sábado, 21 de noviembre de 2020

Una nueva tiranía

Hace mucho que dejé de leer los artículos semanales de Juan Manuel de Prada en XLSemanal, porque hace mucho que dejé de leer este semanario, por la sencilla razón de que otras lecturas desplazaron a esta.

Sin embargo el pasado 14 de noviembre hojeé la revista y me atrajo el título del artículo, "Una nueva tiranía", porque rápidamente me recordó su serie de artículos de muy parecido título, "La nueva tiranía", que escribió a comienzos de 2007.

Ha llovido mucho; pero la tiranía sigue acechando y estrechando el cerco, ahora con renovadas artimañas. El artículo que transcribo es, efectivamente, una puesta al día de este proceso, agravado por el perfeccionamiento de las tecnologías de control -los big data y todo eso- y la amputación de las inquietudes espirituales de las personas, que están teniendo su campo de experimentación en la pandemia del virus Covid-19.

Lean, lean, porque parte importante del contra ataque consiste en recuperar la religión. Y es urgente.

Una nueva tiranía

Por Juan Manuel de Prada.

A nadie se le escapa que la plaga del coronavirus está facilitando la instauración de lo que Michel Foucault llamaba ‘biopolítica, una nueva forma de tiranía que no se impone con cachiporras, sino con instrumentos mucho más sofisticados que alcanzan el dominio sobre las personas mediante el control de los espacios que habitan, de sus relaciones personales, de sus conductas y afectos y hasta de sus pensamientos y anhelos más secretos. Los ‘estados de alarma’, ‘toques de queda’ y demás ‘restricciones de la movilidad’ que tanto inquietan a los espíritus más toscos sólo son maniobras de despiste. Mucho más sutiles (y eficaces) son, por ejemplo, las tecnologías de vigilancia masiva que rastrean nuestros movimientos y manipulan nuestras decisiones, llegando incluso a predecirlas; tecnologías que una mayoría social acata mansamente, mientras trastea con sus teléfonos móviles, convencida de que el poder las utiliza para garantizar nuestra seguridad personal y proteger nuestra salud. 

Pero, paralelamente, se produce otro fenómeno no menos evidente, que casi nadie detecta, pues nuestra generación, ahíta de ideologías a la greña, ha sido amputada por completo de inquietudes espirituales. Y tal fenómeno es la supresión de la inquietud religiosa, que desde que estallase la plaga del coronavirus se ha mostrado en todo su apabullante esplendor. Cuando leemos cualquier crónica sobre las plagas que en épocas pasadas han diezmado a la humanidad descubrimos que la inquietud religiosa de las sociedades que las han padecido se agudizaba enormemente; pues, confrontadas con la omnipresencia de la muerte, volvían a hacerse las preguntas que la bonanza y el disfrute de los placeres materiales tienden a silenciar. Pero esta plaga se está distinguiendo, precisamente, por una orgullosa falta de inquietud religiosa, que se palpa incluso en las situaciones más extremas (la tranquilidad con que hemos aceptado que nuestros viejos mueran abandonados, sin atención espiritual de ningún tipo), pero sobre todo en el clima social imperante, en los medios de comunicación, en el debate intelectual, en la expresión artística, que lejos de confrontarse con el misterio de la muerte, lo soslayan u ocultan, empleando las más diversas triquiñuelas escapistas. 

