente alineándose con Benedicto XVI.

Pasemos ahora al plano estrictamente jurídico. Como es sabido, la Mesa del Congreso de los Diputados "es el órgano rector de la Cámara” (art. 30 Reglamento) que, entre otras funciones, “califica… los escritos y documentos de índole parlamentaria” (art.31.1.4 Reglamento). Su composición le confiere un carácter marcadamente político, lo cual implica que, aparte de su componente jurídico-administrativo, debe hacer juicios de valor político, a la que apunta su misión “calificadora” de los escritos planteados. Si su papel se recondujera a puro cotejo de las proposiciones con normas administrativas, perdería sentido su propia existencia teniendo en cuenta el excelente staff jurídico de la Cámara.

De ahí que es doctrina aceptada por la Mesa (cfr, por ejemplo, el Acta de la Mesa del Congreso de 21.04.009) que la calificación que le corresponde se extiende, entre otros, a “los escritos que puedan afectar a la cortesía parlamentaria” o aquellos “en que hay dudas sobre la competencia del Gobierno en la materia”. Así por ejemplo, rechazó el 20.11.07 una pregunta sobre el Duque de Lugo, en una interpretación extensiva de lo dispuesto en el art. 56.3 de la Constitución sobre la inviolabilidad de la persona del Rey. Es evidente que con estos antecedentes era obligado rechazar un escrito que implica una actitud hostil, cuando no ofensiva, contra alguien que, a la vez, es Jefe de Estado soberano y líder espiritual de mil millones de personas. Se entiende que la Secretaría de Estado, en relación con una decisión similar del Parlamento belga, deplorara que “se haya considerado oportuno criticar al Santo Padre basándose en un fragmento de entrevista desgajado y aislado del contexto, que ha sido utilizado por algunos grupos con claro intento de intimidación”. Por mi parte añadiré que la Nota de la Santa Sede es muy benévola, si se tiene en cuenta las peculiares características de la Cámara belga cuya actividad persecutoria en materia de confesiones y sectas religiosas es una verdadera afrenta al derecho europeo, criticada duramente por expertos de medio mundo.

En la cuestión se entrecruzan temas jurídicos de entidad. Efectivamente, el juego conjunto de los artículos 16.3 de la Constitución, I.1 del Acuerdo jurídico entre la Santa Sede y el Estado español y el 2.2 de la ley Orgánica de Libertad Religiosa diseña un sistema de relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado español en el que es quicio fundamental la libertad de las autoridades eclesiásticas (incluido el Papa) “de ejercer su misión apostólica” en el pleno ejercicio de los derechos fundamentales, incluida la libertad de expresión que, unida a la de conciencia, es en todo Occidente la estrella polar que orienta a la democracia.

Por lo demás, repasando la normativa que regula las Cortes españolas es claro que su competencia en materia internacional no es universal, sino limitada. En concreto, el Parlamento español no parece tener competencia para enjuiciar opiniones morales de un Jefe de Estado extranjero, ya que según el art. 97 de la Constitución corresponde al Gobierno “dirigir la política exterior”. Sin perjuicio de que ésta pueda ser controlada por las Cortes. A lo que se añade la imprudencia de emitir un “juicio moral” sobre palabras de quien es, para muchos españoles y no españoles, católicos o no, la primera autoridad espiritual de la Tierra.

Apasionamiento y derecho son compatibles, siempre que el primero no ofusque al segundo. Esto sucede cuando el máximo órgano de representación popular se convierte en escenario de cacerías políticas internacionales de incierto destino jurídico.

viernes, 20 de marzo de 2009

Giuliano Ferrara, la agresión verbal a Benedicto XVI y el sida en África

Giuliano Ferrara, director de Il Foglio (Italia), sobre la agresión verbal a Benedicto XVI a propósito del sida en África

Comentario y traducción de Juan José García Noblejas y artículo de giuliano ferrara
 www.scriptor.org y www.ilfoglio.it jueves 19 de marzo de 2009

COMENTARIO

Antes de traducir lo que hoy publica Ferrara, quisiera presentar el contexto de lo que dice y al tiempo manifestar mi sorpresa ante la unánime simultaneidad de ayer en portavoces gubernativos franceses, españoles y alemanes, y la de hoy en los editorialistas (Le MondeEl País, etc.).

