En mi blog cambiaelmundo he dedicado hasta cinco post a situar en su justa medida la campaña de acoso a la Iglesia por el asunto de los casos de abusos a menores. Tras el meritorio trabajo de arrojar luz sobre la manipulación que se está produciendo, los tres post que acabo de traer aquí desenmascaran, en mi opinión, el fondo de todos estos ataques, es decir, una ofensiva mendaz y violenta del laicismo contra la Iglesia.
ROMA, 24 Mar. 10 (ACI).-Elizabeth Lev es una historiadora estadounidense que actualmente trabaja en Roma y que rechaza la campaña mediática actual contra sacerdotes y religiosos. La compara a la de finales del siglo XVIII en Francia cuando los escándalos se magnificaban para hacer creer que esto era endémico en el clero, lo que llevaría años más tarde al asesinato de muchos presbíteros. A partir de la perspectiva de un analista inglés protestante de esa época, la experta explica que la intención de los ataques es destruir la fuerza moral de la Iglesia Católica.
En un artículo titulado "En defensa del clero católico (¿o queremos otro reino del terror?)" publicado en el sitio web Politics Daily, Lev se refiere al clima triunfalista en 1790 en Francia con la revolución y a la postura de Edmund Burke, un protestante miembro del Estado inglés, que en ese año criticaba la campaña anticlerical de los franceses que desenterraban escándalos de décadas e incluso, siglos pasados.
"Viendo el estilo general de las últimas publicaciones, uno podría pensar que el clero de Francia son una especie de monstruos, una horrible composición de superstición, ignorancia, pereza, fraude, avaricia y tiranía. ¿Pero, es cierto esto?", se cuestionaba Burke.
Tras preguntarse sobre lo que Burke habría opinado ante los intentos mediáticos actuales de vincular, a cualquier precio, al Papa con cualquier escándalo de pedofilia, Lev señala que el protestante inglés comentaba en aquel entonces que "no escucho con mucha credibilidad a quien habla del mal de aquellos a quienes van a saquear. Sospecho, en cambio, que los vicios a los que se refieren son fingidos o exagerados cuando se busca solo provecho en el castigo que planean".
Cuando Burke escribía esto, dice Lev, "los revolucionarios franceses estaban alistándose para la confiscación masiva de las propiedades de la Iglesia".
Actualmente, escribe la historiadora, "los salaces informes sobre los abusos sexuales del clero (como si estuvieran limitados solo al clero católico) han sido colocados por encima de las masacres de cristianos en India e Irak. Además, la frase 'abuso sexual del clero' se equipara erróneamente con 'pedofilia' para avivar aún más la indignación. No consideran la perspicacia política de un Edmund Burke que se pregunta por qué la Iglesia Católica es escogida para ser tratada así".
Luego de reconocer que efectivamente es gravísimo el mal producido por una pequeñísima minoría de sacerdotes católicos contra menores, Lev recuerda que son muchísimos más los que "viven santamente en sus parroquias, atendiendo a sus feligreses. Estos buenos hombres han sido manchados por la misma tinta venenosa" de muchos medios.
Seguidamente señala que en Estados Unidos los abusos sexuales de clérigos no llegan al 2 por ciento y que este dato lo presentó el New York Times. Pero al "leer los diarios, parecería que el clero católico tiene un monopolio en acosos a menores".
"Si Burke estuviese vivo hoy día, tal vez habría discernido otro motivo detrás de los ataques al clero católico, además de las propiedades de la Iglesia: principalmente destruir la credibilidad de una voz moral poderosa en el debate público" que se ha hecho evidente, por ejemplo, en la reforma de salud en Estados Unidos.
Ante la posición pro-vida de los prelados, precisa Lev, "y para silenciar la voz moral de la Iglesia, la opción preferida ha sido la de desacreditar a sus ministros".
"A tres años de las reflexiones de Burke, sus predicciones probaron estar en lo cierto. El Reino del Terror llegó en 1793, llevando a cientos de sacerdotes a la guillotina y forzando al resto a jurar lealtad al Estado por encima de la Iglesia. Para Burke estaba claro que la campaña anticlerical de 1790 era 'solo temporal y preparatoria para la abolición última… de la religión cristiana al llevar a sus ministros al desprecio universal'", prosigue la historiadora.
"Uno espera que los estadounidenses tengan el suficiente sentido común para cambiar de curso mucho antes de que lleguemos a este punto", concluye.
Por la Libertad, contra la dictadura del relativismo, el laicismo y todo lo políticamente correcto. No tengamos miedo, el único verdadero enemigo está dentro: que los buenos no hagan nada.
domingo, 28 de marzo de 2010
Guerra al Cristianismo
Por Marcello Pera. Corriere della Sera, Milán, 17-03-2010
Esta guerra al cristianismo no sería tan peligrosa si los cristianos la advirtiesen
Estimado director:
La cuestión de los sacerdotes pedófilos u homosexuales desencadenada últimamente en Alemania tiene como objetivo al Papa. Pero se cometería un grave error si se pensase que el golpe no irá más allá, dada la enormidad temeraria de la iniciativa. Y se cometería un error aún más grave si se sostuviese que la cuestión finalmente se cerrará pronto como tantas otras similares. No es así. Está en curso una guerra. No precisamente contra la persona del Papa ya que, en este terreno, es imposible. Benedicto XVI ha sido convertido en invulnerable por su imagen, por su serenidad, su claridad, firmeza y doctrina. Basta su sonrisa mansa para desbaratar un ejército de adversarios.
No, la guerra es entre el laicismo y el cristianismo. Los laicistas saben bien que, si una mancha de fango llegase a la sotana blanca, se ensuciaría la Iglesia, y si fuera ensuciada la Iglesia lo sería también la religión cristiana. Por esto, los laicistas acompañan su campaña con preguntas del tipo « ¿quién más llevará a sus hijos a la Iglesia?», o también « ¿quién más mandará a sus chicos a una escuela católica?», o aún también « ¿quién hará curar a sus pequeños en un hospital o una clínica católica?».
Hace pocos días una laicista ha dejado escapar la intención. Ha escrito: «La entidad de la difusión del abuso sexual de niños de parte de sacerdotes socava la misma legitimidad de la Iglesia católica como garante de la educación de los más pequeños». No importa que esta sentencia carezca de pruebas, porque se esconde cuidadosamente «la entidad de la difusión»: ¿uno por ciento de sacerdotes pedófilos?, ¿diez por ciento?, ¿todos? No importa ni siquiera que la sentencia carezca de lógica: bastaría sustituir «sacerdotes» con «maestros», o con «políticos», o con «periodistas» para «socavar la legitimidad» de la escuela pública, del parlamento o de la prensa. Lo que importa es la insinuación, incluso a costa de lo grosero del argumento: los sacerdotes son pedófilos, por tanto la Iglesia no tiene ninguna autoridad moral, por ende la educación católica es peligrosa, luego el cristianismo es un engaño y un peligro.
Esta guerra del laicismo contra el cristianismo es una batalla campal. Se debe llevar la memoria al nazismo y al comunismo para encontrar una similar. Cambian los medios, pero el fin es el mismo: hoy como ayer, lo que es necesario es la destrucción de la religión. Entonces Europa, pagó a esta furia destructora, el precio de la propia libertad. Es increíble que, sobre todo Alemania, mientras se golpea continuamente el pecho por el recuerdo de aquel precio que ella infligió a toda Europa, hoy, que ha vuelto a ser democrática, olvide y no comprenda que la misma democracia se perdería si se aniquilase el cristianismo.