Y, aunque nadie se atreva a decirlo, ambos fenómenos están íntimamente ligados. En su Discurso sobre la dictadura, Donoso Cortés explica una ley de la Historia infalible, que vincula el descenso de la religiosidad con el ascenso de la tiranía. La religión brinda a los hombres una «represión interior» que ordena su vida moral; y, a medida que esa ‘represión interior’ desciende, aumenta inevitablemente la «represión exterior» o política. Donoso repasa las distintas fases de la Humanidad, desde una sociedad plenamente religiosa –la que formaban Jesús y sus discípulos– en la que la libertad era completa (pues no existía otra ley que la del amor), hasta las formas cada vez más evolucionadas de represión política, que permiten a los gobiernos dotarse de un millón de brazos –los ejércitos–, de un millón de ojos –la policía–, de un millón de oídos –la burocracia administrativa–, hasta llegar a un punto en que necesitan también «hallarse a un mismo tiempo en todas partes». Un apetito de ubicuidad que Donoso ejemplifica –pronuncia su discurso en 1849– en la invención del telégrafo; pero que los avances de la tecnología han perfeccionado hasta extremos vertiginosos. Donoso hace aquí una pausa temblorosa, amedrentado ante la expectativa de una sociedad en la que el termómetro religioso continúe bajando hasta situarse «por bajo de cero»; pero finalmente se atreve a augurar el surgimiento de «un tirano gigantesco, colosal, universal, inmenso» que ya no se enfrentará a resistencias físicas ni morales, porque para entonces todos los ánimos estarán divididos y todos los patriotismos, muertos. 

Y contra esta nueva forma de tiranía que entonces se empezaba a consolidar, Donoso considera que no hay otro antídoto que una «reacción religiosa». Pero, a continuación, lanza esta perturbadora reflexión que el paso del tiempo no ha hecho sino confirmar: «¿Es posible esta reacción? Posible lo es; pero, ¿es probable? Señores, aquí hablo con la más profunda tristeza: no la creo probable. Yo he visto, señores, y conocido a muchos individuos que salieron de la fe y han vuelto a ella; por desgracia, señores, no he visto jamás a ningún pueblo que haya vuelto a la fe después de haberla perdido». Lo que está sucediendo ante nuestros ojos, con la plaga del coronavirus al fondo, no hace sino confirmar los augurios funestos de Donoso. Los nuevos tiranos ya pueden hacer con nosotros albóndigas. _______________________________

Foto: atarifa CC

martes, 10 de noviembre de 2020

El feminismo contra la "ley trans"

Este blog nació para proponer una laicidad positiva y luchar, con argumentos, contra el laicismo. Sin olvidar este objetivo, la controversia cultural-social y sus derivaciones políticas y legales nos impulsaron a ampliar el objetivo a la argumentación contra la ideología de género

Como se veía venir, parte de la argumentación contra esta ideología de género y sus absurdas consecuencias, viene del feminismo. Es lo que han hecho ocho feministas históricas en una carta dirigida recientemente al Gobierno de mi atribulado país, para debatir el proyecto de la llamada "ley trans". Estas mujeres, que han elevado la misiva al ámbito público para que quien quiera la suscriba en Google Docs, acusan al Ministerio de Igualdad de querer «borrar» a la mujer de la lucha feminista. 

El pasado sábado, en una interesante noticia en mi diario de cabecera, Doménico Chiappe recogía buena parte de la argumentación feminista anti trans, básicamente por desligar y luego confundir sexo y género; es decir, en el fondo, por el motivo principal de los que consideramos la ideología de género como profundamente deshumanizadora. 

"Parece un contrasentido pero, según se desprende de los argumentos de las firmantes, desarrollar la idea de que el género se puede elegir, sin nada más que la voluntad del momento, inicia una peligrosa senda de invisibilización hacia lo que es el «sexo» femenino. 

Diferenciar los conceptos «género» y «sexo» es la primera cuestión que desarrollan Freixas, Ángeles Álvarez, Marina Gilabert, Alicia Miyares, Rosa María Rodríguez Magda, Victoria Sendón de León, Juana Serna y Amelia Valcárcel, algunas de ellas con carrera política en el socialismo. 

La Ley Trans «minimiza» la «opresión para las mujeres, hace el juego a la visión patriarcal y misógina, y perpetúa la opresión», alertan quienes han pedido «una y otra vez» una reunión con la ministra de Igualdad Irene Montero, sin éxito. 

