No es que yo sea un fan del diario La Vanguardia (Barcelona), tal y como es en la actualidad; pero ha sido el periódico con el que he echado los dientes en esto de la comunicación y, de vez en cuando, te sorprende, como con este editorial del día 19 de septiembre de 2010, que debieron encargarle a quien yo me sé.
La valentía de Benedicto XVI
EL papa Benedicto XVI acaba de realizar un valiente viaje a Inglaterra. El Papa alemán (el "pastor alemán", tituló un tabloide inglés poco después de la elección de Joseph Ratzinger como pontífice), el papa de Roma, ha visitado durante cuatro días el país que se enfrentó a muerte a Alemania en la Segunda Guerra Mundial; el país que hace cuatrocientos sesenta y siete años rompió puentes con la autoridad pontificia romana, promoviendo una iglesia nacional, coincidente en el tiempo con la reforma luterana.
Claves del viaje. Comencemos por la dimensión histórica que acabamos de citar. Ha sido la primera visita oficial del papa de Roma a Inglaterra desde que Enrique VIII decretase en 1534 el Estatuto de Primacía (Acts of Supremacy) que declaraba a la corona de Inglaterra como "única cabeza suprema en la tierra de la Iglesia de Inglaterra, llamada Ecclesia Anglicana". Un anterior viaje de Juan Pablo II no tuvo carácter oficial. La reaproximación de Roma a Inglaterra es un hecho histórico de primer orden que ninguna persona que tenga una mínima noción de los fundamentos europeos puede ignorar o minimizar. Por debajo de la confusa espuma de los días, las capas tectónicas de Europa se están moviendo.
La segunda clave podríamos decir que es de orden intelectual. Benedicto XVI ha sido la tercera personalidad extranjera invitada a hablar ante las autoridades británicas en el Westminster Hall, lugar de las primeras sesiones del Parlamento inglés. Antes lo hicieron Charles de Gaulle y Nelson Mandela. En su discurso, que conviene releer, el Papa realizó una decidida defensa del papel de la religión en la vida pública, tomando como referencia la figura de Tomás Moro, condenado a muerte en aquel lugar por defender sus ideas ante el dictado de la autoridad política. "Para los legisladores la religión no debe ser un problema que resolver, sino un contribuyente vital a la conversación nacional", dijo Benedicto XVI. En ese importante discurso, Joseph Ratzinger alertó contra la irrupción de un laicismo agresivo que pretende borrar las huellas de la religión en el espacio público. Dijo el Papa en Westminster: "Cada generación debe preguntarse ¿cuáles son los requerimientos que los gobiernos pueden imponer razonablemente a sus ciudadanos?". Los anglicanos escucharon con mucha atención las palabras del Papa. Estaban presentes en Westminster, David Cameron, Gordon Brown, Tony Blair y Margaret Thatcher. Tercera clave: el diálogo ecuménico con la Iglesia Anglicana, en el marco de la lenta pero posible reaproximación de las diferentes confesiones cristianas. El sector anglicano contrario a la ordenación de mujeres y homosexuales ya ha llamado a la puerta de Roma. Y por último lugar, aunque no lo último -en absoluto- la radical autocrítica por los casos de pederastia en la Iglesia y su encuentro con víctimas de las agresiones sexuales. La Iglesia católica se halla ante un grave asunto que está dañando su credibilidad y su autoridad moral. Esa es la realidad, pero sólo desde la más absoluta mala fe puede afirmarse o sugerirse que Benedicto XVI sea cómplice de tal situación. Al contrario, el mundo hoy conoce lo que ha pasado gracias a la firme determinación del Papa de reparar el grave pecado cometido por ministros de la Iglesia.
Un viaje valiente que ayuda a entender la importancia de la próxima visita de Benedicto XVI a Barcelona.
