miércoles, 24 de mayo de 2023

La inspiración cristiana de una Universidad (I de II)

«La universidad católica, por el encuentro que establece entre la insondable riqueza del mensaje salvífico del Evangelio y la pluralidad e infinidad de campos del saber en los que la encarna, permite a la Iglesia establecer un diálogo de fecundidad incomparable con todos los hombres de cualquier cultura» (San Juan Pablo II).

EN EL MUNDO HA HABIDO y hay muchas universida­des con una inspiración cristiana (1). ¿Qué puede tener que ver el cristianismo con las tareas universitarias? Mezcla dos cosas heterogéneas. El tema es mucho más profundo e importante de lo que puede parecer a primera vista, porque afecta a la naturale­za misma de la universidad, a la naturaleza misma del saber y de su unidad, y a la naturaleza de la fe cristiana. Lo vamos a desarrollar en siete grandes cuestiones que ahora presentamos resumidas.

1. La universidad es,junto con la Iglesia y el Estado moderno, una institución característica del mundo occidental (2). En realidad, toda la institución universitaria  nació históricamente  de la inspiración cristiana. En el fondo, por el interés de una fe que quería comprenderse al mismo tiempo que comprendía el mundo. El propio Dios que creó el mundo es el que se reveló en la historia de la salvación y plenamente en Jesucristo. Tenía que haber una relación entre los saberes humanos y la fe cristiana.

2. Por eso, la unidad de todos los saberes, que está de manera inherente en la definición de universidad, es una aspiración natural cristiana y una prueba de la existencia de Dios. Si existe alguna unidad de los saberes es porque hay una causa última y única de todo, que es Dios. Y, al contrario, si no hay Dios único y creador de todo, no puede darse una unidad de los saberes y tampoco tiene sentido buscar inteligencia en la realidad natural.

3. Esta reflexión sobre la causa última de toda la realidad se llama históricamente -en especial en la tradición anglosajona- Teología Natural. El cardenal Newman pensaba que esta disciplina es muy necesaria en la universidad. Y que cuando una disciplina falta en ella, con sus argumentos y sus métodos, su lugar lo ocupan otras ciencias, que se saldrán de su sitio natural. Si no existe una reflexión explícita sobre la «causa última» que da unidad a los saberes, acabará sustituida consciente o inconscientemente por otros supuestos.

4. La fe cristiana no solo ha creado las universidades, sino que está en la base de muchas convicciones que configuran la mente occidental, en particular de nuestro humanismo y nuestro sistema de convivencia. Temas que merecen un profundo estudio, tanto para poder comprender la propia identidad como para desarrollarla y no perderla. Es otra forma importante de presencia de la fe cristiana en la universidad . 

5. La pérdida de la unidad cristiana de Europa propició una secularización que, en parte, es un desarrollo natural y aceptable de los principios humanistas pero que adquirió, también, un tono polémico con lo cristiano. Este sesgo ha deformado, a veces, la actividad universitaria, en algunas espe­culaciones más generales de las ciencias positivas, las humanidades y de las ciencias humanas. Y la pérdida de esa base ha dejado estos saberes expuestos a derivas ideológicas. Por exigencias de método, los saberes deberían ser neutrales e inmunes a otras influencias que no fueran sus propias fuentes, pero se observa reiteradamente que no es así y que han estado fuertemente sometidos a modas ideológicas.

6. En este contexto, los cristianos siguen creando universidades porque siguen creyendo en la unidad del saber y quieren mantener vivo el humanismo cristiano, con sus propios exponentes y sus propias ideas que, de otra forma, podrían quedar marginados. Además, como todas las obras educativas cristianas, estas universidades asumen una función de testimonio cristiano y de evangelización. 

7. Alcanzar y conservar la identidad cristiana de una universidad en un medio crecientemente secularizado exige bastante esfuerzo. El medio ejerce espontáneamente una presión osmótica para homogeneizar lo de dentro con lo de fuera. Es preciso mantener operativos los fines y garantizar la identidad de los que en ella trabajan, además del saber que se crea y se enseña, respetando tanto la con­ ciencia de las personas como los métodos propios de los saberes. La pura inercia llevaría a una política reactiva muy difícil de mantener. Al contrario: se necesita una política proactiva ambiciosa que tenga claro este proyecto y busque personas que puedan entusiasmarse con él. 