Recomiendan las firmantes evitar la «confusión» de conceptos. El sexo, dicen, es la «realidad biológica constatable», mientras que el género es una «construcción jerárquica de los estereotipos sexuales que ha fundamentado la desigualdad y la opresión». Las feministas explican que ellas no van contra el sexo, que es la naturaleza del cuerpo. Van contra el género, una imposición cultural. Mientras que las leyes Trans, tanto la que abandera Montero, como otras «aprobadas en diversas comunidades autónomas», parecen combatir el sexo." 

A continuación viene uno de esos ejemplos de cómo, cuando subviertes la naturaleza de las cosas y de las personas; aunque sea un poco, se cumple inexorablemente la ley de la pendiente resbaladiza, hasta llegar a situaciones surrealistas. 

"Ante la estrategia de entremezclar a las personas trans con las mujeres, se denuncia la existencia de una «neolengua» que «invisibiliza» y «borra a las mujeres con la excusa de la inclusividad». Empieza por proscribir el uso del vocablo «mujer», sustituido por 'cuerpos feminizados' o 'cuerpos menstruantes'. En ese léxico, se tiene como una «ofensa» hablar de vaginas, reglas y embarazos, y a las madres se les llama 'progenitor gestante' y al sexo, 'género sentido'. 

«El sexo es un dato objetivo en sus aspectos genético, gonadal, hormonal, anatómico y genital. No puede hablarse de 'autodeterminación del sexo' como ejercicio de la libre voluntad»." 

Aunque el feminismo radical mantiene muchos de sus desvaríos, se da cuenta de los riesgos para la mujer, que ahora vienen "del otro lado", y de sus consecuencias. 

"«Pretender que el ser mujer u hombre es una mera elección desdibuja la realidad material del sexo, justo aquello que determina el género en que se nos socializa». 

Se muestran preocupadas por las consecuencias futuras de «encaminar» a los menores hacia «bloqueadores de pubertad», una vez que se les etiqueta como «niños y niñas trans» a aquellos que disienten con la normativa de género. «Creemos necesario un acompañamiento que contemple acciones de apoyo y autoafirmación». «Es preciso investigar los efectos a largo plazo de la hormonación y medicalización, así como prever un posible cambio de parecer en el futuro, con el añadido de la imposibilidad de revertir acciones quirúrgicas y hormonales agresivas». 

La Ley Trans genera una conducta «coactiva» del Estado contra la infancia y los profesionales de la salud, acusan. Además, peligran derechos que las mujeres de su generación han conquistado: «la defensa de las mujeres, el mantenimiento de los espacios reservados, las cuotas, las ayudas, la diferenciación por sexos en competiciones deportivas, o los datos desagregados por sexo para analizar el comportamiento social o tomar medidas frente a las desigualdades entre los sexos», enumeran. Y concluyen. «Negar la relevancia del sexo y encaminarnos hacia una supuesta autodeterminación de éste según el género elegido, colisiona con las leyes de igualdad y de violencia de género».

 ¿Sería mucho pedir que, además, las feministas sacaran consecuencias de cómo su feminismo "de género" perjudica también, no solo a las mujeres, sino al ser humano en su totalidad, hombre y mujer, joven y anciano, niño y niña?
   
Cuanto antes aceptemos el cuerpo sexuado, femenino y masculinos, como un don recibido para cuidar y perfeccionar, y dejemos de jugar a ser el doctor Frankenstein, mucho mejor.
__________________________________  
Foto: atarifa CC 
La negrita del texto citado es del original.

viernes, 31 de julio de 2020

La dignidad perdida

Siempre hay que escuchar a los sabios, más aún  en tiempos de confusión como los actuales. Salvador González Barón es uno de ellos, y no le escucho lo que debiera. Hace poco tuve la suerte de estar con él, conversando de su último proyecto, la Asociación Euvita, que preside, dedicada a promocionar los cuidados paliativos, combatir la eutanasia y, sobre todo, a difundir la práctica del otorgamiento del documento de voluntades anticipadas.

