Pensar que cualquier novedad es, por sí misma, buena, constituye la más peligrosa superstición
Por Ignacio Sánchez Cámara, en La Gaceta, el 16 de abril de 2007
Es tan viejo el diagnóstico de la decadencia de Europa que algún día llegará a cumplirse. Pero no parece que ese día haya llegado ya. Para los deterministas e historicistas, todo pronóstico termina por realizarse; sólo es cuestión de darle tiempo. Para quienes no somos progresistas ni reaccionarios (aunque nos resulte más verosímil la hipótesis de la edad de oro que la de la utopía final), ni pensamos que el futuro esté determinado, la decadencia de Europa es tan posible como evitable. La clave estriba en evitar la superchería del progresismo. Pensar que cualquier novedad es, por sí misma, buena constituye la más peligrosa superstición. El progresista piensa que el futuro es aquello hacia lo que apunta su nariz. No considera la posibilidad de que su olfato se equivoque. Por eso, todo progresismo es decadente; porque nunca se detiene a pensar si avanza hacia la decadencia. La más extraña paradoja es que el progresismo se haya convertido en una tradición y un dogma: la tradición moderna por antonomasia. Nadie es hoy, entre nosotros, tan conservador como el que es progresista. Cuenta Leszek Kolakowski la orden que un día escuchó en un tranvía de Varsovia: “¡Avancen hacia atrás, por favor!” Acaso sea esto lo que hacemos hoy en Europa: avanzar hacia atrás, progresar hacia la decadencia, en lugar de retornar al verdadero progreso, que es el del espíritu y la cultura superior.
Por reales y agresivas que puedan ser las amenazas exteriores, el mayor peligro de la cultura europea procede de ella misma. Como afirma MacIntyre, los bárbaros no aguardan al otro lado de nuestras fronteras, sino que se encuentran entre nosotros, llevan incluso algún tiempo gobernándonos. Y esta barbarie interior tiene su más profunda causa en la pretensión de elaborar una cultura en la que el sentido esté ausente. El materialismo, el cientismo y el positivismo tienden a la exclusión del sentido; en cierto modo, se fundamentan en ella. Al abolir la filosofía, excluyen la búsqueda del fundamento y del sentido. Y al excluirlos, los niegan. Podemos así conocer la realidad (material) y describirla, pero, en ningún caso, desentrañar su sentido ni encontrar su fundamento. La única consecuencia posible es el nihilismo y la negación del espíritu. El arte se convierte así en entretenimiento, experimento y autoexpresión, pero renuncia a expresar la realidad espiritual, que fue la tarea del gran arte europeo. Por no hablar de la ética, reducida al producto del consenso y a la búsqueda de una moral indolora y antiheroica. Vivimos una cultura, es un decir, muy perspicaz para la percepción de los valores inferiores y ciega para la visión de los superiores. En estas condiciones, la crítica de la decadencia resulta casi optimista, pues aún pretende poder evitarla. Hay ocasiones, quizá la nuestra sea una de ellas, en las que clamar contra la oscuridad del presente es una forma suprema de la esperanza. Y lo más ridículo es que una época sumida en las tinieblas se considere paradigma de la ilustración y depositaria de las luces. En otro tiempo, éramos enanos a hombros de gigantes. Hoy, más bien parecemos tuertos guiados por un ciego. Invertimos el platónico mito de la caverna: elogiamos a los prisioneros y desdeñamos a los liberados.
En estas condiciones, sólo la filosofía, es decir, el saber acerca del sentido y el fundamento, puede salvarnos. Pero los enemigos, acaso inconscientes de serlo, de la cultura europea ya se las han apañado para que el genuino sentido de la filosofía casi haya desaparecido, para ser suplantada por lo que no lo es. En este sentido, peor que la falta de filosofía es su suplantación por otras cosas, la pretensión de hacer pasar por filosofía lo que no lo es. Al parecer, dijo en una ocasión Ludwig Wittgenstein, después de haber escuchado una conferencia carente de interés: “Un mal filósofo es como un propietario de casas miserables. Mi trabajo es echarlo fuera del negocio”. Entonces, la tarea de la filosofía quizá consista hoy en expulsar a los mercaderes del templo de Atenea, antes de emprender la misión de construir una filosofía a la altura del tiempo. Mientras, vivimos como sonámbulos que se tambalean en un mundo del que se ha expulsado su sentido. Y no faltan quienes estiman que la más elevada sabiduría consiste en constatar su propia ceguera. Son fatuos que, en su soberbia, declaran que nada tiene sentido. Bien podría decirse de ellos que el vacío que creen ver en la realidad no es sino la proyección del vacío y el sinsentido que albergan en su interior. Se equivocan quienes piensan que es fácil oponerse al espíritu dominante en nuestra época. Si es dominante es porque tiene mucho poder. Y desalojarlo del poder, que ilegítimamente ocupa, es tarea que sólo pueden emprender espíritus heroicos, que estén dispuestos a hacerlo de una manera indirecta y oblicua. Es preciso, como afirmó Wittgenstein, ponerse del lado del error para conducirlo hacia la verdad. Pues por nada siente el error más aversión que por la verdad. Para un espíritu educado, es decir, para un espíritu, toda cosa tiene sentido. Y todas las cosas, en su totalidad, tienen un sentido absoluto.
Por la Libertad, contra la dictadura del relativismo, el laicismo y todo lo políticamente correcto. No tengamos miedo, el único verdadero enemigo está dentro: que los buenos no hagan nada.
lunes, 30 de abril de 2007
miércoles, 25 de abril de 2007
Hacia una sociedad laicista.De Nietzsche a Zapatero
Por Justo Aznar, en Las Provincias, el 24 de abril de 2007
Si se analizan algunas de las leyes promovidas por el actual equipo de gobierno de nuestro país, no es difícil comprobar que gran parte de ellas se refieren a temas con una gran repercusión moral. El divorcio express, los matrimonios entre homosexuales, la legalización de la clonación humana, el uso de embriones humanos para experimentación, la utilización de células madre embrionarias para investigaciones biomédicas, la autorización del uso del diagnóstico genético preimplantacional, la producción de niños de diseño, la promoción de la píldora del día después, etc., todas ellas son disposiciones legales que en sí mismas conllevan aparejadas importantes repercusiones éticas.
La guinda de este pastel laicista es el proyecto de ley 121/000104, de 28 de marzo de 2007, que trata de regular la investigación biomédica en España. No cabe duda que en dicho texto legal existen aspectos positivos, que especialmente se refieren a la regulación administrativa del proceso investigador y que fundamentalmente se pueden concretar en:
- dar cobertura jurídica y establecer las condiciones legales para la investigación biomédica;
- proteger algunos derechos de los ciudadanos relacionados con este tipo de investigaciones y
- establecer normas jurídicas que garanticen la protección de la salud, el consentimiento informado y el derecho a la investigación.
Pero, sin duda, el aspecto de mayor trascendencia ética de este proyecto de ley es que va a permitir, por primera vez en nuestro país, la transferencia nuclear somática, es decir, la clonación humana. Se va a permitir que legalmente se puedan clonar -producir- seres humanos que después podrán ser utilizados para experimentaciones biomédicas, siendo la gran mayoría de ellos destruidos. Algo que, a mi juicio, es de una gravedad ética inusitada.
Pero, ¿es casual esta actitud gubernamental?, ¿puede no estar planificado este intento de cambiar el pensamiento moral de nuestra sociedad?, ¿o mejor puede ser consecuencia este desarrollo legislativo de un programado plan laicista de nuestros gobernantes? Yo me inclino por esto último y, además, pienso que es un plan probablemente derivado de una profunda motivación intelectual. En efecto, en relación con ello me parece de interés recordar aquí un pensamiento de Nietzsche, que se recoge en un interesante libro, Sin raíces, del que son autores Marcello Pera, profesor de filosofía del Derecho de la Universidad de Padua, y en ese momento presidente del Senado italiano, y el entonces cardenal Ratzinger, que un año después llegaría a ser Benedicto XVI. Afirma Nietzsche: «Hasta ahora el cristianismo ha sido atacado de un modo equivocado, mientras la moral del cristiano no se conciba como un crimen capital contra la vida, sus defensores lo tendrán siempre fácil. La cuestión de la verdad del cristianismo es un cosa completamente secundaria, mientras no se aborde la cuestión de la moral cristiana». Es decir, según Nietzsche, lo importante, el paso fundamental, para destruir el cristianismo es atacar sus principios morales.
Y esto que Nietzsche proponía como una meta intelectual es lo que al parecer nuestro Gobierno se ha propuesto como objetivo político para acabar con la cultura cristiana de nuestro país, al intentar cambiar gran parte de los valores morales que hasta ahora han regido en nuestra sociedad. Al parecer, nuestros gobernantes, haciendo caso a Nietzsche, no quieren errar el camino para implantar el más rampante laicismo. Ciertamente, no sé si Zapatero lo sabe, ni si ha fundado en el pensamiento del filósofo alemán las bases de su programa político, pero de lo que estoy seguro es de que sí lo saben los que saben lo que él tiene que saber, para luego ejecutarlo, como está haciendo.
Si se analizan algunas de las leyes promovidas por el actual equipo de gobierno de nuestro país, no es difícil comprobar que gran parte de ellas se refieren a temas con una gran repercusión moral. El divorcio express, los matrimonios entre homosexuales, la legalización de la clonación humana, el uso de embriones humanos para experimentación, la utilización de células madre embrionarias para investigaciones biomédicas, la autorización del uso del diagnóstico genético preimplantacional, la producción de niños de diseño, la promoción de la píldora del día después, etc., todas ellas son disposiciones legales que en sí mismas conllevan aparejadas importantes repercusiones éticas.