La destrucción de la religión comportó, en ese momento, la destrucción de la razón. Hoy no comportará el triunfo de la razón laicista, sino otra barbarie. En el plano ético, es la barbarie de quien asesina a un feto porque su vida dañaría la «salud psíquica» de la madre. De quien dice que un embrión es un «grumo de células» bueno para experimentos. De quien asesina a un anciano porque no tiene más una familia que lo cuide.
De quien acelera el final de un hijo porque ya no está consciente y es incurable. De quien piensa que «progenitor A» y «progenitor B» es lo mismo que «padre» y «madre». De quien sostiene que la fe es como el coxis, un órgano que ya no participa en la evolución porque el hombre no tiene más necesidad de la cola y se mantiene erguido por sí mismo.
O también, para considerar el lado político de la guerra de los laicistas al cristianismo, la barbarie será la destrucción de Europa. Porque, abatido el cristianismo, queda el multiculturalismo, que sostiene que cada grupo tiene derecho a la propia cultura. El relativismo, que piensa que cada cultura es tan buena como cualquier otra. El pacifismo que niega que exista el mal.
Esta guerra al cristianismo no sería tan peligrosa si los cristianos la advirtiesen. En cambio, muchos de ellos participan de esa incomprensión. Son aquellos teólogos frustrados por la supremacía intelectual de Benedicto XVI. Aquellos obispos equívocos que sostienen que entrar en compromisos con la modernidad es el mejor modo de actualizar el mensaje cristiano. Aquellos cardenales en crisis de fe que comienzan a insinuar que el celibato de los sacerdotes no es un dogma y que tal vez sería mejor volver a pensarlo. Aquellos intelectuales católicos apocados que piensan que existe una «cuestión femenina» dentro de la Iglesia y un problema no resuelto entre cristianismo y sexualidad. Aquellas conferencias episcopales que equivocan en el orden del día y, mientras auspician la política de las fronteras abiertas a todos, no tienen el coraje de denunciar las agresiones que los cristianos sufren y las humillaciones que son obligados a padecer por ser todos, indiscriminadamente, llevados al banco de los acusados. O también aquellos embajadores venidos del Este, que exhiben un ministro de exteriores homosexual mientras atacan al Papa sobre cada argumento ético, o aquellos nacidos en el Oeste, que piensan que el Occidente debe ser «laico», es decir, anticristiano.
La guerra de los laicistas continuará, entre otros motivos porque un Papa como Benedicto XVI, que sonríe pero no retrocede un milímetro, la alimenta. Pero si se comprende por qué no cambia, entonces se asume la situación y no se espera el próximo golpe. Quien se limita solamente a solidarizarse con él es uno que ha entrado en el huerto de los olivos de noche y a escondidas, o quizás es uno que no ha entendido para qué está allí.
Esta guerra al cristianismo no sería tan peligrosa si los cristianos la advirtiesen
Por su especial interés damos a conocer una carta al director del periódico Corriere della Sera firmada por Marcello Pera. Pera es Senador de la República Italiana y profesor de filosofía, no es católico. Escribió diversos libros sobre la identidad cristiana de Europa, entre los que destacan: Senza radici, Pera, Marcello y Ratzinger, Joseph, Ed. Mondadori, Milano 2004; Perché dobbiamo dirci cristiani, Ed. Mondadori, Milano 2008, con prefacio del Papa Benedicto XVI.Una agresión al Papa y a la democracia
Estimado director:
La cuestión de los sacerdotes pedófilos u homosexuales desencadenada últimamente en Alemania tiene como objetivo al Papa. Pero se cometería un grave error si se pensase que el golpe no irá más allá, dada la enormidad temeraria de la iniciativa. Y se cometería un error aún más grave si se sostuviese que la cuestión finalmente se cerrará pronto como tantas otras similares. No es así. Está en curso una guerra. No precisamente contra la persona del Papa ya que, en este terreno, es imposible. Benedicto XVI ha sido convertido en invulnerable por su imagen, por su serenidad, su claridad, firmeza y doctrina. Basta su sonrisa mansa para desbaratar un ejército de adversarios.
No, la guerra es entre el laicismo y el cristianismo. Los laicistas saben bien que, si una mancha de fango llegase a la sotana blanca, se ensuciaría la Iglesia, y si fuera ensuciada la Iglesia lo sería también la religión cristiana. Por esto, los laicistas acompañan su campaña con preguntas del tipo « ¿quién más llevará a sus hijos a la Iglesia?», o también « ¿quién más mandará a sus chicos a una escuela católica?», o aún también « ¿quién hará curar a sus pequeños en un hospital o una clínica católica?».
Hace pocos días una laicista ha dejado escapar la intención. Ha escrito: «La entidad de la difusión del abuso sexual de niños de parte de sacerdotes socava la misma legitimidad de la Iglesia católica como garante de la educación de los más pequeños». No importa que esta sentencia carezca de pruebas, porque se esconde cuidadosamente «la entidad de la difusión»: ¿uno por ciento de sacerdotes pedófilos?, ¿diez por ciento?, ¿todos? No importa ni siquiera que la sentencia carezca de lógica: bastaría sustituir «sacerdotes» con «maestros», o con «políticos», o con «periodistas» para «socavar la legitimidad» de la escuela pública, del parlamento o de la prensa. Lo que importa es la insinuación, incluso a costa de lo grosero del argumento: los sacerdotes son pedófilos, por tanto la Iglesia no tiene ninguna autoridad moral, por ende la educación católica es peligrosa, luego el cristianismo es un engaño y un peligro.
Esta guerra del laicismo contra el cristianismo es una batalla campal. Se debe llevar la memoria al nazismo y al comunismo para encontrar una similar. Cambian los medios, pero el fin es el mismo: hoy como ayer, lo que es necesario es la destrucción de la religión. Entonces Europa, pagó a esta furia destructora, el precio de la propia libertad. Es increíble que, sobre todo Alemania, mientras se golpea continuamente el pecho por el recuerdo de aquel precio que ella infligió a toda Europa, hoy, que ha vuelto a ser democrática, olvide y no comprenda que la misma democracia se perdería si se aniquilase el cristianismo.
La destrucción de la religión comportó, en ese momento, la destrucción de la razón. Hoy no comportará el triunfo de la razón laicista, sino otra barbarie. En el plano ético, es la barbarie de quien asesina a un feto porque su vida dañaría la «salud psíquica» de la madre. De quien dice que un embrión es un «grumo de células» bueno para experimentos. De quien asesina a un anciano porque no tiene más una familia que lo cuide.
De quien acelera el final de un hijo porque ya no está consciente y es incurable. De quien piensa que «progenitor A» y «progenitor B» es lo mismo que «padre» y «madre». De quien sostiene que la fe es como el coxis, un órgano que ya no participa en la evolución porque el hombre no tiene más necesidad de la cola y se mantiene erguido por sí mismo.
O también, para considerar el lado político de la guerra de los laicistas al cristianismo, la barbarie será la destrucción de Europa. Porque, abatido el cristianismo, queda el multiculturalismo, que sostiene que cada grupo tiene derecho a la propia cultura. El relativismo, que piensa que cada cultura es tan buena como cualquier otra. El pacifismo que niega que exista el mal.
Esta guerra al cristianismo no sería tan peligrosa si los cristianos la advirtiesen. En cambio, muchos de ellos participan de esa incomprensión. Son aquellos teólogos frustrados por la supremacía intelectual de Benedicto XVI. Aquellos obispos equívocos que sostienen que entrar en compromisos con la modernidad es el mejor modo de actualizar el mensaje cristiano. Aquellos cardenales en crisis de fe que comienzan a insinuar que el celibato de los sacerdotes no es un dogma y que tal vez sería mejor volver a pensarlo. Aquellos intelectuales católicos apocados que piensan que existe una «cuestión femenina» dentro de la Iglesia y un problema no resuelto entre cristianismo y sexualidad. Aquellas conferencias episcopales que equivocan en el orden del día y, mientras auspician la política de las fronteras abiertas a todos, no tienen el coraje de denunciar las agresiones que los cristianos sufren y las humillaciones que son obligados a padecer por ser todos, indiscriminadamente, llevados al banco de los acusados. O también aquellos embajadores venidos del Este, que exhiben un ministro de exteriores homosexual mientras atacan al Papa sobre cada argumento ético, o aquellos nacidos en el Oeste, que piensan que el Occidente debe ser «laico», es decir, anticristiano.
