lunes, 26 de mayo de 2025

Andrés Ollero: “Algún día se verá el aborto como hoy vemos la esclavitud”


Universitario. Catedrático. Diputado. Magistrado. Académico. Ha ostentado casi todos los poderes, “pero con afán de servicio”. Nazareno y torero de salón y plaza. Bravo para expresarse con libertad y manso en las formas. En la España que se hace cruces, él ha alzado la montera saludando al ruedo -el hemiciclo, el círculo del Tribunal Constitucional, la rueca de los medios- con esa sonrisa irónica que cultivó en Granada y que tiñe hasta los votos particulares de las sentencias históricas. Conocido por hablar en plata en un país donde pensar es gratis, pero hablar es arrimarse al toro y jugarse una cornada. Filósofo del Derecho. Católico sin antifaz en medio del tsunami laicista. Testigo ocular de los primeros pasos de la Transición, del coste de la Constitución y de la cortesía parlamentaria que no conocen los millennials. El hiperactivo de las trescientas publicaciones científicas y las dos docenas de libros está de parto de trillizos literarios. Pluma. Estoque. Capote contra los capirotes con su algo de Machado.

Como un torero en mitad de la plaza pública, Andrés Ollero (Sevilla, 1944) ha sacado un libro con el que se pone sus convicciones por montera. Se titula Tercio de quites y es una faena de libertad de expresión. En un país donde las ideas claras suenan a camino hacia toriles, el filósofo, catedrático, jurista, ex político y ex magistrado del Tribunal Constitucional ha salido al ruedo con su background, sus argumentos, su ironía y su libertad tirando de hemeroteca. La transparencia, sin complejos. Entre Machado y Harbemas. Entre quienes mandan al via crucis y el domingo de ramos. Después de tantos años en la mirilla de los que piensan que ser católico invalida el juicio público en esta España que hoy huele a incienso, toma la palabra.

Profesor. Diecisiete años en el Congreso de los Diputados siendo la cara nacional del PP por Granada hasta 2003. Nueve años como magistrado del Tribunal Constitucional (TC) entre 2012 y 2021. 69 votos particulares tatuados en su conciencia, pero emitidos sin drama. Mucha mili. Mucha historia.

Andrés Ollero Tassara es, hoy, secretario general del Instituto de España, el órgano que integra a las reales academias del país. Este es “el senado de la cultura española”, con sus aires notables de despachos de época y asientos de escay, en medio de la sociedad de los influencers y TikTok.

Madrid. Metro Noviciado. En el Caserón de san Bernardo hay toreo, corrida, picadores y paseo de carruajes a media mañana. Tendido 9 y a la sombra. Suena un pasodoble de arranque entre la Maestranza y Las Ventas. Con La Amargura a punto de salir otra vez por las calles de Sevilla, un torero sin heridas salta al albero y entra al capote.

Tercio de quites son sus reflexiones de hace diez años, antes de ser elegido magistrado del TC, pero muchas de ellas están de pura actualidad. También es el testamento de sus convicciones.

Sí.

Tener convicciones es políticamente incorrecto.

[Risas]. Me temo que sí… Pero yo salgo al ruedo, a jugármela.

Jugársela a estas alturas es más fácil. Profesionalmente ha pasado ya casi por todas las etapas cum laude.

No me puedo quejar. Los toros han sido comprensivos conmigo.

¿Por qué tener convicciones está mal visto?

Todos tenemos convicciones. Algunos dicen que no, porque no están dispuestos a defenderlas. Salvo problema de cordura, yo creo que todo el que habla está convencido de lo que dice.

Este libro es, también, una reflexión en voz alta sobre el laicismo. La libertad de ser católico mengua, señala, y usted eso lo ha sufrido en primera persona.

Lo deportistas no sufren, porque les va la marcha. Yo, sufrir-sufrir no he sufrido demasiado, aunque quizá algunos lo hayan intentado.

Habla de “neocruzados de credo laicista” y de la imposición de “una religión civil”.

Lo hago saliendo al quite de una frase de Joaquín Leguina. También toreo sobre una cita de Antonio Machado: “Nada hay más temible que el celo sacerdotal de los incrédulos”.

¿La lucha contra los dogmas está llena de dogmáticos beligerantes?