La guinda de este pastel laicista es el proyecto de ley 121/000104, de 28 de marzo de 2007, que trata de regular la investigación biomédica en España. No cabe duda que en dicho texto legal existen aspectos positivos, que especialmente se refieren a la regulación administrativa del proceso investigador y que fundamentalmente se pueden concretar en:
- dar cobertura jurídica y establecer las condiciones legales para la investigación biomédica;
- proteger algunos derechos de los ciudadanos relacionados con este tipo de investigaciones y
- establecer normas jurídicas que garanticen la protección de la salud, el consentimiento informado y el derecho a la investigación.
Pero, sin duda, el aspecto de mayor trascendencia ética de este proyecto de ley es que va a permitir, por primera vez en nuestro país, la transferencia nuclear somática, es decir, la clonación humana. Se va a permitir que legalmente se puedan clonar -producir- seres humanos que después podrán ser utilizados para experimentaciones biomédicas, siendo la gran mayoría de ellos destruidos. Algo que, a mi juicio, es de una gravedad ética inusitada.
Pero, ¿es casual esta actitud gubernamental?, ¿puede no estar planificado este intento de cambiar el pensamiento moral de nuestra sociedad?, ¿o mejor puede ser consecuencia este desarrollo legislativo de un programado plan laicista de nuestros gobernantes? Yo me inclino por esto último y, además, pienso que es un plan probablemente derivado de una profunda motivación intelectual. En efecto, en relación con ello me parece de interés recordar aquí un pensamiento de Nietzsche, que se recoge en un interesante libro, Sin raíces, del que son autores Marcello Pera, profesor de filosofía del Derecho de la Universidad de Padua, y en ese momento presidente del Senado italiano, y el entonces cardenal Ratzinger, que un año después llegaría a ser Benedicto XVI. Afirma Nietzsche: «Hasta ahora el cristianismo ha sido atacado de un modo equivocado, mientras la moral del cristiano no se conciba como un crimen capital contra la vida, sus defensores lo tendrán siempre fácil. La cuestión de la verdad del cristianismo es un cosa completamente secundaria, mientras no se aborde la cuestión de la moral cristiana». Es decir, según Nietzsche, lo importante, el paso fundamental, para destruir el cristianismo es atacar sus principios morales.
Y esto que Nietzsche proponía como una meta intelectual es lo que al parecer nuestro Gobierno se ha propuesto como objetivo político para acabar con la cultura cristiana de nuestro país, al intentar cambiar gran parte de los valores morales que hasta ahora han regido en nuestra sociedad. Al parecer, nuestros gobernantes, haciendo caso a Nietzsche, no quieren errar el camino para implantar el más rampante laicismo. Ciertamente, no sé si Zapatero lo sabe, ni si ha fundado en el pensamiento del filósofo alemán las bases de su programa político, pero de lo que estoy seguro es de que sí lo saben los que saben lo que él tiene que saber, para luego ejecutarlo, como está haciendo.
martes, 24 de abril de 2007
La dictadura progre
Pablo Molina, Editorial Sekotia.
SINOPSIS
Pablo Molina estudia en este libro las claves del fenómeno contracultural del progresismo y la forma en que ha acabado destrozando la cultura y moral occidentales. El progre actual es el nieto del marxista clásico, igual de sectario que aquél aunque situado un peldaño más arriba en el nivel de sus majaderías. Es lo normal cuando, en materia de formación, se sustituyen toneladas de literatura granítica sobre dialéctica marxista por los sesudos debates de Crónicas Marcianas. El progresismo es una religión. Laica, pero una religión al fin y al cabo, con sus dogmas, sus numerosas congregaciones, sus profetas y sus verdades reveladas. Tal vez por ello, los vicarios de la secta se atreven a dictar al mundo diariamente cómo debe conducirse. Sin embargo, por alguna extraña razón, ninguno de los referentes intelectuales de la progresía contemporánea se siente obligado a observar en su conducta privada aquello que exige con tanta fiereza a los demás. En el presente libro encontrará el lector múltiples y divertidísimos ejemplos de esta curiosa forma de interpretar la moral pública, de Almodóvar a Ramoncín, pasando por Noam Chomsky y el resto de bobos solemnes que integran el submundo de la farándula.
La dictadura progre es, además, un sugestivo alegato a favor de la libertad individual y una útil herramienta para enfrentarse con éxito a los embates del gregarismo colectivista patrocinado por la izquierda. Pero tal vez el mejor argumento para recomendarlo sea éste: "Pep" Rubianes jamás lo compraría.
Entrevista al autor
Hablamos con Pablo Molina, autor de La dictadura progre. Apuntes de un reaccionario.
Dice el diccionario de la RAE que progre es sinónimo de progresista, aquel que es de ideas políticas y sociales avanzadas enfocadas a la mejora y adelanto de la sociedad. ¿Algo que objetar?
No. Estoy de acuerdo en que ésa es la definición canónica del progreso tal y como lo entendemos en las sociedades occidentales. El problema es que los que se envuelven en la bandera de ese supuesto progresismo, lo que realmente hacen es divulgar unas ideas contrarias a lo que ese progreso se supone.
¿Esa es precisamente la razón por la que ha titulado su libro La dictadura progre?
En parte sí, porque todo este magma contracultural está tan extendido por los medios de comunicación, por los ambientes intelectuales, por la educación y demás, que actúa prácticamente como una dictadura silenciosa. Es muy raro, y en algunos ámbitos un rasgo de heroicidad, que alguien enarbole estos principios que son los que tradicionalmente han defendido las clases conservadoras. Al hablar de dictadura, evidentemente no estoy hablando de un sistema político al uso, como se entiende normalmente, sino a esa especie de medio ambiente cultural opresivo que trata de imponer sus dogmas como una verdad de fe.
En su opinión, por tanto, ¿la dictadura progre es la responsable de lo que algunos llaman división de España?
Hombre, en parte así es; quiero decir que los efectos de esta cosmovisión progre son tan disolventes que cuando se ponen en práctica, sobre todo cuando se llevan a la práctica desde el poder, pues ocasionan todo este tipo de cataclismos sociales. Es lo típico del pensamiento adolescente, de gente que a pesar de ser más bien talludita, sigue con los rasgos típicos y las conductas de los adolescentes. Claro, la diferencia es que los adolescentes, aunque hagan muchas barbaridades, siempre están sus papás detrás que al final lo solucionan; el problema es cuando a los de pensamiento adolescente los pones a dirigir a la novena potencia mundial, el desaguisado puede se monumental y así lo estamos viendo.
¿Qué le sugiere la palabra "talante"?
Talante es un sustantivo y no un adjetivo como lo utiliza nuestro querido presidente del gobierno, Zapatero. Talante además es una palabra que la primera vez que se utilizó en la política española lo hizo José Antonio Primo de Rivera. El talante es un dogma más, es un mantra más que sirve para camuflar todo tipo de cosas: en fín como tenemos talante pues todo nos está permitido, aunque estamos a la espera de que alguien nos defina talante como adjetivo y en qué se traduce.
¿Por qué hay que leer La dictadura progre?
Porque es un libro muy bueno. De hecho es de lo mejor que he leído en los últimos años. Creo que es una obra fundamental para el desarrollo de la cultura occidental y además se cumple una labor social muy importante que es el que yo gane dinero. Es simplemente el esfuerzo de un escritor novel que ha intentado poner en un libro sus ideas y su crítica a un mundo postmoderno y hacerlo con sentido del humor, por lo que espero que estén o no de acuerdo con lo que ahí pone, quienes lean el libro al menos pase un rato agradable y se ría en alguna ocasión.
Por último, ¿Cómo ve Pablo Molina la España de hoy?
Pues España siempre está mal y siempre está bien. A mí me parece un país precioso y en fin lo que pasa ahora mismo es una crisis que será pasajera, tampoco conviene dramatizar demasiado las cosas. El problema es que algunas cosas que se están haciendo en política territorial van a tener difícil marcha atrás; pero los españoles, si sobrevivimos a Fernando VII y a Felipe González, pues esto tampoco va a ser tan duro. Pasaremos la prueba.
SINOPSIS
Pablo Molina estudia en este libro las claves del fenómeno contracultural del progresismo y la forma en que ha acabado destrozando la cultura y moral occidentales. El progre actual es el nieto del marxista clásico, igual de sectario que aquél aunque situado un peldaño más arriba en el nivel de sus majaderías. Es lo normal cuando, en materia de formación, se sustituyen toneladas de literatura granítica sobre dialéctica marxista por los sesudos debates de Crónicas Marcianas. El progresismo es una religión. Laica, pero una religión al fin y al cabo, con sus dogmas, sus numerosas congregaciones, sus profetas y sus verdades reveladas. Tal vez por ello, los vicarios de la secta se atreven a dictar al mundo diariamente cómo debe conducirse. Sin embargo, por alguna extraña razón, ninguno de los referentes intelectuales de la progresía contemporánea se siente obligado a observar en su conducta privada aquello que exige con tanta fiereza a los demás. En el presente libro encontrará el lector múltiples y divertidísimos ejemplos de esta curiosa forma de interpretar la moral pública, de Almodóvar a Ramoncín, pasando por Noam Chomsky y el resto de bobos solemnes que integran el submundo de la farándula.
