Por Manuel Cruz, en Análisis Digital, el 9 de septiembre de 2008
En su número de septiembre, el mensual "progresista" francés “Le Monde Diplomatique”, publica un artículo del periodista Michel Cool (1) dedicado a la “crisis del catolicismo europeo” y en el que analiza lo que llama “el combate cultural de los episcopados”, con una alusión concreta a los “casos” de España, Italia y Polonia, para concluir que el jefe de la Iglesia católica sostiene sin pestañear el “combate” frontal que llevan a cabo los episcopados español e italiano contra sus “bestias negras”, es decir, el secularismo y el relativismo...
Así, a partir de la reciente Jornada de la Juventud de Sidney y la elección de Madrid para la siguiente edición, en 2011, el autor se pregunta si España, país que ya visitó Benedicto XVI en 2006, no se habrá convertido, a ojos del Papa, en lo que fue Polonia para Juan Pablo II, es decir, un puesto de vanguardia en la “reconquista católica” de una Europa que deriva hacia el relativismo.
La teoría da pie al periodista para analizar someramente la actitud de la Iglesia española a partir de la victoria socialista en las legislativas de 2004 y que, a su juicio, ha supuesto un auténtico “pulso” entre el poder y el episcopado “dirigido por un representante de su ala conservadora e intransigente: monseñor Antonio María Rouco Varela, cardenal-arzobispo de Madrid” al que define como un jurista “de pensamiento rectilíneo” y autor de una tesis doctoral sobre las relaciones Iglesia-Estado en el siglo XVI –el de la Contrarreforma- y que “parece nostálgico de una época en la cual era cosa natural la influencia de la Iglesia”.
Planteado su análisis desde la perspectiva de una pugna de poder entre un Gobierno que legisla en clave relativista y un episcopado que se comporta como si fuese una “ciudadela asediada”, Michel Cool rehuye, acaso por desconocimiento, un estudio más profundo de la realidad española para llegar a una conclusión simplista y deformadora: que el episcopado se niega a reconocer el pluralismo de la sociedad y que lo que se echa de menos en los dos campos, sobre todo en el lado de los obispos, son “espíritus abiertos” e inteligentes como el de Vicente Enrique y Tarancón que ya había comprendido, cuando presidía la Conferencia Episcopal, que la “recatolización” de España “era ilusoria”, una apreciación que parece sacada de contexto en la medida que ningún miembro de la Iglesia puede abdicar del apostolado, inseparable de su misión.
Aunque el articulista pretende describir un estado de la situación en España con medias verdades, que luego compara con la de Italia y Polonia para asentar la “crisis del catolicismo europeo”, lo que se echa de menos en su análisis es una alusión al problema de fondo que define las tensiones que registra la sociedad española a partir de la primera victoria de Zapatero: la pretensión del Gobierno socialista de convertirse en único “legislador moral” –lo que viene a desvirtuar el pluralismo que pretende defender- reduciendo a la esfera privada los valores cristianos fundados en la verdad y la libertad. Años atrás, el entonces cardenal Ratzinger ya escribió largo y tendido sobre las relaciones del cristianismo y la democracia y ha dejado bien sentado que la exigencia pública de la verdad, propia de la fe, no puede perjudicar ni al pluralismo ni a la tolerancia religiosa del Estado, pero que de ello no puede deducirse una plena neutralidad del Estado respecto a los valores; en otra palabras, que el Estado debe saber que existe una base de verdades que no está sometida al consenso sino que lo anticipa y lo hace posible. En este sentido, el cristianismo no puede renunciar a su dimensión pública y bien podría citarse en este contexto la defensa que la Iglesia de España ha asumido del derecho de los padres a la educación moral de los hijos, recogida en la Constitución y vulnerada con la asignatura obligatoria de “Educación para la Ciudadanía”.
El problema consiste en que en España, el Gobierno no reconoce siquiera la aportación humanista del cristianismo que, a su vez, nunca podrá renunciar a su verdad interna. No estamos, por tanto, ante una crisis del catolicismo que se manifiesta en el rechazo de su verdad –que la Iglesia está obligada a proclamar- por parte de un Gobierno laicista, sino, en todo caso, ante una crisis de entendimiento entre el poder temporal y el espiritual. La situación se agrava en función de una ausencia lacerante de pensadores realmente independientes en el ámbito de la laicidad, al estilo de lo que fue en Italia Indro Montanelli o el que fuera presidente del Senado italiano, Marcello Pera. ¿Es concebible siquiera, un diálogo público de corte filosófico entre un político socialista y “católico” como José Bono y el cardenal Rouco, pongamos por caso, como el que mantuvieron en su día Benedicto XVI y Pera?
Y si bien es verdad que la Iglesia no pretende poder temporal alguno, ni puede imponer su fe en Cristo como Hijo de Dios, del mismo modo no podría admitir, sin alzar su voz, que sea el Estado el que determine la forma de pensar de los ciudadanos y, en definitiva, de definir el bien y el mal. Es obvio que existe una pugna, que se remonta al comienzo de los tiempos: la verdad contra el engaño. Y también lo es que la Iglesia tendrá siempre que proteger a sus fieles contra los ataques del laicismo beligerante y dejar bien claros sus criterios a propósito de leyes nefandas como la que ahora proyecta Zapatero para declarar libre el aborto ¡y el suicidio asistido!... Otra cosa es que una parte de la sociedad las acepte y que, incluso, considere el relativismo como un instrumento de progreso y liberación, por mucho que se equivoque y se deje seducir por el mensaje "progresista"...
A este propósito el articulo de Michel Cool tampoco acierta cuando afirma que lo episcopados europeos han reducido su intervención pública a defender los “valores no negociables” considerados como cuestiones éticas como son el aborto, la procreación asistida o la eutanasia. Es mucho más lo que la Iglesia defiende, empezando por la libertad, la justicia, la familia y la dignidad humana como derechos inseparables de la democracia. Y, por encima de todo, lo que defiende y proclama es la fe, la esperanza y el amor para quien quiera oír el mensaje. En todo caso, la historia –que está jalonada de crisis- está lejos de haber terminado...
1. Michel Cool es un periodista especializado en temas de la Iglesia, autor de “Mensaje de silencio” (Albin Michel, Paris, 2008) y “Lourdes, ayer y hoy”, (Desclée de Brouwer, Paris, 2008)
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