Por Juan Manuel de Prada en XLSemanal, 19 de enero de 2008
Llama la atención que en los Evangelios no se haga denuncia alguna de la esclavitud; y que, sin embargo, ya entre los primeros cristianos fuese costumbre manumitir a sus esclavos. Resulta casi imposible detectar en las palabras de Jesús alusiones que lo liguen a las contingencias de su tiempo; pero la esclavitud no era, desde luego, una mera contingencia, sino una realidad oprobiosa sobre la que se sostenía un orden social injusto. Jamás la condenó Jesús; y, sin embargo, sus seguidores más coherentes se distinguieron enseguida combatiéndola. ¿Cómo podemos explicar esta aparente contradicción? Hay una frase de Jesús que vale por todo un tratado abolicionista; una frase que ha propiciado las más diversas interpretaciones tergiversadoras, pero que en su escueta simplicidad incorpora un inequívoco mandato: «La Verdad os hará libres». Esa Verdad a la que Jesús se refiere es Él mismo: abrazándola, el hombre se libera de toda esclavitud; e, inevitablemente, quien la abraza no puede soportar que quienes están a su lado sigan sujetos a ella. Jesús se convierte así en el gran libertador; pero la libertad que promete es una libertad que se funda sobre un vínculo (y quienes hayan estudiado latín saben que `vínculo´ significa cadena): el cristiano es libre, y cree en la libertad de los demás, porque está encadenado a Jesús.
Creo que fue Chesterton quien definió a los católicos como esa gente que se había puesto de acuerdo sobre los catorce puntos del Credo, para poderse sentir libre y disentir en todo lo demás. Se trata de una libertad fundada sobre el vínculo que entablamos con la Verdad en la que creemos, muy distinta de la libertad que nos ofrece nuestra época, que es básicamente una incitación a desprendernos de cualquier vínculo, esto es, una incitación insidiosa a la esclavitud. La verdadera libertad es aquella que nos libera de la contingencia, aquella que nos ata a un algo permanente, como el náufrago se ata al mástil; la libertad a troche y moche que proclama nuestra época es en realidad el extravío del náufrago que ni siquiera tiene una tabla a la que agarrarse y se deja arrastrar por las corrientes: queremos ser libres para envilecernos, libres para hacer con nuestra vida lo que nos dé la gana, libres para destruirnos.
Leonardo Castellani, un escritor argentino hoy olvidado, formidable detractor del liberalismo, escribió en cierta ocasión: «La verdadera libertad es un estado de obediencia. El hombre se liberta de la corrupción de la carne obedeciendo a la razón, se liberta de la materia sujetándose al perfil diamantino de una forma, se liberta de lo efímero atándose a un estilo, de lo caprichoso adaptándose a los usos; se liberta de su infecundidad solitaria obedeciendo a la vida, y de su misma vida caduca y mortal se liberta, a veces, perdiéndola en obediencia a Aquel que dijo: `Yo soy la Vida´. (...) La máxima libertad nace del máximo rigor, dijo Leonardo da Vinci: porque el hombre es más libre a medida que es más fuerte, y la obsesión de la libertad es la prueba de la máxima debilidad, que es la debilidad de la mente».
La libertad se ha convertido en uno de los talismanes más hinchados de nuestra época: la invocan a porrillo los políticos de izquierda y de derecha; la anteponen a cualquier otro principio, quizá porque carecen de principios. Más sorprendente me resulta que este lenguaje haya contagiado a muchos católicos españoles; pues la libertad en el católico es el corolario natural de una adhesión a la Verdad, nunca un apriorismo sobre el que se pueda fundar la vida. Ahora entre los católicos españoles se está poniendo de moda proclamarse `liberal´ o `neoliberal´, que es tanto como presumir de doncella y regentar un burdel. Y lo que caracteriza a estos católicos liberales o neoliberales es, precisamente, la conformidad en aquello en lo que deberían disentir, según la definición de católico que aportaba Chesterton, esto es, en lo que afecta a lo contingente, a la cetrina política. A veces me pregunto si esos católicos que tan unánimes se muestran en lo que deberían porfiar y discutir no habrán extraviado el sentido de obediencia y adhesión a la Verdad.
Concluiré este artículo citando otra vez a Castellani: «El filósofo Santayana soñó una vez que veía pasar cuatro caballeros en cuatro caballos, negro, alazán, bayo, y el último era blanco. Los vio pasar empenachados y armados y les dijo: `¿Adónde van?´. `Vamos a libertar a los pueblos´, le contestaron. `¿Libertarlos de qué?´, les gritó el filósofo. El hombre coronado del caballo blanco le dijo: «De las consecuencias de la libertad».
No hay comentarios:
Publicar un comentario