De la lucha por la igualdad a la anulación de las diferencias
Gracias a buena parte del movimiento feminista la mujer es un sujeto de pleno derecho en el mundo occidental. Sin embargo, las mujeres empiezan a no reconocerse en un feminismo radical, que elimina las distinciones entre masculinidad y feminidad, y pretende que el género de las personas sea el que ellas elijan, sin condicionamientos biológicos. Jesús Trillo-Figueroa analiza esta ideología en su libro Una revolución silenciosa: la política sexual del feminismo socialista1. Ofrecemos una selección de párrafos.
Firmado por Jesús Trillo-Figueroa Fecha: 23 Enero 2008. ACEPRENSA
La primera revolución sexual tenía por objetivo la liberación sexual; es decir, la eliminación de todas las represiones que, según los partidarios de la revolución sexual, la sociedad había impuesto a través de normas morales y de prohibiciones a la práctica de la sexualidad, para llegar a conseguir la generalización del amor libre. La sexualidad era básicamente una relación biológica, psíquica y somática, pero una relación natural.
La que llamamos segunda revolución sexual parte de la idea matriz, expuesta por Kate Millet, en virtud de la cual, la sexualidad, la relación sexual, expresa una idea de poder, una relación política. La primera revolución transformó la política en sexo; esta segunda ha transformado el sexo en política, convirtiéndola en política sexual. (...)
Foucault y la represión
Michel Foucault vino a decir que la historia es un “continuo” de prácticas represivas realizadas a través de instituciones creadas por el poder para controlar y dirigir la sociedad. Tales instituciones son el manicomio, la cárcel, o la sexualidad. Para él, “el sexo es algo que ha habido siempre” (...); lo que es una invención reciente es la sexualidad, que en su opinión aparece en el siglo XVIII y debe entenderse como el conjunto de “prácticas, sobreentendidos, palabras, miradas, normas, reglas y discursos relacionados con el deseo, la genitalidad, etc.”.
Foucault rechaza la tesis de la represión porque, en su opinión, “aunque el discurso sea represor, produce materialidades: exacerba el deseo”. (...) En conclusión, al poder le interesa que haya deseo exacerbado y haya delitos, para seguir manteniéndose en el chollo; todo esto es lo que llama “la astucia del poder”. Las tesis de Foucault, desde el punto de vista ético, no son nada nuevas; no son más que una traducción al sexo de la genealogía de la moral de Nietzsche, que estableció el relativismo histórico de la moral. La novedad reside en la ontología, y esto no se debe a Foucault, sino a las feministas.
Una relación de poder
(...) Según Simone de Beauvoir, la mujer no nace, se hace. En ello estaba implícita la diferenciación entre el sexo, como dato biológico, y el “ser mujer”, la función social asignada por la cultura a las funciones propias de cada sexo, que posteriormente se daría en llamar género. Kate Millet va más allá y dice que una cosa es el sexo biológico, como condición física y corporal de una persona, y otra cosa es el sexo como práctica del deseo sexual, que ya no es una relación amorosa entre hombre y mujer de carácter natural, sino que se convierte en una relación política, es decir, una relación de poder.
La novedad es que el amor, aunque sea en su versión hedonista de “hacer el amor”, ya no es una relación de naturaleza pulsional, libidinosa, gozosa o espiritual, sino un espacio político en el que se manifiesta una relación de poder. En su historia de la sexualidad, Michel Foucault recoge esta tesis y sostiene que el sexo es el producto de un discurso político concreto correspondiente a una época determinada: “La experiencia de la sexualidad está producida por una génesis histórica concreta”.
Dicho de otra forma: la sexualidad es un producto que el poder dominante en cada época histórica utiliza para controlar la sociedad de su tiempo. Para ello, el poder elabora tecnologías del sexo, que son las técnicas de control que desarrolla para asegurar su mantenimiento. (...) Si a ello añadimos la estructura elaborada por el feminismo de sexo-clase, serán las técnicas sexuales que el patriarcado burgués elabora para controlar a las mujeres. Esta es la clave teórica que da lugar a lo que venimos llamando política sexual.