Por la Libertad, contra la dictadura del relativismo, el laicismo y todo lo políticamente correcto. No tengamos miedo, el único verdadero enemigo está dentro: que los buenos no hagan nada.
lunes, 27 de septiembre de 2010
viernes, 24 de septiembre de 2010
En Westminster Hall
Por Jorge Hernández Mollar, en Málaga, el 24 de septiembre de 2010
La visita del Papa al Reino Unido nos ha dejado, en particular a los católicos, todo un legado doctrinal sobre los complejos y conflictivos debates que sobre materias éticas o morales, se producen en el seno de las sociedades democráticas occidentales.
Acertadamente escogió el Palacio de Westminster, lugar donde fue juzgado y condenado santo Tomás Moro por oponerse a Enrique VIII para no traicionar su conciencia. El contenido de su discurso no era otro que hacer unas profundas reflexiones sobre el vasto campo de la política y la incardinación o, mejor dicho, la proyección personal de las creencias religiosas en esa noble y secular actividad del ser humano.
Lo primero que hizo el Papa fue elogiar el parlamentarismo del que Gran Bretaña es ejemplo y referencia universal, como "democracia pluralista que valora enormemente la libertad de expresión, la libertad de afiliación política y el respeto por el papel de la ley…". No caben, pues, en esa loa a la democracia, a las libertades y a la propia ley, signos de autoritarismo doctrinal ni radicalismo conservador en la mente de quien, por su suprema autoridad, está obligado a defender los principios doctrinales y morales sobre los que se asienta la sociedad humana.
Benedicto XVI plantea como reto para la democracia si el consenso social es suficiente para avalar los principios éticos que sostiene el proceso democrático. La vida política no es un valor absoluto. La persona no puede perder su "individualidad" en su actuar político, en aras de aquellas decisiones colectivas que no tengan un sustento moral o ético aunque cuenten con el consenso social.
El nudo gordiano de la cuestión radica, pues, en una pregunta central: "¿Dónde se encuentra la fundamentación ética de las deliberaciones políticas?". Aquellos que excluyen al individuo como ser integral capaz de proyectar sus principios, sus pensamientos, sus convicciones religiosas en su trabajo ordinario sea la política o cualquier otra, pretenden que su conciencia personal se supedite y se diluya en favor de lo social, lo colectivo, en definitiva en favor del Estado.
El discurso del Papa en Westminster Hall clarifica cuál es el papel de la religión en estas cuestiones: "El papel de la religión en el debate político no es… proponer soluciones políticas concretas, algo que está totalmente fuera de la competencia de la religión. Su papel consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos".
En definitiva, no hay contraposición entre razón y moral, razón y religión. Las dos se necesitan e incluso se corrigen en determinados supuestos. Tan distorsionador, según algunas reflexiones del Papa, es la razón cuando es manipulada por las ideologías como cuando la religión se deforma bajo fórmulas de sectarismo y fundamentalismo. Una y otra pueden actuar de elementos correctores para paliar sus excesos.
Sus palabras alcanzan también al creciente laicismo que, desde la llegada al poder del actual Gobierno socialista, se detecta en la sociedad española: "Desde este punto de vista no puedo menos que manifestar mi preocupación por la creciente marginación de la religión, especialmente del cristianismo, en algunas partes, incluso en naciones que otorgan un gran énfasis a la tolerancia. Hay algunos que desean que la voz de la religión se silencie o al menos que se relegue a la esfera meramente privada".
Huelga decir que recientes debates de la vida política nacional han provocado declaraciones de políticos de la izquierda socialista y comunista en este sentido. Se trata de silenciar a los católicos y que dejen al salir de casa colgadas en el ropero, sus ideas, sus creencias y sus principios y que acepten sin rechistar la aplicación de las leyes que, aun siendo moralmente injustas, tienen la legitimidad de una mayoría que se hace portavoz de un consenso social sin más fundamento que un relativismo materialista y consumidor en todas sus acepciones.
