¿Tienen razón los defensores de la "justicia social"?, se pregunta Thomas Sowell en su ensayo Falacias de la justicia social. El problema es el apriorismo ideológico y la falta de realismo que manifiestan en muchos casos. Se debe luchar contra la segregación racial o la discriminación sexual, pero resulta ilusorio imponer la igualdad mediante una agenda que puede derivar en «ingeniería social» y que no siempre soluciona las injusticias, sino que más bien las agrava.
En el mundo ideal rousoniano del que bebe la justicia social —señala Sowell— todos deberían tener los mismos resultados, independientemente de la clase o raza. La experiencia nos dice que no es así. Y ello no se debe a la discriminación ejercida por las mayorías dominantes contra las minorías, sino a un cúmulo de factores, incluidos la libertad humana y el azar. Pero la justicia social reduce «la búsqueda de causas a una búsqueda de culpables».
Así, movimientos como el Black Lives Matter sostiene que las mayores tasas de pobreza de los negros son principalmente producto del persistente «racismo sistémico». Pero olvida otros factores no menos influyentes, objeta Sowell. Por ejemplo, las familias monoparentales, de EE.UU., independientemente de que sean blancas o negras, tienen una tasa de pobreza superior a las familias compuestas por parejas casadas.
La trayectoria del propio Sowell, afroamericano y de origen humilde, sirve para desmontar determinados tópicos sobre el racismo en Norteamérica. Huérfano desde niño, no terminó el bachillerato y pudo matricularse en la universidad, gracias a una ley que beneficiaba a los veteranos de guerra como él, y con el tiempo llegó a ser un prestigioso académico.
Ingeniería social
A la hora de buscar soluciones, la justicia social recurre a los «decisores sustitutos» de la sociedad, es decir a élites expertas que aplican recetas creyendo que «pueden mover a las personas como se mueven las piezas de ajedrez», según el símil de Adam Smith. El ejemplo más gráfico es la confiscación y redistribución de la riqueza, «núcleo de la agenda de la justicia social». Según esta, «las subidas de impuestos y los ingresos fiscales se mueven automáticamente en la misma dirección, cuando a menudo se mueven en la dirección opuesta». No menos contraproducentes son otras medidas de los «decisores sustitutos» como el control de precios; el «impuesto» de la inflación; o la legislación del salario mínimo.
Debido al conocimiento que acumulan, las elites expertas creen ser los que mejor saben lo que le conviene a la sociedad, pero no siempre sus políticas son acertadas. Cita el autor, entre otros ejemplos, el de los jueces del Supremo de EE.UU. que reinterpretaron la Constitución en los años 60 al considerar el delito como una enfermedad. Resultado: se duplicó la tasa de homicidios.
Y no es que no tengan razón los defensores de la justicia social al detectar lo que está mal, indica Sowell. El problema es el apriorismo ideológico y la falta de realismo que hace que, en muchos casos, sea peor el remedio que la enfermedad. Una irónica pregunta lo deja en evidencia. ¿Queremos que los pilotos de las aerolíneas sean elegidos por representar a diversos grupos demográficos o preferimos volar en un avión cuyo piloto sea capaz de llevarnos sanos y salvos a nuestro destino?
Fuente y artículo completo: Thomas Sowell: «Falacias de la justicia social» Nueva Revista, septiembre de 2024
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