Y después hay situaciones curiosas como aquella que protagonizó José Luis Rodríguez Zapatero en 2010, cuando fue invitado a Estados Unidos a un desayuno de oración y dijo eso de: “Permítanme que les hable en castellano, en la lengua en la que por primera vez se rezó al Dios del Evangelio en esta tierra”. No le oí decir eso nunca en España, y tuvo su tiempo.

¿Quiénes son esos “neocruzados”?

Los laicistas, que son señoras y señores que dicen que son neutros en materia de religión, pero no es verdad. En el ámbito jurídico se habla de libertades negativas. Uno tiene la libertad de participar en política y puede afiliarse a un partido, si quiere, y también cuenta con la libertad de no afiliarse a nada. Entre ambas opciones no existe la neutralidad. En el caso de la religión sucede lo mismo: se opta por una, por otra, o por ninguna, pero nunca por ir a la contra.

¿Los constitucionalistas deberían estar en armas contra el pisoteo del derecho a expresar la fe?

No hace falta ser constitucionalista para eso, porque deben ser los propios ciudadanos los que custodien sus derechos. En España hay un laicismo auto asumido. A los católicos nos dicen que no podemos imponer nuestras convicciones a los demás, y nos quedamos muy acongojados. Convicciones, insisto, tenemos todos. El Derecho existe para imponer convicciones. Impone, por ejemplo, que el señor que disfruta con lo ajeno no pueda robar. Convivir en una sociedad en la que todo el mundo hiciera lo que le diera la gana sería estupendo, pero es una utopía. En el cielo no habrá Derecho, ni siquiera Derecho Canónico. Al parecer, allí conviven de manera razonable. Aquí, ni siquiera los ciudadanos de Madrid estamos en el cielo todavía…

“En España hay un laicismo auto asumido. A los católicos nos dicen que no podemos imponer nuestras convicciones a los demás, y nos quedamos muy acongojados”

¿La campaña de relegar la fe al ámbito privado, a la catacumba social, ha sido un éxito?

En algún caso puede serlo, pero eso no es responsabilidad de los constitucionalistas, sino de quienes no saben convivir en democracia. Mi análisis sobre el laicismo se basa en autores no católicos, como Habermas o John RawlsHabermas, por ejemplo, entiende que la sociedad actual tiene déficits éticos graves. Él, que es anticapitalista, no cree que las soluciones a todos los problemas del hombre se salden en Wall Street. Él, que admite tener muy mal oído para la religión, porque es agnóstico, explica que las religiones mundiales ayudan a elevar el nivel ético de la sociedad. Rawls se plantea si tiene sentido que en una democracia haya un magisterio de una confesión religiosa, y dice que, si hay libertad de culto, de expresión, cada cual se impondrá a sí mismo las convicciones que quiera. Es importante respetar el derecho de cada cual a seguir sus convicciones. El epígrafe 2 del artículo 16 de la Constitución Española señala: “Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias”. Eso no se respeta cuando alguien comenta que respeta el derecho a la vida y le espetan: ¡Eso lo defiende usted porque es católico! Mire: eso lo digo yo, porque me da la gana. ¡Usted no me discrimine por razón de religión!

¿La discriminación por razón de religión sucede en España cada vez más?

Claro. Es más, estamos en un momento en el que expresar el propio código moral se entiende como una agresión. Yo respeto los modos de vivir que estén bajo los parámetros de la Constitución, y tengo derecho a decir lo que me parece en ese mismo marco sin que se interprete como una fobia o un delito de odio. Es, simplemente, libertad de expresión. La ideología Woke que viene desde Estados Unidos refleja que estamos muy colonizados, mucho más de lo que pensamos. Como decía Rocío Jurado, todo eso nos está llegando como una ola… Y la gente se deja ahogar, por lo visto…

“Hoy, expresar el propio código moral se entiende como una agresión. Yo tengo derecho a decir lo que me parece en el marco de la Constitución sin que se interprete como una fobia o un delito de odio”

¿La Iglesia jerárquica pone fácil el diálogo, la defensa y la justicia para que el Estado no pise la fe de un país, mayoritariamente católico de bautismo, aunque de católicos activos en minoría?

