sábado, 27 de mayo de 2023

La inspiración cristiana de una Universidad (y II)

EL HUECO DE LA TEOLOGÍA SEGÚN NEWMAN 

En su Idea of a University (o de manera más técnica, The Scope and Nature of University Education), el cardenal Newman dedica mucha atención a defender la importancia de que en una universidad estén presentes todas las disciplinas y en particular la Teología Natural. Y da un argumento: señala que, si una disciplina falta, su hueco lo invadirá otra que se saldrá de su sitio y dirá más de lo que puede decir. «Si elimináis una ciencia del círculo del co­nocimiento, no podréis conservar vacío su puesto. Esa ciencia se olvida y las demás se empujan unas a otras, es decir, exceden sus propios límites y entran donde no tienen derecho a entrar (5)». 

Eso es lo que sucede. Muchos grandes científicos extrapolan especulaciones sobre el sentido de toda la realidad a partir de su experiencia en un campo del conocimiento. Quizá no lo advierten, pero en ese momento cambian de método y de campo del saber. Abandonan el método de las Ciencias Positivas y entran en la especulación metafísica y preci­samente en el campo de la Teología Natural. Tienen perfecto derecho a hacerlo pero, a veces, entran de manera precipitada y con una notable ignorantia elenchi, es decir, sin conocer lo mucho que ya se ha pensado y dicho sobre el tema. 

La ausencia de una Teología Natural en la univer­sidad, de una reflexión racional sobre el sentido del universo y la explicación última de la realidad, deja un importante hueco que suele quedar invadido por explicaciones ingenuas y poco consistentes. Con frecuencia, divulgadores científicos hacen afirmaciones de un materialismo tan pobre, que es insostenible a la razón. ¿cómo es posible que exista inteligencia en el universo, y libertad y conciencia en el ser humano, si todo se ha hecho por casuali­dad a partir de una materia definida en la física de manera convencional? ¿Qué tienen las partículas elementales, tal y como las definimos, para dar lu­gar a semejante maravilla? Los que defienden esto poseen una fe caracterizada como materialista y se limitan a argumentar que, puesto que no puede haber otra causa, esta tiene que ser la material, tal y como la definimos. Una pobre abstracción de la realidad. Dan por demostrado lo que desearían demostrar. 

Este tipo de preguntas sobre la estructura y sentido del universo son inevitables en cualquier persona que quiera pensar. Y son propias de la metafísica porque van más allá de la física. La metafísica se ha intentado desterrar de las ciencias, pero vuelve a plantearse con toda fuerza, especialmente cuando las ciencias modernas declaran que todo el universo que conocemos ha surgido de un único proceso. Esto lo suponía la teología antigua, pero hoy lo demuestran las ciencias positivas. 

El universo que conocemos es unitario. Existe una unidad de origen y un despliegue histórico . Por eso, hace falta una causa que esté a la altura de los efectos. Y el mayor efecto es nuestra propia inteligencia que forma parte del mundo. Para explicar la inteligencia del ser humano y todo el proceso, debe de haber una «Causa inteligente». La otra posibilidad sería pensar que el mundo está lleno de magia o que es una inteligencia universal de la que todos formamos parte. Un panteísmo. 

La fe cristiana desmitificó la naturaleza con sus convicciones: todo el mundo es creado y en el mundo no hay más fuerzas que las naturales. La naturaleza es obra de Dios y es buena, manifiesta la bondad y la inteligencia de Dios, pero no es divina. Esto formó parte del primer diálogo de la fe cristiana con la filosofía y las ciencias y transformó realmente el marco. Es cristiana la convicción de que la naturaleza es natural y no mágica, y posee unas «fuerzas naturales» que se pueden, y se deben, estudiar y dominar. Y también tiene una unidad. No es posible volver a fórmulas mágicas. 

En algún sentido, el mundo es más complejo que antes, porque lo conocemos mejor. En otro sentido, es más simple, porque sabemos que solo quedan causas naturales. Pero causas naturales impregnadas de inteligencia o de información, si se prefiere una terminología neutral. Si se postula que el mundo se ha hecho a sí mismo por casualidad y sin ningún sentido, no hace falta Dios, pero tampoco se puede sostener la racionalidad de las ciencias ni del ser humano, ni tampoco de los frutos de la inteligencia humana que pretenden ordenar la convivencia, como el derecho o la política o la moral cívica. ¿cómo justificarlas? ¿Por qué habría que comportarse de manera racional en un mundo que en el fondo es irracional? ¿se trata solo de una convención humana para sobrevivir y no caer en la ley de la selva? Nos jugamos mucho en esto. 

EL HUMANISMO CRISTIANO COMO FUENTE DE LA CULTURA OCCIDENTAL 


En realidad el huma­nismo de todos los tiempos, el que encontramos en la antigua cultura china o en la India, y en la sabiduría griega, en la tradición humanista cristiana e incluso en la tradición ilustrada, plantea el tema exactamente al revés. Parte de la evidencia de que somos seres inteligentes y libres y concluye que tenemos que vivir a la altura de nuestra inteligencia y libertad, superando nuestra ignorancia y dominando nuestras pasiones. Precisamente, el saber o los saberes proporcionan libertad. Y, por eso, son una ocupación liberal propia de hombres libres. Esta es una de las grandes convicciones de todos los tiempos. Y se añade otra, que nace también de la experiencia. 

Hay que aprender a ser humanos, no es un crecimiento espontáneo, y necesitamos aprender de los mejores. El ser humano tiene que adquirir una forma espiritual, moral y social, empezando por el dominio de sí mismo. Una parte se hace con la educación, pero la mayor parte la hace libremente cada uno con el buen ejercicio de la libertad. Para esto se necesita un ideal de forma humana basado explícita o implícitamente en unas convicciones sobre el ser humano. 

El cristianismo aporta unas convicciones que han sustentado la base de nuestro humanismo, de nuestros ideales de educación y también de nuestra cultura política. Estas son algunas de las convicciones: 

1. La dignidad de todo ser humano, apoyada sobre todo en que es imagen de Dios, puesto a la cabeza de la Creación para que la domine, y en que cada uno tiene un destino eterno ante Dios. Esta dignidad es la misma para varones y mujeres y no se pierde en ninguna circunstancia. La fe cristiana es personalista y ha forjado el concepto de «persona», concepto capital de nuestra cultura filosófica y política. 

2. La libertad de las personas, dueñas de sus actos, por los que darán cuenta un día, ante un Dios que perdona a quienes se arrepienten. 

3. La igualdad fundamental ante Dios de todos los seres humanos, que son personas, queridas por Dios y destinadas a Él. Todos, ricos y pobres, poderosos y humildes, serán juzgados con los mismos criterios, en especial con la caridad. Esto ha deslegitimado para siempre la fuerza de las clases, las castas y las naciones en que tiende a dividirse el ser humano. 

4. Unido a lo anterior, la fraternidad humana. Porque todos son hijos del mismo Dios y ha pedido que se traten como hermanos. La caridad es el mandamiento fundamental del cristianismo e implica la preocupación por los más pobres y excluidos, preferidos de Dios, combatiendo la marginación que se crea en los procesos sociales. La caridad de­termina el estilo de vida, porque es una invitación a superar el egoísmo, sabiendo que es mejor darse que buscarse a sí mismo. Defiende la humildad frente a la gloria como fin de la vida, un ideal clásico. Y deslegitima la venganza personal, porque hay que amar incluso a los enemigos. 

5. Estas convicciones implican una cultura política, pues abren paso a la reflexión sobre los derechos humanos y ponen límites al ejercicio de la autoridad. La fe cristiana defiende que los que gobiernan son iguales a los demás, que, como todos, están sometidos a sus leyes y que, como todos, habrán de dar cuenta a Dios de sus actos. Cree en la distinción entre el poder religioso y el político («dad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios»). Y ha combatido a lo largo de la historia la tendencia del poder político a divinizarse, como ha sucedido en todos los imperios antiguos y en todos totalitarismos modernos. 

6. También tiene una idea propia y fuerte del valor del amor conyugal, inspirada por el respeto a la naturaleza del sexo y del amor personal, entendido como entrega de sí mismo al cónyuge y a los hijos. 

7. Y frente a la incertidumbre por el futuro, que lleva a la actitud fatalista clásica o a depender de augurios y adivinos, propone poner la esperanza en Dios. Se rechazan todas las adivinaciones y ciencias ocultas que intentan dominar el futuro, y que están profundamente insertadas en las culturas antiguas y vuelven a renacer en las nuevas.


NOTAS 

(5) John Henry Newman, Discursos sobre el fin y la naturaleza de la educación universitaria, EUNSA, Pamplona 1996, 101. Es el discurso IV, 2.

miércoles, 24 de mayo de 2023

La inspiración cristiana de una Universidad (I de II)

«La universidad católica, por el encuentro que establece entre la insondable riqueza del mensaje salvífico del Evangelio y la pluralidad e infinidad de campos del saber en los que la encarna, permite a la Iglesia establecer un diálogo de fecundidad incomparable con todos los hombres de cualquier cultura» (San Juan Pablo II).

EN EL MUNDO HA HABIDO y hay muchas universida­des con una inspiración cristiana (1). ¿Qué puede tener que ver el cristianismo con las tareas universitarias? Mezcla dos cosas heterogéneas. El tema es mucho más profundo e importante de lo que puede parecer a primera vista, porque afecta a la naturale­za misma de la universidad, a la naturaleza misma del saber y de su unidad, y a la naturaleza de la fe cristiana. Lo vamos a desarrollar en siete grandes cuestiones que ahora presentamos resumidas.

1. La universidad es,junto con la Iglesia y el Estado moderno, una institución característica del mundo occidental (2). En realidad, toda la institución universitaria  nació históricamente  de la inspiración cristiana. En el fondo, por el interés de una fe que quería comprenderse al mismo tiempo que comprendía el mundo. El propio Dios que creó el mundo es el que se reveló en la historia de la salvación y plenamente en Jesucristo. Tenía que haber una relación entre los saberes humanos y la fe cristiana.

2. Por eso, la unidad de todos los saberes, que está de manera inherente en la definición de universidad, es una aspiración natural cristiana y una prueba de la existencia de Dios. Si existe alguna unidad de los saberes es porque hay una causa última y única de todo, que es Dios. Y, al contrario, si no hay Dios único y creador de todo, no puede darse una unidad de los saberes y tampoco tiene sentido buscar inteligencia en la realidad natural.

3. Esta reflexión sobre la causa última de toda la realidad se llama históricamente -en especial en la tradición anglosajona- Teología Natural. El cardenal Newman pensaba que esta disciplina es muy necesaria en la universidad. Y que cuando una disciplina falta en ella, con sus argumentos y sus métodos, su lugar lo ocupan otras ciencias, que se saldrán de su sitio natural. Si no existe una reflexión explícita sobre la «causa última» que da unidad a los saberes, acabará sustituida consciente o inconscientemente por otros supuestos.

4. La fe cristiana no solo ha creado las universidades, sino que está en la base de muchas convicciones que configuran la mente occidental, en particular de nuestro humanismo y nuestro sistema de convivencia. Temas que merecen un profundo estudio, tanto para poder comprender la propia identidad como para desarrollarla y no perderla. Es otra forma importante de presencia de la fe cristiana en la universidad . 

5. La pérdida de la unidad cristiana de Europa propició una secularización que, en parte, es un desarrollo natural y aceptable de los principios humanistas pero que adquirió, también, un tono polémico con lo cristiano. Este sesgo ha deformado, a veces, la actividad universitaria, en algunas espe­culaciones más generales de las ciencias positivas, las humanidades y de las ciencias humanas. Y la pérdida de esa base ha dejado estos saberes expuestos a derivas ideológicas. Por exigencias de método, los saberes deberían ser neutrales e inmunes a otras influencias que no fueran sus propias fuentes, pero se observa reiteradamente que no es así y que han estado fuertemente sometidos a modas ideológicas.

6. En este contexto, los cristianos siguen creando universidades porque siguen creyendo en la unidad del saber y quieren mantener vivo el humanismo cristiano, con sus propios exponentes y sus propias ideas que, de otra forma, podrían quedar marginados. Además, como todas las obras educativas cristianas, estas universidades asumen una función de testimonio cristiano y de evangelización. 