LAS UNIVERSIDADES  NACIERON CON INSPIRACIÓN CRISTIANA


Conviene no olvidar que no solo las antiguas universidades nacen del cristianismo, sino que muchas otras creadas hasta el siglo XVII también lo tienen . Esto sucede en universidades europeas y norteamericanas. Harvard llevaba en su escudo, aunque ahora ya no, Christo et Ecclesia, «Por Cristo y por la Iglesia». También Oxford llevaba, y todavía lleva, en su escudo Dominus, Illuminatio mea, «El Señor es mi luz», porque los que la fundaron estaban convencidos de la unidad del saber en Dios. La fe cristiana es una fe que busca comprender, tal y como dice la famosa frase de san Anselmo de Canterbury, con ecos de san Agustín, fides quaerens intellectum. Desde que en los primeros siglos entró en contacto con la filosofía y los saberes griegos, la fe cristiana aprendió que no abarcaba todo y que otros saberes le ayudan a desarrollarse. Esto no  suponía entonces ni ahora ninguna deformación del mensaje evangélico, porque el mismo Dios, que se ha revelado en la historia de la humanidad dando origen a la fe cristiana, es el que ha creado el mundo, que es otra forma de revelar­se. Los cristianos sabemos que la fe aporta mucho, pero no contiene todo el saber ni sobre Dios ni sobre el ser humano ni sobre el mundo. Para definir sus límites y entenderse mejor a sí mismo, el saber revelado necesita del saber profano.

La antigüedad cristiana experimentó, con toda claridad, que la teología necesitaba de la filosofía, en el sentido estricto en que hoy la entendemos y en el sentido mucho más amplio con el que esta palabra se acuñó. Muchos ya sabrán que «filosofía» significa amor al saber o a la sabiduría.Pero el sentido antiguo de esta palabra era amor a todo saber seguro, que además incluía todos los saberes humanos bien establecidos. 

Y precisamente este deseo de la fe que se benefi­cia de todos los saberes humanos bien establecidos es lo que da origen a las universidades medievales. Sobre todo, cuando, desde el siglo XI, con Pedro Abelardo (3) y Pedro Lombardo, se descubre que la lógica aristotélica es un método apto y riguroso para lograr el saber. Es un asunto notable y con frecuencia olvidado. Los saberes universitarios y la misma universidad nacieron, al mismo tiempo, por el deseo de saber y por la conciencia de tener un método para lograrlo de forma rigurosa . Esto explica que la lógica haya estado en la base de los saberes universitarios (Trivium) hasta el siglo XIX. Aunque, con frecuencia, por pura inercia y sin ninguna conexión real con el propósito original. 

Las universidades nacieron cuando se crearon cátedras fijas para desarrollar con rigor los estudios de Filosofía y Teología, atrayendo a alumnos de todo el mundo, deseosos de saber. Y también, como ahora, de lograr un puesto reconocido en la sociedad. Desde entonces, la palabra «universidad» designa a la vez el conjunto de los saberes (universitas studiorum) y de todos los que quieren dedicarse a ellos, tanto profesores como alumnos (universitas magistrorum et scholarium) (4). De aquí procede la antigua estructura en facultades de la universidad, que dura hasta el siglo XIX. Después de los cursos de Humanidades o Gramática, que sirven para aprender la lengua culta común -el latín-, manejando los textos clásicos, está la Facultad de Artes (Liberales) o Filosofía, donde se estudia el método científico (Lógica) y los saberes humanos básicos naturales (Matemáticas, Física o Filosofía de la Naturaleza, Metafísica y Ética). Sólo después se puede pasar a las facultades superiores, como la de Teología; a la que se añadieron muy pronto las de Derecho Civil y Canónico, y la Facultad de Medicina. 

Esta estructura permanece hasta el siglo XIX, cuando las ciencias experimentales, conscientes de tener un método distinto al aristotélico, se emancipan de la Facultad de Filosofía. Desde entonces, la filosofía ya no abarca todo el saber humano natural, sino que se ha convertido en una reflexión abstracta sobre todo el saber, y en una disciplina dedicada a la conservación y desarrollo de sus propias tradiciones. Hay que lamentar que esa separación, aunque beneficia a la especialización, también ha supuesto una pérdida de contacto entre las humanidades y las ciencias experimentales, negativo para ambas partes. 

