Universitario. Catedrático. Diputado. Magistrado. Académico. Ha ostentado casi todos los poderes, “pero con afán de servicio”. Nazareno y torero de salón y plaza. Bravo para expresarse con libertad y manso en las formas. En la España que se hace cruces, él ha alzado la montera saludando al ruedo -el hemiciclo, el círculo del Tribunal Constitucional, la rueca de los medios- con esa sonrisa irónica que cultivó en Granada y que tiñe hasta los votos particulares de las sentencias históricas. Conocido por hablar en plata en un país donde pensar es gratis, pero hablar es arrimarse al toro y jugarse una cornada. Filósofo del Derecho. Católico sin antifaz en medio del tsunami laicista. Testigo ocular de los primeros pasos de la Transición, del coste de la Constitución y de la cortesía parlamentaria que no conocen los millennials. El hiperactivo de las trescientas publicaciones científicas y las dos docenas de libros está de parto de trillizos literarios. Pluma. Estoque. Capote contra los capirotes con su algo de Machado.
Como
un torero en mitad de la plaza pública, Andrés Ollero (Sevilla,
1944) ha sacado un libro con el que se pone sus convicciones por montera. Se
titula Tercio de quites y es una faena de libertad de
expresión. En un país donde las ideas claras suenan a camino hacia toriles, el
filósofo, catedrático, jurista, ex político y ex magistrado del Tribunal
Constitucional ha salido al ruedo con su background, sus
argumentos, su ironía y su libertad tirando de hemeroteca. La transparencia,
sin complejos. Entre Machado y Harbemas. Entre
quienes mandan al via crucis y el domingo de ramos. Después de
tantos años en la mirilla de los que piensan que ser católico invalida el
juicio público en esta España que hoy huele a incienso, toma la palabra.
Profesor.
Diecisiete años en el Congreso de los Diputados siendo la cara nacional del PP
por Granada hasta 2003. Nueve años como magistrado del Tribunal Constitucional
(TC) entre 2012 y 2021. 69 votos particulares tatuados en su conciencia, pero
emitidos sin drama. Mucha mili. Mucha historia.
Andrés Ollero Tassara es,
hoy, secretario general del Instituto de España, el órgano que integra a las
reales academias del país. Este es “el senado de la cultura española”, con sus
aires notables de despachos de época y asientos de escay, en medio de la
sociedad de los influencers y TikTok.
Madrid.
Metro Noviciado. En el Caserón de san Bernardo hay toreo, corrida, picadores y
paseo de carruajes a media mañana. Tendido 9 y a la sombra. Suena un pasodoble
de arranque entre la Maestranza y Las Ventas. Con La Amargura a punto de salir
otra vez por las calles de Sevilla, un torero sin heridas salta al albero y
entra al capote.
Tercio
de quites son sus reflexiones de hace diez años, antes de
ser elegido magistrado del TC, pero muchas de ellas están de pura actualidad.
También es el testamento de sus convicciones.
Sí.
Tener
convicciones es políticamente incorrecto.
[Risas].
Me temo que sí… Pero yo salgo al ruedo, a jugármela.
Jugársela
a estas alturas es más fácil. Profesionalmente ha pasado ya casi por todas las
etapas cum laude.
No
me puedo quejar. Los toros han sido comprensivos conmigo.
¿Por
qué tener convicciones está mal visto?
Todos
tenemos convicciones. Algunos dicen que no, porque no están dispuestos a
defenderlas. Salvo problema de cordura, yo creo que todo el que habla está
convencido de lo que dice.
Este
libro es, también, una reflexión en voz alta sobre el laicismo. La libertad de
ser católico mengua, señala, y usted eso lo ha sufrido en primera persona.
Lo
deportistas no sufren, porque les va la marcha. Yo, sufrir-sufrir no he sufrido
demasiado, aunque quizá algunos lo hayan intentado.