Vale la pena pues, que no sólo los católicos, leamos y estudiemos los discursos y reflexiones de un Papa que, como Benedicto XVI, tratan sólo de aportar serenidad, sensatez y profundidad teológica a las grandes cuestiones que hoy preocupan y angustian a la sociedad en el mundo: los pecados y errores de la propia Iglesia, la crisis económica y moral, los movimientos migratorios y la pobreza, el terrorismo y el fundamentalismo integrista, los conflictos bélicos, las catástrofes medioambientales, etcétera.
La visita del Papa al Reino Unido nos ha dejado, en particular a los católicos, todo un legado doctrinal sobre los complejos y conflictivos debates que sobre materias éticas o morales, se producen en el seno de las sociedades democráticas occidentales.
Acertadamente escogió el Palacio de Westminster, lugar donde fue juzgado y condenado santo Tomás Moro por oponerse a Enrique VIII para no traicionar su conciencia. El contenido de su discurso no era otro que hacer unas profundas reflexiones sobre el vasto campo de la política y la incardinación o, mejor dicho, la proyección personal de las creencias religiosas en esa noble y secular actividad del ser humano.
Lo primero que hizo el Papa fue elogiar el parlamentarismo del que Gran Bretaña es ejemplo y referencia universal, como "democracia pluralista que valora enormemente la libertad de expresión, la libertad de afiliación política y el respeto por el papel de la ley…". No caben, pues, en esa loa a la democracia, a las libertades y a la propia ley, signos de autoritarismo doctrinal ni radicalismo conservador en la mente de quien, por su suprema autoridad, está obligado a defender los principios doctrinales y morales sobre los que se asienta la sociedad humana.
Benedicto XVI plantea como reto para la democracia si el consenso social es suficiente para avalar los principios éticos que sostiene el proceso democrático. La vida política no es un valor absoluto. La persona no puede perder su "individualidad" en su actuar político, en aras de aquellas decisiones colectivas que no tengan un sustento moral o ético aunque cuenten con el consenso social.
El nudo gordiano de la cuestión radica, pues, en una pregunta central: "¿Dónde se encuentra la fundamentación ética de las deliberaciones políticas?". Aquellos que excluyen al individuo como ser integral capaz de proyectar sus principios, sus pensamientos, sus convicciones religiosas en su trabajo ordinario sea la política o cualquier otra, pretenden que su conciencia personal se supedite y se diluya en favor de lo social, lo colectivo, en definitiva en favor del Estado.
El discurso del Papa en Westminster Hall clarifica cuál es el papel de la religión en estas cuestiones: "El papel de la religión en el debate político no es… proponer soluciones políticas concretas, algo que está totalmente fuera de la competencia de la religión. Su papel consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos".
En definitiva, no hay contraposición entre razón y moral, razón y religión. Las dos se necesitan e incluso se corrigen en determinados supuestos. Tan distorsionador, según algunas reflexiones del Papa, es la razón cuando es manipulada por las ideologías como cuando la religión se deforma bajo fórmulas de sectarismo y fundamentalismo. Una y otra pueden actuar de elementos correctores para paliar sus excesos.
Sus palabras alcanzan también al creciente laicismo que, desde la llegada al poder del actual Gobierno socialista, se detecta en la sociedad española: "Desde este punto de vista no puedo menos que manifestar mi preocupación por la creciente marginación de la religión, especialmente del cristianismo, en algunas partes, incluso en naciones que otorgan un gran énfasis a la tolerancia. Hay algunos que desean que la voz de la religión se silencie o al menos que se relegue a la esfera meramente privada".
Huelga decir que recientes debates de la vida política nacional han provocado declaraciones de políticos de la izquierda socialista y comunista en este sentido. Se trata de silenciar a los católicos y que dejen al salir de casa colgadas en el ropero, sus ideas, sus creencias y sus principios y que acepten sin rechistar la aplicación de las leyes que, aun siendo moralmente injustas, tienen la legitimidad de una mayoría que se hace portavoz de un consenso social sin más fundamento que un relativismo materialista y consumidor en todas sus acepciones.
