lunes, 16 de diciembre de 2024

Humillando en nombre del feminismo

Artículo de Jacobo Bergareche en El Mundo, allá por octubre de 2024. Un botón de muestra de la dictadura que ejerce la ideología de género. Se comenta por sí solo.

foto atarifa CC
¿Dónde están los hombres?

Hace unos meses publiqué en Elle una columna titulada ¿Dónde están los hombres?. Era una reflexión que hice después de impartir el enésimo curso de escritura al que solo asistieron mujeres. Me ocurre todo el rato, cursos, clubes de lectura, presentaciones: apenas se ve un hombre. Constato que les pasa a muchos otros escritores y escritoras.

Me preocupa que mis congéneres piensen que la conversación en torno a la literatura no les incumbe. No hablo de literatura ligera, sino de aquella que aspira a interpelarnos sobre aquello que puede acontecernos: el amor, la paternidad, el duelo, la pertenencia, el deseo irreprimible o los miedos mal curados de la infancia. La literatura nos enseña a mirar dentro de nosotros, nos pone en la piel del prójimo, nos invita a entender sus motivos. Es decir, nos aproxima de una manera aficionada a ser psicólogos con los personajes y también con las personas que nos rodean, a las que comparamos con los personajes de las novelas muchas veces. Nos desciframos a nosotros mismos cuando nos vemos retratados en las miserias, anhelos y contradicciones de un personaje.

Poco después de la publicación de esta columna recibí una invitación para participar en el Encuentro Internacional por la Coeducación, que organizaron el Ministerio de Igualdad y el de Educación. Me propusieron acudir con mi hija Pepa, que es una estudiante de Psicología y Criminología de 19 años, para tener una conversación con ella en el escenario. Nos daban libertad para expresar nuestras ideas e impresiones en torno a la educación por la igualdad, y yo creí que pensar con mi hija en voz alta y frente al público sobre este tema sería una buena experiencia para ambos. La experiencia resultó una pesadilla.

Una experiencia de pesadilla

Acudimos al Centro Niemeyer de Avilés, donde tuvo lugar el encuentro sin certezas ni convicciones, mi hija y yo no militamos en nada, procuramos simplemente aportar ideas y dudas que nos parecía interesante exponer en ese foro. Le propuse a Pepa relacionar de alguna manera mi experiencia como escritor que asiste frustrado a la deserción del hombre de las actividades literarias con la suya como estudiante de una carrera donde los hombres hoy suponen solo el 20% del alumnado. En su curso, de hecho, solo hay tres chicos. ¿Habría quizás alguna relación en estas ausencias que ambos percibimos ¿Tiene el hombre algún problema con la introspección y con la conversación sobre los sentimientos que le aleja tanto de la conversación en torno a la literatura como de la psicología? 

La idea final que quise plantear es que la promoción del hábito de leer narrativa contemporánea ayuda a desarrollar habilidades importantes -de alguna manera ligadas a la psicología- para que los jóvenes varones puedan entender mejor aspectos como el deseo femenino o los problemas de ciertas relaciones. En definitiva, que no se trata tanto de explicarle al hombre qué masculinidad es la deseable sino de darle herramientas para poder ver y entender a una mujer, y a sí mismo. Pensaba que reivindicar la novela podía aportar algo valioso para la educación en la igualdad y quería poner ejemplos concretos de títulos y de conversaciones esclarecedoras que se pueden tener en torno a ellos. 

Todo esto se truncó porque fuimos interrumpidos e increpados durante nuestra charla por una mujer vociferante que además era ponente y tenía un cargo público, y que venía con una claque de obedientes palmeros. Los ataques comenzaron cuando le pregunté a mi hija por qué pensaba que en Psicología las mujeres están tan sobrerrepresentadas, algo que también pasa en Medicina, Trabajo Social o Educación Infantil. Pepa dijo despreocupadamente que podría ser porque de manera ancestral las mujeres tenían una inclinación hacia los roles de cuidado. Aquí se inició la gresca: oímos un grito desgarrador que chillaba «¡nos están asesinando!». 