Como filósofo que es, Foucault trasciende la historia y elabora una nueva ontología en torno a la verdad, que las feministas posteriores captan sutilmente para continuar la labor emprendida por Simone de Beauvoir y las feministas radicales americanas. La argentina Esther Díaz lo expresa bien: “Las verdades no valen por sí mismas, necesitan un poder que las sostenga. El poder de la verdad no es una metáfora. Únicamente se aceptan como verdaderas las proposiciones que obtienen poder de las prácticas sociales” (Esther Díaz, La sexualidad y el poder, Almagesto/Rescate, Buenos Aires 1993). Al cabo, la verdad será lo que diga el poder. (...)
Sexo y género
Las consecuencias derivadas de la idea de que el sexo es un invento artificial, de la cultura o de la política, pueden ser infinitas. (...) En general, lo que de manera inadvertida se ha impuesto es el empleo de la palabra género por sexo, lo cual no es inocente, porque constituye el propósito intencionado de la llamada ideología de género.
La palabra género tenía un uso gramatical, para distinguir entre una palabra masculina, femenina o neutra. El que primero utilizó el término género para referirse al concepto de identidad de género, definido como la conciencia individual que de sí mismo tienen las personas como hombre o como mujer, fue el doctor John Money, de la Universidad John Hopkins de Baltimore, en 1950 (John Money, Desarrollo de la sexualidad humana, Morata, Madrid, 1982).
Según Money, la identidad de género del individuo dependía de cómo había sido educado de niño, y podía resultar diversa del sexo biológico. Sostenía que se podría cambiar el sexo de la persona con la educación; y que a los niños nacidos con órganos genitales ambiguos se les podía asignar un sexo diverso del genético mediante una modificación quirúrgica, que en su opinión debería realizarse antes de los 18 meses, pues de otra forma el sexo biológico podría determinar un cierto rol de género impuesto por la sociedad (ver apoyo, pag.4).
Así nació también el concepto de género como “rol”, o conjunto de funciones que la sociedad asigna a cada uno de los géneros. En 1968, el psiquiatra Robert Stoller publicó una obra llamada Sex and Gender. En ella, popularizó las ideas de Money (...): “El vocablo género no tiene un significado biológico, sino psicológico y cultural. Los términos que mejor corresponden al sexo son macho y hembra, mientras que los que mejor califican al género son masculino y femenino, y estos pueden llegar a ser independientes del sexo biológico”.
Política sexual
Kate Millet, en su obra Política sexual, utilizó el concepto de género expuesto por Stoller para sus finalidades ideológicas, proporcionando a su convicción existencialista de que la mujer se hace, derivada de la influencia de Beauvoir, una fundamentación “científica”. Millet destaca y acentúa la idea de que no tiene por qué existir una correspondencia biunívoca y necesaria entre sexo y género, y, por tanto, sus desarrollos pueden tomar caminos independientes.
Millet escribe: “Lo que llamamos conducta sexual es el fruto de un aprendizaje que comienza con la temprana socialización del individuo y queda reforzado por las experiencias del adulto”. En principio, el género es arbitrario; es el patriarcado, y las normas impuestas por el sistema patriarcal, quien establece el papel de los sexos, pues según esta doctrina, al nacer no hay ninguna diferencia entre los sexos. (...)
¿Perspectiva o ideología?
El término género, que en principio tan sólo sirve para significar un instrumento analítico de las “funciones o roles” que a cada sexo se le asignan por la cultura, la historia, la sociedad y otros factores, era útil metodológicamente para las investigaciones; pues distinguir entre el sexo, asignado por la naturaleza biológica a cada persona, y el género, entendido como la función que la sociedad asigna a cada sexo, permitiría discriminar analíticamente estas, para corregir muchas injusticias que las mujeres sufrían por la asignación de unas funciones que realmente no se correspondían, o se derivaban de una irracional distribución de las funciones sociales en razón de la condición sexual de cada género.
Pero pronto se utilizó un término equívoco de género, como producto exclusivo de la cultura, que ha supuesto una auténtica revolución cultural. La ideología feminista ha transformado la palabra género en razón de sus intereses estratégicos convirtiéndolo en un concepto valorativo que sirve para desnaturalizar el sexo y convertir el género en el significante, en instrumento o “dispositivo” político de dominación.
Las teorías de Money encontraron un gran apoyoentre las feministas radicales, y el libro de Kate Millet Sexual Politics se convirtió en la difusión política e ideológica de sus doctrinas. A lo largo de la década de los 80, el término género se hizo omnipresente en todos los programas de Women Studies, al punto de que nació la disciplina de Estudios de Género, y la antropología de género pasó a ser una rama con pretensiones de disciplina académica.
A partir de aquí, (...) existe una radical escisión entre sexo y género, y entre naturaleza y cultura. Esta es la acepción de género que ha implantado la ideología de género, en la que podemos englobar todas las tendencias feministas derivadas del feminismo radical de la igualdad, del feminismo socialista, que tuvieron un éxito definitivo al conseguir que la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Mujer celebrada en 1995 en Pekín adoptara una resolución en la que se consagró la llamada perspectiva de género. Desde entonces existe una gran confusión respecto de la utilización del término género, y de lo que significa perspectiva de género. En principio, nada tienen que ver la utilización del género por la ideología de género y el uso dado por la ONU o las instituciones europeas.
Una construcción social
La teoría feminista y la ideología de género consideran como dogmas inamovibles, que implican una nueva epistemología –una nueva forma de conocer la realidad–, el hecho de que la sexualidad está necesariamente desligada de su origen natural –que, en el mejor de los casos, considera al sexo biológico como un mero dato– y en consecuencia la sexualidad es una construcción social. Es decir, las personas humanas, según el dato biológico del sexo, nacen machos o hembras, pero la sociedad, con su actividad, construye la sexualidad, convirtiéndolos en hombres y mujeres, y la cultura engendra las ideas de masculinidad y feminidad.
Todo ello conduce al final al orden al que finalmente pertenece la sexualidad: el orden simbólico, el orden del significante. Por eso, a partir de aquí, la sexualidad humana no es una realidad biológica o derivada de la libido, gobernada por leyes naturales o químicas, sino más bien una idea regulada por las leyes del lenguaje de la representación. Todo esto es lo que se llama el triunfo del “construccionismo de género”; es decir, el artificio o invento creado por la voluntad de alguien; frente al “esencialismo de sexo”, que es la creencia de que el sexo lo determina la naturaleza. (...)
Deconstruir el género
A pesar de la teoría y de la corrección política feminista, existe una gran contradicción, porque la realidad es que la teoría feminista anhela un futuro sin género, un futuro sin sexualidad. (...) Se trata de excluir tanto la masculinidad como la feminidad, es decir, de acabar tanto con los sexos como con los géneros: de deconstruir el género mediante la destrucción del sexo y la resignificación del género.
Para ello, existen dos grandes vías en el feminismo de la igualdad: la de la tradición “ilustrada” que, basándose en el existencialismo de Beauvoir y en el igualitarismo radical, opta por suprimir cualquier diferencia entre hombre y mujer, masculino y femenino, y postula lo que llama universalidad, es decir, la total confusión, para desde ahí establecer la sexualidad según el principio de libre elección, en el sentido de que el género de las personas será aquel que elijan libremente en la realización de su existencia; y la de las “posmodernas”, que parte de la tesis estructuralista de que “el sujeto no habla” sino que “es hablado”; es una “posición en el discurso”, “un eslabón en la cadena de significado”, siempre ya constituida; por eso el género será lo que resignifique el discurso.
Por lo tanto ambas posibilidades pasan por la pluralidad de géneros: femenino, masculino, heterosexual, homosexual, lesbiana, transexual, para terminar postulando la desaparición del sexo-género. Para la primera posición, el sexo-género dejará de existir cuando se implanten las condiciones para que la mujer “acceda al estatuto de individuo” y a “la ciudadanía” (...). Para la segunda vía, antihumanista y foucaultiana, el género-sexo desaparecerá “perdido en la parodia” del drag queen y en la transgresión permanente de géneros.
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(1) Jesús Trillo-Figueroa. Una revolución silenciosa: la política sexual del feminismo socialista. Libroslibres. Madrid (2007). 308 págs. 20 €.
