Por Pío Moa, en Libertad Digital, Blog de Pío Moa el 4 de junio de 2007
Los ateociencistas no paran, dale que te pego con la inexistencia de Dios. Claro que para el creyente, y volvemos a lo de siempre, Dios tampoco existe, propiamente hablando. Es decir, no existe al modo como existen las cosas del universo, sino como condición de la existencia del propio universo, como causa de ella, por así decir. Está por encima de la existencia. Se trata de una intuición inmemorial: lo existente no se explica por sí mismo. Los ciencistas creen que sí se explica, o, más propiamente, tienen fe en que algún día lo explicarán ellos, como la parte consciente que son del universo; y reducen la idea de Dios a una hipótesis innecesaria. Hasta ahora sus demostraciones resultan harto precarias, quizá porque el problema está mal planteado, pero ellos las defienden con fervor y devoción genuinos.
¿Hipótesis innecesaria? No solo, sino profundamente perjudicial, nefasta, peligrosa. "Cuando una persona padece ilusiones, se le llama locura. Cuando las padecen muchas personas, se le llama Religión", nos asegura Dawkins. La religión como locura colectiva. Otro ateo filósofo y militante, Sam Harris, concluye virtuosamente que el efecto de la fe religiosa consiste en cultivar los frutos del mal y considerarlos sagrados. La religión nace de la ignorancia y conduce a la violencia. “El futuro del hombre depende de que a la religión le queden pocos días”. Él propone unos nuevos "ángeles", consistentes en “lo mejor de nuestra naturaleza: razón, honestidad, amor”; y preconiza el rechazo de los “demonios, como la ignorancia, el odio, la codicia y la fe”, siendo la fe, precisamente, “el príncipe de los demonios”. Si redondeara tan profundas consideraciones con la conclusión de que hay que procurar ser bueno y evitar el mal, nuestro bondadoso Harris habría llegado a cimas todavía no alcanzadas por Pero Grullo. Y, a veces, estas personas se permiten mostrarse desdeñosas con el comunismo, cuando, comparada con sus lucubraciones, la doctrina de Marx es un prodigio de refinamiento filosófico.
Por supuesto, no se les ocurre pensar cómo la humanidad habría logrado sobrevivir y, aparentemente, prosperar durante milenios, en estado de permanente locura, bajo el imperio del “príncipe de los demonios”. Y menos todavía se les ocurre, ¡mira que hay que recordárselo una y otra vez a estos señores de mentalidad tan “racional”!, hacer un pequeño balance de la práctica de las ideologías ateas, que tan a mano les quedan.
Pero los Diez Mandamientos, por ejemplo, ¿son demoníacos? ¿Son un mal? El inmenso fondo de arte, pensamiento, literatura, derecho, etc. acumulado por la civilización cristiana, ¿es una locura? Las catedrales góticas, exaltación de esa demencia religiosa, ¿deberían ser demolidas –dejando alguna para ejemplo de las jóvenes generaciones, al estilo de los museos del ateísmo soviéticos– y deberían construirse en su solar útiles bloques de apartamentos o plazas ajardinadas? En fin, la barbarie con rostro científico. O ciencista.
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