Pepa y yo nos quedamos descolocados, no entendíamos el porqué de ese grito o su relación con la charla. Más adelante nos harían saber que aquello que Pepa me había respondido era una provocación: expresar la idea de que las mujeres puedan tener una disposición biológica a roles de cuidado es anatema para quienes piensan que el cuidado es una imposición cultural del patriarcado. Para estas personas cualquier asociación de alguna característica biológica con el género femenino es poco menos que un intento de sometimiento. La ciencia, que es la que debiera dirimir cualquier polémica en torno a esta cuestión (de la que yo me considero completamente ignorante), solo es relevante para algunas en la medida en que desmienta la intuición expresada por mi hija, como comprobaríamos más adelante.

¿Por qué los jóvenes son cada día más conservadores?

La siguiente declaración inaceptable de mi hija, que ya nos valió gritos histéricos de «fuera de aquí, este foro no es para vosotros», llegó cuando le pregunté por qué pensaba ella que los jóvenes de su edad eran cada vez más conservadores, según aseguran estudios y encuestas del CIS y la FAD. Pepa dijo que tenía la sensación de que en los últimos años el feminismo había perdido su foco, que es la lucha por la igualdad de la mujer, y se había enredado en otro tipo de debates como el de definir masculinidades alternativas y deseables, y decir a hombres y mujeres cómo debían ser. «¡Levantémonos y vayámonos todas, así terminan antes!», gritó esa tipa a la que no podíamos ver a través de los focos que iluminaban el escenario. Hubo aplausos a su propuesta y una sensación terrible de hostilidad.

Ya sabemos que los radicales de cualquier signo creen que su verdad les autoriza a silenciar a los demás y a interrumpirles cuando exponen ideas que no son las suyas. Mi hija, que jamás había estado en un escenario, se sentía cada vez más tensa, las piernas empezaban a temblarle, algunas personas del público trataban de amedrentarla para que callara ante la absoluta pasividad de la presentadora del acto, Luján Argüelles, que no hizo intervención alguna mientras se nos vituperaba.

Turno de humillaciones finales

Cuando comprobé que mi hija ya se trababa hablando y que nuestra charla no iba a poder discurrir con normalidad, abrí el turno de preguntas para cerrar nuestra intervención. Solo un hombre alzó su mano, dirigió su pregunta a Pepa y comenzó diciendo: «No quiero hacer mansplaining, pero…». Y acto seguido hizo exactamente lo que decía que no quería hacer. Le explicó a mi hija cómo algunos antropólogos que olvidó citar han descubierto que las mujeres también cazaban y que no estaban en la cueva cuidando a los bebés, y que por tanto eso del rol del cuidado era un invento, y que qué tenía que decir ante eso. La claque le aplaudió con alegría, con eso ya le daban la última bofetada pública a mi hija y la callaban del todo.

Después intervino por fin Luján, le preguntó a Pepa su edad y, cuando se enteró de que tenía 19 años, ofreció entonces al público la  explicación de lo que pasaba: era una adolescente que aún no entendía nada, el producto de una educación sesgada, dijo. Sí, dijo eso. Añadió que se haría mayor y vería que ese «libro de la ley» que le han dado no es tal, y aprendería entonces a ver las cosas. Pepa se echó a llorar, nos levantamos y nos fuimos. Cuando la quise calmar me dijo que estaba llorando de rabia, no por la hooligan ni el mansplainer del final, sino por la humillación a la que la sometía la presentadora, que con toda la condescendencia del mundo apaciguó al público presentándola como el deshecho de una educación sesgada, faltándole así al respeto no solo a Pepa, sino a todos los que hemos participado en su educación.

A la salida, muchas personas del Ministerio de Igualdad abrazaron a Pepa, consternadas por lo que había pasado, ofreciendo cariño y disculpas que agradecimos mucho, pero sugiriendo que nos había faltado un poco de contexto. ¿Qué significa eso?, me pregunto. Supongo que significa que a estos foros no se viene a pensar en alto sino a hablar con sumo cuidado de no cruzar las líneas que trazan los radicales. Y yo les diría, con cariño también, que personas como las que humillaron a mi hija en nombre del feminismo son precisamente las que hacen que el sentimiento antifeminista crezca  preocupantemente entre los jóvenes, y aquellas que ponen en riesgo todo lo bueno que se ha logrado.

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Las entradillas y los destacados en negrita son del editor.
Foto: atarifa CC


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