Salvador es un gran baluarte de la dignidad humana, Euvita señala como su primer fin "Informar a la opinión pública y a los ciudadanos sobre la importancia de prestar una atención y unos cuidados de calidad, a las personas que se encuentren al final de su vida, acordes con su dignidad y desde el respeto a su vida hasta el momento de su muerte natural".

Ayer fue suya -al alimón con su hermano Manuel, que es quien firma- la "Tercera" de ABC: La dignidad perdida. Junto con precisos ejemplos de la más rabiosa actualidad, intercala una serie de frases sobre el sentido de la dignidad que quiero destacar:

He pasado muchos años defendiendo la dignidad de los pacientes, frente a terceros y frente a ellos mismos, cuando han querido atentar contra su propia dignidad. Hoy no me centraré en la dignidad ontogénica, la que tenemos todos los seres humanos por naturaleza, sino sobre la dignidad adquirida, aquella que ganamos a lo largo de nuestra vida y que crece en función de nuestros actos, elevándonos como hombres o mujeres, o enterrándonos en abismos insospechados, haciendo que la perdamos, llevándonos a la indignidad. 

Esta degradación se produce cuando atentamos contra sus pilares básicos: la libertad, la verdad, la justicia, y el amor. 

La libertad, que implica elección y cuya meta es la felicidad natural, requiere vivirla con responsabilidad. Todo intento de oprimirla o sojuzgarla denota una deshonra. Una realidad constatable en todas las ideologías totalitarias y una tentación en algunos modos de gobernar han sido cercenar las libertades individuales y sociales. 

En resumen, la dignidad no se pierde por la ignorancia sino por la tergiversación de la verdad y por el mal uso de la libertad. La verdad se fundamenta en la realidad, en datos verídicos y contrastados, y no en un relato articulado, que por muy repetido que sea acaba siendo siempre propaganda. 

El amor es lo que dignifica a la persona. La libertad, la verdad y también la justicia son expresiones del amor. El afán de poder no es amor y el amor propio mal gestionado es egoísmo, egocentrismo, soberbia, fatuidad y lleva al vacío. 

Una sociedad democráticamente avanzada demanda líderes dignos de respeto, que amen la libertad de opinión, que sepan escuchar y actuar desde otras perspectivas, Líderes veraces, que no permitan la difamación del otro, que amen a su pueblo y su Historia, y que tengan el coraje de retirarse cuando sean incapaces de encontrar soluciones justas. 

Volviendo al comienzo, la dignidad resulta difícil de definir o incluso de comprender sin una visión trascendente de la vida. Me he encontrado personas que no la entienden, la usan como un término coloquial, sin profundizar en su grandeza o su degradación (nunca llega a perderse totalmente). Y nada es más edificador que verla como la puede ver el Cristianismo. En definitiva, para un cristiano la dignidad es algo divino porque hemos sido creados a imagen y semejanza de Dios, y estamos llamadas a ser sus Hijos. 

Pero hay esperanza, la dignidad adquirida y perdida puede recuperarse con el ejercicio renovado -por los líderes y el común de los mortales- del respecto a la libertad, la verdad, la justicia y el amor. 

"Ni la riqueza, ni la popularidad, ni la prensa, pueden dar marchamo de dignidad". John H. Newman.

----------------------------
Foto atarifa CC

miércoles, 27 de mayo de 2020

Estado y Religión

Así titula Carlos Asenjo Sedano el artículo que publicó Ideal el pasado lunes 25 de mayo. El título me interesó, así que lo leí con atención, cosa que no suelo permitirme, por falta de tiempo.

Premio. No es que sea fan de Carlos Asenjo como sí lo soy de su hermano, el también escritor -ya fallecido- José Asenjo; pero cada vez me resulta más sugerente.