La guerra de los laicistas continuará, entre otros motivos porque un Papa como Benedicto XVI, que sonríe pero no retrocede un milímetro, la alimenta. Pero si se comprende por qué no cambia, entonces se asume la situación y no se espera el próximo golpe. Quien se limita solamente a solidarizarse con él es uno que ha entrado en el huerto de los olivos de noche y a escondidas, o quizás es uno que no ha entendido para qué está allí.
Clima artificial de pánico moral
Por Rafael Navarro-Valls, Catedrático de la UCM y Académico numerario de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación. En El Mundo, lunes, 22 de marzo de 2010.
Un tribunal de la Haya decidió en julio de 2006 que el partido pedófilo Diversidad, Libertad y Amor Fraternal (PNVD, siglas holandesas), “no puede ser prohibido, ya que tiene el mismo derecho a existir que cualquier otra formación”. Los objetivos de este partido político eran: reducir la edad de consentimiento (12 años) para mantener relaciones sexuales, legalizar la pornografía infantil, respaldar la emisión de porno duro en horario diurno de televisión y autorizar la zoofilia. El partido acaba de disolverse esta misma semana. Al parecer, ha contribuido decisivamente la “dura campaña” lanzada desde todos los frentes, internet incluido, por el sacerdote católico F.Di Noto, implacable en la lucha contra la pedofilia.
Esta buena noticia - cuyo protagonista es un sacerdote católico- coincide con otra mala, protagonizada también por sacerdotes de esta confesión. Me refiero a la tempestad mediática desatada por abusos sexuales de algunos clérigos sobre menores de edad. Estos son los datos: 3.000 casos de sacerdotes diocesanos involucrados en delitos cometidos en los últimos cincuenta años, aunque no todos declarados culpables por sentencia condenatoria. Según Charles J. Sicluna – algo así como el fiscal general del organismo de la Santa Sede encargado de estos delitos- : “el 60% de estos casos son de ‘efebofilia’, o sea de atracción sexual por adolescentes del mismo sexo; el 30% son de relaciones heterosexuales, y el 10%, de actos de pederastia verdadera y propia, esto es, por atracción sexual hacia niños impúberes. Estos últimos, son unos trescientos. Son siempre demasiados, pero hay que reconocer que el fenómeno no está tan difundido como se dice”.
Efectivamente, si se tiene en cuenta que hoy existen unos 500.000 sacerdotes diocesanos y religiosos, esos datos –sin dejar de ser tristes, - suponen un tanto por ciento no superior al 0.6%. El trabajo científico más sólido que conozco de autor no católico es el del profesor Philip Jenkins, Pedophiles and Priest, Anatomy of a Contemporary Crisis (Oxford University Press). Su tesis es que la proporción de clérigos con problemas de desorden sexual es menor en la Iglesia Católica que en otras confesiones. Y, sobre todo, mucho menor que en otros modelos institucionales de convivencia organizada. Si en la Iglesia Católica pueden ahora resaltar más - y antes- es por la centralización eclesiástica de Roma, que permite recoger información, contabilizar y conocer los problemas con más inmediatez que en otras instituciones y organizaciones, confesionales o no. Hay dos ejemplos recientes que confirman los análisis de Jenkins. Los datos que acaban de facilitar las autoridades austriacas indican que, en un mismo período de tiempo, los casos de abusos sexuales señalados en instituciones vinculadas a la Iglesia han sido 17, mientras que en otros ambientes eran 510. Según un informe publicado por Luigi Accatoli (un clásico del Corriere della Sera), de los 210.000 casos de abusos sexuales registrados en Alemania desde 1995, solamente 94 corresponden a personas e instituciones de la Iglesia católica. Eso supone un 0,045%.
Me da la impresión de que se está generando un clima artificial de “pánico moral”, al que no es ajeno cierta pandemia mediática o literaria centrada en las “desviaciones sexuales del clero”, convertidas en una suerte de pantano moral. Nada nuevo, por otra parte, pero que ahora alcanza cotas desproporcionadas, al conocerse hace unos días los casos ocurridos en Alemania, Austria y Holanda. La campaña recuerda las leyendas negras sobre el tema en la Europa Medieval, la Inglaterra de los Tudor, la Francia revolucionaria o la Alemania nacional-socialista. Coincido con Jenkins cuando observa: “el poder propagandístico permanente de la cuestión pedófila fue uno de los medios de propaganda y acoso utilizados por los políticos, en su intento de romper el poder de la Iglesia católica alemana, especialmente en el ámbito de la educación y servicios sociales”. Himmler charged that "not one crime is lacking from perjury through incest to sexual murder," offering the sinister comment that no one really knows what is going on "behind the walls of monasteries and in the ranks of the Roman brotherhood". Esta idea es ilustrativa, si se piensa en aquel comentario de Himmler: “nadie sabe muy bien lo que ocurre tras los muros de los monasterios y en las filas de la comunidad de Roma…". Hoy también se mezcla la información de datos y hechos con insinuaciones y equívocos provocados. Al final, la impresión es que la única culpable de esa triste situación es la Iglesia católica y su moral sexual.
Dicho esto, es evidente que el problema tiene la gravedad suficiente para abordarlo sin oblicuidades. Vayamos a sus causas. Debo reconocer que me llamó la atención el énfasis que Benedicto XVI puso en la reiterada condena de estos abusos en su viaje a Estados Unidos. Los analistas esperaban, desde luego, alguna referencia al tema. Pero sorprendió que por cuatro veces aludiera a estos escándalos. Y es que, en realidad, esta cuestión hunde sus raíces en los años sesenta y setenta, pero estalla a principios del nuevo milenio con sus repercusiones patrimoniales y de reparación para las víctimas. Algo, pensaba yo, que pertenece al pasado. A un pasado que coincidió con la llamarada de la revolución sexual de los sesenta. Por entonces se descubrió, entre otras filias y fobias, la “novedad” de la pedofilia, apuntando, entre otros objetivos, a la demolición de las “murallas” levantadas para impedir el contacto erótico entre adultos y menores. ¿Quién no recuerda – en torno a aquellos años - a Mrs Robinson y a Lolita…? Si se hurga un poco comprobaremos que algunos de los más inflexibles “moralistas” actuales, fueron apóstoles activos de la liberación sexual de los sesenta/setenta.
Esta revolución ha marcado a una cultura y a su época, dejando una profunda huella, que contagió también a ciertos ambientes clericales. Así, algunas Universidades católicas de América y Europa desarrollaron enseñanzas con una concepción equívoca de la sexualidad humana y de la teología moral. Al igual que toda una generación, algunos de los seminaristas no fueron inmunes y actuaron luego de modo indigno. Contra esa podredumbre se enfrentó decididamente Juan Pablo II, cancelando el permiso de enseñar en esas Universidades a algunos docentes, entre ellos a Charles Curran, exponente cualificado de aquella corriente.
