Sin embargo el pasado 14 de noviembre hojeé la revista y me atrajo el título del artículo, "Una nueva tiranía", porque rápidamente me recordó su serie de artículos de muy parecido título, "La nueva tiranía", que escribió a comienzos de 2007.
Ha llovido mucho; pero la tiranía sigue acechando y estrechando el cerco, ahora con renovadas artimañas. El artículo que transcribo es, efectivamente, una puesta al día de este proceso, agravado por el perfeccionamiento de las tecnologías de control -los big data y todo eso- y la amputación de las inquietudes espirituales de las personas, que están teniendo su campo de experimentación en la pandemia del virus Covid-19.
Lean, lean, porque parte importante del contra ataque consiste en recuperar la religión. Y es urgente.
Una nueva tiranía
Por Juan Manuel de Prada.
Pero, paralelamente, se produce otro fenómeno no menos evidente, que casi nadie detecta, pues nuestra generación, ahíta de ideologías a la greña, ha sido amputada por completo de inquietudes espirituales. Y tal fenómeno es la supresión de la inquietud religiosa, que desde que estallase la plaga del coronavirus se ha mostrado en todo su apabullante esplendor. Cuando leemos cualquier crónica sobre las plagas que en épocas pasadas han diezmado a la humanidad descubrimos que la inquietud religiosa de las sociedades que las han padecido se agudizaba enormemente; pues, confrontadas con la omnipresencia de la muerte, volvían a hacerse las preguntas que la bonanza y el disfrute de los placeres materiales tienden a silenciar. Pero esta plaga se está distinguiendo, precisamente, por una orgullosa falta de inquietud religiosa, que se palpa incluso en las situaciones más extremas (la tranquilidad con que hemos aceptado que nuestros viejos mueran abandonados, sin atención espiritual de ningún tipo), pero sobre todo en el clima social imperante, en los medios de comunicación, en el debate intelectual, en la expresión artística, que lejos de confrontarse con el misterio de la muerte, lo soslayan u ocultan, empleando las más diversas triquiñuelas escapistas.
Y, aunque nadie se atreva a decirlo, ambos fenómenos están íntimamente ligados. En su Discurso sobre la dictadura, Donoso Cortés explica una ley de la Historia infalible, que vincula el descenso de la religiosidad con el ascenso de la tiranía. La religión brinda a los hombres una «represión interior» que ordena su vida moral; y, a medida que esa ‘represión interior’ desciende, aumenta inevitablemente la «represión exterior» o política. Donoso repasa las distintas fases de la Humanidad, desde una sociedad plenamente religiosa –la que formaban Jesús y sus discípulos– en la que la libertad era completa (pues no existía otra ley que la del amor), hasta las formas cada vez más evolucionadas de represión política, que permiten a los gobiernos dotarse de un millón de brazos –los ejércitos–, de un millón de ojos –la policía–, de un millón de oídos –la burocracia administrativa–, hasta llegar a un punto en que necesitan también «hallarse a un mismo tiempo en todas partes». Un apetito de ubicuidad que Donoso ejemplifica –pronuncia su discurso en 1849– en la invención del telégrafo; pero que los avances de la tecnología han perfeccionado hasta extremos vertiginosos. Donoso hace aquí una pausa temblorosa, amedrentado ante la expectativa de una sociedad en la que el termómetro religioso continúe bajando hasta situarse «por bajo de cero»; pero finalmente se atreve a augurar el surgimiento de «un tirano gigantesco, colosal, universal, inmenso» que ya no se enfrentará a resistencias físicas ni morales, porque para entonces todos los ánimos estarán divididos y todos los patriotismos, muertos.
Y contra esta nueva forma de tiranía que entonces se empezaba a consolidar, Donoso considera que no hay otro antídoto que una «reacción religiosa». Pero, a continuación, lanza esta perturbadora reflexión que el paso del tiempo no ha hecho sino confirmar: «¿Es posible esta reacción? Posible lo es; pero, ¿es probable? Señores, aquí hablo con la más profunda tristeza: no la creo probable. Yo he visto, señores, y conocido a muchos individuos que salieron de la fe y han vuelto a ella; por desgracia, señores, no he visto jamás a ningún pueblo que haya vuelto a la fe después de haberla perdido». Lo que está sucediendo ante nuestros ojos, con la plaga del coronavirus al fondo, no hace sino confirmar los augurios funestos de Donoso. Los nuevos tiranos ya pueden hacer con nosotros albóndigas.
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Foto: atarifa CC
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