[11] Y vi otra bestia que subía de la tierra. Tenía dos cuernos semejantes a los de un cordero, pero hablaba como un dragón. [12] Ejerce en su presencia todo el poder de la primera bestia, y hace que la tierra y sus habitantes adoren a la primera bestia, cuya herida de muerte fue curada. [13] Realiza grandes prodigios, incluso hace bajar fuego del cielo a la tierra a la vista de los hombres.
[14] Y seduce a los habitantes de la tierra por medio de los prodigios que le ha sido concedido realizar en presencia de la bestia, diciendo a los habitantes de la tierra que hagan una imagen de la bestia que habiendo sido herida de espada revivió. [15] Se le concedió infundir aliento a la imagen de la bestia, de modo que la imagen de la bestia hable y haga que todos cuantos no adoren la imagen de la bestia mueran. [16] Hace que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y siervos, reciban una marca en la mano derecha o en su frente, [17] para que nadie pueda comprar o vender sino el que tenga la marca, el nombre de la bestia o el número de su nombre. [18] En esto consiste la sabiduría: El que tenga inteligencia que calcule el número de la bestia, pues es número de un hombre. Su número es seiscientos sesenta y seis.
Lo que me llamó la atención no es el texto en sí, famoso por otra parte, sino su interpretación. Según los exégetas, esta segunda bestia será identificada con el falso profeta, ya que, en efecto, su papel es seducir a los hombres para que adoren a la primera bestia. Realiza, con el poder del mal, prodigios semejantes a los de los profetas –como Elías, que hizo bajar fuego del cielo (cfr 1 R 18,38)–, e incluso parece imitar la fuerza del Espíritu que da vida, animando las imágenes de la bestia. Ésta es símbolo de los regímenes e ideologías que rechazan a Dios y exaltan falsamente al hombre.
El Papa Juan Pablo II, en su Encíclica Dominum et vivificantem (n. 56) señala que esta segunda bestia es el materialismo engañoso que «si a veces habla también del “espíritu” y de las “cuestiones del espíritu”, por ejemplo en el campo de la cultura o de la moral, lo hace solamente porque considera algunos hechos como derivados (epifenómenos) de la materia (...). Según esta interpretación, la religión puede ser entendida solamente como una especie de “ilusión idealista”, que ha de ser combatida con los modos y métodos oportunos, según los lugares y circunstancias históricas, para eliminarla de la sociedad y del corazón mismo del hombre».
He aquí el paralelismo que encuentro entre "la religión entendida solamente como una especie de 'ilusión idealista'" y la declaración del neurocientífico de que "Dios es solo una idea construida por el cerebro". La religión como epifenómenos de la materia, a esto nos enfrentamos: a la segunda bestia del materialismo opaco, más aún, enemigo del espíritu.
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