Benedicto XVI, no obstante las raíces antiguas del problema, decidió actuar con tolerancia cero en algo que mancha el honor del sacerdocio y la integridad de las víctimas. De ahí sus reiteradas referencias al tema en Estados Unidos y su rápida reacción convocando a Roma a los responsables, cuando el problema estalló en algunas diócesis irlandesas. De hecho acaba de hacerse pública una dura carta a la Iglesia en Irlanda donde el Papa viene a llamar “traidores” a los culpables de los abusos y anuncia, entre otras medidas, una rigurosa inspección en diócesis, seminarios y organizaciones religiosas. Resulta sarcástico el intento de involucrarle ahora en escándalos sexuales de algún sacerdote de la diócesis que regentó hace años el arzobispo Ratzinger. Sobre todo si se piensa que fue precisamente el cardenal Ratzinger quien, como prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, firmó el 18 de mayo de 2001 la circular De delictis gravioribus (“crímenes más graves”) con duras medidas ejecutivas contra esos comportamientos. El propio hecho de reservar a la Santa Sede juzgar los casos de pedofilia (junto con los atentados contra los sacramentos de la Eucaristía y la Confesión) subraya la gravedad que les confiere, así como el propósito de que el juicio no aparezca “condicionado” por otras instancias locales, potencialmente más influenciables.
Desde luego, en todas partes cuecen habas. Nigel Hamilton ha escrito sobre la presidencia de EE.UU: “En la Casa Blanca hemos tenido a violadores, mariposones, y, para decirlo suavemente, personas con preferencias sexuales poco habituales. Hemos tenido asesinos, esclavistas, estafadores, alcohólicos, ludópatas y adictos de todo tipo. Cuando un amigo le preguntó al presidente Kennedy por qué permitía que su lujuria interfiriese en la seguridad nacional, respondió: "No puedo evitarlo".
Ante el problema, la Iglesia es una de las pocas instituciones que no ha cerrado las ventanas ni atrancado las puertas hasta que pase la tormenta. No se ha acurrucado en sí misma “hasta que los bárbaros se retiren a los bosques”. Ha plantado cara al problema, ha endurecido su legislación, ha pedido perdón a las víctimas, las ha indemnizado y se ha tornado implacable con los agresores. Denunciemos los errores, desde luego, pero seamos justos con quienes sí quieren –a diferencia de Kennedy- evitarlos.
Un tribunal de la Haya decidió en julio de 2006 que el partido pedófilo Diversidad, Libertad y Amor Fraternal (PNVD, siglas holandesas), “no puede ser prohibido, ya que tiene el mismo derecho a existir que cualquier otra formación”. Los objetivos de este partido político eran: reducir la edad de consentimiento (12 años) para mantener relaciones sexuales, legalizar la pornografía infantil, respaldar la emisión de porno duro en horario diurno de televisión y autorizar la zoofilia. El partido acaba de disolverse esta misma semana. Al parecer, ha contribuido decisivamente la “dura campaña” lanzada desde todos los frentes, internet incluido, por el sacerdote católico F.Di Noto, implacable en la lucha contra la pedofilia.
Esta buena noticia - cuyo protagonista es un sacerdote católico- coincide con otra mala, protagonizada también por sacerdotes de esta confesión. Me refiero a la tempestad mediática desatada por abusos sexuales de algunos clérigos sobre menores de edad. Estos son los datos: 3.000 casos de sacerdotes diocesanos involucrados en delitos cometidos en los últimos cincuenta años, aunque no todos declarados culpables por sentencia condenatoria. Según Charles J. Sicluna – algo así como el fiscal general del organismo de la Santa Sede encargado de estos delitos- : “el 60% de estos casos son de ‘efebofilia’, o sea de atracción sexual por adolescentes del mismo sexo; el 30% son de relaciones heterosexuales, y el 10%, de actos de pederastia verdadera y propia, esto es, por atracción sexual hacia niños impúberes. Estos últimos, son unos trescientos. Son siempre demasiados, pero hay que reconocer que el fenómeno no está tan difundido como se dice”.
Efectivamente, si se tiene en cuenta que hoy existen unos 500.000 sacerdotes diocesanos y religiosos, esos datos –sin dejar de ser tristes, - suponen un tanto por ciento no superior al 0.6%. El trabajo científico más sólido que conozco de autor no católico es el del profesor Philip Jenkins, Pedophiles and Priest, Anatomy of a Contemporary Crisis (Oxford University Press). Su tesis es que la proporción de clérigos con problemas de desorden sexual es menor en la Iglesia Católica que en otras confesiones. Y, sobre todo, mucho menor que en otros modelos institucionales de convivencia organizada. Si en la Iglesia Católica pueden ahora resaltar más - y antes- es por la centralización eclesiástica de Roma, que permite recoger información, contabilizar y conocer los problemas con más inmediatez que en otras instituciones y organizaciones, confesionales o no. Hay dos ejemplos recientes que confirman los análisis de Jenkins. Los datos que acaban de facilitar las autoridades austriacas indican que, en un mismo período de tiempo, los casos de abusos sexuales señalados en instituciones vinculadas a la Iglesia han sido 17, mientras que en otros ambientes eran 510. Según un informe publicado por Luigi Accatoli (un clásico del Corriere della Sera), de los 210.000 casos de abusos sexuales registrados en Alemania desde 1995, solamente 94 corresponden a personas e instituciones de la Iglesia católica. Eso supone un 0,045%.
Me da la impresión de que se está generando un clima artificial de “pánico moral”, al que no es ajeno cierta pandemia mediática o literaria centrada en las “desviaciones sexuales del clero”, convertidas en una suerte de pantano moral. Nada nuevo, por otra parte, pero que ahora alcanza cotas desproporcionadas, al conocerse hace unos días los casos ocurridos en Alemania, Austria y Holanda. La campaña recuerda las leyendas negras sobre el tema en la Europa Medieval, la Inglaterra de los Tudor, la Francia revolucionaria o la Alemania nacional-socialista. Coincido con Jenkins cuando observa: “el poder propagandístico permanente de la cuestión pedófila fue uno de los medios de propaganda y acoso utilizados por los políticos, en su intento de romper el poder de la Iglesia católica alemana, especialmente en el ámbito de la educación y servicios sociales”. Himmler charged that "not one crime is lacking from perjury through incest to sexual murder," offering the sinister comment that no one really knows what is going on "behind the walls of monasteries and in the ranks of the Roman brotherhood". Esta idea es ilustrativa, si se piensa en aquel comentario de Himmler: “nadie sabe muy bien lo que ocurre tras los muros de los monasterios y en las filas de la comunidad de Roma…". Hoy también se mezcla la información de datos y hechos con insinuaciones y equívocos provocados. Al final, la impresión es que la única culpable de esa triste situación es la Iglesia católica y su moral sexual.
Dicho esto, es evidente que el problema tiene la gravedad suficiente para abordarlo sin oblicuidades. Vayamos a sus causas. Debo reconocer que me llamó la atención el énfasis que Benedicto XVI puso en la reiterada condena de estos abusos en su viaje a Estados Unidos. Los analistas esperaban, desde luego, alguna referencia al tema. Pero sorprendió que por cuatro veces aludiera a estos escándalos. Y es que, en realidad, esta cuestión hunde sus raíces en los años sesenta y setenta, pero estalla a principios del nuevo milenio con sus repercusiones patrimoniales y de reparación para las víctimas. Algo, pensaba yo, que pertenece al pasado. A un pasado que coincidió con la llamarada de la revolución sexual de los sesenta. Por entonces se descubrió, entre otras filias y fobias, la “novedad” de la pedofilia, apuntando, entre otros objetivos, a la demolición de las “murallas” levantadas para impedir el contacto erótico entre adultos y menores. ¿Quién no recuerda – en torno a aquellos años - a Mrs Robinson y a Lolita…? Si se hurga un poco comprobaremos que algunos de los más inflexibles “moralistas” actuales, fueron apóstoles activos de la liberación sexual de los sesenta/setenta.