La dictadura progre es, además, un sugestivo alegato a favor de la libertad individual y una útil herramienta para enfrentarse con éxito a los embates del gregarismo colectivista patrocinado por la izquierda. Pero tal vez el mejor argumento para recomendarlo sea éste: "Pep" Rubianes jamás lo compraría.
Entrevista al autor
Hablamos con Pablo Molina, autor de La dictadura progre. Apuntes de un reaccionario.
Dice el diccionario de la RAE que progre es sinónimo de progresista, aquel que es de ideas políticas y sociales avanzadas enfocadas a la mejora y adelanto de la sociedad. ¿Algo que objetar?
No. Estoy de acuerdo en que ésa es la definición canónica del progreso tal y como lo entendemos en las sociedades occidentales. El problema es que los que se envuelven en la bandera de ese supuesto progresismo, lo que realmente hacen es divulgar unas ideas contrarias a lo que ese progreso se supone.
¿Esa es precisamente la razón por la que ha titulado su libro La dictadura progre?
En parte sí, porque todo este magma contracultural está tan extendido por los medios de comunicación, por los ambientes intelectuales, por la educación y demás, que actúa prácticamente como una dictadura silenciosa. Es muy raro, y en algunos ámbitos un rasgo de heroicidad, que alguien enarbole estos principios que son los que tradicionalmente han defendido las clases conservadoras. Al hablar de dictadura, evidentemente no estoy hablando de un sistema político al uso, como se entiende normalmente, sino a esa especie de medio ambiente cultural opresivo que trata de imponer sus dogmas como una verdad de fe.
En su opinión, por tanto, ¿la dictadura progre es la responsable de lo que algunos llaman división de España?
Hombre, en parte así es; quiero decir que los efectos de esta cosmovisión progre son tan disolventes que cuando se ponen en práctica, sobre todo cuando se llevan a la práctica desde el poder, pues ocasionan todo este tipo de cataclismos sociales. Es lo típico del pensamiento adolescente, de gente que a pesar de ser más bien talludita, sigue con los rasgos típicos y las conductas de los adolescentes. Claro, la diferencia es que los adolescentes, aunque hagan muchas barbaridades, siempre están sus papás detrás que al final lo solucionan; el problema es cuando a los de pensamiento adolescente los pones a dirigir a la novena potencia mundial, el desaguisado puede se monumental y así lo estamos viendo.
¿Qué le sugiere la palabra "talante"?
Talante es un sustantivo y no un adjetivo como lo utiliza nuestro querido presidente del gobierno, Zapatero. Talante además es una palabra que la primera vez que se utilizó en la política española lo hizo José Antonio Primo de Rivera. El talante es un dogma más, es un mantra más que sirve para camuflar todo tipo de cosas: en fín como tenemos talante pues todo nos está permitido, aunque estamos a la espera de que alguien nos defina talante como adjetivo y en qué se traduce.
¿Por qué hay que leer La dictadura progre?
Porque es un libro muy bueno. De hecho es de lo mejor que he leído en los últimos años. Creo que es una obra fundamental para el desarrollo de la cultura occidental y además se cumple una labor social muy importante que es el que yo gane dinero. Es simplemente el esfuerzo de un escritor novel que ha intentado poner en un libro sus ideas y su crítica a un mundo postmoderno y hacerlo con sentido del humor, por lo que espero que estén o no de acuerdo con lo que ahí pone, quienes lean el libro al menos pase un rato agradable y se ría en alguna ocasión.
Por último, ¿Cómo ve Pablo Molina la España de hoy?
Pues España siempre está mal y siempre está bien. A mí me parece un país precioso y en fin lo que pasa ahora mismo es una crisis que será pasajera, tampoco conviene dramatizar demasiado las cosas. El problema es que algunas cosas que se están haciendo en política territorial van a tener difícil marcha atrás; pero los españoles, si sobrevivimos a Fernando VII y a Felipe González, pues esto tampoco va a ser tan duro. Pasaremos la prueba.
jueves, 19 de abril de 2007
Pilato, ¿el demócrata perfecto?
Por José Miguel Ibáñez Langlois, en El Mercurio, el 8 de abril de 2007
Durante la Semana Santa, el proceso de Jesús ante Caifás y ante Pilato ha sido, para los cristianos, parte de la meditación religiosa de su pasión y muerte en la cruz. Pero cabe también una reflexión jurídica y política sobre ese episodio, que arroja no pocas luces sobre nuestra actualidad ciudadana.
Mayoría de votos y sentencia de muerte
En los años del gobierno militar, cuando muchos objetaban la democracia por principio, un anti demócrata me la descalificó así: ¿para qué queremos un régimen de gobierno que sirvió para crucificar a Cristo? Ante mi extrañeza, precisó que se refería a esa plaza del pretorio de Pilato, donde una multitud embravecida -una "mayoría de votos"- pidió y obtuvo su crucifixión. Le repliqué, como es lógico, que esa multitud vociferante no era precisamente un ejemplo de democracia; que sus gritos no podían considerarse un acto de soberanía popular judía, y que, en términos de régimen de gobierno, el democrático era en el pretorio el más ausente de los tres clásicos. En cambio, los otros dos regímenes -monarquía y aristocracia- sí que estaban presentes y actuantes: el primero, representado por el poder imperial del César a través de su procurador Poncio Pilato; y el segundo, bajo la forma teocrática del Sanhedrín o Consejo Supremo de los judíos, presidido por Caifás.
El recuerdo de aquella conversación no tiene más valor que el anecdótico. Pero lo asombroso fue para mí encontrar un argumento muy similar, y nada menos que en un texto de Hans Kelsen, el autor de la teoría pura del derecho, el maestro del positivismo jurídico y mentor de la democracia liberal (relativista) en el siglo XX. Ese texto, que describe el papel de Pilato en el proceso a Jesús, es tan elocuente que merece aquí un pequeño resumen.
Kelsen afirma que Pilato, al condenar a Cristo, actuó como un perfecto demócrata. Han leído ustedes bien: un perfecto demócrata. En el interrogatorio, Jesús le habló de "la verdad". Y el procurador preguntó: "¿Qué es la verdad?" (Juan 18, 38), expresando así, según nuestro autor, el necesario escepticismo del político, que no puede andar haciendo averiguaciones religiosas, filosóficas o morales para gobernar: o no existe verdad, o no viene al caso en política. Pilato buscará, pues, la única respuesta posible en la multitud que tiene delante, para que la causa se resuelva por voto popular; de allí la consulta cuasi plebiscitaria: "¿Y qué he de hacer con Jesús?" (Mateo 27, 23). Como el perfecto demócrata no sabe lo que es justo, será la mayoría quien decida: "¡Crucifícalo, crucifícalo!" (Juan 19,6). Así Poncio Pilato, haciendo crucificar a Cristo, se habría convertido en el emblema perfecto de la democracia. Si por practicarla se condena a un inocente, ése ya no es problema del procurador, ni tampoco de Kelsen, por lo visto, ni de sus discípulos los "perfectos demócratas".
Se observará el parecido entre esta sofisticada teoría jurídica y aquella opinión política que recordé al comienzo: ambas afirman -aunque con valoración opuesta- una impensada relación entre democracia y crucifixión de Jesucristo. La idea de Kelsen podría parecer -vía Pilato- una mera extravagancia teórica; pero, por desgracia, su escepticismo apunta al propio corazón de las democracias occidentales, también de la nuestra.
Entre nosotros se debaten hoy decisiones de alta connotación moral sobre el matrimonio y la familia, la vida y la muerte, el sexo y la procreación. Su discusión nos ha familiarizado con rechazos del tipo "por qué en democracia unos ciudadanos van a imponer a otros su particular idea de lo justo, lo moral, lo bueno". Quienes así hablan suelen mirar también toda invocación a "la moral" o al "derecho natural" como algo sospechosamente metafísico e intolerante. No andan lejos del escepticismo ni del relativismo kelseniano.
Democracia y relativismo ético
Pero, por otra parte, ¿qué sentido tiene la democracia si no garantiza los derechos fundamentales de la persona humana, al mismo tiempo que una serie de valores objetivos e intransables más allá de las alineaciones políticas del momento, puesto que son anteriores al Estado mismo? Pues este régimen de gobierno necesita, como la médula de su legitimidad y de sus procedimientos, un núcleo ético esencial, es decir, un mínimo común denominador moral que no sea relativista. Porque una democracia verdadera es -valga el juego de palabras- una democracia con verdad: con un fundamento de verdad a secas (verdad sobre la persona y la sociedad, verdad sobre lo justo y lo injusto) que no proviene de mayorías ni de sumatorias circunstanciales, las que muy bien pueden seguir crucificando a los inocentes. La determinación de ese núcleo moral mínimo es el problema político de nuestro tiempo.
Imagino a muchos lectores que se estiman auténticos demócratas, que adhieren a las instituciones de ese régimen de gobierno -sufragio, representación, separación de poderes-, y que sin embargo, ante el planteamiento de Kelsen -que no pueden aceptar- piensan, en resumidas cuentas: democracia sí, relativismo no; pluralismo sí, escepticismo no. Es, en substancia, lo que advirtió Juan Pablo II cuando planteó el gran peligro político actual en estos términos: "Es el riesgo de la alianza entre democracia y relativismo ético, que quita a la convivencia civil todo punto seguro de referencia moral" (Enc. Veritatis Splendor, 101). Otro tanto acaba de advertir Benedicto XVI ante la Unión Europea.