7. Alcanzar y conservar la identidad cristiana de una universidad en un medio crecientemente secularizado exige bastante esfuerzo. El medio ejerce espontáneamente una presión osmótica para homogeneizar lo de dentro con lo de fuera. Es preciso mantener operativos los fines y garantizar la identidad de los que en ella trabajan, además del saber que se crea y se enseña, respetando tanto la con­ ciencia de las personas como los métodos propios de los saberes. La pura inercia llevaría a una política reactiva muy difícil de mantener. Al contrario: se necesita una política proactiva ambiciosa que tenga claro este proyecto y busque personas que puedan entusiasmarse con él. 

LAS UNIVERSIDADES  NACIERON CON INSPIRACIÓN CRISTIANA


Conviene no olvidar que no solo las antiguas universidades nacen del cristianismo, sino que muchas otras creadas hasta el siglo XVII también lo tienen . Esto sucede en universidades europeas y norteamericanas. Harvard llevaba en su escudo, aunque ahora ya no, Christo et Ecclesia, «Por Cristo y por la Iglesia». También Oxford llevaba, y todavía lleva, en su escudo Dominus, Illuminatio mea, «El Señor es mi luz», porque los que la fundaron estaban convencidos de la unidad del saber en Dios. La fe cristiana es una fe que busca comprender, tal y como dice la famosa frase de san Anselmo de Canterbury, con ecos de san Agustín, fides quaerens intellectum. Desde que en los primeros siglos entró en contacto con la filosofía y los saberes griegos, la fe cristiana aprendió que no abarcaba todo y que otros saberes le ayudan a desarrollarse. Esto no  suponía entonces ni ahora ninguna deformación del mensaje evangélico, porque el mismo Dios, que se ha revelado en la historia de la humanidad dando origen a la fe cristiana, es el que ha creado el mundo, que es otra forma de revelar­se. Los cristianos sabemos que la fe aporta mucho, pero no contiene todo el saber ni sobre Dios ni sobre el ser humano ni sobre el mundo. Para definir sus límites y entenderse mejor a sí mismo, el saber revelado necesita del saber profano.

La antigüedad cristiana experimentó, con toda claridad, que la teología necesitaba de la filosofía, en el sentido estricto en que hoy la entendemos y en el sentido mucho más amplio con el que esta palabra se acuñó. Muchos ya sabrán que «filosofía» significa amor al saber o a la sabiduría.Pero el sentido antiguo de esta palabra era amor a todo saber seguro, que además incluía todos los saberes humanos bien establecidos. 

Y precisamente este deseo de la fe que se benefi­cia de todos los saberes humanos bien establecidos es lo que da origen a las universidades medievales. Sobre todo, cuando, desde el siglo XI, con Pedro Abelardo (3) y Pedro Lombardo, se descubre que la lógica aristotélica es un método apto y riguroso para lograr el saber. Es un asunto notable y con frecuencia olvidado. Los saberes universitarios y la misma universidad nacieron, al mismo tiempo, por el deseo de saber y por la conciencia de tener un método para lograrlo de forma rigurosa . Esto explica que la lógica haya estado en la base de los saberes universitarios (Trivium) hasta el siglo XIX. Aunque, con frecuencia, por pura inercia y sin ninguna conexión real con el propósito original. 

Las universidades nacieron cuando se crearon cátedras fijas para desarrollar con rigor los estudios de Filosofía y Teología, atrayendo a alumnos de todo el mundo, deseosos de saber. Y también, como ahora, de lograr un puesto reconocido en la sociedad. Desde entonces, la palabra «universidad» designa a la vez el conjunto de los saberes (universitas studiorum) y de todos los que quieren dedicarse a ellos, tanto profesores como alumnos (universitas magistrorum et scholarium) (4). De aquí procede la antigua estructura en facultades de la universidad, que dura hasta el siglo XIX. Después de los cursos de Humanidades o Gramática, que sirven para aprender la lengua culta común -el latín-, manejando los textos clásicos, está la Facultad de Artes (Liberales) o Filosofía, donde se estudia el método científico (Lógica) y los saberes humanos básicos naturales (Matemáticas, Física o Filosofía de la Naturaleza, Metafísica y Ética). Sólo después se puede pasar a las facultades superiores, como la de Teología; a la que se añadieron muy pronto las de Derecho Civil y Canónico, y la Facultad de Medicina. 