Vale la pena pues, que no sólo los católicos, leamos y estudiemos los discursos y reflexiones de un Papa que, como Benedicto XVI, tratan sólo de aportar serenidad, sensatez y profundidad teológica a las grandes cuestiones que hoy preocupan y angustian a la sociedad en el mundo: los pecados y errores de la propia Iglesia, la crisis económica y moral, los movimientos migratorios y la pobreza, el terrorismo y el fundamentalismo integrista, los conflictos bélicos, las catástrofes medioambientales, etcétera.
domingo, 19 de septiembre de 2010
La dimensión ética de la política
Lo he explicado en cambiaelmundo: como uno siga el viaje del Papa Benedicto XVI al Reino Unido por la mayoría de los medios de comunicación, le habrán escamoteado todo lo verdaderamente importante, por ejemplo, el Encuentro con exponentes de la sociedad civil, del mundo académico, cultural y empresarial, con el Cuerpo Diplomático y con líderes religiosos en el Westminster Hall (City of Westminster), el 17 de septiembre pasado.
Es un discurso importante, en el que el Papa hace un servicio impagable a la moderna sociedad occidental, yendo a la raíz de los males y de las esperanzas de nuestra convivencia. Leerlo, meditarlo, tomar nota y traducirlo en acción política, cultural y religiosa en su más amplio sentido, es la gran aportación que los católicos y las personas de buena voluntad de Gran Bretaña, de Europa y de occidente, comprometidos con la mejora del mundo, pueden hacer.
Copio algunas frases:
Es un discurso importante, en el que el Papa hace un servicio impagable a la moderna sociedad occidental, yendo a la raíz de los males y de las esperanzas de nuestra convivencia. Leerlo, meditarlo, tomar nota y traducirlo en acción política, cultural y religiosa en su más amplio sentido, es la gran aportación que los católicos y las personas de buena voluntad de Gran Bretaña, de Europa y de occidente, comprometidos con la mejora del mundo, pueden hacer.
Copio algunas frases:
En particular, quisiera recordar la figura de Santo Tomás Moro, el gran erudito inglés y hombre de Estado, quien es admirado por creyentes y no creyentes por la integridad con la que fue fiel a su conciencia, incluso a costa de contrariar al soberano de quien era un “buen servidor”, pues eligió servir primero a Dios.
La tradición parlamentaria de este país debe mucho al instinto nacional de moderación, al deseo de alcanzar un genuino equilibrio entre las legítimas reivindicaciones del gobierno y los derechos de quienes están sujetos a él.
Si los principios éticos que sostienen el proceso democrático no se rigen por nada más sólido que el mero consenso social, entonces este proceso se presenta evidentemente frágil. Aquí reside el verdadero desafío para la democracia.
Ya que “toda decisión económica tiene consecuencias de carácter moral” (Caritas in veritate, 37), igualmente en el campo político, la dimensión ética de la política tiene consecuencias de tal alcance que ningún gobierno puede permitirse ignorar.
La tradición católica mantiene que las normas objetivas para una acción justa de gobierno son accesibles a la razón, prescindiendo del contenido de la revelación. En este sentido, el papel de la religión en el debate político no es tanto proporcionar dichas normas, como si no pudieran conocerlas los no creyentes. Menos aún proponer soluciones políticas concretas, algo que está totalmente fuera de la competencia de la religión. Su papel consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos.
lunes, 13 de septiembre de 2010
Pañuelo verde
Por Andrés Ollero, en ABC de Sevilla e Ideal Granada (por lo menos), el 29 de agosto de 2010.
El albero ha sido siempre tierra acogedora. No sólo presta su color para suavizar un marco que exige sol y moscas; se ofrece también sin tasa como generoso espacio público. Puedo presumir de haber pisado el de la Maestranza ya de niño, y no precisamente en un festival para promesas. Se celebraba un festejo vaticano en el que abría cartel Domingo Savio (con falta de ortografía, pensaba yo, ajeno a influjos salesianos); allá que fuimos desde Portaceli los alumnos de los jesuitas, movilizados al efecto, a una liturgia sin toros ni toreros.