Por lo demás, el "perfecto demócrata" a lo Pilato cree ser muy neutral, pero en forma espontánea tiende a las opciones morales más permisivas y relajadas, cuando no simplemente epicúreas y hedonistas, dado el peso de las pasiones humanas y de los intereses creados. Y esas opciones no son en absoluto neutras, como tampoco lo fue la sentencia del acomodaticio procurador de Judea. Se ha puesto de moda reivindicar a Judas; parece que también Pilato puede incluirse en el panteón de los héroes. En cambio, Jesús de Nazaret, el hombre que osó identificarse con la verdad, se está volviendo -¡por eso mismo!- el villano de la función: el perfecto intolerante.
Pero no es decente llamar "democracia" a esa tergiversación de la realidad.
Si por practicarla se condena a un inocente, ése ya no es problema del procurador. "Ecce Homo", de Antonio Cesari.
Se ha puesto de moda reivindicar a Judas; parece que también Pilato puede incluirse en el panteón de los héroes.
Durante la Semana Santa, el proceso de Jesús ante Caifás y ante Pilato ha sido, para los cristianos, parte de la meditación religiosa de su pasión y muerte en la cruz. Pero cabe también una reflexión jurídica y política sobre ese episodio, que arroja no pocas luces sobre nuestra actualidad ciudadana.
Mayoría de votos y sentencia de muerte
En los años del gobierno militar, cuando muchos objetaban la democracia por principio, un anti demócrata me la descalificó así: ¿para qué queremos un régimen de gobierno que sirvió para crucificar a Cristo? Ante mi extrañeza, precisó que se refería a esa plaza del pretorio de Pilato, donde una multitud embravecida -una "mayoría de votos"- pidió y obtuvo su crucifixión. Le repliqué, como es lógico, que esa multitud vociferante no era precisamente un ejemplo de democracia; que sus gritos no podían considerarse un acto de soberanía popular judía, y que, en términos de régimen de gobierno, el democrático era en el pretorio el más ausente de los tres clásicos. En cambio, los otros dos regímenes -monarquía y aristocracia- sí que estaban presentes y actuantes: el primero, representado por el poder imperial del César a través de su procurador Poncio Pilato; y el segundo, bajo la forma teocrática del Sanhedrín o Consejo Supremo de los judíos, presidido por Caifás.
El recuerdo de aquella conversación no tiene más valor que el anecdótico. Pero lo asombroso fue para mí encontrar un argumento muy similar, y nada menos que en un texto de Hans Kelsen, el autor de la teoría pura del derecho, el maestro del positivismo jurídico y mentor de la democracia liberal (relativista) en el siglo XX. Ese texto, que describe el papel de Pilato en el proceso a Jesús, es tan elocuente que merece aquí un pequeño resumen.
Kelsen afirma que Pilato, al condenar a Cristo, actuó como un perfecto demócrata. Han leído ustedes bien: un perfecto demócrata. En el interrogatorio, Jesús le habló de "la verdad". Y el procurador preguntó: "¿Qué es la verdad?" (Juan 18, 38), expresando así, según nuestro autor, el necesario escepticismo del político, que no puede andar haciendo averiguaciones religiosas, filosóficas o morales para gobernar: o no existe verdad, o no viene al caso en política. Pilato buscará, pues, la única respuesta posible en la multitud que tiene delante, para que la causa se resuelva por voto popular; de allí la consulta cuasi plebiscitaria: "¿Y qué he de hacer con Jesús?" (Mateo 27, 23). Como el perfecto demócrata no sabe lo que es justo, será la mayoría quien decida: "¡Crucifícalo, crucifícalo!" (Juan 19,6). Así Poncio Pilato, haciendo crucificar a Cristo, se habría convertido en el emblema perfecto de la democracia. Si por practicarla se condena a un inocente, ése ya no es problema del procurador, ni tampoco de Kelsen, por lo visto, ni de sus discípulos los "perfectos demócratas".
Se observará el parecido entre esta sofisticada teoría jurídica y aquella opinión política que recordé al comienzo: ambas afirman -aunque con valoración opuesta- una impensada relación entre democracia y crucifixión de Jesucristo. La idea de Kelsen podría parecer -vía Pilato- una mera extravagancia teórica; pero, por desgracia, su escepticismo apunta al propio corazón de las democracias occidentales, también de la nuestra.
Entre nosotros se debaten hoy decisiones de alta connotación moral sobre el matrimonio y la familia, la vida y la muerte, el sexo y la procreación. Su discusión nos ha familiarizado con rechazos del tipo "por qué en democracia unos ciudadanos van a imponer a otros su particular idea de lo justo, lo moral, lo bueno". Quienes así hablan suelen mirar también toda invocación a "la moral" o al "derecho natural" como algo sospechosamente metafísico e intolerante. No andan lejos del escepticismo ni del relativismo kelseniano.
Democracia y relativismo ético
Pero, por otra parte, ¿qué sentido tiene la democracia si no garantiza los derechos fundamentales de la persona humana, al mismo tiempo que una serie de valores objetivos e intransables más allá de las alineaciones políticas del momento, puesto que son anteriores al Estado mismo? Pues este régimen de gobierno necesita, como la médula de su legitimidad y de sus procedimientos, un núcleo ético esencial, es decir, un mínimo común denominador moral que no sea relativista. Porque una democracia verdadera es -valga el juego de palabras- una democracia con verdad: con un fundamento de verdad a secas (verdad sobre la persona y la sociedad, verdad sobre lo justo y lo injusto) que no proviene de mayorías ni de sumatorias circunstanciales, las que muy bien pueden seguir crucificando a los inocentes. La determinación de ese núcleo moral mínimo es el problema político de nuestro tiempo.
Imagino a muchos lectores que se estiman auténticos demócratas, que adhieren a las instituciones de ese régimen de gobierno -sufragio, representación, separación de poderes-, y que sin embargo, ante el planteamiento de Kelsen -que no pueden aceptar- piensan, en resumidas cuentas: democracia sí, relativismo no; pluralismo sí, escepticismo no. Es, en substancia, lo que advirtió Juan Pablo II cuando planteó el gran peligro político actual en estos términos: "Es el riesgo de la alianza entre democracia y relativismo ético, que quita a la convivencia civil todo punto seguro de referencia moral" (Enc. Veritatis Splendor, 101). Otro tanto acaba de advertir Benedicto XVI ante la Unión Europea.
Por lo demás, el "perfecto demócrata" a lo Pilato cree ser muy neutral, pero en forma espontánea tiende a las opciones morales más permisivas y relajadas, cuando no simplemente epicúreas y hedonistas, dado el peso de las pasiones humanas y de los intereses creados. Y esas opciones no son en absoluto neutras, como tampoco lo fue la sentencia del acomodaticio procurador de Judea. Se ha puesto de moda reivindicar a Judas; parece que también Pilato puede incluirse en el panteón de los héroes. En cambio, Jesús de Nazaret, el hombre que osó identificarse con la verdad, se está volviendo -¡por eso mismo!- el villano de la función: el perfecto intolerante.
Pero no es decente llamar "democracia" a esa tergiversación de la realidad.
Otra imposición totalitaria
Hay que resistirse a esta forma de totalitarismo. Y si hay conflictos, serán mejor cosa que ese lavado de cerebro
Por Ramón Pi, en La Gaceta, el 19 de abril de 2007
La asignatura de educación para la ciudadanía presagia no pocos conflictos a partir del curso que viene, porque pretende hacer obligatorio que todos los alumnos de primaria y secundaria reciban una determinada formación moral impuesta por el Estado. La Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española ha denunciado esta intromisión en términos inequívocos: “La enseñanza de la Religión y Moral católica debe ser y es optativa para los alumnos, porque han de ser los padres quienes determinen el tipo de formación religiosa y moral que deseen para sus hijos. Éste es su derecho primordial, insustituible e inalienable. Se lo reconoce la Constitución en el artículo 27, 3. Queda tutelado también por el artículo 16, 1, que consagra la libertad ideológica y religiosa. Por tanto, el Estado no puede imponer legítimamente ninguna formación de la conciencia moral de los alumnos al margen de la libre elección de sus padres”.
Pero, además, resulta que esta asignatura, en sus contenidos, trata de imponer el relativismo moral —esto es, la ausencia de toda referencia a la verdad— y la llamada ideología de género, según la cual el sexo de cada persona, que la hace varón o mujer, sería una especie de accidente biológico y, en cambio, lo fundamental sería el “género”, es decir, la “orientación sexual” que cada cual decidiera hacer suya. Según esta ideología, habría dos sexos, pero cinco géneros: masculino homosexual, masculino heterosexual, femenino homosexual, femenino heterosexual y bisexual, aunque algunos pretenden incluir otros dos “géneros”, el transexual y el travestido. Según dice la Conferencia Episcopal, “todos deseamos que la escuela forme ciudadanos libres, conscientes de sus deberes y de sus derechos, verdaderamente críticos y tolerantes. Pero eso no se consigue con introducir en las conciencias de los jóvenes el relativismo moral y una ideología desestructuradora de la identidad personal.
Esta Educación para la Ciudadanía de la LOE es inaceptable en la forma y el fondo: en la forma, porque impone legalmente a todos una antropología que sólo algunos comparten y, en el fondo, porque sus contenidos son perjudiciales para el desarrollo integral de la persona”. Obviamente, los obispos no podían decir otra cosa, porque el relativismo moral y la ideología de género pugnan frontalmente con la doctrina católica.
