Artículo de Carlos Colon, profesor de la facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla, en Diario de Sevilla, el martes 24 de agosto de 2010
No comparto la idea cada vez más extendida de que la ausencia de símbolos religiosos, y su sustitución por otros de carácter poético o vagamente pagano, baste para unir a creyentes y no creyentes en una especie de simbología laica no connotada. Especialmente en lo que se refiere a los ritos funerarios o la conmemoración de las víctimas de alguna desgracia. Porque si resulta abusivo para los no creyentes que se diga una misa o se coloque una cruz allí donde se recuerda la tragedia, igualmente abusivo me parece que las víctimas creyentes tengan que ser despedidas o recordadas en los actos colectivos con ritos, símbolos o frases supuestamente neutrales, por así decir aptas para todos los públicos, pero en realidad cargadas de connotaciones.
Estoy seguro de que se trata de una cuestión muy personal que no sólo no compartirán los no creyentes, sino muchos creyentes políticamente correctos que han sido convencidos de que son más tolerantes y progresistas cuanto más disimulen sus convicciones o escondan sus símbolos en los espacios públicos supuestamente neutrales. Sin embargo no creo que, como ha sucedido con los monumentos recientemente inaugurados para recordar a las víctimas de una tragedia aérea, sea necesario, para no herir sensibilidades, recurrir a frases como: "En algún lugar. Siempre en nuestros corazones". O epitafios como: "Que no quede el vacío mientras la luz eterna, como las olas, ilumine el instante efímero de tu partida", escritos con mejores intenciones que resultados para crear un espacio neutral.
Algo parecido sucede con la moda de los Jardines de los Ausentes que, aunque quienes lo promuevan no lo sospechen, recuerda la retórica y mitología pagano-fascista. ¿O no recuerdan como llamaban los falangistas a José Antonio Primo de Rivera? El Ausente.
En España, como Franco se inventó con tanto provecho para él aquella menestra de falangistas, tradicionalistas y conservadores de todo signo a la que llamó el Movimiento, tal vez no se tenga memoria de la fuerza que tuvieron los ritos antijudeocristianos y esotérico-neopaganos entre los nazis (corriente ariosófica y völkisch) y los fascistas (el Imperialismo Pagano de Julius Evola o el fascio-paganismo de Giuliano Kremmerz). Las actuales manifestaciones enlazan, sin quererlo, con ellas; no por la vía del nazismo o el fascismo, afortunadamente, sino por la del neopaganismo, esta vez en versión New Age.
Confundir un espacio público común y asépticamente racional con estos ritos supuestamente laicos está más cerca de estos precedentes neopaganos que de la razón kantiana que alumbró la Ilustración.
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