Habrá quienes hayan pisado algún ruedo como palmeros de un mitin electoral, en el que ni siquiera se controla si los candidatos se han sometido o no a alguna suerte de afeitado; otros para seguir de cerca un doble de la Copa Davis. Nada digamos de esos ruedos multiuso, con derecho a claraboya, que han acabado proliferando. No hay severo maestrante que, viendo peligrar el tarro de las esencias, ponga el grito en el cielo. Si exige, para evitar profanaciones, que sólo quepa pisar el albero tocado de montera, castoreño, gorra o, al menos, con presentable cornamenta, se lo achacará a resabio de sectarismo excluyente, propio de tiempos felizmente superados por el «tó pal pueblo».
Quien no piensa así es una de esas tribus de verdes que, en régimen de minifundio, aspiran a repoblar la arena política española; así les va. Al parecer, han tropezado con algún exótico mosto y la han cogido laicista. Habían conseguido convencer de que donde esté el amor se vaya al cuerno la guerra, pero ahora proponen una variante: si se trata de amor de fraile, los pacifistas habrán de travestirse en militaristas de estricta observancia. Vaya por Dios…
Estos verdes están en efecto muy verdes. Su portavoz alega que el nuestro es un Estado «aconfesional». Esto impediría, a su errado juicio, beatificar a Fray Leopoldo en unas instalaciones públicas adscritas al Ministerio de Defensa; o sea, celebrar un popular homenaje a Santa Ángela de la Cruz en Tablada. No saben que el Tribunal Constitucional, con motivo de un pedazo de parada militar organizada en Valencia, con ocasión de un centenario de la advocación Virgen de los Desamparados, dejó el asunto bastante claro: las Fuerzas Armadas no sólo pueden participar en actividades religiosas sino incluso organizarlas; no en vano la Constitución obliga a los poderes públicos a tener en cuenta las creencias de la sociedad y cooperar consiguientemente con las demandas ciudadanas.
La verdad es que a mi buena amiga Carmen Chacón la traen loca. Un día le obligan a convertir la salve marinera en himno subversivo; no mucho antes, a que los militares figuren en la procesión del Corpus de Toledo sin bandera, como si fueran un grupo de excursionistas; pero, semana y pico después del Carmelo, el Rey de España da un abrazo de colega al mismísimo apóstol Santiago, como si fuera uno más de los millones de europeos que así vienen haciéndolo desde hace siglos. A dónde vamos a parar, le habrá dicho más de uno a la ministra… Cómo es posible que sigamos esclavizados por estos fetichismos, a pesar de la incansable militancia de las logias de la religión civil. A quien habría que dar culto es a la inmaculada concepción de la neutralidad laicista, convertida ahora en pachamama de esos verdes que intentan desagraviar su enojo.
Hay que reconocer que a la ministra esta vez el alto mando le ha permitido acertar. Ha sacado solemne el pañuelo verde y ha devuelto al portavoz al corral; con la esperanza de que, en su hábitat natural, reflexione con más serenidad que en las áridas pistas de Armilla.
Los Verdes de Andalucía han remitido un escrito a la Ministra de Defensa, pidiéndole que impida la beatificación de Fray Leopoldo de Alpandeire en la base aérea de Armilla, por considerar que es "un acto religioso ajeno al Ejército".(IDEAL 12 agosto 2010)
Habrá quienes hayan pisado algún ruedo como palmeros de un mitin electoral, en el que ni siquiera se controla si los candidatos se han sometido o no a alguna suerte de afeitado; otros para seguir de cerca un doble de la Copa Davis. Nada digamos de esos ruedos multiuso, con derecho a claraboya, que han acabado proliferando. No hay severo maestrante que, viendo peligrar el tarro de las esencias, ponga el grito en el cielo. Si exige, para evitar profanaciones, que sólo quepa pisar el albero tocado de montera, castoreño, gorra o, al menos, con presentable cornamenta, se lo achacará a resabio de sectarismo excluyente, propio de tiempos felizmente superados por el «tó pal pueblo».
