martes, 29 de enero de 2008

Retórica y verdad

Lo más preocupante del engaño de Zapatero es que no ha extrañado a nadie que esté al tanto de las vicisitudes políticas


Alejandro Llano en La Gaceta de los Negocios, el 19 de enero de 2008

ENTRE los derechos humanos básicos se encuentra el derecho a la información. Negar a los ciudadanos la información que se les debe es un contrafuero más injusto aún que privarles de los bienes materiales que también les son necesarios para desarrollar dignamente su vida en sociedad. Porque nuestra mente se nutre de conocimientos y sin ellos se reseca y se agosta. Ahora bien, la manera más negativa de escatimar a otros los conocimientos debidos es la mentira, que constituye la mayor de las injusticias. Pero lo peor no es decir mentiras, lo peor es vivir en la mentira. Porque hacer del escamoteo de la verdad un modo estable de comportarse constituye, como dice Montaigne en sus Ensayos, un vicio maldito, el cual, por cierto, no lleva muy lejos.

Antes se coge al mentiroso que al cojo. La mentira ofrece un recorrido muy corto. Ciertamente, no es fácil de detectar, ya que, así como la verdad tiene un sólo camino, la mentira es polifacética, presenta mil caras: todas menos la faz de la verdad. Pero, antes o después, el mentiroso acaba por delatarse. Cae en su propia trampa y perece víctima de su incoherencia. Ya sabemos que no es posible engañar a todos continuamente.

Lo más preocupante del engaño de Zapatero, recientemente confirmado por él mismo, es que no le ha extrañado a nadie medianamente al tanto de las vicisitudes de nuestra vida política. Es más, quien haya tenido la paciencia de leer completa tan desmesurada entrevista —¡ocho horas!— habrá captado el aire de irrealidad que recorre de punta a cabo las respuestas del presidente del Gobierno. Estamos ante un ejercicio retórico en supuesto provecho del entrevistado y no ante un empeño por informar a la ciudadanía sobre sus planteamientos y proyectos. Ya en el diálogo Gorgias advirtió Platón que, cuando la retórica pretende ser el arma decisiva, no está al servicio de la verdad, sino al servicio del poder. La realidad se convierte entonces en algo prescindible y su lugar resulta ocupado por las apariencias. Pero lo malo de la realidad es que termina siempre —más pronto que tarde— por comparecer.

La retórica se convierte en sofística. La verdad se funcionaliza y deja de ser un valor fundamental. Ya conocemos, por su propia boca, cuál es la elemental filosofía de Zapatero: no es la verdad la que nos hace libres, es la libertad la que nos hace verdaderos. Lo cual, traducido al rampante pragmatismo de la política socialista, significa que se da por verdadero aquello que más nos conviene en cada caso. Aunque Marx ya quede muy lejos, todavía recordamos una de sus Tesis sobre Feuerbach, según la cual la verdad separada de la praxis es una cuestión puramente escolástica. También el pensamiento alemán del siglo XX se ocupó del tema. Martin Heidegger mantuvo que la libertad es el fundamento de la verdad, mientras que Karl Jaspers sostuvo lo opuesto: que la libertad se fundamenta en la verdad. No es de extrañar que el primero derivara al totalitarismo y se alineara con los verdugos, mientras que el segundo fue un impecable demócrata y se puso de parte de las víctimas.

La vida pública española necesita un coeficiente de transparencia mucho más alto; y una perentoria exigencia ética respecto a sus gobernantes. Quien mienta, se descalifica. Porque no lo hará una o dos veces, sino que seguirá ocultando y confundiendo la realidad de las cosas. En este lamentable caso, el engaño respecto a las relaciones con ETA ha sido pertinaz y continuado. ¿Quién podrá creer la promesa, repetida hasta la saciedad en la dichosa entrevista, de que nunca jamás se negociará políticamente con la banda terrorista? Siempre habrá, para volverlo a hacer, una disculpa plausible: la interrupción del reguero de sangre, las presiones internacionales, la cultura de paz… Y, pasando a algo de mayor actualidad todavía, ¿cómo estar seguros de que, desde el Gobierno, se nos va a dar una información económica cierta, precisamente en fase preelectoral?

La devaluación de la verdad todo lo contamina y acaba por afectar al aspecto más decisivo de la vida social: la educación. Si bien se mira, el factor común de las nuevas ordenaciones educativas, desde la universidad a la enseñanza primaria, no es otro que la instrumentalización del conocimiento. Ya no se anima a los niños y jóvenes a que busquen el saber por sí mismo, justo porque la verdad constituye la perfección del ser humano. No, hay que dejar de lado los despreciables contenidos y poner toda la agitación didáctica que prescribe la burocracia pedagógica al servicio de las competencias, las habilidades y las destrezas. Y, entonces, sólo cabe preguntarse con Antonio Machado: ¿Dónde está la utilidad de nuestras utilidades? Y recordar su inapelable respuesta: volvamos a la verdad, porque todo lo demás es vanidad de vanidades. La verdad es el único camino abierto a la esperanza, la sola vía por la que discurre el optimismo.

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