El papel de la Iglesia es formar la conciencia de sus fieles, pero yo soy laico y entiendo que España es un estado laico. Es más, el TC habla de “laicidad positiva”. El artículo 16.3 de la Constitución no dice nada de la separación entre lo religioso y los poderes públicos, sino de cooperación, y no de cualquier cooperación, sino de una cooperación consiguiente a las creencias de la sociedad española. La jurisprudencia constitucional que hay sobre eso es modélica. Queda bien claro, por ejemplo, que el Ejército puede organizar actos religiosos, siempre que no se obligue a nadie asistir a ellos. Cuando alguien tiene una mentalidad inmanente traduce la autoridad moral en términos de poder. Para ellos, la iglesia católica es un intruso en la vida pública que no ha pasado por las urnas, y, sin embargo, la iglesia es una autoridad moral capaz de influir en sus fieles y en más personas, pero no es un poder. 

¿Por qué parece que hablar de Dios en la plaza pública española es ofensivo?

Tampoco creo que sea ofensivo, yo creo que vamos progresando. Los laicistas han pasado de “la religión es el opio del pueblo” a “la religión es el tabaco del pueblo”: fume usted poquito y en su casa. Así estamos. Pero, sí, a veces fumar resulta ofensivo…

En este libro recopilatorio incluye dos piezas que hablan del Opus Dei. Según Wikipedia, usted es un “hombre de convicciones conservadoras, perteneciente al Opus Dei”. ¿Ser del Opus Dei es lo peor que puede pasarle a un hombre que aspira a tener vocación pública en España?

[Risas] Para mí es lo mejor... Ser del Opus Dei alimenta mi sentido de servicio a los demás. En el libro comento una cita de Miguel Ángel Aguilar en El País sobre Antonio Fontán, a quien yo admiré mucho. Aguilar decía que ser del Opus Dei nunca fue una ventaja para nada en la vida de Fontán; que, al contrario, aquello fue un impulso para servir a los demás en el ámbito periodístico, académico y público. Me considero muy universitario, y eso significa querer aportar algo a la vida pública.

En esta recopilación habla de política, con el conocimiento que le da haber sido diputado del PP durante diecisiete años. ¿Cómo ve hoy el hemiciclo?

Lo que me dicen es que ha bajado muchísimo el nivel. Lo más contrario a un debate público democrático es el insulto, y observo ahora que hay diputados que recurren a él con insistencia. Parece que no son capaces de decir algo sin ofender a alguien. Una cosa es criticar y otra ofender. Estamos en las antípodas de la cortesía parlamentaria.

Cuando le eligieron magistrado en 2012, Javier Pérez Royo, catedrático de Derecho Constitucional de la Universidad de Sevilla, escribió un artículo en El País en el que decía que la previa actuación política del nuevo magistrado debía ser un motivo de incompatibilidad.

Y el artículo sigue colgado en internet… Me parece un poco chusco que, al hablar de una persona con un recorrido de cierta amplitud, el que siente doctrina sea mi buen amigo Pérez Royo, al que conocí jugando al ping-pong en la Congregación Mariana, en Sevilla. Después ha progresado mucho…

Se explaya en estas páginas recurrentemente sobre el aborto, como si le diera pena la parálisis legal, la impostura del PP con sus votantes, la ceguera de la izquierda, y que siga abierto sobre la mesa un problema moral que nadie está dispuesto a abordar con honestidad.

El aborto es el equivalente a lo que la esclavitud fue durante siglos. La capacidad de mirar para otro lado sin ser sensible a un disparate de ese calibre solo es comparable a aquel atropello de la dignidad humana. En eso soy abolicionista. Como confío en que la historia avanzará positivamente, creo que llegará un momento en el que se contemplará el aborto como vemos ahora la esclavitud. Las generaciones venideras pensarán: “¡Qué brutos eran estos señores!”.

“La Constitución flota entre olas, pero no se ahoga”

Tanto en la cuestión de aborto como durante algunos hitos de la pandemia hemos visto que, a veces, la política ha prostituido la evidencia científica. ¿Las ideologías ponen en riesgo la honestidad de las mejores dediciones?

La ciencia es un asunto muy serio al que debemos muchísimo, pero tiene su ámbito, su método y, también, sus limitaciones. El problema está en intentar que la ciencia sea la única racionalidad posible, porque muchas decisiones corresponden a otras dimensiones. Por ejemplo: la ciencia no tiene nada que decir sobre el sentido del sexo. La biología puede explicarnos una parte, pero el sentido de la relación sexual es un asunto que desborda a la ciencia. Si pretendemos ver toda la existencia humana por el ojo de cerradura de la ciencia, estamos perdidos, porque se nos queda fuera lo más importante. Como es obvio, también sería absurdo renegar de las ventajas favorables del progreso científico.