Estamos, pues, ante una agresión en toda regla a millones de familias españolas, perpetrada por un Estado que hace uso de todo su poder para impedir que los padres puedan dar a sus hijos una educación conforme a sus convicciones morales y religiosas. El Foro Español de la Familia, junto a otras organizaciones familiares y de padres de alumnos, está haciendo un esfuerzo para que los padres de familia sepan cómo pueden oponerse a que sus hijos sean adoctrinados de esta manera, invocando la cláusula de conciencia basada en los artículos citados de la Constitución.
Es posible que muchos padres o no se hayan enterado o piensen que eso son apreciaciones más o menos exageradas de los obispos. Incluso puede haber algunos educadores cristianos que piensen algo parecido. Pero no es así, las consecuencias de unos niños con la mente deformada de esta guisa pueden ser literalmente devastadoras, y sus consecuencias pueden arruinar toda una generación, como ocurrió con aquella utópica Summerhill. Nos jugamos, ciertamente, mucho con estos experimentos insensatos.
Los obispos son claros e inequívocos: “Los padres harán muy bien en defender con todos los medios legítimos a su alcance el derecho que les asiste de ser ellos quienes determinen la educación moral que desean para sus hijos. Los centros católicos de enseñanza, si admiten en su programación los contenidos previstos en los reales decretos, entrarán en contradicción con su carácter propio, informado por la moral católica”.
Una vez más, me temo que el caso acabará sobre la mesa del Tribunal Constitucional, que puede tardar años en resolver, mientras millones de niños padecen una deseducación acaso irreversible. Hay que resistirse a esta nueva forma de totalitarismo. Y si hay conflictos, siempre serán mejor cosa que ese intolerable lavado de cerebro.
Por Ramón Pi, en La Gaceta, el 19 de abril de 2007
La asignatura de educación para la ciudadanía presagia no pocos conflictos a partir del curso que viene, porque pretende hacer obligatorio que todos los alumnos de primaria y secundaria reciban una determinada formación moral impuesta por el Estado. La Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española ha denunciado esta intromisión en términos inequívocos: “La enseñanza de la Religión y Moral católica debe ser y es optativa para los alumnos, porque han de ser los padres quienes determinen el tipo de formación religiosa y moral que deseen para sus hijos. Éste es su derecho primordial, insustituible e inalienable. Se lo reconoce la Constitución en el artículo 27, 3. Queda tutelado también por el artículo 16, 1, que consagra la libertad ideológica y religiosa. Por tanto, el Estado no puede imponer legítimamente ninguna formación de la conciencia moral de los alumnos al margen de la libre elección de sus padres”.
Pero, además, resulta que esta asignatura, en sus contenidos, trata de imponer el relativismo moral —esto es, la ausencia de toda referencia a la verdad— y la llamada ideología de género, según la cual el sexo de cada persona, que la hace varón o mujer, sería una especie de accidente biológico y, en cambio, lo fundamental sería el “género”, es decir, la “orientación sexual” que cada cual decidiera hacer suya. Según esta ideología, habría dos sexos, pero cinco géneros: masculino homosexual, masculino heterosexual, femenino homosexual, femenino heterosexual y bisexual, aunque algunos pretenden incluir otros dos “géneros”, el transexual y el travestido. Según dice la Conferencia Episcopal, “todos deseamos que la escuela forme ciudadanos libres, conscientes de sus deberes y de sus derechos, verdaderamente críticos y tolerantes. Pero eso no se consigue con introducir en las conciencias de los jóvenes el relativismo moral y una ideología desestructuradora de la identidad personal.
Esta Educación para la Ciudadanía de la LOE es inaceptable en la forma y el fondo: en la forma, porque impone legalmente a todos una antropología que sólo algunos comparten y, en el fondo, porque sus contenidos son perjudiciales para el desarrollo integral de la persona”. Obviamente, los obispos no podían decir otra cosa, porque el relativismo moral y la ideología de género pugnan frontalmente con la doctrina católica.
Estamos, pues, ante una agresión en toda regla a millones de familias españolas, perpetrada por un Estado que hace uso de todo su poder para impedir que los padres puedan dar a sus hijos una educación conforme a sus convicciones morales y religiosas. El Foro Español de la Familia, junto a otras organizaciones familiares y de padres de alumnos, está haciendo un esfuerzo para que los padres de familia sepan cómo pueden oponerse a que sus hijos sean adoctrinados de esta manera, invocando la cláusula de conciencia basada en los artículos citados de la Constitución.
Es posible que muchos padres o no se hayan enterado o piensen que eso son apreciaciones más o menos exageradas de los obispos. Incluso puede haber algunos educadores cristianos que piensen algo parecido. Pero no es así, las consecuencias de unos niños con la mente deformada de esta guisa pueden ser literalmente devastadoras, y sus consecuencias pueden arruinar toda una generación, como ocurrió con aquella utópica Summerhill. Nos jugamos, ciertamente, mucho con estos experimentos insensatos.
Los obispos son claros e inequívocos: “Los padres harán muy bien en defender con todos los medios legítimos a su alcance el derecho que les asiste de ser ellos quienes determinen la educación moral que desean para sus hijos. Los centros católicos de enseñanza, si admiten en su programación los contenidos previstos en los reales decretos, entrarán en contradicción con su carácter propio, informado por la moral católica”.
Una vez más, me temo que el caso acabará sobre la mesa del Tribunal Constitucional, que puede tardar años en resolver, mientras millones de niños padecen una deseducación acaso irreversible. Hay que resistirse a esta nueva forma de totalitarismo. Y si hay conflictos, siempre serán mejor cosa que ese intolerable lavado de cerebro.
lunes, 16 de abril de 2007
Fundamentalismo ateo
El cardenal Julián Herranz considera que el laicismo que se proclama hoy en España "es en realidad un fundamentalismo ateo".
Análisis digital. Redacción - 10/04/2007
El cardenal Herranz habló sobre la importancia de la familia o la imposición de normas de propaganda ideológica y de educación escolar de contenido antirreligioso, anticristiano.
En entrevista a Europa Press con motivo de la publicación de su libro 'En las afueras de Jericó' (Rialp, 2007) sobre su larga experiencia de 50 años en Roma, trabajando en la Curia Romana y junto al Fundador del Opus Dei, San Josémaría Escrivá de Balaguer.
El cardenal Herranz explicó que "hace tiempo" que comparte la seria preocupación de los obispos españoles y de millones de ciudadanos cristianos de España ante "que el concepto democrático de 'laicidad del Estado' o de 'Estado aconfesional' -que es un concepto justo- sea interpretado y aplicado en forma no correcta, concretamente en el sentido fundamentalista o totalitario de 'ateismo militante'", como, según detalló sucedió con el nazismo y sucede aún con el comunismo.
En este sentido, relató que "se comienza con una actitud de desprecio 'agnóstico' ('progresista' se dice) de la religión, considerada como fruto o causa de escaso desarrollo social y cultural" y "se continúa permitiendo o incluso fomentando todo lo que pueda desarraigar la fe en el pueblo o desprestigiar a la autoridad religiosa" para terminar "con la imposición de normas de propaganda ideológica y de educación escolar de contenido antirreligioso, anticristiano".
Educación religiosa
"En esa línea ideológica, se niega a los padres, o se hace difícil de ejercitar, su derecho natural y constitucional respecto a la educación religiosa que quieren para sus hijos y, a la vez, se obliga a todos los alumnos a recibir una educación que llaman 'cívica' (o 'social', 'nacional', etc.) pero que en realidad es, en muchos puntos, contraria no ya sólo a la moral cristiana, sino a la misma moral natural y a la dignidad de la persona", agregó el cardenal.
Así, deseó que "ese abuso totalitario" no suceda en España, como no sucede en Italia y otras naciones donde más de 80% de los padres desean - independientemente de su afiliación política de izquierda o de derecha- la educación católica de sus hijos. En este punto explicó que la Constitución española dice que ninguna confesión tendrá carácter estatal, pero que las leyes públicas tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.
"En esta perspectiva de autentica laicidad se ha dicho que las leyes y las actuaciones del gobierno tienen que favorecer el bien de todos los españoles y tienen que estar al servicio del bien común de todos los ciudadanos tanto creyentes como no creyentes, sin discriminación", afirmó.
"Individualismo libertario"
También se refirió el cardenal Herranz, como jurista y como médico, a la legalización en España del matrimonio entre parejas del mismo sexo, al uso 'terapéutico' de células madre y de embriones, al incremento del número de abortos y declaró: "Me duele que en España, como ha sucedido en Holanda y Bélgica, se está difundiendo por la presión económica y de opinión pública de determinados 'lobbys', una ideología filosófica y política que no es de sano 'liberalismo' sino de individualismo 'libertario', de matriz agnóstica y libertina.
Con un falso concepto de libertad separado de la verdad (la verdad sobre la dignidad de la persona y la vida humana, sobre el concepto de matrimonio y de familia, etc.) ese individualismo libertario no reconoce algún limite ético objetivo a las opiniones y deseos personales o de grupo".
Con todo, sostuvo que "los deseos se confunden con derechos, y se reivindican como si se tratase de verdaderos derechos cívicos, que la sociedad ha de reconocer necesariamente". Así, concluyó que se podrían dar "aberraciones legislativas, antropológicas y morales" con una filosofía jurídica que siguiese esa línea y ejemplificó con el reconocimiento jurídico en Holanda de un partido de pederastas o a favor de la pederastia.
"Esa ideología, que confunde a lectores y electores llamándose 'laica' cuando en realidad es 'anárquica', 'libertaria', es con respecto a los demás intolerante, no admite la existencia de valores objetivos y universales moral y jurídicamente vinculantes. Esto es lo que puedo decirle como médico y como jurista", recalcó.
