domingo, 14 de octubre de 2007

La abolición del hombre (II)

Por Juan Manuel de Prada en XLSEMANAL del 14 al 20 de octubre de 2007

Nos preguntábamos la semana pasada, siguiendo los razonamientos de C. S. Lewis en su ensayo La abolición del hombre (Ediciones Encuentro), si el poder del hombre para hacer lo que le plazca no es, en realidad, el poder de unos pocos hombres para hacer de otros hombres lo que les place. Inevitablemente, la principal vía para instaurar esta nueva dominación será, a juicio de Lewis, la educación. Los antiguos educadores acataban esa ley natural, común a todas las tradiciones culturales, a la que nos referíamos en un artículo anterior; no trataban, por lo tanto, de educar a los niños conforme a esquemas preestablecidos por ellos mismos. «Pero los que moldeen al hombre en esta nueva era –vaticina Lewis– estarán armados con los poderes de un estado omnicompetente y una irresistible tecnología científica: se obtendrá finalmente una raza de manipuladores que podrán, verdaderamente, moldear la posteridad a su antojo.» Los valores que estos nuevos manipuladores impongan ya no serán la consecuencia de un orden natural que inspira la Razón; por el contrario, generarán juicios de valor en el alumno como resultado de una manipulación. Los manipuladores se habrán emancipado de la ley natural, presentando dicha emancipación como una conquista de la libertad humana. Para ellos, el origen último de toda acción humana ya no será algo dado por la Naturaleza; será algo que los manipuladores podrán manejar. Los manipuladores de ese futuro aciago que Lewis vaticina «sabrán cómo ‘concienciar’ y qué tipo de conciencia suscitar». Estarán en condiciones de elegir el tipo de orden artificial que deseen imponer. Podrán, en fin, crear ex novo motivos que guíen la conducta humana.

C. S. Lewis no presupone que estos manipuladores sean personas malvadas, «pues ni siquiera son ya hombres en el antiguo sentido de la palabra. Son, si se quiere, hombres que han sacrificado la parte de humanidad tradicional que en ellos subsistía a fin de dedicarse a decidir lo que a partir de ahora ha de ser la Humanidad». ‘Bueno’ y ‘malo’ se convertirán en palabras vacías, puesto que el contenido de las mismas, su significado, lo determinarán ellos mismos, a libre conveniencia, según las conveniencias de cada momento, según el dictado de sus sentimientos. No es que sean hombres malvados; es que han dejado simplemente de ser hombres, se han convertido en meros artefactos, dispuestos a convertir a quienes vienen detrás de ellos en artefactos hechos a su imagen y semejanza. Apartándose de la ley natural, han dado un paso hacia el vacío.

Cualquier motivo cuya validez pretenda tener un peso más allá del sentimiento experimentado en cada momento ya no servirá. Y en una situación en que quien se atreve a calificar una conducta como buena o mala es menospreciado, prevalece quien dice: «Yo quiero». La única motivación que los manipuladores aceptarán será la que se guía por su fuerza sentimental. ¿Podemos esperar que, entre todos los impulsos que llegan a mentes vaciadas de todo motivo ‘racional’ o ‘espiritual’, alguno de ellos sea bondadoso? Tal vez, pero desgajados de aquella ley natural que los explicaba y sustentaba, tales impulsos bondadosos quedarán abandonados a su suerte y no tendrán influencia alguna. Tampoco parece probable que una persona entregada al dictado de sus sentimientos pueda llegar a ser buena o recta; tarde o temprano, sus impulsos bondadosos perecerán ahogados ante la pujanza de impulsos caprichosos, liberados de todo freno moral. ¿Y qué ofrece –se pregunta C. S. Lewis– el manipulador a los hombres que pretende abolir? Lo mismo que Mefistófeles a Fausto: «Entrega tu alma, y recibirás poder a cambio». Pero una vez que hayamos entregado nuestras almas, es decir, que entreguemos nuestras personas, el poder que se nos otorga no nos pertenecerá. Seremos esclavos y marionetas de aquello a lo que hayamos entregado nuestras almas. No podemos entregar nuestras prerrogativas y, al tiempo, retenerlas. O somos espíritus racionales obligados a obedecer los valores que se desprenden de la ley natural o bien somos mera materia moldeable según las preferencias de los amos. Lewis concluye que sólo la ley natural proporciona a los hombres una norma de actuación común, una norma que abarca a la vez a los legisladores y a las leyes. Cuando dejamos de creer en los valores que se desprenden de esa ley natural, la norma se convierte en tiranía y la obediencia, en esclavitud. Y en ésas estamos. No dejen de leer La abolición del hombre.

2 comentarios:

Recomenzar dijo...

Interesante tu blog.lo leeré el resto mas tarde. necesito concentrarme
Abrazos

Alberto Tarifa Valentín-Gamazo dijo...

Cierto, son entradas un poco exigentes, soy consciente.