Es como asistir a una especie de acuerdo previo (o confabulación con visos de coincidencia) internacional que se auto-erige en inteligentsia global y que nos dice taxativamente a la ciudadanía lo que hemos de juzgar bueno o malo.

 Es sorprendente que los políticos europeos, tan difíciles de poner de acuerdo en casi todo, en esto haya unanimidad instantánea, urgente y sabrosa como el café instantáneo... El caso es que esta vez se trata de agredir abierta y obscenamente a quien dice lo que piensa sobre un asunto debatido. No es un loco que disiente sobre algo que todos sabemos con certeza y aceptamos sin sombra de duda.

 

El asunto del preservativo y el sida africano no son, con perdón, como el asunto del holocausto judío, o la ley de la gravedad. El Papa no es el "negacionista" del preservativo que cínicamente se quiere hacer de él en Europa, con subidos tonos agresivos de "preocupación" ante su falta de adhesión a un presunto e inexistente saber compartido.

 

Es sorprendente esta cínica agresión directamente dirigida a Benedicto XVI por decir lo que piensa acerca del uso de los preservativos como prevención del Sida en África.

 

No sé cuanto saben esos portavoces y editorialistas que nos pontifican con ideas ideales acerca de la realidad de los preservativos en África. Quizá les vendrá bien, al menos, leer y sopesar lo que recoge John Allen en su crónica, sobre la realidad real en el terreno, con palabras del arzobispo John Onaiyekan:


(...) the condoms that are actually distributed in Africa, especially rural areas, are often unreliable. “A condom in New York is not the same thing as a condom twenty kilometers inside the bush,” he said. 

Some of them sat in a container in a port, under the sun, for maybe two or three months. By the time they bring them out on bicycles, passing them out in the bush, many are no good, but what people hear is: ‘Put this on, and you’re safe.’ 

Tampoco sé -no aparecen razones, sólo descalificaciones irracionales- por qué les repugna a esos portavoces y editorialistas que la solución anti-sida, empíricamente comprobada como la más efectiva, justo en África, es un comportamiento sexual más responsable, en el que se conjuga la fidelidad y la abstinencia.

ARTICULO

En cualquier caso, lo que Giuliano Ferrara escibe hoy en Il Foglio (L'aggressione a B-XVI) me parece de gran relieve e interés. Lo he traducido, y espero que no se enfade por ofrecer la integridad se su razonamiento:

 

"La agresión a Benedicto XVI resulta cada vez más apremiante, grosera, rencorosa, bien orquestado mediáticamente y mal argumentada racionalmente. Ayer ha sido el turno de Francia, Alemania y el Fondo monetario internacional. Con un lenguaje presumido de censor, portavoces de París, de Berlín y del Fondo Monetario Internacional de Washington han puesto bajo acusación al jefe de la iglesia católica por sus opiniones bien documentadas sobre la inutilidad sustancial del preservativo como eje estratégico en la lucha contra la grave epidemia de Sida en África.

 

"Hablamos de burocracias, naturalmente, no de pueblos. Burocracias y diplomacias que se ponen al servicio de pequeñas pero insidiosas cruzadas ultrasecularistas contra un Papa que ha tenido, como su predecesor,  el descaro de empuñar la razón para afirmar en el espacio público europeo y mundial el contenido y el sentido de la fe cristiana. Una fe que asume algunos principios liberales del tiempo moderno sin someterse a su deriva nihilista. Y contra un Papa que ha tenido la sabiduría de empuñar la razón occidental y el depósito laico de la mejor Ilustración cristiana, justo en el momento en que nos encontramos con un posmodernismo banal que deslegitima la noción de verdad y exorciza la realidad, anteponiendo una falsa conciencia del sujeto, una ideología sectaria y en el fondo extremadamente intolerante.

