Por Rafael Vidal Delgado, en Belt Ibérica S.A.
Laicismo a ultranza, educación para la ciudadanía, intento de anulación de la religión imperante, auge de religiones foráneas, y un largo etcétera, todo ello auspiciado desde determinados sectores, están provocando una sensación, en una parte muy importante de la población, ampliamente mayoritaria, de inseguridad moral, porque no se sabe con qué criterios, ni cómo se expondrán las pautas éticas y de comportamiento entre los alumnos de las escuelas españolas.
Parece que se retrocede a la denostada “formación del espíritu nacional”, asignatura de enseñanza obligatoria en el régimen anterior, en donde se intentaba inculcar unos valores partidistas que gracias a Dios los jóvenes de entonces pudieron matizar.
Una enseñanza del laicismo militante e incluso el ataque directo contra las religiones lo encontramos en la Revolución de Octubre de 1917 y los setenta años de dictadura comunista en la Unión Soviética, demostraron su fracaso más total al no poder erradicar la religión de la mente de los ciudadanos, y así, en la Pascua de Navidad de 2006 se vio al presidente Putin, personaje surgido de lo más tenebroso del régimen comunista, asistir a los oficios religiosos con una vela, como símbolo del nacimiento del Creador.
El concepto de educación para la ciudadanía no se encuentra en una asignatura, porque es mucho más amplio para que pueda delimitarse en un libro. La educación para la ciudadanía debe impregnar al niño y al joven en su casa y en el colegio, que son los dos ámbitos educativos.
El comportamiento y la moral externa del profesor; su capacidad para enseñar; el plantear el respeto a las opiniones de los demás; la ayuda a que discierna lo que está bien o está mal; la enseñanza del hecho histórico español sin tergiversaciones ni partidismo; el conocimiento de la literatura española y universal, opinando acertadamente sobre lo escrito; el análisis de la filosofía antigua, medieval, moderna y contemporánea, para ir centrando la evolución de las ideas; la inserción en la civilización en que se vive con absoluto respeto hacia las demás, pero siempre presentando el hecho diferenciado; y por supuesto poniéndose el profesor en la posición de “autoritas”, para que el niño y el joven quiera pertenecer a esa sociedad que tan acertadamente expone el docente.
La Ley Orgánica 2/2006, de Educación (LOE), entra inicialmente en funcionamiento, bien que con un período largo de aclimatación, a partir del curso que viene, y de hecho a finales del año pasado se han dictado por el Gobierno, tres Reales Decretos con los contenidos mínimos en las educaciones infantil, primaria y secundaria, no incluyéndose más que en las dos últimas, la asignatura de “educación para la ciudadanía”.
La lectura detenida del contenido de esta asignatura, deja caer un mar de dudas sobre cualquier padre, porque aceptando la globalidad de lo que debe aprender el joven sobre democracia, derechos humanos, virtudes cívicas, cultura de la paz, y un largo etcétera, el problema es que estas enseñanzas, impartidas a través de un sentimiento ideológico o nacionalista, son forma de adoctrinar a los alumnos, en unos momentos en que su alma está más tierna para la recepción de mensajes.
Mucho mas acertados son los requisitos mínimos para la educación infantil, los cuales encarecen a lo profesores a que dirijan y evalúen a los niños a múltiples aspectos que son verdaderamente “educación para la ciudadanía”, como que aprendan a escuchar y comprender, que presten atención a lo que digan los demás; que guarden su turno de palabra y no interrumpan; que mantengan la mirada; que hagan un uso adecuado del material escolar; que aprendan a comprender los medios audiovisuales, principalmente la televisión y el ordenador; y otra serie de cuestiones que reflejan lo que los padres quieren que asimilen sus hijos en edad tan temprana, preparándolos para ser receptivos en el futuro a todos los planteamientos mas o menos objetivos que se les presenten, pero nunca a través de un adoctrinamiento dogmático.
El ilustre pensador, recientemente fallecido, Julián Marías, hablaba, en su libro “Meditaciones sobre la sociedad española”, de la confusión existente en España entre el estado y la sociedad, debido a que el primero quiere inmiscuirse constantemente en forjar la segunda a la imagen política del que lo gobierna en cada momento, y desgraciadamente así nos va en las relaciones entre los españoles y el contexto internacional.
Se quiere formar a futuros ciudadanos para que perpetúen la ideología que gobierna, sin comprender, e históricamente está demostrado y un ejemplo se ha expuesto al principio de la columna, que eso es un imposible, que los pueblos y civilizaciones tienen alma y para modificarla hacen falta cientos o tal vez miles de año, y ninguna ideología, excepto las religiosas, aguantan tanto tiempo vigentes.
No sé, si dentro de dos, seis o más años, cambiará el signo político de los que gobiernan, pero lo que es seguro que cuando lo hagan, otra revolución educativa aguarda a la sociedad, porque lo que no tiene clara la clase política es la separación entre gobierno y sociedad.
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