miércoles, 3 de febrero de 2021

Notas sobre la verdad

Notas tomadas de la ponencia de Pablo Pérez, Decano de la Facultad de Educación de la Universidad de Piura, titulada «Amor a la verdad», durante un congreso sobre la figura de San Josemaría Escrivá.


La verdad va más allá de la corta capacidad de nuestra inteligencia.
No podemos reducirla a lo que entendemos. El corazón y la inteligencia se hacen grandes mediante la apertura, no mediante la afirmación personal. Y cuando en lugar de mirar la realidad con los ojos turbios de nuestras pasiones e intereses inmediatos (o con los de la razón instrumental, que solo cree en los datos materiales y "verdades" científicas) lo hacemos con los ojos clarificados de la búsqueda sincera de lo que es auténtico, verdadero, justo y humanizador, tanto nuestro propio mundo como nuestro entorno inmediato se dilata, mostrando dimensiones escondidas. 

El hombre moderno piensa que su tarea en el mundo, para ser libre, ha de ser informe. Le molesta recibir el sentido de su tarea desde fuera, haber nacido para algo, y no para lo que se le ocurra en cualquier esquina. De esto dice nuestro santo: «Algunos no oyen, no desean oír, más que las palabras que llevan en su cabeza. Y prefieren seguir en su suerte, fuera del Paraíso, antes de volver a su interior aceptando ese árbol* intocable que es la Voluntad de Dios». 

En los primeros pasos de la filosofía en Grecia, cuando la inteligencia humana, admirablemente preclara en algunos hombres de aquella época, supo rectificar algunas creencias religiosas fuera de toda razón, la mente humana pudo dar alguna luz a aspiraciones de los hombres encerradas hasta entonces en unos mitos religiosos que habían sosegado parcialmente sus corazones. 

El hombre moderno quiso repetir la historia, volviendo de nuevo a la Edad Antigua, al pretender sustituir la fe por la filosofía, primero, y después por la ciencia experimental y la técnica**.  Orgulloso de su inteligencia, quiso dar por sentado que estaba de nuevo ante mitos, así quiso considerar a toda la tradición cristiana. Opuso así revelación y ciencia, contrarios imposibles de aceptar, pues la revelación, si es tal, no admite oposición en la ciencia; y la ciencia, si es verdad, no podrá desmentirla. 

Esta oposición sólo puede mantenerse con la negación de toda posibilidad de revelación, es decir, transformándola, como en aquel mundo antiguo, en mera mitología, en creaciones humanas que consuelen y den pseudo sentido a lo que la ciencia no puede responder. Aunque no pocas veces esas creaciones humanas se transforman en supersticiones ridículas. 

La ciencia positiva sustituye a las certezas provenientes de tradiciones compartidas, o de la fe, pero desde el siglo XX ya se han abandonado las certezas modernas, la creencia en el mito del progreso, y el corazón se encuentra sin verdad, y para calmar el sentimiento, el hombre acude a su imaginación, a diversos modos de placer sin otro sentido que el bienestar que producen. Las múltiples formas de mitologías pseudo-religiosas que ha inventado el mundo moderno, son búsqueda de remedios para un corazón sediento, para un sentimiento que busca expresarse. No estamos ante la esperanza de lo amado, sino en el consumo de la droga que calma la inquietud. La consecuencia es una persecución desesperada tras fantasmas, que mantiene al hombre sin rumbo y constantemente activo.
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* Nota: se trata, evidentemente, del Árbol de la ciencia del bien y del mal
** Nota: el autor no niega la separación entre razón y fe, más bien pone en cuestión que aquella sustituya, englobe a esta.
Foto: Nevada sobre el Santuario de Torreciudad, Huesca, España.

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