 

"Esta vez, en nombre de la defensa de la vida, atacan los portavoces institucionales de una cultura cuyos pilares éticos globales consisten en los espermicidas, en el aborto moralmente indiferente, en la planificación familiar forzosa del sexo de los nasciturus, en la selección eugenésica de la vida y su reproducción artificial como medio para la investigación, hasta la eutanasia. Se quejan porque Benedetto XVI ha reafirmado, en el curso del viaje en África, su convicción: no se combate la pandemia del Sida con condones. Se trata de una convicción que, a la luz del sentido común, es capaz de aguantar cualquier posible prueba y verificación, puesto que el preservativo sólo es el viático de la promiscuidad sexual masiva a la que remite la responsabilidad del contagio. Y esta convicción es notoriamente compartida en África por la gran mayoría de los operarios sanitarios y sociales, no sólo en la vasta red misionera católica o cristiana de otras denominaciones, sino también entre los laicos.

 

"Todos saben algo que no muchos se arriesgan a repetir en público, por temor a ser sancionados y desterrados como herejes del pensamiento único dominante: todos saben, como dice una noticia de la BBC hace dos días, que la tasa de infección de Washington D.C., la capital americana que hospeda esas babosas del Fondo monetario que harían mejor ocupándose de otras cosa… Todos saben que la tasa de infección en Washington es igual a la de Uganda (el 3 por ciento de la población mayor de los doce años), demostración patente de que la diferencia proviene de los comportamientos de riesgo y no de la disponibilidad de los profilácticos, que es universal en la ciudad de Washington. Todos saben o deberían saber que entre los negros varones, la tasa de infección es tres veces la de los varones blancos y dos veces la de los hispánicos, y que el vector de contagio todavía mucho más potente es el sexo promiscuo entre varones.

 

"La cultura políticamente correcta ha hecho del Sida una epopeya angelical, ha creado una enfermedad a la que adorar idolátricamente y a la que exorcizar en la mística de la solidaridad. Y todo para esconder el hecho que el síndrome de inmunodeficiencia adquirida es solamente la consecuencia de comportamientos sociales nuevos y libertarios, en los que una sexualidad emancipada y sin valores reemplaza los viejos condicionamientos "oscurantistas" de la continencia y el amor-eros como fundamento del ágape familiar.

 

"Cualquiera que piense de otro modo no sólo será rebatido, sino que será escarnecido y censurado como retrógrado. Y no digamos cuando se trata del jefe de una iglesia que dedica  sus mejores energías en la defensa de la vida humana. Faltaría más: un Papa que es escándalo y locura para el pan-sexualismo del neo-paganismo contemporáneo, que cree en la educación, en la sobriedad de las costumbres, en una sexualidad humana orientada a la construcción de sentidos vitales y no a la destrucción del amor en la caricatura del placer.

 

"Las burocracias situadas en la cumbre de las potencias civiles de la vieja Europa y las nomenclaturas globalistas acusan al Papa, con increíble jactancia, con infinita presunción, con un lenguaje de chantaje moral, desde lo alto de la obscena práctica de un mil millones de abortos en treinta años, acusan al Papa de “atentado a la vida en África." Una repugnante paradoja."

 

Gracias, Giuliano Ferrara.

sábado, 13 de septiembre de 2008

Laicidad positiva

JUAN VICENTE BOO para ABC. París, sábado 13-09-08

Benedicto XVI respaldó ayer ante el presidente de la República Francesa el concepto de «laicidad positiva» propuesto por Nicolás Sarkozy como vía de salida a los antiguos enfrentamientos entre laicistas y clericales, que amargaron la convivencia en su país como la amargan ahora en España. Aunque el protocolo francés prevé que el jefe del Estado espere a sus visitantes en el Palacio del Elíseo, Sarkozy acudió personalmente al aeropuerto de Orly acompañado de su esposa, Carla Bruni, repitiendo el gesto excepcional del presidente Bush el pasado mes de abril en Washington.