Gracias a buena parte del movimiento feminista la mujer es un sujeto de pleno derecho en el mundo occidental. Sin embargo, las mujeres empiezan a no reconocerse en un feminismo radical, que elimina las distinciones entre masculinidad y feminidad, y pretende que el género de las personas sea el que ellas elijan, sin condicionamientos biológicos. Jesús Trillo-Figueroa analiza esta ideología en su libro Una revolución silenciosa: la política sexual del feminismo socialista1. Ofrecemos una selección de párrafos.
Firmado por Jesús Trillo-Figueroa Fecha: 23 Enero 2008. ACEPRENSA
La primera revolución sexual tenía por objetivo la liberación sexual; es decir, la eliminación de todas las represiones que, según los partidarios de la revolución sexual, la sociedad había impuesto a través de normas morales y de prohibiciones a la práctica de la sexualidad, para llegar a conseguir la generalización del amor libre. La sexualidad era básicamente una relación biológica, psíquica y somática, pero una relación natural.
La que llamamos segunda revolución sexual parte de la idea matriz, expuesta por Kate Millet, en virtud de la cual, la sexualidad, la relación sexual, expresa una idea de poder, una relación política. La primera revolución transformó la política en sexo; esta segunda ha transformado el sexo en política, convirtiéndola en política sexual. (...)
Foucault y la represión
Michel Foucault vino a decir que la historia es un “continuo” de prácticas represivas realizadas a través de instituciones creadas por el poder para controlar y dirigir la sociedad. Tales instituciones son el manicomio, la cárcel, o la sexualidad. Para él, “el sexo es algo que ha habido siempre” (...); lo que es una invención reciente es la sexualidad, que en su opinión aparece en el siglo XVIII y debe entenderse como el conjunto de “prácticas, sobreentendidos, palabras, miradas, normas, reglas y discursos relacionados con el deseo, la genitalidad, etc.”.
Foucault rechaza la tesis de la represión porque, en su opinión, “aunque el discurso sea represor, produce materialidades: exacerba el deseo”. (...) En conclusión, al poder le interesa que haya deseo exacerbado y haya delitos, para seguir manteniéndose en el chollo; todo esto es lo que llama “la astucia del poder”. Las tesis de Foucault, desde el punto de vista ético, no son nada nuevas; no son más que una traducción al sexo de la genealogía de la moral de Nietzsche, que estableció el relativismo histórico de la moral. La novedad reside en la ontología, y esto no se debe a Foucault, sino a las feministas.
Una relación de poder
(...) Según Simone de Beauvoir, la mujer no nace, se hace. En ello estaba implícita la diferenciación entre el sexo, como dato biológico, y el “ser mujer”, la función social asignada por la cultura a las funciones propias de cada sexo, que posteriormente se daría en llamar género. Kate Millet va más allá y dice que una cosa es el sexo biológico, como condición física y corporal de una persona, y otra cosa es el sexo como práctica del deseo sexual, que ya no es una relación amorosa entre hombre y mujer de carácter natural, sino que se convierte en una relación política, es decir, una relación de poder.
La novedad es que el amor, aunque sea en su versión hedonista de “hacer el amor”, ya no es una relación de naturaleza pulsional, libidinosa, gozosa o espiritual, sino un espacio político en el que se manifiesta una relación de poder. En su historia de la sexualidad, Michel Foucault recoge esta tesis y sostiene que el sexo es el producto de un discurso político concreto correspondiente a una época determinada: “La experiencia de la sexualidad está producida por una génesis histórica concreta”.
Dicho de otra forma: la sexualidad es un producto que el poder dominante en cada época histórica utiliza para controlar la sociedad de su tiempo. Para ello, el poder elabora tecnologías del sexo, que son las técnicas de control que desarrolla para asegurar su mantenimiento. (...) Si a ello añadimos la estructura elaborada por el feminismo de sexo-clase, serán las técnicas sexuales que el patriarcado burgués elabora para controlar a las mujeres. Esta es la clave teórica que da lugar a lo que venimos llamando política sexual.