Habla
de “neocruzados de credo laicista” y de la imposición de “una religión civil”.
Lo
hago saliendo al quite de una frase de Joaquín Leguina. También
toreo sobre una cita de Antonio Machado: “Nada hay más temible que
el celo sacerdotal de los incrédulos”.
¿La
lucha contra los dogmas está llena de dogmáticos beligerantes?
Y
después hay situaciones curiosas como aquella que protagonizó José Luis
Rodríguez Zapatero en 2010, cuando fue invitado a Estados Unidos
a un desayuno de oración y
dijo eso de: “Permítanme que les hable en castellano, en la lengua en la que
por primera vez se rezó al Dios del Evangelio en esta tierra”. No le oí decir
eso nunca en España, y tuvo su tiempo.
¿Quiénes
son esos “neocruzados”?
Los
laicistas, que son señoras y señores que dicen que son neutros en materia de
religión, pero no es verdad. En el ámbito jurídico se habla de libertades
negativas. Uno tiene la libertad de participar en política y puede afiliarse a
un partido, si quiere, y también cuenta con la libertad de no afiliarse a nada.
Entre ambas opciones no existe la neutralidad. En el caso de la religión sucede
lo mismo: se opta por una, por otra, o por ninguna, pero nunca por ir a la
contra.
¿Los
constitucionalistas deberían estar en armas contra el pisoteo del derecho a
expresar la fe?
No
hace falta ser constitucionalista para eso, porque deben ser los propios
ciudadanos los que custodien sus derechos. En España hay un laicismo auto
asumido. A los católicos nos dicen que no podemos imponer nuestras convicciones
a los demás, y nos quedamos muy acongojados. Convicciones, insisto, tenemos
todos. El Derecho existe para imponer convicciones. Impone, por ejemplo, que el
señor que disfruta con lo ajeno no pueda robar. Convivir en una sociedad en la
que todo el mundo hiciera lo que le diera la gana sería estupendo, pero es una
utopía. En el cielo no habrá Derecho, ni siquiera Derecho Canónico. Al parecer,
allí conviven de manera razonable. Aquí, ni siquiera los ciudadanos de Madrid
estamos en el cielo todavía…
“En España hay un laicismo auto asumido. A los católicos nos dicen que no
podemos imponer nuestras convicciones a los demás, y nos quedamos muy
acongojados”
¿La
campaña de relegar la fe al ámbito privado, a la catacumba social, ha sido un
éxito?
En algún caso puede serlo, pero eso no es responsabilidad de los constitucionalistas, sino de quienes no saben convivir en democracia. Mi análisis sobre el laicismo se basa en autores no católicos, como Habermas o John Rawls. Habermas, por ejemplo, entiende que la sociedad actual tiene déficits éticos graves. Él, que es anticapitalista, no cree que las soluciones a todos los problemas del hombre se salden en Wall Street. Él, que admite tener muy mal oído para la religión, porque es agnóstico, explica que las religiones mundiales ayudan a elevar el nivel ético de la sociedad. Rawls se plantea si tiene sentido que en una democracia haya un magisterio de una confesión religiosa, y dice que, si hay libertad de culto, de expresión, cada cual se impondrá a sí mismo las convicciones que quiera. Es importante respetar el derecho de cada cual a seguir sus convicciones. El epígrafe 2 del artículo 16 de la Constitución Española señala: “Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias”. Eso no se respeta cuando alguien comenta que respeta el derecho a la vida y le espetan: ¡Eso lo defiende usted porque es católico! Mire: eso lo digo yo, porque me da la gana. ¡Usted no me discrimine por razón de religión!
¿La
discriminación por razón de religión sucede en España cada vez más?
Claro.