Esta estructura permanece hasta el siglo XIX, cuando las ciencias experimentales, conscientes de tener un método distinto al aristotélico, se emancipan de la Facultad de Filosofía. Desde entonces, la filosofía ya no abarca todo el saber humano natural, sino que se ha convertido en una reflexión abstracta sobre todo el saber, y en una disciplina dedicada a la conservación y desarrollo de sus propias tradiciones. Hay que lamentar que esa separación, aunque beneficia a la especialización, también ha supuesto una pérdida de contacto entre las humanidades y las ciencias experimentales, negativo para ambas partes. 

LA UNIDAD Y RACIONALIDAD DEL SABER Y LA EXISTENCIA  DE  DIOS

 

La unidad de profesores y alumnos que enseñan y estudian en las distintas facultades refleja y propicia la unidad y el diálogo de los saberes. Estudio y diálogo forman el núcleo vivo de la universidad, entonces y ahora. Pero la uni­dad de los saberes sobre el mundo y el ser humano supone la unidad del universo y, en definitiva, la existencia de una causa única inteligente, que en general llamamos Dios. De manera que tanto el presupuesto como el fin de las tareas universitarias es la existencia de Dios. Esto puede sonar muy raro a los oídos actuales, porque han perdido por completo el sentido de aquella unidad original, pero es así de manera rigurosa. Y no se trata de algo marginal. 

El cristianismo es connatural con la idea de que el saber tiene unidad, porque toda la realidad procede de una causa inteligente, de un solo Dios. Si el mundo hubiera sido hecho por causas distintas, carecería de sentido plantearse la unidad, porque cada causa habría obrado de manera independiente. Y, si muchas causas hubieran obrado de manera casual e irracional, no tendría sentido investigar la naturaleza o el ser humano porque no habría nada inteligente que encontrar, solo el caos. Como no se puede obtener ninguna ciencia del estudio de los números que salen por casualidad en la lotería. Pero al argumento hay que darle la vuelta. Cuando suponemos que el universo se puede comprender y que tiene una unidad, estamos suponiendo que tiene una causa inteligente y única. Esa es la definición filosófica de Dios, justo en la misma línea que las famosas cinco vías de santo Tomás de Aquino. 

Este argumento está en la base de la universidad y no es posible separarse de él. Está en constante planteamiento en la misma historia de las ciencias y, en concreto, en cualquier reflexión profunda sobre la naturaleza de las matemáticas. La cuestión de la «Causa última» es, en el fondo, ineludible. En concreto se hace en una parte de la Filosofía que se llama Teología Natural. Teología, porque trata de la causa última, Dios. Y natural, porque no trabaja con la fe sino con la razón natural. Esta disciplina tiene una fuerte tradición anglosajona. Ha sido y es muy importante en la Universidad de Oxford y, por ejemplo, en las famosas Gifford Lectures de la Universidad de Aberdeen, el fruto de una espléndida serie de ensayos clásicos de las humanidades. Se puede investigar cualquier aspecto del universo o del ser humano sin plantearse la cuestión del fundamento de la racionalidad del mundo y de su unidad, pero la cuestión está planteada en la misma naturaleza de las ciencias y de las matemáticas. Porque lo que se busca es inteligencia y unidad o coherencia. Por eso, hay mucha teología «implícita» en todo el empeño humano por conocer el mundo y su sentido  

NOTAS 

(1) J. M. Mora, <<Universidades de inspiración cristiana: iden­ tidad, cultura, comunicación», en Romana (2012)  194-220; J. M. Torralba, <<La doble identidad de las universidades de inspiración cristiana según Ex Corde Ecclesiae>>, en Rivista PATH (Pontificia Academia Theologiae) 14 (2015) 131-150. 
(2) Es interesante el comentario que le dedica Ignacio Sánchez Cámara, en Europa y sus bárbaros. I. El Espíritu de la cultura europea, Rialp,Madrid 2012,284-332, donde la sitúa como una de las seis características intelectuales de Europa. 
(3) Tiene particular encanto el ambiente universitario incipiente que describe la gran medievalista Régine Pernoud en su libro Eloísa y Abelardo. 
(4) Son muy útiles los cuatro volúmenes sobre La Historia de la Universidad en Europa, bajo la dirección general de Walter Rüegg (Cambridge University Press); en parte traducidos (Universidad del País Vasco). El propio cardenal Newman es autor de una interesante Historia de las universidades, poco conocida, que se puede leer online,Rise & Progress of Universi­ties.