Familia: pilar de una vida sana
A su entender, "la familia constituye un patrimonio de la humanidad, una institución social fundamental, una célula vital, el pilar de toda sociedad sana", por lo que el Papa recordó que "es la escuela fundamental para la formación en la fe cristiana (el concepto de "iglesia doméstica" que le gustaba tanto repetir a Pablo VI), es el lugar en el que los hijos van recibiendo del ejemplo y de la palabra de sus padres la educación cristiana que necesitan".
"Este deber de los padres cristianos es importantísimo, cada vez más en un mundo sometido a la fuerte presión del materialismo práctico y del neopaganismo disfrazado de 'laicidad'", añadió.
En su libro, el cardenal Herranz --que después de que el Papa haya aceptado su renuncia, aseguró que "un sacerdote nunca se jubila"-- relata sus experiencias, sus contactos y su trabajo que, desde el Concilio Vaticano II, ha desarrollado en Roma, especialmente en el ámbito del Derecho de la Iglesia, hasta encontrar más cercanos a algunos de los protagonistas de la Iglesia Católica en Roma y en España.
Análisis digital. Redacción - 10/04/2007
El cardenal Herranz habló sobre la importancia de la familia o la imposición de normas de propaganda ideológica y de educación escolar de contenido antirreligioso, anticristiano.
En entrevista a Europa Press con motivo de la publicación de su libro 'En las afueras de Jericó' (Rialp, 2007) sobre su larga experiencia de 50 años en Roma, trabajando en la Curia Romana y junto al Fundador del Opus Dei, San Josémaría Escrivá de Balaguer.
El cardenal Herranz explicó que "hace tiempo" que comparte la seria preocupación de los obispos españoles y de millones de ciudadanos cristianos de España ante "que el concepto democrático de 'laicidad del Estado' o de 'Estado aconfesional' -que es un concepto justo- sea interpretado y aplicado en forma no correcta, concretamente en el sentido fundamentalista o totalitario de 'ateismo militante'", como, según detalló sucedió con el nazismo y sucede aún con el comunismo.
En este sentido, relató que "se comienza con una actitud de desprecio 'agnóstico' ('progresista' se dice) de la religión, considerada como fruto o causa de escaso desarrollo social y cultural" y "se continúa permitiendo o incluso fomentando todo lo que pueda desarraigar la fe en el pueblo o desprestigiar a la autoridad religiosa" para terminar "con la imposición de normas de propaganda ideológica y de educación escolar de contenido antirreligioso, anticristiano".
Educación religiosa
"En esa línea ideológica, se niega a los padres, o se hace difícil de ejercitar, su derecho natural y constitucional respecto a la educación religiosa que quieren para sus hijos y, a la vez, se obliga a todos los alumnos a recibir una educación que llaman 'cívica' (o 'social', 'nacional', etc.) pero que en realidad es, en muchos puntos, contraria no ya sólo a la moral cristiana, sino a la misma moral natural y a la dignidad de la persona", agregó el cardenal.
Así, deseó que "ese abuso totalitario" no suceda en España, como no sucede en Italia y otras naciones donde más de 80% de los padres desean - independientemente de su afiliación política de izquierda o de derecha- la educación católica de sus hijos. En este punto explicó que la Constitución española dice que ninguna confesión tendrá carácter estatal, pero que las leyes públicas tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.
"En esta perspectiva de autentica laicidad se ha dicho que las leyes y las actuaciones del gobierno tienen que favorecer el bien de todos los españoles y tienen que estar al servicio del bien común de todos los ciudadanos tanto creyentes como no creyentes, sin discriminación", afirmó.
"Individualismo libertario"
También se refirió el cardenal Herranz, como jurista y como médico, a la legalización en España del matrimonio entre parejas del mismo sexo, al uso 'terapéutico' de células madre y de embriones, al incremento del número de abortos y declaró: "Me duele que en España, como ha sucedido en Holanda y Bélgica, se está difundiendo por la presión económica y de opinión pública de determinados 'lobbys', una ideología filosófica y política que no es de sano 'liberalismo' sino de individualismo 'libertario', de matriz agnóstica y libertina.
Con un falso concepto de libertad separado de la verdad (la verdad sobre la dignidad de la persona y la vida humana, sobre el concepto de matrimonio y de familia, etc.) ese individualismo libertario no reconoce algún limite ético objetivo a las opiniones y deseos personales o de grupo".
Con todo, sostuvo que "los deseos se confunden con derechos, y se reivindican como si se tratase de verdaderos derechos cívicos, que la sociedad ha de reconocer necesariamente". Así, concluyó que se podrían dar "aberraciones legislativas, antropológicas y morales" con una filosofía jurídica que siguiese esa línea y ejemplificó con el reconocimiento jurídico en Holanda de un partido de pederastas o a favor de la pederastia.
"Esa ideología, que confunde a lectores y electores llamándose 'laica' cuando en realidad es 'anárquica', 'libertaria', es con respecto a los demás intolerante, no admite la existencia de valores objetivos y universales moral y jurídicamente vinculantes. Esto es lo que puedo decirle como médico y como jurista", recalcó.
Familia: pilar de una vida sana
A su entender, "la familia constituye un patrimonio de la humanidad, una institución social fundamental, una célula vital, el pilar de toda sociedad sana", por lo que el Papa recordó que "es la escuela fundamental para la formación en la fe cristiana (el concepto de "iglesia doméstica" que le gustaba tanto repetir a Pablo VI), es el lugar en el que los hijos van recibiendo del ejemplo y de la palabra de sus padres la educación cristiana que necesitan".
"Este deber de los padres cristianos es importantísimo, cada vez más en un mundo sometido a la fuerte presión del materialismo práctico y del neopaganismo disfrazado de 'laicidad'", añadió.
En su libro, el cardenal Herranz --que después de que el Papa haya aceptado su renuncia, aseguró que "un sacerdote nunca se jubila"-- relata sus experiencias, sus contactos y su trabajo que, desde el Concilio Vaticano II, ha desarrollado en Roma, especialmente en el ámbito del Derecho de la Iglesia, hasta encontrar más cercanos a algunos de los protagonistas de la Iglesia Católica en Roma y en España.
sábado, 14 de abril de 2007
Totalitarismo educativo
La libertad de educación es condición de posibilidad para la educación en libertad
Por Alejandro Llano, en La Gaceta, el 9 de marzo de 2007
LA auténtica educación presupone la libertad. Porque crecer en conocimiento y madurar en calidad vital no es algo que se pueda lograr de manera automática, a base de leyes coercitivas o de técnicas mecanicistas. Nadie puede aprender en vez de otro ni conseguir que otro mejore éticamente, si no quiere. Adentrarse en el alma de una persona es la operación más delicada que imaginar se pueda, en la que no cabe el anonimato ni tipo alguno de coerción.
De ahí que hablar de educación en la libertad sea una feliz redundancia. Y, a su vez, la libertad de educación es condición de posibilidad para la educación en libertad. Esto no lo saben los socialistas españoles o, si lo saben, hacen lo posible por olvidarlo. La LOE es una buena manifestación de esa querencia totalitaria que no acaban de abandonar. Y los decretos que regulan su aplicación vuelven a confirmarlo. Con independencia de que los obispos españoles —que han hecho muy bien— lo acaben de denunciar con claridad y sin crispación, lo cierto es que las reglamentaciones que desarrollan la Ley Orgánica de Educación ahogan la poca esperanza que nos quedaba de que padres, profesores y estudiantes pudieran respirar un poco de aire fresco.
El ambiente escolar se está enrareciendo. El Gobierno anda empeñado en deseducar a los jóvenes, forzándoles a inmersiones generalizadas en una ideología partidista y carente de base científica. El relativismo moral y la perspectiva de género son ahora las orientaciones oficiales. La antropología que subyace, sobre todo, a la Educación para la Ciudadanía apenas se eleva sobre los estrechos límites del materialismo. Estamos a punto de que, delante de nuestros ojos, se consume el atropello de forzar la enseñanza de una asignatura con contenidos anticristianos a alumnos cuyos padres han elegido para ellos el aprendizaje de la religión y la moral católicas. Asistimos a la inminencia de un contrafuero, porque la Constitución Española prescribe claramente que la educación moral y religiosa debe ser elegida por los progenitores.
Pero la presunta educación a través de intervenciones totalitarias no se limita a una asignatura. La propia enseñanza de la religión ha quedado partida por gala en dos, y una de las mitades se ha eliminado sin más de los horarios escolares. Ni la escuela, ni los padres, ni la propia Iglesia poseen ahora un camino para garantizar que los docentes de esta materia, cuyo enfoque afecta a la propia conciencia, se comporten públicamente como cristianos.
En todos los rincones de España donde esta mutación es posible, se está registrando una huida de la escuela pública a la escuela concertada. La razón es clara: la diferencia de calidad educativa a favor de la enseñanza concertada. Pero estos centros de iniciativa social lo van a tener cada vez más difícil. Porque ni será libre su creación (sometida a supuestas necesidades educativas y a arcanos límites presupuestarios) ni su elección por parte de las familias (coartada por el escasamente democrático expediente de la zonificación, y el manipulable recurso al área de influencia de los respectivos centros docentes). Burócratas y tecnócratas vuelven a representar el papel de perro del hortelano, que ni come ni deja comer.