El extraordinario recibimiento que los grandes países otorgan a Benedicto XVI se justifica en cuanto el Santo Padre toma la palabra. Ayer, en su primer discurso, el Papa lanzó un mensaje que no sólo mejora el clima de convivencia sino que eleva el patrimonio intelectual de la República Francesa.

Refiriéndose a las satisfactorias relaciones con el Estado, el Santo Padre afirmó que «la Iglesia en Francia goza actualmente de un régimen de libertad. La desconfianza del pasado se ha transformado poco a poco en un diálogo sereno y positivo, que se consolida cada vez más», en un clima «de buena voluntad recíproca».

Como el presidente francés, Benedicto XVI subrayó el papel positivo de la religión en la convivencia civil, aplaudió «la hermosa expresión de «laicidad positiva» que usted ha utilizado para calificar esta comprensión más abierta» y se declaró «profundamente convencido de que en este momento histórico en que las culturas se entrecruzan cada vez más es necesaria una nueva reflexión sobre el verdadero sentido y la importancia de la laicidad».

Según el Papa, «es fundamental insistir en la distinción entre el ámbito político y el religioso, para tutelar tanto la libertad religiosa de los ciudadanos como la responsabilidad del Estado ante ellos. Y, al mismo tiempo, valorar más claramente el papel insustituible de la religión en la formación de las conciencias y su aportación al consenso ético de fondo en la sociedad».

Volviendo a uno de sus temas intelectuales y evangélicos favoritos, Benedicto XVI recordó que el debate sobre obligaciones religiosas y políticas es antiguo y fue ya resuelto por Jesucristo con la fórmula: «Dad al César (al emperador) lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios».

La independencia y a la vez complementariedad de papeles entre la Iglesia y el Estado quedo aún más clara cuando el Papa mencionó su preocupación por el aumento de la distancia entre ricos y pobres. Ante ese problema, «la Iglesia interviene, como tantas otras asociaciones, intentando ofrecer soluciones inmediatas (a los pobres y abandonados), pero es el Estado quien tiene que legislar para erradicar las injusticias».

Raíces cristianas
El Papa escuchó con gran interés el discurso de saludo en que el presidente de la República Francesa reiteró sin ambages que «nosotros asumimos nuestras raíces cristianas. Sería una auténtica locura privarnos de la sabiduría de las religiones. Sería un crimen contra la cultura y contra el pensamiento. Por eso propongo una laicidad positiva».

Aunque Sarkozy es un católico poco practicante, su concepto de «laicidad positiva» gusta a quienes aprecian el hecho religioso mientras que enfada a sus enemigos, que ayer volvieron a criticarle duramente. El presidente galo lanzó la idea en Roma el pasado mes de diciembre cuando acudió a la basílica de San Juan de Letrán en su calidad de canónigo extraordinario, igual que el Rey de España lo es de la basílica de Santa María la Mayor.

La «laicidad negativa»
En aquella visita, Sarkozy afirmó que la ley «de laicidad» de 1905 que limita algunas actividades de la Iglesia se ha quedado muy anticuada, y ha llegado la hora de pasar de esa «laicidad negativa» a una «laicidad positiva» en la que las organizaciones religiosas y el Estado colaboran para solucionar los problemas, cada uno con sus respectivos instrumentos y en sus propios ámbitos de actuación. Según el resumen de un comentarista improvisado, «los políticos no deben predicar y los curas no deben legislar, sino al revés».

