martes, 22 de mayo de 2007

La dictadura del pensamiento único

La falacia anti-conservadora consiste en atribuir las posturas morales del adversario a meras preferencias personales

Jaime Rodríguez-Arana. Catedrático de derecho administrativo. En analisisdigital, el 27 de julio de 2005

Es frecuente, muy frecuente en este tiempo, escuchar que todo es relativo, que no se pueden alcanzar verdades objetivas sobre las cosas, qué no se puede imponer ningún criterio moral… Afirmaciones, todas ellas, originadas por esa dictadura del relativismo que, sencillamente, intenta impedir, con uñas y dientes, que mortal alguno pueda tener convicciones morales. Pareciera como si hasta estuviera mal visto el empeño, el intento por buscar la verdad.

En este ambiente de pensamiento único que lamentablemente impera entre nosotros debido a esta sociedad en la que prolifera ese perfil de persona distante, calculadora, fría, que ni siente ni padece, y que sólo aspira, como sea, a alcanzar poder, dinero o notoriedad, encuentra el terreno abonado esa dictadura del pensamiento único que impide a los demás tener convicciones y que justifica la gran convicción: toda vale con tal de que me mantenga en el poder, amase una buena fortuna o procure desarrollar un marketing personal sin límites. Esta es la nueva ideología, no tan nueva me parece, que todo lo permite y que todo lo justifica

Estando pensando sobre estas cuestiones, me topo en el número 77 de Aceprensa de este año con una referencia a un artículo del filósofo Edward Fraser, conocido como comentarista de Robert Nozick, que me abre los ojos sobre lo que este autor denomina la falacia anticonservadora.

Hoy quien se manifiesta de izquierdas presume de que la izquierda es la expresión genuina de la moral, de la ética, porque la gente de izquierdas, qué le vamos a hacer, ha nacido concebida por esa especial gracia que garantiza el acierto en toda circunstancia y espacio. La izquierda siempre tiene la razón. Claro, esta manera de configurar una ideología que, es cierto, ha incrustado en la realidad una relativa sensibilidad social, lleva a descartar cualquier proyecto o propuesta por la sencilla y gran razón de que lo bueno sólo puede venir de esta orilla, pues es metafísicamente imposible que salga algo bueno al margen de esta ideología.

Pues bien, Fraser llama la atención sobre la contradicción que supone negar a los demás la posibilidad de tener y expresar convicciones morales, mientras uno, si es de izquierdas, se puede permitir el lujo de calificar sus decisiones de decentes, morales éticas y no se cuántas lindezas más. Incluso hasta hay quien se atreve a afirmar que ya era hora de que la ética y la moral, por fin, resplandeciera entre nosotros. Ahora bien, si una persona bienintencionada, por ejemplo, replica ante la aprobación del matrimonio para personas del mismo sexo o ante determinadas medidas de discriminación positiva, que tal modo de proceder implica imponer unas ideas, quizás polémicas, hasta quizás no mayoritarias, a los demás, entonces se levantara de inmediato el hacha de guerra contra quien ha osado desafiar al guardián de la moral única y legítima para condenarlo a las tinieblas exteriores, a la más feroz excomunión que jamás humano padeció. Eso sí, sin argumentos, sin razones porque cómo no existen sólo queda el poder de laminar y excluir al adversario. Y, para ello, no se repara en estrategias y tácticas mediáticas alimentadas por el odio y la manipulación.

Para Fraser el truco dialéctico en que consiste la falacia anti-conservadora es bien sencillo y prospera porque el miedo a la libertad y al pensamiento plural es bien patente en una sociedad plana en la que, en casi todos los ámbitos, resulta gravoso expresar las propias ideas como no sea para buscar el agrado y al aplauso. Veamos: esta falacia suele esgrimirse contra los calificados de conservadores o reaccionarios por los grupos liberales, socialistas y feministas. La falacia, dice Faser, consiste en atribuir las posturas morales del adversario a meras preferencias personales, sin conceder la posibilidad de que sus preferencias deriven de juicios que pueden ser verdaderos y, por tanto, universalmente válidos. Así, sin más, se descartan los criterios del adversario sin rebatirlos y se da por supuesto lo que interesa: que el otro no tiene razones para justificar su postura.

La razón de esta peculiar forma de revelación del pensamiento único brota del convencimiento de que no hay más verdad que la mía y que, lejos de debatir sobre ella –siempre hay miedo al debate libre y mucho apego a la discusión trucada- lo que procede sin más dilaciones es su imposición sobre la realidad cuanto antes. Qué hay manifestaciones de cientos de miles de personas en contra, mejor porque qué pena que la mayoría esté tan ofuscada y engañada sin tener la dicha de encontrar la nueva decencia que todos, absolutamente todos, necesitamos para nuestra realización.

Cuándo se dice que no se puede imponer a los demás mis convicciones o puntos de vista moral sobre determinadas cuestiones, conviene llamar la atención sobre algo que no siempre se tiene presente. Los nuevos defensores del pensamiento único, los adalides de la nueva dictadura del relativismo, parten de la base de que las afirmaciones morales como mucho no son más que meras afirmaciones personales que deberían quedar encerradas en el estrecho reducto de la conciencia personal, porque para dictar los postulados de lo que es bueno o malo, decente, como se dice ahora, está el gran hermano. Es decir, las convicciones no pueden imponerse a quienes no comparten estos puntos de vista, eso sí, salvo que sea la nueva izquierda salvadora del hombre quien deba, de una vez, salvar al género humano del paleolítico de lo conservador. Entonces, cuándo es la izquierda quien manda, entonces sí que se pueden imponer las preferencias morales porque resulta que está en la cúpula la misma expresión de la bondad, de lo benéfico y de la tolerancia y entonces sí que todo vale, todo se justifica, incluso esa imposición de la moral tan denostada cuándo no se está en el poder.

Llegados a este punto sí quisiera hacer una glosa breve del pensamiento socialista para decir que frente a lo que para mí es la mejor tradición del pensamiento socialista, hoy el socialismo dirigente ha preferido la deriva libertaria e insolidaria que lleva al radicalismo egoísta y a la muerte del pensamiento plural. En fin, el recurso a esta falacia tan utilizada en este tiempo parte de la fuerza de la ignorancia, del sueño de una ciudadanía a la que acaricia ese despotismo blando tan de moda hoy que dificulta el pensamiento crítico y que lamina a quien se atreve a opinar en contra de la tecnoestructura como hemos comprobado días atrás en sede parlamentaria por dos ocasiones, y sobre todo, de la gigantesca operación de manipulación y engaño a que se somete a la gente de bien, a esa mayoría a la que se pretende engañar con proyectos y propuestas que llevan el germen de la marginación, de la exclusión y del rechazo a quienes hoy más que nunca hay que defender: a tantos millones de seres que están a punto ser, valga la redundancia, a tantos millones de seres que están a punto de dejar de ser, y a tantos millones de seres a quienes ni siquiera se les pregunta por su futuro en un de los mayores ejercicios de autoritarismo que podemos recordar.

Otrosí digo: si escribo estas cosas en estos términos tan respetuosos con las personas que defienden posiciones contrarias a las mías, es porque la persona, piense lo que piense, me merece todos los respetos. Tengo la convicción de que hoy quienes estamos en minoría defendiendo a quienes no tienen voz para exponer sus argumentos, mañana seremos calificados de progresistas y quienes promueven o amparan estas prácticas que castigan tan injustamente a la dignidad de las personas, serán calificados como los verdaderos retrógrados . El tiempo, que es el mejor juez, será quien lo testifique.

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