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Si leemos las muy desfasadas acepciones de «ideólogo» que nos brinda el Diccionario de la Real Academia, observaremos que prevalece en casi todas ellas cierto rasgo utópico, idealista, incluso ilusorio: el ideólogo era antaño una especie de partisano de las ideas que se subía a un cajón y formulaba un pensamiento de índole subversiva, a riesgo de ser corrido a gorrazos por la sociedad que pretendía transformar y, sobre todo, por el poder establecido. Hogaño, el ideólogo es un tipo que se arrima al árbol de sombra más próvida y, no contento con disfrutar de su protección, aspira a convertir sus ideas en fuente perenne de mamandurrias. Este Victorino Mayoral al que este periódico acaba de sacar los trapos sucios se ha erigido en el prototipo más acabado del ideólogo contemporáneo, cuyo lema podría ser: «No sólo de ideas vive el hombre, sino de toda mamandurria que brota del grifo administrativo». Por supuesto, tal pretensión debe enmascararse tras una coartada filantrópica: según declaraciones del bueno de Victorino a este periódico, la actividad de la fundación que preside es «en beneficio del resto de los ciudadanos». Por supuesto, al bueno de Victorino no se le pasa por las mientes que el «resto de los ciudadanos» sea una categoría en exceso brumosa, en la que cohabiten personas que juzguen los propósitos de su fundación beneficiosos y otras que los juzguen perjudiciales, incluso personas que pasan de los propósitos de su fundación como de comer mierda. El bueno de Victorino, como buen totalitario, está plenamente convencido de que la suya es la ideología fetén, la única que beneficia al «resto de los ciudadanos».
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Y, puesto que la inyección ideológica ya está garantizada, mediante la imposición de la asignatura de marras, nada parece más lógico que el bueno de Victorino quiera pillar cacho en el reparto de subvenciones, pues la ideología que no se amorra al grifo de la mamandurria no merece tal nombre. Algunas de las mamandurrias recibidas en los últimos años por su fundación las han apoquinado ayuntamientos gobernados por el PP, lo cual nos sirve para completar la definición del ideólogo contemporáneo, que no sería lo que es si no hubiese un tonto útil que contribuye a su apoteosis.
Todo sea en beneficio del resto de ciudadanos, forzosos paganos del ideólogo.
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