¿Cómo ve el panorama de las leyes de igualdad y el feminismo agresivo contra el hombre que abandera este Gobierno?

Es evidente que la mujer ha estado discriminada. La igualdad por razón de sexo ha sido uno de mis temas de estudio recurrentes. Ahora sigo con interés la deriva actual, que me parece curiosa. Felicité a la ex vicepresidenta Carmen Calvo por la batalla que mantuvo sobre la cuestión de la transexualidad. Para el feminismo, la identidad de la mujer es importante, como es lógico. Entendí perfectamente su lucha dentro de su propio partido y de su entorno cultural. Me parece muy bien todo lo que se haga por equiparar los derechos de hombres y mujeres, pero sin desafiar nunca al sentido común, como vemos ya en algunas competiciones deportivas.

¿España ha perdido pluralismo constitucional?

El pluralismo es un valor superior que resguarda el artículo 1 de la Constitución. Es difícil encontrar más pluralismo del que disfrutamos aquí.

Hay muchas vías y una gran capacidad de elegir opciones, pero muchas están mal vistas y se cancelan por la opinión pública dominante.

Esa es otra cuestión que, más que una patología constitucional, es una enfermedad oftalmológica de quienes no entienden de verdad la convivencia democrática.

Dedica unas líneas a la “amnesia histórica”.

No tiene sentido tener una memoria envidiable para ciertas cosas, y un olvido lacerante para otras. La memoria histórica es una visión bizca de la historia de España.

¿La coherencia es un atributo positivo con mala prensa?

La coherencia siempre es positiva. Con incoherencias no se avanza nunca. Pero la coherencia no es fundamentalismo. Dice Machado en Juan de Mairena: “¿Conservadores? Muy bien. Siempre que no lo entendamos a la manera de aquel sarnoso que se emperraba en conservar, no la salud, sino la sarna”. Conviene ser coherentes en lo que se merezca.

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Extracto de la entrevista de Álvaro Sánchez de León a Andrés Ollero en el Confidencial Digital, 9 de abril de 2022

Foto: Patricio Sánchez-Jáuregui


miércoles, 14 de mayo de 2025

¿Una Europa todavía cristiana?

Foto: Catedral de Santa María del Fiore, Florencia. Autor: Xosema bajo licencia CC en Wikimedia Commons

Joseph Weiler vuelve a ocuparse de las raíces de Europa y el papel de los cristianos en la UE

En aquellas fechas –2003– y ocasión –el debate sobre una Constitución para Europa–, Weiler defendió que no hay ninguna razón de derecho constitucional que exija omitir toda referencia a Dios y a la tradición religiosa cristiana o judeo-cristiana en el preámbulo de los textos constitucionales de la UE;  pues, de hecho, esa referencia existe en las constituciones vigentes para casi la mitad de los ciudadanos europeos (Gran Bretaña, Dinamarca, Polonia, Alemania, Grecia, etc) y por tanto es algo aceptable para la tradición jurídica europea y perfectamente compatible con el compromiso constitucional con la libertad religiosa y de religión, es decir con el derecho a practicar una u otra religión o ninguna. Pero Weiler no se quedó en ese análisis técnico-jurídico, sino que fue más allá y se asombró de que Europa se negase a referirse a una de sus más evidentes e importantes influencias históricas y actuales en su identidad. De ese asombro nació su libro Una Europa cristiana que ahora se reedita con gran oportunidad pues el debate sobre la identidad europea es hoy, si cabe, más urgente y necesario que hace 20 años, como acreditan los resultados electorales que se suceden en todos los países de la UE. Y el libro de Weiler sigue aportando ideas muy sugerentes e interesantes para afrontar el presente y futuro de la UE.

