Profesor de la Universidad CEU-San Pablo. Doctor en Derecho.
En Análisis Digital, 26 de junio de 2008
El conflicto entre clericalismo y anticlericalismo es una de las manifestaciones más señaladas de la casi continuada crisis en que se ha desenvuelto la contemporaneidad española. Esta crisis sería tan sólo la epidermis de las particulares dificultades que ha hallado en nuestra patria el proceso que la literatura sociológica ha llamado de “modernización”. Y una de las componentes más caracterizadas de tal proceso se encontraría en la gradual secularización de las sociedades. Esta secularización se ha visto en España, como en otras sociedades de arraigada tradición católica, fuertemente contestada por la tenaz y legítima resistencia planteada desde una Iglesia que veía y ve la senda por donde se deslizan las sociedades increyentes y en procesos acelerados de paganización.
En la sociedad española hodierna, la “cuestión religiosa” ha dejado de ser casus belli aunque no motivo de fuertes tensiones entre Gobiernos laicistas y la propia Iglesia católica. Aunque los enfrentamientos no revisten la intensidad de hace setenta, ochenta o cien años, nunca estará de más el que tengamos en cuenta un conflicto que ha sido considerado como “uno de los problemas fundamentales planteados por la crisis española del siglo XX”. Podríamos decir con una de las máximas figuras en el estudio del anticlericalismo, el historiador francés no hace mucho fallecido René Rémond, que éste (y su contrapartida clerical) “es una parte de la historia general de las sociedades europeas durante los dos últimos siglos...sin la cual nuestra comprensión de un capítulo entero de la historia europea moderna se vería severamente comprometido”.
En la literatura histórica que ha profundizado en las vertientes conceptuales o teóricas del conflicto clerical-anticlerical, hallamos la evidencia de la imposibilidad de aislar ambos conceptos, clericalismo y anticlericalismo, más aún, de aprehender el segundo sin una comprensión de lo que significa el primero. De este modo, cuando Romolo Murri quiere en 1912 explicar lo que es “anticlericalismo”, afirmará simplemente: “El anticlericalismo es, como dice la palabra, lucha contra el clericalismo; lucha que tiene muchas formas, según los medios de los que hace uso o los aspectos particulares del clericalismo que ataca”.
Murri lo definía así de cara a una lucha concreta, y dentro del común sentir de los anticlericales del momento, pero estudiosos posteriores, desde el campo de la sociología, de la historia o de la antropología, han hecho lo mismo. Es decir, han definido dialécticamente ambos conceptos, mas poniendo el acento en lo que tiene el anticlericalismo de reacción contra el clericalismo. En España es posible rastrear dicha concepción en Díaz Mozaz, Ullman o Caro Baroja, por poner un ejemplo de cada una de las disciplinas anteriormente citadas. Incluso historiadores como el francés ya citado René Rémond, que reivindican para el anticlericalismo un status superior al de mera “ideología política negativa” terminan por aceptar su inevitable vinculación, empírica y conceptual, a un contrario que le da vida: el clericalismo.
Puestos a formular una propuesta de conceptuación de clericalismo y anticlericalismo, podríamos decir que éste es una actitud, que en determinados momentos históricos deviene militancia activa, de oposición y combate contra el clericalismo, entendido éste como la línea de actuación histórica de sectores eclesiásticos, tanto jerárquicos como seglares, encaminada a implantar o mantener, a través de diversos instrumentos (políticos, culturales, económicos, etc.), y desde una posición de privilegio y de intolerancia hacia otras ofertas, su control ideológico sobre una sociedad civil secular o en trance de secularización y, por tanto, basada sobre unos presupuestos no necesariamente coincidentes con los propugnados por la Iglesia.
Ahora bien, no podemos considerar, en sentido estricto, toda intervención de la Iglesia en la vida pública como una demostración de clericalismo, pues como señala John Devlin: “...el clericalismo no es la mera intrusión del clero en el orden socio-político, sino más bien una intrusión con el propósito de exigir preferencia exclusiva para una fórmula religiosa determinada...”. Sin embargo, en definitiva, también debe tenerse en cuenta que estos matices y sutilezas muchas veces escapan a los anticlericales –o los ignoran intencionadamente-, quienes sólo ven enfrente de sí un enemigo mítico al que batir sin pararse en disquisiciones de alta reflexión o en consideraciones sobre la legitimidad o ilegitimidad de cada uno de sus actos.