Total, que del artículo he entresacado estos tres párrafos, que van seguidos, porque me ha gustado lo que dicen y cómo se dice. El destacado en negrita es mío.

La Revolución, concretamente la francesa de 1789, alimentada por las teorías de la Ilustración, intentó –en su afán de dar la vuelta al proceso– crear un artilugio, el del ser supremo de Robespierre, que sustituyera el proceso tradicional, pero no funcionó, amén de utilizar la guillotina para ese cambio. Y dándole la vuelta a la pirámide, proclamaron que todo poder viene del pueblo –¡tan perecedero!...– dejando la religión en la base de la pirámide. Y como era lógico, enseguida, pasar a expulsarla de la estructura del Estado, de cualquier Estado.

El resultado ha sido, es, como es bien visible en el ejemplo de Europa, que los pueblos sin una base religiosa no aguantan mucho los avatares de la Historia, en su constante vendaval. No tienen ni la moral, ni el deseo, ni la fuerza suficientes para enfrentarse con las circunstancias adversas que se ofrecen cada día, mientras el hedonismo, la satisfacción personal, el placer, el sálvese quien pueda, el dar la espalda a toda batalla, el ignorar al próximo, el rehusar todo sacrificio y deber, sin esperar nada del mañana..., sin un agarradero religioso de mayor trascendencia como el de ayer, incapacita a los pueblos y a los hombres para enfrentarse con el enemigo que todo tiempo futuro lleva en sus entrañas.

En cualquier caso, entre aquella religión que ofrecía una esperanza a la postmortem que nos compensara de las muchas penalidades sufridas por todos los habitantes de esta tierra, en todos los tiempos, y este ateísmo de pan para hoy y nada para el mañana, es evidente que, hasta hoy, los pueblos han preferido aquella medicina, aunque muchos la tacharan de simple droga o un simple cabalgar sobre el mito de la ignorancia. Y así nos han privado de la esperanza posible de un mañana quizá más feliz, a cambio de una existencia siempre a caballo de la angustia vital.

miércoles, 13 de mayo de 2020

La presencia de la religión en el ámbito público. El artículo 16 de la Constitución Española

Por Andrés Ollero, Catedrático de Filosofía del Derecho.
En la revista Sevilla Nuestra, primavera de 2020

1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley.

Andrés Ollero
Lo primero que salta a la vista en este epígrafe del artículo 16 de nuestro texto constitucional es la equiparación de la libertad religiosa con la ideológica. Esto implica un rechazo de todo intento de subordinación o minusvaloración de la dimensión religiosa en el ámbito público, como la pretendida por los planteamientos laicistas. La libre expresión de la propia ideología es exigencia elemental en una sociedad democrática; lo mismo cabe pues afirmar en ella de la vivencia sin obstáculos de las propias convicciones religiosas.

Entre unas cosas y otras, es fácil que uno acabe oyendo de vez en cuando alguna tontería. Nunca he oído sin embargo que alguien defienda la conveniencia de una igualdad ideológica, salvo que pretenda reinventar el partido único. Pero la estadística no perdona: he oído a algunos que se quejan de que en España no hay igualdad religiosa. Asunto distinto es cómo convivir en una sociedad pluriconfesional.

Tan absurdo como impedir la libre manifestación de la propia concepción del mundo sería el intento laicista de privatizar la vivencia religiosa, como si se la considerara perturbadora de la convivencia social. Ya suena demasiado a viejo aquello de considerar a lo religioso como el opio del pueblo, pero -quizá inconscientemente- los laicistas parecen pretender replantearlo como si la religión debiera ser tratada como el tabaco del pueblo: fume usted poquito y en su casa.

El mantra que esgrime el laicista de turno es que no se puede imponer las propias convicciones a los demás; como si él mismo no tuviera convicciones. Ya Io escribió Machado: "Zapatero, a tu zapato, os dirán. Vosotros preguntad: ¿y cuál es mi zapato? Y para evitar confusiones lamentables, ¿querría usted decirme cuál es el suyo?".