Como filósofo que es, Foucault trasciende la historia y elabora una nueva ontología en torno a la verdad, que las feministas posteriores captan sutilmente para continuar la labor emprendida por Simone de Beauvoir y las feministas radicales americanas. La argentina Esther Díaz lo expresa bien: “Las verdades no valen por sí mismas, necesitan un poder que las sostenga. El poder de la verdad no es una metáfora. Únicamente se aceptan como verdaderas las proposiciones que obtienen poder de las prácticas sociales” (Esther Díaz, La sexualidad y el poder, Almagesto/Rescate, Buenos Aires 1993). Al cabo, la verdad será lo que diga el poder. (...)
Sexo y género
Las consecuencias derivadas de la idea de que el sexo es un invento artificial, de la cultura o de la política, pueden ser infinitas. (...) En general, lo que de manera inadvertida se ha impuesto es el empleo de la palabra género por sexo, lo cual no es inocente, porque constituye el propósito intencionado de la llamada ideología de género.
La palabra género tenía un uso gramatical, para distinguir entre una palabra masculina, femenina o neutra. El que primero utilizó el término género para referirse al concepto de identidad de género, definido como la conciencia individual que de sí mismo tienen las personas como hombre o como mujer, fue el doctor John Money, de la Universidad John Hopkins de Baltimore, en 1950 (John Money, Desarrollo de la sexualidad humana, Morata, Madrid, 1982).
Según Money, la identidad de género del individuo dependía de cómo había sido educado de niño, y podía resultar diversa del sexo biológico. Sostenía que se podría cambiar el sexo de la persona con la educación; y que a los niños nacidos con órganos genitales ambiguos se les podía asignar un sexo diverso del genético mediante una modificación quirúrgica, que en su opinión debería realizarse antes de los 18 meses, pues de otra forma el sexo biológico podría determinar un cierto rol de género impuesto por la sociedad (ver apoyo, pag.4).
Así nació también el concepto de género como “rol”, o conjunto de funciones que la sociedad asigna a cada uno de los géneros. En 1968, el psiquiatra Robert Stoller publicó una obra llamada Sex and Gender. En ella, popularizó las ideas de Money (...): “El vocablo género no tiene un significado biológico, sino psicológico y cultural. Los términos que mejor corresponden al sexo son macho y hembra, mientras que los que mejor califican al género son masculino y femenino, y estos pueden llegar a ser independientes del sexo biológico”.
Política sexual
Kate Millet, en su obra Política sexual, utilizó el concepto de género expuesto por Stoller para sus finalidades ideológicas, proporcionando a su convicción existencialista de que la mujer se hace, derivada de la influencia de Beauvoir, una fundamentación “científica”. Millet destaca y acentúa la idea de que no tiene por qué existir una correspondencia biunívoca y necesaria entre sexo y género, y, por tanto, sus desarrollos pueden tomar caminos independientes.
Millet escribe: “Lo que llamamos conducta sexual es el fruto de un aprendizaje que comienza con la temprana socialización del individuo y queda reforzado por las experiencias del adulto”. En principio, el género es arbitrario; es el patriarcado, y las normas impuestas por el sistema patriarcal, quien establece el papel de los sexos, pues según esta doctrina, al nacer no hay ninguna diferencia entre los sexos. (...)
¿Perspectiva o ideología?
El término género, que en principio tan sólo sirve para significar un instrumento analítico de las “funciones o roles” que a cada sexo se le asignan por la cultura, la historia, la sociedad y otros factores, era útil metodológicamente para las investigaciones; pues distinguir entre el sexo, asignado por la naturaleza biológica a cada persona, y el género, entendido como la función que la sociedad asigna a cada sexo, permitiría discriminar analíticamente estas, para corregir muchas injusticias que las mujeres sufrían por la asignación de unas funciones que realmente no se correspondían, o se derivaban de una irracional distribución de las funciones sociales en razón de la condición sexual de cada género.
Pero pronto se utilizó un término equívoco de género, como producto exclusivo de la cultura, que ha supuesto una auténtica revolución cultural. La ideología feminista ha transformado la palabra género en razón de sus intereses estratégicos convirtiéndolo en un concepto valorativo que sirve para desnaturalizar el sexo y convertir el género en el significante, en instrumento o “dispositivo” político de dominación.
