El historiador italiano Andrea Riccardi ha sido el ganador en 2009 del premio Carlomagno, uno de los más prestigiosos de Europa, que en ediciones anteriores recayó sobre personalidades como Alcide De Gasperi, Konrad Adenauer, Javier Solana, Carlo Azeglio Ciampi, Juan Pablo II, Juan Carlos I de España y la canciller alemana Angela Merkel, galardonada el año pasado. A diferencia de todas estas figuras, Riccardi, nacido en Roma hace 58 años, no es un hombre de Estado, sino un profesor de Historia del Cristianismo y el fundador de la Comunidad de San Egidio, una asociación de laicos católicos presente en 70 países.
Alguien que “vive el espíritu de Europa”
El premio, que corre a cargo de la ciudad de Aquisgrán, reconoce la labor de quienes trabajan al servicio de los ideales de Europa. Jürgen Linden, alcalde de la antigua capital imperial de Carlomagno y uno de los miembros del jurado, ha explicado que este año se ha querido deliberadamente que el premiado no fuera un político: “Le hemos escogido [a Riccardi] para animar a la gente corriente a trabajar desde la base por la unidad de Europa”, ha reconocido Linden.
Riccardi, de quien ha dicho el jurado que “vive los valores de Europa”, ha sido también elogiado en el fallo “por su extraordinario empeño civil a favor de una Europa más humana y solidaria dentro y fuera de sus fronteras, por la comprensión entre pueblos, religiones y culturas, por un mundo más pacífico y justo”. Algunos medios se han referido al historiador como el “outsider por excelencia”, que llama urgentemente a la paz y al que no mueven intereses políticos ni económicos para intervenir en los problemas que intenta solucionar.
Mediación en conflictos internacionales
La iniciativa por la que ha sido ahora premiado Riccardi nació hace cuarenta años, cuando él y un grupo de ex compañeros de colegio decidieron fundar una comunidad de laicos en el barrio romano del Trastevere con el fin de proporcionar alimento y vestido a los pobres. La organización, con sede en la parroquia de San Egidio, cuenta ahora con 50.000 miembros, y sus actividades abarcan frentes que van desde la mediación en conflictos internacionales hasta el consuelo de condenados a muerte a través del intercambio epistolar.
Propuesto también para el Nobel de la Paz, Riccardi ha tenido con su organización un papel importante en los acuerdos de paz de varios países africanos. Especialmente Mozambique, en donde logró en 1992 el entendimiento entre gobierno y guerrilla que puso fin a la guerra civil.
El ecumenismo, condición para la paz
Para Riccardi, la división entre dos Europas aparece renovada con lo que llama la “recuperación de las identidades subyacentes”: una reacción al mundo globalizado que vincula a la religión con la conciencia nacional al modo de lo que ocurría a comienzos del siglo XX, antes de la implantación del comunismo. “El problema de la fractura entre el este y el oeste es antiguo, y se ha acentuado con la Guerra Fría”, sostiene Riccardi. “Pero es también el problema de una Europa del este que debe afrontar la victoria del modelo occidental, que no es un modelo católico o protestante, sino el de una sociedad secularizada, consumista, capitalista, desarrollada. En este contexto, el reto ecuménico resulta decisivo”.
Este ecumenismo no es para el historiador (una autoridad en Historia del Papado en la Edad Moderna y Contemporánea) mera discusión teológica, sino también voluntad de acercamiento entre líderes religiosos. Según Riccardi, resultan aquí de una importancia clave ciertas figuras del mundo ortodoxo que representan un acercamiento a la modernidad, algo que constituye aún un problema para esta Iglesia y que en cambio el catolicismo enfrentó en el Concilio Vaticano II.
Este espíritu de ecumenismo debe sostenerse también respecto de Rusia y el islam, “los dos problemas de frontera de Europa”. Para el primer caso, explica Riccardi, se trata de un problema interno, pues Rusia no está fuera de Europa. En el segundo, dice, “es necesario dejar la puerta abierta, imponiendo condiciones en lo referente a los derechos humanos y a la inmigración”. Frente a un tema que vuelve a estar de actualidad, Riccardi decía en 1999 que “necesitamos de Turquía en los Balcanes, en particular para abordar este islam europeo de ‘rancio abolengo’, que no es producto de la inmigración”.
A propósito, precisamente, de la inmigración, Riccardi ha declarado recientemente que el verdadero problema que ella refleja no es lo que ocurre en Europa, sino la miseria de los países de origen, contra cuya fuerza centrífuga no valen vallas ni patrullas marítimas. Aunque Il Professore admite haber militado en el discurso tercermundista durante su juventud (“en el 68 tenía 18 años”, se justifica), su percepción actual se rinde a la evidencia: “El Tercer Mundo ya no existe. Asia es una realidad; América Latina es otra. Pero el problema de África persiste, y Europa no puede ignorarlo”.
Religión y laicidad
En una entrevista concedida a El Mundo en 2007, y preguntado sobre la situación en España, Riccardi se refería a conflicto entre laicos y católicos como “una cosa del pasado”. Menospreciar la dimensión cristiana de la cultura en los países de los que ella ha formado parte supone condenarlos a la insignificancia: “En mi opinión, tanto para los creyentes como para los no creyentes, un discurso de fe religiosa o de cultura de las tradiciones cristianas es un recurso importante. La historia de Italia, de España o de Francia no es la historia de la cristiandad, pero el cristianismo es un aspecto fundamental de nuestra historia”.
En el marco de la entrega del premio Carlomagno a Riccardi, se ha organizado una mesa redonda en Aquisgrán sobre el tema “La civilización de la paz: Religiones y culturas en diálogo”, donde participarán David Brodman, rabino mayor de Savyon (Israel); el profesor Mohammed Amine Smaili, de la Universidad de Rabat; Mons. Heinrich Mussinghoff, arzobispo Aquisgrán; Nikolaus Schneider, presidente de la Iglesia evangélica de Renania; y el arzobispo Serafim, metropolitano de la Iglesia ortodoxa rumana para Alemania y Europa central.
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