La deformación profesional de los políticos de cualquier color es el intervencionismo. Y en el caso de que su ideología trascienda aún los tufos de totalitarismo que la reciente evidencia histórica no ha conseguido disipar, la intervención se vuelve entonces opresiva. Pretenden un contrasentido: obligar a vivir y pensar en democracia precisamente como ellos quieren que todos piensen y vivan. La espina dorsal del estilo democrático de convivencia —libertad y pluralismo— se les antoja una debilidad conservadora. Pero es justo tal tergiversación la que los ciudadanos y las instituciones democráticas no deben tolerar. La objeción de conciencia y la resistencia civil son a veces el último recurso. Ahora bien, antes de llegar a semejante límite es preciso recorrer los caminos de la acción ciudadana y de la presencia en los debates culturales.
La nueva regulación de la enseñanza primaria y secundaria entiende la educación como un servicio público, adscrito al Estado y a las Administraciones Públicas, mientras que la sociedad queda relegada a un papel secundario y marginal. Pero no es éste el verdadero sentido de la subsidiariedad, recomendada ahora incluso por la tan burocrática y poco imaginativa Unión Europea. La ayuda de que se trata no la deben prestar las iniciativas sociales a las dependencias públicas, sino el Estado y las Administraciones a las instituciones libremente promovidas por las familias y las comunidades cívicas. Según el viejo lema revolucionario, se trata de volver a poner sobre sus pies un planteamiento social que anda de cabeza. En democracia, el protagonismo siempre ha de correr por cuenta de la libertad.
Por Alejandro Llano, en La Gaceta, el 9 de marzo de 2007
LA auténtica educación presupone la libertad. Porque crecer en conocimiento y madurar en calidad vital no es algo que se pueda lograr de manera automática, a base de leyes coercitivas o de técnicas mecanicistas. Nadie puede aprender en vez de otro ni conseguir que otro mejore éticamente, si no quiere. Adentrarse en el alma de una persona es la operación más delicada que imaginar se pueda, en la que no cabe el anonimato ni tipo alguno de coerción.
De ahí que hablar de educación en la libertad sea una feliz redundancia. Y, a su vez, la libertad de educación es condición de posibilidad para la educación en libertad. Esto no lo saben los socialistas españoles o, si lo saben, hacen lo posible por olvidarlo. La LOE es una buena manifestación de esa querencia totalitaria que no acaban de abandonar. Y los decretos que regulan su aplicación vuelven a confirmarlo. Con independencia de que los obispos españoles —que han hecho muy bien— lo acaben de denunciar con claridad y sin crispación, lo cierto es que las reglamentaciones que desarrollan la Ley Orgánica de Educación ahogan la poca esperanza que nos quedaba de que padres, profesores y estudiantes pudieran respirar un poco de aire fresco.
El ambiente escolar se está enrareciendo. El Gobierno anda empeñado en deseducar a los jóvenes, forzándoles a inmersiones generalizadas en una ideología partidista y carente de base científica. El relativismo moral y la perspectiva de género son ahora las orientaciones oficiales. La antropología que subyace, sobre todo, a la Educación para la Ciudadanía apenas se eleva sobre los estrechos límites del materialismo. Estamos a punto de que, delante de nuestros ojos, se consume el atropello de forzar la enseñanza de una asignatura con contenidos anticristianos a alumnos cuyos padres han elegido para ellos el aprendizaje de la religión y la moral católicas. Asistimos a la inminencia de un contrafuero, porque la Constitución Española prescribe claramente que la educación moral y religiosa debe ser elegida por los progenitores.
Pero la presunta educación a través de intervenciones totalitarias no se limita a una asignatura. La propia enseñanza de la religión ha quedado partida por gala en dos, y una de las mitades se ha eliminado sin más de los horarios escolares. Ni la escuela, ni los padres, ni la propia Iglesia poseen ahora un camino para garantizar que los docentes de esta materia, cuyo enfoque afecta a la propia conciencia, se comporten públicamente como cristianos.
En todos los rincones de España donde esta mutación es posible, se está registrando una huida de la escuela pública a la escuela concertada. La razón es clara: la diferencia de calidad educativa a favor de la enseñanza concertada. Pero estos centros de iniciativa social lo van a tener cada vez más difícil. Porque ni será libre su creación (sometida a supuestas necesidades educativas y a arcanos límites presupuestarios) ni su elección por parte de las familias (coartada por el escasamente democrático expediente de la zonificación, y el manipulable recurso al área de influencia de los respectivos centros docentes). Burócratas y tecnócratas vuelven a representar el papel de perro del hortelano, que ni come ni deja comer.
La deformación profesional de los políticos de cualquier color es el intervencionismo. Y en el caso de que su ideología trascienda aún los tufos de totalitarismo que la reciente evidencia histórica no ha conseguido disipar, la intervención se vuelve entonces opresiva. Pretenden un contrasentido: obligar a vivir y pensar en democracia precisamente como ellos quieren que todos piensen y vivan. La espina dorsal del estilo democrático de convivencia —libertad y pluralismo— se les antoja una debilidad conservadora. Pero es justo tal tergiversación la que los ciudadanos y las instituciones democráticas no deben tolerar. La objeción de conciencia y la resistencia civil son a veces el último recurso. Ahora bien, antes de llegar a semejante límite es preciso recorrer los caminos de la acción ciudadana y de la presencia en los debates culturales.
La nueva regulación de la enseñanza primaria y secundaria entiende la educación como un servicio público, adscrito al Estado y a las Administraciones Públicas, mientras que la sociedad queda relegada a un papel secundario y marginal. Pero no es éste el verdadero sentido de la subsidiariedad, recomendada ahora incluso por la tan burocrática y poco imaginativa Unión Europea. La ayuda de que se trata no la deben prestar las iniciativas sociales a las dependencias públicas, sino el Estado y las Administraciones a las instituciones libremente promovidas por las familias y las comunidades cívicas. Según el viejo lema revolucionario, se trata de volver a poner sobre sus pies un planteamiento social que anda de cabeza. En democracia, el protagonismo siempre ha de correr por cuenta de la libertad.
Vigencia social de la religión
Por José Luis Meilán Gil, en La voz de Galicia, el 6.IV.2007
La Semana Santa muestra la vigencia social de la religión. Las procesiones testimonian el misterio central de la fe cristiana, que culmina en la resurrección de Cristo crucificado. Para alguna corriente ideológica, la religión en la calle es un contrasentido; debería acantonarse en el reducto de lo individual privado. Una afirmación que escinde artificialmente la unidad de la persona. No es difícil descubrir debajo de la presuntuosa tolerancia de la religión en el espacio privado el intento de una suerte de extrañamiento social de personas porque creen en verdades absolutas. El relativismo se erige en dogma.
Ha llegado a sostenerse la incompatibilidad entre cristianismo y democracia. Kelsen ha ilustrado esa pretendida incompatibilidad en una obra laica sobre teoría del Estado, glosando el diálogo entre Jesucristo y Pilatos que relata el evangelio. El pretor pregunta qué es la verdad. No sabe qué es y como romano —añade el ilustre jurista— está acostumbrado a actuar democráticamente, por lo que se dirige al pueblo. El resultado de aquel singular plebiscito es conocido: se condena a Jesús, aunque es inocente.
Esa ilustración evidencia que la democracia no ha de considerarse como mera forma. Precisa de una referencia a valores objetivos, como los derechos fundamentales de la persona y su dignidad, reconocidos en declaraciones universales. La calidad de la democracia depende de la amplitud o estrechez de cómo se interpreten. En ese escenario el creyente cristiano opera con la naturalidad de lo que es propio y compartido. El necesario compromiso social, si impidiese la libertad de las conciencias, se convertiría en totalitarismo. Eso sí es incompatible con el cristianismo.
La fe cristiana no se impone. El devenir de la historia alecciona que aquélla no ha de fundarse sobre privilegios. Tampoco convertirse en un gueto. Compromete a sus seguidores a construir la ciudad terrena con sus conciudadanos, cualesquiera que sean sus creencias y convicciones, sin renunciar a las suyas, compartiendo solidariamente los avatares de la sociedad en la que está integrado. La apertura a la trascendencia refuerza la lealtad a los principios que vertebran una convivencia auténticamente democrática.
El laicismo occidental no defiende la legítima autonomía de las realidades humanas frente a presumibles teocracias. Se predica como la seudorreligión de un mínimo común ético, impuesto por la superestructura idealizada del Estado, que excluye cualquier otro fundamento. Se cercena así la libertad en lo más profundo del ser humano. Y la igualdad, que supone el reconocimiento de una naturaleza estable y permanente. Desde la virtualidad que posee la democracia puede aspirarse a enriquecer ese mínimo ético, que no ha de considerarse un pragmático mal menor.
La religión ha de valer para unir; no debería ser utilizada para separar. Con el pretexto del consenso social no es lícito arrumbarla.
La Semana Santa muestra la vigencia social de la religión. Las procesiones testimonian el misterio central de la fe cristiana, que culmina en la resurrección de Cristo crucificado. Para alguna corriente ideológica, la religión en la calle es un contrasentido; debería acantonarse en el reducto de lo individual privado. Una afirmación que escinde artificialmente la unidad de la persona. No es difícil descubrir debajo de la presuntuosa tolerancia de la religión en el espacio privado el intento de una suerte de extrañamiento social de personas porque creen en verdades absolutas. El relativismo se erige en dogma.