En su discurso de ayer, el presidente francés señaló que «la laicidad positiva lleva al diálogo, pues es una laicidad abierta que lleva a un clima de tolerancia», en el que dejan de tener cabida tanto los fanatismos religiosos como los laicistas. Sarkozy recordó que «la democracia es hija de la razón», y subrayó que «la búsqueda de espiritualidad no es un peligro para la democracia».
Aun pregonando su entusiasmo por la decisiva contribución que el cristianismo ha prestado a la cultura francesa, el presidente de la República reiteró que el país acoge con alegría a los musulmanes, cuyos representantes acudieron ayer al Elíseo junto con los principales rabinos de París, algunos de los cuales habían acudido incluso a recibir al Papa en el aeropuerto. Según Sarkozy, «las raíces cristianas de Francia no impiden la vida en común con los musulmanes», igual que tampoco impiden escuchar a otras autoridades religiosas como el Dalai Lama, «que nos ha enriquecido con sus reflexiones», precisamente cuando la sociedad debe afrontar numerosos problemas difíciles, desde la integración cultural hasta las múltiples cuestiones bioéticas abiertas por las nuevas tecnologías.

El clima de visible aprecio entre líderes políticos y religiosos creaba ayer la impresión de un país concentrado en resolver sus problemas en lugar de crear otros nuevos e innecesarios. El telón intelectual de fondo era la compatibilidad o, mejor dicho, la complementariedad entre la fe y la razón, que el presidente francés mencionó en su discurso de bienvenida, mientras que el Santo Padre lo desarrolló en su encuentro con 700 intelectuales a última hora de la tarde, insistiendo en el carácter racional del cristianismo, pues Jesucristo es precisamente el «logos», la Razón, hecha carne. Por el contrario, el positivismo que ignora el aspecto espiritual del ser humano es «una capitulación de la razón» y supone «el fracaso del humanismo».

Francia, el país abanderado de la libertad y la razón, supo valorar al cardenal Ratzinger durante su etapa al frente de la Congregación de la Doctrina de la Fe mejor que Alemania o España. Mientras algunos periódicos le retrataban como el «panzerkardinal» o como «el gran inquisidor», la Academia Francesa de Ciencias Morales y Políticas le eligió entre sus miembros en 1992 para sustituir nada menos que al físico y premio Nóbel ruso Andrey Sajarov después de su fallecimiento.

Con los jóvenes
Por ese motivo y muchos otros, Benedicto XVI pudo manifestar ayer en París su alegría por volver a una capital «que me es familiar y conozco bien, y donde gozo de buenas amistades humanas e intelectuales».

En su encuentro con los jóvenes en Notre Dame, el Papa les habló, como ya hiciera en Sidney, del Espíritu Santo y de San Pablo. Hoy celebra una misa en la Explanada de los Inválidos antes de viajar a Lourdes.

* Palabras del Encuentro con las autoridades del Estado en el palacio del Elíseo, París, 12 de septiembre de 2008 (en francés)

miércoles, 3 de septiembre de 2008

El Poder y la Cruz

Estoy leyendo en pequeños sorbos, Jesús de Nazaret, de Benedicto XVI, ahora que ya lo ha leído todo el mundo -según dicen-. Estoy disfrutando. El comentario a las tres tentaciones es terriblemente sugerente; pero muy en particular el de la tercera, la del poder, la más fuerte de las tres concupiscencias, en mi opinión.

Vale la pena leer el comentario entero, yo he seleccionado unos párrafos, son estos:

Pero volvamos a la tentación. Su auténtico contenido se hace visible cuando constatamos cómo va adoptando siempre nueva forma a lo largo de la historia. El imperio cristiano intentó muy pronto convertir la fe en un factor político de unificación imperial. El reino de Cristo debía, pues, tomar la forma de un reino político y de su esplendor. La debilidad de la fe, la debilidad terrena de Jesucristo, debía ser sostenida por el poder político y militar. En el curso de los siglos, bajo distintas formas, ha existido esta tentación de asegurar la fe a través del poder, y la fe ha corrido siempre el riesgo de ser sofocada precisamente por el abrazo del poder. La lucha por la libertad de la Iglesia, la lucha para que el reino de Jesús no pueda ser identificado con ninguna estructura política, hay que librarla en todos los siglos. En efecto, la fusión entre fe y poder político siempre tiene un precio: la fe se pone al servicio del poder y debe doblegarse a sus criterios.

