viernes, 27 de junio de 2008

Clericalismo y anticlericalismo

Por Luis Sánchez de Movellán de la Riva
Profesor de la Universidad CEU-San Pablo. Doctor en Derecho.
En Análisis Digital, 26 de junio de 2008

El conflicto entre clericalismo y anticlericalismo es una de las manifestaciones más señaladas de la casi continuada crisis en que se ha desenvuelto la contemporaneidad española. Esta crisis sería tan sólo la epidermis de las particulares dificultades que ha hallado en nuestra patria el proceso que la literatura sociológica ha llamado de “modernización”. Y una de las componentes más caracterizadas de tal proceso se encontraría en la gradual secularización de las sociedades. Esta secularización se ha visto en España, como en otras sociedades de arraigada tradición católica, fuertemente contestada por la tenaz y legítima resistencia planteada desde una Iglesia que veía y ve la senda por donde se deslizan las sociedades increyentes y en procesos acelerados de paganización.

En la sociedad española hodierna, la “cuestión religiosa” ha dejado de ser casus belli aunque no motivo de fuertes tensiones entre Gobiernos laicistas y la propia Iglesia católica. Aunque los enfrentamientos no revisten la intensidad de hace setenta, ochenta o cien años, nunca estará de más el que tengamos en cuenta un conflicto que ha sido considerado como “uno de los problemas fundamentales planteados por la crisis española del siglo XX”. Podríamos decir con una de las máximas figuras en el estudio del anticlericalismo, el historiador francés no hace mucho fallecido René Rémond, que éste (y su contrapartida clerical) “es una parte de la historia general de las sociedades europeas durante los dos últimos siglos...sin la cual nuestra comprensión de un capítulo entero de la historia europea moderna se vería severamente comprometido”.

En la literatura histórica que ha profundizado en las vertientes conceptuales o teóricas del conflicto clerical-anticlerical, hallamos la evidencia de la imposibilidad de aislar ambos conceptos, clericalismo y anticlericalismo, más aún, de aprehender el segundo sin una comprensión de lo que significa el primero. De este modo, cuando Romolo Murri quiere en 1912 explicar lo que es “anticlericalismo”, afirmará simplemente: “El anticlericalismo es, como dice la palabra, lucha contra el clericalismo; lucha que tiene muchas formas, según los medios de los que hace uso o los aspectos particulares del clericalismo que ataca”.

Murri lo definía así de cara a una lucha concreta, y dentro del común sentir de los anticlericales del momento, pero estudiosos posteriores, desde el campo de la sociología, de la historia o de la antropología, han hecho lo mismo. Es decir, han definido dialécticamente ambos conceptos, mas poniendo el acento en lo que tiene el anticlericalismo de reacción contra el clericalismo. En España es posible rastrear dicha concepción en Díaz Mozaz, Ullman o Caro Baroja, por poner un ejemplo de cada una de las disciplinas anteriormente citadas. Incluso historiadores como el francés ya citado René Rémond, que reivindican para el anticlericalismo un status superior al de mera “ideología política negativa” terminan por aceptar su inevitable vinculación, empírica y conceptual, a un contrario que le da vida: el clericalismo.

Puestos a formular una propuesta de conceptuación de clericalismo y anticlericalismo, podríamos decir que éste es una actitud, que en determinados momentos históricos deviene militancia activa, de oposición y combate contra el clericalismo, entendido éste como la línea de actuación histórica de sectores eclesiásticos, tanto jerárquicos como seglares, encaminada a implantar o mantener, a través de diversos instrumentos (políticos, culturales, económicos, etc.), y desde una posición de privilegio y de intolerancia hacia otras ofertas, su control ideológico sobre una sociedad civil secular o en trance de secularización y, por tanto, basada sobre unos presupuestos no necesariamente coincidentes con los propugnados por la Iglesia.