Las teorías de Money encontraron un gran apoyoentre las feministas radicales, y el libro de Kate Millet Sexual Politics se convirtió en la difusión política e ideológica de sus doctrinas. A lo largo de la década de los 80, el término género se hizo omnipresente en todos los programas de Women Studies, al punto de que nació la disciplina de Estudios de Género, y la antropología de género pasó a ser una rama con pretensiones de disciplina académica.
A partir de aquí, (...) existe una radical escisión entre sexo y género, y entre naturaleza y cultura. Esta es la acepción de género que ha implantado la ideología de género, en la que podemos englobar todas las tendencias feministas derivadas del feminismo radical de la igualdad, del feminismo socialista, que tuvieron un éxito definitivo al conseguir que la Conferencia de las Naciones Unidas sobre la Mujer celebrada en 1995 en Pekín adoptara una resolución en la que se consagró la llamada perspectiva de género. Desde entonces existe una gran confusión respecto de la utilización del término género, y de lo que significa perspectiva de género. En principio, nada tienen que ver la utilización del género por la ideología de género y el uso dado por la ONU o las instituciones europeas.
Una construcción social
La teoría feminista y la ideología de género consideran como dogmas inamovibles, que implican una nueva epistemología –una nueva forma de conocer la realidad–, el hecho de que la sexualidad está necesariamente desligada de su origen natural –que, en el mejor de los casos, considera al sexo biológico como un mero dato– y en consecuencia la sexualidad es una construcción social. Es decir, las personas humanas, según el dato biológico del sexo, nacen machos o hembras, pero la sociedad, con su actividad, construye la sexualidad, convirtiéndolos en hombres y mujeres, y la cultura engendra las ideas de masculinidad y feminidad.
Todo ello conduce al final al orden al que finalmente pertenece la sexualidad: el orden simbólico, el orden del significante. Por eso, a partir de aquí, la sexualidad humana no es una realidad biológica o derivada de la libido, gobernada por leyes naturales o químicas, sino más bien una idea regulada por las leyes del lenguaje de la representación. Todo esto es lo que se llama el triunfo del “construccionismo de género”; es decir, el artificio o invento creado por la voluntad de alguien; frente al “esencialismo de sexo”, que es la creencia de que el sexo lo determina la naturaleza. (...)
Deconstruir el género
A pesar de la teoría y de la corrección política feminista, existe una gran contradicción, porque la realidad es que la teoría feminista anhela un futuro sin género, un futuro sin sexualidad. (...) Se trata de excluir tanto la masculinidad como la feminidad, es decir, de acabar tanto con los sexos como con los géneros: de deconstruir el género mediante la destrucción del sexo y la resignificación del género.
Para ello, existen dos grandes vías en el feminismo de la igualdad: la de la tradición “ilustrada” que, basándose en el existencialismo de Beauvoir y en el igualitarismo radical, opta por suprimir cualquier diferencia entre hombre y mujer, masculino y femenino, y postula lo que llama universalidad, es decir, la total confusión, para desde ahí establecer la sexualidad según el principio de libre elección, en el sentido de que el género de las personas será aquel que elijan libremente en la realización de su existencia; y la de las “posmodernas”, que parte de la tesis estructuralista de que “el sujeto no habla” sino que “es hablado”; es una “posición en el discurso”, “un eslabón en la cadena de significado”, siempre ya constituida; por eso el género será lo que resignifique el discurso.
Por lo tanto ambas posibilidades pasan por la pluralidad de géneros: femenino, masculino, heterosexual, homosexual, lesbiana, transexual, para terminar postulando la desaparición del sexo-género. Para la primera posición, el sexo-género dejará de existir cuando se implanten las condiciones para que la mujer “acceda al estatuto de individuo” y a “la ciudadanía” (...). Para la segunda vía, antihumanista y foucaultiana, el género-sexo desaparecerá “perdido en la parodia” del drag queen y en la transgresión permanente de géneros.
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(1) Jesús Trillo-Figueroa. Una revolución silenciosa: la política sexual del feminismo socialista. Libroslibres. Madrid (2007). 308 págs. 20 €.
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