El Papa avisa que la crisis demográfica y ética lleva a Europa a «despedirse de la Historia»
Por JUAN VICENTE BOO, CORRESPONSAL en ROMA de ABC, el 25 de marzo de 2007
Demostrando el coraje de poner el dedo en la llaga, Benedicto XVI denunció ayer el declive demográfico y el vacío espiritual de la Unión Europea, e invitó a superar la crisis de valores para que Europa recupere su unidad y su papel en el mundo. En tono afectuoso pero con palabras muy duras, el Papa advirtió que la caída de la natalidad «podría llevar a Europa a despedirse de la Historia», y que la continua erosión de los valores supone «una apostasía de sí misma, incluso antes que de Dios».
Benedicto XVI -que además de un intelectual de gran envergadura es testigo de los éxitos y fracasos de estos 50 años de la UE-, prefirió exponer la verdad incómoda ante los 400 participantes en un congreso sobre el futuro europeo, en lugar de caer en el triunfalismo de fachada que ha convertido en gélidas las celebraciones oficiales de Roma y las vísperas de las de Berlín.
El Papa es europeísta, pero no al precio de la hipocresía o de cerrar los ojos ante el degrado social o la injusticia contra los más débiles. En su balance de 50 años, celebró que Europa haya conseguido «reconciliar sus dos pulmones -Oriente y Occidente- arbitrariamente separados por un telón de injusticia», pero constató que avanza sólo «fatigosamente» la búsqueda «de una estructura institucional adecuada para una Unión de 27 países que aspira a convertirse en actor global».
El protagonismo perdido
El Papa advirtió que «por desgracia, en el terreno demográfico Europa parece haber tomado un camino que podría llevarla a despedirse de la Historia», perdiendo el protagonismo que ha tenido en el ultimo milenio.
Según Benedicto XVI, la caída de población, «además de dificultar el crecimiento económico puede dificultar la cohesión social y, sobre todo, favorecer un peligroso individualismo. Se podría pensar que el Continente europeo está perdiendo, de hecho, la confianza en su propio futuro».
El Papa denunció la falta de solidaridad en terrenos medioambientales y energéticos «no sólo en el ámbito internacional sino a veces incluso en el nacional», como sucede, por ejemplo, con el agua en algunos países.
Pero su preocupación principal se refería a los derechos de las personas y los valores. Sin necesidad de mencionar explícitamente el aborto o la eutanasia, el Santo Padre reivindicó «el derecho a la objeción de conciencia» y advirtió que «una comunidad que no respeta la auténtica dignidad del ser humano, olvidando que toda persona ha sido creada a imagen de Dios, termina por no ayudar a nadie». Si al pragmatismo o a la ley del más fuerte en la política «se añaden corrientes laicistas y relativistas, se termina negando a los cristianos el derecho a intervenir como tales en el debate público».
«Valores universales»
El Papa acusó a los gobernantes de «haber escrito varios capítulos del proyecto europeo sin tener suficientemente en cuenta las aspiraciones de los ciudadanos», y recordó que la identidad europea, «antes que geográfica, económica o política, es una identidad histórica, cultural y moral: una identidad constituida por un conjunto de valores universales que el cristianismo ha contribuido a forjar». Esos valores «deben permanecer en la Europa del tercer milenio como fermento de civilización». Sin ellos, Europa se desvanece. Guste o no escucharlo la víspera de una fiesta de aniversario.
Texto íntegro de la declaración de Berlín aprobada por los 27 en el 50 aniversario del Tratado de Roma.
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