Por si no quedara claro, la primera línea del precepto arriba citado incluye a la vez la libertad de culto, con su inevitable proyección pública; a la vez que deja bien claro que no se trata de una mera piadosa actividad individual sino que incluye manifestaciones comunitarias, como las tan gozosamente abundantes en Sevilla.

El Tribunal Constitucional, al referirse al ejercicio de los derechos fundamentales, no deja de avisar que no hay derechos ilimitados. Los derechos son siempre libertad delimitada, para hacer posible la convivencia, e igualdad delimitada, para no ahogar la libertad. Al fin y al cabo la justicia, que aparece con una y otra como valor superior del ordenamiento jurídico (artículo 1.1), no es sino el ajustamiento de libertad e igualdad.

El límite de las libertades ideológica y religiosa es sin embargo particularmente mínimo: lo estrictamente necesario para el mantenimiento del "orden público". (...) Tal orden es como el núcleo duro de los derechos fundamentales, ajenos a toda negociación. Por muy devotos que parecieran sus adeptos, no se consideraría constitucional una comunidad que se reuniera los miércoles para realizar sacrificios humanos, premiando al afortunado con pasar a mejor vida.

El segundo epígrafe de nuestro artículo es sin duda el menos conocido, lo que facilita que se vea con facilidad atropellado. Dice así: 2. Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias.

Lo que tiende a olvidarse es su consecuencia: atenta a la convivencia democrática quien descalifica inquisitorialmente opiniones ajenas echándole a su autor en cara sus creencias religiosas; como si con ello estuviera profanando un ámbito público presuntamente neutro. Algo tan poco elegante como nombrarle a la madre. Bien experimentado lo tendrán quienes se atrevan a defender la vida del no nacido o del enfermo terminal.

Una sociedad religiosamente neutra sería tan poco democrática como una sociedad ideológicamente neutra. La frontera entre lo neutro y la neutralización es muy tenue. Sobre todo cuando, opinando uno seis y otro tres, llega el neutral de turno y lo soluciona a su manera: cero y todos contentos...

El epígrafe más enjundioso del artículo 16 acabará siendo el tercero, que pone en cuestión el dogma laicista de una obligada separación entre lo religioso y los poderes públicos, entendida como no contaminación. Quizá por alergia al incienso, se pretende imponer un espacio social libre de humos. El término "separación" ni siquiera está presente en la Constitución, que lo sustituye -como veremos- por otro bien distinto: cooperación.

3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.

Queda pues claro que el Estado español no es confesional. Cada ciudadano podrá tener la religión que libremente prefiera o no tener ninguna. Dejará en su contorno social, como es lógico, la huella de sus propias convicciones; como un ejemplo de pluralismo, reconocido también como valor superior del ordenamiento jurídico en el artículo que abre la Constitución.

Lejos de mostrarse ciegos ante lo religioso, los poderes públicos han de tenerlos en cuenta, no para ajustarle las cuentas, sino para ver el modo de atenderlos con la cooperación en cada caso más eficaz. A eso llama el Tribunal Constitucional laicidad positiva. Dado el pluralismo de confesiones religiosas, el resultado será obligadamente desigual; pero no de acuerdo con los caprichosos humores de quienes ejerzan el poder, sino del modo consiguiente a las creencias religiosas de sociedad española. De ahí la referencia a la Iglesia Católica, ausente en el anteproyecto de constitucional, pero incluida luego con el elocuente apoyo del mismísimo Santiago Carrillo.

martes, 18 de febrero de 2020

Algunas falacias sobre la eutanasia


Hablemos de eutanasia.