Es más, estamos en un momento en el que expresar el propio código moral se
entiende como una agresión. Yo respeto los modos de vivir que estén bajo los
parámetros de la Constitución, y tengo derecho a decir lo que me parece en ese
mismo marco sin que se interprete como una fobia o un delito de odio. Es,
simplemente, libertad de expresión. La ideología Woke que
viene desde Estados Unidos refleja que estamos muy colonizados, mucho más de lo
que pensamos. Como decía Rocío Jurado, todo eso nos está llegando
como una ola… Y la gente se deja ahogar, por lo visto…
“Hoy, expresar el propio código moral se entiende como una agresión. Yo
tengo derecho a decir lo que me parece en el marco de la Constitución sin que
se interprete como una fobia o un delito de odio”
¿La
Iglesia jerárquica pone fácil el diálogo, la defensa y la justicia para que el
Estado no pise la fe de un país, mayoritariamente católico de bautismo, aunque
de católicos activos en minoría?
El
papel de la Iglesia es formar la conciencia de sus fieles, pero yo soy laico y
entiendo que España es un estado laico. Es más, el TC habla de “laicidad
positiva”. El artículo 16.3 de la Constitución no dice nada de la separación
entre lo religioso y los poderes públicos, sino de cooperación, y no de
cualquier cooperación, sino de una cooperación consiguiente a las creencias de
la sociedad española. La jurisprudencia constitucional que hay sobre eso es
modélica. Queda bien claro, por ejemplo, que el Ejército puede organizar actos
religiosos, siempre que no se obligue a nadie asistir a ellos. Cuando alguien
tiene una mentalidad inmanente traduce la autoridad moral en términos de poder.
Para ellos, la iglesia católica es un intruso en la vida pública que no ha pasado
por las urnas, y, sin embargo, la iglesia es una autoridad moral capaz de
influir en sus fieles y en más personas, pero no es un poder.
¿Por
qué parece que hablar de Dios en la plaza pública española es ofensivo?
Tampoco
creo que sea ofensivo, yo creo que vamos progresando. Los laicistas han pasado
de “la religión es el opio del pueblo” a “la religión es el tabaco del pueblo”:
fume usted poquito y en su casa. Así estamos. Pero, sí, a veces fumar resulta
ofensivo…
En
este libro recopilatorio incluye dos piezas que hablan del Opus Dei.
Según Wikipedia, usted es un “hombre de convicciones conservadoras,
perteneciente al Opus Dei”. ¿Ser del Opus Dei es lo peor que puede pasarle a un
hombre que aspira a tener vocación pública en España?
[Risas] Para
mí es lo mejor... Ser del Opus Dei alimenta mi sentido de servicio a los demás.
En el libro comento una cita de Miguel Ángel Aguilar en El
País sobre Antonio
Fontán, a quien yo admiré mucho. Aguilar decía
que ser del Opus Dei nunca fue una ventaja para nada en la vida de Fontán;
que, al contrario, aquello fue un impulso para servir a los demás en el ámbito
periodístico, académico y público. Me considero muy universitario, y eso
significa querer aportar algo a la vida pública.
En
esta recopilación habla de política, con el conocimiento que le da haber sido
diputado del PP durante diecisiete años. ¿Cómo ve hoy el hemiciclo?
Lo
que me dicen es que ha bajado muchísimo el nivel. Lo más contrario a un debate
público democrático es el insulto, y observo ahora que hay diputados que
recurren a él con insistencia. Parece que no son capaces de decir algo sin
ofender a alguien. Una cosa es criticar y otra ofender. Estamos en las
antípodas de la cortesía parlamentaria.
Cuando le eligieron magistrado en 2012, Javier Pérez Royo, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla, escribió un artículo en El País en el que decía que la previa actuación política del nuevo magistrado debía ser un motivo de incompatibilidad.