En 2025, la editorial Encuentro, en colaboración con el Real Instituto Universitario de Estudios Europeos del CEU, publica de nuevo aquella obra, pero con algunos significativos cambios y adiciones. El cambio más importante es que Weiler ha decidido transformar ligeramente el título poniéndolo entre interrogantes: el libro que en 2003 se llamaba Una Europa cristiana, ahora se titula ¿Una Europa todavía cristiana? Los interrogantes que en 2025 enmarcan el título ponen de manifiesto —nos explica el autor— que lo que hace veinte años eran viejos resabios de un laicismo decimonónico y una cierta cristofobia ambiental en la cultura dominante, hoy se han transformado en indiferencia ante —e ignorancia sobre— el cristianismo y su impronta en la cultura europea. A explicar y analizar este cambio dedica Weiler la novedosa Introducción (que comentaré con detalle más abajo) a esta nueva edición de su clásico, que ocupa las páginas 17 a 48 con el título «Cristianismo en una Europa postconstantiniana».

Esta nueva edición de Una Europa cristiana reproduce la obra original de Weiler (págs. 49 a 187) e incorpora un prólogo muy sugestivo de Javier Gomá (págs. 11 y ss.), tres breves ensayos del autor publicados tras 2003 sobre temas concomitantes (págs. 189 a 251) y un apéndice (págs. 255 y ss.) con los prólogos a las ediciones originales francesa, alemana, italiana y española, escritos por intelectuales de primer nivel como Rémi Brague o Rubio Llorente, por ejemplo; así como un epílogo dialogado a la edición española. Estos materiales ayudan a una lectura de amplia mira y actualizada del texto base de Weiler. Es un acierto de los editores haber incorporado estas reflexiones a la nueva edición.

La propuesta de Weiler

Más allá del viejo debate sobre la Constitución europea, ya abandonado, lo que sigue teniendo total actualidad es la propuesta de Weiler sobre cómo entender y fortalecer la identidad europea y el papel del cristianismo en esa comprensión. Parte nuestro autor del análisis de las razones por las que a comienzos de siglo se rechazó sin mayor debate ni contestación relevante toda mención a Dios y a la religión al definir Europa, e identifica esas causas como la construcción de un gueto para el cristianismo cuyos muros exteriores están formados por la falsa idea de que la neutralidad exigible a los poderes públicos implica necesariamente reducir la religión a la vida privada y negarle toda presencia en la vida pública (la opción laicista francesa): «Existe el convencimiento ingenuo de que el Estado, para ser verdaderamente neutral, tiene que practicar la laicidad. Eso es falso por dos razones. Si la solución se define como una elección entre laicidad y religiosidad, está claro que no existe una postura neutral tomando una alternativa entre esas dos opciones» (pág. 86). Y propone una «opción totalmente europea: no practicar la neutralidad en el sentido de excluir las dos opciones, sino el pluralismo tolerante que consiste en incluir ambas (…) La solución es obvia: reconocer tanto la sensibilidad religiosa como la sensibilidad laica» (pág. 88).

Frente a esta propuesta se eleva un muro interior que opera también en muchos cristianos que Weiler denomina cristofobia, y que define como «una forma de resistencia que no deriva de razones constitucionales de principio, sino de motivos de tipo psicológico, sociológico o emotivo» (pág. 110), cuyas causas pueden identificarse en la historia (guerras de religión, integrismo católico en el pasado, Inquisición, rechazo amplio a la moral católica en materias como aborto, matrimonio y visión de la sexualidad, responsabilidad en el holocausto, etc) pero que hoy carecen de vigencia según la moderna autocomprensión de la Iglesia sobre sí misma y su doctrina y propuestas. Ese gueto en que las ideologías modernas han encerrado a la religión y en el que muchos cristianos se han encerrado voluntariamente hace que «el pensamiento cristiano y la integración europea parecen moverse en dos esferas que se excluyen mutuamente. El cristianismo no entra en el campo visual de la integración europea; y Europa, por lo que parece, no entra de ninguna forma significativa en el campo visual cristiano» (pág. 122).

