POR JUAN MANUEL DE PRADA, en ABC, hoy.
PRODUCE cierta fatiga nauseabunda glosar sus mamarrachadas. Es la fatiga que provoca la pacotilla artística, mezclada con la náusea que sobreviene en presencia del artista ayuno de talento, del impostor que disfraza su vacuidad de aspaviento. Y que, además, pretende vendernos la moto de que, al escarnecer los sentimientos religiosos de los católicos, se convierte en una suerte de partisano del arte, un infractor de tabúes, un desafiante allanador del orden establecido. ¿A quién creen que engañan estos embaucadores de chichinabo? Me recuerdan al tipejo del chiste de Gila, que al cruzarse en la calle con tres tipos fortachones que le están propinando una paliza a un hombrecillo enclenque, no puede dominar la tentación de intervenir en la pelea... para sumarse al trío de los mamporros y vapulear a conciencia al enclenque. Y, como el tipejo del chiste de Gila, estos valentones encima se muestran orgullosísimos, como si ofendiendo gratuitamente las creencias de los católicos hubiesen completado una hazaña que los hace acreedores de una medalla. A fin de cuentas, si el ideólogo Victorino y demás ralea han tomado el espantajo del laicismo como reclamo de incautos y excusa para forrarse, ¿por qué no va a hacer lo propio un chisgarabís cualquiera con ganas de medro que se las da de artista?
Tenemos noticia, gracias a Cervantes, de un pintor Orbaneja tan poco diestro con el pincel que, tras completar sus pintarrajos, tenía que poner un letrero al pie de cada cuadro, advirtiendo si lo que acababa de pintar era perro o gato. Los Orbanejas de nuestro tiempo ya no necesitan pasar por tan humillante prueba; para evitar que el público se burle de su inepcia han encontrado un filón infalible: consiste en sacar a Jesucristo o a la Virgen o al Papa (y si es a todos juntos y revueltos, mejor que mejor, que lo que no mata engorda la cartera) en actitudes sórdidas y guarrindongas, para enseguida posar ante la galería como iconoclastas y campeones de la provocación. Por supuesto, estos valentones son conscientes de su impostura: saben que no se puede hablar de iconoclasia cuando no existe una estructura de poder que la persiga de modo efectivo; saben que la verdadera provocación exige una predisposición suicida, pues el artista que se atreve a infringir ciertos tabúes puede ser condenado al ostracismo o al ninguneo, ferozmente represaliado. Estos valentones saben, en fin, que no corren ningún peligro al escarnecer las creencias de los católicos; saben que lo suyo no es iconoclasia, ni provocación, sino pantomima políticamente correcta, adhesión lacayuna al pensamiento dominante, sometimiento reverencioso a las consignas de una época que enarbola el estandarte de la cristofobia con orgullo vesánico y que premia con prebendas a quienes se suman al aquelarre. Desde que el mundo es mundo ha habido Orbanejas que disfrazan su inepcia con los embelecos del falso escándalo; desde que el mundo es mundo ha habido artistillas que hacen de la injuria contra aquellos que no pueden defenderse una postulación de méritos. Pero lo que más me jode de estos iconoclastillas no es que sean una mierda pinchada en un palo, ni siquiera que se empleen como matones contra quienes no disponen de una estructura represora que los persiga y condene; lo que más me jode de ellos es que encima posen de víctimas ante la galería, actuando como si lo suyo fuese un acto de coraje. Me recuerdan a las juventudes hitlerianas que, después de quebrar a pedradas los escaparates de los judíos, volvían ufanos a su casa, convencidos de que acababan de mostrar su gallardía.
Pero estos Orbanejas traspillados no existirían si no los alentasen los ideólogos de guardia del laicismo, empeñados en inventarse un problema que no existe y en pintar a los curas como los grandes enemigos de la democracia, ficción de la que algunos picaruelos viven victorinamente. Y a los iconoclastillas que crecen como setas al socaire del laicismo les lanzo una propuesta: ¿por qué no os dedicáis, hijos míos, a escarnecer a quienes verdaderamente gozan de una estructura de poder que pueda trituraros entre sus engranajes? ¿Por qué, por ejemplo, no montarán una performance descojonándose de la ikurriña en Lizarza? ¿A que no hay huevos, iconoclastillas? En el fondo, dais más lástima que asco.
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