Esta revolución ha marcado a una cultura y a su época, dejando una profunda huella, que contagió también a ciertos ambientes clericales. Así, algunas Universidades católicas de América y Europa desarrollaron enseñanzas con una concepción equívoca de la sexualidad humana y de la teología moral. Al igual que toda una generación, algunos de los seminaristas no fueron inmunes y actuaron luego de modo indigno. Contra esa podredumbre se enfrentó decididamente Juan Pablo II, cancelando el permiso de enseñar en esas Universidades a algunos docentes, entre ellos a Charles Curran, exponente cualificado de aquella corriente.
Benedicto XVI, no obstante las raíces antiguas del problema, decidió actuar con tolerancia cero en algo que mancha el honor del sacerdocio y la integridad de las víctimas. De ahí sus reiteradas referencias al tema en Estados Unidos y su rápida reacción convocando a Roma a los responsables, cuando el problema estalló en algunas diócesis irlandesas. De hecho acaba de hacerse pública una dura carta a la Iglesia en Irlanda donde el Papa viene a llamar “traidores” a los culpables de los abusos y anuncia, entre otras medidas, una rigurosa inspección en diócesis, seminarios y organizaciones religiosas. Resulta sarcástico el intento de involucrarle ahora en escándalos sexuales de algún sacerdote de la diócesis que regentó hace años el arzobispo Ratzinger. Sobre todo si se piensa que fue precisamente el cardenal Ratzinger quien, como prefecto de la Congregación de la Doctrina de la Fe, firmó el 18 de mayo de 2001 la circular De delictis gravioribus (“crímenes más graves”) con duras medidas ejecutivas contra esos comportamientos. El propio hecho de reservar a la Santa Sede juzgar los casos de pedofilia (junto con los atentados contra los sacramentos de la Eucaristía y la Confesión) subraya la gravedad que les confiere, así como el propósito de que el juicio no aparezca “condicionado” por otras instancias locales, potencialmente más influenciables.
Desde luego, en todas partes cuecen habas. Nigel Hamilton ha escrito sobre la presidencia de EE.UU: “En la Casa Blanca hemos tenido a violadores, mariposones, y, para decirlo suavemente, personas con preferencias sexuales poco habituales. Hemos tenido asesinos, esclavistas, estafadores, alcohólicos, ludópatas y adictos de todo tipo. Cuando un amigo le preguntó al presidente Kennedy por qué permitía que su lujuria interfiriese en la seguridad nacional, respondió: "No puedo evitarlo".
Ante el problema, la Iglesia es una de las pocas instituciones que no ha cerrado las ventanas ni atrancado las puertas hasta que pase la tormenta. No se ha acurrucado en sí misma “hasta que los bárbaros se retiren a los bosques”. Ha plantado cara al problema, ha endurecido su legislación, ha pedido perdón a las víctimas, las ha indemnizado y se ha tornado implacable con los agresores. Denunciemos los errores, desde luego, pero seamos justos con quienes sí quieren –a diferencia de Kennedy- evitarlos.
sábado, 20 de marzo de 2010
Lecciones del desayuno con Obama
He tratado ya del famoso desayuno con Obama al que fue invitado el presidente español Rodríguez Zapatero. Ollero, tauirónico como siempre, extrae algunas reflexiones iluminadoras al respecto.
Por ANDRÉS OLLERO TASSARA. CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA DEL DERECHO, en ABC SEVILLA Martes, 02-03-10
Luis Miguel Dominguín fue un torero consciente de no estar llamado a ser figura, pero empeñado en pasar a la historia dando que hablar. De él no ha quedado ni un natural ni una verónica, ni falta que le hizo. Le bastaba levantar el dedo al final de sus faenas, autoproclamándose el número uno, para montarse con su cuñado un duelo fraticida que hizo disfrutar de un inolvidable verano a Hemingway.
Entre nosotros hay quienes hacen política pretendiendo también pasar a la historia por vía digital. Sus faenas consisten en meter el dedo en el ojo de más de media España, con ocasión sin ella. Pedir que además afronten los problemas del país por derecho, o que liguen coherentemente sus argumentos, sería demasiado.
Para ellos, la influencia de lo religioso en el ámbito público no merece el respeto de la autoridad moral, sino que suscita el recelo de un intruso ejercicio de poder. De ahí que pretendan devolver a los creyentes a las catacumbas, imponiendo un nacional-laicismo negativo y excluyente.
Gobernando, mejor o peor, se aprende mucho. Una buena lección de laicidad positiva bien vale un desayuno, aunque para recibirla haya que saltar el charco. Al presidente del Gobierno de España le han dado, a golpe de ensaimada, una lección memorable. Porque aunque él pretenda obligar a los españoles a convertir la religión en cuestión íntima, no fue a Washington a rezar a título personal: él mismo se abrió de capa aclarando que estaba allí «en nombre de mi país, en nombre de España». Recordó que nuestra nación significó hace siglos para los americanos bastante más que ahora, precisamente porque los enseñó a rezar.
El mensaje que recibió fue bastante simple: aquí somos muy normalitos. Rezamos en buena compañía y no se nos indigesta el desayuno. Tenemos un presidente de color (no hay que precisar cuál...), porque un fogoso clérigo no se conformó con llamarse Lutero. Lejos de acoquinarse ante la memez de poder ser acusado de imponer sus convicciones, peleó con fervor religioso por los derechos civiles, porque eso aquí nadie lo considera contradictorio. Obama, antes de jurar su cargo (sobre la Biblia y no mirando al tendido, como laicistamente impone el Rector de la Complutense) hizo lo mismo que sus antecesores: ir a la iglesia, como todo americano normal y corriente. Porque aquí a los ateos los respetamos mucho, pero no se nos ocurre que tengamos que actuar como ellos para parecer normales.
Toda una impagable lección, pero no parece que el alumno se haya llegado a enterar. Luis Miguel tampoco aprendió nada de Antonio Ordóñez; se conformó con rentabilizar más de un mano a mano. Al presidente del Gobierno de España el fervor no le duró ni hasta la hora del almuerzo. De regreso, su cuota de género brincó alborozada tras aprobarse el aborto a plazos; porque aquí para algunas desprestigiadoras del género los abortos son motivo de celebración; como si hubieran metido un gol (¿a quién?, si se puede saber...).
Matado ese toro, que no es poco matar, ya anuncian los clarines que el próximo salta al ruedo. Ahora toca meter el dedo en el ojo de más de media España reformando la ley de libertad religiosa. Seguro que no será para imitar al idolatrado Obama. La memoria histórica nos desentierra los viajes a Perpignan para ver películas subidas de tono. Las autoridades españolas tendrán que saltar el charco si quieren desahogar en público tanto rezo reprimido.
Liderazgo digital
Por ANDRÉS OLLERO TASSARA. CATEDRÁTICO DE FILOSOFÍA DEL DERECHO, en ABC SEVILLA Martes, 02-03-10
"Permítanme que les hable en castellano, en la lengua
en la que por primera vez se rezó al Dios del Evangelio en esta tierra.
Nadie como ustedes conoce el valor de la libertad religiosa”.
(José Luis Rodríguez Zapatero. Washington. Desayuno de Oración)
Luis Miguel Dominguín fue un torero consciente de no estar llamado a ser figura, pero empeñado en pasar a la historia dando que hablar. De él no ha quedado ni un natural ni una verónica, ni falta que le hizo. Le bastaba levantar el dedo al final de sus faenas, autoproclamándose el número uno, para montarse con su cuñado un duelo fraticida que hizo disfrutar de un inolvidable verano a Hemingway.
Entre nosotros hay quienes hacen política pretendiendo también pasar a la historia por vía digital. Sus faenas consisten en meter el dedo en el ojo de más de media España, con ocasión sin ella. Pedir que además afronten los problemas del país por derecho, o que liguen coherentemente sus argumentos, sería demasiado.
Para ellos, la influencia de lo religioso en el ámbito público no merece el respeto de la autoridad moral, sino que suscita el recelo de un intruso ejercicio de poder. De ahí que pretendan devolver a los creyentes a las catacumbas, imponiendo un nacional-laicismo negativo y excluyente.
Gobernando, mejor o peor, se aprende mucho. Una buena lección de laicidad positiva bien vale un desayuno, aunque para recibirla haya que saltar el charco. Al presidente del Gobierno de España le han dado, a golpe de ensaimada, una lección memorable. Porque aunque él pretenda obligar a los españoles a convertir la religión en cuestión íntima, no fue a Washington a rezar a título personal: él mismo se abrió de capa aclarando que estaba allí «en nombre de mi país, en nombre de España». Recordó que nuestra nación significó hace siglos para los americanos bastante más que ahora, precisamente porque los enseñó a rezar.
El mensaje que recibió fue bastante simple: aquí somos muy normalitos. Rezamos en buena compañía y no se nos indigesta el desayuno. Tenemos un presidente de color (no hay que precisar cuál...), porque un fogoso clérigo no se conformó con llamarse Lutero. Lejos de acoquinarse ante la memez de poder ser acusado de imponer sus convicciones, peleó con fervor religioso por los derechos civiles, porque eso aquí nadie lo considera contradictorio. Obama, antes de jurar su cargo (sobre la Biblia y no mirando al tendido, como laicistamente impone el Rector de la Complutense) hizo lo mismo que sus antecesores: ir a la iglesia, como todo americano normal y corriente. Porque aquí a los ateos los respetamos mucho, pero no se nos ocurre que tengamos que actuar como ellos para parecer normales.
Toda una impagable lección, pero no parece que el alumno se haya llegado a enterar. Luis Miguel tampoco aprendió nada de Antonio Ordóñez; se conformó con rentabilizar más de un mano a mano. Al presidente del Gobierno de España el fervor no le duró ni hasta la hora del almuerzo. De regreso, su cuota de género brincó alborozada tras aprobarse el aborto a plazos; porque aquí para algunas desprestigiadoras del género los abortos son motivo de celebración; como si hubieran metido un gol (¿a quién?, si se puede saber...).
Matado ese toro, que no es poco matar, ya anuncian los clarines que el próximo salta al ruedo. Ahora toca meter el dedo en el ojo de más de media España reformando la ley de libertad religiosa. Seguro que no será para imitar al idolatrado Obama. La memoria histórica nos desentierra los viajes a Perpignan para ver películas subidas de tono. Las autoridades españolas tendrán que saltar el charco si quieren desahogar en público tanto rezo reprimido.
martes, 16 de marzo de 2010
spam en los comentarios
Lo lamento de veras; pero he activado la prohibición de los comentarios anónimos, en contra de mi voluntad, pues quiero que este blog esté abierto a la participación de todos, tengan o no cuenta-identidad.
Pero estoy harto del spam y la mqlp. Así que, por un tiempo, es lo que hay.
Pero estoy harto del spam y la mqlp. Así que, por un tiempo, es lo que hay.
viernes, 12 de marzo de 2010
«La historia nos llamará a capítulo por la ley del aborto»
Ollero agarra la Constitución por sus sentencias y en «Un Estado laico» (Aranzadi) marca la senda de libertad que nos otorga. Tal como es y no como quieren que sea.
La libertad religiosa, entre el laicismo y la laicidad positiva
«Asombra -asegura Ollero (Sevilla, 1944)- la capacidad que tienen algunos de leer la Constitución como les hubiera gustado a ellos que fuera y no como es. Su texto dice que los poderes públicos deben cooperar con las confesiones religiosas y hacerlo de la manera consiguiente a las creencias de los ciudadanos. Más claro, imposible. Que luego un laicista diga que no deben cooperar es muy llamativo»
VIRGINIA RÓDENAS
ABC, miércoles 10-03-10
ANDRÉS OLLERO, Catedrático de Filosofía del Derecho en la Rey Juan Carlos y ex diputado del PP
-España, ¿laica o laicista?
-El Estado es laico, sin duda, porque reconoce la presencia de lo religioso en la sociedad con la misma naturalidad que la cultura o lo deportivo. No toma partido por ninguna postura, atiende un poco lo que los ciudadanos prefieran y, por supuesto, no interfiere.
-Entonces, ¿todo es relativo?
-Para el Estado, sí.
-Y luego cada cual tiene su idea de la justicia.
-Y cada cual tiene su actitud hacia la religión, que puede ser la de adherirse a una confesión o no adherirse a ninguna, lo mismo que ocurre con los partidos políticos o los sindicatos. Lo que no quiere decir que el Estado no se preocupe de apoyar a partidos y sindicatos porque entiende que enriquecen la vida social.
-¿Me ampara el derecho a que mi hija vaya al colegio con velo?
-Creo que sí.
-¿Y a presentarme con burka ante un tribunal?
-Eso plantea un problema de identificación, pero cada cual puede usar los signos religiosos que quiera. La jurisprudencia norteamericana trata incluso si un sij debe llevar casco de moto encima de su turbante. Cada problema se resuelve.
-Como se resolvió si alegando mi religión tengo derecho a no trasfundir sangre vital a un hijo.
-Es un caso real, y los padres, testigos de Jehová, a lo que se negaron fue a firmar un consentimiento, pero no se opusieron a ello. Dada su religión, firmar era cooperar al mal y el TC entiende que tienen razón. El propio niño, de 13 años, se opuso también. Y el TC dice que si a esa edad una relación sexual puede ser consentida, también una adhesión religiosa puede ser tenida en cuenta.
-¿Y por convicciones tengo derecho a desconectar a mi padre de la máquina que le tiene vivo?
-Se contempla el cese de tratamiento por parte del interesado, incluso arriesgando su vida, como en el caso famoso de Granada, en que la mujer murió al cuarto de hora; que sea otro distinto al interesado, sin que conste su voluntad, es otro contexto. El TC ha dicho que no hay derecho a la muerte.
-Pero sí al aborto. ¿Qué fue del derecho a la vida?
-Formalmente, según el Consejo de Estado, no hay derecho al aborto en la ley, pero si alguien puede abortar durante 14 semanas sin dar explicaciones y se le financia, pues no sé en qué puede consistir un derecho sino en eso. Es un asunto que tendrá que resolver el TC, porque en 1985 ya dijo que no cabía en ningún caso que los derechos de la mujer y del bien del no nacido prevalecieran de manera rígida, sino que habría que ver cada caso. Pero la ley de plazos dice que en 14 semanas prevalecen los de la mujer. Por ello el Consejo Fiscal entiende que es inconstitucional.
-¿Un fallo a favor relegaría el derecho a la vida en pro de otro?
-En el 85 el TC fue claro, y no cabe bendecir que los derechos de la mujer son prevalentes siempre, que era lo que en un voto particular señalaba Tomás y Valiente. ¿Qué diría ahora? Habrá que esperar.
-Hay quien teme que la abdicación del cristianismo que hizo Europa en su fallida carta magna ayude a su islamización.
-No es Europa la que ha abdicado del cristianismo, sino los cristianos. La inmensa mayoría de los católicos en España creen que en el ámbito público no tienen derecho a portarse como tales, y es un disparate porque la libertad religiosa es un derecho fundamental. Así se da una situación en la que el creyente es tolerado; pero yo como titular de mi derecho fundamental a la libertad religiosa no tolero que me toleren: exijo mi derecho.
-¿La mayor injusticia?
-La capacidad de la sociedad de mirar hacia otro lado cuando se vulneran derechos humanos básicos, como por ejemplo el aborto. La historia nos llamará a capítulo por ello.