Y
el artículo sigue colgado en internet… Me parece un poco chusco que, al hablar
de una persona con un recorrido de cierta amplitud, el que siente doctrina sea
mi buen amigo Pérez Royo, al que conocí jugando al ping-pong en la
Congregación Mariana, en Sevilla. Después ha progresado mucho…
Se explaya en estas páginas recurrentemente sobre el aborto, como si le diera pena la parálisis legal, la impostura del PP con sus votantes, la ceguera de la izquierda, y que siga abierto sobre la mesa un problema moral que nadie está dispuesto a abordar con honestidad.
El
aborto es el equivalente a lo que la esclavitud fue durante siglos. La
capacidad de mirar para otro lado sin ser sensible a un disparate de ese
calibre solo es comparable a aquel atropello de la dignidad humana. En eso soy
abolicionista. Como confío en que la historia avanzará positivamente, creo que
llegará un momento en el que se contemplará el aborto como vemos ahora la
esclavitud. Las generaciones venideras pensarán: “¡Qué brutos eran estos
señores!”.
“La Constitución flota entre olas, pero no se ahoga”
Tanto
en la cuestión de aborto como durante algunos hitos de la pandemia hemos visto
que, a veces, la política ha prostituido la evidencia científica. ¿Las
ideologías ponen en riesgo la honestidad de las mejores dediciones?
La
ciencia es un asunto muy serio al que debemos muchísimo, pero tiene su ámbito,
su método y, también, sus limitaciones. El problema está en intentar que la
ciencia sea la única racionalidad posible, porque muchas decisiones
corresponden a otras dimensiones. Por ejemplo: la ciencia no tiene nada que
decir sobre el sentido del sexo. La biología puede explicarnos una parte, pero
el sentido de la relación sexual es un asunto que desborda a la ciencia. Si
pretendemos ver toda la existencia humana por el ojo de cerradura de la
ciencia, estamos perdidos, porque se nos queda fuera lo más importante. Como es
obvio, también sería absurdo renegar de las ventajas favorables del progreso
científico.
¿Cómo
ve el panorama de las leyes de igualdad y el feminismo agresivo contra el
hombre que abandera este Gobierno?
Es
evidente que la mujer ha estado discriminada. La igualdad por razón de sexo ha
sido uno de mis temas de estudio recurrentes. Ahora sigo con interés la deriva
actual, que me parece curiosa. Felicité a la ex vicepresidenta Carmen
Calvo por la batalla que mantuvo sobre la cuestión de la
transexualidad. Para el feminismo, la identidad de la mujer es importante, como
es lógico. Entendí perfectamente su lucha dentro de su propio partido y de su
entorno cultural. Me parece muy bien todo lo que se haga por equiparar los
derechos de hombres y mujeres, pero sin desafiar nunca al sentido común, como
vemos ya en algunas competiciones deportivas.
¿España
ha perdido pluralismo constitucional?
El
pluralismo es un valor superior que resguarda el artículo 1 de la Constitución.
Es difícil encontrar más pluralismo del que disfrutamos aquí.
Hay
muchas vías y una gran capacidad de elegir opciones, pero muchas están mal
vistas y se cancelan por la opinión pública dominante.
Esa
es otra cuestión que, más que una patología constitucional, es una enfermedad
oftalmológica de quienes no entienden de verdad la convivencia democrática.
Dedica
unas líneas a la “amnesia histórica”.
No
tiene sentido tener una memoria envidiable para ciertas cosas, y un olvido
lacerante para otras. La memoria histórica es una visión bizca de la historia
de España.
¿La coherencia es un atributo positivo con mala prensa?
La coherencia siempre es positiva. Con incoherencias no se avanza nunca. Pero la coherencia no es fundamentalismo. Dice Machado en Juan de Mairena: “¿Conservadores? Muy bien. Siempre que no lo entendamos a la manera de aquel sarnoso que se emperraba en conservar, no la salud, sino la sarna”. Conviene ser coherentes en lo que se merezca.
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Extracto de la entrevista de Álvaro Sánchez de León a Andrés Ollero en el Confidencial Digital, 9 de abril de 2022
Foto: Patricio Sánchez-Jáuregui