Quien no piensa así es una de esas tribus de verdes que, en régimen de minifundio, aspiran a repoblar la arena política española; así les va. Al parecer, han tropezado con algún exótico mosto y la han cogido laicista. Habían conseguido convencer de que donde esté el amor se vaya al cuerno la guerra, pero ahora proponen una variante: si se trata de amor de fraile, los pacifistas habrán de travestirse en militaristas de estricta observancia. Vaya por Dios…
Estos verdes están en efecto muy verdes. Su portavoz alega que el nuestro es un Estado «aconfesional». Esto impediría, a su errado juicio, beatificar a Fray Leopoldo en unas instalaciones públicas adscritas al Ministerio de Defensa; o sea, celebrar un popular homenaje a Santa Ángela de la Cruz en Tablada. No saben que el Tribunal Constitucional, con motivo de un pedazo de parada militar organizada en Valencia, con ocasión de un centenario de la advocación Virgen de los Desamparados, dejó el asunto bastante claro: las Fuerzas Armadas no sólo pueden participar en actividades religiosas sino incluso organizarlas; no en vano la Constitución obliga a los poderes públicos a tener en cuenta las creencias de la sociedad y cooperar consiguientemente con las demandas ciudadanas.
La verdad es que a mi buena amiga Carmen Chacón la traen loca. Un día le obligan a convertir la salve marinera en himno subversivo; no mucho antes, a que los militares figuren en la procesión del Corpus de Toledo sin bandera, como si fueran un grupo de excursionistas; pero, semana y pico después del Carmelo, el Rey de España da un abrazo de colega al mismísimo apóstol Santiago, como si fuera uno más de los millones de europeos que así vienen haciéndolo desde hace siglos. A dónde vamos a parar, le habrá dicho más de uno a la ministra… Cómo es posible que sigamos esclavizados por estos fetichismos, a pesar de la incansable militancia de las logias de la religión civil. A quien habría que dar culto es a la inmaculada concepción de la neutralidad laicista, convertida ahora en pachamama de esos verdes que intentan desagraviar su enojo.
Hay que reconocer que a la ministra esta vez el alto mando le ha permitido acertar. Ha sacado solemne el pañuelo verde y ha devuelto al portavoz al corral; con la esperanza de que, en su hábitat natural, reflexione con más serenidad que en las áridas pistas de Armilla.
viernes, 10 de septiembre de 2010
Laicismo y neopaganismo
Artículo de Carlos Colon, profesor de la facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, en Diario de Sevilla, el martes 24 de agosto de 2010
No comparto la idea cada vez más extendida de que la ausencia de símbolos religiosos, y su sustitución por otros de carácter poético o vagamente pagano, baste para unir a creyentes y no creyentes en una especie de simbología laica no connotada. Especialmente en lo que se refiere a los ritos funerarios o la conmemoración de las víctimas de alguna desgracia. Porque si resulta abusivo para los no creyentes que se diga una misa o se coloque una cruz allí donde se recuerda la tragedia, igualmente abusivo me parece que las víctimas creyentes tengan que ser despedidas o recordadas en los actos colectivos con ritos, símbolos o frases supuestamente neutrales, por así decir aptas para todos los públicos, pero en realidad cargadas de connotaciones.
Estoy seguro de que se trata de una cuestión muy personal que no sólo no compartirán los no creyentes, sino muchos creyentes políticamente correctos que han sido convencidos de que son más tolerantes y progresistas cuanto más disimulen sus convicciones o escondan sus símbolos en los espacios públicos supuestamente neutrales. Sin embargo no creo que, como ha sucedido con los monumentos recientemente inaugurados para recordar a las víctimas de una tragedia aérea, sea necesario, para no herir sensibilidades, recurrir a frases como: "En algún lugar. Siempre en nuestros corazones". O epitafios como: "Que no quede el vacío mientras la luz eterna, como las olas, ilumine el instante efímero de tu partida", escritos con mejores intenciones que resultados para crear un espacio neutral.