LA UNIDAD Y RACIONALIDAD DEL SABER Y LA EXISTENCIA  DE  DIOS

 

La unidad de profesores y alumnos que enseñan y estudian en las distintas facultades refleja y propicia la unidad y el diálogo de los saberes. Estudio y diálogo forman el núcleo vivo de la universidad, entonces y ahora. Pero la uni­dad de los saberes sobre el mundo y el ser humano supone la unidad del universo y, en definitiva, la existencia de una causa única inteligente, que en general llamamos Dios. De manera que tanto el presupuesto como el fin de las tareas universitarias es la existencia de Dios. Esto puede sonar muy raro a los oídos actuales, porque han perdido por completo el sentido de aquella unidad original, pero es así de manera rigurosa. Y no se trata de algo marginal. 

El cristianismo es connatural con la idea de que el saber tiene unidad, porque toda la realidad procede de una causa inteligente, de un solo Dios. Si el mundo hubiera sido hecho por causas distintas, carecería de sentido plantearse la unidad, porque cada causa habría obrado de manera independiente. Y, si muchas causas hubieran obrado de manera casual e irracional, no tendría sentido investigar la naturaleza o el ser humano porque no habría nada inteligente que encontrar, solo el caos. Como no se puede obtener ninguna ciencia del estudio de los números que salen por casualidad en la lotería. Pero al argumento hay que darle la vuelta. Cuando suponemos que el universo se puede comprender y que tiene una unidad, estamos suponiendo que tiene una causa inteligente y única. Esa es la definición filosófica de Dios, justo en la misma línea que las famosas cinco vías de santo Tomás de Aquino. 

Este argumento está en la base de la universidad y no es posible separarse de él. Está en constante planteamiento en la misma historia de las ciencias y, en concreto, en cualquier reflexión profunda sobre la naturaleza de las matemáticas. La cuestión de la «Causa última» es, en el fondo, ineludible. En concreto se hace en una parte de la Filosofía que se llama Teología Natural. Teología, porque trata de la causa última, Dios. Y natural, porque no trabaja con la fe sino con la razón natural. Esta disciplina tiene una fuerte tradición anglosajona. Ha sido y es muy importante en la Universidad de Oxford y, por ejemplo, en las famosas Gifford Lectures de la Universidad de Aberdeen, el fruto de una espléndida serie de ensayos clásicos de las humanidades. Se puede investigar cualquier aspecto del universo o del ser humano sin plantearse la cuestión del fundamento de la racionalidad del mundo y de su unidad, pero la cuestión está planteada en la misma naturaleza de las ciencias y de las matemáticas. Porque lo que se busca es inteligencia y unidad o coherencia. Por eso, hay mucha teología «implícita» en todo el empeño humano por conocer el mundo y su sentido  

NOTAS 

(1) J. M. Mora, <<Universidades de inspiración cristiana: iden­ tidad, cultura, comunicación», en Romana (2012)  194-220; J. M. Torralba, <<La doble identidad de las universidades de inspiración cristiana según Ex Corde Ecclesiae>>, en Rivista PATH (Pontificia Academia Theologiae) 14 (2015) 131-150. 
(2) Es interesante el comentario que le dedica Ignacio Sánchez Cámara, en Europa y sus bárbaros. I. El Espíritu de la cultura europea, Rialp,Madrid 2012,284-332, donde la sitúa como una de las seis características intelectuales de Europa. 
(3) Tiene particular encanto el ambiente universitario incipiente que describe la gran medievalista Régine Pernoud en su libro Eloísa y Abelardo. 
(4) Son muy útiles los cuatro volúmenes sobre La Historia de la Universidad en Europa, bajo la dirección general de Walter Rüegg (Cambridge University Press); en parte traducidos (Universidad del País Vasco). El propio cardenal Newman es autor de una interesante Historia de las universidades, poco conocida, que se puede leer online,Rise & Progress of Universi­ties.

Por Juan Luis Lorda. Revista Nuestro Tiempo, primavera 2016 

No hay comentarios: