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ACEPRENSA 93/14.
De los jóvenes del milenio, nacidos entre 1980 y 2000, se dice que pasan demasiado tiempo entre series de televisión, viajes low cost, redes sociales y selfies. Pero la que ha sido retratada como la generación más narcisista de la historia, también tiene su corazoncito. Así lo explica un reportaje del New York Times que analiza varias encuestas realizadas en EE.UU.
De entrada, son menos materialistas que sus mayores. Entre otras cosas, casi dos tercios están dispuestos a ganar menos con tal de trabajar en un empleo de su agrado; sus hábitos de consumo denotan cierto compromiso cívico: el 89% de ellos prefiere comprar productos de empresas que destinan parte de sus beneficios a proyectos sociales.
“Tomados en conjunto –concluye Sam Tanenhaus en el reportaje–, estos hábitos y gustos están más cerca de lo comunitario que del narcisismo. El valor que más aprecian [estos jóvenes] no es la promoción personal, sino sus opuestos: la empatía y las relaciones sinceras y generosas con los demás”.
La gente vota a los candidatos que suscitan los sentimientos correctos, no a los que presentan los mejores argumentos
Emociones e identidad
El artículo del New York Times es un buen ejemplo de cómo el análisis de los estilos de vida y las prácticas cotidianas de la gente –en este caso, los jóvenes del milenio– pueden ayudar a comprender la sociedad actual. Donde unos ven un narcisismo generacional, una mirada más atenta descubre que la empatía y la autenticidad se han convertido en valores nucleares para los jóvenes de hoy.
Es el enfoque que sigue el proyecto “Cultura emocional e identidad”, del Instituto Cultura y Sociedad (ICS) de la Universidad de Navarra. “Sería un error no advertir que, para muchos de nuestros contemporáneos, la sed de emoción tiene que ver con la búsqueda de indicios, pistas, acerca de quiénes somos: al ver cómo nos afectan las cosas, conocemos algo de nosotros mismos”, explica Ana Marta González, profesora de Filosofía Moral y directora académica del ICS.
Pero el carácter variable de las emociones, dice en otra entrada del blog del proyecto, impide distinguir entre aquellos rasgos personales “que responden a una situación momentánea y aquellos otros que arraigan en estratos más profundos de nuestro ser”. Por eso hace falta analizar, junto a las emociones, las acciones y las producciones culturales en las que aquellas se expresan.
Aquí, el cine y los medios de comunicación son de gran ayuda, como puso de manifiesto el encuentro “Taking the Pulse of Our Times: Media, Therapy and Emotions”, organizado por el ICS del 20 al 22 de noviembre. A partir del análisis de varias películas, expertos de distintos países reflexionaron sobre algunas actitudes que dan forma al “clima emocional” de nuestra época: desde el miedo a la vejez, la discapacidad y la muerte hasta el éxito de todo lo que hable sobre la gestión de emociones, el lenguaje terapéutico o la inteligencia emocional.
Política con corazón
Pero el auge de la cultura emocional también nos habla de ciertos riesgos que se han acentuado últimamente en la política. Uno de los más destacados es que las relaciones políticas ya no se estructuran en torno a la convicción racional, sino a la adhesión emocional, explica Lourdes Flamarique, profesora de Corrientes Actuales de la Filosofía e investigadora del ICS (1).
Cuando se abandona el concepto de verdad objetiva, cualquier crítica a “mi verdad” se considera un ataque personal
El ascenso de Podemos en España es un caso paradigmático. Este partido se está aprovechando de los sentimientos de indignación de muchos ciudadanos ante la corrupción, el paro o la crisis, pero importa poco si sus propuestas son realistas o no. “¿Cuándo fue la última vez que votaste con ilusión?” es uno de los eslóganes de Podemos, que aún sigue sin programa definido.
El psicólogo estadounidense Drew Westen se ocupó ampliamente de este fenómeno en su libro The Political Brain (2): “La noción de mente que cautivó a los filósofos, los científicos cognitivos, los economistas o los politólogos desde el siglo XVIII es la de una mente desapasionada que toma decisiones tras sopesar los datos y razonar hasta llegar a la conclusión más válida”.
Pero no es así como funciona el cerebro del votante actual, que es un “cerebro emocional”. Más bien se parece a una red que obtiene su visión del mundo gracias a una combinación de “pensamientos, sentimientos, imágenes e ideas que han logrado conectarse a través del tiempo”. Son los famosos marcos inconscientes de los que también habla el lingüista George Lakoff.
“La gente vota a los candidatos que suscitan los sentimientos correctos, no al candidato que presenta los mejores argumentos”, sostiene Westen a partir de las conclusiones de varios estudios. Y Lakoff insiste: “Los hechos son importantes. Son cruciales. Pero hay que enmarcarlos adecuadamente para que se conviertan en una parte eficaz del discurso público”.
De todos modos, el pinchazo de la “obamanía” en las elecciones legislativas de noviembre de 2014 sugiere que estos análisis pueden ser exagerados: al final, el votante exige resultados, no afecto. Pero tanto Westen como Lakoff aciertan a detectar la influencia de las emociones en las preferencias ideológicas, lo que a su vez alimenta una política de gestos donde lo importante es tocar fibra (cfr. Aceprensa, 23-09-1998).
Un Estado de Derecho más débil
Desde una perspectiva mucho más crítica que la de estos autores, el filósofo Gabriel Albiac denunció la deriva emotivista que adoptó la política española con el primer mandato de José Luis Rodríguez Zapatero: “Vivimos, desde hace casi cuatro años, en la sentimentalización de la política: la ciénaga de la cual nadie sale indemne. Y en la cual toda inteligencia muere. Con bellos sentimientos se hace mala literatura, apostrofaba Gide. En política es peor. En política, con bellos sentimientos se edifica infierno” (3).
Lo que preocupaba a Albiac de las propuestas “sentimentalistas” al estilo Educación para la Ciudadanía, la Memoria Histórica o la Alianza de Civilizaciones era el progresivo proceso de vaciamiento del Estado de Derecho y su sustitución por un nuevo “Estado sentimental”, donde las emociones pueden tener más peso que la seguridad jurídica, el equilibrio de poderes, las instituciones y las leyes.
El vaciamiento del Estado de Derecho tiene múltiples manifestaciones en el espacio público. Una de ellas es el populismo penal, que lleva a endurecer los castigos para ciertos delitos atendiendo exclusivamente a la indignación popular. Pero la exigencia de mano dura no siempre tiene en cuenta que “la frialdad del Derecho, que ahora lamentamos, es la que en otras ocasiones puede protegernos de abusos arbitrarios”, advierte Ana Marta González.
Otra manifestación es el empobrecimiento del debate público con eslóganes y clichés que “disparan el reflejo condicionado de una respuesta social previsible, siempre bajo el signo del conflicto, provocando reacciones estereotipadas en uno y otro bando”, añade González. Un problema que se agrava cuando las empresas de medios de comunicación detectan que el refuerzo de las convicciones se vende mucho mejor que la información (cfr. Aceprensa, 10-04-2012).
Cuando los sentimientos crean Derecho
En la misma línea, Manuel Cruz, catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona, critica en El País la práctica del nacionalismo catalán de apelar a los sentimientos para configurar la realidad e incluso fundar Derecho.
Lo que dice Cruz podría aplicarse perfectamente a otras reivindicaciones identitarias que consideran que “del hecho de que un determinado sentir esté muy generalizado entre la ciudadanía se desprende la necesidad de que las autoridades proporcionen una respuesta que dé satisfacción al sentir en cuestión o, como mínimo, lo alivie”.
También el Derecho de familia –y antes que él, el concepto de matrimonio– ha sido víctima de un proceso de vaciamiento llevado a cabo en virtud de un nuevo paradigma según el cual bastaría la capacidad de darse amor, afecto y apoyo mutuo para reconocer como matrimonio cualquier forma de convivencia.
En España, este proceso se desencadenó con la reforma del Código civil de 1981 que legalizó el divorcio, y se consumó con la ley del “divorcio exprés” y la que permite casarse a las personas del mismo sexo, aprobadas ambas en 2005. Leyes que han ido despojando al matrimonio civil de su contenido caracterizador hasta convertirlo en “una cáscara vacía”, en palabras de Carlos Martínez de Aguirre, catedrático de Derecho Civil de la Universidad de Zaragoza (cfr. Aceprensa, 7-12-2012).
Emociones fuertes para el pensamiento débil
Para el canadiense Dennis Buonafede, en la raíz de esta sentimentalización está lo que Benedicto XVI ha llamado el eclipse de la razón. “En términos sencillos –escribe este profesor de filosofía–, esto significa que el concepto de una verdad objetiva se ha abandonado y ha sido sustituida por el de la verdad subjetiva. Ya no existe una verdad en sí, sino una verdad para mí”;.
Esta manera de pensar ha traído dos consecuencias. “Primera: la verdad ha llegado a personalizarse hasta límites insospechados. Dado que es mi verdad, yo me identifico con ella. No es algo distinto de mí Y la segunda: puesto que hemos personalizado tanto la verdad, cualquier crítica a mi verdad es en realidad una crítica contra mí, un ataque personal” (cfr. Aceprensa, 18-10-2011).
Lo que explica el auge en nuestros días de refinados mecanismos de censura como la descalificación de lo tachado como “lenguaje del odio” (hate speech) y las leyes antidiscriminación, que invocando la igualdad de trato otorgan en realidad unos derechos distintos y privilegiados al colectivo LGTB; y las alertas o trigger warnings frente a ideas que pueden herir algunas susceptibilidades.
De esta forma, las estructuras de corrección política arraigadas en las sociedades amplían su ámbito de influencia, que ahora abarcan desde los pensamientos y las ideas hasta “lo emocionalmente correcto”.
La intolerancia emocional
No en vano Claudia Wassmann, investigadora del ICS, advertía en el encuentro mencionado antes que “el modo en que las sociedades tratan con las emociones de sus ciudadanos –cuáles se aceptan, desean y toleran, y cuáles se prohíben– habla del grado de libertad del que gozan los individuos”.
Un contraste significativo en las sociedades occidentales es que la generosa tolerancia hacia las emociones de las minorías no se aplica por igual a la protección de los sentimientos religiosos. Sobre esto es interesante lo que dice Rafael Palomino Lozano, catedrático de Derecho eclesiástico del Estado en la Universidad Complutense de Madrid: “En general, tanto en América como en Europa, en la colisión entre religión y otras formas de identidad, la religión lleva siempre las de perder” (4).
El motivo es que mientras que “las reclamaciones surgidas de la ideología de género han logrado instalarse en el área de la identidad (más permanente y no electiva)”, la religión sigue enmarcada en el terreno de las opciones individuales. De aquí algunos concluyen que “los ciudadanos no deben discriminar una identidad, que no es cuestión de elección, desde una posición que sí es electiva”.
Los conflictos de este tipo no se resuelven así en aquellos países donde la adscripción religiosa se concibe como un marcador identitario fuerte. Pero, al menos en este punto, el “individualismo expresivo” del mundo occidental parece haber desbancado a la religión como marcador de identidad.
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Notas
(1) Cfr. Lourdes Flamarique y Madalena d’Oliveira-Martins (eds.), Emociones y estilos de vida. Radiografía de nuestro tiempo, Biblioteca Nueva, 2013.
(2) Cfr. Drew Westen, The Political Brain: The Role of Emotion in Deciding the Fate of the Nation, Public Affairs, 2007. Westen publicó un extracto de este libro en The Guardian: “Voting with their hearts”, 8-08-2007.
(3) Gabriel Albiac, Contra los políticos, Temas de Hoy, 2008.
(4) Rafael Palomino Lozano, Neutralidad del Estado y espacio público, Thomson Reuters Aranzadi, Pamplona, 2014, pp. 49-50.