Desde hace años, lo que parece un distanciamiento cada vez mayor entre EEUU y Europa ha sido el principal objeto de debate político. Esta separación del Atlántico, que afecta al futuro del proyecto democrático a ambos lados del océano, se suele analizar sobre la base de diferencias políticas. Sin embargo, mi tesis es que cualquier esfuerzo por comprender este distanciamiento en términos políticos, estratégicos y/o económicos es estéril. Europa atraviesa una crisis que podríamos denominar de moral civilizadora. La manifestación más importante de la crisis es el hecho de que la propia Europa está sufriendo un bajón demográfico si precedentes. Cuando un continente es incapaz de crear el futuro humano en el sentido más elemental, algo grave está pasando. Es fundamental para todo Occidente entender esta crisis; especialmente en una época en que otra civilización, con una visión del futuro muy diferente, compite, en ocasiones agresivamente, contra Occidente por la definición de ese futuro.
Para esclarecer las causas de la crisis debemos ver la historia de otro, modo; a través del prisma de la cultura. A principios del siglo XX, Europa era considerada el centro de la civilización mundial. En cuestión de 50 años, esa misma Europa desató dos guerras, tres sistemas totalitarios, una guerra fría que amenazó con un desastre mundial, el Gulag y Auschwitz. ¿Por qué? La clave a esta pregunta podría hallarse en lo cultural, en lo espiritual y hasta lo teológico.
En 1942, el jesuita Henri de Lubac sostenía que los tormentos que Europa sufría en aquella década eran el resultado de una constelación de ideas anómalas que él agrupaba bajo la denominación de “humanismo ateo” o el deliberado rechazo del Dios de la Biblia el nombre de la liberación humana. Cuando a las tecnologías modernas unen el positivismo de Comte, el subjetivismo de Feuerbach, el materialismo marxista y la voluntad de poder nietzscheana, de aquí, sostenía el padre De Lubac, surgirían ideas con graves consecuencias: el comunismo, el fascismo y el nazismo. El primer resultado de este profundo cambio en la alta cultura europea fue la Primera Guerra Mundial. Porque la Gran Guerra fue la consecuencia letal de una crisis de moral civilizadora; el fracaso de. una razón moral en una cultura que había aportado al mundo la idea de “razón moral”. Sólo después de 1991, finalizada la guerra civil europea de 77 años de duración, salieron a la superficie de la historia las consecuencias de tamaño conflicto. La Europa contemporánea no está plagada de las formas más salvajes de “humanismo ateo”; la segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría lo evitaron poniendo fin al fascismo, al nacionalsocialismo y al marxismo-leninismo. Nuestra Europa de hoy está profundamente marcada por un pariente más amable y moderado que el filósofo canadiense Charles Taylor ha denominado “humanismo exclusivo”. Esto es, una serie de ideas y posiciones políticas según las cuales (y en el nombre de la democracia, los derechos humanos, la tolerancia y el civismo) todo punto de referencia moral y religioso debe ser excluido de la vida pública europea, en especial, de la vida pública de la Unión Europea.
Pero, al mismo tiempo, hay indicios de renovación espiritual y cultural en Europa. Jürgen Habermas, que en su día defendió una forma extrema de humanismo exclusivo, ahora sostiene que una política humana y democrática debe basarse en normas morales que sepamos verdaderas. Aunque tal vez sea más importante el inicio de un nuevo diálogo europeo que desafía la esterilidad del humanismo exclusivo, a la vez que atrae a creyentes y no creyentes por igual. Este diálogo surgió gracias al trabajo en equipo de Joseph Ratzinger, ahora papa Benedicto XVI, y Marcello Pera, un no creyente y filósofo de las ciencias, miembro del Senado italiano (y que hasta el reciente cambio de gobierno en Italia, fue presidente de dicha institución). En un libro escrito conjuntamente, Sin raíces, propusieron un análisis sorprendentemente similar de la crisis europea en su moral civilizadora. Ambos localizaron las caudas en una pérdida de fe en la razón, incluida la razón moral. Además, estos dos distinguidos intelectuales coincidieron en que una “minoría creativa” de hombres y mujeres convencidos de que las verdades que Occidente vive, políticamente hablando, son verdades expuestas a la defensa racional. Estas verdades pueden convertirse en el agente del renacimiento de Europa como una civilización culturalmente segura de sí misma, capaz de dar cuenta de sus aspiraciones políticas. Si Europa empieza a recuperar su fe en la razón, alguien en Europa podrá redescubrir lo razonable de a fe. En cualquier caso, una renovación de la fe en la razón proporcionará un antídoto contra el hastío metafísico y brindará, así, la posibilidad de un nuevo nacimiento de la libertad en Europa.