Ahora bien, no podemos considerar, en sentido estricto, toda intervención de la Iglesia en la vida pública como una demostración de clericalismo, pues como señala John Devlin: “...el clericalismo no es la mera intrusión del clero en el orden socio-político, sino más bien una intrusión con el propósito de exigir preferencia exclusiva para una fórmula religiosa determinada...”. Sin embargo, en definitiva, también debe tenerse en cuenta que estos matices y sutilezas muchas veces escapan a los anticlericales –o los ignoran intencionadamente-, quienes sólo ven enfrente de sí un enemigo mítico al que batir sin pararse en disquisiciones de alta reflexión o en consideraciones sobre la legitimidad o ilegitimidad de cada uno de sus actos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

La iglesia católica es una farsa

Por Jorge Queirolo Bravo

La iglesia católica es una inmensa farsa dirigida por una pandilla de delincuentes corruptos y mentirosos disfrazados de pastores. ¿Existirán epítetos más adecuados y precisos que éstos para referirse a la jerarquía vaticana? Incluso creo que estoy siendo muy suave, al calificar a esta institución maligna de esa manera tan blanda. Pero son sus seguidores los que tienen la culpa de que ésta sea así, por creer en una sarta de estupideces de grueso calibre, más dignas de una fábula para retardados mentales, que de la realidad imperante y demostrada. ¿Cómo se pueden tragar tanto cuento barato? ¿Desde cuándo una mujer casada puede engendrar hijos y seguir siendo virgen? Esto es lo que continuamente nos dicen de la virgen María, a la que los adherentes a dicho credo tanto veneran. ¿Acaso los fieles católicos no se dan cuenta de que los están engañando descaradamente? ¿No notan que el cristianismo es una tomadura de pelo descomunal?

Lo que en este caso hay que hacer, es abrirle los ojos a la gente y dar a conocer la verdad tal cual es. Solamente así se podrá desenmascarar a esa pieza de teatro burdelesco que es la iglesia católica. El hecho de que haya durado algo más de dos mil años no significa que sea legítima, veraz o confiable, sino que únicamente implica que la comedia fue muy bien urdida. En eso sí que han sido unos maestros, y de los buenos. Un rebaño de crédulos e inocentes no constituye una garantía de la veracidad de los dichos del clero, tan sólo revela lo ingenuos y tontos que podemos ser los seres humanos. Da pena ver la desventura de unos pobres individuos desvalidos que, tal como haría una boa hambrienta enroscándose en el frágil cuerpo de su presa que va a tragar, son envueltos con los embustes del clero católico y la fe perniciosa que éste representa. Esos desgraciados seres de los que hablo son los feligreses, cuya cifra afortunadamente va en franco retroceso desde hace muchos años. Que la buena suerte y el raciocinio se apiaden de ellos. La razón es, al fin y al cabo, el peor enemigo de las religiones. ¿No es cierto? ¿Alguien me quiere rebatir?

Alberto Tarifa Valentín-Gamazo dijo...

Hola Jorge, bienvenido a este blog. Voy a procurar pasar por alto unas cuantas cosas que se me ocurren a leer tu comentario y a rebatir per breviorem

La Iglesia Católica ha sido fundada por Dios mismo y tiene su constante asistencia, es depositaria de la verdad revelada sobre Dios y el hombre, que expone con generosidad y valentía, dando la vida (lirealmente muchísimas veces) para que todos los que quieran encuentren el sentido de su vida y la felicidad en la eterna.

Los creyentes seguimos una doctrina excelente, la más bella y grandiosa que existe, porque la encontramos razonable, responde a los más íntimos anhelos y nos da la real gana. El clero nos ayuda a profundizar en esa doctrina; pero sobre todo a vivirla mediante los Sacramentos. No estamos engañados, señor Queirolo, somos plenamente culpables de lo que hacemos.

La misma dificultad de la vida cristiana plena debería ser un indicio de que nadie quiere embaucar al "pobres individuos desvalidos"; más bien ese es el engaño de los del "disfruta la vida".

En cuanto a la Virgen, ya de antiguo se resolvió el misterio: "Convenía, Dios podía hacerlo, luego lo hizo". Pero así como usted no tiene por qué creerlo, no veo por qué le molesta que otros lo creamos.