viernes, 14 de diciembre de 2007

El paisaje como moral

Por Ignacio Sánchez Cámara, en La Gaceta de los Negocios, el 12/12/07

Debería obligarse a los alumnos a peregrinar por los caminos de España, y a pasar un tiempo en el Prado.

Entre todos los males de nuestra educación, existe uno en el que no siempre se repara y nunca lo suficiente: la ignorancia que tienen los alumnos sobre la realidad histórica de España.

Nuestro patriotismo, salvo escasas y nobles excepciones, o no existe, que es lo que suele ser más frecuente, o se manifiesta de manera engreída y convulsa. En ambos casos, no es sino el fruto de la ignorancia. Pero si mala es ésta, peor aún es la tergiversación de la realidad. No es lo peor que los alumnos ignoren, pues quien ignora acaso sepa que ignora. Lo peor es que lo que creen conocer estos alumnos sea falso, pues quien cree falsamente que sabe jamás saldrá de su error.

Acaso el mayor error político cometido en España desde el comienzo de la Transición haya sido la entrega de todas las competencias educativas a las comunidades autónomas. Yo no concedo al Estado el derecho a educar, pero sí el deber de garantizar el ejercicio del derecho a la educación.

Educación Nacional. Antes, se denominaba así el Ministerio. Y tan lejos estoy de creer que cualquier pasado fue mejor como de pensar que todo lo nuevo sea preferible a lo pretérito. Si no hay educación nacional, no puede haber nación.

Si patológica es la ignorancia histórica de los escolares (y, en general, la ignorancia en materias humanísticas), letal es la sumisión de la Historia a los intereses de los nacionalismos. Si España ha de morir como nación, lo hará de pura ignorancia.

Como Franco estableció la asignatura de Formación del Espíritu Nacional, los antifranquistas sin Franco, esa confortable forma de ser extemporáneo, se ven obligados a ensayar una especie de Destrucción o Deformación del Espíritu Nacional.

Se ha dicho que la enfermedad nacionalista se cura viajando. Y es verdad. Se cura viajando a través del paisaje y a través de la historia. Y leyendo (se entiende, no leer cualquier cosa), pues todo libro sabio nos invita al mejor de los viajes: escuchar a los hombres sabios del pasado. En lugar de manipular conciencias con asignaturas adoctrinadoras, debería obligarse a los alumnos a peregrinar por los caminos de toda España, a leer algunos viejos libros, a visitar iglesias y castillos y, desde luego, a pasar un tiempo en el Museo del Prado. No creo que exista mejor cura contra la hispanofobia que recorrer España de punta a punta, o, aún mejor, que detenerse unos minutos contemplando, por ejemplo, el Cristo de Velázquez. Si alguien, pudiendo hacerlo por ser español, no desea que aquello que mira sea suyo, de su pueblo y que sea de su nación, es que es irremediablemente imbécil. Y sólo es un ejemplo.

La Generación del 98, por poner otro ejemplo, y pese a errores e insuficiencias, es tan grande como su amor a España. ¿Puede ser separatista y antiespañol un lector de las unamunianas Andanzas y visiones españolas? Quizá por eso el regeneracionismo español tanto insistió en la pedagogía del viaje y del paisaje. En esto coincidieron la derecha y la izquierda, antes de que llegaran a trastornarse. Podrá no haber ningún acuerdo sobre las raíces y sentido de nuestra historia, podrán seguir debatiendo eternamente en la otra vida don Américo y don Claudio, pero si en algo queda la contienda en tablas es en su igual amor a España. Únicamente se ama lo que se conoce, y únicamente se conoce lo que se ama. El amor y el conocimiento son la misma cosa.

El odio que se puede tener a España es sólo una forma de ignorancia, inocente o culpable, la obra rencorosa y resentida del desconocimiento. Se cura, por lo tanto, con estudio y excursiones académicas. No pocas verdades podemos aprender, incluso de índole moral, contemplando el paisaje, pues el paisaje no es mera naturaleza, sino naturaleza humana y humanizada.

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