La libertad religiosa, entre el laicismo y la laicidad positiva
«Asombra -asegura Ollero (Sevilla, 1944)- la capacidad que tienen algunos de leer la Constitución como les hubiera gustado a ellos que fuera y no como es. Su texto dice que los poderes públicos deben cooperar con las confesiones religiosas y hacerlo de la manera consiguiente a las creencias de los ciudadanos. Más claro, imposible. Que luego un laicista diga que no deben cooperar es muy llamativo»
VIRGINIA RÓDENAS
ABC, miércoles 10-03-10
ANDRÉS OLLERO, Catedrático de Filosofía del Derecho en la Rey Juan Carlos y ex diputado del PP
-España, ¿laica o laicista?
-El Estado es laico, sin duda, porque reconoce la presencia de lo religioso en la sociedad con la misma naturalidad que la cultura o lo deportivo. No toma partido por ninguna postura, atiende un poco lo que los ciudadanos prefieran y, por supuesto, no interfiere.
-Entonces, ¿todo es relativo?
-Para el Estado, sí.
-Y luego cada cual tiene su idea de la justicia.
-Y cada cual tiene su actitud hacia la religión, que puede ser la de adherirse a una confesión o no adherirse a ninguna, lo mismo que ocurre con los partidos políticos o los sindicatos. Lo que no quiere decir que el Estado no se preocupe de apoyar a partidos y sindicatos porque entiende que enriquecen la vida social.
-¿Me ampara el derecho a que mi hija vaya al colegio con velo?
-Creo que sí.
-¿Y a presentarme con burka ante un tribunal?
-Eso plantea un problema de identificación, pero cada cual puede usar los signos religiosos que quiera. La jurisprudencia norteamericana trata incluso si un sij debe llevar casco de moto encima de su turbante. Cada problema se resuelve.
-Como se resolvió si alegando mi religión tengo derecho a no trasfundir sangre vital a un hijo.
-Es un caso real, y los padres, testigos de Jehová, a lo que se negaron fue a firmar un consentimiento, pero no se opusieron a ello. Dada su religión, firmar era cooperar al mal y el TC entiende que tienen razón. El propio niño, de 13 años, se opuso también. Y el TC dice que si a esa edad una relación sexual puede ser consentida, también una adhesión religiosa puede ser tenida en cuenta.
-¿Y por convicciones tengo derecho a desconectar a mi padre de la máquina que le tiene vivo?
-Se contempla el cese de tratamiento por parte del interesado, incluso arriesgando su vida, como en el caso famoso de Granada, en que la mujer murió al cuarto de hora; que sea otro distinto al interesado, sin que conste su voluntad, es otro contexto. El TC ha dicho que no hay derecho a la muerte.
-Pero sí al aborto. ¿Qué fue del derecho a la vida?
-Formalmente, según el Consejo de Estado, no hay derecho al aborto en la ley, pero si alguien puede abortar durante 14 semanas sin dar explicaciones y se le financia, pues no sé en qué puede consistir un derecho sino en eso. Es un asunto que tendrá que resolver el TC, porque en 1985 ya dijo que no cabía en ningún caso que los derechos de la mujer y del bien del no nacido prevalecieran de manera rígida, sino que habría que ver cada caso. Pero la ley de plazos dice que en 14 semanas prevalecen los de la mujer. Por ello el Consejo Fiscal entiende que es inconstitucional.
-¿Un fallo a favor relegaría el derecho a la vida en pro de otro?
-En el 85 el TC fue claro, y no cabe bendecir que los derechos de la mujer son prevalentes siempre, que era lo que en un voto particular señalaba Tomás y Valiente. ¿Qué diría ahora? Habrá que esperar.
-Hay quien teme que la abdicación del cristianismo que hizo Europa en su fallida carta magna ayude a su islamización.
-No es Europa la que ha abdicado del cristianismo, sino los cristianos. La inmensa mayoría de los católicos en España creen que en el ámbito público no tienen derecho a portarse como tales, y es un disparate porque la libertad religiosa es un derecho fundamental. Así se da una situación en la que el creyente es tolerado; pero yo como titular de mi derecho fundamental a la libertad religiosa no tolero que me toleren: exijo mi derecho.
-¿La mayor injusticia?
-La capacidad de la sociedad de mirar hacia otro lado cuando se vulneran derechos humanos básicos, como por ejemplo el aborto. La historia nos llamará a capítulo por ello.
jueves, 4 de marzo de 2010
Totalitarismo, elecciones, moral y poder
Andrés Ollero: “La mentalidad totalitaria defiende que ganar unas elecciones da derecho a imponer a los ciudadanos el código moral que prefiera el poderoso"
Fátima Martínez - Análisis Digital - 17/02/2010
Andrés Ollero, catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, acaba de sacar a la luz una obra titulada “Un estado laico. Libertad religiosa en perspectiva constitucional”, donde amplia algunos conceptos abordados anteriormente. En esta publicación, Ollero pretende dar respuesta a la gran cuestión que vive hoy España: ¿Es o no un estado laico? ¿Hacia dónde nos lleva la ruptura entre el poder político actual y la religión católica? ¿Cómo se está produciendo este “laicismo de Estado"?
Paola Tavoletti, LONELINESS, 2004, oil, acrylic, chalk on canvas, cm. 80 x 100
¿En qué difiere esta nueva edición de su obra “Un estado laico. Libertad religiosa en perspectiva constitucional” de la versión publicada en el año 2005 de igual título? ¿Cómo han evolucionado los límites de la Libertad Religiosa desde entonces?
Han saltado a la escena cuestiones novedosas, como las relacionadas con la asignatura de “Educación para la Ciudadanía”; se ha reactivado de rebote el ya viejo debate sobre el estatuto jurídico de la objeción de conciencia. Estos problemas ya abordados han seguido complicándose, hasta justificar la entrada en juego del Tribunal Constitucional, como la situación de los profesores de religión. Aspectos pacíficos parecen comenzar a enconarse, a juzgar por algún que otro conflicto sobre la presencia de símbolos religiosos en espacios públicos. Nada tiene de extraño que todo ello se haya traducido en un libro cuantitativamente casi nuevo, al pasar de 211 a 332 páginas y de 363 a 656 notas, incrementándose el número de sentencias del Tribunal Constitucional comentadas y casi duplicándose el de publicaciones a cuyo contenido he debido hacer referencia.
¿Cuál es el objetivo fundamental del libro?
Analizar los problemas planteados por la tensión entre la laicidad positiva, que según el citado Tribunal caracteriza a nuestra Constitución, y los intentos de imponer un laicismo, que sustituye la cooperación con las confesiones por un afán de presentarlas como contaminadoras y perturbadoras de la vida pública.
¿Cuál es el laicismo auspiciado por nuestro Gobierno y por qué se caracteriza especialmente en España respecto a otros países?
Creo que es fruto de una mentalidad que considera la influencia pública de lo religioso como poder. Esto alimenta una querencia totalitaria que, cerrada como es lógico a compartir el poder, tiende a pensar que ganar unas elecciones da derecho a imponer a los ciudadanos el código moral que prefiera el poderoso. En un Estado respetuoso con las libertades es la sociedad la que decide qué código moral prefiere asumir y los poderes públicos lo respetan, porque su función es solucionar problemas políticos y no adoctrinar moralmente a la ciudadanía.
¿Podría distinguirnos los términos laicidad y laicismo? ¿Cómo conseguir la anhelada laicidad positiva?