Para esclarecer las causas de la crisis debemos ver la historia de otro, modo; a través del prisma de la cultura. A principios del siglo XX, Europa era considerada el centro de la civilización mundial. En cuestión de 50 años, esa misma Europa desató dos guerras, tres sistemas totalitarios, una guerra fría que amenazó con un desastre mundial, el Gulag y Auschwitz. ¿Por qué? La clave a esta pregunta podría hallarse en lo cultural, en lo espiritual y hasta lo teológico.
En 1942, el jesuita Henri de Lubac sostenía que los tormentos que Europa sufría en aquella década eran el resultado de una constelación de ideas anómalas que él agrupaba bajo la denominación de “humanismo ateo” o el deliberado rechazo del Dios de la Biblia el nombre de la liberación humana. Cuando a las tecnologías modernas unen el positivismo de Comte, el subjetivismo de Feuerbach, el materialismo marxista y la voluntad de poder nietzscheana, de aquí, sostenía el padre De Lubac, surgirían ideas con graves consecuencias: el comunismo, el fascismo y el nazismo. El primer resultado de este profundo cambio en la alta cultura europea fue la Primera Guerra Mundial. Porque la Gran Guerra fue la consecuencia letal de una crisis de moral civilizadora; el fracaso de. una razón moral en una cultura que había aportado al mundo la idea de “razón moral”. Sólo después de 1991, finalizada la guerra civil europea de 77 años de duración, salieron a la superficie de la historia las consecuencias de tamaño conflicto. La Europa contemporánea no está plagada de las formas más salvajes de “humanismo ateo”; la segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría lo evitaron poniendo fin al fascismo, al nacionalsocialismo y al marxismo-leninismo. Nuestra Europa de hoy está profundamente marcada por un pariente más amable y moderado que el filósofo canadiense Charles Taylor ha denominado “humanismo exclusivo”. Esto es, una serie de ideas y posiciones políticas según las cuales (y en el nombre de la democracia, los derechos humanos, la tolerancia y el civismo) todo punto de referencia moral y religioso debe ser excluido de la vida pública europea, en especial, de la vida pública de la Unión Europea.
Pero, al mismo tiempo, hay indicios de renovación espiritual y cultural en Europa. Jürgen Habermas, que en su día defendió una forma extrema de humanismo exclusivo, ahora sostiene que una política humana y democrática debe basarse en normas morales que sepamos verdaderas. Aunque tal vez sea más importante el inicio de un nuevo diálogo europeo que desafía la esterilidad del humanismo exclusivo, a la vez que atrae a creyentes y no creyentes por igual. Este diálogo surgió gracias al trabajo en equipo de Joseph Ratzinger, ahora papa Benedicto XVI, y Marcello Pera, un no creyente y filósofo de las ciencias, miembro del Senado italiano (y que hasta el reciente cambio de gobierno en Italia, fue presidente de dicha institución). En un libro escrito conjuntamente, Sin raíces, propusieron un análisis sorprendentemente similar de la crisis europea en su moral civilizadora. Ambos localizaron las caudas en una pérdida de fe en la razón, incluida la razón moral. Además, estos dos distinguidos intelectuales coincidieron en que una “minoría creativa” de hombres y mujeres convencidos de que las verdades que Occidente vive, políticamente hablando, son verdades expuestas a la defensa racional. Estas verdades pueden convertirse en el agente del renacimiento de Europa como una civilización culturalmente segura de sí misma, capaz de dar cuenta de sus aspiraciones políticas. Si Europa empieza a recuperar su fe en la razón, alguien en Europa podrá redescubrir lo razonable de a fe. En cualquier caso, una renovación de la fe en la razón proporcionará un antídoto contra el hastío metafísico y brindará, así, la posibilidad de un nuevo nacimiento de la libertad en Europa.