La alternativa que aquí se plantea adquiere una forma provocadora en el relato de la pasión del Señor. En el punto culminante del proceso, Pilato plantea la elección entre Jesús y Barrabás. Uno de los dos será liberado. Pero, ¿quién era Barrabás? Normalmente pensamos sólo en las palabras del Evangelio de Juan: "Barrabás era un bandido" (Jn 18, 40). Pero la palabra griega que corresponde a "bandido" podía tener un significado específico en la situación política de entonces en Palestina. Quería decir algo así como "combatiente de la resistencia". Barrabás había participado en un levantamiento (cf. Mt 15, 7) y -en ese contexto- había sido acusado además de asesinato (cf. Lc 23, 19. 25). Cuando Mateo dice que Barrabás era un "preso famoso", demuestra que fue uno de los más destacados combatientes de la resistencia, probablemente el verdadero líder de ese levantamiento (cf. Mt 27, 16).

En otras palabras, Barrabás era una figura mesiánica. La elección entre Jesús y Barrabás no es casual: dos figuras mesiánicas, dos formas de mesianismo frente a frente. Ello resulta más evidente si consideramos que "BarAbbas" significa "hijo del padre": una denominación típicamente mesiánica, el nombre religioso de un destacado líder del movimiento mesiánico. La última gran guerra mesiánica de los judíos en el año 132 fue acaudillada por BarKokebá, "hijo de la estrella". Es la misma composición nominal; representa la misma intención.

Orígenes nos presenta otro detalle interesante: en muchos manuscritos de los Evangelios hasta el siglo III el hombre en cuestión se llamaba "Jesús Barrabás", Jesús hijo del padre. Se manifiesta como una especie de doble de Jesús, que reivindica la misma misión, pero de una manera muy diferente. Así, la elección se establece entre un Mesías que acaudilla una lucha, que promete libertad y su propio reino, y este misterioso Jesús que anuncia la negación de sí mismo como camino hacia la vida. ¿Cabe sorprenderse de que las masas prefirieran a Barrabás? (para más detalles, cf. Vittorio Messori, Pati sotto Ponzio Pilato?, Turín, 1992, pp.5262).

Si hoy nosotros tuviéramos que elegir, ¿tendría alguna oportunidad Jesús de Nazaret, el Hijo de María, el Hijo del Padre? ¿Conocemos a Jesús realmente? ¿Lo comprendemos? ¿No debemos tal vez esforzarnos por conocerlo de un modo renovado tanto ayer como hoy? El tentador no es tan burdo como para proponernos directamente adorar al diablo. Sólo nos propone decidirnos por lo racional, preferir un mundo planificado y organizado, en el que Dios puede ocupar un lugar, pero como asunto privado, sin interferir en nuestros propósitos esenciales. Soloviev atribuye un libro al Anticristo, El camino abierto para la paz y el bienestar del mundo, que se convierte, por así decirlo, en la nueva Biblia y que tiene como contenido esencial la adoración del bienestar y la planificación racional.

Por tanto, la tercera tentación de Jesús resulta ser la tentación fundamental, se refiere a la pregunta sobre qué debe hacer un salvador del mundo. (...)

Pero, ¿no decimos una y otra vez a Jesús que su mensaje lleva a contradecir las opiniones predominantes, y así corre el peligro del fracaso, el sufrimiento, la persecución? El imperio cristiano o el papado mundano ya no son hoy una tentación, pero interpretar el cristianismo como una receta para el progreso y reconocer el bienestar común como la auténtica finalidad de todas las religiones, también de la cristiana, es la nueva forma de la misma tentación. Esta se encubre hoy tras la pregunta: ¿Qué ha traído Jesús, si no ha conseguido un mundo mejor? ¿No debe ser éste acaso el contenido de la esperanza mesiánica?