Algunas falacias sobre la eutanasia.
Por Francisco de Borja Santamaría en El Comercio, 17 de febrero de 2020
Foto: Ismael MS

El gran salto, lo que provoca rechazo, es que procura positivamente la muerte. No es un ‘ayudar a morir’ aliviando el sufrimiento. Es matar

La legalización de la eutanasia en España ha sido admitida a trámite en el Congreso de los Diputados con un amplio apoyo parlamentario. Los argumentos que se invocan para su aprobación se apoyan, sin embargo, en falacias. Son muchas más, pero me ocuparé sólo de algunas.

Resulta falaz presentar la legalización de la eutanasia como una solución ‘químicamente pura’, que consistiría, simplemente, en respetar la autonomía de la persona y el derecho de cualquier individuo a dejar de vivir cuando lo desee. Legalizar la eutanasia no obliga a nadie a recurrir a ella, se nos dice. Sobre el papel –el papel lo aguanta todo– es así, pero desgraciadamente la legalización de la eutanasia no consiste ‘simplemente’ en respetar la autonomía del individuo. Cuando una sociedad legaliza la eutanasia envía a todos los ciudadanos un mensaje diáfano: «Si tu vida es una carga para ti, para tu entorno o para la sociedad, deberías considerar seriamente la posibilidad de quitarte de en medio. Vivir en ciertas condiciones representa una indecencia». La persona anciana, enferma o impedida pasa, así, a tener que justificar su voluntad de vivir.

El planteamiento de que oponerse a la legalización de la eutanasia representa la imposición de unas ‘creencias’ irracionales de algunos al resto de la sociedad es otro argumento falaz. Según este tópico, la oposición a esta regulación procede de creencias religiosas que unos pocos intentan imponer al conjunto de la sociedad. Las leyes han de articularse sólo con razones (válidas para todos), no con creencias (particulares, por definición). La jugada, hay que reconocerlo, resulta bastante hábil porque demarca torticeramente dos territorios entre los que elegir: el de la razón o el de las creencias (irracionales, claro). Así, pues, no existirían argumentos racionales para oponerse a que una persona quiera quitarse la vida y a que la sociedad se lo facilite. El ‘no matarás’ en esta argumentación se presenta como un principio exclusivamente religioso. O sea, no representa un argumento racionalmente defendible.

Alguien que lea esto podría aducir quizá que la eutanasia no va de matar. Pero, sí. La eutanasia precisamente va de eso, de matar o de ayudar a quitarse la vida. El ‘ayudar a morir’ que se invoca no deja de ser un eufemismo. Éste es precisamente el gran salto de la eutanasia y lo que provoca rechazo: que procura positivamente la muerte. No es un mero ‘dejar morir’ y no caer en el ensañamiento terapéutico, no es un ‘ayudar a morir’ aliviando el sufrimiento. Es matar.

Tiene sentido discutir sobre si el imperativo de no matar admite excepciones o no. Pero sostener de antemano que admitir salvedades a la prohibición de matar es ‘lo racional’, mientras que no admitirlas sólo puede provenir de una creencia religiosa e irracional, resulta tramposo. ¿Por qué es más racional admitir excepciones al ‘no matarás’ que no hacerlo, que es, por otra parte, en lo que se ha sustentado nuestra civilización?

Bueno, se nos dirá, dejémonos que si racionalidad o que si creencias. Lo definitivo, en cualquier caso, es que cada persona pueda elegir cómo morir y que la sociedad no obligue a nadie a vivir contra su voluntad. Ya, pero entonces volvemos a lo dicho más arriba. ¿De verdad que legalizar la eutanasia ‘solo’ consiste en que a nadie se le obligue a vivir contra su voluntad? La realidad real es que para que algunos puedan ejercer su soberana voluntad de morir cómo y cuándo lo deseen, muchos morirán sin haberlo pedido y muchísimos más deberán pedir disculpas por no haber tenido la decencia de quitarse de en medio. Esto es lo que realmente significa legalizar el ‘derecho a morir’.

¿De verdad que no hay otras alternativas más humanitarias?*

-----------------------------------------------------------------

*Nota del editor: sí las hay. Empecemos por hablar de los cuidados paliativos.