Laicidad equivale a mutuo respeto entre instancias políticas y religiosas, de manera que cada una realice en beneficio del mismo ciudadano sus funciones. El laicismo pretende expulsar lo religioso de la vida pública. La laicidad exige que los poderes públicos consideren las iniciativas religiosas como algo no menos socialmente positivo que las culturales o las deportivas. La laicidad positiva se traduce en nuestra Constitución en un mandato a los poderes públicos para que cooperen con las confesiones religiosas, y para que esa cooperación sea la consiguiente a las creencias presentes en la sociedad y no la que prefiera quien ocupa transitoriamente el poder.
¿Cómo están actuando los poderes públicos frente a la reforma de la ley de libertad religiosa?
Es todo un misterio, por lo civil... Se ha anunciado una reforma de la ley, pero no hay manera de saber en qué pueda consistir. Parece como si se hubiera preparado un surtido menú de medidas y en su momento, con criterios políticos coyunturales ajenos a exigencias constitucionales, se piense optar por más o menos intervencionismo estatal.
Mientras que se pretenden eliminar las clases de Religión, se promueve la instauración de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, ¿qué tipo de valores quieren transmitir a los más jóvenes? ¿Se puede hablar de adoctrinamiento totalitario?
No creo que se pretendan eliminar las clases de religión, porque la Constitución sigue en vigor y el libro demuestra que el Tribunal Constitucional la defiende con firmeza. A la Educación para la Ciudadanía dedico treinta páginas del libro, que no me sería fácil resumir. Si se entra a desarrollar los valores constitucionales éstos exigen un tratamiento plural, como el Parlamento pone todos los días de relieve. Dar por hecho que hay una sola versión, como documento que hacen los defensores del invento, canta bastante.
¿Por quiénes pueden ser amparados los objetores de conciencia de Educación para la Ciudadanía y qué debería hacerse desde el poder legislativo para proteger una auténtica libertad de conciencia?
Dedico también bastante atención al asunto, apoyándome como siempre en la jurisprudencia constitucional. La objeción de conciencia es un derecho constitucional que exige verse reconocido y no una gracia que los poderes públicos puedan conceder cuando les parezca oportuno.
A qué se refiere exactamente en el último capítulo de su libro cuando escribe sobre “Un laicismo autoasumido”
Son más de quince páginas... Reflejan que hay algo que me preocupa más que el laicismo, que pretende mandar a los creyentes a las catacumbas, y es que los creyentes se autoconvenzan de que no pueden actuar como tales en el ámbito público, renunciando así a ejercer uno de los derechos fundamentales más decisivos en una democracia.
Fátima Martínez - Análisis Digital - 17/02/2010
Andrés Ollero, catedrático de Filosofía del Derecho en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, acaba de sacar a la luz una obra titulada “Un estado laico. Libertad religiosa en perspectiva constitucional”, donde amplia algunos conceptos abordados anteriormente. En esta publicación, Ollero pretende dar respuesta a la gran cuestión que vive hoy España: ¿Es o no un estado laico? ¿Hacia dónde nos lleva la ruptura entre el poder político actual y la religión católica? ¿Cómo se está produciendo este “laicismo de Estado"?
Paola Tavoletti, LONELINESS, 2004, oil, acrylic, chalk on canvas, cm. 80 x 100
¿En qué difiere esta nueva edición de su obra “Un estado laico. Libertad religiosa en perspectiva constitucional” de la versión publicada en el año 2005 de igual título? ¿Cómo han evolucionado los límites de la Libertad Religiosa desde entonces?
Han saltado a la escena cuestiones novedosas, como las relacionadas con la asignatura de “Educación para la Ciudadanía”; se ha reactivado de rebote el ya viejo debate sobre el estatuto jurídico de la objeción de conciencia. Estos problemas ya abordados han seguido complicándose, hasta justificar la entrada en juego del Tribunal Constitucional, como la situación de los profesores de religión. Aspectos pacíficos parecen comenzar a enconarse, a juzgar por algún que otro conflicto sobre la presencia de símbolos religiosos en espacios públicos. Nada tiene de extraño que todo ello se haya traducido en un libro cuantitativamente casi nuevo, al pasar de 211 a 332 páginas y de 363 a 656 notas, incrementándose el número de sentencias del Tribunal Constitucional comentadas y casi duplicándose el de publicaciones a cuyo contenido he debido hacer referencia.
¿Cuál es el objetivo fundamental del libro?
Analizar los problemas planteados por la tensión entre la laicidad positiva, que según el citado Tribunal caracteriza a nuestra Constitución, y los intentos de imponer un laicismo, que sustituye la cooperación con las confesiones por un afán de presentarlas como contaminadoras y perturbadoras de la vida pública.
¿Cuál es el laicismo auspiciado por nuestro Gobierno y por qué se caracteriza especialmente en España respecto a otros países?
Creo que es fruto de una mentalidad que considera la influencia pública de lo religioso como poder. Esto alimenta una querencia totalitaria que, cerrada como es lógico a compartir el poder, tiende a pensar que ganar unas elecciones da derecho a imponer a los ciudadanos el código moral que prefiera el poderoso. En un Estado respetuoso con las libertades es la sociedad la que decide qué código moral prefiere asumir y los poderes públicos lo respetan, porque su función es solucionar problemas políticos y no adoctrinar moralmente a la ciudadanía.
¿Podría distinguirnos los términos laicidad y laicismo? ¿Cómo conseguir la anhelada laicidad positiva?
Laicidad equivale a mutuo respeto entre instancias políticas y religiosas, de manera que cada una realice en beneficio del mismo ciudadano sus funciones. El laicismo pretende expulsar lo religioso de la vida pública. La laicidad exige que los poderes públicos consideren las iniciativas religiosas como algo no menos socialmente positivo que las culturales o las deportivas. La laicidad positiva se traduce en nuestra Constitución en un mandato a los poderes públicos para que cooperen con las confesiones religiosas, y para que esa cooperación sea la consiguiente a las creencias presentes en la sociedad y no la que prefiera quien ocupa transitoriamente el poder.
¿Cómo están actuando los poderes públicos frente a la reforma de la ley de libertad religiosa?
Es todo un misterio, por lo civil... Se ha anunciado una reforma de la ley, pero no hay manera de saber en qué pueda consistir. Parece como si se hubiera preparado un surtido menú de medidas y en su momento, con criterios políticos coyunturales ajenos a exigencias constitucionales, se piense optar por más o menos intervencionismo estatal.
Mientras que se pretenden eliminar las clases de Religión, se promueve la instauración de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, ¿qué tipo de valores quieren transmitir a los más jóvenes? ¿Se puede hablar de adoctrinamiento totalitario?
No creo que se pretendan eliminar las clases de religión, porque la Constitución sigue en vigor y el libro demuestra que el Tribunal Constitucional la defiende con firmeza. A la Educación para la Ciudadanía dedico treinta páginas del libro, que no me sería fácil resumir. Si se entra a desarrollar los valores constitucionales éstos exigen un tratamiento plural, como el Parlamento pone todos los días de relieve. Dar por hecho que hay una sola versión, como documento que hacen los defensores del invento, canta bastante.
¿Por quiénes pueden ser amparados los objetores de conciencia de Educación para la Ciudadanía y qué debería hacerse desde el poder legislativo para proteger una auténtica libertad de conciencia?
Dedico también bastante atención al asunto, apoyándome como siempre en la jurisprudencia constitucional. La objeción de conciencia es un derecho constitucional que exige verse reconocido y no una gracia que los poderes públicos puedan conceder cuando les parezca oportuno.
A qué se refiere exactamente en el último capítulo de su libro cuando escribe sobre “Un laicismo autoasumido”
Son más de quince páginas... Reflejan que hay algo que me preocupa más que el laicismo, que pretende mandar a los creyentes a las catacumbas, y es que los creyentes se autoconvenzan de que no pueden actuar como tales en el ámbito público, renunciando así a ejercer uno de los derechos fundamentales más decisivos en una democracia.
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