Pero pronto vuelvo... El 25 estaré de regreso, porque ¿quién teme al Lobo Feroz?
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Por la Libertad, contra la dictadura del relativismo, el laicismo y todo lo políticamente correcto. No tengamos miedo, el único verdadero enemigo está dentro: que los buenos no hagan nada.
El procedimiento más eficaz que los políticos han elaborado para reducir la conciencia de culpa es reducir la noción misma de conciencia. Puesto que la conciencia no es más que un reflejo de la estructura social que, como todos sabemos, no es más que la lucha entre opresores y oprimidos, el lugar de la conciencia de culpa es evidentemente el de ser la instancia dominante y opresiva. Lavando de conciencia aquel reflejo, la culpa es erradicada por arte de ensalmo.
EL nuevo premio Príncipe de Asturias de Investigación, doctor Ginés Morata, ha declarado en una entrevista que no ve con malos ojos la posibilidad de manipular la inteligencia «si con ello conseguimos que las personas poseamos mejores sentimientos y anulemos los genes que nos conducen a actos de violencia (...) Si podemos modificar una mosca, ¿por qué no vamos a poder manipular a una persona?».
Cuando cojo la pluma para escribir este artículo, la Iglesia celebra la festividad de Santo Tomas Moro, lo que trae a mi memoria la famosa película de Fred Zinnemann A man for all seasons (Un hombre para la eternidad, en castellano), basada en un guión de Robert Bolt, Oscar a la mejor película, director y actor (Paul Scofield) entre otros. Sir Thomas More, Gran Canciller de Inglaterra entre 1529 y 1532 –el primer laico en ocupar ese cargo-, hizo en su tiempo todo lo políticamente posible para salvar a un tiempo su lealtad al Rey, su conciencia y su propia cabeza: cuando llegó al convencimiento de que esto era imposible, no dudó en sacrificar su vida antes que violentar su conciencia y poner el poder por encima de la verdad. Por eso, en 2000 fue propuesto y proclamado “Patrono de los Gobernantes y Políticos”. En el texto de petición al Papa se señala, entre otras cosas, que Santo Tomás Moro aparece como el modelo ejemplar de esa unidad de vida en la que Su Santidad ha cifrado la expresión específica de la santidad para los laicos (...). En Santo Tomás Moro no hubo señal alguna de esa fractura entre fe y cultura, entre principios y vida cotidiana, que el Concilio Vaticano II lamenta “como uno de los más graves errores de nuestra época”.
El fundador del Opus Dei suscitó la responsabilidad del laico católico, impulsándolo no sólo a vivir con coherencia el Evangelio, sino también a trabajar por la justicia, codo con codo con personas de cualquier credo o filosofía, con el punto de partida de un trabajo bien hecho, tanto desde el punto de vista técnico como ético.
Arquitectos de la cultura de la muerte
Los ateociencistas no paran, dale que te pego con la inexistencia de Dios. Claro que para el creyente, y volvemos a lo de siempre, Dios tampoco existe, propiamente hablando. Es decir, no existe al modo como existen las cosas del universo, sino como condición de la existencia del propio universo, como causa de ella, por así decir. Está por encima de la existencia. Se trata de una intuición inmemorial: lo existente no se explica por sí mismo. Los ciencistas creen que sí se explica, o, más propiamente, tienen fe en que algún día lo explicarán ellos, como la parte consciente que son del universo; y reducen la idea de Dios a una hipótesis innecesaria. Hasta ahora sus demostraciones resultan harto precarias, quizá porque el problema está mal planteado, pero ellos las defienden con fervor y devoción genuinos.
Ensayos de ética política
Ya se han producido los primeros casos de objeción de conciencia contra la imposición obligatoria de la asignatura de educación para la ciudadanía. Es normal, ya que la nueva materia había suscitado gran oposición e incluso alarma en sectores, quizá mayoritarios, de la sociedad.
POR JAVIER CREMADES, Abogado
Los grandes discursos del siglo XX se han construido con grandes palabras: justicia, libertad, democracia, paz, tolerancia... Pero encontramos en ellas un denominador común: su polisemia. Por eso —decía Larra— hay quien las entiende de un modo, hay quien las entiende de otro, y hay quien no las entiende de ninguno. La ética es uno de los ejemplos más actuales, ya que goza entre nosotros de una significación tan generosa que, a menudo, sirve para designar una cosa y su contraria. Se abusa del prestigio de la palabra para justificar lo que muchas veces es injustificable. Se vacía el contenido y se conserva la etiqueta, según la vieja y manida estrategia de la manipulación.