Para romper los muros exteriores e interiores de este gueto que bloquea la autocomprensión europea de su identidad, Weiler plantea una audaz propuesta: aprender del magisterio reciente de los Papas criterios de actuación que -además de ser doctrina autorizada para los católicos- pueden ayudar a Europa a entenderse y definirse a sí misma atendiendo a sus raíces, sin que eso suponga para nada confesionalismo alguno (recordemos que nuestro autor no es cristiano, sino judío practicante), sino lo que Weiler denomina «un aperitivo de una historiografía cristiana de la integración europea» (pág. 129). Pretende así nuestro autor superar el «déficit cristiano» (pág. 133) que observa en la construcción europea y que quiere ayudar a superar. «El pensamiento cristiano nos ofrece un conjunto de instrumentos, de retos conceptuales, de ideas, que pueden ser –con las debidas cautelas– extremadamente útiles a la hora de definir la modalidad típicamente europea de la relación» (pág. 142) con los otros, tanto dentro de la UE como exteriormente. Partiendo de la encíclica Redemptoris misio de Juan Pablo II, Weiler propone que Europa haga suyos a sus propios efectos los principios cristianos de:

– Afirmación de la propia identidad como única forma de afirmar la de los distintos o ajenos a ella; pues solo desde mi verdad puedo reconocer la verdad del otro, principio válido tanto para integrar a los distintos pueblos europeos desde la identidad de cada uno como para abrirse a los que proceden de culturas no europeas. La relación con el otro, con el forastero, está en el centro de la civilización europea y esa relación exige no enmascarar las diferencias de identidad.

– Proponer sin imponer, pues solo así se mantiene una relación digna entre verdad y libertad. Se trata de reconocer y respetar las diferencias y, al mismo tiempo, superar esas diferencias en nombre de la común humanidad. Europa debe, como propone la Iglesia católica a sus efectos de evangelización, proponer y no imponer sus señas de identidad.

– La que denomina disciplina de la tolerancia, que no es mera cortesía con el otro, sino reconocimiento de su derecho a rechazar mi propuesta de verdad con el mismo valor que mi derecho a proponerle al otro mi verdad.

Insuficiencias de la construcción europea

Weiler propone así a Europa superar «el escepticismo epistemológico y la relativización de la verdad, actitudes típicas de la post-modernidad» (pág. 145) que pueden obstaculizar comprender su propia identidad y abrirse al otro, tanto en la dimensión interna de integración y ampliación como en el proceso de apertura al mundo y recepción de forasteros procedentes de otras civilizaciones de tradiciones culturales y religiosas distintas.

Nuestro autor hace una reflexión crítica sobre los fallos e insuficiencias de la construcción europea: déficit democrático, primacía de la eficiencia del mercado sobre la dimensión política, burocratización tecnocrática frente a participación política, alejamiento del gobierno europeo de los mecanismos parlamentarios clásicos, gestión más cercana a los intereses lobistas que a la sensibilidad soberana del pueblo, conversión del ciudadano en consumidor de derechos políticos más que en actor de la vida política, etc. Y encuentra en la doctrina católica expuesta en la encíclica Centesimus annus de Juan Pablo II  luces que pueden ayudar a superar esas deficiencias en la construcción europea; también a este respecto, Weiler percibe una capacidad de influencia positiva de la perspectiva cristiana en el diseño de la UE sin que eso suponga confesionalismo alguno ni merma del compromiso absoluto con la libertad de religión y frente a la religión de todos los ciudadanos europeos, sea cual sea su religión o ausencia de la misma. Reconocer que hay ideas de matriz cristiana que pueden ser útiles para fortalecer la UE actual no implica imponer religión ni fe concreta a nadie, sino seguir nutriéndose del patrimonio cultural que en la historia ayudó a crear Europa.

Por último, Weiler –con audacia intelectual– se atreve a poner de manifiesto algo que cuando escribió su libro quizá no era evidente con carácter general pero que hoy es el gran problema de la cultura humanista occidental y su expresión política, la que pretende encarnar Europa: «No hay duda de que la idea de que todas las observaciones son relativas a la percepción del observador, y que todo lo que poseemos no es otra cosa que diversos posibles relatos que compiten entre sí, era inicialmente una postura filosófica que luego se ha transformado en una realidad social. Todo esto forma parte del discurso político: en ese presupuesto se basan el multiculturalismo, el colapso de la autoridad (política, científica, social) y el predominio de una cultura de la subjetividad. Más aún, la misma objetividad se considera una atadura para la libertad. Una extraña libertad, vacía de contenido» (pág. 184). «En esto también el fracaso de Europa es colosal» (pág. 185), al rendirse y hacer suya esta ideología pos-moderna que mina nuestras democracias.