Algo parecido sucede con la moda de los Jardines de los Ausentes que, aunque quienes lo promuevan no lo sospechen, recuerda la retórica y mitología pagano-fascista. ¿O no recuerdan como llamaban los falangistas a José Antonio Primo de Rivera? El Ausente.
En España, como Franco se inventó con tanto provecho para él aquella menestra de falangistas, tradicionalistas y conservadores de todo signo a la que llamó el Movimiento, tal vez no se tenga memoria de la fuerza que tuvieron los ritos antijudeocristianos y esotérico-neopaganos entre los nazis (corriente ariosófica y völkisch) y los fascistas (el Imperialismo Pagano de Julius Evola o el fascio-paganismo de Giuliano Kremmerz). Las actuales manifestaciones enlazan, sin quererlo, con ellas; no por la vía del nazismo o el fascismo, afortunadamente, sino por la del neopaganismo, esta vez en versión New Age.
Confundir un espacio público común y asépticamente racional con estos ritos supuestamente laicos está más cerca de estos precedentes neopaganos que de la razón kantiana que alumbró la Ilustración.
No comparto la idea cada vez más extendida de que la ausencia de símbolos religiosos, y su sustitución por otros de carácter poético o vagamente pagano, baste para unir a creyentes y no creyentes en una especie de simbología laica no connotada. Especialmente en lo que se refiere a los ritos funerarios o la conmemoración de las víctimas de alguna desgracia. Porque si resulta abusivo para los no creyentes que se diga una misa o se coloque una cruz allí donde se recuerda la tragedia, igualmente abusivo me parece que las víctimas creyentes tengan que ser despedidas o recordadas en los actos colectivos con ritos, símbolos o frases supuestamente neutrales, por así decir aptas para todos los públicos, pero en realidad cargadas de connotaciones.
Estoy seguro de que se trata de una cuestión muy personal que no sólo no compartirán los no creyentes, sino muchos creyentes políticamente correctos que han sido convencidos de que son más tolerantes y progresistas cuanto más disimulen sus convicciones o escondan sus símbolos en los espacios públicos supuestamente neutrales. Sin embargo no creo que, como ha sucedido con los monumentos recientemente inaugurados para recordar a las víctimas de una tragedia aérea, sea necesario, para no herir sensibilidades, recurrir a frases como: "En algún lugar. Siempre en nuestros corazones". O epitafios como: "Que no quede el vacío mientras la luz eterna, como las olas, ilumine el instante efímero de tu partida", escritos con mejores intenciones que resultados para crear un espacio neutral.
Algo parecido sucede con la moda de los Jardines de los Ausentes que, aunque quienes lo promuevan no lo sospechen, recuerda la retórica y mitología pagano-fascista. ¿O no recuerdan como llamaban los falangistas a José Antonio Primo de Rivera? El Ausente.
En España, como Franco se inventó con tanto provecho para él aquella menestra de falangistas, tradicionalistas y conservadores de todo signo a la que llamó el Movimiento, tal vez no se tenga memoria de la fuerza que tuvieron los ritos antijudeocristianos y esotérico-neopaganos entre los nazis (corriente ariosófica y völkisch) y los fascistas (el Imperialismo Pagano de Julius Evola o el fascio-paganismo de Giuliano Kremmerz). Las actuales manifestaciones enlazan, sin quererlo, con ellas; no por la vía del nazismo o el fascismo, afortunadamente, sino por la del neopaganismo, esta vez en versión New Age.
Confundir un espacio público común y asépticamente racional con estos ritos supuestamente laicos está más cerca de estos precedentes neopaganos que de la razón kantiana que alumbró la Ilustración.
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