Ha llegado a sostenerse la incompatibilidad entre cristianismo y democracia. Kelsen ha ilustrado esa pretendida incompatibilidad en una obra laica sobre teoría del Estado, glosando el diálogo entre Jesucristo y Pilatos que relata el evangelio. El pretor pregunta qué es la verdad. No sabe qué es y como romano —añade el ilustre jurista— está acostumbrado a actuar democráticamente, por lo que se dirige al pueblo. El resultado de aquel singular plebiscito es conocido: se condena a Jesús, aunque es inocente.
Esa ilustración evidencia que la democracia no ha de considerarse como mera forma. Precisa de una referencia a valores objetivos, como los derechos fundamentales de la persona y su dignidad, reconocidos en declaraciones universales. La calidad de la democracia depende de la amplitud o estrechez de cómo se interpreten. En ese escenario el creyente cristiano opera con la naturalidad de lo que es propio y compartido. El necesario compromiso social, si impidiese la libertad de las conciencias, se convertiría en totalitarismo. Eso sí es incompatible con el cristianismo.
La fe cristiana no se impone. El devenir de la historia alecciona que aquélla no ha de fundarse sobre privilegios. Tampoco convertirse en un gueto. Compromete a sus seguidores a construir la ciudad terrena con sus conciudadanos, cualesquiera que sean sus creencias y convicciones, sin renunciar a las suyas, compartiendo solidariamente los avatares de la sociedad en la que está integrado. La apertura a la trascendencia refuerza la lealtad a los principios que vertebran una convivencia auténticamente democrática.
El laicismo occidental no defiende la legítima autonomía de las realidades humanas frente a presumibles teocracias. Se predica como la seudorreligión de un mínimo común ético, impuesto por la superestructura idealizada del Estado, que excluye cualquier otro fundamento. Se cercena así la libertad en lo más profundo del ser humano. Y la igualdad, que supone el reconocimiento de una naturaleza estable y permanente. Desde la virtualidad que posee la democracia puede aspirarse a enriquecer ese mínimo ético, que no ha de considerarse un pragmático mal menor.
La religión ha de valer para unir; no debería ser utilizada para separar. Con el pretexto del consenso social no es lícito arrumbarla.
martes, 10 de abril de 2007
El gran engaño: la ideología de género
Por Josep Miró i Ardèvol
La ideología de género es una patraña insostenible. Posiblemente una de las mayores de la historia solo equiparable al mito de la superioridad de las razas. A pesar de ello, sus planteamientos han contaminado en gran medida nuestra cultura, y en el caso especialísimo de España constituyen la doctrina fundamental del gobierno.
La llamada perspectiva de género, el generismo, afirma que la humanidad no se divide en hombres y mujeres, sino que tal diferencia es fruto de una construcción social determinada. Predica que esta construcción condena a la mujer a la inferioridad.
Pretende convencernos de que no existe un atractivo natural entre hombres y mujeres, sino que esto es fruto de una presión social. No existe el sexo masculino ni femenino como forjador de actitudes y caracteres sino que la sexualidad es polimorfa y transformable.
Una mujer en un cuerpo de hombre, un hombre en un cuerpo de mujer, homosexuales, bisexuales, transexuales, travestis y heterosexuales, todas son posibilidades equivalentes del ser humano.
Esta parida es contraria a todo conocimiento científico y, obviamente, a toda antropología humana. No es un feminismo porque no persigue la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, sino que simplemente consigue la igualdad a base de eliminar la condición de hombre y de mujer.
Considera una fuente de opresión a la familia, ve con malos ojos la maternidad, y vitupera a toda la cultura judeocristiana (y evidentemente, junto a ella, el legado del helenismo). Liquida toda antropología conocida con la pretensión de construir una nueva.
Ahora mismo se ha publicado en español un libro de Louann Brizendine, El cerebro femenino. Esta señora es psiquiatra por Harvard, licenciada en medicina por Yale y realiza sus investigaciones en neurobiología en Berkeley.
En su libro dice muchas cosas sabidas y algunas nuevas. Pero vale la pena traerlo a colación porque es mujer y antigua feminista. Lo que explica es muy simple: existe un cerebro masculino y un cerebro femenino, son distintos y procesan aspectos fundamentales de la vida de forma distinta (y muchos otros de igual manera), y ello explica diferencias naturales que si son bien comprendidas ayudan a una complementariedad magnífica, y si no lo son, precisamente porque se considera que no debe existir diferencias, son fruto de conflicto.
La propensión de las mujeres a hablar entre ellas y comentarse “secretos”, por ejemplo, es real y es propiciada porque genera una reacción en el celebro que produce flujos de dopamina y oxitocina extraordinariamente placenteros, y que no se da en los hombres.
Una síntesis reduccionista del discurso de la doctora Brizendine es que “nosotras intuimos mejor pero ellos actúan mejor”. Cita el ejemplo de que enseñando imágenes sucesivas de un rostro, los hombres solamente saben detectar “que está triste cuando aparecen las lágrimas”, las mujeres detectaban este estado, en un 90%, cuatro o cinco fotogramas antes.
Las relaciones sexuales también son procesadas de manera muy distinta, y si eso no se entiende es difícil comprender nada: “para las mujeres, los preliminares (en las relaciones sexuales) es todo lo que sucede durante las 24 h. anteriores a la penetración. Para un hombre es lo que ocurre, tres minutos antes”.
Es posible diferenciar un celebro de mujer de uno de hombre en pleno funcionamiento a través de las imágenes que aporta la neurobiología.
En resumen, una vez más lo obvio: se nace mujer o se nace hombre, esta diferencia –otra vez lo obvio- no significa superioridad sino capacidades distintas en determinados planos y no diferenciadas en otros, porque entre ambos sexos existe la común unidad del ser humano.
El que la cultura predominante niegue todo esto y pueda convivir al lado de la ciencia, el que el gobierno monte sus leyes y discursos sobre la patraña del generismo y la gran mayoría diga amén, solo expresa, para utilizar una palabra pasada de moda, la alienación de nuestra sociedad.
La ideología de género es una patraña insostenible. Posiblemente una de las mayores de la historia solo equiparable al mito de la superioridad de las razas. A pesar de ello, sus planteamientos han contaminado en gran medida nuestra cultura, y en el caso especialísimo de España constituyen la doctrina fundamental del gobierno.
La llamada perspectiva de género, el generismo, afirma que la humanidad no se divide en hombres y mujeres, sino que tal diferencia es fruto de una construcción social determinada. Predica que esta construcción condena a la mujer a la inferioridad.
Pretende convencernos de que no existe un atractivo natural entre hombres y mujeres, sino que esto es fruto de una presión social. No existe el sexo masculino ni femenino como forjador de actitudes y caracteres sino que la sexualidad es polimorfa y transformable.
Una mujer en un cuerpo de hombre, un hombre en un cuerpo de mujer, homosexuales, bisexuales, transexuales, travestis y heterosexuales, todas son posibilidades equivalentes del ser humano.
Esta parida es contraria a todo conocimiento científico y, obviamente, a toda antropología humana. No es un feminismo porque no persigue la igualdad de derechos entre el hombre y la mujer, sino que simplemente consigue la igualdad a base de eliminar la condición de hombre y de mujer.
Considera una fuente de opresión a la familia, ve con malos ojos la maternidad, y vitupera a toda la cultura judeocristiana (y evidentemente, junto a ella, el legado del helenismo). Liquida toda antropología conocida con la pretensión de construir una nueva.
Ahora mismo se ha publicado en español un libro de Louann Brizendine, El cerebro femenino. Esta señora es psiquiatra por Harvard, licenciada en medicina por Yale y realiza sus investigaciones en neurobiología en Berkeley.
En su libro dice muchas cosas sabidas y algunas nuevas. Pero vale la pena traerlo a colación porque es mujer y antigua feminista. Lo que explica es muy simple: existe un cerebro masculino y un cerebro femenino, son distintos y procesan aspectos fundamentales de la vida de forma distinta (y muchos otros de igual manera), y ello explica diferencias naturales que si son bien comprendidas ayudan a una complementariedad magnífica, y si no lo son, precisamente porque se considera que no debe existir diferencias, son fruto de conflicto.
La propensión de las mujeres a hablar entre ellas y comentarse “secretos”, por ejemplo, es real y es propiciada porque genera una reacción en el celebro que produce flujos de dopamina y oxitocina extraordinariamente placenteros, y que no se da en los hombres.
Una síntesis reduccionista del discurso de la doctora Brizendine es que “nosotras intuimos mejor pero ellos actúan mejor”. Cita el ejemplo de que enseñando imágenes sucesivas de un rostro, los hombres solamente saben detectar “que está triste cuando aparecen las lágrimas”, las mujeres detectaban este estado, en un 90%, cuatro o cinco fotogramas antes.
Las relaciones sexuales también son procesadas de manera muy distinta, y si eso no se entiende es difícil comprender nada: “para las mujeres, los preliminares (en las relaciones sexuales) es todo lo que sucede durante las 24 h. anteriores a la penetración. Para un hombre es lo que ocurre, tres minutos antes”.
Es posible diferenciar un celebro de mujer de uno de hombre en pleno funcionamiento a través de las imágenes que aporta la neurobiología.
En resumen, una vez más lo obvio: se nace mujer o se nace hombre, esta diferencia –otra vez lo obvio- no significa superioridad sino capacidades distintas en determinados planos y no diferenciadas en otros, porque entre ambos sexos existe la común unidad del ser humano.
El que la cultura predominante niegue todo esto y pueda convivir al lado de la ciencia, el que el gobierno monte sus leyes y discursos sobre la patraña del generismo y la gran mayoría diga amén, solo expresa, para utilizar una palabra pasada de moda, la alienación de nuestra sociedad.
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