Y también a este respecto, Weiler afirma que «hay mucho que aprender del actual magisterio cristiano», en concreto del «conjunto unitario de tres de sus grandes expresiones: las encíclicas Redemptoris missioCentesimus annus y Fides et ratio. Ofrecen una respuesta muy audaz a la crisis contemporánea (…) La enseñanza que nos llega de las tres encíclicas citadas no es tímida frente a la modernidad y tampoco le vuelve la espalda. Por el contrario, afirma el valor de la razón, de la ciencia, de la tecnología, el bienestar que puede producir el mercado libre y la importancia de la democracia en el ámbito político. Pero sobre todo integra la idea de elección, elemento que es quintaesencia de la modernidad, en el corazón de la sensibilidad religiosa y humana» (pág. 186-187).

¿Sigue siendo Europa cristiana?

La edición original acaba con un mensaje de esperanza, pues el autor concluía su obra afirmando que Europa podía seguir siendo un espacio propicio para esa esperanza «si aprendemos también nosotros a atravesar el puente de la modernidad y de la pos-modernidad sin comprometer la dignidad humana y el amor. Lo importante es no tener miedo» (pág. 187). Pero han pasado veinte años desde entonces… y el autor pone entre interrogantes el título de su obra en esta reedición, como indiqué más arriba. A explicar las novedades de nuestro tiempo dedica Weiler la Introducción a esta nueva edición de su clásico, texto de nueva redacción que ocupa las páginas 17 a 48 con el título «Cristianismo en una Europa postconstantiniana», en la que escribe: «Hoy diagnosticaría el problema de otra manera. No se trata tanto de una fobia como de una incomprensión total de lo que significa realmente la religión en general y la experiencia cristiana para la menguante comunidad de fieles» (pág. 18), «una Europa no cristiana no es simplemente posible, es la realidad contemporánea» (pág. 22).

A pesar de este aparentemente duro diagnóstico –muy discutible, por otra parte– Weiler sigue encontrando en el magisterio de la Iglesia católica las luces para afrontar esta nueva situación. Se plantea el autor el dilema de las minorías religiosas en una sociedad pos-religiosa en la que «la gente cree ampliamente que las reglas del bien y del mal son creadas por la sociedad y no son intrínsecas a la naturaleza humana» (pág. 41), haciendo así muy difícil que un discurso moral específico en materias como aborto o matrimonio, por ejemplo, pueda ser defendido con eficacia política en el lenguaje de la razón universal; y sugiere que quizá sea más eficaz defender las posturas minoritarias «como una norma religiosa que debe respetarse en virtud de la libertad religiosa» (pág. 44), tesis que me parece muy matizable y discutible pero digna de ser valorada.

En cambio, me parece muy acertada y oportuna la sugerencia de Weiler a las personas religiosas, específicamente a los cristianos, sobre el «peligro de reducir la propia religiosidad a lo ético, por importante que esto pueda ser»(pág. 45). Inspirándose de nuevo en la doctrina de un papa, en este caso de Benedicto XVI, Weiler nos recuerda que «la riqueza del sentido religioso no se agota en llevar una vida ética y solidaria» sino que «se extiende a una relación con lo divino a través de la oración, de los sacramentos, viendo la mano del Creador en el mundo que ha creado» (pág. 47) y exige «una amplia zona de caridad, de cuidado, de amor que deriva de la narrativa cristiana específica» y que debe formar parte de la identidad cristiana aunque no se pueda exigir por las leyes generales.

Me atrevo a traducir esta última sugerencia de Weiler a los cristianos de esta sociedad europea poscristiana de la siguiente forma: lo que Europa necesita de los cristianos es que sean más coherentemente cristianos. Estas son las palabras finales de esta Introducción que Weiler ha querido incorporar a la reedición de su obra: «Es precisamente en la situación de minoría donde el cristiano predica con el ejemplo, con el testimonio. Y el testimonio debe referirse a las dos dimensiones de la fe; la ética y la sacramental».

Las propuestas de Weiler a los europeos, especialmente a los cristianos, me parecen sólidas y muy oportunas.


Fuente: ¿Una Europa todavía cristiana?, Nueva Revista, 7 de mayo de 2025


La imagen que ilustra este artículo es la Catedral de Santa María del Fiore de Florencia. Su autor es Xosema y el archivo se encuentra en Wikimedia Commons bajo licencia CC. Se puede consultar aquí.